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VIDA

DB

S A N F ERN AN D O , R E Y DE E SPA Ñ A

/
Biblioteca del /[pofitolado de la

DE

S á l fSRHáHDO
R E Y DE ESPAÑ A

POR

U N SOCIO DEL A P O S T O L A D O DE L A PRENSA

MADRID
A D M IN IS T R A C IÓ N DHL APOSTOLADO DH LA HKKNSA

7 — San B e r n a r d o - ?
19 12
T ip . d el Sa g rad o Corazón.— S a o B ernardo, 7.
mmmmm
■<

Vida de San Fernando, Rey de España.

C A P ÍT U L O P R IM E R O

antecesores do San Fernando.

heroico esfuerzo realizado por las hues­

t
te s del gran P e la y o en las m ontañas de
C ovad onga d ió por resu ltad o la form a­
ción, prim ero, de lo s reinos de A sturias
y de G alicia, y después la de lo s d e L e ó n y C ast
lla, pudiendo con ju sticia el rey A lfo n so V I I usa
e l título de em perador d e E sp a ñ a , p o r ser su s E s ­
tados los m ás pod erosos d e los q u e, re c o n q u ista-.
d o s tam bién por los cristianos, existían y a en
otros ám bitos de la península ibérica, en A ragó n ,
N avarra y Cataluña.
E l reinado del m encionado m onarca fu é glorio­
so para la s arm as cristianas; pero al m orir come­
tió el error en que y a había incurrido su abuelo,
F ern an d o I , de d ivid ir su s reinos entre su s hijos»
retrasan d o así la unidad d e la p atria española y
.6 V ID A D E SAN' F E R N A N D O
>__
creando e n tre los m iem bros m ás allegad o s de su
prop ia fam ilia em ulaciones y enem istades que
sólo podían ap ro vech ar á los m ahometanos in va­
so res.
A lfo n so V I I dejó e l reino de L eó n á su hijo
Fern an d o II, y el de C astilla á San ch o I I I, y aun­
q u e no dejaron am bos d e te n e r su s desavenencias
á causa del d eseo d el prim ero de unir en su mano
los cetros de dichos d os reinos, viviero n en rela­
tiv a paz durante el breve reinado del segundo,
quien dejó a l m orir, com o heredero de menor edad,
á su hijo A lfo n so V I I I , que andando el tiem po ha­
b ía d e h acer g lo rio so su nom bre con la gran v ic ­
to ria ob ten id a sob re los sarracen os en las N avas
d e T o losa.
E ntonces e l re y de León trató de q u ita r e l tro­
no á su sobrino, entrando en son de guerra en su
reino y fom entando la s rebeldías de algunos no­
b le s de Castilla, hasta q u e, saliendo A lfon so V I I I
d e la m inoría, se h alló en disposición de sostener
al frente de su s tropas sus derechos.
E l re y Fern an d o II contrajo matrimonio con
D . ‘ U rraca de Portugal, hija del m onarca lusitano
A lfo n so E nríquez, y de ella tu vo, en tre otros, á
D . A lfonso, que heredó su reino con la denom ina­
ció n d e A lfonso I X .
E l m atrim onio de D . Fern an d o II y d e doña
U rraca fué disuelto por e l Papa, pues am b os cón­
y u g e s eran parientes en tercer grad o , pero A lfon­
so I X fué legitim ado, y de este m odo pudo su ce ­
d e r á su padre.
C asó á su vez A lfonso I X en prim eras nup­
c ia s, el año 1 190, con D .a T e re sa , hija d el rey de
Portugal D . Sancho I, y de este matrimonio tu vo
tr e s hijos: D . Fernand o, q u e m urió en 1 2 1 4 ,
D .1 San ch a, m uerta en o lo r de san tid ad en 12 70 ,
y D .a Dulce. M as la circunstancia del parentesco
q u e m ediaba entre D . A lfonso y D .a T e re s a dió
ocasió n á que e l P a p a anulase tam bién e ste ma­
trim onio en 119 0 , com o anteriorm ente h a b í. an u ­
lado e l d e su padre, Fern an d o II, con D .a U rraca
d e Portugal.
R ein ab a á la sazón en C astilla, com o y a hem os
d ich o, A lfonso V I II, y com o su prim o el d e León
no había abandonado las pretensiones de su padre
sob re aquel reino, fueron m uchas y g rav es las d is­
c o rd ias que entre am b os se prom ovieron, con
gran detrim ento para las arm as cristianas, pues
lo s agarenos se aprovech ab an de tan lam entables
d esaven en cias p ara reh acerse de los pasados que­
b ran to s, y aun para recu perar algu nas de las pla­
zas q u e les habían sido tom adas por los cris­
tianos.
E n e sta situación, D .a L e o n o r de C astilla, esp o ­
s a de A lfo n so V I I I , pensó poner térm ino á la gu e ­
rra que se hacían los monarcas castellano y leo­
nés por m edio de una alianza m atrim onial, y para
ello gestionó la boda de su hija B erenguela con
A lfo n so I X de L e ó n , cu yo p rim er m atrimonio,
com o y a hem os d ich o, h abía sido anulado por
e l Papa.
A vín ose gustosam ente á ello e l de L e ó n , pero
no así A lfo n so V I I I de C a stilla , á quien repugnaba
dicho enlace, no sabem os si por m alquerencia á su
prim o, ó atendiendo al grad o de parentesco que
entre su hija y A lfonso I X existía. N egó, pues, su
consentim iento al m atrim onio, m as D .a L e o n o r de
C astilla, m ás atenta al deseo d e reconciliar á los
d os reinos que á toda otra consideración, escribió
al re y de L e ó n para que fuera á V allad o lid , donde
le esp erab a con su hija, y allí se verificó e l m atri­
m onio, según algunos h istoriadores, en D iciem bre
d el año 1 19 7 .
A n te el hecho consum ado resignóse e l re y de
Castilla, aunque siem p re m iró con prevención in­
ven cib le á su prim o, con vertid o en su yerno, y
con m ayo r m otivo cuando, andando el tiem po,
tu vo tan triste d esenlace aq u el m atrim onio, en el
que su m ujer, D .a L e o n o r, h abía fundado tan ri­
sueñas esperanzas
D el enlace m atrim onial de D . A lfon so I X de
L e ó n con D .a B eren gu cla de C astilla nacieron el
santo rey D . Fern an d o , c u y a gloriosa vid a vam os
á narrar; D . A lfo n so, señ o r de M olina; D .a C ons­
tancia, religiosa que fué de las H uelgas de B u r­
go s; D .;‘ B erengucla, que casó con Ju a n , re y de
Je ru sa lén , y D .* L e o n o r, q u e m urió en la infan­
cia y fué sep u ltad a en la iglesia d e San Isid oro,
d e L eó n .
E ra , p ues, San F ern an d o biznieto p o r am bas lí­
neas de A lfo n so V I I e l E m perador, y nieto por
línea paterna d el rey F ern an d o II de L e ó n , y por
línea m aterna de D . S an ch o III de C astilla, aun­
q u e sus d erechos á la coron a de e ste reino eran
m uy eventuales, p ues A lfo n so V I I I de C astilla, á
m ás de D .a B eren g u cla, tu vo m uchos h ijos, varo­
n es y hem bras, sobrevivién d o le D . A lfo n so y don
E n riq u e, m ereciendo especial m ención otra hija,.
D .a B lanca, m ás tarde m adre de S an L u is, re y de
F ra n c ia , y , por tanto, prim o su yo y no sobrino,,
como dicen con erro r evidente algu nos historia­
dores.
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C A P IT U L O II

D udas sobro el lu gar y la focha do su nacim iento.—


S u s prim eros años y educación.—E l P ap a disuel­
ve e l m atrim onio do su s padres.

se sab e á punto fijo acerca d el lugar


^SRtólr donde nació S an Fernand o, y no hay
tam poco com pleta segu rid ad acerca de la
I W Y fecha e x a c ta de su nacim iento.
S o b re e l p rim er e x tre m o , dice e l P. R ivad e-
n e ira en su F lo s Sanctorum que son m uchos los
lu g a re s que se disputan la honra de h aber sido
p atria del santo R e y , pues los de G u ad alajara dicen
<jue nació en una torre su y a , llam ada p o r esto
T o rre d el In fan te; otros sostienen q u e nació e n un
m onte, entre Zam ora y Salam anca; hay quien so s­
tiene que nació en T o ro , m uchos que en L e ó n , de
todo lo cual se infiere, añade e l religioso historia­
d o r, que D io s quiso se ignorase el lu gar d e su na­
cim iento para que, no sabiénd ose su patria en la
tierra, se considerase que e ra un rey ven id o del
cielo.
Ju a n B olando y e l P . A lvarez dicen q u e nació
en un m onte entre Zam ora y Salam an ca, p ero dis­
crepan en lo que se refiere á la fecha de su naci­
m iento, p ues m ientras el prim ero lo fija en tre los
añ os 1 1 9 7 y 1 1 9 8 , el segu n d o dice q u e nació el
año 1 2 0 1 , y é l m ism o se rectifica en otro lugar, d i­
ciendo que las b o d as de D .' B eren g u ela se cele­
braron en 1 2 0 1 , y que al año siguien te, 12 0 2 , dió
á luz á su prim ogénito San Fernando.
E l capellán d e reyes D . F ran cisco R odríguez
Zap ata, otro d e los b ió grafos del santo R e y , dice
q u e éste nació en la serranía que e x is te entre Z a ­
m ora y Salam an ca á fines de 1 1 9 9 ó á principios
d el siguien te, en e l m ism o sitio ad on d e S a n F e r ­
nando, siendo y a rey de L e ó n , trasladó el m onas­
terio d e V alp araíso , de la O rden del Cister, y aña­
de que fué bautizado en la ig lesia M ayor de León.
M as com o lu ego afirm a que e l S an to tenía diecio­
ch o años cuando fué coronado en N ájera como
re y d e Castilla, resulta q u e no pudo nacer á fines
d e 119 9 , sino todo lo m ás al principio, y en n in ­
gún caso en el año 1200.
Pero tod avía no paran en esto sus contrad iccio­
n es, porque m ás ad elan te cop ia las inscripciones
antiguas del sepulcro d el santo R e y , y en ellas se
v e q u e «San Fern an d o , tercero de nom bre y p ri­
m ero en la fam a, nació el año d e nu estra salud
restituid a m il ciento noventa y ocho».
N a d a dice la C rónica del santo R ey Fernando
acerca de la fech a y lu gar d e su nacim iento, ni
tam poco arro ja luz algu n a sobre este extrem o el
proceso d e su canonización, pues lo om itieron los
num erosos testigos que en él d eclararon , y el úni­
c o que dice algo relacionado con e l asunto d e que
tratam os es e l licenciado A lfo n so Sánchez G o rd i-
11o ,
al d eclarar que San F ern an d o «fué natural de
estos reinos de E sp a ñ a >; que nació en L e ó n , y que
en 12 3 0 , cuando tenía dieciocho años, fué elegid o
re y d e C astilla por m uerte de D . E n riq u e, herm a­
no de D .* Berenguela.
Con lo cual aum enta la confusión en vez de d i­
siparla, pues de ser cierto que en 12 3 0 tenía San
Fern an d o diecioch o añ os, tenía que haber nacido
e l año 1 2 1 2 , aunque bien se ve que esto e s un
error nacido de haber confundido e l año de su
p roclam ación com o rey de C astilla con su subida
a l trono d e L e ó n por m uerte d e su padre A l ­
fonso I X .
E l A rzo b isp o D . R o drigo , h isto riad or d el santo
R e y , se lim ita en este punto á decir que «fué bien
nacido», y en las biografías de S a n Fern an d o que
se conservan en la Biblioteca C olom bina nada se
d ice acerca d e la fecha de su nacim iento.
N o obstante, partiendo de la fech a fija de 1 2 1 7 ,
en q u e fué proclam ado re y de C astilla, y d el dato
en que casi todos los h isto riad ores convienen de
q u e S an Fern an d o tenía entonces diecioch o años,
p u ed e colo carse la fecha de su nacim iento entre
lo s años 1 1 9 8 y los com ienzos d e 11 9 9 , m ás bien
en e l prim ero de los m encionados años q u e en el
segundo, p ues al afirm ar dich os h istoriadores que
tenía diecioch o añ os, im plícitam ente manifiestan
q u e los había ya cum plido, p o r 110 s e r otra la cos­
tum bre establecida en caso s sem ejantes.
L o m ism o puede d ecirse en lo referente al lugar
d e su nacim iento; la m ayoría de los historiadores
convienen en que nació en un m onte situ ad o entre
Z am ora y Salam an ca, circun stancia que concurre
en el lugar donde m ás tarde se estableció el m o­
nasterio Cisterciense de V alp araíso, y que da gran ­
d e s viso s de exactitu d al relato que hace el m aes­
tro FIórez en su s M em orias sob re las reinas católi­
ca s, y e s com o sigue:
« E l sitio— dice el citad o Flo rcz— e stá bien no­
tado con un m onasterio C istercien se que el mismo
S a n Fernando fundó á su s ex p e n sas en el mismo
lu gar donde nació, llam ado h oy V alp araíso , nom ­
b re que e l S an to autorizó, p roh ibien do el antiguo
d e Belfonte ó Peleas, que tenía el m onasterio fun­
d ado antes allí cerca y trasladado a l sitio que h oy
tien e V alp araíso por S an Fern an d o , siendo re y de
Leó n , como consta por su cédula real, dada en
A v ila á 2 de N oviem bre d el año 1 2 3 2 . E n e ste real
m onasterio tiene D ios culto m uy de su agrado, y
e l d el santo R e y se celebra con particular solem ni­
d ad d esd e el d ía que llegó la noticia de su canoni­
zación, no sólo por reedificador y d otador, sino
p o r la especial circunstancia de haber nacido allí
en el sitio donde colocaron el altar m ayor. T o do
esto , con otras particularidades, consta por d ocu ­
m entos del m ism o m onasterio. *
P o r últim o, el P . C roisset afirm a rotundam ente
que San Fern an d o «nació en 1 1 9 8 en las m ontañas
e n tre Zam ora y Salam an ca, en el punto donde se
fundó el m onasterio d e V alp araíso*.
L a m isma ob scu rid ad que e x is te en lo referente
a l lugar y fecha d e su nacim iento se e x tie n d e á lo
referente á los prim eros años d e su existen cia,
pues únicam ente se sab e que su m adre, D .a B e-
rengúela, le infundió los sentim ientos de piedad
q ue atesoraba su corazón, criándole en el san to te­
m or de D io s y en la práctica de todas las virtu d es
cristianas. M a s la m ovilidad d e la corte real en
aqu ellos tiem pos de continuas gu erras, que no
perm itía á los m onarcas residir largo tiem po en
una m isma ciud ad , ha sido causa indudablem en­
te de que no e xistan porm enores que n os per­
mitan apreciar día por día los progresos q u e el
santo r e y hizo en la virtu d , au n q u e m uy notables
debieron ser cuando m ereció que un S an to tan
grande com o San Ju an de M ata, fundador de la
O rd en de la Santísim a T rin id a d , fijase en él sus
m iradas y d iera testim onio de su p redestin ación á
la eterna bienaventuranza. E l h ech o ocurrió en
B urgos, siendo e l príncipe Fern an d o d e corta edad,
y de él fu é testigo toda la corte, ante la cual el
santo fundador de los T rin itario s anunció que
aquel niño daría m ucha gloria á D io s y días de
gran ven tu ra á su s reinos.
L a s felices disposiciones del santo niño fueron
com o la tierra fértil d el E v a n g e lio , en que cayó la
buena sem illa de la s enseñanzas, exh o rtacio n es y
ejem plos de la e g regia D .a B eren g u cla , destinada,
a l igual de su herm ana D .;' B lan ca en F ran cia, á
d a r á E sp añ a un santo rey.
S u ardiente piedad supo in cu lcar en el tierno
corazón de su hijo una tiernísim a devoción á la
Santísim a V irg e n , y de ella dió testim onio durante
toda su vid a e l santo m onarca, que nunca se sepa­
ró de una im agen de la R ein a de los cielos, lle­
ván d ola siem pre consigo com o celestial C apitana

de sus ejércitos, y en sus continuas expedicion es


contra los infieles.
Inculcó tam bién á su hijo la reina D .a Berengue-
la un extrao rd in ario esp íritu d e mortificación, no
só lo e x te rio r, sino interior, y realm ente p od ía ser
m aestra en tribulación quien com o ella p asó por
e l triste trance de v e r d estruido e l h ogar q u e ha­
b ía constituido con su esp oso, A lfo n so I X , á los
p ocos añ os d e form ado.
Y a hem os dicho, al tratar de los ascendientes de
S a n Fernand o, que el padre d e é ste era prim o d el
r e y de C astilla A lfonso V I II, y tío, por consiguien­
te, de la hija de dicho m onarca castellano, con
q u ie n contrajo segund as nupcias p o r h aber sido
anulad o por el P a p a su prim er m atrim onio con
D .a U rra c a de Portugal, y e l p arentesco que los
u n ía no fué uno d e los m enores m otivo s que im ­
pulsaron a l p ad re de D .a B erengu ela á no v e r con
b u en o s ojo s dicho enlace.
C rey ó se , sin em bargo, y d e e sta opinión fueron
r.o pocos Prelad os, q u e el P ap a d ispen saría este
parentesco en atención á la s razones de E stad o
<jue m ilitaban en favor d e una boda q u e ponía
térm ino á disensiones de los d os rein o s m ás pode­
rosos d e E spañ a, c u yo s esfuerzos m ancom unados
habrían de contribuir al aniquilam iento d e la d o­
m inación m usulm ana, decaden te y a hasta el punto
<ie sostenerse, m ás que p o r su s propias fuerzas,
p o r la desunión d e los príncipes cristianos de la
p enínsula ibérica.
M as el ab u so q u e se había hecho de los m atri­
m onios entre parientes, con m enosprecio de la au­
toridad pontificia, era y a tan gran de, que el Papa
Inocencio I I I d ecidió p on er térm ino de una mane­
ra enérgica á tam aña irregularidad. Y á este fin en­
v ió á E sp añ a á su L e g a d o , e l C ard en al R ainerio,
p ara que procediese á la anulación del m atrim onio
d e D . A lfo n so I X d e L e ó n y de D .a B erengu ela
d e Castilla.
G rand e fué la aflicción d e am b os esp oso s a l c o ­
nocer la determ inación del P ap a, y tales y d e tal
peso fueron las razones que exp u siero n a l C a rd e ­
nal L e g a d o , que é ste acced ió á suspend er las cen­
suras con que el soberan o Pontífice había conm i­
nado á am bos contrayen tes si no se sep araban en
e l acto, m ientras los Prelad os de T o led o , Palencia
y Zam ora, com isionados respectivam ente p o r los
re y e s de C astilla y L e ó n , regresaban de Rom a,
ad on d e se trasladaron p ara im petrar de Inocen­
cio I I I la dispensa del p arentesco d e D . A lfonso y
D .a B eren g u ela y la aprobación de su matrimonio,
en atención á q u e d e ella dependía la paz d e am ­
b o s reinos y la m ás p ron ta destrucción del p o d er
m ahom etano en E sp a ñ a .
N o correspondió e l é x ito de e sta em bajad a á los
d ese o s de los que la habían enviado, p u es el Papa
Inocencio I I I m antuvo su resolución, y lo único
á que accedió fué á legitim ar los cin co h ijo s que
D . A lfo n so y D .a B erengu ela habían tenido en su
m atrimonio.

V ID A DB SAN PBBNANDO 2
C A P IT U L O III

D e cómo llegó San Fernando á sor roy do C astilla.

anu,ac'^ n ^ matrimonio de D . A lfon-


Sjj4 ii i p so I X d e L e ó n y de D .a B erengu ela de
5 S C astilla reintegró á ésta en la corte d e su
I m padre y fuó causa d e que la virtu osa prin­
cesa se viera sep arad a de s u h ijo S an Fernando, á
quien el m onarca leonés se llevó á su s E stad os
com o heredero ju rado de los m ismos.
D o lor gran de causó e sta separación á la madre
y al hijo, m as convenía á los p lanes de la P ro vi­
dencia que e l que había nacido para re y fuese en
aquellos tiem pos de continuas gu erras adiestrado
en e l ejercicio de las arm as, una vez adquiridas
con la enseñanza m aterna las virtu d es que necesi­
tab a para ser santo.
Partió, pues, para L e ó n S a n Fern an d o , y que­
d ó se doña B erenguela en C astilla; y providencial
fué tam bién esto, porque la estancia de la egregia
d am a en la corte d e su p ad re A lfonso V I I I facilitó
la unión d e los d os reinos de Castilla y de L eó n
cuando todo parecía h ab erlos separado por largo
e sp acio de tiempo.
T o ca b a á su térm ino el reinado de A lfo n so V I I I
de C astilla, el ven ced o r d e la m orism a en las
N a v a s d e T o lo sa . M uerto su prim ogénito, le que­
d ó un solo hijo varón llam ado E n riq u e, niño de
c o rta edad é incapaz, por tanto, de re gir los d e s ­
tinos d el reino.
P ero q ued ábale tam bién D .a B eren guela, cu yo
entendim iento y dotes de gobierno igualaban á
su s virtudes, y á ésta, en unión d e su m adre doña
L e o n o r, confió la tutela de su hijo m enor al cono­
c er que se acercaba la hora de su m uerte. V e in ­
tiséis días después bajó tam bién al sep u lcro la
viuda de A lfo n so V I I I , quedando de única regen ­
te D .a Berenguela, q u e no sólo tu vo que hacer
frente á las pretensiones d e A lfon so I X de
L e ó n , su m arido, á la corona de C astilla, sino
á los bandos prom ovidos p o r la poderosa familia
d e los L a ra s, que aspiraban á apoderarse d e la
p ersona del re y m enor para gobernar en su
nom bre.
L u ch ó D .a B eren g u ela denodadam ente contra
tantas am biciones; m as com o los d istu rbios cre­
cían, am enazando d estruir e l reino, tuvo necesidad
d e entrar en tratos con el cond e A lvaro N úñez de
L a ra , accediendo á q u e éste se encargara de la
persona del rey niño, después de haber hecho ju ­
ram ento en m anos del A rzobispo D . R o d rig o de
respetarla com o á R egen te, en presencia d e todos
lo s grandes del reino, so pena d e s e r tenido por
traidor.
M as no obstante esta solem n e prom esa, así que
e l de L a r a tuvo en su p o d er al re y E n riq u e, salió
con 61 de B u rgo s, y procediendo com o si fuera el
go b ern ad or d el reino, com enzó á d istrib u ir m er­
c ed e s entre su s parciales, llevando sus desafueros
al extrem o de p ersegu ir á los adictos á D .a B e-
renguela, quitándoles las plazas fuertes que defen­
dían en nom bre de la R egen te y h aciéndoles o b ­
je to de toda su erte d e vejaciones.
A s í las cosas y hallándose e l re y E n riq u e en
Palen cia, m ás bien secuestrado que acom pañado
d el conde de L a ra , se puso á ju g a r en uno de los
patios d el palacio episcopal con otros donceles, y
cayénd ole una teja en la cabeza, causóle una
h erida tan g rav e q u e d e ella m urió á los pocos
días, cuando todavía no contaba cato rce años de
edad, e l d ía 6 d e Ju n io d el año 1 2 1 7 .
E ste accidente d aba a l traste con la omní­
m oda influencia de los L a ra s, y con el fin de pro­
lon garla todo lo p osible trató e l cond e D . A lvaro
d e ocultar la m uerte del re y niño, pero un m ensa­
je ro fiel dió de ella inm ediata cuenta á D .a B eren-
guela, que á la sazón se hallaba retirad a en A u ti­
llo, y la augusta dam a, sospechando fundadam ente
q u e los L a ra s al ocultar el fallecim iento del jo ven
m onarca trataban de alzarse con e l reino, envió
secretam ente á D . L o p e de Iía r o y á D . Gonzalo
R uiz G irón , nobles caballeros de toda su confian­
za, á que se avistaran con el rey d e L e ó n , su mari­
do, residen te á la sazón en T o ro é ignorante de la
m uerte del rey E n riq u e , y le rogasen en su nom ­
bre que diera perm iso á su hijo D . Fern an d o para
q u e pasase algunos días en su com pañía, d e la que
hacía bastante tiem po se veí a privada.
A cced ió D . A lfo n so I X á este deseo, q u e le p a­
reció natural en una m adre, y el santo m ancebo,
acom pañado de los anted ich os m ensajeros, llegó
á A u tillo p ocos días después, creyendo tam bién
com o su padre que D .a B eren g u ela le llam aba úni­
cam ente por el anhelo de abrazarle.
M as no era sólo ese e l propósito d e la sagaz
princesa. A p en as tu vo la satisfacción de hallarse
a l lado d e su hijo se puso d e acu erdo con los cab a­
lleros d e su séquito, y escoltad a por ello s entró
con S an F ern an d o en Palen cia, de donde se había
ya partido e l cond e d e L a ra después d e ocu ltar el
cad áver del rey Enrique.
E l recibim iento que el pueblo palentino hizo
á D.'1 B erenguela y á su hijo fué una verdadera
m anifestación de entusiasta jú bilo. Allí reforzó la
e g regia dam a su s huestes, y sin pérdida d e tiem ­
p o determ inó pasar á V allad o lid ; m as al lleg ar á
D ueñas, los partidarios de L a r a se negaron á reci­
birla y fué necesario tom ar la población por
asalto.
N o tardó el d e L a ra en penetrar las intenciones
d e D .n B erenguela, q u e no eran otras que las de
hacer proclam ar á su hijo Fernando por rey d e C as­
tilla, renunciando antes ella á la corona que le co­
rrespondía com o hija de A lfo n so V I I I , y aparen ­
tando conform arse con dicho proyecto, p u so por
condición le fuese entregada la persona de don
F ern an d o en la m isma form a que lo había sido el
m alogrado rey E n riq u e. E l lazo era dem asiado bur­
do, y no cayó en él D .a B eren guela. A n tes a l con ­
trario, á m archas forzadas llegó á V allad olid , y una
vez allí se apresuró á reunir las C ortes del reino.

