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La cultura del malestar

Susana Murillo1

Atravesamos un tiempo complejo y paradojal, pues en él conviven subjetividades


deshilachadas y aisladas, con otras que se unen para reclamar sus derechos, indignarse o
celebrar acontecimientos colectivos.

Sin embargo, al menos en las grandes ciudades, muchos son los que están atravesados por
la angustia, que suele trocarse en violencia contra sí mismo o contra otros. Violencia
doméstica, rencillas entre pares o entre personas que circulan por las calles. Violencia que
los medios de comunicación dominantes multiplican, generando así señales de alarma
social que profundizan una sensación de inseguridad existencial que tiene bases en capas
arqueológicas de las memorias colectivas. Arqueología en la que la muerte física o social
ha estado y está presente. Se trata de la violencia social, cuyas expresiones son diversas. En
esta perspectiva de análisis quisiera reflexionar brevemente acerca de algunas claves
genealógicas de esta cultura del malestar.

El neoliberalismo como cultura centrada en la construcción de angustia.

Con “cultura del malestar” me refiero al neoliberalismo, dado que este nombre invoca
mucho más que una teoría económica, tal significante alude a un complejo modo de
gobierno de los sujetos, a una verdadera cultura, que implica modos de ser en el mundo,
uno de cuyos signos fundamentales es la construcción del malestar, la constante sensación
de inseguridad, que expresa algo que se conoce como angustia. Este núcleo cultural que
atraviesa el mundo genera una forma de gobierno a distancia de los sujetos, en tanto esa
angustia flotante que suele traducirse con el significante “inseguridad” insta al
centramiento en el cuidado de sí, al olvido del prójimo, y por ende a la pérdida de lazos
amorosos. Este ensimismamiento produce a su vez, mayor malestar y profundiza la
angustia en los sujetos individuales y en las poblaciones, la cual a su vez agudiza la
violencia y con ello la angustia que se traduce en malestar. Se trata de un círculo vicioso
que es condición de posibilidad de innumerables padecimientos psíquicos

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Dra. En Ciencias Sociales, Mgr. En Política Científica, Lic. en Psicología y Porf. En Filosofía por la Universidad
de Buenos Aires. Docente e investigadora de la Facultad de Ciencias Sociales de la misma Universidad.
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Creo que se ha hablado del neoliberalismo como estrategia económica, pero entiendo que
debemos reflexionar profundamente sobre el neoliberalismo como una forma de cultura que
se instaló entre nosotros hace muchos años y que no es fácil desterrar, aun cuando muchas
de sus medidas hayan sido revocadas. La hipótesis fundamental que sostengo es que en la
cultura neoliberal el sufrimiento psíquico se configura como forma de gobernar a distancia
a sujetos y poblaciones.

El padecimiento psíquico es, en la cultura neoliberal, el producto de un modo de ser en el


mundo que tiene una profunda raíz hobbesiana y en ese sentido su núcleo radica en
prácticas centradas en la idea de que la sociedad es un juego de competencia entre
individuos esencialmente libres. Ahora bien, esta idea de liberad no alude al libre arbitrio
en relación a una ley universal, sino al sentido materialista de la potencia de cuerpos que
buscan la realización de su deseo subjetivo, el cual se traduce básicamente una necesidad
material de desarrollo sin obstáculo alguno. Esta libertad entendida como deseo
materialista es una libertad negativa respecto del otro, del semejante que se le enfrenta
como un cuepor dotado de libertad también potente. Así entonces, el concepto de libertad
individual remite a un medio vacío, a una ausencia de prójimos, pues requiere que no haya
obstáculos que se interpongan ante la búsqueda de utilidad en todas las acciones.

La centralidad de la muerte.

Este concepto de libertad negativa como núcleo de las relaciones sociales, sólo iguala a los
individuos en su posibilidad de desarrollar la propia potencia; lo cual lleva a la centralidad
que cobra la muerte, pues la libertad egoísta que opera en un medio vacío de prójimos, es
capaz de suprimir a través de diversas formas de muerte todo obstáculo a su interés y en
ese sentido es capaz de suprimir a la otra libertad que se le enfrenta.

