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CASAR BECCARIA, DE LOS DELITOS y DE LAS PENAS Estudio introduectorio de ‘SeRaio Gancta Raatez acsimla de la eda ‘enitalano de 176, seguida dela radueckin de Jun AyD DEAS Casas de 1774 FONDO DE CULTURA ECONOMICA ‘Méaco BaNDONAN los hombres casi siempre las reglas samiecin ‘mis importantes a la prudencia de un momento 0 la dscrecién de aquellos cuyo interés consiste en ‘ponerse a las leyes mas prévidas; y asf como del establecimiento de éstas resultarfan universales venta- Jas, resistiendo al esfuerzo por donde pudieran conver- tirse en beneficio de pocos, as, de Io contrario, resulta cen unos todo el poder y la felicidad y en otros toda Ja flaqueza y la miseria. Las verdades mas palpables desapazecen facilmente por su simplicidad sin llegar a ser comprendidas de los entendimientos comunes. No acostumbran é5tos a discurtir sobre 1s objetos; por teadicién, no por examen seciben de una vez todas las impresiones, de modo que s6lo se mueven 2 recono- cer y remediar el cimulo de desérdenes que los opti- ‘me cuando han pasado por medio de mil errores en las cosas més esenciales a la vida ya la libertad, y cuan- do se han cansado de suftir males sin ntimero. as historias nos ensedan que debiendo ser las le- yes pactos consideradas de hombres libres, han sido pactos casuales de una necesidad pasajers; que de- biendo ser dictadas por un desapasionado examina- dor de la naturaleza humana, han sido instrumento de las pasiones de pocos. La felicidad dividida enire et mayor mimero debiera ser el punto a cuyo centro se dirgiesen las acciones de la muchedumbre, Dichosas, pues, aquellas pocas naciones que, sin esperar el tardo ¥ alternativo movimiento de las combinaciones hiu- ‘manas, aceleraron con buenas leyes los pasos inter- ‘medias de un camino que guiase al bien, evitando de ‘este modo que la extremidad de los males les forzase a ejecutarlo; y tengamos por digno de nuestro reco- nnocimiento al fildsofo que, desde lo oscuro y despre- lado de su aposento, tuvo valor para arrojar entre la ‘muchedumbre las primeras simientes de las verdades tiles, por tanto tlempo infructuosas. ‘Conocemos ya las verdaderas relaciones entre el soberano y los sibditos, y las que tienen entre sf re- ciprocamente las naciones. El comercio animado a la vista de las verdades filoséficas, comunicadas por medio de la imprenta, ha encendido entre las mismas naciones una tfcita guerra de industria, la més huma- 1a y més digna de hombres racionales. fstos son los frutos que se cogen a la luz de este siglo; pero muy pocos han examinado y combatido la crueldad de las. penas y la irregularidad de los procedimientos cximi- rales, parte de la legislacién tan principal y tan des- ‘cuidada en casi toda Europa. Poguisimos, subiendo a los principios generales, combaticron los errores acu- mulados de muchos sighos, sujetando a lo menos con. quella fuerza que tienen las verdades conocidas el demasiado libre ejercicio del poder mal dirigido, que tantos ejemplos de friaatrocidad nos presenta autori- zados y repetidos. ¥ aun fos gemicos de los infelices sactificados a Ia cruel ignorancia y a la insensible in- dolencia, los barbaros tormentos con prédiga ¢ inti severidad multiplicados por delitos 0 no probados o quiméricos, la suciedad y los horrores de una prisi6n, aumentados por el més cruel verdugo de los misera- bles que es la incertidumbre de su suerte, debieran mover a esa clase de magistrados que guia las opi- nones de los entendimientos humanos, i inmortal presidente de Montesquicu ha pasado #é- pidamente sobre esta materia. La verdad indivisible ‘me fuerza a seguir las trazas luminosas de este gran- de hombre, pero los ingenios contemplativos para quienes escribo sabrén distinguir mis pasos de los suy0s. Dichoso yo si pudiese, como él, obtener las gra- cas secretas de los retirados pacificos secuaces de la razén, y si pudliese inspirar aquella dulce conmocién ‘con que las almas