E n ellas se hizo ju ra r por reina de C astilla, y


d espués de haber recib ido el correspon diente plei-
to-hom cnaje, renunció el trono en su hijo D . F e r­
nando, con gran contento de todo el pueblo. m
L a cerem onia de la ju ra del re y F ern an d o se
hizo en la ig lesia M ayor d e V allad o lid , á la que
fué conducido con gran pom pa y solem nidad por
los O bispos y el clero, y acom pañado de los gran ­
d e s d el reino y regidores, tras los q u e segu ía gran
parte del pueblo vitorean do al nuevo m onarca.
Y a en la iglesia le rindieron todos pleito-hom ena­
je ju rán d ole fidelidad, y lu ego fué llevado á pala­
c io con las m ism as cerem onias, quedando así
constituido en re y de C astilla con e l nom bre de
Fern an d o I I I el d ía i .° de Ju lio d e 1 2 1 7 , y á los
d iecioch o años d e su edad.
C A P IT U L O IV

Prom uévelo guerra ol roy do León, su padro.—


H ermoso ojomplo do rospoto filial que dió con osto
m otivo San Fernando.

¿ \ S ffip RAN so rp re sa y no m enor irritación causó


a l rc y ^ C<^n ^ onso la Pn>c*ama"
SWÉgEj ción d e su hijo F ern an d o com o re y de
y v Y C astilla, y sin considerar que e ste suceso
llevaba aparejad a la unión de los d o s reinos, el
leonés y el castellano, pues del p rim ero e ra here­
d ero y a ju ra d o su hijo, y d el segundo h ab ía en­
trado en posesión por renuncia de su m adre doña
B eren gu ela, ju ró ven garse d e lo q u e le pareció
afrenta á su autoridad paternal por la form a en
que su m ujer había sacado de su lado á D . F e r­
nando, y entrando en la villa de A rro yo conm inó á
la m adre y al hijo á que le en tregasen el reino si
no querían q u e se apo d erase de él á v iv a fuerza.
N o era el a g ra vio q u e suponía hecho á su cali­
d ad d e padre el que le m ovió á tom ar esta violen­
ta determ inación. D e sd e la m uerte d e A lfo n so V I I
e l E m perador, lo s reyes de L e ó n se consideraban
con derecho á la coron a de C astilla por estim ar
nulo y lesivo para su s intereses el reparto hecho
de su s reinos p o r el citad o m onarca, con p erjuicio
•de su prim ogénito D . Fern an d o II , padre d e A l­
fonso I X .
A esta am bición personal uniéronse las intrigas
de los L a ra s, que a lve rse d esp ojad o s de su influen­
cia en C astilla con el advenim ien to a l trono de
D . Fernando I I I, sabiam ente aconsejado p o r su
m adre, se entendieron con A lfo n so I X , y le inci­
taron á declarar la guerra á su hijo con el fin de
reco b rar el p oder q u e le s había hecho perder la
sagaz con d u cta de D .a B eren gu ela, tan lu ego tu vo
noticia del d esgraciado fin d e su herm ano don
Enrique.
Contra ella m ás que con tra su hijo Fern an d o se
dirigían los tiros de los L a ra s , q u e explotan d o la
irritabilidad de carácter de A lfonso I X , le im pul­
saron por e l cam ino de las violencias, haciéndole
creer que to d o lo ocurrido era producto d e los
m anejos d e D .n B erengu ela, encam inados á indis­
pon er al hijo con e l padre.
N ada m ás distante, sin em bargo, de la verd ad
q u e tan injuriosa suposición, pues apenas tu vo
noticia D .a B erenguela de lo s m alos designios de
su m arido, y haciendo caso om iso d e las e sp e cies
calum niosas que contra ella h abía propalado e l
irritado m onarca al presentarse en la villa d e
A rro y o , envióle com o m ensajeros de paz á D . M au­
ricio, O bispo de B u rgo s, y á D . D om ingo, O b isp o
d e A vila, d ándole toda clase de explicacio n es sa ­
tisfactorias acerca de los m óviles que la habían im ­
p u lsa d o á ced er el trono de C astilla á su hijo F e r­
nando, y suplicándole que tem plase su cólera y no
prom oviera guerra á su prim ogénito, una guerra
q u e , á m ás d e s e r de pésim o efecto para lá cris­
tiandad, sólo conduciría á la destrucción d e am ­
bo s reinos en beneficio d e la morism a.
L e jo s de acced er A lfo n so I X á los ju sto s ruegos
d e su m ujer, y m ás atento á satisfacer su ambición
personal que al bien de España y al triunfo d e la
c ru z sobre la m edia luna, siguió los pérfidos con ­
sejo s d el con d e de L ara, q u e le p resentó com o em ­
p resa fácil la conquista d e C astilla, com prom etién­
d o s e á ayud arle en ella con los parciales q u e aún
c o n se rv a b a en el reino.
V ió se , pues, obligado el rey Fernando en los co­
m ienzos de su gobierno á tener q u e atender á la
guerra q u e le hacía su propio padre y á sofocar las
reb eld ías de los partidarios de los L a ra s, y contra
^stos encam inó prim eram ente su acción, tom ándo­
le s varias fortalezas y derrotándolos en diferentes
com bates.
E n lo que toca á su p ad re, procuró, com o buen
h ijo , no h acer arm as contra él, y d e ello dió m ues­
tras en la siguien te carta, que retrata su gran hu­
m ildad y el respeto que p rofesab a a l autor de
s u s días:
«Señor p ad re, re y de L e ó n , D . A lfo n so, mío se ­
ñ o r— le decía:— <qué sañ a e s ésta? <Por qué me
faccd es mal y guerra? Y o non v o s lo m erecido.
B ien sem eja q u e vo s pesa d el mío bien, y mucho
v o s obría p lacer por h ab er un fijo R e y de Castie-
11a, y que siem pre será á vu estra honra. C a nin
ha R e y cristiano, nin m oro, que rescelando á mi
á vo s se infierte, ¿á dónde vo s vien e esta sana?
C a d e C astiella non vos verná daño, ni guerra en

lo s m íos d ías, á mientes vo s o b ie ven ir, q u e dende


era desguerreado, sed es agora guardado y recela­
do; y entender d eb ed es que vu estro daño face-
d es, y si v o s quisiedes, m e sud a d eb ía ve r, cu yo
ved arlo p o d ríe m uy cruam ente á todo R e y del
m undo; m as no p uedo á v o s, p orq u e sed es mío
padre, y mío señ o r, c a non serie c o sa agu isad a,
m ás conviénem e d e vo s sufrir, h asta q u e vo s en-
ten d ad es lo q u e facedes.»
E sta s concertadas razones no dejaron de hacer
im presión en A lfo n so I X , m as no queriendo ceder
en su injusto em peño sin alguna com pensación,
respo n d ió á su hijo que le h abía m ovido á hacerle
la guerra el d eseo de reem bolsarse de una canti­
dad d e m aravedises en que decía había sido de­
fraudado por C astilla, y San Fernand o, sin exam i­
nar el fundam ento de la reclam ación, s e los satis­
fizo inm ediatam ente, quedando así restablecid a la
paz entre am bos E sta d o s, con gran gloria para el
santo Rey.
d esem b arazad o éste de una contienda q u e tan­
to pesaba á su am or filial, dedicó todo su esfuerzo
á sojuzgar á los rebeldes q u e habían atizado el
fuego de la d iscordia entre su p ad re y él, y com o
era tan valeroso y entendido caudillo com o buen
cristiano, en corto espacio de tiem po consiguió
ven cer al conde D . A lv a ro de L a ra , á quien per­
donó generosam ente, y muerto éste p oco después
en T o ro , é igualm ente otro de su s hermanos, que
p asó al A frica acogiéndose á la hospitalidad de
M iram am olin, qued ó C astilla pacificada y en dis­
posición el santo R e y d e em plear sus arm as victo­
riosas en la reconquista de E sp a ñ a , que aún se ha­
llaba en p o d er de los infieles.
P ara ello, com o hijo sum iso de la Ig lesia, pidió
a l Papa que bendijera su em presa, y el soberano
Pontífice no sólo la otorgó, sino q u e concedió
gran d e s indulgencias á todos cuantos se alistaran
e n las huestes del santo R e y y, arm ados con la se ­
ñ al d e la cruz, peleasen en E sp a ñ a con tra los
m oros.
C A P ÍT U L O V

P rim eras guerras de San Fernando contra los mo­


ros.—Sofoca otra rebeldía do los do L a ra .—S u c a ­
samiento con D .a B eatriz do Suabia.— Perdón g e ­
neral.

prim era exp ed ició n d e S a n Fern an d o


contra los m oros se d irigió á la parte de
E x trem ad u ra, que se h allaba en p oder de
los m ahom etanos, y m ás que gu e rra for­
m al fué una tala de aqu ellas tierras, com o las que
solían h acerse con frecuencia en tre m oros y cris­
tianos para privar d e recursos al enem igo. E n ella
se cogieron gran núm ero de p risioneros y m uchas
cabezas d e ganado, y cuando se trataba de tom ar
la ciudad d e C á ceres, e l rigo r de la estación o b li­
g ó á lo s cristianos á regresar á C astilla á fines del
ano 1 21 8.
N o fué m ás im portante por su s resultados la
cam paña q u e al año siguien te em prendió á instan­
cias d el A rzobispo D . R o d rigo por tierras de la
M ancha y reino d e M urcia, p u es las ventajas que
consiguieron sobre la m orism a se redujeron á ta­
larles los cam pos y á poner cerco á R equ en a, q u e
hubo de s e r levantado en el m es d e N oviem bre
p o r la crudeza del tiem po, aplazándose las op era­
cio n es hasta el año siguiente.
En tanto d a b a el santo rey com ienzo á su s gue­
rras contra los agarenos, q u e tanta glo ria habían
de reportar á E spañ a, las deslealtades de algunos
d e su s súbd itos le obligaron á dedicar su atención
á restablecer la paz interior de su reino, turbada
p o r aquéllos.
L o s principales fautores de esta rebelión fueron
D . R o d rigo d e los C am eros y D . G onzalo Núñez
d e L a ra , últim o de los tres herm anos del mismo
apellido que tantos trastorn os habían causado en
C astilla.
Fácilm ente fueron derrotados por San Fernand o,
cu ya m agnanim idad con los vencid os fué tan gran­
de com o su valo r al com batirlos, y una vez apa­
ciguad a la rebeldía no vió en los que hicieron ar­
mas contra él m ás que hijos extraviad o s, á los
que hizo sentir lo s efectos de su m isericordia sin
m enoscabo de la justicia.
Frisab a el santo R e y en los veintiún añ os de
su edad, y por consejo de su madre D .a B eren­
gu ela decidióse á contraer m atrim onio, dom inan­
do su s anhelos de castidad por la razón de E sta d o
que le e x ig ía tener sucesión por el bien de su
pueblo. P asó la reina m adre revista á todas las
princesas que se hallaban en condiciones de unir­
se á su hijo con el lazo m atrim onial, y conociendo
las dificultades q u e ofrecía hallarle esp osa entre
las fam ilias reales de E spañ a, unidas p o r lazos de
parentesco, que podrían dar lugar á la anulación
d e su m atrim onio por razones de consanguinidad,
co m o á ella m isma h ab ía ocurrido, fijó su s mi­
ra d a s en las casas reales ex tra n jeras, y escogió á
Beatriz, hija de F e lip e de Su ab ia, d esp u és de c er­
c io rarse de las virtudes de d ich a princesa.
A cep ta d a p o r S an Fern an d o la designación de
esp osa h ech a por su m adre, ésta en vió a l O bispo
d e B u rgo s, al A b a d de R ío seco y al P rio r de la
O rden de los H ospitalarios á la c o rte d e Fed erico
de A lem ania, tío de D .a Beatriz, y á cuyo cargo,
co m o je fe de la casa de Su abia, se h allaba la
m encionada princesa, para hacer la petición de la
m ano en nom bre d el rey de Castilla.
Parecióle bien a l em perador esta proposición,
q u e pasó á su consejo para q u e acerca d e ella
inform ara; y despach ado favorablem ente el asun­
to , fué en tregad a D .a Beatriz á los em bajadores á
fin de q u e la condujesen á España.
A l p asar por Fran cia la princesa y su lucido sé ­
quito, fueron m uy obsequiados por e l rey Felip e
A u gu sto, quien hizo d eten erse á D .a Beatriz en
P arís p ara honrar en su nom bre á las d os familias
reales d e E sp añ a y de Alem ania.
T ra sp u esto s los Pirineos, p asó la reina D .a B e ­
ren gu ela á V ito ria á recib ir á su futura nuera con
un brillante acom pañam iento d e P relad o s, clero,
ab ad esas de varios m onasterios, m aestres y caba­
lleros de las Ó rdenes m ilitares y lo m ás florido de
la nobleza castellana.
D e este m odo llegó á B u rg o s la futura reina,
salien do San Fern an d o á recib irla fuera d e las
pu ertas de la ciud ad segu id o de un acom paña­
m iento no m enos brillante, y unidos am bos co r­
te jo s pasaron a l real m onasterio de la s H uelgas,
d onde qued ó D .a Beatriz, acom pañada de D .a B e ­
renguela y de gran núm ero de dam as, el d ía 25 de
N oviem bre d el año 1 2 1 9 según los cálculo s m ás
aproxim ados.
D o s d ía s después, y en la iglesia del citado m o­
n asterio, se verificó con gran solem nidad la cere­
m onia d e s e r arm ado caballero e l santo R e y ,
q uien tom ándo d el altar, donde estaba deposi­
tad a, la espada que había d e ceñir, se la entregó
á su m adre D .a B eren g u ela para que fuese ésta
y no ninguna otra persona quien se la p usiera al
cinto.
L a s arm as fueron ben decidas por el O bispo
d e B u rgo s D . M auricio, y e ste m ism o Prelad o
b endijo tam bién la unión de S an Fernando y doña
Beatriz en la susod ich a ig le sia e l día 3 0 de N o ­
viem bre d el citad o año 12 19 .
G rand e fué la aleg ría con q u e el reino acogió
el matrimonio d e su buen R e y , y fueron m uchos
los regocijos y festejo s p op u lares q u e s e celebra­
ron con tal m otivo. T a m b ié n S a n F ern an d o quiso
contribuir á la general a legría, m as no con osten-
tosas fiestas ni fugaces d iversiones, sino con mu­
ch as lim osnas entre los p o b re s y un perdó n g e ­
neral para todos los que estaban p u rgan d o en las
cárceles sus rebeldías, ó se h allaban e xtrañ ad o s
d el reino para sustraerse al castigo que m erecían
s u s culpas.
E sta s m uestras d e su gran caridad y m isericor-
V1DA DK SAN FERNANDO 3
d ia le ganaron lo s corazones de todos su s súb ­
ditos, aun de aquellos que con m ás ahinco habían
fom entado las rebeldías, y y a libre de todo cuida­

d o en lo referente á la tranquilidad interior de su


reino, pudo dedicarse con entero d esem barazo á
la reconquista del suelo p atrio d el p o d er de los
infieles y á la prosperidad m oral y m aterial de sus
p ueblos.
C A P ÍT U L O V I

Expedición contra los moros do V alen cia —Con­


q uistas do San Fernando en A ndalucía.—S u am is­
tad con el roy moro do Baeza.—Prod igio ocurrido
en dicha ciudad. — Tóm ala definitivam ente San
Fornando.

el fin d e acostum brar á su s sold ad os


á las fatigas de la gu erra, y p ara e v ita r los
inconvenientes d e la aglom eración en los
pueblos de gente ociosa y desm andada,
dispuso San Fern an d o una incursión p o r tierras
d el reino de V alen cia m ientras m aduraba el plan
d e una cam paña decisiva contra los m oros de A n ­
dalucía.
L a incursión llevó se á ca b o con g ran d e s y pro­
ve ch o so s resultad os, p u es fueron de m ucha con­
sideración los d años causados á la m orism a y no
p o co s los alientos q u e cobraron las huestes cris­
tianas, que, enardecidas con su s victo ria s en aqu e­
lla b re ve cam paña, ansiaban acom eter m ayores
em presas, hasta aniquilar por com pleto á los m a­
hom etanos.
I)e esta disposición de ánim o de su s soldados
supo aprovech arse el santo R e y para em prender
form alm ente la guerra contra lo s m oros de A n d a ­
lucía, y sin pérdida de tiem po se puso al frente de
un lucido ejército, con el que llegó triunfante h as­
ta m ás allá de S ierra M orena. Al l í saliéronle al
paso em bajadores d el rey m oro de B aeza para ha­
c erle en su nom bre pleito-hom enaje y ofrecerle
toda clase d e a u x ilio s en v ív e re s y dinero, amén
d e la en trega de la ciud ad , proposiciones que
acep tó San Fern an d o , firm ando las capitulaciones
corresp on dien tes en G uadalim ar, después d e dar
gracias á D io s p o r los felices a u sp icios bajo los
q u e com enzaba a q u ella cam paña.
M ientras esto ocurría llegó á su noticia q u e la
villa de Q uesada, en el adelantam iento de Cazorla,
había sido tom ada p o r los m oros, y á recuperarla
d ed icó todo su esfuerzo ayu d ado eficazm ente por
el A rzobispo D . R o d rigo , su gran am igo y docto
consejero.
Parapetados los m ahom etanos en Q uesada, ne­
gáronse á la rendición con que fueron conm inados
p or el ejército cristiano, y é ste tom ó la villa por
asalto, pasando á cuchillo á la guarnición y hacien­
d o siete mil prisioneros. E l efecto que produjo
este escarm iento fué tan gran de, que todos los pue­
b lo s de aquella com arca, que se hallaban en poder
d e los m oros, se rindieron á San Fernando, quien
a l llegar el invierno regresó á T o le d o para reanu­
dar la cam paña a l año siguiente.
S u s triunfos en esta segu n d a exp ed ición sob re­
pujaron á los de la prim era, p u es se apod eró de
A n d ú jar y M artos, y fué gran de el botín cogido al
enem igo y enorm es los daños que se le causaron.
E n cam pañas sucesivas fueron tom adas por e l
ejército cristiano Ja s plazas de P riego, L o ja y A l-
ham bra, casi á la vista d e G ranad a, y fué tanto el
p av o r que entró á los m oros de dicha ciudad, que
pidieron la paz a l santo R e y por m edio d e em ba­
jad o res, entre los que se contaba un caballero cris­
tiano llam ado I). A lv a ro Pérez de C astro, que se
h abía puesto a l servicio d el rey m oro de G ran a­
da, siguiendo en esto la abom inable costum bre
q u e á causa d e las luchas intestinas d e Castilla
solían ad op tar ciertos nobles descontentos.
D o lió se S an Fern an d o del e x tra v ío d e aquel
caballero, y después de escucharle com o á em ba­
ja d o r y de aceptar las proposiciones de paz d el
rey m oro de G ranad a, trató com o m onarca cris­
tiano de atraérsele, representándole lo mal que
sen tab a á un noble castellano, y católico p o r aña­
didura, servir á la causa d e lo s enem igos d e su re­
ligión y d e su patria, logrando q u e se sep arase del
re y m oro d e G ran ad a y vo lv ie se al servicio d e su
señ o r natural.
A justad a la treg u a con los m oros de G ranad a,
tom ó San Fern an d o la plaza de M ontoro, que d es­
truyó p o r hallarse m uy den tro de tierra de m oros
y ser im posible su conservación por entonces, y
después de reforzar las defensas de M artos y de
A n d ú jar, encargó de su gu ard a al m aestre de la
O rd en d e C alatrava. D espu és d irigió se á Baeza, y
antes d e llegar á d ich a ciudad le salió al encuen­
tro el re y m oro de aquella com arca, A b en M aho-
m ad, de quien dicen algu nos h istoriadores q u e era
en secreto cristiano. Con gran rendim iento saludó
a l santo R e y y confirm ó su prom esa d e hacerse

tributario su yo, dando com o arras las fortalezas


d e S alvatierra, Capilla y Bulgarim án, y perm itién­
dole que p usiera guarnición cristiana en el alcázar
d e Baeza, d e cu ya guarnición qu ed ó encargado el
m aestre d e C alatrava D . Gonzalo Ibáñez de
N ovoa.
N o quisieron los m oros d e C ap illa acatar las
disposiciones d e su rey en lo referente á entregar
d ich a fortaleza á los cristianos, y en vista d e esto
la cercó S an Fernand o, y á p esar d e su situación,
q u e la hacía casi in expu gn able, logró rendirla, per­
donando la vid a á su s defensores.
E s te h ech o d e arm as a cab ó d e desm oralizar á
la m orism a, y fueron m uchos los pueblos q u e se
som etieron á las arm as cristianas, que aún hubie­
ran p od id o ob tener victorias m ás im portantes en
aquella cam paña á no h ab er recib ido e l santo
m onarca m ensajes aprem iantes de su tía doña
B lanca, reina regente d e Fran cia durante la m e­
nor edad d e S an L u is, para que acu d iese en su
so co rro á fin d e sofocar las rebeldías que habían
prom ovido en sus E sta d o s algunos nobles descon­
tentos.
M ientras S an Fern an d o acudía á esta necesidad,
los moros de Baeza, mal avenidos con la am istad
d e su rey con e l m onarca cristiano, se declararon
en rebeldía, y alcanzando á A b en M ahom ad cerca
d e A lm od ovar, le dieron traidora m uerte cortán­
d o le la cabeza.
H allábase el santo re y en T o led o cuan do recibió
la triste nueva d el d esgraciado fin d e su am igo, y
p ara castigar á los autores d e tan abom inable c ri­
m en envió á A ndalucía, con quinientos hom bres
d e arm as, á D . D ie g o D íaz d e Ila ro , m ientras d is ­
p onía m ayores fuerzas para acu d ir al fren te d e
ellas adonde fuera necesario.
C uando e l de H aro llegó á B aeza hallábase el
m aestre de C alatrava, que defen día su ciudadela»
en situación m uy apurada, pues lo inopinado de
la rebelión le co g ió desprevenido, h asta e l punto
d e que, careciendo de m edios de resistencia, deci­
d ió abandonar e l fuerte favorecid o p o r las tinie­
b la s d e la noche. P ara despistar á su s p ersegu ido­
res dispuso e l m aestre que fueran herrados a l re­
v é s los caballos á fin de q u e pareciese que se acer­
caban los que huían; y en esta disposición salieron
todos d e la fortaleza sin ser vistos p o r los maho-,
m etanos.
P o co m ás de una legu a habrían cam inado de
esta suerte, cuando al vo lver á m irar d esd e una
em inencia el lu gar q u e acababan de abandonar con
gran d olo r de su s corazones, vieron brillar en el
aire so b re el alcázar de Baeza una cruz resplande­
ciente, y an te tam año prodigio entendieron que
D io s le s ordenaba vo lver á defender la fortaleza; y
así lo hicieron, entrando en ella sin ser vistos,
com o les había sucedido cuando salieron.
A l ra y a r e l d ía vieron los m oros de B aeza las
huellas de las pisadas de los caballos que m onta­
ban las tropas de D . L o p e , y al fijarse en la direc­
ción contraria en que unas se hallaban respecto
de las otras, im aginaron q u e la guarnición del a l­
cázar h abía hecho una salid a d e la p laza para c o ­
m unicarse con otras fuerzas, q u e de acu erdo con
ella se aprestaban á com batirlos, y tal pánico se
apod eró de ellos, q u e abandonando á Baeza fueron
á encerrarse en Ú b ed a.
E n esto llegaron las tropas de D . L o p e d e Ila ro ,
y B aeza qued ó p o r lo s cristianos el d ía del apóstol
S a n A n d rés del año 1 2 2 7 , lo que fué cau sa d e q u e
en las banderas d e los que tom aron p arte en tan
gloriosa jorn ad a se estam pase la cruz en form a de
aspa, que luego adoptaron en sus escud os varias
fam ilias nobles de C astilla y de N avarra descen­
dientes de los reconquistadores d e Baeza.
V u e lto s en sí de su sorpresa, trataron los m oros
d e recobrar la m encionada ciudad, p ero después
de varios ataques infructuosos se retiraron a l s a ­
b e r que se acercaba San Fern an d o con un pod e­
ro so ejército.
P ara garantizarla contra nuevos ataq u es de lo s
m ahom etanos dejó e l S an to R e y una guarnición
suficiente, y a l m ando d e ella y com o go b ern ad or
de la ciudad á D . L o p e d e H aro ; y erigién dola en
sed e episcopal, d ándola al O bispo D . D om ingo,
vo lv ió se á T o led o d esp u és de ajustar una ventajo­
sa tregua con e l re y m oro d e Sevilla.

