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29-04-2019

¿Quién perdió a los árabes? Relaciones regionales con Palestina


Nadine Naber, Sherene Seikaly, Ibrahin Fraihat y Lubna Qutami
Al Shabaka
Traducción para Rebelión de Loles Oliván Hijós

Introducción: Nadine Naber 

Durante décadas el análisis político progresista ha criticado a los Estados árabes por abandonar la
lucha de liberación palestina. Según este análisis, aunque los gobiernos árabes suelen declarar su
solidaridad con los palestinos sus actos conllevan complicidad con el colonialismo de asentamiento
israelí -desde la cooperación política y económica con Israel pasando por convertir a los palestinos
en chivo expiatorio, y por reprimir toda solidaridad con la liberación palestina en el interior de sus
Estados-, y utilizan la cuestión palestina para reforzar su legitimidad.

La recopilación de opiniones que presentamos ahonda en esta crítica y ofrece perspectivas


matizadas sobre si los Estados árabes han abandonado o comprometido la causa palestina y en qué
medida. Los autores sitúan la cuestión en el contexto transnacional del imperialismo
estadounidense y las realidades conexas de la fragmentación árabe y palestina. Sus perspectivas
sugieren nuevos interrogantes sobre la relación entre el nacionalismo árabe dirigido por el Estado y
la derecha global, las relaciones israelo-estadounidenses, y la normalización de la clase política
palestina con Israel.

Dado que los cambios que se han producido en la región han dado lugar a la intensificación de la
normalización con Israel y a la cooptación cada vez más vehemente de dirigentes palestinos, urge
más que nunca oponerse a la fragmentación que alientan Estados Unidos e Israel dentro de los
Estados árabes y entre ellos. Con este fin, los autores reclaman a los lectores repensar nuevas vías
para la solidaridad árabo-palestina.

Sherene Seikaly nos insta a "volver a la idea de Palestina para fortalecerla en el próximo
combate". Ibrahim Fraihat nos recuerda que los palestinos tienen aliados en los pueblos de
los Estados del Golfo, y Lubna Qutami insiste en que "no hay división entre palestinos y
árabes sino entre las aspiraciones revolucionarias de los pueblos y los intereses de quienes se
apropian del poder político".

Sherene Seikaly

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Para comprender la realidad de la actual soledad palestina ante la brutalidad de la geopolítica
podemos retroceder a las fortunas y falacias del nacionalismo árabe dirigido por el Estado. Las
últimas deformaciones de esta falacia deben situarse en la consolidación de la derecha global.
Atacar a los palestinos, desposeerlos e hipotecar sus futuros se ha convertido en un ritual de
iniciación: hazlo y serás bienvenido a las filas de quienes practican triunfantes la xenofobia, el
racismo, el sexismo y la estupidez.

Aquí es determinante el romance entre Donald Trump, Narendra Modi y Jair Bolsonaro. Más decisiva
aún es la participación del Estado árabe en los festejos machistas por el aplastamiento de los
palestinos. El presidente egipcio Abdel Fatah el Sisi y el príncipe heredero de Arabia Saudí,
Mohammed Bin Salman, dan muestra de sus credenciales cuando intimidan a los palestinos que
hoy, más que nunca, simbolizan la figura del extranjero exhausto y desposeído. Cualquier
observador ocasional de la historia sabe que los Estados árabes rara vez se han preocupado por
Palestina y por los palestinos. Sin embargo, desde 1948, el fino velo retórico del panarabismo
protegió discursivamente a los palestinos de un ataque contra la idea misma de Palestina. Hoy, la
derecha global y sus manipuladores árabes han despojado a los palestinos de ese último reducto y
lo que intentan a toda costa es matar la idea misma de Palestina.