En esta clave, la ley moral con sentido universal en el neoliberalismo es así suprimida de
hecho, pues toda ley universal supone la igualdad también universal, pero en el
neoliberalismo la igualdad contiene una contradicción mortal dado que tal concepto
implicaría su propia negación en tanto es igualdad de potencias egoístas lo cual supone que
el más fuerte puede suprimir o subordinar de diversos modos al más débil.
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Una consecuencia de ello es que en el neoliberalismo la desigualdad es asumida como


inevitable y necesaria condición de la sociedad humana.

Esto, que puede sonar a un planteo filosófico y por ende puramente especulativo, se ve sin
embargo confirmado en los hechos. En diversos textos y documentos se hace carne lo
arriba enunciado. Partiendo de documentos de la Comisión Trilateral fundada en el año
1973, hasta los producidos por organismos internacionales como el Banco Mundial,
pasando por recomendaciones de textos de autoayuda, nuevos grupos religiosos, programas
televisivos y corrientes en el área de la psiquiatría, la psicología, la economía y el
marketing; en todos ellos encontramos conceptos que conducen a configurar y afrontar una
cultura centrada en el deseo individual y en el cuidado de sí.

En esta clave, es menester reflexionar acerca del vínculo entre la muerte y la libertad
negativa de los individuos. Ellas tienen un núcleo: la competencia, que engendra
rivalidades, desconfianza y búsqueda del prestigio como médula del desarrollo de la propia
existencia. En la cultura neoliberal ese núcleo late en el corazón de toda relación social,
pues esa libertad individual es considerada y construida como si fuese la esencia misma de
todo ser social.

Esto tiene efectos en todos los aspectos de la condición humana.

A nivel afectivo, de la mano de la libertad entendida en sentido negativo, como libertad


egoísta, el prójimo desaparece y los lazos amorosos, se configuran en vínculos calculados.
Se conforma así un proceso de subjetivación donde las contradicciones entre el amor y el
egoísmo son exacerbadas hasta límites poco examinados. Las relaciones afectivas se
tornan frágiles y efímeras con el consecuente padecimiento psíquico que ello conlleva.

En el plano ético, en el neoliberalismo toda idea de ley moral no es nada más que un
cálculo razonado, en el cual se pospone un placer inmediato en relación a asegurar una
renta mediata, en ese sentido la ley moral desaparece y es reemplazada por la competencia
calculada en términos de medios y fines. La más profunda soledad sólo puede ser el
corolario de tal norma, Aun cuando los sujetos a través de diversas tecnologías que pueblan
las nubes del ciberespacio o en los rituales de encuentro gestados cuidadosamente por el
mercado exhiban una enorme diversidad de contactos sociales, están a menudo sumidos
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una horrenda soledad de la cual la mercadotecnia es sólo una máscara que oculta el espanto
de la indefensión.

En el aspecto cognitivo, esto tiene consecuencias, dado que el pensar por el puro placer de
hacerlo o el discurrir de modo desinteresado no es caracterizado una actividad razonable.
Pensar se torna en sólo anticiparse a lo que vendrá, como parte de un movimiento material
en busca del propio interés. La razón se convierte entonces en una pasión materialista que
va a la búsqueda del la satisfacción futura. De este modo los aspectos afectivos, cognitivos
y morales del psiquismo humano quedan atados a una carrera por el éxito, que exilia todo
lazo libidinal, toda alegría de estar con el otro por el otro mismo, así como todo júbilo por
una saber desinteresado y toda barrera de moral universal. Precisamente, en ciertas
corrientes psicológicas, el hacer desinteresado suele caer dentro de una presunta cuyo
rótulo extraño es “procrastinación” (Baumann, 2006). De modo que quien pierde su tiempo
de manera no calculada en forma razonable o acorde a los propios intereses cae dentro de
alguna de las figuraza de la denominada “anormalidad” o “patología”.

En esta carrera, finalmente el cuerpo padece y se expresa en síntomas diversos que los
trabajadores de la salud mental hoy conocen muy bien y que expresan esa angustia que
genera violencia contra sí o contra otros.