TÍr
C A P IT U L O V II

.Muerto do D . A lfonso IX do León.—S u tostamon-


to .—San Fernando tom a posesión de dicho roino
con la ayud a eficaz do su m adro.—M agnanim idad
del santo R o y con la s h ija s dol prim er matrimonio
do su padro.

el re y de C astilla San Fernando


i contra los m oros d e A ndalucía,
re D . A lfo n so I X de L e ó n gue-
contra los de E xtrem ad u ra, y el
a ñ o 12 3 0 consiguió apo d erarse de C áceres, si­
gu ien d o luego hasta M érida, an te cu yos m u ros le
esp erab a un im portante núm ero de agarenos para
cerrarle e l p aso y v e r de destrozar su s huestes.
T a n crecid o e ra el núm ero de los enem igos,
q u e A lfo n so I X vaciló antes de d a r la batalla; mas
encom endándose á D io s p o r la intercesión del
A p ó sto l San tiago , á quien ofreció ir en p eregrina­
ción á C om p ostela si le sacab a con bien de aquel
trance, acom etió bravam ente á la morism a, ani­
quilándola p o r com pleto, y entran do en M érida
com o triunfador p ara p asar luego á Badajoz, q u e
tam bién tom ó á los m oros.
F ie l á su prom esa, y al retirarse con su s tropas á
cuarteles de invierno, encam inóse á San tiago para
cum plir su vo to ; p ero cayó enferm o en V illanu eva
d e Sarria, y allí le sorpren d ió la muerte.
A bierto su testam ento vióse que había d esh ere­
d a d o á su hijo D . Fern an d o , no obstante haberle
ju ra d o com o h eredero del trono al año de nacer el
santo R e y , y que en su lugar d aba el reino á sus
h ijas D .a S an ch a y D .a D ulce, hijas de su prim era
m ujer, D .a T e re sa de Portugal. T a n disparatada
d isposición testam entaria, hija del injusto rencor
q u e guard aba á S a n Fern an d o d esd e q u e éste ciñó
á su s sien es la coron a de C astilla, no podía p re va ­
lecer, pues la m ayo r parte d e los nobles d e L e ó n y
casi todo el pueblo, penetrados d e los in co n ve­
n ientes que ofrecía en tregar e l reino en m anos de
d o s d éb iles m ujeres, incapaces de d efend erse de
los enem igos e x te rio re s y de sustraerse á las am ­
bicion es de los gran d es en el interior, volvieron
los ojos al S an to m onarca castellano, q u e á m ás
d e sus derechos p resen taba la garantía de su
valo r indom able contra los enem igos de E sp añ a y
su s buenas d o tes de gobiern o.
A l m ism o tiem po los n o b les de C astilla que ro­
d eaban á San Fern an d o , y m uy especialm ente su
m adre D .a B erenguela, no dejaban d e instarle á
q u e tom ase posesión d e un reino que legítim a­
m ente le correspon día, p u es el testam ento de su
p ad re A lfo n so I X era nulo á todas luces, porque
•conculcaba los d erech os d e sucesión d e su hijo
varó n , sancionados por su ju ra com o h eredero de
dichos E stad os, y e stab a adem ás d ictad o p o r un
od io injusto, ya que jam ás S a n Fern an d o dejó de
cum plir para con el au tor de su s días su s d eberes
filiales con el m ás entrañable am or y la sumisión
m ás rendida.
D o lía le a l S an to R e y prom over una gu erra entre
cristianos, y sólo ante los ru egos rep etid os de una
gran p arte de los Prelad os, nobleza y pueblo de
L e ó n , se decidió á entrar en aquellas tierras, d o n ­
de encontró una acogida tan favorab le q u e acabó
de d esvan ecer todos su s escrúpulos.
H ab ía, sin em bargo, algu nos nobles q u e, m ás
p o r am bición que p o r afecto, sostenían la causa
d e las d os herm anas, y con e l fin d e evitar los
d esastrosos efectos de u n a gu erra civil, intervi­
no D .a B eren g u ela con un acto d e abnegación
maternal q u e prueba la gran deza d e su alm a al
m ism o tiem po que su s excep cio n ales d o tes de
gobierno.
L a prim era m ujer d e D . A lfo n so I X vi ví a aún
retirada en un m onasterio de Portugal, y á ella se
d irigió D .a B erenguela proponiéndole una entre­
vista para el arreglo de las d iferencias que e x is­
tían entre sus respectivos hijos. D .a T e re sa de
Portugal acudió á este llam am iento, y las d os es­
p o sas de D . A lfo n so I X se reunieron en la pobla­
ción h o y llam ada V ale n cia d e Don Ju a n , punto
señ alad o p ara su conferencia.
M ucho trabajo costó á D .a B eren gu ela d a r este
paso, p ues la entrevista entre d os m ujeres q u e ha­
bían tenido p o r m arido a l m ism o hom bre, tenía
que ser em barazosa; pero la au gu sta m adre de
San Fern an d o dejó á un lado susceptibilidades de
am or propio, y ju sto es co n fesar que igual noble
proced er tuvo D .a T e re s a de Portugal. N i una ni
otra se acordaron sino de que eran m adres y de

que de su acuerdo d ependía la paz d e d os reinos


cristianos, y am bas estuvieron á la altura d e su de­
licada m isión, que no dejó de facilitar en gran m a­
nera el A rzo b isp o de T o led o , D . R odrigo, con sus
acertados consejos.
E l resultado d e estas negociaciones fué la re­
nuncia d e D .a S an ch a y IX a D u lce a l trono de
L e ó n m ediante una pensión vitalicia d e 30.000 du­
cados q u e generosam ente les otorgó San Fern an ­
do, que d e e ste m odo logró ceñir á su s sien es las
coronas d e L e ó n y C astilla, sep arad as durante se­
tenta y tres años, y vueltas á ju n tarse para no se­
pararse más, con gran p rovech o d e la cristiandad
y com o un nuevo paso hacia la unidad de la pa­
tria, q u e felizm ente habría d e consum arse bajo la
dom inación d e los reyes C atólicos D . Fernando V
d e A ragó n y D .a Isa b e l I de Castilla.
E l santo m onarca, que ya se había h ech o coro­
nar en T o ro , la prim era población d el reino de
L e ó n q u e le ab rió sus puertas, ratificó su corona­
ción en la capital de aqu ella m onarquía, donde re­
cib ió pleito-hom enaje de to d o s los grandes y r e ­
presentantes d e las ciudades, y en b re ve espacio
d e tiem po se gran jeó el am or de su s nu evos vasa­
llo s con la ju sticia y su avid ad de su gobierno y
las gran d es m erced es á que le moví a s u natural
m agnanim idad, lo que le perm itió reanudar sus
g lo rio sas cam pañas contra los m oros después de
d ejar á su m adre la reina D .a B eren g u ela com o go­
b ern ad ora del reino.
C A P ÍT U L O V III

Tom a San Fernando á Ubeda.— M uerte do la roina


D.a B eatriz.—Conquista do Córdoba.

/ M ffS fl0 ^ s o l i d a d o S a n Fern an d o en el trono de

a» L e ó n conform e queda dicho, vo lvió á po-


nerse a l frente de su ejército para prose-
gu ir la reconquista d e A ndalucía, ponien­
do sitio á U b ed a, plaza im portantísim a y llave de
los reinos d e Ja é n y Córdoba.
G ran d e fué la resistencia que los m oros de di­
ch a ciudad opusieron á las arm as del santo R e y ,
m as éste su po ven cer todas las dificultades con
su valor y pericia, y el d ía 29 de Setiem b re del
año 1 2 3 4 ob tu vo su rendición sin otras condicio­
nes q u e perdon ar las vid a s á su s defensores.
D espués de esta victoria se aprestaba San F e r ­
nando á proseguir una cam paña tan felizm ente co­
menzada, cuando se vió o b ligad o á m archar apre­
suradam ente á T o ro , d on d e había sorprendido la
m uerte á su m ujer, la reina D .a Beatriz.
G rand e fué el d olo r q u e experim en tó el santo
R e y ante tan sen sible pérdida; m as á él s e so b re ­
p u so con cristiana resignación, y d esp u és de pre­
sid ir la traslación de los restos m ortales d e aqu e­
lla virtuosa reina á la ig lesia de las H u elg a s de
B u rgo s, hasta que, conquistada S evilla q uedó de­
finitivam ente sepultada en la capilla d e los R e y es,
vo lv ió á em prender su s glo rio sas cam pañas contra
los m oros, á los que no h abía de d a r punto de re­
p o so durante su preciosa vida.
M ientras cum plía el S an to los tristes d eberes
q u e le incum bían á causa de la m uerte d e la
reina D .a Beatriz, las trop as q u e d ejó S an F e r­
nando s e apoderaron d e va rias poblacion es de
A n d alucía, y d e este m odo llegaron cerca de C ó r­
d o b a, donde sorprendieron á varias p artidas de
m oros, p o r los que supieron los puntos flacos que
ofrecía la defensa de la ciudad de los califas.
E n ard ecid o s por estas n u evas, los soldados
cristianos se lanzaron con m ás valo r que refle­
x ió n á tom ar la plaza; m as com o no d isponían de
las fuerzas necesarias para d a r cim a á tam aña em­
p resa, sólo pudieron apo d erarse d e algunos fuer­
te s exterio res, d esd e d on d e enviaron co rreo s al
sa n to R e y para q u e éste acudiera en su au xilio . '
C on sólo cien caballeros q u e le rodeaban acudió
S a n Fern an d o en socorro d e los q u e con tanto
aprem io le llam aban, y con los so ld ad o s que fué
recogien do por el cam ino, y dando órd enes para
q u e ¿c le reunieran en las inm ediaciones de C ó rd o ­
b a otros refuerzos, puso cerc o á dicha ciu d ad , no
obstante ser superior á las tropas q u e había logra­
do reunir e l núm ero de los sitiados, y esp e ra r é s ­
to s el inm ediato a u x ilio d el re y moro de E c ija , á
quien con tal ob jeto enviaron m ensajeros.
L a situación en que se hallaba el santo R e y no
tenía, por tanto, nada de lisonjera. M as el Señ o r
acudió en su a u x ilio inspirando á un caballero cas­
tellano, llamado D . Lorenzo Suárez de Figu ero a, el
q u e siguiendo e l mal ejem plo d e otros va rio s se
h abía pasado al servicio de los m oros, la id ea de
reconciliarse con San Fern an d o, librándole d el p e­
ligro que d e la p arte d el rey de E c ija , d e quien
e ra gran valid o, le am enazaba.
P ara ello persuadió al su sod ich o rey m oro á que
e n vez de ir á socorrer á la ciudad de Córdoba,
q u e tenía m edios sob rad o s de defensa, acudiese en
a u x ilio de V alen cia, á la sazón sitiada por el rey
D . Jaim e I de A ragó n , y en situación por todo
e xtre m o crítica.
P arecióle bueno e l consejo al re y de E c ija , y en
v ez de encam inarse á C ó rd oba pasó á A lm ería,
con el fin de em barcarse para a u xiliar por m ar á
lo s m oros de V a le n c ia , siendo asesinado en el ca­
m ino por uno d e su s caídes, circunstancia que
aprovech ó D . Lorenzo Suárez d e F igu ero a para
separarse de la m orism a con las gentes cristianas
q u e le acom pañaban y lleg ar al real de S an F e r ­
nando, cuyo perdón ob tu vo.
L a s n u evas d e la m uerte d el rey m oro de E cija,
con e l pase de D . L oren zo Suárez de F ig u e ro a y
su gente al ejército cristiano, unidas a l h ech o de
h ab er recibido San Fern an d o im portantes refuer­
zos d e L eó n y de C astilla, desanim aron á los de­
fensores d e C órd oba, cu ya defensa fué aflojando
V ID A DB SAN FERNANDO 4
á m edida que perdían la s esperanzas d e s e r soco­
rridos.
U n em puje m ás vigo ro so de las arm as cristianas

les determ inó á entablar negociacion es d e capitu­


lación, que S an Fern an d o rechazó, e xigien d o que
la entrega de la ciudad fuera sin otra condición
q u e la de con servar la s vid a s y libertad d e sus
m oradores.
L a extrem a necesidad en que se h allaban ya los
sitiados, y el tem or de que s i daban lu ga r á q u e la
plaza fuera tom ada p o r asalto fueran p asad os á
cuchillo sus defensores, decidió á éstos á en tregar
la ciudad al santo R e y , que hizo su entrada solem ­
ne en C ó rd oba el día 29 d e Ju n io d e 12 3 6 , festivi­
dad de los A p ó sto les San P e d ro y San P ab lo.
P urificada la m ezquita m ayo r de la ciu d ad , uno
d e lo s monumentos m ás n otables d el arte arábigo,
y convertid a en catedral cristiana, el O b isp o de
O suna, que hacía las v e c es de Prim ado por ha­
llarse á la sazón en R om a el A rzobispo de T o led o ,
D . R o drigo , d esign ó com o prim er P relad o de la
sed e cordobesa a l m onje de F ite ro F r a y L o p e .
E l santo re y entregó á dicho Prelad o los sello s
reales para q u e h iciese los oficios de canciller m a­
y o r, y nom bró gobernad or d e la ciudad á D . A lo n ­
so d e M eneses, y á D . A lv a ro de C astro , gen eral de
las tropas que operaban en aqu ella com arca. D is­
p u so tam bién que las cam panas de S an tiago de
G alicia, llevadas á C ó rd o b a p o r los m oros en hom ­
b ro s de cristianos cau tivos doscien tos sesenta
años antes, fuesen d evueltas á su prim itiva ig lesia
llev a d a s en h om bros de m oros, quedando así re­
parada la injuria que á la religión y á la p atria en
la época citada habían hecho los infieles.
C A P ÍT U L O I X

Segundo matrimonio do S an Fernando.—Defensa


prodigiosa do la Peña do Marfcos.—N u evas cam ­
pañas do San Fernando.

necesidad de d a r algún descanso á sus


ro pas después de tan brillantes jornadas,
f la no m enos aprem iante de proporcio-
ía rse recu rso s para p rosegu ir la guerra,
obligaron á San Fernando á d a r la vu elta á T o ­
led o y B urgos, donde altern ativam ente ten ía su
corte, y adonde también le llam aban, á m ás de los
dichos, otros asuntos d e E sta d o m uy im portantes.
D o s añ os hacía que había perdido á su m ujer
D .a Beatriz, y aunque su sucesión esta b a asegura­
d a con num erosa prole, pues e n su matrimonio
con d ich a princesa tu vo siete hijos varo n es y tres
h em bras, y e l prim ogénito D . A lfo n so y a había
traspuesto los um brales de la pubertad, su m adre
la reina D .a • B erenguela le h abía b uscado una
n u eva esposa, p rocuran do el bien del R e y , según
dice e l A rzobispo D . R o d rig o en su crónica.
L a princesa elegida fué la hija del con d e Sim ón
d e Ponthieu, y no de Poitiers, como dicen algu ­
nos historiadores. Llam ábase Ju an a, era nieta de
L u is V I I de Francia, lo que ven ía á estrechar los

lazos de am bas coronas. P o seía dicha Princesa


grandes virtud es, de las que hizo cum plidos elogios
el citad o A rzobispo D . R odrigo.
A rreglad o s los prelim inares correspondientes,
celebrarónse las segundas nupcias de S an Fernán-
d o en la ciud ad de B urgos, y d esp u és de las fiestas
oficiales y festejos populares que hubo con tal
m otivo, el re y , en com pañía de su nueva esposa,
recorrió las p rincipales ciu d ad es d e los reinos de
C a stilla y d e L e ó n , dando en todas partes m ues­
tras d el am or que profesaba á su s súbditos, se­
gún v e rá el lector cuando tratem os d el gobierno
d e S an F ern an d o y de su s heroicas v irtu d e s pú­
b licas y p rivad as.
H alláb ase S an F ern an d o en T o led o d esp u és de
h ab er p ro v isto á rem ediar con un cuantioso dona­
tiv o en m etálico la m iseria que padecían los nue­
v o s p oblad ores d e Córdoba á consecuencia de la
seq u ía que á la sazón asolab a su s cam pos, cuando
lleg ó á su noticia un suceso verd ad eram en te e x tra ­
ord inario, y que con razón y fundam ento se a tr i­
b u y ó á p rotección especial d el cielo á las arm as
cristianas.
G o bern aba la fortaleza de la P eñ a de M artos, en
nom bre de S an Fern an d o , el con d e I). A lfonso
Pérez, quien después de h ab er socorrido á los de
C ó rd oba con e l donativo del re y , fué á T o led o á
d a r á é ste cuenta de su com isión acom pañado de
s u s hom bres d e arm as, dejando en la fortaleza á
s u m ujer y servid um bre, b ajo la custodia d e cua­
ren ta y cin co caballeros al m ando d e su sobrino
D . T ello.
D e tem eraria pudo ser calificad a en aqu ella oca­
sión la conducta d el conde, a l d ejar desgu arneci­
d a una posición tan im portante; m as á ello le de­
term inó la b re ve d a d de su exp ed ició n y la tregua
que á la sazón e x istía con los m oros. E n esta fal­
s a segurid ad descansaron tam bién D . T e llo y los
caballeros que le acom pañaban, para dejar e l fuer­
te com pletam ente desam parado, salién dose de él
p ara e x p lo ra r la s cercan ías, circunstancia que
ap rovech aron va rio s esp ías m oros p ara a v isa r á
uno de los reyezuelos m ahometanos de las cerca­
nías, quien con gran go lpe de gente cargó sobre
la P eñ a de M artos p ara apo d erarse d e ella por
sorpresa.
P e ro no contaban los infieles con que D io s v e ­
la b a por las arm as cristianas, y cuando todo pare­
c ía indicar q u e nada se opondría á los designios
d e los m oros, inspiró á la condesa la idea de p o­
n e r á sus dam as arm aduras d e g u errero s, hacien­
d o que se asom asen así disfrazadas á la s almenas
p ara hacer creer á los m oros que el fu erte no esta­
b a desguarnecido.
L a hábil estratagem a de la heroica m ujer de
D . A lfonso Pérez produjo e l efecto d eseado , pues
lo s m ahometanos, creyen do falsos lo s inform es de
su s espías, se detuvieron ante los m uros de la for­
taleza sin determ inarse á atacarla, d an d o lugar á
q u e regresaran d e su b re ve excu rsión por los a l­
rededores D . T e llo y los com pañeros que le acom ­
pañaban.
E spantad os quedaron éstos al v e r la fortaleza
rod ead a p o r la m orism a, y al con siderar cuán
pocos eran para acom eter en cam po raso á un nú­
m ero tan considerable d e enem igos. L a idea de
d ejar cautivas á la con d esa y á su s dam as en p o­
d e r d e los m oros y e x p u e sta s á los m ás d en igran­
te s ultrajes, trasp asaba el corazón de D . T e llo y
lo s del red ucid o escuadrón q u e m andaba; m as en­
ta b la r un com bate con enem igos cien v e c es m ás
num erosos, era una tem eridad q u e sólo conduci­
ría á la m uerte d e todos sin rem ediar la trem enda
d esgracia que am enazaba á aqu ellas m ujeres.
E n tre los caballeros que acom pañaban á don
T e llo se hallaba D . D iego Pérez de V a rg a s, que po­
cos años antes había ad qu irid o el sobrenom bre tan
fam oso d e Machuca com batiendo en los cam pos de
Je re z contra los m oros, entre los que hizo grandes
estragos con una g ru esa ram a que arrancó de un
árb o l por habérsele roto la esp ad a que em puñaba,
y á é l se d irigió e l sobrin o del con d e pidiéndole
especialm ente consejo en aqu ellas difíciles circuns­
tancias.
L a respuesta d e Pérez de V a rg a s no se hizo e s­
p erar. L a m uerte era cien v e c e s preferible á la
ignom inia d e d ejar sin com batir á m erced de la
brutalidad sen sual de los m ahometanos á unas d es­
valid as m ujeres cristianas. D ebían, pues, acom eter
á los m oros para abrirse paso e n tre ellos y pene­
trar en la fortaleza aprovechando la confusión del
ataq u e los q u e lograran sa lir v iv o s de tam aña em ­
p re sa , en la segu rid ad d e que los que en ella su ­
cum biesen irían á la bienaventuranza etern a, pues
por su D io s y por su re y peleaban.
D ecid id o el com bate, acom etieron á los moros
en escuadrón cerrad o, según dispuso V a rg a s, y
tan im petuosa fué la acom etida que lograron abrir
un pasaje entre las apretadas filas de la m orisma,
y con escasas pérdidas penetraron en la fortaleza
haciendo h u ir á la d esban d ad a á los m oros, que
creyeron por su parte que habían sido víctim as
de una em boscada p reparada p o r los d efen so res
del fuerte en com binación con fuerzas exterio res.
M ucho alegró á San Fernando aqu ella prodigio­
sa defensa de un fuerte q u e ven ía á ser com o la
llave d e sus futuras conquistas en A ndalucía, y
considerando al mismo tiem po que su inacción po­
d ría ser causa de algún contratiem po de los que
suelen m alograr las em presas gu erreras m ejor
com binadas, p artió p ara C ó rd oba llevando en su
com pañía á su prim ogénito D . A lfo n so para e je r­
citarle en la guerra, cual cum plía á su condición
d e heredero de m onarquía que tan brillan te papel
había de rep resen tar en la historia de España.
L a p resencia del santo R e y en los cam pos de
b atalla era, por otra parte, tanto m ás necesaria
cuanto que los m oros, para im ped ir su total an i­
quilam iento, habían p ed id o a u x ilio á los m ahom e­
tanos del A frica, que aum entaron el pod er d el re y
agareno A lh am ar, q u e unió á sus E stad os la ciu­
dad de G ranad a, dando lugar á la creación de un
poderoso reino, q u e subsistió hasta que la m encio­
nada ciudad fu é conquistada por los R e y e s Ca­
tólicos.
C on estos refuerzos ensoberbecióse el m oro
A lh am ar hasta e l e x tre m o de soñar con apod erar­
se de las plazas q u e había reconquistado San F e r­
nando; m as cuand o esta b a m adurando el plan de
cam paña q u e h abía de p on er en práctica p ara el
logro de su intento, los m oros de M urcia, a l frente
d e su re y , le m ovieron cruda guerra, y e l arrogan­
te A lh am ar no tu vo m ás rem edio para sa lv a r su
co ro n a y su reino que im plorar la paz del santo
m onarca, á fin de entendérselas con su nuevo
enem igo.
T a n sagaz político com o denodado guerrero,
com prendió S an Fern an d o e l partido que podía
sa ca r de esta disensión e n tre los dos re y e s mo­
ro s de M urcia y de G ran ad a, y m irando á las
ve n taja s que de urfa lucha entre am bos podían
sa ca r los cristianos, no tu vo inconveniente en
p actar una tregua con A lh am ar, retirándose á T o ­
le d o después de h aber d esbaratado á un ejército
d e alm oh ades que, procedente de A frica, había
d esem barcado en la Península.
C A P ÍT U L O X

