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teoría feminista
Elsa Ivette Jiménez Valdez
“La mujer ya no quiere imaginar ni ser imaginada, sino acercarse a las cosas tal y como
son, con exactitud, para así romper el hechizo de su identidad construida y, lo que es más
importante, ejercitarse en la mirada, en tanto que ver le permite conocer; pues de la misma
manera que el lenguaje construye la realidad y el pensamiento construye el conocimiento,
la mirada construye el mundo. Sin ella el sujeto se convierte en objeto.”
Adriana Irún, 2005
Primera parte: Sobre los propósitos y temas de interés del feminismo
El feminismo según Rosemarie Tong es “al mismo tiempo una tradición de reflexión y un
movimiento social y político que ha tenido como finalidad describir, explicar y proponer
caminos de superación a las condiciones de explotación, segregación, subordinación,
discriminación, marginación, exclusión y violencia que han experimentado las mujeres en
las diferentes sociedades y a lo largo de la historia” (citado en Núñez 2009,36). Este
movimiento y propuesta teórica y política tiene sus antecedentes en la ilustración con las
aportaciones de mujeres memorables como Olympia de Gouges y Mary Wollstencraft. A
finales del siglo XIX y principios del siglo XX el feminismo dio un salto cuantitativo con el
movimiento sufragista que tuvo presencia en varios países; Inglaterra, Estados Unidos y
México fueron algunos de ellos. En la década de los 70s del siglo pasado se desató la
denominada tercera ola feminista que promovió la creación de clubes de concienciación de
mujeres y la sistematización de sus aportes teóricos y metodológicos. Desde ese momento
hasta ahora la producción académica feminista ha sido fecunda, dando pie a la aparición y
desarrollo de feminismos diversos: el liberal, el marxista, el radical, el de la diferencia, el
posmoderno, los del tercer mundo, por mencionar sólo algunos.
El movimiento feminista ha sido continuamente descalificado porque se le
considera demasiado “subversivo y radical”. Además existen visiones que lo equivocan por
completo cuando interpretan que su fin último es subvertir las relaciones de poder y
dominación en favor de las mujeres y en contra de los varones. Pese a estos mitos derivados
de una escasa información y formación sobre su historia y propósitos, el feminismo ha
tenido logros importantes en las últimas décadas: el reconocimiento del voto femenino y de
la responsabilidad de los Estados de combatir la violencia contra las mujeres, la mayor
escolaridad de las éstas, así como el incremento de su presencia en espacios laborales y de
toma de decisiones. En términos académicos, existe un mayor reconocimiento de los
estudios de género y feministas y en políticas públicas la igualdad entre hombres y mujeres
y la transversalización de la perspectiva de género han venido ganando terreno. Para tener
una idea rápida sobre los avances en la situación de las mujeres basta con identificar las
distintas oportunidades y posibilidades que tenían nuestras abuelas y madres y compararlas
con las que tienen las mujeres jóvenes hoy en día, esto es le debemos al feminismo.
Por supuesto, también se reconoce que estos cambios que se han venido dando en
las vidas de las mujeres están conectados con movimientos en las masculinidades. Por
ejemplo recientemente la Suprema Corte de Justicia del país calificó como discriminatorio
que sólo las mujeres trabajadoras tuvieran acceso a las guarderías entre sus prestaciones. De
fondo, lo que había es el reconocimiento público de que el cuidado de los hijos era tarea
exclusiva de las mujeres y ésta continuaba siendo su responsabilidad aunque ingresaran al
mercado laboral al lado de los varones. La resolución de la Corte, al conceder el derecho a
los hombres trabajadores al servicio de guardería le dio la vuelta a esta construcción
socialmente aceptada reconociendo que tanto hombres como mujeres son responsables de
atender a sus hijos e hijas.