Como corolario de lo anterior, la cultura neoliberal ha desplegado una estrategia discursiva


centrada en la idea de la natural desigualdad de todos los seres humanos, en la cual la
competencia es en realidad la condición del ejercicio de la libertad.

Estas ideas desplegadas en prácticas concretas durante años han gestado otro efecto: la
construcción de un complejo dispositivo denominado “pobreza”, que tiene entre sus rasgos
fundamentales la criminalización de quienes no han sabido administrar su “capital humano”
de modo exitoso.

Algunos fundamentos teóricos de la cultura del malestar.

Esta cultura entonces tiene uno de sus núcleos en la modulación del deseo subjetivo, y, en
esa dirección sus fundamentos teóricos tienen algunos pilares centrales: ellos son la teoría
subjetiva del valor de Carl Menger (elaborada en 1871, al compás de la revueltas obreras en
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Europa); la teoría de la acción humana de Ludwig von Mises que en la escuela austríaca
retoma a Menger; la teoría del capital humano de Theodore Shultz y Gary Becker, figuras
de la escuela de Chicago y las actuales transformaciones de las formas clásicas de la cultura
neoliberal que se expresan por ejemplo en la denominada neuroeconomía.

La teoría subjetiva del valor fue esbozada por Carl Menger, en ella se avizora un pilar
fundamental de lo que más tarde tomaría el nombre de “neoliberalismo”. El autor austríaco
rechaza la teoría objetiva del valor según la cual la riqueza de las naciones radica en el
trabajo colectivo y parte de la denominada “teoría subjetiva del valor” que sostiene que la
estimación subjetiva de los hombres determina el valor de los bienes. Ella tiene un punto
central a ser considerado: el acento puesto en el deseo subjetivo leído en esa clave
materialista que más arriba mencionábamos. Con ello se corre la mirada de la economía
política hacia el incentivo de las acciones individuales en la búsqueda de saciar los propios
apetitos.

Como consecuencia de lo anterior, se plantea la necesidad de desplegar una teoría de la


acción humana. Esta teoría, elaborada por Ludwig von Mises (miembro también de la
escuela austríaca y uno de los pensadores más brillantes del neoliberalismo) analiza a la
estructura de la conducta de los seres humanos, en términos que él denomina “puramente
formales”, concepto que alude al hecho de que sus características serían las mismas para
todo tiempo y lugar. Ella consistiría en la vieja idea, de matriz hobbesiana, según la cual la
estructura de toda acción humana consiste en evitar el displacer, persiguiendo siempre al
menos el menor displacer; para ello se torna inevitable que ante cualquier fin buscado sea
necesario preferir unos medios y renunciar a otros, con el único designio de evitar el
displacer en la búsqueda del propio interés. Este análisis formal de la conducta humana, que
von Mises denomina “praxeología”, sostiene que los seres humanos, además de
naturalmente desiguales, son seres libres y racionales; ello los lleva a elegir y a tomar
decisiones en el mercado que pueden impulsar en cada caso el desarrollo personal o la
ruina, pero sea cual sea el resultado siempre éste depende sólo de la decisión racional
individual. La acción humana es siempre racional, pues siempre es deliberada y consciente,
así como efecto de la propia decisión individual. Con ello, desaparecen los
condicionamientos sociales del padecer psíquico. El dolor y la alegría son hijos de nuestras
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decisiones individuales, no de otra cosa. En 1949, ya vaticinaba von Mises que llegaría un
día en que la ciencia podría conocer el cerebro y saber de qué modo éste se halla
involucrado en las decisiones, de modo que la programación del cerebro podría ayudar a
que las decisiones de los humanos fuesen más racionales, lo cual significa, más acordes a
los movimientos del mercado, y con ello más placenteras o menos displacenteras. Veremos
más adelante como tal designio se intenta lograr en la última década. La pretensión del
carácter formal de la estructura de la conducta humana, apunta a universalizar esas
características de la condición humana, cuyo núcleo consistiría siempre y en todo lugar en
la búsqueda egoísta del propio interés.