Cao enfermo San Fernando on B urgos. - S u hijo don


Alfonso tom a el mando del ojército do A ndalu­
cía .— Rinde va sa lla je a l santo m onarca el rey
moro do M urcia.—G uerrea contra ol re y do G ra­
nada.—Conquistas en ol reino do Murcia.

t
ANDO llegó el térm ino de las tregu as pac­
tadas con el rey m oro d e G ranad a, apres­
tóse S an F ern an d o á reanudar su s cam p a­
ñas en A ndalucía; m as habiendo caíd o
enferm o, vióse obligado á detenerse en B u rgo s, de­
ja n d o confiado el m ando de su ejército á su p ri­
m ogénito D . A lfo n so, á quien dió como m aestro y
consejero en la guerra al valeroso y entendido don
R o d rigo González de G irón , uno de su s m ejores
capitanes.
A l frente d e un lucido ejército, convenientem en­
te pertrechado, salió de B urgos e l príncipe D . A l-
fenso, que al lleg ar á T o led o se vió gratam en te
sorprendido por una em bajada mora, que confirmó
ja p erspicacia d e San F ern an d o al dejar que se h i­
ciesen la guerra al re y m oro de G ranad a, A lh am ar,
y su riva l el de M urcia, llam ado Ilu d ie l.
D e é ste eran los em bajadores q u e salieron al
paso d el príncipe en la ciudad d e T o le d o , y la s
proposiciones que en nom bre d el re y m oro de
M urcia llevaban al santo m onarca eran nada m e­
nos que ofrecerse por vasallo á é ste d ándole la
m itad de las ren tas de su reino y el m ando de sus
castillos y fortalezas, reservándose H udiel el título
de re y tributario y la otra m itad d e las ren tas de
su s Estados.
I-a causa que a l rey m oro de M urcia obligaba
á h acer á San F ern an d o un trato tan ventajoso no
e ra otra sino el aprieto en que le había p u esto A l-
ham ar d e G ran ad a, contra cuyas arm as le e ra ya
im posible luchar, y antes de verse arrojado del tro­
no p o r su enem igo, prefería con servar parte de su
p o d er obteniendo la valiosa p rotección de S an
Fernand o, que por su propio interés no d ejaría de
ayud arle á p roseguir la guerra contra su soberbio
adversario.
G rand e fué la alegría que a l prim ogénito del
santo m onarca produjo el trato que le proponía
el rey m oro de M urcia. Con e l fin de no desper­
diciar la ocasión que se le presentaba de añadir
un florón m ás á la corona de su padre, tom ó sobre
sí la responsabilidad de aceptar la sum isión que
H udiel le ofrecía, y sin pérdida de tiem po se tras­
ladó á M u rcia, llevan do consigo al m aestre don
P e la y o Pérez C o rrea y á varios caballeros d e las
Ó rden es m ilitares, con el correspondiente acom pa­
ñam iento de gentes de arm as.
E n trad o en la ciudad ratificó solem nem ente el
re y moro e l con ven io que h abía propuesto, y el
príncipe tomó posesión de las fortalezas y castillos,
guarneciendo con m ayor cuidado el d e M urcia,
quedando sólo e n p o d er de los m oros, L o rc a, C a r­
tagena y M uía, que no quisieron en tregarse, y cuya
conq uista no intentó por entonces D . A lfon so á
c au sa de no disponer de las fuerzas suficien tes y
no querer tam poco p rovocar una lu ch a que tal vez
d ecidiera á rebelarse á los m oros som etidos.
U n a vez dado cim a á este asunto regresó D . A l­
fonso á B u rgo s, d on d e encontró al re y su padre
y a convaleciente y m uy satisfecho del resultado
d e la expedición realizada por su heredero. N o
obstante, com o el S an to m onarca conocía la v e r­
satilidad d e carácter de los m oros, consideró con ­
veniente ir en persona á consolidar lo pactado, y
una vez lograd o esto regresó á su corte para asistir
á la profesión de su hija D .a Berenguela, en el m o­
nasterio de las H uelgas de Burgos.
L o s asuntos que durante algún tiem po le detu­
vieron en dicha ciudad no le im pidieron dedicar
su atención á la m agna em p resa d e la reconquista,
y con el fin de que e l con ven io hecho con el re y
m oro de M urcia p rod u jera p ara las arm as cristia­
n as los frutos m ás beneficiosos, dispuso q u e su
herm ano bastard o , D . R odrigo A lfo n so, hostiliza­
se al rey de G ran ad a para im pedirle que atacara
a l de M urcia. D . R o d rigo entró por las tierras
d e A lh am ar, pero la su erte d e la s arm as no le
fué favorable, y tuvo q u e retirarse p ersegu ido
p or la m orism a, que cau só grandes destrozos en
las com arcas cristianas d e la frontera granadina.
S an Fern an d o entonces dispuso que su hijo don
A lfonso pasase á M urcia p ara tranquilizar á los
m oros d e e sta ciudad, m uy d esasosegados á cau sa

d e las victo rias de A lh am ar, m ientras él en p erso­


na vo lvía á tom ar el m ando d el ejército de A n ­
dalucía para castigar al soberb io granadino.
Con este ob jeto dividió á su s ge n tes en tres
secciones: una, en cargad a de ta la r las tierras de
Ja én y A rjona, cu ya v illa se entregó á los cristia­
n os, y otra, al m ando d e su herm ano el infante don
A lfonso, para que penetraran en e l reino de G ra­
nada y pusieran cerco á d ich a ciudad, quedándose
él con una tercera p arte p ara co rre r al sitio donde
fuera m ás necesaria su presencia.
A unq ue no pudo tom ar á G ranada por e l gran
núm ero de su s defensores, d esbarató en va rio s
com bates á los m oros, á los que cogió un conside­
rab le botín, y m ás ad elan te h abría llevado su s
triunfos á no v e rse obligado á co rre r en socorro
d e M artos, cercad a por num erosas fuerzas de mo­
ro s gazules, á los q u e hizo le va n ta r el sitio de la
plaza m encionada, retirándose luego á C ó rd oba
para dar algún descanso á su s tropas.
M ientras llevaba S an Fern an d o á cabo estas
gloriosas em presas, su hijo D . A lfonso se apode­
raba de L o rc a , M uía y C artagen a, q u e com o m ás
arrib a hem os d ich o, no habían qu erid o som eterse
a l convenio pactado e n tre el re y m oro de M urcia
y e l m onarca cristian o.
C on estas conquistas quedó to d a la región mur­
ciana bajo el dom inio d el santo R e y , q u e llam ado
p o r g rav es asuntos de E sta d o á su corte, dejó a l
cuidado de su hijo y de su herm ano la consolida­
ción de las ven tajas obtenidas en aquella cam paña.

* *
C A P IT U L O X[

Célebre entrovísta do San Fornando y su madre


D.‘ B erenguela en Ciudad R e a l. — Tom a do
Ja é n . — Muerto do la reina m adre D.* Boron-
guola.

, 0 *os mot‘ vo s (lue obligaron á San


^áSH
v*?ernan(l0áclar*avucItaásucorte ^
un a v ¡s o de su m adre D .a B erenguela, que
d eseab a tratar con él un asunto d e gran
im portancia.
H acía y a tiem po que la augusta señ ora, harto
trabajad a por los grandes sin sab ores q u e padeció
durante su vid a, deseaba aband onar e l m undo y
retirarse á term inar su s días en la soledad del
claustro. V a ria s ve c es, una vez colocad o su santo
hijo en los tronos de C a stilla y L e ó n , manifestó
e ste deseo; m as la consideración de lo útiles que
eran á S an F ern an d o su s consejos y dotes d e go­
biern o, que parecían patrim onio d e la s princesas
de su fam ilia, com o tam bién lo m ostró su herm ana
D .a B lanca durante la m enor edad y una gran par­
te del reinado d e su hijo S an L u is, rey glo rio so de
F ran cia, la habían detenido hasta entonces en la
realización de su propósito.
M as ya e l R e y , consolidado en su s tronos, había
llegado á la edad de la m adurez, y captádose con
su s relevantes virtudes y la rectitud de su ju sticia,
tem plada por su m isericordia, el am or de su s sú b ­
d itos. S u valo r y pericia habían ensanchado con­
siderablem ente su s dom inios, reduciendo á solos
los reinos d e S e v illa y G ran ad a las posesiones de
los m oros en la Península.
N a d a im pedía y a á la virtu osa reina satisfacer
su s anhelos d e soled ad claustral, y con objeto de
realizarlos, pidió á su hijo la entrevista que le hizo
abandonar á C ó rd oba p ara a cu d ir al llam am iento
d e D .a Berenguela.
E sta , que h abía salido d e T o le d o al encuentro
de San Fern an d o , se reunió con él en la entonces
v illa de Poncelo, llam ada lu ego V illa rre a l, y hoy
C iudad R eal, donde m adre é hijo departieron por
espacio de cuaren ta días acerca d e los asuntos del
E stad o.
E n aquella m em orable entrevista, que h ab ía de
ser la últim a q u e am bos habían de c ele b rar en
e ste m undo, d ió la virtu osa señ ora m uy útiles
aviso s á su hijo; p ero no pudo ob tener de él que
consintiera en su retirad a del m undo, p u es S an
Fern an d o le suplicó q u e no d ejara de ayu d arle, no
sólo con su s consejos, sino con su intervención en
los asuntos d el reino, a l m enos m ientras estu viera
em peñado en la guerra con los m oros.
L a abnegación de D .a B erengu ela se sobrep u so
una vez m ás á su s d ese o s de term inar sus d ía s en
V ID A DK SAN FERNANDO
5
la soled ad del claustro, y después de una tierna
d esp ed id a, v o lvió se la au gu sta señora á T oledo, y
el san to R e y á A n d alu cía, donde después d e

varias correrías afortunadas contra lo s m oros puso


sitio á Ja é n , c u yas form idables defensas la hacían
casi in expu gn able.
E l ased io fué riguroso, pero la resistencia no fué
m enos tenaz, y aunque las acom etidas de los cris­
tianos [eran continuas y vigorosas, el sitio se iba
prolongando, sin que nada perm itiera pronosticar
cuál sería e l térm ino de tan p orfiad a lucha.
D io s, sin em bargo, velab a por los que por su
causa com batían, y cuando m ás incierto se m os­
traba el resultado de la cam paña, su scitó entre los
m oros del rein o de G ran ad a una contienda que
p u so á su re y en peligro de p erd er el reino y la
vid a. E n e sta situación, el m onarca agaren o vo lvió
los ojos á San Fern an d o , á quien pidió salvo-con­
d u cto para una en trevista, y una vez otorgado,
presentóse A lh am ar en el real cristiano, y con
m uestras d e la m ayo r sum isión prom etió ayu d ar
al santo R e y si éste le tom aba bajo su protección.
A cced ió San F ern an d o á la s súplicas del moro,
y entrando en negociaciones, A lh am ar prom etió
que Ja én se rendiría á los cristianos, q u e las ren­
tas de dicho reino se dividirían en d os partes igua­
les, u n a para e l R e y cristiano y otra p ara e l moro,
com o feudatario d el m onarca castellano, y con la
obligación de acudir á las C ortes d el rein o cuan ­
tas veces fuere llam ad o, sien d o com unes á entram ­
bo s re y e s los m ismos enem igos, y com unes tam­
bién los amigos.
E n v irtu d d e este pacto rindióse la ciudad de
Ja én á los ocho m eses de sitiada, y en A b ril
d e 2245 entró S an F ern an d o en ella, siendo su
prim era visita para la m ezquita, co n v ertid a en
tem plo cristiano y e le v a d a á cated ral, c u y o prim er
O bispo fué D . P ed ro M artínez.
E s tradición generalm ente acep tad a q u e el santo
R e y hizo donación á la catedral de Ja é n d el lienzo
de la S an ta V e ró n ic a , donde se halla im presa la
S ag ra d a Faz de nuestro Señ o r Jesu cristo , q u e allí
se venera, y que con otras reliq u ias h abía llevado
consigo durante m uchos años en su s cam pañas,
dando así m uestras de su ardiente fe y tierna
piedad.
Para e l gobierno tem poral de la ciudad nom bró
á D . O rdoño A lva re z de A stu rias, y después de
h acer una b re ve visita á C ó rd oba para vigilar su
repoblación, vo lvió se á Ja é n , donde dispuso varias
correrías por tierras de Carm ona, ante cu y o s mu­
ro s llegaron los cristianos ayu d ad o s p o r los moros
d e G ran ad a, c u y o re y A lh am ar sirvió á San F e r ­
nando con quinientos jin etes.
A m b os m onarcas se dirigieron lu ego á A lcalá
d e G uadaira, c u y o s habitantes se apresuraron á
entregar la s llaves de la ciudad al rey m oro A lh a ­
m ar, quien en cum plim iento del pacto hecho con-
S an Fern an d o se las en tregó á su vez á éste , que­
d ando así bajo el dom inio cristiano tan im portante
población.
E n ella se hallaba el santo R e y descansaftdo de
las fatigas de aquella cam paña, cuando recibió la
nueva m ás triste que podía afligir á su tiern o c o ­
razón. S u m adre la gran reina D .a B erengu ela de
C astilla, la que h abía gu iad o su s p asos p o r la sen ­
d a de las m ás sólidas virtu d es, la q u e con sus acer­
tados consejos le había ayu d ad o eficazm ente al
buen gobierno de su s reinos, acab ab a de fallecer
tan santam ente com o h abía vivid o , dejando sum i­
d os á todos los buenos va sallo s de C a stilla y de
L e ó n en gran duelo.
E l de San Fern an d o fué profundo y doloroso
en sum o grado, m as <por el fortalecim iento de su
corazón— según dice la crónica—le fizo salir y en-
cob rir su pesar, y non era m uy m aravilla de ha­
ber gran pesar, ca nunca R e y en su tiem po otra
tal p erdió de cuantas hayam os sabido».
E sta fortaleza de su corazón, producto de su
conform idad con la voluntad de D ios, le d ió áni­
m os p ara cam inar á m archas forzadas á B u rgos,
donde presidió los funerales de la gran R ein a su
am antísim a y am adísim a m adre, cu yos re sto s morr
tales yacen en un m agnífico sep u lcro colocado en
el coro bajo del m onasterio de las H u elg a s, al
lado del enterram iento d el re y D . A lfonso V I I I de
C astilla y de su esp osa D .a L eo n o r de Lan caster.
Y esta m isma fortaleza de corazón d el santo
R e y le hizo dom inar su dolor y su straerse a l natu­
ral abatim iento que tan sen sible pérdida le había
causado, para salir de B u rgos, una vez term inados
los funerales d e su virtu osa m adre, y ponerse de
n uevo,al frente del ejército de A ndalucía con el fin
d e te m in a r la cam paña de aq u el año d e 12 4 5 con
la correría que ordenó hacer a l m aestre d e S a n ­
tiago por el A ljarrafe de S e v illa , y al re y m oro de
G ranad a, su feudatario, con el m aestre d e Calatra-
Va, para ta la r los cam pos de Jerez, preparando así
la m agna em presa de la tom a de S evilla, q u e á no
hallarse inm ortalizado el nombre de Fern an d o I I I
com o Santo, habría bastado para inm ortalizarle
com o R e y.
C A P ÍT U L O x n

P rep arativos para la conquista do S e v illa .—Con­


cierto con los moros do Carm ona.—T oraa de va­
ria s ciudades. —Empieza ol sitio do S e v illa .

am ás m onarca alguno, d esd e los com ienzos


MM/tl de la reconquista, ob tu vo tan rápidas y de-
B jjSji c isiva s victorias sob re lo s m oros com o las
logradas por S an Fern an d o duranta su glo­
rioso reinado.
P o seed o r de una p arte considerable de A n d alu ­
cía, y teniendo com o feudatarios á los re y e s más
poderosos de la m orism a, sólo tenía com o enem i­
g o formal a l de S e v illa , á quien ya había tom ado
tam bién una p arte no despreciable de sus do­
minios.
F a lta b a únicam ente para aniq uilarle p o r com ­
p le to apo d erarse de S evilla, su capital y corte;
m as esta em presa estaba erizada d e enorm es difi­
cultad es, no sólo por su s gran d es defensas terres­
tres, sino por los a u x ilio s q u e los m oros podían
recib ir del A fric a por el anchu roso G u ad alqu ivir,
cercan o ya á su desem bocadura en el m ar y de
fácil navegación p ara las naves d e gu e rra que en
aquellos tiem pos se usaban.
T o d o esto lo había m edido y pesado el santo
R e y, cu yo anhelo por apo d erarse d e la hermosa
ciud ad se hallaba tem plado p o r la prudencia; y
no fiándose de sus p rop ias lu ces, decidió som eter
e l asunto á consejo, para lo cual convocó en Jaén
una ju n ta de O bispos, capitan es de su ejército,
m aestres de las Ó rden es m ilitares y nobles del
reino.
O íd o s los pareceres de todos, favo rab les á la
em presa, trazóse el plan m ás conveniente para
llevarle á cab o , y com o una de la s co sas m ás ne­
cesarias para que el cerco de S evilla fuera efecti­
v o y eficaz era cerrar á los m oros la com unica­
ció n por m ar con los m usulm anes africanos, d is­
p u so el santo R e y que D . Ram ón Bonifaz, hom ­
b re peritísim o en las cosas de m ar, se trasladase
á V izca ya para arm ar allí una flota con ven ien te­
m ente dotada de hom bres, víveres y p ertrech os de
gu e rra y capaz d e n avegar por el G uadalquivir
h asta S evilla, donde d eb ería hallarse en el plazo
d e seis m eses, al m ando del citad o Bonifaz, que re ­
cibió el nombram iento de alm irante de Castilla.
M ientras Bonifaz cum plía este encargo, que ha­
bía de dar com o inm ediato resu ltad o im ped ir que
los m oros de S e v illa recibiesen socorros por el
G uad alquivir, p rep aró San Fern an d o la s fuerzas
q u e por tierra habían de cercar á la ciudad. Con
p arte d e ellas, y para ir lim piando de enem igos el
terren o, se presentó an te los m uros de Carm ona,
c u y o s defensores, a l v e r lo con siderable de las
huestes cristianas, pactaron con el san to R e y un
convenio, en v irtu d del cual é ste no hostilizaría á
la v illa en el plazo de seis m eses, m ediante el pago
de cierto tributo y la prom esa de no ayu d ar á los
m oros de S evilla.
O btenido este resultado, que e vitab a al ejército
cristiano una lucha ocasionada á d istraer de la
em presa principal un núm ero siem pre considera­
ble de fuerzas, envió al gran P rio r de la O rden de
S a n Ju a n á que tom ase á L o r a , c u yo s defensores
se entregaron á la prim era intim ación.
D espu és m archó San F ern an d o sob re Cantilla-
na, y al va d ea r el G u ad alq u ivir e stu vo á punto
de p erecer ah ogad o, p eligro del que el S eñ o r le
salvó m ilagrosam ente. C ercada la población, ésta
se defendió con ta l tenacidad, q u e hubo necesidad
d e tom arla por asalto, y conseguido e ste triunfo,
fácil le fué al santo R e y en trar en G uillen a, donde
hubo de d eten erse por h aber caíd o enferm o de
bastante cuidado, p ero no h asta e l punto de q ui­
ta rle la lucidez de su espíritu, p u es desde su lech o
siguió dirigiendo los m ovim ientos d e su ejército,
a l q u e m andó á to m ar A lc a lá del R ío , plaza fuerte
de gran im portancia, c u y a posesión le ab ría el ca­
mino d e Sevilla.
Defendiéronse los m oros bravam en te, alen tad os
p o r la p resencia del rey A jataf, q u e salió de su c a ­
pital p ara cerra r el paso á los cristianos, y e sto
determ inó á S an Fern an d o á p onerse p ersonal­
m ente al frente de su ejército apen as entrad o en
convalecencia. Entonces ap retó se e l cerco y se re­
doblaron la s acom etidas con tal empuje, que e l re y
m oro de S e v illa se escapó de A lcalá del R ío para
huir del peligro de caer prisionero, y desalentados

por esta fuga, los sitiad o s entregaron la plaza al


san to R e y . E s te hizo rep arar sus fortificaciones, y
d esp u és de dejarla bien p ro vista de to d a clase de
pertrechos y gu arn ecid a por buen núm ero d e sol­
dados, siguió adelante hacia S evilla a sí que reci-
3 )ióa v iso d el alm irante Bonifaz de haber abando­
n ad o las aguas d e V izca y a con veintiséis n aves de­
bidam ente acondicionadas.
*
Bonifaz com unicó adem ás al R e y q u e, según no­
ticia s que h abía adquirido, los m oros se habían
ap e rcib id o á la defensa con fuerzas de m ar y tierra
p ara cerrarle el paso, y term inaba m anifestando su
propósito de forzar el paso d el G u a d a lq u iv ir ó p e­
recer en la demanda.
E n v ista de esto, dispuso el R e y q u e tres d e sus
m ejores capitanes, con buen núm ero de soldados,
acudieran á la costa para p ro teg er la entrada en el
G u a d a lq u iv ir de las galeras d e Bonifaz, m ientras
•éste se p rep arab a á luchar con m ás de treinta na­
v io s m oros que habían salid o á alta m ar para co r­
ta rle el paso.
E l é x ito de aquella b atalla n aval fué com pleta­
m ente favorable á las arm as cristianas. Bonifaz
e ch ó á pique á m uchas naves enem igas, ap resó á
tre s y puso en fuga á las dem ás, q u ed an d o dueño
d e la desem bocadura d el G u ad alq u ivir, que re­
m ontó con su escu ad ra, ap roxim án d ose á Sevilla,
según las órdenes que le habían sid o com unicadas
p o r e l san to R e y .
E ste , p o r su p arte, fué tam bién acercán d o se á
S e v illa por tierra, y á pocos días, e l 17 de A go sto
d e 12 4 7 , qued ó la ciudad bloqueada, comenzando
d esd e aq u el m om ento las operaciones d el cerco,
q u e se fué estrechando á m edida que llegaban al
real cristian o los refuerzos que había pedido San
Fern an d o á su s reinos de L e ó n y Castilla.
D ispuso el R e y que el m aestre de San tiago don
P elayo Pérez C o rre a acam pase en lo que h o y es
conocido con el nombre de barrio de T ria n a , cer­
c a de A znalfarach e, para h acer frente á los m oros
q u e podían acudir en a u x ilio de S evilla p o r la p a r­
te de N iebla, y S an F ern an d o estableció su real
e n T a b la d a para contener á los m oros que d e la
ciu d a d salían con el fin d e hostilizar á los cris­
tianos.
M uchos fueron lo s ataq u es que sufrió en los pri­
m eros días del cerco e l cam pam ento d e San F e r­
nando, y m uy frecuentes y señalados los actos de
v a lo r heroico realizados en aqu ellas acom etidas
p o r sitiados y sitiadores; m as la victoria e ra siem ­
p re de los nuestros, que tras com bates m ás ó m e­
n os encarnizados, obligaban siem pre á lo s m oros á
b u scar la salvación de su s vid as tras los m uros de
la ciudad.
P o r la p arte del río no eran m enores los ob s­
táculos con que tenía que lu ch ar el alm irante Bo-
nifaz. L o s m oros apelaban á toda su erte d e trazas
para incendiarle las n aves ó para hacerlas zo­
zobrar, y a p o r m edio d e brulótcs, ó sea barcos
in servibles, á los que pegaban fuego y echaban
río abajo para que chocasen con los bajeles c ris­
tianos, y a tam bién cerrando con cad en as los pa­
so s del G u ad alq u ivir ó lanzando á su fondo g ra n ­
d es p ied ras y otros ob stácu los para q u e contra
e llo s se estrellasen.
D io s, que velab a por el ejército de m ar y tierra
d e S an Fernand o, d esbarató estas y otras trazas,
y las operaciones d el cerco siguieron su cu rso el
re sto d el año 1247 y los com ienzos del 12 4 8 .
C A P ÍT U L O X III

Proezas do las tropas do S an Fornando a l fronte do


S o v i l la .- L a V irgen anuncia a l santo R oy que so
apoderarla do la ciudad — M ilagrosa y socrota en­
trada do San Tornando on S evilla.