La idea de Palestina fue una de las falsas promesas del Estado árabe moderno. La actuación
desesperada y dispar de los árabes en la guerra de 1948 movilizó a aquel fatídico grupo de jóvenes
oficiales egipcios. Esos hombres, junto con sus homólogos de Damasco y Bagdad, se convertirían
en la vanguardia de un futuro revolucionario nunca realizado. Prometieron un futuro de igualdad
económica, política y social alimentado por el anticolonialismo, el tercermundismo y el socialismo.
Desde las orillas del Mediterráneo, del Nilo y del Tigris hasta el oasis de Guta, esos militares, los
padres fundadores, destruirían la promesa anticolonial que habían proclamado.

En su lugar cimentaron un autoritarismo resistente que encarceló al mismo pueblo al que el


nacionalismo árabe se había comprometido a liberar. Si uno se hubiera detenido a buscar entre los
maltrechos fragmentos de las promesas revolucionarias habría hallado la idea de Palestina. La
fraternidad autoritaria del mundo árabe la desentrerraría como una defensa de todos los
imperativos con los que no lograron cumplir. Los padres militares fundadores se sirvieron de
Palestina para probar que seguían creyendo en lo que habían prometido a unos súbditos indignados
por su pura hipocresía: la idea de Palestina simbolizaba la libertad y el anticolonialismo.

La fraternidad autoritaria de hoy en día ha acabado con los valientes y fallidos esfuerzos de los
revolucionarios árabes para reivindicar el futuro y difiere además de la de los padres militares de
antaño. Esta de ahora encuentra complacencia en la cohorte de líderes internacionales que quieren
aniquilar a sus opositores y esperan impunidad internacional. No se ven obligados a defender la
libertad de boquilla. La libertad es la antítesis de lo que tienen previsto en el presente y para el
futuro, e intentarán acabar con ella.

Por eso ya no aparece en la retórica de los Estados árabes la idea de Palestina. Puede que lo
lamentemos. Tiene consecuencias nefastas para la consolidación de la Nakba en que se ha
convertido la realidad palestina actualmente. Seamos claros: el futuro es sombrío. Pero tal vez
podamos retomar como han hecho tantos radicales en el mundo árabe y en otros sitios la lucha por

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la libertad, y volver a la idea de Palestina para fortalecerla ante el próximo combate. Mientras lo
hacemos, una pregunta devastadora nos ronda: ¿habrá perdido Palestina sólo a los Estados árabes
o también a sus pueblos?

Ibrahim Fraihat

Se han producido una serie de acontecimientos que sugieren el auge de relaciones entre Israel y
varios Estados del Golfo especialmente desde la llegada de Donald Trump al poder. Comenzó con
las reuniones en 2015 del ex general saudí Anwar Eshki con ex funcionarios israelíes como Dore
Gold, y con la posterior visita divulgada de Eshki a Tel Aviv. Hace poco Omán recibió al primer
Ministro israelí Benjamin Netanyahu en visita oficial, Emiratos Árabes Unidos recibió a la Ministra de
Deportes y Cultura israelí Miri Regev , Bahrein participó en una carrera ciclista en Jerusalén el Día
de la Nakba, y Qatar recibió a un equipo de gimnasia israelí y celebró con el himno nacional de
Israel que uno de sus atletas ganase la competición. Sólo Kuwait parece haberse opuesto
firmemente a cualquier forma de relación con Tel Aviv.

Aunque se prevén más encuentros en un futuro próximo, que se vaya a desarrollar una relación
sostenible y a largo plazo entre Israel y los Estados del Golfo está lejos de la realidad. Cuando los
Estados del Golfo se den cuenta de que lo único que consiguen con esa relación es legitimar
internacionalmente a Israel y deslegitimarse a sí mismos ante sus poblaciones nacionales puede
que vuelvan a sus posiciones iniciales. Lo cual sería una buena noticia para los palestinos porque
podrían beneficiarse de las relaciones con los Estados del Golfo sin la interferencia israelí.

La primera razón por la que la relación del Golfo con Israel está condenada es que no cuenta con el
apoyo de sus ciudadanos y ciudadanas y, por lo tanto, sigue restringida a los funcionarios
gubernamentales de ambas partes. Ni un solo país del Golfo la apoya a nivel popular. Al contrario,
hay figuras públicas próximas a sus gobiernos que han expresado abiertamente su indignación
ante las relaciones con Tel Aviv.