En este entramado de ideas, todos los sujetos somos participantes del mercado y el
trabajador que concurre a él para ofrecer sus servicios, no obtiene en términos de este autor
y en particular de Gary Becker, un salario sino una renta que proviene del propio capital
humano. La acumulación de capital a través de la competencia, que no es sino el libre juego
de las desigualdades, es presentada como la única forma de progreso económico (von
Mises, 1968: 1008 y ss).

Por eso se afirma que el mercado constituye una democracia, más valiosa que la
democracia que surge de las urnas, pues en la democracia del mercado cada centavo da
derecho a un voto Y si los ricos tienen más sufragios que los pobres, nos dice von Mises,
tal desigualdad depende de una votación previa, ella deviene del hecho de que es rico quien
ha sabido escuchar y actuar abnegadamente en el servicio de los consumidores. Esto
supone que no puede concebirse sociedad sin competencia. En esa clave el Estado, debe
reducir su actuación a garantizar ese libre juego; toda interferencia en la búsqueda de
igualar a los sujetos por parte del Estado es vista como intervención dictatorial. Los países
más adelantados, que son los que forman la civilización europea blanca, son a juicio de von
Mises, aquéllos que han estimulado la competencia y evitado inútiles intervenciones
igualitaristas por parte del Estado (von Mises, 1968: 33). Lo mismo ocurre con los derechos
de los trabajadores, pues si el Estado desea interponer leyes para amparar sus derechos
obstaculiza la racionalidad de los empresarios que jamás actuarían arbitrariamente con sus
empleados pues entonces perderían a un buen colaborador. Todos somos productores y
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consumidores que podemos adquirir bienes en base al propio capital formado en base al
azar, el trabajo y la herencia.

La mencionada teoría subjetiva del valor y la de la acción humana se complementan con lo


que Gary Becker denominó teoría del capital humano. Ella proviene de la escuela de
Chicago, donde en 1959 Theodore Schultz afirmaba: “ésta es una simple verdad: que las
personas inviertan en sí mismas” (1959: 107). Esto debe hacerse como individuos y como
familias y a través de sus comunidades. Se trata de gobernar a los sujetos desde el propio
deseo que debe modelarse de modo tal que todas sus acciones lo conduzcan en cada
momento a ubicarse en posiciones más favorables en la competencia. Se trata de un poder
de autogobierno a partir del propio deseo. Autogobierno que no se basa en el respeto a una
ley universal de nivel moral, sino, en el cálculo egoísta que enseña a postergar el placer
inmediato en pos de los frutos mediatos. La teoría del capital humano extendió el concepto
de capital más allá de las meras transacciones económicas para incluir todos los aspectos de
la vida humana: la amistad, el amor, la educación, el ocio y a todos los individuos que
pueblan todas las esferas de una sociedad (Becker, 1993: 15). Los gastos que estas
actividades producen no deberían ser caracterizados como “consumo” sino como
“inversión” (Schultzs, 1959: 109). Del mismo modo que Hobbes, la escuela de Chicago
enseñó y enseña a conducir el propio egoísmo de la manera más exitosa en la competencia.
Las inversiones en capital humano responden a una lógica de costo- beneficio extendida a
todas las esferas de la propia vida. Donde cada uno debe efectuar los cálculos racionales,
preferir y renunciar en función de los propios objetivos.

Aplicación de esas ideas Mont Pelerin y trilateral

A esto que afirmamos se podría replicar: pero esas son sólo elucubraciones teóricas. No,
precisamente Ludwig von Mises vinculó el neoliberalismo alemán con el norteamericano y
es una de las figuras señeras de la sociedad Mont Pelerin, organizada en 1947. Esta
sociedad fue fundada por Friedich von Hayeck quien reunió a treinta y siete intelectuales,
entre los que se encontraban Milton Friedman y Karl Popper, ella se propuso redefinir el
rumbo que había tomado el liberalismo a través del keynesianismo y forjar un nuevo
liberalismo que tuviese como fin un plan que terminase con todos los planes del Estado.
Esta sociedad persiste hasta hoy día, se reúne regularmente en diversas ciudades del mundo
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En el año 2011 lo hizo en Buenos Aires y allí distinguió al Premio Nobel de literatura
Mario Vargas Llosa. La sociedad Mont Pelerin ha influido sobre las políticas
fundamentales que se han diseñado para el mundo a partir de 1973, fecha en que en Japón
se reúne por primera vez la Comisión Trilateral formada por empresarios y funcionarios de
ese país, EEUU y Europa occidental. Los documentos de esa organización, indican
precisamente la necesidad de transformar la cultura a nivel planetario, en el sentido en que
arriba se describía y ello en relación a modificar las funciones de Estado y de las empresas,
sobre la base del gobierno del mercado (The Trilateral Comission, 1998). Una de las
preocupaciones es, en los documentos de estas sociedades, los procesos en Nuestra
América y precisamente sus recomendaciones serán puestas en práctica a partir del mismo
año, 1973, por parte del gobierno que derrocó al Dr. Allende en Chile, el cual estuvo
asesorado por miembros destacados de la Escuela de Chicago, entre ellos Milton Friedman
(Klein, 2007)

