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Régimen de funcionamiento.
Los estatorreactores pueden funcionar a partir de velocidades de unos 300 km/h.
Por lo tanto, la principal aplicación del estatorreactor es la de propulsión adicional,
después de haber adquirido la velocidad que necesita para su funcionamiento.
Un estatorreactor debe tener una sección de difusión de entrada con la forma
apropiada para que el aire entre a baja velocidad y alta presión en la sección de
combustión. Esto se consigue creando ondas de choque oblicuas en el difusor de
entrada de aire (por ejemplo, con una sección cónica como en la figura). Su tobera
de escape también debe tener la forma adecuada. Como el funcionamiento del
estatorreactor depende de la velocidad del aire al entrar en él, un vehículo
propulsado por este sistema debe ser acelerado primero por otros medios hasta
alcanzar una velocidad suficientemente elevada, sino simplemente quemaría
combustible y saldría el fuego por los dos lados. Para evitar esto se podrían añadir
válvulas a la admisión, pero entonces estaríamos construyendo un Pulsorreactor.
Pulsorreactor
Tipos de pulsorreactores
El pulsorreactor de válvulas
El pulsorreactor sin válvula
Reactores de válvulas
Su estructura consta de tres partes fundamentales:
1. sistema de válvulas
2. cámara de combustión
3. tubo de salida de gases
COHETE
Los principios de la cohetería ya fueron propuestos por Herón de Alejandría hace más
de dos mil años. Herón inventó la pila eolípila, un artefacto que giraba bajo el impulso
del vapor surgido una serie de mecheros curvos y que ha sido considerada como la
primera máquina térmica de la historia basada en los principios de acción-reacción.
Aulo Gelio, un escritor romano que recopiló curiosidades antiguas en la época del
emperador romano Marco Aurelio (161-180), en sus Noches Áticas (Noctes Atticae),
habla de un ingenio en forma de paloma que colgado sobre el fuego se movería por
efecto de una corriente cálida que surge de un tubo de escape, los principios básicos
del cohete.
Existen referencias del uso de cohetes en China con fines bélicos, que denominaban
"saetas de fuego", alrededor del siglo VI dC., aunque la primera referencia histórica
data de 1232, cuando se usaron contra los mongoles en la ciudad de Kai-feng-fu.
Los propios mongoles usaron esta tecnología contra los europeos en la batalla de
Legnica (Silesia-Polonia) en 1241 y contra los árabes en la asedio de Bagdad en
1258.
En 1379 se usó por primera vez el término rochetta (cohete) para describir esta arma
que rápidamente se extendió a contiendas por todo el mundo
También en su aspecto recreativo era una comidilla común en las veladas populares.
En 1649 Cyrano de Bergerac en su Viaje a la Luna planteó el uso de cohetes para
viajar al espacio. Y 30 años antes, en España y América se reía la aventura del
Clavileño del Don Quijote de Cervantes en su segunda parte (1615).
En 1687 Isaac Newton formula las leyes de la mecánica que permitió una mayor
precisión en los cálculos.
Julio Verne publica en 1865 De la Tierra a la Luna que anticipa con bastante precisión
lo que se lograría un siglo más tarde y que sirvió de inspiración a los padres de la
astronáutica.
1883. Para muchos significa el comienzo de la era espacial. Ese año, el científico ruso
Konstatin Eduardovitch Tsiolkovki (1857-1935) publicó el primer ensayo donde
desarrolla su teoría de la propulsión a chorro y explicaba que un cohete podía
funcionar incluso en el vacío.
Pero la forma del cohete no ha evolucionado mucho desde que lo inventaron los
chinos.
La popularidad de esa idea tiene mucho que ver con la novela, el cine y el cómic.
Méliès llevó al cine lo imaginado por Verne, pero tal vez el más divulgado de los
modelos proceda del primer volumen de Tintín en la Luna de Hergé que se publicó
en 1953 (Objetivo: la Luna - Objectif Lune) y entre la documentación que usó el autor
belga sin duda figuraba la película de Fritz Lang, Una mujer en la Luna (1929. Se
puede reproducir en este enlace), los trabajos de Hermann Julius Oberth y las
impresionantes fotografías de las V2 alemanas en las que había trabajado Wernher
von Braun.
Sin embargo, la realidad de los viajes espaciales dio al traste con esa forma como
habitáculo humano: el módulo lunar, la nave Soyuz o la estación espacial
internacional, por citar ejemplos conocidos, serán todo lo práctico que quieran, pero
les falta la chispa de diseño creativo que convierta esas hazañas espaciales a una
dimensión que penetre en el inconsciente colectivo y que tan bien conocían los
grandes artistas de principios del siglo XX que lograron imaginar los hombres en el
espacio.