sensibles responden a quien sostie- ne los intereses dela humanidad. las leyes son las condiciones con que los hombres aislados ¢ independientes se unieron en sociedad, can- sados de vivir en un continuo estado de guerra, y de sgozar una libertad. que les era intl en la incertdurn- bre de conservarla, Sacrificaron por eso una parte de ella para gozar la restante en segura tranquilidad. La suma de todas estas porciones de libertad, sacrifica- das al bien de cada uno, forma la soberanta de una naci6n, y el soberano es su administrador y legitimo depositario, Pero no bastaba formar este depésito, era necesario también defenderlo de las usurpaciones privadas de cada hombre en particular. Procuran to- dos no slo quitar del deposit la porciéa propia, sino cusurparse las ajenas, Para evitar estas usurpaciones s© necesitaban motivos sensibles que fuesen bastantes 2 cae ccontener el énimo despético de cada hombre cuando ‘quisiere sumergir las leyes de Ia sociedad en su caos antiguo. Estos motivos sensibles son las penas esta- blecidas contra los infractores de aquellas leyes, Llé- ‘molos motivos sensibles, porque la experiencia ha de- ‘mostrado que la multitud no adopta principios estables de conclucta, ni se aleja de aquella innata general diso- lucién, que en el universo fisico y moral se observa, sino con motives que inmediatamente hieran en los sentidos, y que de continuo se presenten al entendi- miento, para contrabalancear las fuertes impresiones de los impetus parciales que se oponen al bien uni versal; no habiendo tampoco bastado la elocuencia, las declamaciones, y las verdades més sublimes para ‘sujetar por mucho tiempo las pasiones excitadas con Jos sensibles incentivos de los objetos presentes. ‘Toda pena (dice el gran Montesquieu) que no se deriva de la absoluta necesidad es tirinica; propos ci6n que puede hacerse mas general de esta manera: todo acto de autoridad de hombre a hombre, que no, se derive de la absoluta necesidad, es tirénico. Veis aqut la basa sobre la que el soberano tiene fundado, su derecho pasa castigar los delitos: sobre lz necesi- dad de defender el depésito de la salud publica de las particulares usurpaciones; y tanto mis justas son. Jas penas, cuanto es mas sagrada e inviolable ta segu- ridad, y mayor la libertad que el soberano conserva a sus stbditos. Consultemos el corazén humano y en- contraremos en él los principios fundamentales del verdadero derecho que tiene el soberano para casti- {gar los delitos, porque no debe esperarse ventaja du- rable de la politica moral cuando no esta fundada sobre los sentimientos indelebles del hombre. Cual- quiera ley que se separe de éstos encontrar siempre ‘una resistencia opuesta que vence al fin; del mismo modo que una fuerza, aunque pequetia, siendo con- tinuamente aplicada, vence cualquier violento impul- 80 comunicado a un cuerpo. Ningin hombre ha dado gratuitamente parte de su ibertad propia eon séio la mira del bien piblico: esta ‘quimera no existe sino en las novelas. Cada uno de nosotros queria, si frese posible, que no le ligasen Jos pactos que ligan a Jos otros. Gualquier hombre se hace centro de todas las combinaciones del globo. [La multiplicacién del género humano, pequetia por si misma, pero muy superior a los medios que la na- turaleza estéril y abandonada ofrecta para satisfacer a las necesidades, que se aumentaban cada vez mas entre ellos, reunié a los primeros salvajes. Estas pr rmeras uniones formaron necesariamente otras para resistrlas, y asi el estado de guerra se transirié del individuo a las naciones Fue, pues, la necesidad quien obligé a los hombres a ceder parte de su libertad propia: ¥ es cierto que cada uno no quiere poner en el depésito publico sino la porcién més pequefia que sea posible, aquella solo ‘que baste a mover los hombres para que le defiendan, EL agregado de todas estas pequetias porciones de thence ao ge de eed ees sab ae wigan

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