El desbloqueo de la cultura neoliberal a nivel global.

Los fundamentos teóricos del neoliberalismo, si bien se han formulado desde fines del siglo
XIX, sólo hallaron oportunidad de desplegarse en políticas concretas en nuestro país a
partir de 1959, cuando desde la presidencia de la nación se tomaron varias medidas
económicas y políticas acordes a esas ideas (Frondizi, 1979), pero sobre todo a partir de
1976.

En el mundo, la década de 1970 favorecía el desbloqueo de la estrategia neoliberal pues


entonces se producía una profunda mutación en el sistema productivo que transformaría los
modos de trabajar, circular, consumir y comunicarse. Se trata de la denominada tercera
revolución industrial que dio a luz las Nuevas Tecnologías: biotecnología, nuevos
materiales y complejo electrónico. Esta transformación ha permitido prescindir de fuerza
de trabajo en todo el mundo, y está modificando la relación de los bienes comunes de la
naturaleza con los seres humanos.

Esta transformación productiva, que aquí no puedo desarrollar en profundidad, fue una
condición de posibilidad para que el neoliberalismo se implantara en Nuestra América y los
organismos internacionales comenzaran a tener influencia decisoria en nuestras soberanías.
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Así el Banco Mundial nos ha interpelado a “romper con la historia” y conformar una
cultura nueva.

La activa producción del olvido y la construcción constante de estímulos nuevos a los que
los sujetos deben adaptarse para sobrevivir están ligados a ese cambio de paradigma
tecnológico que se inicia en los años ’70 a nivel mundial. Ese nuevo paradigma productivo
tiene dos características fundamentales: el primero es la flexibilidad de productos a fin de
generar constantemente nuevos bienes que posibiliten a las grandes empresas posicionarse
en el mercado, pero la flexibilidad de productos, implica la de la procesos y ella la de
sujetos que deben adaptar sus conocimientos, habilidades, lealtades y emociones a esas
cambiantes exigencias del mercado, en tanto productores y en tanto consumidores. A esa
flexibilidad se le unen la integración de todos los aspectos de la vida humana a los vaivenes
del mercado.

Transformación cultural en Nuestra América.

Se iniciaba entonces para los latinoamericanos una transformación cultural, lenta pero
insidiosa, cuya base radica en la competencia, el centramiento en el cuidado de sí, la
interpelación al deseo y la desigualdad como condición natural. Pero estos rasgos en tanto
se encarnan en actitudes, conforman a la postre a seres que aun viviendo en ciudades
tumultuosas, están solos. El padecimiento psíquico es entonces su efecto inevitable. La
angustia es su más clara manifestación, pero la angustia como han mostrado médicos,
filósofos y psicoanalistas, es un temple de ánimo que no tiene un objeto definido, la
angustia es angustia ante la nada; ella flota libremente y se encapsula en diversos objetos y
puede trocarse en violencia contra sí y contra otros o puede esconderse tras el intento de
consumo infinito tanto de objetos como de sujetos que obturen el vacío de la nada. Sus
corolarios son, entre otros: adicciones diversas, intentos de suicidio, violencia verbal en las
calles o entre pares o familiares, formas irracionales de conducir vehículos.