ONVENCiDOS los defensores de S e v illa de

f
que con sus propias fuerzas no podrían
resistir el poderoso em puje de las h ues­
tes de S an Fern an d o , reiteraron sus men
sajes á los m oros d e A frica para que les enviasen
au xilio s, y aunque éstos llegaron en núm ero con
sid erable, no consiguieron d estruir la escuadra de
Bonifaz, que era el m ayor obstáculo con que trope­
zaba el re y A ja ta f para aprovisionar á su capital
sitiada.
L o único q u e consiguió fué reforzar sus tropas
con o tras africanas que desem barcaron en varios
puntos de la costa, y con ellos determ inó atacar
al real de S an Fern an d o aprovech an do la circu n s­
tancia de haber pasado éste con p arte de su e jé r­
cito al otro lado del G u ad alq u ivir, donde se ha­
llaba e l m aestre de San tiago, para tratar con él de
gunos puntos im portantes de la cam paña.
Con todas las tropas q u e pudo reunir, á fin de
.dar m ás sobre seguro el golpe d e m ano que inten­
tab a contra el campamento cristiano, salió el s o ­
b e rb io A ja ta f d e S evilla, y con gran estrépito llegó
a l real, creyen do que su sola presencia y la enor­
m e m asa d e m oros que le seguía sería m ás que
suficiente p ara que se rindiesen á discreción los
pocos h om bres de arm as que se habían quedado
custodiando el casi desgu arnecido campamento.
M as no contaba que com o je fe s de aq u el puña­
d o de valeroso s cristianos se hallaban lo s esforza­
d os capitanes el infante D . E n riq u e y el caballero
D . L o ren zo Suárez y Q uijada, que sin reparar en
e l núm ero de su s enem igos cargaron sobre ellos
con tanta resolución y em puje, que los m oros vo l­
vieron g ru p a s com o s i un num eroso ejército les
atacara, y una vez iniciado el desorden en las filas
de la m orism a, fué im posible al re y m oro de S e v i­
lla contener la dispersión, y acuchillados y p erse ­
guidos hasta los m ism os m uros de la ciudad, ape­
n as s i tu vieron tiem po de encerrarse en ella.
D e esta clase de episodios ocurrieron no pocos
d uran te el sitio, y en to d o s ello s quedó la victoria
por los cristianos, que cad a vez estrechaban m ás
el cerco de S e v illa , á m edida que iban llegando
n u evas trop as d e C astilla y de L e ó n para reforzar
á las huestes d el santo R e y .
A l m ando de los últim os refuerzos llegó e l infan­
te D . A lfo n so, hijo prim ogénito de S an Fernando
y h eredero d e l trono, y levantad o e l real de T a ­
blada , se estableció m ucho m ás cerca d e la ciudad
con todos los caracteres de una población populo­
sa, en la que para que nada faltase se construye­
ron tres tem plos de m adera, donde se colocaron
las tres im ágenes de la San tísim a V irg e n que el
san to R e y lle v a b a en to d as su s campañas.
A cerca del levantam iento d el real de T a b la d a y
su aproxim ación á la ciudad sitiada, dicen mu­
chos h istoriadores que fué d ispuesto á consecuen­
cia de un a v iso d el cielo que S an F ern an d o recibió
por conducto de S an Isid oro, glo rio so A rzobispo
de S evilla, quien le aseguró que lograría apoderar­
se d e la ciudad, aunque no sin grandes esfuerzos
y afanes.
L o s m oros tam bién recibieron nu evos refuerzos,
con los que se aven turaron á h a ce r una n u eva sa ­
lida; m as la s tropas cristianas, m andadas p o r don
G a rc i Pérez d e V a rg a s y D . L o ren zo Suárez Q u i­
ja d a , los castigaron tan duram ente, persiguiéndo­
le s h asta la m itad del puente de T ria n a , q u e y a no
volvieron á atreverse á sa lir á cam po abierto á
com batir contra los soldados de S an Fernando.
A todo esto el calor del veran o llegó á m o­
lestar de un m odo e x c e siv o á los sitiadores, a lg u ­
nos de los cuales com enzaron á m anifestar su des­
contento hasta el punto de verse ob ligado el santo
R e y á d irigir la palabra á los m ás desanim ados,
h aciéndoles con sid erar lo d esh on roso q u e sería
p ara las arm as cristianas d esistir de una em presa
d e la que dependía e l aniquilam iento de la moris­
m a ó su ensoberbecim iento, h asta el punto de que
fuera necesario abandonar los lugares an terior­
m ente reconquistados. C on e sto se calm ó la altera­
ción, m as bien com pren dió e l glorioso m onarca
Que á aquella prim era m anifestación de d esalien to
seguirían otras que quizá no pudieran ser tan fá­
cilmente aplacadas.
Dom inado por esta triste im presión, fu ése aL
tem plo p rovisional donde estaba colocad a la ima­
gen de la Santísim a V irg e n b ajo la advocación de
nuestra S eñ o ra de los R e yes, y postrán dose ante
ella, invocó su p rotección y a u x ilio para pod er dar
Pronta y satisfactoria cim a á su em presa. L a R ein a
de los cielos o y ó propicia la plegaria de su am ado
siervo, y com o anuncio de m ejor despach o de su
Petición, se d ignó hacerle o ir estas consoladoras
Palabras:
«En mi im agen de la A n tigu a, de quien tanto
fia tu devoción, tien es continua intercesora; pro­
sigue, que tú vencerás.»
E sta im agen, llam ada de la A n tigu a, se hallaba
Pintada antes de la invasión agaren a en el m uro de
Uno de los edificios d e S evilla, y fué tap ad a con
u na p ared por algunos piadosos cristianos para im ­
pedir que los m oros la profanasen cuando éstos se
apoderaron de la ciudad. A l ser é sta reconquista­
da por San F ern an d o fué d escubierta y colocada
luego en la cated ral, d on d e recibe fervoroso culto.
C uando e l santo R e y recibió e l celestial aviso
incend ióse su p ech o en ardientes deseos de pos­
t a r s e á los pies d e la veneranda im agen que den­
t ó de S evilla perm anecía, com o liem os dicho,
oculta, y con tan ta fuerza se vió im pulsado por
e los, que, sin aten d er al riesgo q u e corría, en ca­
m inóse com o enajenado á la pu erta d e S e v illa lla­
mada de C órd oba. A llí encon tróse con un gallardo
m ancebo, que fundadam ente suponen los historia­
d o re s fuera el A n gel de su guarda, y que, cam i­

nando d elante de é l, le anim aba á segu ir adelante.


G u iad o p o r e l m ancebo entró en S evilla sin s e r
visto d e p ersona alguna; atravesó va rias calles, y
llegándose a l sitio d on d e se h allaba oculta la san ­
ta im agen, vió que se abría el m uro que la oculta­
ba, y an te tam año prodigio c a y ó de rodillas, d an ­
do gracias á D io s y á su santísim a M adre p o r la
gran m erced que le otorgaba.
N o m encionan los autores que este prodigio re­
latan si la V irgen reiteró de palabra la prom esa
hecha á San Fernando cuando pocas h oras antes
elevab a su s p legarias á n uestra S eñ o ra d e los R e ­
y e s en el tem plo levantado en su cam pam ento. E s
de creer que así fuera, ó indudable q u e recibió,
si no de v iv a voz, por com unicación interior, la
seguridad absoluta de que se haría dueño de S e ­
villa, porque desde aquel m om ento habló d e ello
como cosa cierta con cuantos del asunto trataba,
hasta el punto d e q u e su convicción se com unica­
ba á cuantos le oían, y y a no vo lv ió á su rgir en tre
su s huestes e l m enor átom o de desaliento.
M ientras e l santo R e y oraba en S evilla an te la
im agen de la A n tigu a, v a rio s de su s capitanes no­
taron su ausencia del cam pam ento. E n un p rin ci­
p io, y conociendo su m ucha pied ad , creyeron que
se hallaría orando en algun o d e los tres tem plos
que había hecho levantar en el real; m as com o p a­
sara el tiem po y no se presentase en su tienda, fue­
ron á buscarle á las citad as iglesias, sin que en
ninguna de ellas le encontraran.
L a alarm a que esto produjo en aquellos buenos
caballeros e x c e d e á to d a ponderación. E n un mo­
mento pensaron q u e el R e y , á quien va rias veces
habían oído decir que S e v illa se rendiría p o r c a ­
pitulación y no por fuerza de arm as, h abía caído
▼ *D A D B S A N FERNANDO 6
en alguna celad a, y que m ientras lo buscaban en
e l cam pam ento estaría encerrado en algún calabo­
zo del re y moro d e S evilla. Y com o la presunción
tom ara cuerpo á m edida q u e avan zaba la noche,
determ inaron en trar p o r sorp resa en la ciudad
p ara sa lv a r á su am ado soberano ó d a r por él
su vid a.
L a historia con serva los nom bres de estos le a ­
le s caballeros, q u e fueron D . D ie g o L ó p e z de
H aro , D . Pedro d e Guzm án, D . R o d rig o González
G irón , D . P ed ro Ponce, D . Ju an Fernández de
M endoza y D . Fern an d o Y á ñ c z, los cuales, con a l­
gunos hom bres de arm as, salieron secretam ente
del cam pam ento y llegaron á penetrar en S evilla
p o r la puerta de la M acarena.
Y a dentro de la ciudad fueron d escu bierto s por
los m oros, que cayeron sobre lo s intrépidos c ris ­
tianos en tan gran núm ero, que los obligaron á sa ­
lir de S e v illa p o r la m isma puerta por donde ha­
bían entrado, no sin q u e m uchos infieles m urieran
en la sangrienta refriega.
F ru stra d a la sorpresa, vo lviéro n se los caballeros
al cam pam ento sum am ente entristecidos; m as su
p ena se m udó en inm enso gozo cuando al entrar
d e nuevo e n la tien da d el R e y hallaron á éste de­
partiendo tranquilam ente con o tro s capitanes, á
los que d ictab a su s disposiciones para la jorn ad a
d el d ía siguiente.
C uando acabó S an F ern an d o de d a r su s órde­
nes refirieron los caballeros que habían salid o á
buscarle todo lo que les había sucedido, y e l R e y ,
no pudiendo y a guard ar el secreto de su m ilagrosa
entrada en S evilla, les m anifestó que efectiva­
m ente había estado d en tro d e los m uros de d ich a
ciudad, adonde le habían llevado ciertos con fid en­
tes que dentro d e ella tenía. Con lo cual quedaron
satisfechos los caballeros y tam bién el santo R e y ,
q u e no tu vo necesidad d e m entir en este caso, ni
p o r nada del m undo hubiera m entido en ninguno,
p ues en tratos había andado con confidentes que
valían infinitam ente m ás q u e los hom bres, com o
era D io s y su Santísim a M adre. Y así tam bién se
lo d ió á en ten d er á los citados caballeros en la
m ed id a q u e se lo consintió su m ucha hum ildad; lo
que llenó d e jú b ilo á todas las huestes cristian as,
que ya no dudaron d el triunfo de su s arm as, ni
vo lvie ro n á m urm urar por la prolongación d el
cerco.
E s te , por otra p arte , era cada d ía m ás apretado,
y la llegada d e nuevos refuerzos perm itió al santo
R e y tom ar con m ayo r em puje la ofensiva con
op eracion es m ás d ec isiv a s que llevaron el esp an­
to á la m orism a y dieron m ayo res alientos á lo s
sitiadores, com o v e rá e l lector en el capítu lo si­
guiente.
C A P ÍT U L O X IV

Portontosa hazaña dei alm irante B onifaz.— Peligro


que corrió e l infante D. A lfonso.—Capitulación do
S e v illa .

unquk la situación de los m oros d e S evilla


iba siendo cad a día m ás apu rada, tod avía
contaban con la segu rid ad de pod er resis­
tir un largo ased io sin carecer de víveres
m ientras tu vieran libre la com unicación con el
e x te rio r por el puente de T rian a, en el que habían
acum ulado form idables defensas, que hacían punto
m en o s que im posible el tomarlo.
N o se ocultó al santo R e y la dificultad q u e opo­
n ía á su in ten to la conservación en p o d er de los
m oros de posición tan im portante, y p ara vencerla
llam ó al alm irante Bonifaz á fin de id ear alguna
traza que perm itiera a l ejército cristiano desalojar
d e allí á los m oros, y e xam in ad o s y rechazados
d iv e rso s planes, se con vin o en q u e sólo la des­
trucción del puente d aría resultados prácticos.
D e lle v a r á cabo tan arriesgad a y m agna em ­
p resa encargóse el alm irante Bonifaz, y el m edio á
que apeló p ara ello sólo p od ía ser concebido é
intentado p o r un corazón verd ad eram ente heroico
y anim ado p o r el am or de D io s h asta e l sacrificio
de la propia vid a.
E l puente d e T ria n a estab a hecho de barcas
trabad as por férreas cadenas, y para d estru irlo no
encontró el alm irante otro m edio que el d e em ­
bestirlo con dos n a ve s á to d a v e la , y de este m odo
d esbaratarlo, con riesgo evidente de que, al no p o­
der dichos barcos rom per e l ob stácu lo, quedasen
ellos y no el puente deshechos.
P ara realizar este hecho portentoso de valor fué
señalado el día 3 de M ayo del año 12 4 8 , fiesta d e
la Invención de la S an ta Cruz, y en una de las na­
v e s se em barcó e l m ism o Bonifaz, después de
en arbolar, por orden d e San Fernand o, en los p a­
los m ayores de am bos navios, el santo sím bolo de
nuestra redención.
D ispuesto todo p ara com enzar la difícil op era­
ción, sólo faltaba que el S eñ o r se dignase en viar
el viento necesario y fav o ra b le , sin el cual era im­
posible em bestir contra el puente. San F ern an d o
elevó al cielo su s súplicas p ara q u e no le faltase á
B onifaz el indispensable a u x ilio , y después d e a l­
gunas horas de ansiedad, e l vien to se levantó, y
la s naves, á v e la s d esp legad as, se precipitaron
contra el obstáculo q u e debían destruir.
D o s acom etidas dieron los n avio s sin lograr e l
objeto deseado, m as á la tercera quedaron rotas
Jas cadenas y desh ech as las b arcas del puente, y
las n aves pasaron sin n o vedad , con gran espanto
d e los m oros, que á una y á otra orilla d el G u a­
d a lq u iv ir habían presenciado la arriesgada o p e ra ­
ció n riéndose desdeñosam ente por parecerles im ­
p osible su realización.
A n tes de que volvieran de su asom bro cargó
so b re ello s con las tropas que tenía preparadas al
e fecto , y fué tan g ran d e la m atanza de agarenos
q u e hicieron, que m uchos de los sobrevivien tes,
poseídos de terror, se arrojaron al río y en él ha­
llaron tam bién la muerte.
A s í escarm entados lo s m oros, no se atrevían á
sa lir d e los m uros de la ciu d ad y d e los reductos
q u e la rodeaban, y com o y a no les q u ed aba espe­
ranza alguna d e socorro ni por agua ni por tierra,
s u r e y A ja ta f apeló al recu rso de la felonía para
v e r si de este m odo lograba que San Fernando
le van tase el cerco de la ciu d ad y se retirase con
su ejército.
P a ra el logro d e este d esignio llam ó el rey
m oro á uno d e los african os que habían acudido
e n su a u xilio , llam ado O rias, y le encargó que, fin­
g ién d o se traid or á A ja taf, se p resen tase en e l cam ­
p am ento del infante D . A lfo n so, prim ogénito de
S a n Fernand o, y le ofreciera la en trega d e dos
to rres, de c u y a defensa d ecía estar encargado.
P arecióle bien á D . A lfo n so la proposición, y al
e n tra r en la discusión de los m edios d e realizar la
en trega, el m oro p uso por condición que había de
ir e l p rín cip e en p ersona para h acerse cargo de
la s to rres, p ues á nadie m ás q u e á él quería entre­
gárselas. A s í q u ed ó conven id o, m ás pareciéndole
á D . A lfonso algo sospechosa la condición, con­
su ltó éste el caso con el R e y , y p o r disposición de
am bos fué en lugar del p rín cip e el caballero don
Ped ro Xúñez de Guzm án con una escolta no m uy
num erosa, para no llam ar la atención de los m oros,
al lugar de la cita d esignado por O rias.
E s te , que tenía em boscados á m uchos d e sus
secuaces, c a yó sobre la e sco lta con ellos, pensan­
do coger prisionero á D . A lfo n so, para p ed ir luego
por su rescate e l levantam iento d el cerco de S e ­
villa; m as los cristianos se defendieron bravam en­
te y lograron escap ar de la infam e celad a, quedan­
d o así d escubierta la m ala fe de los m ahometanos.
C on nuevos refuerzos que el santo R e y recibió
de C ó rd oba estrechó e l cerco de tal m anera, que
p riva d o s los m oros d e to d a esperanza de socorro
y com enzando á sentir los efectos del ham bre, d e ­
term inaron entregarse, enviand o parlam entarios
a l cam po cristiano á fin de tratar las condiciones
de la capitulación.
R ecib ió les S an Fernand o; y con e l fin d e o b te ­
n er m ayores ven tajas, com enzaron por decirle que
S evilla tenía todavía grandes m edios de resisten­
cia, p ero que e l deseo d e la paz m ovía á A ja ta f á
entrar en tratos con San Fern an d o , ofreciéndole
e l alcázar de la ciud ad y la m itad de la s rentas
que daban al em perador d e M arruecos com o fe u ­
datarios, á condición de que e l m onarca cristiano
levantase el cerco.
— A ja ta f ignora, sin d u d a - r e s p o n d ió e l santo
R e y á los em bajadores,— que tengo noticias parti­
culares del aprieto en que se h alla, com o de quien
ha estado den tro de S e v illa y tiene quien le dé
c ° n to d a clarid ad los inform es q u e necesita. D e­
cid le que o s d é facultad am plia para los ajustes;
que si quiere lograr el tiem po de las treg u as con
en via r lo s pod eres tan lim itados, no sé y o si p o­

dré em bazar el orgullo de los m íos para que no


les entren á fuego y san gre; y e s cierto que están
los m ás de ello s p esaro so s de q u e se tom en otros
cortes p ara la en trega que los de la espada; y así,
que asegure las vid as y las haciendas de los suyos-
entregando la ciudad; q u e s i no logra e l d ía de
hoy, p od ría s e r no hallara ocasión de ser oíd o
m añana, porque el tener á v ista los d espojos en­
gendra espíritus tan indóciles en los soldados, qu&
aunque y o repita las órd enes, tem o les haga so r­
dos la codicia.
M ustios y cabizbajos volviéro n se á S evilla los
em bajadores de A jataf, quien enterado de la res­
puesta d e S an Fern an d o y convencido de que ya
no le era posible co n se rva r á S evilla, y m enos re­
sistir un asalto sin com prom eter inútilm ente las
haciendas y vid as de los m oros, en vió nuevam en­
te á los em bajadores al campo cristiano para tra­
tar francam ente de la entrega de la ciudad, aunque
procurando sacar el m ejor partido que les fuera
dable de la situación.
Prim eram ente ofrecieron á San Fern an d o dar, á
m ás d e las rentas con que servían á Miram amolín,
la tercera parte de la ciudad, y luego la mitad,
com prom etiéndose á construir el m uro que d iv i­
diese á la población cristiana de la población mora.
E l re y o y ó im pasible estas proposiciones, y lu e­
go que dejaron de h ablar los em bajadores m oros,,
les contestó:
— H ubo un tiem po en que no fueron indecoro­
sos estos partidos; pero y a e s d ep resivo para mis
arm as alzar el sitio á otro p recio que a l de entre­
garm e librem ente la ciud ad ; m irad s i fuera bien
visto en el m undo que, cuando los oprim idos atien­
den tanto á su crédito, el ven cedor fuera pródigo
de su decoro.
A estas m esuradas razones añ ad ió q u e con la
en trega de S evilla com o cabeza, entendía asim is­
m o la entrega de las fortalezas, to rres y castillos
q u e dependían de su ju risd icción , sin que una sola
q u e d a se en p oder d e los m oros. A esto opusieron
lo s em bajad ores algunos rep aros, pero S a n F e r ­
nando se m antuvo firm e, y tan decidido le vieron
á rom per los tratos y á en trar en S e v illa por fuer­
za de arm as, que al fin no tuvieron m ás rem edio
q u e pactar la entrega de S evilla dentro d el plazo
d e siete días, sin otra condición q u e e l respeto á
las vid as y haciendas d e su s m oradores.
T o d o parecía y a arreglad o cuando su rgió un
incidente q u e á punto estu vo d e dar al traste con
lo tratad o, y fué que los em bajadores pidieron á
San F ern an d o que les perm itiera, antes de hacer
e n tre g a d e la ciud ad , d errib ar la m ezquita m ayor
y la torre principal de S evilla p ara q u e no fuesen
testigos d e su ignom ia.
O ir esto y ped ir el príncipe D . A lfonso, prim o­
génito d el re y , perm iso á éste para contestar, fué
una m isma cosa. D ió selo el santo m onarca, y don
A lfonso en to n ces, con la faz dem udada por la có­
lera, respo n d ió á los em bajad ores q u e con sólo
que faltase una teja de la m ezquita ó un ladrillo
d e la to rre, pagarían el daño con tantas vid as, que
se pudiese n avegar en san gre por las calles de
S evilla.
E sp an tad o s los em bajadores, no se atrevieron á
re p lic a r una p alabra, m ás dispuestos á apelar á la
fu ga que á seguir negociando. P e ro e l santo R e y
lo g ró sosegarlos, y quedó, por últim o, con ven id a la
en trega d e la ciud ad sin desperfectos, con los c a s­
tillos y plazas de su jurisdicción, excep tu án d ose
sólo de esta m edida S a n L u c a r, A znalfarach e y
N iebla.
A los m oradores de S evilla se les otorgó un
m es de plazo p ara ven d er lo q u e no pudieran ó
no quisieran lle v a r consigo, caso d e que obtasen
por sa lir de S e v illa , c u y o alcázar quedó d esd e
luego en p oder de lo s cristian os e l d ía 27 de N o­
viem bre de 12 4 8 , ó sea á los dieciséis m eses de
com enzado el sitio de la ciudad.
E s ta fué en tregad a por los m oros e l d ía 20 de
D iciem bre d el mismo año, d esp u és de haber v e n ­
did o su s bienes los q u e no quisieron segu ir vivien ­
d o b a jo la dom inación cristiana, y á todos ellos
íes p ro v e y ó el santo R e y de los m edios necesarios
para traslad arse al A frica.
C alculan los historiadores en cien mil e l núm e­
ro d e m oros q u e en em barcaciones fletad as por
S an Fernando se trasladaron al Á frica, y e n d os­
cien to s mil el d e los que pasaron d en tro de E s p a ­
ña á p u eb lo s ocupados por los agarenos; siendo
m uy d e notar, com o m uestra de la h idalguía del
santo R e y , que una de las cosas d e que con m ás
d iligencia se cuidó fue d e dar á todos los moros
q u e de S e v illa se ausentaron salvocon du ctos para
que no fueran m olestados en su tránsito p o r tie­
rras cristianas, y aun escolta d e sold ad os m anda­
d a por e l m aestre de C alatrava.
C A P ÍT U L O X V

E n trad a de San Fernando en S e v illa — M edidas que


adoptó p ara su ropoblaoión y prosperidad de su&
m oradores —N uovas conquistas.