Se podría argumentar con razón que aunque los egipcios y egipcias nunca se han normalizado con
Israel las relaciones gubernamentales egipcio-israelíes se han seguido manteniendo, pero es que la
frontera de Egipto con Israel hace que el conflicto sea fundamental para la seguridad nacional
egipcia. No es el caso del Golfo, cuyos gobiernos generalmente perciben que lo que afecta a su
seguridad nacional son los acontecimientos con Irán y no con Palestina.

Además, la emergente alianza entre Estados Unidos, el Golfo e Israel no se asienta en una
asociación igualitaria -en términos de derechos, obligaciones y beneficios- sino en la manipulación y
la explotación. Los beneficios de Israel y de la administración Trump son reales mientras que los de
los Estados del Golfo son promesas o intuiciones. Hasta ahora Estados Unidos se ha beneficiado de
importantes ventas de armamento al Golfo, y ha abandonado sus obligaciones en el marco del
acuerdo internacional sobre la congelación del programa nuclear iraní ( JCPOA , en sus siglas en
inglés) a pesar de que Irán ha seguido manteniendo su compromiso. Por su parte, Israel ha
obtenido ventajas inéditas en la cuestión Palestina, como el traslado de la embajada de Estados

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Unidos a Jerusalén y los recortes de Trump de la ayuda estadounidense a la UNRWA. Asimismo está
consiguiendo que se quiebre el histórico boicot árabe a Israel considerado desde siempre como una
reserva estratégica palestina.

En contraste, el único beneficio de los Estados del Golfo es la percepción de que en algún momento
la alianza [estadounidense-israelí-Golfo] eliminará la amenaza iraní. Pero se trata de un objetivo
cuestionable. En primer lugar, Estados Unidos e Israel no ven incentivo alguno para arriesgarse a
nuevos enfrentamientos con Irán una vez que se materialicen sus beneficios. Y lo que es más
importante, no les interesa a largo plazo eliminar por completo la amenaza iraní porque la utilizan
para manipular a las petromonarquías. La amenaza permite a Estados Unidos, por ejemplo, seguir
siendo el único proveedor de seguridad a los regímenes árabes del Golfo. El mantenimiento de la
amenaza es aún más importante para Israel, que históricamente ha exprimido el compromiso
estadounidense con la superioridad militar de Israel en la región para que Estados Unidos le siga
suministrando tecnología avanzada. La "amenaza iraní" es el mecanismo que garantiza
el suministro continuo de fondos y tecnología militar de Washington a Tel Aviv.

Los Estados árabes del Golfo que se apresuran a edificar las relaciones con Israel están falsamente
convencidos de que el camino hacia el corazón y la mente de Trump pasa por Tel Aviv. No es más
que un mito que Israel exagera con eficacia especialmente ante esos países. Los Estados árabes del
Golfo deben tomar conciencia de que prestan servicios indispensables a Washington en bastas
materias como petróleo, antiterrorismo y bases militares, y por lo tanto no necesitan que nadie les
dé acceso a la Casa Blanca.

Pero es que además la relación no tendrá éxito simplemente porque ya se intentó antes y fracasó.
En 1995 Qatar abrió una oficina comercial de Israel para acabar descubriendo que no le aportaba
más que una pesada carga. La cerró en en 2009 y ordenó a sus funcionarios que abandonaran el
país.

La relación Golfo árabe-Israel está condenada también porque va en contra de los intereses de los
propios Estados árabes. Un Israel normalizado en Oriente Próximo competirá económicamente con
las ciudades como Dubai. Para Arabia Saudí la normalización no sólo deslegitimará su posición de
liderazgo en el mundo musulmán sino que provocará que los medios de comunicación iraníes
denuncien las relaciones de Riad con Israel, lo que dará a Irán preponderancia ideológica.