Cuando el propio yo se conforma en el centro de sí mismo, la deriva lleva al padecimiento


psíquico cuyo destino final es alguna forma de muerte. Es en ese sentido que sostenemos
que la cultura del malestar es el signo de este tiempo y que su núcleo es la muerte como
amenaza constante.
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La neuroeconomía y el neuromarketing.

Sin embargo, no todo fue sometimiento pasivo; en Nuestra América la implantación de la


cultura neoliberal tuvo respuestas significativas durante los años ‘90, respuestas que tienen
hitos importantes en el año 2001. El neoliberalismo, como toda cultura se modifica a partir
de las rebeldías y genera, en respuesta, nuevos modos para intentar dominarlas. Así en el
año 2002 se le otorgaba el premio Nobel a dos economistas que habían gestado una
profunda innovación respecto del neoliberalismo en sus variantes clásicas: se trataba de la
emergencia de la neuroeconomía y su aplicación, el neuromarketing, disciplinas que vienen
a profundizar a la vez que a modificar parcialmente los principios del pensamiento liberal y
neoliberal, que han sostenido, tal como veíamos, que las conductas de los seres humanos
siguen un patrones de razonabilidad en sus elecciones. La neuroeconomía, basada en la
neurociencia corrige ese axioma, desdeña la idea de “homo economicus” y asume, lo que
denomina el “error de Descartes”. Esta disciplina nacida en el 2001 y que ya tuvo su
premio Nobel en el año 2002, sostiene, que la razón en los seres humanos está
profundamente involucrada con los sentimientos y por ende con el significado que los
hechos tienen para cada uno en cada circunstancia (algo que ya von Mises señalaba). En esa
clave de ideas, las elecciones, aspiraciones, motivaciones y acciones de los humanos no son
necesariamente racionales y, por ende previsibles. Ello estaría fundado en el hecho de que
la red neuronal ligada a las decisiones racionales funciona en relación a la totalidad del
sistema nervioso y por ende a los centros vinculados a las emociones, pasiones, recuerdos
y significados que los acontecimientos tienen para cada uno. La neuroeconomía y el
neuromarketing proponen estudiar en base a imágenes cerebrales a los sujetos en
situaciones diversas a fin de analizar cómo los diversos sectores del sistema nervioso
funcionan en el momento de tomar decisiones de diverso tipo. Con ello se avizora un
panorama en el cual las probabilidades de control se agigantan, pero además los
interrogantes aumentan.

Nuevas tipificaciones del padecimiento psíquico. El caso del DSM V

El proceso de subjetivación producido en la cultura del malestar emerge de la interpelación


a la competencia constante y al olvido de lo pasado para adaptarse al futuro. Estos
procesos están ligados a las transformaciones en el mundo del trabajo y a la mutación en las
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relaciones de los seres humanos con los bienes comunes de la naturaleza. Ellos generan
formas diversas de padecimiento psíquico que son complementariamente tipificadas por
organismos internacionales de salud y organizaciones de salud mental de los países
centrales. En síntesis y simplificando, se produce un círculo vicioso: esos organismos y
países impulsan a través de múltiples medidas la angustia constante en las poblaciones, y,
complementariamente tipifican los efectos de este padecimiento como “enfermedad
mental”, al tiempo que proponen para ello formas diversas de intervención, que, más allá de
las intenciones individuales, contribuyen a producir procesos de subjetivación cuyos efecto
fundamental es el egoísta cuidado de sí, raíz última del padecer psíquico en nuestra cultura,
sufrimiento que profundiza el gobierno a distancia de los sujetos.