NTREGADA S evilla al san to R e y , dispuso

f
éste hacer su entrada en ella e l d ía 22 de
D iciem bre, consagrado á la traslación d e
San Isid oro, y com o en todos su s acto s
bu scab a siem pre la gloria d e D io s, quiso q
d ich o acto, m ás que de ostentación guerrera, tuv
ra el carácter de una p iadosa m anifestación de gra ­
titu d á la Santísim a V irg e n , á cu ya intercesión
debía la victoria obtenida sob re los m oros.
A la e x c e ls a Señora y no á él quiso q u e le fue­
ran trib u tad o s en aquella ocasión solem ne los ho­
n ores del triunfo, y para ello organizó un brillante
cortejo, a l frente del cual, y com o abriendo mar­
ch a, iban los caballeros de la s Ó rdenes m ilitares,
segu id os d e los P re la d o s así antiguos com o los de
nueva creación para las S ed e s de Ja é n , C uenca,
C artagen a y Córdoba.
D etrás de éstos, y sob re un m agnífico carro
triunfal, d escollaba la im agen d e N u estra S eñ o ra
de los R e y es, una de las tre s q u e acom pañaron al
santo rey en su s cam pañas, y á los lados de la ca­
rroza cabalgaban en briosos co rceles de batalla el
re y San Fern an d o , su esp osa D .a Ju a n a , sus hijos
D . A lfo n so, D . Fad rique, D . San ch o y D . M anuel,
y su herm ano e l infante D . A lfo n so, señ or d e M o­
lina, á los que acom pañaban algu nos príncipes e x ­
tranjeros, el legado del Papa Inocencio IV , el rey
m oro d e G ranad a M oham ed A lh am ar, y su hijo
e l re y de Baeza, aliados d e l santo monarca.
L a Crónica de S a n Fernando coloca tam bién en­
tre los que form aban tan brillante cortejo á San
P ed ro N olasco, fundador de la O rden de la Mer­
ced , á San P ed ro González T elm o y a l b eato D o­
m ingo, com pañeros del glo rio so S an to D om in­
g o de Guzm án, que habían acudido con otros mu­
chos religiosos al sitio de S evilla para e je rce r su
apostólica m isión. Cerraban la m archa gran núme­
ro d e caballeros, ricos-hom es é hijos-dalgos de
L e ó n y Castilla, y de A ragó n y N avarra, seguidos
d e las tropas que habían tom ado p arte en e l cerco
con su s band eras y estandartes.
A la entrada de la ciud ad esperaba á los ve n ­
ced o res el re y A ja ta f, que hizo en trega á S a n F e r ­
nando d e las llaves d e la ciu d ad , que h o y se cus­
todian en la cated ral de S e v illa . U n a de ellas de
plata y otros m etales preciosos, y la otra de h ie­
rro , con la siguien te inscripción en caracteres
arábigos: «Perm ita A la h que d u re eternam ente el
im perio d el Islam ».
L a de p la ta contiene e sta otra: «D ios abrirá;
R e y en trará»; d e lo que coligen algu nos historia­
d ores q u e aquélla fué la lla v e en tregad a p o r

A jataf, y la otra fabricada posteriorm ente, ó cuan­


do m enos grab ad a la inscripción, á lo q u e se dice,
p o r los ju d ío s, p ara ad ular al santo R e y . D espu és
d e la cerem pnia de en trega d e las llaves de la
ciudad dirigióse la com itiva á la mezquita m ayor,
ya debidam ente purificada por el O bispo D . Gu­
tierre, electo para la S e d e prim ada de T o led o ; y
colocado el carro triunfal q u e conducía á la ima­
gen de N uestra S eñ o ra de los R e y e s á m odo de
trono, y ante él un alta r p ortátil, cantóse p o r el
referido D . G utierre una M isa solem ne, que S an
F ern an d o o y ó de rodillas, orando fervorosam ente
y derram ando lágrim as d e gozo y gratitud p o r el
gran beneficio que acab ab a de obtener d el S eñ o r
por intercesión d e la R ein a de los cielos.
A d em ás de dicha san ta im agen depositó el R e y
en la catedral de S e v illa las o tras dos q u e llevaba
consigo, ó sea la llam ada de la S e d e y otra de
marfil, q u e e ra la q u e llevab a en el arzón de la
silla para tenerla siem pre an te los ojo s aun en los
mom entos m ás recio s d e las batallas y encom en­
darse á s u protección en los m uchos y gran d es
peligros que en ellas corría.
T erm inad as las m anifestaciones d e jú b ilo á que
se entregaron los vencedores d e S e v illa , ocupóse
el santo R e y en consolid ar su nueva conquista,
Para lo cual con vocó la s C ortes de los reinos de
L e ó n y C astilla, y en ellas se hicieron ordena­
m ientos concediendo gran d es franquicias á los re-
Pobladores de la herm osa ciu d ad , en la que m uy
pronto se llenó con creces e l vacío que en ella
habían d ejad o los m oros que la habían aban­
donado.
Á m ás de e sto adoptó S an Fern an d o m edidas
m uy acertadas para e l buen gobierno de la pobla­
ción, y otras encam inadas á im pedir la s d iscordias
é que podía d a r lugar la con viven cia d e m oros y
cristianos dentro de una m isma ciudad. E n tre d i­
c h a s m edidas m erece ser especialm ente anotada
la creación d e la H erm andad vieja para perseguir
á los m alhechores, institución que después se
e x te n d ió á toda C astilla y logró su m ayo r desarro­
llo en tiem po de los R e y e s Católicos.
D eseoso d e d a r el m ayor esplendor posible á la
herm osa ciud ad del G uad alqu ivir, llevó á ella gran
núm ero de pintores, alarifes y otros artífices, que
e n m uy corto espacio de tiem po la pusieron en
punto á ornato á la altu ra de las m ás celebradas
d e Italia.
E ra , en sum a, el santo R e y un enm orado de S e ­
v illa , hasta el punto d e q u e al s e r instado por los
gran d es que le rodeaban á que diese una vuelta
á las ciud ad es de C astilla y de L e ó n , de las que
v iv ía apartado hacía och o añ os, h alló siem pre mo­
tiv o s para diferir su partida, sin d u d a porque sa ­
b ía por revelación divina q u e el Señ o r había de­
term inado q u e concluyese allí su s días.
A p a rte de esto, no le p arecía á San Fern an d o
q u e había term inado su cruzada contra los m oros
arrojándolos de la bella capital andaluza. A lre d e ­
d o r de ella había aún pueblos q u e redim ir de la
esclavitud m ahom etana, y nunca m ejor ocasión
q u e aquélla, en que la m orism a se h allaba am e­
drentada, se le ofrecería para redondear su s con­
quistas.
A s í, pues, aunque eran m uchos los gran d es se ­
ñores que d eseaban vo lve rse á su s casas, dispuso
San Fern an d o proseguir la g u erra, y dejando á
S evilla convenientem ente guarnecida y provista
d e todo lo necesario para p o d er defenderse de sus
enem igos, m archó sobre Je re z y M edina Sidonia,
d e las q u e se apoderó casi sin resistencia.
D espu és prosiguió su m archa triunfadora, o cu ­
p ando á A rco s, Santa M aría del Puerto, Sanlú car,
L e b rija , A lpechín, Cádiz, N iebla, Aznalfarache y
la R o ta , y no pasó adelante con sus conquistas
porque sólo le qued aba p o r tom ar el rein o de G ra ­
nada, y contra éste nada podía intentar por enton­
c e s sin faltar á su regia palabra, á causa del pacto
q u e había hecho con el re y A lam ar, que su po sal­
v a r su corona d eclaránd ose feudatario d el santo
m onarca, á quien, por otra parte, sirv ió con ejem­
p lar fidelidad.

V ID A DK SAN HKNNANDO 7
C A P ÍT U L O X V I

Cómo gobernó San Fernando su s reinos.

üNQUE e l santo re y D . F ern an d o I I I em pleó

§
una gran p arte d e su preciosa vid a en
g u errear contra los m oros, no p o r eso
d ejó de cu id ar del gobierno d e su s E sta ­
d os con un celo, inteligencia y acierto superiores
á todo encom io.
D ieciocho años tenía, com o ya hem os d ich o,
cuando ciñó á su s sienes la corona de C a stilla , en
circunstancias dificilísim as, y aun calam itosas, te ­
niendo á la vez q u e atend er á defender su reino
d e las injustas agresiones de su p ad re D . A lfon ­
so I X sin faltar á su s deberes de hijo am antísim o
y sum iso, y á reprim ir las rebeldías de los L a ra s y
dem ás nobles am biciosos, cu y o s bandos, no sólo
trataban de m erm ar la autoridad del re y , sino q u e
llevaban la desolación y la ruina á los pueblos
donde en son de guerra penetraban, reduciendo á
su s m oradores á la m ás tiránica opresión.
U n príncipe m enos d otado por D io s d e los do­
n es de la naturaleza y d e la gracia, habría tenido
que caer, en las circunstancias en q u e S an F e rn a n ­
do subió al trono d e C astilla, en uno de estos dos
extrem os, igualm ente dañosos p ara é l y p ara la
prosperidad de sus pueblos, esto es: ó hubiera
contestado á la violencia con la violencia, ensan­
grentando su reinado, como m ás tarde lo hizo don
Ped ro I d e C astilla, ó hubiera sid o ju g u e te de las
ban d erías que se alzaron p ara anular su autoridad ,
com o le ocurrió al débil m onarca D . Ju a n II.
D e ninguna d e estas d os m aneras, para gloria
su ya , proced ió San Fern an d o . Firm e sin violencia,
y bondadoso sin d ebilidad, su po m antener ín tegra
su autoridad y red ucir á la obediencia á los reb el­
des nobles que contra él se alzaron, perdonándo­
les generosam ente sus rebeldías después de ha­
berlos reducido á la im potencia.
P arte de este resultado lo d eb ió á que, s i gu stó
d e ro d earse de buenos consejeros, no tu vo nunca
favoritos, m anteniéndose siem pre en el fiel de la
balanza de la ju sticia, cosa im posible para los m o­
narcas que se dejan g u iar sistem áticam ente p o r
valid o s, que atienden m ás á su propio m edro que á
los intereses generales del reino.
U n a sola p ersona pudo jactarse de influir pod e­
rosam ente en su ánim o, y ésta fué su virtuosísim a
madre, con la q u e puede d ecirse q u e com partió
gobierno d e su s E sta d o s d uran te vein tid ós años.
R ero D .a B erenguela de C a stilla , com o su herm ana
B lanca, m adre de S an L u is , pertenecía á la
raza de m ujeres fuertes de que h abla la S a g ra d a
Escritura, y á su s esclarecid as dotes de gobiern o
unía el desinterés d e una m adre amantfcim a y d e
u n alm a fervorosam ente cristiana, p robada desde
s u ju ven tu d en la p ied ra de to qu e d e la trib u ­
lación.
E l santo R e y tenía en m ucho los consejos y
a d verte n cia s d e su m adre, que iban siem pre enca­
m inad os, según d ic$ la crónica, á que go bernase
e n paz y ju sticia, com o persona tem erosa d e D ios,
y q u e tratase bien á su s vasallo s, con m ucho am or,
com o lo había hecho su ab u elo D . A lfon so el
Noble.
C u an d o al ser elevad o al trono d e C astilla se
p resen tó S an F ern an d o á las C o rtes, todos adm i­
ra ro n la m adurez de su juicio, m ás propio de un
varó n p ro vecto que d e un m ancebo de d iecio­
c h o años. L a d u lce su avid ad d e su s d iscu rsos le
valiero n el título de R e y ángel, y su s resoluciones,
llen as de sabiduría y equidad, m erecieron la apro­
bació n unánim e de los tres brazos d el reino.
C u id aba m ucho de enterarse por s í m ism o de
la s necesidades de sus súbditos, y en to d o s lo s pue­
b lo s donde establecía su residen cia d a b a audien ­
c ia d iaria á cuantos solicitaban h ablarle, sin dis­
tinción d e p ersonas; y para e v ita r m olestias á los
que acud ían á 61 en dem anda de favor ó ju sticia,
s e asom aba á u n a ventana b a ja d el edificio, en
q u e se aposentaba, y allí perm anecía m ientras ha­
b ía en la calle gente q u e d esease hablarle.
H asta fines d el siglo x v m se con servaron en
S e v illa vestigios de la ventana donde solía d a r au­
dien cias el santo R e y á todo el que lo d eseaba; y
habiéndole alguien preguntado p o r qué usaba de
aq u el m edio en lugar de recibir á los q u e á él acu­
dían dentro d e su palacio, contestó q u e m uchas
v e c e s las quejas d e lo s sú bd itos no llegaban á oí­

d os de los re y e s p o r las trabas q u e les ponían los


p orteros y d em ás se rvid u m b re de escalera a b a jo
p ara p en etrar en las regias estancias, m ientras que
n ad ie podía im ped irles e l tránsito por la calle,
d esd e la q u e podían e x p o n er su negocio sin nece­
sid a d de h acer largas antesalas.
N o faltó quien d ijera á S an F ern an d o que pro­
ced ien d o d el m odo q u e lo hacía se ponía en ries­
g o de que algún m alvado atentase contra su p er­
sona; p ero el noble m onarca les atajab a con estas
palabras:
— N o m e buscan á m í, sino á m i reino, p ersu a­
d id o s d e que no podrá E sp añ a ser ven cid a sin
q u e lo sea Fern an d o ; p ero fru strarán se su s astu­
cia s, porque haciendo y o la cau sa d e D io s, D ios
h a rá su causa guardándom e. T em an á los hom ­
b re s los q u e en los hom bres confían; lo s que sólo
e n D io s confían, á nad ie tem en sino á Dios.
C u idaba con solicitud paternal de q u e ño falta­
s e n en los pueblos los m antenim ientos necesarios
p a ra el sustento de sus m oradores, y cuando algu ­
n os de aquéllos sufrían los efectos de la escasez,
h acía que d e o tro s les en viasen los v ív e r e s su ­
ficientes p ara que no pad eciesen los rig o res del
h am bre.
C om o m uestras de estos d esvelo s p o r el bienes­
ta r d e su s p u eblo s, m erece esp ecial anotación el
via je que hizo San F ern an d o p o r su s reinos de
L e ó n y C astilla inm ediatam ente d esp u és de su
m atrim onio con D .“ Ju a n a , su segu n d a m ujer.
A com pañado de ésta visitó las principales ciuda­
d es de dich os reinos, no p ara recib ir hom enajes
en costosos festejos, sino p ara a te n d er á las nece­
sid ades de su s súbd itos, o y en d o su s q u ejas, sen ­
tenciando pleitos y tom ando la defen sa d e los dé­
b ile s con tra su s op resores.
«Ninguno, por p obre que fuese, ó p o r sólo que
lo fuese— dice uno d e su s historiadores,— dejaba
d e tener cabida y lugar, no sólo en el tribu n al y en
la audiencia ord inaria, sino que aun en el aposen­
to del R e y le d ejaban entrar. E n tend ía, e s á saber,
q u e el oficio de los reyes e s m irar p o r el bien de
su s súbditos, defender la inocen cia, d a r salud,
con servar y con toda suerte de bienes en riq u ecer
e l reino.»
N o h abía asunto de in terés público, p o r p eque­
ño q u e fuera, al que no prestase su atención y en
e l q u e no in tervin iera personalm ente pudiendo
hacerlo. E l hecho siguiente bastará p ara dem os­
trarlo:
E n tre la villa de M adrid y la ciudad de Sego-
v ia se había suscitado una com petencia sobre
cuestión de lím ites y ju risd icción , y el R e y , a vo ­
cand o á sí el asunto, lo sentenció y falló en un
ordenam iento e x p ed id o en S an E steb an de G or-
maz á 20 de Ju lio de 12 3 9 . Y no contento toda­
v ía con esto, fué él m ism o á reconocer y fijar los
linderos de am bas ju risd iccio n es para e v ita r en lo
su cesivo todo p retexto de d esavenencia ó pleito.
S u llaneza d e trato no distinguía entre nobles
y p leb eyo s. T ra ta b a á todos con gran afabilidad, y
si de alguna p arte se inclinaba la balanza d el ag ra ­
d o , e ra de parte d e los m ás débiles y desvalidos,
á los que anim aba con palabras de afecto cariñoso
p ara quitarles la corted ad p rop ia d el p obre cuan­
d o se halla en p resen cia del poderoso.
C A P ÍT U L O X V II

Lo que hizo S an Fornando en pro do las le tra s pa­


t r ia s .—L a U nivorsidad do Salam anca.—E l Conse­
jo real. —S u espíritu pacificador.

creencia m uy com ún la que presenta á


los re y e s de la E d ad M edia com o hom­
b res rudos ó de escasa cultura, sin otras
aptitudes que las necesarias para gue­
rrear, ni o tro s propósitos que los de ensanchar su s
dom inios, sujetand o á los ven cid o s á la m ás dura
servidum bre.
N ada m enos cierto, sin em bargo, que sem ejante
suposición, al m enos en lo que á la E sp a ñ a d el
siglo x i i i ó d e San Fern an d o se refiere. S u s re ­
yes, según e l testim onio de todos los historiado­
re s, y el m ás elocuente de los hechos, eran cultos
é ilustrados, y e l fragor d e las batallas no les im ­
pedía dedicar especialísim a atención á cuanto se
encam inaba á d esterrar la ignorancia en su s pue­
blos, para lo cual se rodeaban d e personas le tra ­
d a s y d octas, á cu yo cargo corría la form ación in­
telectual de su s súbditos.
A esta em presa civilizadora contribuyeron p o­
derosam ente lo s m onjes, cuyos m onasterios eran
verd ad eros tem plos d el sab er humano, y com o de
ellos recibió lecciones S an F ern an d o m ientras re­
sidió con su p ad re A lfonso I X en L eó n , an tes de
ser llam ado p o r su m adre para ceñ ir á sus sienes
la corona de C astilla, no h a y exageració n en decir
que fué uno de lo s m onarcas m ás am antes d e las
le tra s e n su tiem po, y así lo dem ostró con lo que
en favor de ellas hizo, que no fué poco ni d e esca­
sa im portancia.
D ébese, en prim er lugar, á S an Fernando, el celo-
con que procuró la difusión de la lengua castella­
na, que se había id o form ando con e l concurso de
p alab ras latinas, con otras de los d iferentes dia­
lectos que se hablaban en la s distintas region es de
E sp a ñ a y con gran núm ero d e vo ces arábigas.
E l santo R e y puso to d o su em peño en h acer de
esta lengua el idiom a oficial de E spañ a, y en ella
hizo redactar el ordenam iento de San E steb an de
G orm áz, sobre los lím ites d e M adrid y S ego via, á
q u e m ás arriba n os hem os referid o , y á e lla hizo
tam bién traducir el Fuero Ju z g o , que constituía la
legislación fundam ental de nuestra patria antes
d el C ó d igo de las S iete P artid as, que com enzó á
red actar su C onsejo y que fueron term inadas por
D . A lfo n so el Sabio, cu yo nom bre llevan.
Persuadid o d e q u e con las arm as solas 110 puede
sostenerse un E stad o , quiso que las letras tu vie­
ran en sus reinos e l lugar preem inente á q u e son
acreed oras, y p ara ello pen só cuerdam ente en dar
m ayo r exten sión á los estu d ios literarios.
E n este sen tid o había ya trabajado bastante y
c o n gran fruto su abuelo D . A lfo n so V I I I d e C a s­
tilla al fund ar en el año 12 0 0 la U n iversid ad de

Palen cia. San Fern an d o am plió la ob ra com enzada


p o r el ven ced o r de las N a v a s fundando la U n iv e r­
sid ad de Salam an ca con los elem en tos y a e x iste n ­
te s en Palencia y los nu evos que agregó para dar
m ayor extensión á la obra.
E ste proyecto y su ejecución le absorbieron de
t a l m odo, q u e habiéndose reb elad o contra C a sti­
lla D . D iego L ó p e z d e H aro , señ or de V izcaya,
no acudió en persona á sofocar la rebeld ía, y en­
v ió á su hijo D . A lfonso, que llevó á feliz término
la em presa, m ientras San Fern an d o proseguía sus
trabajos para la fundación de la citada U n iver­
sidad.
E n ella fundó, adem ás, un á m odo d e Sem ina­
rio, dedicado especialm ente á form ar varo n es a p ­
to s p ara intervenir con su con sejo en los asuntos
a rd u o s del E stad o ; y cuando ju zg ó que p od ía ha­
c erlo , eligió entre ellos á los d o ce q u e consideró
m ás aptos, y con ellos con stitu yó el C o n sejo R eal
d e C astilla, destinado á segu ir a l R e y á to d as par­
te s para asesorarle en todos los asuntos graves.
E s te interés por prom over y acrecentar la cultu­
ra entre sus súbd itos p arece á prim era v ista no
com paginarse con su continuo g u errear durante
los treinta y cinco años d e su glorioso reinado.
M as esta aparente antinom ia d esap arece al con si­
d e ra r que la s gu erras en que se em peñó S an F e r ­
nando fueron única y e x clu siv a m e n te con tra los
in fieles, y con el fin d e lib ra r á los territorios de
q u e los m oros se habían apod erad o de la barbarie
m usulm ana, reintegrando á su s m oradores en la
posesión de la fe cristiana, que contiene todos los
elem entos de la verd ad era civilización y d e la m ás
sólid a cultura.
Peleó S an F ern an d o á la m ayor glo ria de D ios,
y e l fin de su s g u e rras era dar á los pueblos la
v e rd a d era paz, la paz q u e n ace de la posesión de la
ve rd a d que hace libres á los hom bres. Y que este-
era e l único ob jeto de su s em presas gu erreras lo
dem ostró con el em peño que siem pre puso en re ­
huir to d a contienda con los dem ás príncipes cris­
tianos, y en lim itar á lo estrictam ente necesario
la represión por fuerza de arm as de las rebeldías d e
a lgunos de su s súbditos, prefiriend o ganarlos por
la dulzura á espantarlos por el terror.
Y en su s m ismas guerras contra los m oros de­
m ostró el espíritu pacificador q u e le anim aba, p u es
siem pre procuró en trar en las plazas que sitiaba
m ediante capitulación q u e co n servase las vid as y
haciendas de los vencid os, m ejor que tom arlas por
asalto y v e rse obligado á p asar á cuchillo á sus
defensores.
E s ta m oderación, fruto de su espíritu pacifica­
dor, se vió bien patente en la tom a d e S evilla al
d a r á los m oros q u e no querían som eterse á su
%auto rid ad ,u n m es de térm ino para enajenar sus-
bienes y las garantías necesarias para q u e lib re­
m ente pudieran trasladarse á los puntos que esco­
gieron p ara su futura residencia. O b ligad o á em ­
p lear la fuerza p ara libertar á E sp añ a del poder
de los agarenos, procuró lim itar e l derram am iento
de san gre á lo estrictam ente necesario, hallándose
siem pre d ispuesto su noble corazón á perdonar
generosam ente á todos su s enem igos.
C A P ÍT U L O X V III

S u ospíritu de piedad.—Celo que desplegó por ol es­


plendor del culto divino.—S u am or a l estado
eclesiástico.