Finalmente, esa alianza no tiene anclaje institucional y el único poder que la mantiene unida es el
de Trump mientras esté en el cargo. Si las elecciones de 2020 llevan a un presidente demócrata a
la Casa Blanca se derrumbará todo el proyecto de "enfrentarse a Irán" y las partes
volverán a sus posiciones originales. Pero Washington y Tel Aviv mantendrán los beneficios reales
obtenidos mientras los Estados del Golfo se quedarán con las manos vacías. Habrán perdido las
cartas que una vez tuvieron para jugar un papel influyente en la política regional.

A pesar de este giro de los acontecimientos los palestinos no deberían abandonar a los Estados
árabes del Golfo porque eso beneficia al gobierno israelí. Los Estados árabes del Golfo tienen la

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oportunidad de volver a respaldar más sólidamente los derechos palestinos, así como de jugar un
papel más eficaz en la política regional. Además, los palestinos cuentan con aliados en el Golfo: la
gente común de sus países que jamás ha aceptado la normalización con Israel. Y son ciertos
sectores de los regímenes del Golfo y no los sistemas estatales en su conjunto quienes están detrás
de la colaboración con Israel. Por tanto, a los palestinos les conviene mantener relaciones tanto
diplomáticas como con los actores de la sociedad civil del Golfo para asegurarse de no perder un
actor clave en su lucha contra Israel.

Lubna Qutami

La trascendencia de los cambios producidos en la región árabe desde los levantamientos de 2011
ha planteado cuestiones decisivas sobre la relación entre la inconclusa lucha anticolonial y
descolonizadora en Palestina y las aspiraciones de libertad, justicia y de acabar con los regímenes
totalitarios que tienen las poblaciones árabes. Conforme los regímenes árabes reeditan una nueva
y quizás más ofensiva alianza de normalización política, diplomática, militar y económica con el
Estado de Israel vuelven a traicionar los anhelos populares de un cambio sustancial en sus propios
países. Por lo tanto, la humillación de los palestinos y de los árabes por parte de los regímenes
políticos, que actúan como guardianes del orden, va en paralelo.

La historia de los regímenes títeres no es nueva en el Sur global, y ciertamente no lo es en la región


árabe. Durante al menos 40 años varios países árabes han actuado en interés de las potencias
hegemónicas mundiales y no en interés de sus propios pueblos. En el caso de Jordania y Egipto, esa
decisión cristalizó en tratados de paz con Israel que pusieron fin a las perspectivas de confrontación
directa con el Estado israelí. Pero la cesión a la hegemonía regional sionista se produjo también de
otras maneras y también en países que no mantenían relaciones diplomáticas formales con Israel.

Lamentablemente, la clase política palestina cuya dirección contó en otro tiempo con miembros
que explícitamente criticaban a los regímenes árabes, se ha aliado oficialmente a ellos desde los
Acuerdos de Oslo de 1993, pero especialmente desde 2007, cuando la cooperación en materia de
seguridad entre palestinos e israelíes se intensificó de forma inédita. Aunque 2011 brindó una
oportunidad extraordinaria para llevar al primer plano la liberación palestina como parte de una
nueva fase de la historia árabe, a los palestinos, lamentablemente, les sorprendió mal preparados
para aprovechar el momento, en parte por la fragmentación interna de la vida política palestina
que se intensificó en 2006 cuando Hamás ganó las elecciones parlamentarias. Desde entonces, la
división entre Fatah y Hamás ha encallecido la fractura palestina, ha debilitado a los palestinos en
el panorama regional, ha dificultado la recuperación de una visión y un programa político
coherentes, y ha situado los intereses de las facciones y las lealtades geopolíticas y globales por
encima del proyecto de liberación nacional.

La paradoja hoy en día es que justo cuando las iniciativas internacionales para promover el Boicot,
la Desinversión y las Sanciones (BDS) a Israel son más eficaces, los palestinos siguen sepultados
por la coacción de las relaciones con israelíes y estadounidenses e incapacitados desde el punto de
vista geopolítico mientras los regímenes árabes intensifican su normalización con el Estado israelí.
La dimensión árabe de la lucha nacional palestina debe entenderse en el contexto de la división
entre los que están en el poder y los que lo desafían.