Pese a estos avances todavía quedan temas pendientes de abordar en los espacios
deliberativos y de opinión para que terminen de identificarse otras problemáticas que
vivimos las mujeres y que se deriven propuestas y medidas que nos permitan promover los
cambios que necesitamos. Sobre todo, urge un cambio cultural que lleve a cuestionar y
desnormalizar situaciones que nos hemos acostumbrado a ver como cotidianas, que
pensamos que “siempre ha sido” o que “tienen que ser así” o en donde la perspectiva más
común es la de culpabilizar, doblevictimizar y pasar por alto a las mujeres.
Situaciones que ejemplifican lo anterior, es que junto con el reconocimiento del
derecho laboral de los varones al servicio de guardería, nuestro máximo órgano jurídico
declinó revisar la penalización del aborto, normativa que ha provocado el encarcelamiento
de mujeres indígenas que han sufrido un aborto espontáneo, la maternidad forzosa de
jóvenes y niñas víctimas de abuso sexual, mientras se sigue condenando a mujeres que
optan por interrumpir su embarazo a hacerlo en sitios clandestinos poniendo en riesgo su
vida, salud y libertad. Otro problema que no ha sido debidamente atendido es el de la
violencia obstétrica que padecen miles de mujeres a quienes en les han inducido a
practicarse cesáreas innecesarias, que son maltratadas por personal médico durante el parto,
o a quienes se les niega atención por ser pobres o ser indígenas y terminan por dar a luz en
el patio de una clínica de salud.
Aunque los ejemplos arriba mencionados son mexicanos, estas situaciones y otras
ocurren en todo el mundo. Hace unos días una nota periodística indicaba las molestias e
infecciones que han experimentado mujeres desplazadas en campos de refugiados al
carecer de instalaciones adecuadas para gestionar una higiene adecuada durante su periodo
menstrual. La nota se titulaba “la menstruación, la gran olvidada en las intervenciones
humanitarias.” En realidad lo que se olvida no es la menstruación –solamente- sino a las
mujeres, las particularidades de sus cuerpos y sus necesidades.
Segunda parte: La escritura social en el cuerpo de las mujeres
La selección de problemas numerados arriba no es azarosa, en todos emerge como
categoría central el reconocimiento de las diferencias y de las experiencias corporales de las
mujeres. Un análisis con perspectiva de género tendría que abordar el cuerpo desde dos
vertientes: desde una lectura externa que dé cuenta de los discursos sociales que se asignan
sobre los cuerpos de las mujeres y que inciden sobre él a través de la política, la moral, las
creencias, la socialización y las prácticas cotidianas y por otro lado, desde la manera cómo
nosotras mismas lo vivimos y nos lo apropiamos/ negociamos/ oponemos o confrontamos
desde nuestra propia perspectiva y praxis. Hablar sobre el cuerpo nos lleva de manera
natural a abordar el sexo y la sexualidad de los cuerpos de mujeres, ámbitos centrales de la
reflexión feminista.
Antes de avanzar es importante mencionar que en la teoría feminista el sexo se
refiere a las diferencias biológicas entre los cuerpos que derivan en la identificación de
machos y hembras de la especie humana, mientras que la sexualidad abarca las prácticas
sexuales y el comportamiento erótico de las personas. El género, por otro último, se refiere
a la categoría analítica que nos permite distinguir las construcciones culturales que se
asignan a los cuerpos sexuados. Es lo que determina que socialmente el rosa, el cabello
largo y rasgos como el romanticismo y la intuición se atribuyan a las mujeres, mientras que
el color azul, el cabello corto y rasgos como la racionalidad y la inteligencia se adjudiquen
a los varones.