Diversos son los ejemplos que pueden avalar esto. Tal el caso del conocido manual DSM
V, producido por la Asociación Americana de Psiquiatría y que comenzaría a difundirse en
mayo de 2013. Este texto ha sido criticado por diversos especialistas ligados a la escuela
sistémica, al psicoanálisis e incluso por profesionales que han participado en la confección
del DSM IV. Según distintos informes, el manual clasifica como desorden mental a casi
todos los aspectos de la vida cotidiana. En línea con los nuevos tipos de subjetividades que
las prácticas neoliberales reclaman y producen y sobre la base de la psicología cognitiva, el
neoconductismo y las neurociencias, el DSM V eliminaría las condiciones sociales del
sufrimiento psíquico y vincularía a éste a alteraciones cerebrales, que eventualmente
pueden ser activadas por estímulos. El acento sobre los padecimientos psíquicos no se
coloca en problemas sociales, exigencias laborales o relaciones vinculares, sino en las redes
neuronales, sobre las que pesaría una carga genética que puede o no activarse en relación a
estímulos diversos. Como consecuencia de ello, se establecen dos tipos de intervención
sobre los sujetos que suponen una profunda medicalización de las poblaciones: por un lado,
terapias focalizadas que tienden a la construcción de un yo fuerte, centrado en sí mismo, en
el cuidado de sí y por otro, el aumento de la ingesta de medicamentos que presuntamente
aminoran los efectos de estas nuevas “enfermedades”. Diversas asociaciones de psiquiatras
y psicólogos del mundo han hecho críticas a esta taxonomía que medicaliza todos los
aspectos de la vida. Al repasar buena parte de esas críticas se encuentra que uno de los
aspectos más censurados es la probable asociación entre este manual y las empresas
productoras de medicamentos. Esto es altamente plausible, sin embargo, estimo que es
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necesario no perder de vista un aspecto fundamental de esta medicalización de las


poblaciones: se trata del aspecto político del manual, esto es, de la consolidación de ese
gobierno a distancia de los sujetos del que hablábamos antes.

Atributos propios de la condición humana son transformados en patologías. 1) Así la


tristeza producida por situaciones de duelo si se excede en más de dos semanas y dificulta
el despliegue de las actividades habituales sería considerada una incipiente patología. Con
ello el fantasma de la muerte que domina agazapada debería ser exorcizado, o en realidad
ocultado; 2) lo mismo ocurre con la timidez que es considerada ahora una fobia social y
emparentada con desórdenes autistas; 3) o la rebeldía adolescente o infantil que es
presentada como criminalidad potencial. Éstas y otras presuntas patologías deberían ser
diagnosticadas y tratadas a través de ejercicios conductuales y/o medicamentos. Los sujetos
deshilachados por esta cultura del malestar, acuden en busca de ayuda. El DSM V les
ofrece una solución que sólo agudiza las condiciones de su padecimiento psíquico, en tanto
sólo tiende al ensimismamiento en el propio yo tratado como una fortaleza que debe
configurarse como inexpugnable.

Ello es resultado del despliegue de un arsenal de intervenciones que tienden a conformar su


yo en base a un antiguo criterio de salud, que desde las ciencias sociales ya se ha mostrado
desde hace décadas que es una forma política de producción y control de los sujetos y las
poblaciones: se trata del criterio de adaptación al medio como sinónimo de salud, o, en
otros términos la escisión entre normal y patológico. Donde “normal” en última instancia es
lo que responde o se adapta a la media esperada para la población, y “patológico” lo que se
separa de esa media y puede modificar el statu quo. Sin embargo, ese criterio de salud
vinculado a la normalidad, ligada a la adaptación y construido a partir del siglo XIX
adquiere matices nuevos que llegan al punto de la paradoja. El Manual DSM V al tiempo
que nombra a la salud como normalidad casi no deja emociones o actitudes fuera de la
patología potencial o real, con ello la psiquiatría y la psicología se conforman en vigías del
orden social global con una fuerza inusitada y la presunta normalidad sólo es un tipo ideal
que permite medir los grados de riesgo social. Se corrige de este modo el concepto de
normal y patológico tal como ellos se conformaron en la sociedad industrial. Si a partir del
siglo XVII y en particular del XIX durante la hegemonía del liberalismo, el dispositivo
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sexualidad se configuró en un parámetro para intervenir a nivel disciplinario sobre los


individuos y a nivel biopolítico sobre el control de las poblaciones (éste ultimo encuentra
un ejemplo en la eugenesia); si en ese contexto normales eran las conductas que se
adaptaban a lo esperable para la media de la población y la posibilidad de readaptación un
cometido de los “tratamientos” mentales o carcelarios, ahora esos conceptos se han
resignificado y con ello los modos de pensar e intervenir sobre la “patología”.