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En primer lugar, hay que entender la precariedad de la condición colonial palestina. El pueblo
palestino habita en una ontología de la Nakba en la que la vida, la tierra, las instituciones políticas,
la visión y el desarrollo de estrategias de los palestinos están sistemáticamente diezmados por el
asedio, el exilio y la aniquilación que atraviesa las múltiples fases de su lucha y los lugares físicos
de su resistencia.

Para los revolucionarios palestinos de los años cincuenta y sesenta que fundaron los partidos
políticos y más tarde el movimiento de los fedaye, la viabilidad y la necesidad de iniciar sus
operaciones políticas estando en el exilio significó formular su identidad y sus estrategias
nacionales de manera interdependiente con actores regionales e internacionales. Esta formulación
interdependiente de la lucha nacional palestina dirigida sobre todo por la OLP tras la guerra de
1967, significó que los palestinos contaran con un considerable apoyo de actores estatales y no
estatales regionales e internacionales, pero también que fueran vulnerables a los caprichos de las
re-configuraciones regionales y mundiales del poder. Con cada transformación regional y global, los
palestinos se han visto forzados a empezar de nuevo sin poder capitalizar su acerbo material y
político en un contexto de múltiples éxodos (desde Jordania, Líbano, Chipre, Túnez, Kuwait y, más
recientemente, Iraq y Siria).

Al intentar resolver esta precariedad, la corriente de pensamiento y poder político dominante


dentro de la OLP, anclada esencialmente en la dirección de Al Fatah, se tomó las cuestiones de la
autodeterminación, la independencia y la identidad de los palestinos literalmente, de tal manera
que tomó decisiones pragmáticas en su búsqueda de un Estado sin prestar atención a las trampas
de la condición del Estado y a sus subsiguientes disposiciones institucionales. Cada decisión vino

determinada por el pragmatismo más que por el marco, la ideología, los principios y una estrategia
premeditada para mantener o incluso conseguir una confrontación directa entre los regímenes
árabes e Israel. Después de 1974 este pragmatismo nacionalista se convirtió en el motor definitivo
de la estrategia en detrimento de los principios revolucionarios de interrumpir y des-normalizar la
permanencia e influencia de un Israel sionista en toda la región.

Aunque la OLP todavía no había abandonado la guerra de guerrillas y la resistencia armada como
métodos para adquirir poder, se hizo cada vez más vulnerable en la región como resultado de la
profundización de las relaciones entre los regímenes árabes e Israel y Estados Unidos. Durante su
estancia en Líbano y tras su exilio a Túnez en 1982, la OLP comenzó a depender de la diplomacia
internacional como principal estrategia para la creación de un Estado. Los Estados árabes tuvieron
que cooperar con la OLP para recaudar impuestos entre los palestinos que vivían dentro de sus
fronteras, y mantuvieron cierta ambivalencia a la hora de negociar acuerdos abiertos con Israel en
aras de mantener la credibilidad entre sus poblaciones. Pero la cooperación se volvió simbólica y
transaccional en lugar de seguir arraigada en un modelo de lucha conjunta para hacer frente al
expansionismo sionista.

A principios de la década de 1990, la OLP había sobrevivido a múltiples fases de derrota, éxodo y
pérdida en varios lugares de la región. Tras una primera Intifada sorprendentemente exitosa, los
israelíes se vieron finalmente obligados a negociar con la OLP. El pueblo palestino vio cómo la caída
de la Unión Soviética, la impotencia de las naciones árabes, la [primera] guerra del Golfo y la salida

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subsiguiente de unos 250.000 palestinos de Kuwait como consecuencia de que la OLP apoyara a
Sadam Husein, limitaron la capacidad de los dirigentes de mantener su lucha de resistencia
estando en el exilio.