kl espíritu de piedad de S an Fernando se


m anifestó en é l d esd e sus prim eros años,
y fué creciendo y afirm ándose con la
edad, hasta constituir una de sus m ás só ­
lid as virtudes.
S u virtuosa m adre D .a B erengu ela p uso los
cim ientos de su am or á D io s y la devoción á la
V irg e n Santísim a, y los m onjes cistercien ses d el
m onasterio de V alp araiso , que se encargaron de
s u educación, consolidaron estos sentim ientos con
la práctica de la s o b ra s de p ied a d corresp on d ien ­
te s á la R egla de su Instituto.
A sistía al co ro con d ichos religiosos, y con ellos
se acostum bró á rezar las horas canónicas y e l sa l­
terio de la V irg e n , prácticas q u e no abandonó el
resto de su v id a y q u e eran m uy com unes en los
cristian os de aquellos tiem pos, cu ya devoción te-
Í
l

por decirlo a sí, un c a rá c te r litú rgico, A ellas se


asociaba con todo el fervo r de su corazón, arrai­
gan d o e n él e l don de p ied ad , q u e, con los dem ás
del E spíritu San to, la gracia de D io s le había
am pliam ente otorgado.
A sistía tam bién diariam ente al santo Sacrificio
de la M isa, para lo cual nunca faltó un oratorio en
los lugares donde fijaba su residencia, aunque es­
tu viera acam pado, p ues su prim er cuidado al esta­
blecer su real frente á las plazas á que puso sitio,
era h acer construir uno ó m ás tem plos d e m adera,
Que venían á s e r com o la s iglesias p arroq u iales de
las diferentes divisiones de su ejército.
E n todas sus exp ed icio n es se hacía acom pañar
de va rio s Prelad os, sacerdotes y m onjes, y a l fun­
d arse la O rden de P a d re s Predicadores p o r el
glorioso Santo D om ingo de Guzm án, jam ás falta­
ron en su s cam pam entos algunos religiosos de ella
Para sum inistrar el pan de la d ivin a p alabra á sus
soldados, y procurar con su predicación la con ver­
sión d e los infieles m ahometanos.
E n tre sus devocio n es particulares, adem ás d e la
tierna y ard ien te q u e profesaba á la Santísim a V ir ­
gen , d escollaba la q u e tenía a l gran San Isid oro,
Arzobispo d e S evilla, c u yo s sagrad os restos rep o­
saban, cuando el santo re y nació, en la iglesia co­
legial q u e en L eó n le habían erigid o los reyes don
Fern an d o I y D .a Sancha.
E s opinión adm itida por gran núm ero de au to­
res, que los santos A rzobispos d e S e v illa San
L e an d ro y S a n Isid oro se contaban entre los a s­
cendientes rem otos de San Fern an d o , y que por
esta circunstancia y la de h a b e r sido educado en
L e ó n , donde, como hem os dicho, eran veneradas
¿ la sazón la s reliquias d el segundo de los su sod i­
ch o s bienaventurados, el san to R e y le profesó una
devoción singular d esd e su infancia, poniéndose
bajo su am paro en todas su s em presas, y que á
esto se debió el que de todas ellas saliera victorio­
s o , singularm ente en la de la tom a de S evilla.
T am bién se afirm a á este prop ósito, que fué fa v o ­
recido con algun as aparicion es d el san to A rzobis­
po h ispalense, siendo u n a de ellas la que tu vo du­
rante el sitio d e la m encionada ciud ad , cuando le
anim ó á no d esistir de su em peño, asegurándole
q u e entraría triunfador en ella.
D e su devoción á la San tísim a V irg e n y a he­
mos dicho algo en el curso de esta narración, al
re ferir que no una sola, sino tres im ágenes de la
e x c e ls a R ein a de los Á n geles, le acom pañaban en
su s exp ed icio n es contra los m oros. U n a d e estas
im ágenes, la d e los R e y es, era colo cad a en los
tem plos provisionales q u e hacía levan tar en sus
cam pam entos, y las otras d os, la llam ada de la
S e d e , que e s de plata, y la otra de m arfil, las
llev a b a siem pre consigo, la prim era, colgad a de su
cuello , y la de las B atallas, ó sea la fabricada en
m arfil, en e l arzón de la silla d e su caballo, según
y a hem os d ich o, para tenerla siem pre á la vista
m ientras p eleaba con los moros.
D e este espíritu d e piedad del san to R e y su rgía
com o natural consecuencia su celo por e l esplendor
d el culto divino, m anifestado constantem ente por
lo s m uchos tem plos q u e m andó construir, otros
q u e hizo reedificar y núm ero de casas religio­
sa s que á su s ex p e n sas m andó edificar.
A San Fern an d o se d eb e la construcción d e la
m agnífica catedral de B u rgo s, uno de los monu­
m entos m ás notables del a rte cristiano, cu ya p ri­
m era piedra colocó el santo R e y , acom pañado de
su prim era esp osa D.'1 B eatriz y en tiem pos del
o b isp o D . M auricio, e l año 1 2 2 J. T am bién re e d i­
ficó, haciéndola de n u eva planta, la catedral de
T o le d o , en las circunstancias y p o r los m otivos
que d eclara la crónica d e su reinad o en los si­
guientes términos:
«P or este tiem po— dice la crónica,— paseándose
un d ía e l re y D . F ern an d o por la iglesia M ayor
con el A rzobispo D . R o d rig o , m irando los edificios
d e ella, parecióles que y a aqu ella o b ra era anti­
g u a , y pensando en ello vínole al R e y p o r gracia
d e D io s en voluntad d e h acerla d e nuevo, porque
e r a h ech a á la m orisca, com o h ab ía q uedado
cuando fué la ciudad ganada d e m oros, y acord óse
e l R e y que era bien, p u es D io s le ayu d ab a á el
acrescentam icnto d e su s reinos y le d aba victorias
con tra los m oros enem igos de su santa fe, de
reedificar su santo tem plo ricam ente de la s riqu e­
zas que le h abía d ado á gan ar d e los moros.»
Y así lo hizo, efectivam ente, em prendiendo la
construcción d e la gran diosa catedral toledana
según e l alarife Pedro Pérez, y colocando e l santo
R e y la prim era p ied ra el d ía 14 de A go sto del
a ñ o 12 2 7 .
A d em ás d e estos d os m agníficos monumentos
del arte cristiano fueron m uchas las iglesias que
se levantaron en tiem po de San Fern an d o á sus
ex p e n sas ó contribuyen do á ello con crecidas
sum as.
V ID A D B SAN F ER N A N D O 8
D esde luego pueden contarse en este núm ero
la m ayor p arte de las iglesias q u e fueron edifica­
d as ó restauradas en las ciud ad es y villas tom adas
p o r el santo R e y á los m oros, y á m ás de éstas,
q u e fueron en gran núm ero, la ig lesia m ayor de
T a la v e ra , la d e V a lla d o lid , e l palacio episcopal
de A sto rg a y e l claustro d e su iglesia; la de O ren­
se y su palacio episcopal; la reedificación de la
ig lesia de Baeza, bajo la ad vocació n d e San Isid o­
ro , y otras que sería prolijo enumerar.
E n las ob ras realizadas en la m ezquita m ayor de
S e v illa para con vertirla en b asílica cristiana se
g astó sum as considerables. D otóla abundantem en­
te de preciosos ornam entos y riquísim os vasos sa­
grad o s, y le señaló rentas p ara que la celebración
del culto d ivin o tuviera el d eco ro y esp len do r de­
bidos á la M ajestad d ivina, d an d o con ello m ues­
tras de la profunda p ied ad q u e anim ó su espíritu
durante el curso de su gloriosa vida.
Com o consecuencia de esta pied ad , tu vo San
Fern an d o m ucho amor al e stad o eclesiástico, y así
lo dem uestra el h ech o de h ab er consagrado á él á
cuatro de sus hijos, á saber: á D .a B eren gu ela, en
el R e a l M onasterio d e señ oras H u elgas de Bur­
gos; á los infantes D . San ch o y D . F e lip e; el pri­
m ero, q u e llegó á ser A rzo b isp o de T o le d o , y el
segun d o, electo de S evilla. S u tercer hijo, D . F e r ­
nando, fué eclesiástico, y en los lib ros becerros de
Salam an ca hay m em oria de q u e llegó á s e r arce­
d iano de aquella catedral.
Siem pre llevaba á su lado personas religiosas
que le ayu d aban con consejos, oracion es y ejem -
p ío s; y los tres gloriosos fundadores S an to D o ­
m ingo, S an F ran cisco y San P e d ro N olasco halla­
ron un P atrón m u y cariñoso d e su s tres recién na­
c id a s O rdenes.
A todas ellas prestó eficacísim o ap o yo, y a p ro ­
tegiendo á sus hijos, ya otorgándolas privilegios y
m ercedes, extendiéndolas por sus reinos, a y u d á n ­
d o la s á fundar nuevos conventos, sien d o á este
propósito m uy d igno d e ser anotado lo que o cu ­
rrió con el real con ven to de señ oras de M adrid ,
llam ado después S an to D om ingo el Real.
E n la visita que hizo á dicha v illa el g lo rio so
fundador de la O rd en d e P red icad ores, edificó y
enfervorizó extrao rd in ariam en te á su s vecin os p o r
su s virtu d e s y p rodigios, h asta e l punto de que
todos ofrecían cuanto tenían para tener con ven to
su yo en la que, and ando e l tiem po, había de ser
corte d e E spañ a. P ara ello diéronle á escoger sitio ,
y el san to Patriarca escogió lo que entonces era
extram u ro s, y posteriorm ente cu esta d e S an to
D o m in go, donde se edificó un convento de vírge­
n es d el S eñ o r, que, consagrando á D io s las flores
de su pureza, lo herm osearon con sus virtu d es, y
al m undo con su s ejem plos.
Consecuencia natural de esto fué que los veci­
n os de M adrid s e aficionaron de tal m odo á a q u e ­
lla santa casa, que convid ab an á su s hijos á q u e
abrazasen aquel n u evo estado, y m uchas p erso n as
p rincipales dotaron al convento de S an to D om ingo
en su s m ejores h ered ad es; todo ello con gran
aplauso del santo R e y , que procuró alentar a q u e ­
lla devoción con ejem plos.
E s ta prosp erid ad d e la nueva fundación suscitó
e n algunos el m enguado esp íritu de la envidia, y
llegaron á rep resentar con notoria e x ag eració n al
R e y q u e de seg u ir las d ád ivas á dicho con ven to
p ro n to sería éste dueño de todo M adrid, y que,
p o r tanto, dictase alguna disposición para restrin ­
g irla s en adelante.
E s ta representación llegó á m anos d e San F e r­
n an d o , que nunca para sem ejantes atentados falta
m an o y recom endaciones, y el p iadoso m onarca,
n o sosp ech an d o en su gran pureza d e intención la
d o b le z que aquélla encerraba, p ro v ey ó en lo que
tenía apariencia de buen go b iern o , m andando que,
p u e s y a e l convento esta b a ricam ente dotado, no
fu e se lícito dejarle m ás haciendas, y que fuesen
n ulas to d as las donaciones q u e se hiciesen en
adelante.
E s te decreto, d ictad o p o r una sincera aunque
en gañ ad a m ano, tu rbó los ánim os de las virgin a­
le s religiosas, que previeron la tem pestad que
con tra ellas se levantaba; m as no clam aro n al R e y
n i por sí ni p o r m edio de los religiosos q u e las
asistían , confiando e n la Pro vid en cia d ivin a que
v e la ría por ellas. Y así fué efectivam ente, pues
lle v a d a á R om a p o r algún aire d e cristiano celo,
e l soberan o Pontífice escrib ió un B re v e al rey don
F ern an d o poniendo delante d e su s ojo s e l p erju i­
c io que de su d ecreto se segu ía para la libertad
eclesiástica, y haciéndole v e r que la naciente reli­
gión de S an to D om ingo aún estaba en su cuna y
necesitaba d e su protección y no de su enojo.
E l B re v e pontificio ab rió los ojo s á San F e rn á n -
do, rom piendo el v e lo que encubría la m alicia d e
los acusadores, y con la sum isión á la Ig le sia de
q u e siem pre d ió m uestras, revo có el su sod ich o
d eefeto, y no sólo perm itió, sino que e x h o rtó á
todos los vecin os d e M adrid á q u e concurrieran á
la o b ra y dotación d el n uevo convento.
L o s contrarios á las religiosas se dieron enton­
c e s á m urm urar, y lo hicieron tan recio, que el
R e y , m ovido de santo celo, e x p id ió e l p rivilegio
q ue á continuación copiam os, y q u e á la le tra
dice así:
«Ferd inand us D ei gratia, r e x C astellae et T o leti,
Omnibus hom inibus regni sui hanc cartam vid e n -
tib u s salutem e t gratiam : S ep ad es que y o recibo en
mi encom ienda, y en mío defcndim icnto la casa de
S an to D om ingo de M adrid é las sorores é los frai­
les q u e hi son 6 todas su s cosas: E m ando firm e­
m ente, q u e ninguno no sea osado d e le s facer
tuerto nin dem ás, ni entrar en sus casas por fuer­
za, ni en ninguna de su s cosas. Si non el que lo
ficiese abrie m i ira. E p ech ar m ié mil m aravedís en
coto, é á ellos el daño que les ficiese d árgelo , é
he todo doblado. F a c ta carta apud M edinam d el
C am po exp en sis 2 3 d ie Ju lii era 12 6 0 , agno regni
sui x i . >
D e este m odo d em o strab a e l san to R e y su re­
v e ren te sumisión á la Ig le sia y su am or á los ecle­
siásticos, y así d e ello dió tam bién testim onio el
O bispo T u d en se en los sigu ien tes términos:
«En este tiem po, por toda E sp a ñ a fueron pri­
m eram ente edificados los m onasterios de los frai­
les m enores y de lo s frailes p redicadores. E d ific ó
(e l santo R ey) m uchos m onasterios de varo n es
re lig io so s y de religiosas, d otán d o les de m uchos
d o n e s y p rivilegios, oro y plata, y vestid u ras de
se d a , y d e o tro s cop iosos dones; y sob re todo les
d ió renta p orq u e abundosam ente p udiesen tener
sustentam iento, y todas las cosas á ello s n e c e sa ­
rias.»
C A P ÍT U L O X I X

L a fo do San Fernando.—S u horror profondo á la


herejía.—E l secreto do sus victorias contra los
moros.

A fe cristiana que el santo R e y profesó en

f
e l B autism o fué la norm a á que ajustó
todos los actos de su vid a, sin que de ella
se separase un solo m om ento ni la m e­
noscabase con e l asom o de la m enor tibieza.
N o se concretó á creer to d o s y cada uno de los
m isterios d e nuestra santa R eligió n , sino q u e obró
con arreglo á sus p re ce p to s, q u e e s el grad o m a­
y o r de perfección en la fe que v iv e de las obras,
p orq u e sin ellas es fe muerta.
D e esta su fe perfecta n ació la confianza que
tu vo e n la D ivin a P ro vid en cia, la que le anim ó en
su s em presas y le hizo desp reciar los m ayores p e­
ligros. S u herm osa frase: <T em an á los hom bres
los que en los hom bres confían; los q u e só lo en
D io s confían no tem en sino á D io s», e s una fórmu­
la tan concisa com o a cab ad a d e una profesión de
fe sin lím ites ni reserva s, y q u e p o r s í sola exp lica
la serenidad de ánim o con que e l santo M onarca
afrontó los riesgos m ás tem erosos y acom etió las
em presas m ás erizadas de dificultades casi insu­
perables.
E l celo que le hem os visto desplegar p o r el es­
plendor del culto d ivin o, <qué otra cosa era sino
una constante y pública m anifestación de su ar­
diente fe? Ix> prim ero que hacía a l apoderarse de
u n a de las m uchas plazas que conquistó á los m o­
ro s, era disponer todo lo concerniente á la m ayor
honra y gloria de D io s; de aqu í el que siem pre le
acom pañaran en su s expedicion es gu erreras gran
núm ero d e Prelad os y sacerdotes, á fin de dejar
d otados á lo s pueblos que iba som etiendo de m i­
nistros del S eñ o r que, á m ás de tributar á su D iv i­
na M ajestad el d eb id o hom enaje, predicasen la fe
d e Cristo y convirtieran á ella á los infieles m aho­
m etanos.
T o d a su vid a, en sum a, fué un continuo acto
de fe, m anifestada de una m anera especial en la
p rotección que dispensó á la entonces naciente
O rd en del glorioso Patriarca S an to D om ingo de
Guzm án, suscitada por D ios para la defen sa de
la Ig lesia cuando nuestra santa M adre era furiosa­
m ente com batida por la herejía albigense.
Introducida por los valdenses á principios del
sig lo x i i i en e l país de A lb i (en Fran cia), llevó la
turbación á las conciencias en todo e l pueblo cris­
tiano, p ues entre otros funestos errores sostenía
que lo s sacerd o tes carecen de p o d er para p erdo­
nar los pecad os; negaba el augu sto Sacram ento de
la Eucaristía, la v irtu d d e l B autism o para b o rrar
el pecado original y lo s com etidos antes de reci­
b ir dicho Sacram ento, y sostenía q u e de nada sir­
ven las oraciones y sufragios por los difuntos.
L o s estragos que hizo en Fran cia tan pestilente
azote de la im piedad fueron terribles, y sus asola-
dores efectos para las alm as se dejaron sen tir en el
reino d e A ragón; pero S an Fern an d o supo defen­
d er á su s reinos de L e ó n y C astilla de tam aña c a ­
lam idad, ejerciendo el salu dab le rigor q u e le im ­
ponía e l ard o r d e su fe inquebrantable en la d o c ­
trina de Je su cristo y su filial y am orosa sum isión á
los preceptos y definiciones de la Iglesia.
L a fe v iv a de San F ern an d o no podía consentir
q u e la h erejía d esgarrase la unidad católica, conse­
gu id a en tiem po d e R ecared o gracias á los traba­
jo s apostólicos de sus gloriosos antepasados San
Isid oro y San L ean d ro . T ra tó á los infieles m aho­
m etanos con benignidad y procuró con dulzura
que abrazaran la ve rd a d era R eligión, q u e no c o ­
nocían; pero no podía tolerar que los q u e habían
nacido en el sen o d e la Ig lesia , los que habían
recibido su s enseñanzas, los que se habían alista­
do bajo las banderas de C risto , prom etiéndole
fidelidad, d esertasen de ellas para p asarse al
enem igo.
A estos tales entendía que debía tratárseles
com o traidores, sem ejantes á Ju d a s, q u e habiendo
recibido de los divinos labios del R eden tor la v e r­
dad evangélica, d esp u és de acep tad a le ven d ió
á la sinagoga, haciéndose acreedor á la m uerte m i­
serab le con que p uso térm ino á sus días.
E l horror q u e le inspiraban era tan grande, q u e
n o p erdo n aba m edio ni ocasión d e castigar sev e ­
ram ente á los contum aces, y esto le hizo acoger
con gran jú b ilo en su s reinos á la O rden de San to
D om ingo, com o debeladora de la herejía y celosa
defensora d e la pureza de la fe. A su san to F u n ­
d ad o r y á su s hijos espirituales dió toda c la se de
facilidad es para el cum plim iento de su apostólica
m isión, p restándoles d e un m odo d ecid id o y eficaz
e l a u x ilio del brazo secular para arran car de raíz
to d a clase d e herejías, y m uy especialm ente la de
los albigenses, q u e era la que m ayor riesgo ofrecía
para las alm as por la extensión que h abía ad qu iri­
do en el M ediodía d e Francia.
E l P . M ariana, en su H istoria general de E spañ a,
afirm a que e l santo R e y no sólo hacía castigar á
ios herejes por medio d e su s m inistros, sin o que
p ara d a r un testim onio elocuente d el horror q u e le
insp iraban los h erejes, é l m ism o llevaba leñ a á la
hoguera á que eran condenados los relapsos y le
ponía fuego; y e sta afirm ación ap arece com proba­
d a en un c u ad ro que se conservaba en el clau stro
del convento de Dom inicos de N u estra S eñ o ra de
A to ch a , y en el q u e se rep resen ta á San Fern an d o
llevando a cu estas un haz de leña en m em oria del
p rim er au to d e fe celebrad o el año 12 19 .
H asta ese punto lle v ó e l santo R e y el ard o r de
su fe, y de e ste m odo logró con servarla incólum e
en su s rein o s, cum pliendo así con los d eb eres que
incum ben á todo m onarca cristian o, q u e , seg ú n él
m ism o decía, está obligado á d a r som bra á las de­
term inaciones y le y e s apostólicas, «porque, vién ­
d o la s faltas de p od er, no las u ltraje la violencia*.
E sta misma fe le hacía resp etar escru pu lo sa­
m en te todos los d erech os de la Ig lesia y velar por
s u s intereses, hasta el punto de que, habiéndole
aconsejad o algunos de su s capitan es, d uran te el
c e rc o de S e v illa , que tom ase algún dinero d e las
ren tas eclesiásticas p ara a te n d er á los e x tra o rd i­
narios gastos que e x ig ía tam aña em presa, les atajó
diciendo:
— D e los eclesiásticos sólo q u iero las oraciones;
é sta s las solicitaré y p ed iré siem pre, porque á sus
santos sacrificios y ruegos debem os la m ayor p a r­
te de nuestras conquistas.
D e cía tam bién que los tem plos eran los más
fu ertes castillos; las O rdenes religiosas, los m uros
d e su m ayo r defensa, y los escuadrones en que
m ás fiaba, los coros de los religiosos, que dándole
á D io s culto de alabanzas, conseguían para su
ejército victorias.
E s ta fe tan ardiente d el santo R e y e x p lic a el
v a lo r heroico con que se lanzó á . em p resas contra
los m oros, que de otro m odo podían ser tenidas
p o r tem erarias. N o peleaba p o r él, sino por D ios,
y d e esto nacía su segurid ad de ob ten er la victo­
ria q u e coronó siem pre to d as su s campañas.
Y esta le ardentísim a en q u e inspiraba todos
su s acto s se v e patente y m anifiesta en todas las
c a rta s y p rivilegios que dictó, y m uy señ alada­
m ente en el que e x p id ió con cediendo fueros á S e ­
v illa , y en el que en vez de los títulos d e re y , m uy
p ropios de sem ejantes despachos, hizo una protes­
tación d e la fe, que por lo m inuciosa y edificante
m erece s e r conocida.
D ice así:
«En el nom bre de A qu el que e s D io s verd ad e­
ro é p erdurable, q u e e s un D io s con e l F ijo , é con
e l E spíritu Santo, é un Señ o r trino en p ersonas, 6
un o en substancia, é aquello que nos él descubrió
d e la su glo ria, é nos creem os d e él, aqueso
m esm o creem os que nos fué d escu bierto de la su
gloria, é del su F ijo , é d el E sp íritu San to, é así lo
creem os, é otorgam os la d eid ad verd ad era p erd u ­
rable, adoram os propiedad en p ersonas, é unidad
en esencia, é igualdad en la divinidad, é en nom bre
de esta trinidad que no se dep arte en esencia, con
el qual nos com enzam os é acabam os todos los
buenos fechos que ficiemos, aq u ese llam am os N os
que sea e l com ienzo é acabam iento de esta nuestra
obra. Amén.*
D ign a de to d a ponderación y alabanza e s la
m uestra de la fe del santo R e y que acabam os de
copiar, fe que no le abandonó un solo momento
en todos los trances de su preciosa v id a y en el de
su tod avía m ás preciosa m uerte, com o m ás a d e ­
lante verem os, p ues tenía tan presentes los miste­
rios d e nuestra sacrosan ta R eligió n y creía en
ello s con tal fervor, que no p erdo n aba ocasión de
proclam arlos, no sólo por escrito y en docum en­
tos oficiales, sino de palabra, á cad a hora y á cada
m om ento, y siem pre con un respeto y una d e v o ­
ción que ed ificaba á cuantos le oían.
C A P ÍT U L O XX

L a caridad do San Fernando.—S u solicitud on favor


do los pobros y onformos.