La patologización de la condición humana.

La cultura neoliberal construye al malestar, a la inseguridad, a la incertidumbre y a su hija


la angustia en signos de patologías diversas, complementariamente todos los aspectos de
la condición humana pueden caer dentro de algún modo de patología; pero al mismo
tiempo esta cultura produce el malestar de manera constante y deliberada. Por ende, se
desata un conjunto de intervenciones sobre todos los aspectos de la vida humana; en ésta, la
patología se torna algo cotidiano e inevitable y la denominada normalidad (como sinónimo
de adaptación al medio) se transforma en una idea reguladora (en el sentido kantiano de la
palabra), en un ideal que acicatea a todas las conductas y modos de intervención sobre la
condición humana. Se configura así una policía universal del psiquismo humano que opera
silenciosamente desde diversos lugares coadyuvando a la conformación y control del sujeto
centrado en sí mismo que la cultura neoliberal requiere. Un sujeto en el que un yo fuerte
debe enfrentar todos los desafíos que la competencia le plantea, al tiempo que ser lo
suficientemente flexible como para adaptarse a cambiantes y contradictorias situaciones en
las que la lealtad es sólo un valor ligado al sí mismo.

La condición humana cambia así de estatuto. Su ser es la patología y su deber ser


inalcanzable la búsqueda de la inasible normalidad.

Para el caso de Nuestra América, la Organización Panamericana de la Salud, sostiene que la


intervención sobre “enfermedades mentales” en América Latina y el Caribe es insuficiente
y que se da importancia a trastornos graves, pero que debe profundizarse la creación de
programas de “medicina conductual”, ellos deben centrar la mirada en el papel que el
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comportamiento juega en los problemas de salud y dar importancia a los especialistas en


ciencias de la conducta.

Los casos de la ingesta de medicamentos para modelar conductas por su parte son ya muy
conocidos. Por ejemplo, un estudio liderado por el Instituto de Neurociencias de Alicante y
publicado en el British Journal of Pharmacology afirma que la manipulación del sistema
endocannabinoide sirve para modular el exceso de impulsividad. Se experimentó con
ratones las acciones de dos fármacos cannabinoides y se sostiene que los mismos actuarían
moderando la impulsividad a través de su acción sobre esferas del cerebro. Así entonces, la
ingesta de estos medicamentos lograría que la impulsividad se mantenga en los límites de la
adaptación normal al medio, sostiene el estudio. El uso de medicación aplicada a niños o
adolescentes caracterizados como padeciendo déficit atencional es bien conocido. Su papel
en la producción de subjetividad y control de poblaciones ha sido profundamente estudiado
por la Dra. María Noel Miguez Passada quien ha probado cómo en Uruguay la
sobremedicación de niños a través de la droga conocida vulgarmente como “Ritalina”, está
destinada fundamentalmente a poblaciones carenciadas con vistas a sostenerlas en
pasividad (2010).

Cuando por diversas razones, las poblaciones no acceden a consultorios públicos o


privados de psiquiatras o psicólogos. Los medios de comunicación, los nuevos cultos
religiosos y los grupos de autoayuda de diverso pelaje ofrecen a las poblaciones diversas
recetas para lograr el tan preciado cuidado de sí. En una investigación realizada por
nosotros en Buenos Aires, encontramos notables similitudes entre las conductas impulsadas
por diversos grupos de autoayuda, así como por el conocido coatching ontológico en
sectores medios y prácticas estimuladas desde nuevos espacios religiosos para los sectores
populares (Murillo, 2005).

La pregunta fundamental es, sin embargo, cuáles son los efectos fundamentales que sobre
las subjetividades acorraladas por el malestar de la incertidumbre existencial hija de la
cultura neoliberal y denominada a nivel mediático como “inseguridad”, cuáles son los
efectos que sobre ellas tinen las promesas de un mundo feliz intoxicado de medicamentos y
recetas conductuales que intentan exorcizar el fantasma de la muerte. La respuesta parece
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ser hasta ahora un aumento de la violencia cotidiana que sólo profundiza la cultura del
malestar y que deniega lo más profundo de la condición humana.

Bibliografía:

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