Las académicas feministas iniciaron con el concepto de género para repudiar el
determinismo biológico que pretende una lectura ahistórica, inamovible y esencialista de
las mujeres, demostrando la gama de variación en construcciones culturales asignadas tanto
a la feminidad, como a la masculinidad (Hawkesworth 1999). De Barbieri (1997) identifica
que el género determina la vida social a través de tres procesos. El primero ocurre desde la
asignación de metáforas de género dualistas a dicotomías que poco tienen que ver con la
diferencia de sexo, como es el caso de los pares: rosa- azul, intuición- racionalidad,
doméstico- público, pasivo- activo, cuerpo- mente en donde un lado de la ecuación se
asigna a mujeres y otro a hombres, configurando a partir de ello una simbólica de género
que se hace presente en mitos, creencias religiosas, discursos públicos, publicidad,
literatura, etc. El segundo proceso tiene que ver con las consecuencias que tienen estos
dualismos de género en la organización de la actividad social, dividendo actividades
socialmente necesarias entre hombres y entre mujeres, en donde a unas les asignan trabajos
domésticos, del cuidado de niños, ancianos y sus parejas y a los otros aquellas actividades
que tienen que ver con lo público, y la toma de decisiones, esto se denominan roles de
género. El tercer proceso tiene que ver con la identidad individual que se construye desde
los discursos y prácticas sociales. Es así como muchos terminamos por creer que somos
más aptos para ciertas tareas o que éstas nos corresponden y no otras.
Hasta aquí, lo que hemos venido desmenuzando sobre el género, su simbolismo,
roles e identidades producen que desde que una persona nazca el dato sexual, es decir, la
presencia de un pene o una vagina tenga implicaciones en su identidad, en la configuración
de su proyecto de vida, incida en un mayor acceso o dificultad para integrarse a ciertos
espacios y tareas y repercuta en una mayor posibilidad de vivir ciertas formas de violencia
y discriminación. Todo esto viene dado por la lectura social sobre determinadas
características corporales a las que se suman otras categorías sociales que también se
inscriben en el cuerpo, como son el color de piel y la edad.
Pero ¿cuáles son algunas lecturas sociales que se inscriben en el cuerpo de las
mujeres? Dado que el género es un producto cultural, está determinado por el momento
histórico y sociedad que lo genera. Echemos un vistazo a algunas de las construcciones
vigentes en la sociedad occidental sobre el cuerpo femenino en donde hemos seleccionado
algunos aspectos que destacan por su crudeza: los feminicidios, la violación, la prostitución
y las exigencias actuales sobre belleza y juventud. Por supuesto, estos aspectos no agotan
por completo los discursos y lecturas sobre los cuerpos de mujeres, pero sí forman parte de
las representaciones vigentes en el espacio geográfico que habitamos.
Como ustedes saben, en México los últimos datos nos indican que cada día son
asesinadas cuatro mujeres ¿cómo leer este asesinato y abuso que en nuestro país ocurre con
alarmante impunidad y en números crecientes? ¿Por qué se asesina a las mujeres? Rita
Segato (2013) al analizar la ola de feminicidios ocurridos en Ciudad Juárez nos dice que los
cuerpos vejados, destrozados y torturados de mujeres fueron los medios por los cuáles
poderosos mafiosos trataban de demostraban que eran dueños de ese espacio territorial. El
asesinato de las mujeres no tenía que ver con ellas como individuos, sino con ellas por ser
mujeres y ser tener un cierto perfil, que las constituía víctimas necesarias para que éstos se
afirmen en un diálogo que tiene como interlocutores a otros hombres: sus pares. Así estos
asesinos a través de la violencia física y sexual infringida a las mujeres hablaban a sus
contrincantes, aliados, a los familiares, a las autoridades para dejarles claros sus recursos,
redes y poder.
La lengua del feminicidio utiliza el significante cuerpo femenino para indicar la posición de
lo que puede ser sacrificado en aras de un bien mayor, de un bien colectivo, como es la
constitución de una fratría mafiosa. El cuerpo de mujer es el índice por excelencia de la
posición de quien rinde tributo, de víctima cuyo sacrificio y consumición podrán más
fácilmente ser absorbidos y naturalizados por la comunidad (ibíd.., 34)