El camino hacia los Acuerdos de Oslo, que marcaron la capitulación y la normalización oficial
palestina con Israel, comenzó mucho antes de 1993 y se vio profundamente influenciado tanto por
la precariedad derivada de la ontología de la Nakba como por el giro desesperado hacia un
pragmatismo nacionalizado como forma de superar la merma de poder de la dirección palestina y
su permanencia en el exilio. En esas condiciones, los dirigentes políticos palestinos tomaron
decisiones perjudiciales para su pueblo y adoptaron posiciones pragmáticas pero indignas cuando
se trataba de apoyar los derechos y la dignidad de sus hermanos y hermanas árabes.

Por todo ello, haríamos bien en cuestionar la afirmación ampliamente aceptada de que los árabes
abandonaron Palestina y a los palestinos. Más bien, la dirección palestina debería asumir la
responsabilidad que le corresponde por aquello sobre lo que sí tuvo control en el contexto de la
ocupación colonial y la desposesión, aunque valga decir que no fue mucho. Los regímenes árabes y
el establishment político palestino operaron en tándem para nacionalizar la causa palestina y
neutralizar a los países árabes en la confrontación con Israel. Al final, no existe división entre
palestinos y árabes sino entre las aspiraciones revolucionarias de los pueblos y los intereses de
quienes se apropian del poder político.

Autoras*

Nadine Naber, miembro de Al Shabaka, es profesora asociada del Programa de Estudios de Género
y de la Mujer y del Programa de Estudios Asiáticos Internacionales. Directora fundadora del Centro
Cultural Árabe-Estadounidense de la Universidad de Illinois en Chicago, Nadine es autora de Arab
America: Gender, Cultural Politics, and Activism (NYU Press, 2012). Es co-editora de los libros Race
and Arab Americans (Syracuse University Press, 2008); Arab and Arab American Feminisms,
ganador del Arab American Book Award 2012 (Syracuse University Press, 2010); y The Color of
Violence (South End Press, 2006). Ha trabajado con grupos como el Equipo de Defensa Rasmea
Odeh, USACBI, AROC, e INCITE y Women of Color against Violence. Actualmente es miembro del
consejo editorial del Journal of Palestine Studies, del Critical Ethnic Studies Journal, y de las
publicaciones de la Universidad de Nebraska y de la University of Washington Press.

Sherene Seikaly, miembro de Al Shabaka, es profesora asociada de Historia en la Universidad de


California, Santa Bárbara. Es editora del Arab Studies Journal, cofundadora y co-editora de Jadaliyya
e-zine, y miembro del consejo editorial del Journal of Palestine Studies. Su obra Men of Capital:
Scarcity and Economy in Mandate Palestine (Stanford University Press, 2016) explora cómo los
sectores capitalistas palestinos y los funcionarios coloniales británicos utilizaron la economía para
moldear el territorio, el nacionalismo, el hogar y los cuerpos. Ha publicado en revistas académicas
como International Journal of Middle East Studies y Journal of Middle East Women's Studies, así
como en las webs de Jadaliyya, Mada Masr y 7iber.

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Ibrahim Fraihat, miembro de Al Shabaka, es profesor de Resolución de Conflictos Internacionales en
el Instituto de Estudios de Posgrado de Doha, y becario en la Universidad de Georgetown.
Anteriormente ha sido miembro visitante de la Institución Brookings, y profesor en la Universidad
George Washington y en a Universidad George Mason. Su último libro es Unfinished Revolutions:
Yemen, Libya and Tunisia after the Arab Spring (Yale University Press, 2016). Ha recibido el Premio
de Alumnos Distinguidos de la Universidad George Mason (2014).

Lubna Qutami, miembro de Al Shabaka, es doctoranda en el Departamento de Estudios Étnicos de


la Universidad de California, en Riverside. Qutami también fue Directora del Centro Cultural y
Comunitario Árabe (ACCC) en San Francisco, así como fundadora, miembro y ex coordinadora
general internacional del Movimiento Juvenil Palestino (PYM). Fuente:
https://al-shabaka.org/roundtables/who-lost-the-arabs-regional-relations-with-palestine/

Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar


a las autoras, a la traductora y Rebelión.org como fuente de la traducción.

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