am or que S an Fern an d o profesaba á sus


prójim os nacía com o de fuente purísim a
de su fervien te am or á D ios. E n todos
IW ellos v e ía á otros tantos hermanos, hijos
d el mismo P ad re que e stá en los cielos, y esto
ex p lic a lo patern al de su gobierno y el acceso que
h asta 61 tenían to d o s su s sú b d itos, p o r humilde
q u e fuera su condición.
Y a hem os v isto cóm o para ahorrarles la s m oles­
tia s d e una antesala perm anecía h oras enteras
asom ado á una d e las ven tan as b ajas d e su aloja­
m iento, fuera e l que fuese el lu ga r donde se halla­
se, para escuch ar las peticiones que quisieran ha­
cerle y las q u ejas q u e tu vieran que d arle de las
vejaciones ó atropellos de que le s hicieran vícti­
m as su s ministros.
E n estas audiencias públicas no se hacía distin­
ció n de personas; e l que p rim ero llegaba expo n ía
a l R e y su asunto, y éste despachaba al postulan­
t e con la respuesta que requería el caso. A todos
trataba con la misma afabilidad, y si alguna prefe­
rencia m ostraba, era en favor de los desvalidos,
para los q u e principalm ente estableció estas au­
diencias, pues los pod erosos y a tenían ocasión de
verle dentro d e su palacio á la s horas que para
ello tenía señaladas.
E sta facilidad que su s va sallo s m ás hum ildes
tenían p ara acercarse á San Fernando perm itía
a l caritativo R e y e star al tanto de las n ecesid ad es
d e su pueblo, así colectivas com o ind ivid u ales, y
la vo z de la ve rd a d , que tanto im porta escuchar
á los príncipes, lleg ab a á sus oídos sin que pudie­
ran d esfigurarla m inistros interesados e n ocultarla
ó disfrazarla para su m edro p ersonal, con detrim en­
to d el interés público ó en p erjuicio de los d e s ­
validos.
L a s d esven tu ras d eésto s conm ovían el tierno co­
razón del santo R e y , cu ya generosa m ano estaba
siem pre abierta para socorrer á los p ob res, y mu­
chas veces se vieron correr por su m ejillas lágri­
m as de com pasión ante el re la to de la s d esd ich as
d e alguno de su s vasallos.
T o m ab a con gran em peño, siem pre que la causa
fuera ju sta , el p artid o d el m ás déb il en los asun­
tos litigiosos, y en m ás de una ocasión prefirió
d ejar descontento á uno de los gran d es de sus
reinos, á que sufriese m ínim o p erjuicio el m ás hu­
milde de su s súbditos.
D iariam ente hacía d a r m uchas lim osnas á los
p o b re s que acudían á la puerta de su palacio, y con
frecuencia las distribuía él mismo, enterándose mi-
nuciosam cnte de las circunstancias d e cada uno de
los que acudían allí á recibir la lim osna, y según
era su necesidad, así e ra el socorro, siendo no
pocos los que m erced á la caridad del santo R e y
salieron de su condición m iserable en v irtu d d e los
m edios que les proporcionó p ara crearse una posi­
ción decorosa.
Jam ás se distinguió en cam paña, por e l trato que
é l se diera, d el últim o de su s soldados; su tienda
d e cam paña era igual á la de é sto s, y su alim enta­
ción la m isma, pues nunca consintió en llevar re­
p uesto esp ecial de víveres para su persona, y en
esto, com o en to d o, se su jetó a l régim en general
d e su s tropas.
S u prim er cuidado, después d e una batalla, era
visita r á los heridos, y por m uy gran de que fuera
su cansancio tras una larga jorn ad a de lucha, ja ­
m ás consintió en retira rse á su alojam iento sin
haber dejado antes bien acondicionados á los que
habían v e rtid o su sangre en el com bate.
Cuidaba tam bién con gran solicitu d de q u e fue­
sen enterrados los m uertos en su presencia, y de
que no les faltasen las oraciones d e la iglesia, á
las que unía las su yas a l frente de su s soldados, á
los q u e a l propio tiem po que edificaba con su fer­
v o r, les d aba ejem plo de to d as la s ob ras d e m i­
sericordia.
N o hubo calam idad pública á c u y o rem edio no
acudiese, ni necesidad particu lar d e que tu viera
noticia que no socorriese, hasta el extre m o d e que
siendo el re y m ás p oderoso d e E sp a ñ a , era el que
v iv ía m ás m odestam ente, tanto p o r v irtu d como
porque apen as si se re serva b a de su s cuantiosas
ren tas lo necesario para su sustento y e l d e su fa­
m ilia. L o dem ás, esto e s, la m ayor p arte, lo em-

pleaba en ob ras piadosas y en lim osnas para los


pobres.
t F u é el prim ero d e los m onarcas que introdujo
e n su corte la piadosa y caritativa costum bre de
d a r de com er y lavar los p ies á doce pobres e l día
d e Ju e v e s Santo, y p asab a con mucho de ese nú­
m ero e l de los que recibían diariam ente el susten­
to por cuenta d el santo R e y , en lo s sitios donde se
encontraba.
L o prim ero que procuraba en to d a población de
las q u e conquistaba, era asegu rar decorosam ente
e l culto divino, y con la m isma solicitud dictaba las
disposiciones necesarias para q u e los enferm os
fueran atendidos á exp en sas su yas en lu gares b ien
acondicionados y preparados al efecto. V isitáb alos
c o n frecuencia, dirigiéndoles p alab ras de consuelo
y aliento, al m ism o tiem po q u e le s p roveía de lo
necesario para e l rem edio de sus cu erpo s, atendía
á la salud de su s alm as, ex citá n d o le s á la confesión
d e su s p ecad os y á recibir el santo V iátic o , para
lo cual siem pre llevaba consigo en todas su s e x ­
pediciones gran núm ero de clérigo s, á los q u e de
acu erdo con los Prelad os q u e tam bién le acom pa­
ñaban, distribuía en las iglesias y hospitales que
ib a fundando en su s nuevos dominios.
Pero donde m ás se m anifestaba su extrao rd in a­
ria carid ad , era entre su s soldados, cuando éstos
caían h erid os ó eran acoihetidos d e alguna enfer­
m edad. E ntonces e l santo R e y s e convertía, por
d ecirlo así, en su enferm ero, dándoles con su pro­
p ia m ano los alim entos, curando sus heridas y
exh o rtán d o les á soportar sus sufrim ientos con c ris­
tiana resignación.
N o e ra entonces el R e y p oderoso ni e l caudillo
h eroico que infundía respeto y adm iración á los
vu>A D B SAN F E R N A N D O 9
propios y tem or insuperable á los enem igos; e ra el
herm ano cariñoso y solícito que au x ilia b a á otro
herm ano con la ternura que d eb e e x istir entre
hijos del mismo padre.
A sí llenó S an Fern an d o sus d eb eres de caridad
para con su s prójim os, llegan d o en su cum plim ien­
t o a l heroísm o, arriesgand o su vid a en las pestilen­
cias sin miedo a l contagio d e enferm edades infec­
ciosas, ven cien d o la repugnancia que inspiran á la
naturaleza hum ana las m anifestaciones hediondas
de ciertas dolencias, p riván d ose, no ya de lo supér-
fluo, sino d e mucho de lo necesario en beneficio
d e los p obres, y cuidando con la m isma y aun m a­
y o r solicitud del bien de su s almas que d e la salud
d e sus cuerpos, que es el grado m ás perfecto de la
carid ad para con el prójim o, p o r ser m ás noble y
e le v a d o su objeto.
D e e sta clase fué la caridad del santo R e y , d eri­
va d a inm ediatam ente de su am or á D io s sobre
to d as las cosas, y en ella inspiró todos los actos de
su preciosa v id a sin que ni uno sólo la desm in­
tiera, com o se vió en su prontitud en perdonar las
injurias q u e de su s vasallo s reb eld es recibiera, en
su generosidad con los vencid os, y en su incansa­
b le solicitud por e l bien de sus súbditos, hacién­
d ose to d o para todos, según el m odelo del A póstol
S an Pablo.
Vtt

/u apF'*-^ *'

C A P ÍT U L O X X Í

San Fornando modelo do h ijo s, de esposos y do


padres —S u amor por los domas miombros do s a
fam ilia.

0 4 » l amor que el re y D . A lfonso I X de L e ó n


W¡í\ profesó á su segunda m ujer, D .a B eren ­
guela, se trocó en aborrecim iento cuando,
después de disuelto por e l P ap a su matri
m onio con dicha princesa, vo lvió se ésta á la corte
d e su padre A lfonso V I I I de C astilla, y prim ero
com o tutora de su herm ano E n riq u e, y después
con su renuncia a l trono castellano en favor de San
F ernand o, d esbarató, com o ya hem os dicho, los
p lanes am biciosos del que había sido su m arido.
S an F e rn a n d o participó de este aborrecim iento y
fué ob jeto d e las ¡ra s injustificadas d e su padre,
que le m ovió guerra y alen tó á los I-aras p ara que
perturbasen la paz del reino castellano poniendo
á prueba el respeto y am or filial del santo R e y .
F ernand o, com o hem os visto, su po sobreponerse
£ todo agravio, prefiriend o en tregar la cuantiosa
sum a de m aravedises que I) . A lfonso I X le pidió
co m o precio de la paz, á desnudar la espada con­
tra el autor de su s días.
E s te siguió m ostrándole el m ayo r d esvío , y su
in justo rencor no se apaciguó ni aun ante el sepul­
c ro , com o lo dem ostró a l desh eredarle, poniendo
a l santo R e y en trance de sostener una gu erra fra­
tricid a para defender su s incuestionables derechos
a l trono de L eón , sin que en ningún m om ento ni
ocasió n d ejara San Fern an d o d e cum plir para con
e l airad o m onarca leonés los d eb eres de un
buen hijo.
Com o consecuencia de la disolución d el m atri­
m onio de D . A lfo n so I X y d e D .a Berenguela,
v ió s e San Fernand o, cuando to d avía estab a e n la
infancia, sep arad o de su m adre; pero ni la ausen
c ia ni los resentim ientos que no c esa b a de mani­
festar contra ella su padre entibiaron el am or que
e l santo R e y le profesó toda su vid a, y cuando,
p re v ia licencia de D . A lfon so I X , acudió á su lla ­
m am iento, fué gran de el jú b ilo que experim entó,
pareciéndole un siglo cad a m om ento que tardab a
e n cobijarse bajo su m aternal regazo.
C oronado rey de Castilla, tu vo siem pre á gala
s e r e l prim er sú b d ito de su m adre, c u yo s consejos
ob servó siem pre com o si fuesen m andatos, sin
d a rse nunca el caso de q u e tom ase determ inación
alguna q u e an tes no consultase con D .a B erengue-
«la y ésta la aprobara.
P u e d e d ecirse con verd ad que m ientras viv ió su
' tmadre estu vo som etido á su tu tela, no por floje­
d ad de caractcr, ni porque le faltasen d o te s de
go b ie rn o , que bien dem ostró q u e las tenía e x c e ­
lentes, sino porque el respeto filial que le profesaba
no le perm itía h acer nada sin contar con su asen­
tim iento, pareciéndole que no cum pliría con su s
d eb eres de buen hijo obedeciéndola en los asuntos
p rivad o s y prescindiendo d e su s aviso s y a d v e r­
tencias en los negocios públicos.
A con sejad o p o r su virtu osa m adre casóse en
prim eras nupcias con la princesa D .a Beatriz de
S u av ia, de la que tu vo , como asim ism o hem os
dicho, siete hijos, cinco varo n es y dos hem bras.
M uerta su prim era m ujer, contrajo n u evas nupcias
con D .a Ju a n a , hija del conde de Ponthieu, d e la
que tu vo otros tres hijos; D . Fern an d o , D . L u is y
D L e o n o r , y tanto con una com o con otra prin­
cesa fué un m odelo de esposos, como igualm ente
lo fué de pad res cristianos.
E n su venturoso hogar no se conocieron esas
discusiones que suelen p erturb ar la paz d e las fa­
m ilias reales, con escán d alo de lo s pueblos y me­
n oscabo del sosiego público, p ues los ejem plos de
santidad que e l re y D . F ern an d o I I I d ió á la
s u ya , no sólo le conquistaron e l respeto debido á
su autoridad de esp oso y padre, sino tam bién e l
am or de su s m ujeres é hijos, p u es siem pre se m os­
tró con ellos firm e sin acritud y afable sin de­
bilidad.
T u v o especial cuidado d e edu car á su s h ijos en
el santo tem or de D io s y en la sencillez de cos­
tum bres, inspirando especialm ente á los va ro n es
horror á la m olicie y afición á la vid a activa y la ­
boriosa.
A su prim ogénito, so b re to d o, com o llam ado á
su ced crle en el trono, procuró hacerle tan apto
p ara las letras com o para las arm as, y m uy jo ven
aú n , acom pañó á su padre en su s em presas gue­
rreras con tra los m oros, com o todos su s demás
herm anos varo n es, y en ocasiones tom ó el mando
suprem o d e ellos, portándose siem pre com o prín­
cip e valeroso y com o caudillo ex p e rto .
Fu ero n sus hijas educadas en la pied ad , y una de
la s d os que tu vo en su prim er m atrim onio, D .a B e ­
renguela, tom ó e l hábito religioso en las H uelgas
d e B urgos, colm ando la dicha d el santo au tor de
s u s días al p o d er o frecer especialm ente á D ios
un a princesa d e su linaje.
L a otra habida en la rein a D .a Beatriz, su prim e­
ra m ujer, m urió en la infancia, con lo que dió tam­
b ié n á otro d e sus vá sta go s para e l cielo.
Prep aráb ase para sitiar á S evilla cuando su rg ie ­
ro n entre él y el rey D . Jaim e I d e A ra gó n algu ­
nas diferencias, á causa de h aber el príncipe D . A l­
fon so, el prim ogénito y su ceso r del santo m onarca,
invadido en su s cam pañas contra los m oros de
M urcia tierras que eran del reino d e V alen cia,
pertenecientes á la jurisdicción de D . Jaim e. Y
co m o S an Fern an d o e ra enem igo de toda d e sa v e ­
nencia con un príncipe cristiano, no sólo resolvió
am istosam ente aquella cuestión de lím ites, sino
q u e, dando m uestras d e su sagacid ad política,
aprovech ó aquella ocasión, q u e para otro m onarca
m enos prudente hubiera p od id o tener con secuen ­
cias d esagrad ables, para estrechar las relacion es
d e am istad con el rey de A ra g ó n m ediante e l ca­
sam iento d e D .a V iolan te, hija de este m onarca,
con el príncipe D . A lfon so su prim ogénito, cuyo
enlace matrimonial con la citada princesa cele­
b ró se en V a lla d o lid en e l m es de N oviem bre
d el año 1246.
F u é tam bién S an Fernando m uy amante d e su s
herm anos, cu yo bien procuró en todo lo q u e de
é l dependió. A D . A lfo n so, señ o r de M olina, le
d ió puesto preem inente en su ejército, y á su her­
m ana D .a B erenguela la casó con Ju a n , re y d e Je -
rusalén y conde de Breña, e l año 12 3 2 .
O tra de sus herm anas, llam ada D .a Constanza,
tom ó el hábito en e l m onasterio de las H uelgas,
en e l que m ás tarde p rofesó , com o y a hem os d i­
ch o, una de las hijas d el santo R e y , sien d o am bas
e n e l claustro m odelos d e virtud.
E l interés que siem pre dem ostró por la paz de
su h ogar lo manifestó de una m anera elocuente en
su s últimos m om entos, cuando al d a r á su hijo
prim ogénito los aviso s de q u e m ás adelante habla­
rem os, le encargó m uy especialm ente q u e m irase á
su m adrastra la reina D .a Ju a n a com o á madre
propia, y q u e se portase de tal su erte con sus
hermanos, «que no les pesase haber nacido se ­
gund os*.
'■* ¥ ¥ ¥ ¥ ¥ ¥ ¥ ¥ * •♦•¥ ¥ ¥ ^ ¥ ¥ ¥ ^ ¥ ¥ ¥ ¥ ¥ ¥ ¥ ¥ ^

C A P ÍT U L O X X I I

Su humildad y paciencia.—S u esp íritu do oración


y do penitencia.

hum ildad de San Fern an d o fué profun-


lísim a y perfecta, pues siendo hijo de re-
e s y uno de los m onarcas m ás pod erosos
le la cristiandad en su tiem po, sólo quiso
ser e l prim ero en lo s riesgos y trabajos, vivien d o
en m edio d e los esplendores d el trono con la sen ­
cillez del últim o de sus vasallos.
C audillo siem p re victorioso, jam ás se atribuyó
ninguno de sus triunfos. T o d o s los refería á la om ­
nipotencia d e D io s y á la p rotección de la V irg e n
Santísim a; y a sí lo m anifestaba, no y a con pala­
bras, sino con obras, com o hem os visto a l narrar
su entrada en S e v illa dando escolta de h on o r con
los Infantes d e su fam ilia á la im agen de nuestra
S eñ o ra de los R e y e s , á quien quiso se discernie­
ran los honores de aquella señ alada victoria.
R e y p oderoso y respetado, y á quien bastaba
una sola palabra para que su voluntad fuera cum ­
p lid a, jam ás adoptó resolución alguna sin el p revio
consejo de varo n es d evotos. Y esto no lo hacía
p o r m era form alidad, sino porque realm ente juz­
g a b a á todos con m ás luces que él, sobre todo
cuando se trataba de personas constituidas en d ig­
n idad eclesiástica.
S u benignidad y prontitud en perdon ar á los q u e
le agraviaban no reconocía otra cau sa que la de
tenerse por un gran p ecad or, y p o r eso, con la in­
ju ria h ech a á su p ersona se le representaban las-
d eu das que tenía contraídas con D io s p o r sus im ­
perfecciones y pecad os, y al m enor asom o d e arre­
pentim iento en los q u e le habían ofendido corres­
pondía con un generoso indulto de la p en a que
m erecían los que habían osado desconocer su au­
toridad.
N o consideraba su condición de rey sino co m o
un cargo de que tenía q u e dar estrecha cuenta á
otro R e y superior, y teniendo p o r m áxim a que los
reyes se han h ech o p ara los pueblos, y no los pue­
b lo s para los reyes, se ju zgab a, no com o amo y
señ o r d e sus vasallo s, sino com o puesto al servicio
d e los m ism os p ara p rocu rar su bien tem poral y
eterno.
L a idea de la responsabilidad que sob re é l p e­
sab a le hacía an d ar cuidadoso y lleno de temor*
pensando en que si ha de ser difícil dar cuenta a l
Ju e z Suprem o de los p rop io s acto s, ¿cuánto m ás ha
de ser responder, no sólo de lo s propios, sino d e
los ajenos?
C onsid erán dose respon sab le an te D io s d e la
conducta de su s vasallos, v e ía en las faltas d e
éstos una consecuencia d e su s propios desaciertos>
y se culpaba á s í propio d e lo s yerro s de aquéllos,
y de aquí su propensión á perdonarlos siem pre
q u e podía h acerlo sin m enoscabo de la justicia.
M ás que e l caudillo, se consideraba com o el
com pañero de su s soldados, d e los que siem pre
h ablab a con gran encom io, diciendo q u e to d o lo
q u e les d aba era poco, p ues ellos con riesgo de sus
vid a s le conservaban la corona.
Jam ás salió de sus labios una p alab ra en alaban­
za propia, y todos su s éxito s, así en la guerra como
e n la gobernación d e s ú s reinos, los atribuía en
p rim er térm ino, á la bondad de D ios, y lu ego al
valo r d e sus capitanes y sold ad os, y al talento y
sagacid ad de su s ministros.
Consecuencia de su profunda hum ildad era la
.paciencia inalterable con q u e soportaba lo s con ­
tratiem pos q u e experim en tó en su largo reinado,
s in q u e jam ás se le o yera q u ejarse ni d el mal pro­
ced er de los q u e contra él se rebelaban , ni de las
dilacion es q u e m uchas veces sufrían su s planes de
cam paña.
E n e l largo sitio de S e v illa tu v o que ejercitar
m ás que en ninguna otra ocasión de su v id a la
virtud d e la paciencia. E n m ás de una ocasión, y
an te las dificultades de la em presa, su s capitanes y
■consejeros trataron de persuadirle á levantar el
cerco, dejando para ocasión m ás propicia la tom a
d e dicha ciudad. Pero San Fern an d o se mantuvo
firm e, y con razones tem pladas levan taba los espí­
ritu s decaídos, y g racias á su constancia consiguió
u n brillante triunfo, que á m uchos les p arecía im ­
posible.
A ccesible á todos los que á él recurrían en de­
m a n d a de socorro ó ju sticia , se v e ía continuam en­
te im portunado por largos y difusos discursos de
lo s postulantes que diariam ente le asediaban, y á
todos escuchaba pacientem ente aunque p ara ello
tu viese que m erm ar las horas destinadas á su in­
dispensable descanso.
Cuando cayó enferm o en G uillcn a hallándose
e n cam paña contra los m oros del reino d e Sevilla,
no sólo soportó con santa resignación los dolores
q u e le im pedían abandonar el lecho, sino que so ­
breponiéndose á ello s siguió e l curso de las op e­
raciones de su ejército y las d irigió d esd e su alo­
jam iento, disponiendo to d o lo necesario para la
to m a de A lc a lá del R ío, adonde acudió en perso­
na hallándose tod avía convaleciente, sin que la
fatiga que este esfuerzo hubo d e producirle arran­
c a se á su s labios la m enor queja.
L a m uerte d e su prim era m ujer D .a Beatriz, á
q u ien am aba entrañablem ente, causóle un dolor
profundo; pero ya hem os visto cóm o su po dom i­
narlo y cóm o tam bién apenas hubo cum plido con
e l piadoso d eb er de asistir á los funerales d e aque­
lla virtuosa reina vo lv ió sin dem ora á los cam pos
d e batalla para p rosegu ir la guerra contra los
m oros.
O tro tanto hizo cuando la m uerte d e su santa
m adre la reina D .a B erengu ela, y en las dem ás cir­
cunstancias d e su vid a en que fué visitado p o r la
tribulación, de la que no está lib re hom bre alguno
:por poderoso que sea. E n todas ellas acató con
prontitud de espíritu la voluntad del Señ o r, y como
s e ju zgab a d igno d e m ayores sufrim ientos por s u s
p ecad os, sujetaba los m ovim ientos de la carne y

d e la sangre ofreciendo á D io s las pruebas que le


e n viaba con cristiana resignación.
E r a en el orar ferviente y continuo hasta el
punto de p od erse decir con entera verdad q u e
to d a su vid a la p asó orando: d e tal m odo vivió
siem p re en la p resencia de Dios.
E n e l regazo de su p iadosa m adre aprendió sus
prim eras oraciones, y jam ás em prendió o b ra alguna
s in levan tar antes el corazón á D io s pidiéndole luz
y conocim iento para p roced er en todo conform e
á su divina voluntad.
Com o ya hem os dicho, en todos los lugares
d o n d e acam paba cuando estaba en cam paña, ha­
c ía construir tem plos provisionales, y en ellos,
m ientras sus tropas se entregaban a l descanso,
p asa b a gran p arte de las noches entregado á la
oración. P o r esto, cuando gu iad o p o r el A n g e l
d e su guarda, según p iadosa tradición, entró se­
cretam ente en S e v illa p ara postrarse ante la ima­
gen de N uestra S eñ o ra de la A ntigua, an tes de la
rendición de aquella ciu d ad , su s capitanes, a l notar
su ausencia d e la tienda real, le buscaron en los
tre s tem plos de m adera q u e S an Fernando había
h ech o levan tar en su cam pam ento, y sólo a l no ha­
llarle en ninguno de ellos fué cuando se alarm aron
y resolvieron penetrar secretam ente en S evilla
para librarle de la celad a en que suponían ha­
b ía caído.
A su espíritu de oración unía e l de penitencia.
S u s ayunos eran frecuentes y rigurosos, sin que
le retrajeran de este rigo r las fatigas y trab ajos de
la vid a de cam paña, ni la necesidad de rep arar sus
fuerzas p ara tener el v ig o r necesario en los cam ­
p o s de batalla. L e jo s de esto, cuando m ás e x tre ­
m aba e l rigor d e su s m ortificaciones era precisa­
m ente la vísp era d e entrar en com bate, fiando m ás
en e l au xilio de la D ivin a Pro vid en cia que en su
propio esfuerzo, y procurando ob ten er e l favor del
cielo con obras expiatorias.
A los que le aconsejaban que m oderase algo sus-
extrao rd in arias penitencias, q u e p o r espíritu de
hum ildad procurab a m antener ocultas, aunque no
siem pre podía lograrlo p o r ser m uchas las m iradas
q u e están siem pre fijas en los príncipes, respondía
q u e Cristo, R e y d e reyes, no ciñó otra corona q u e
la de espinas, y q u e era bien que él, q u e aun q u e
investido de la d ignidad real no era m ás q u e un
m iserable p e c a d o r, se m ortificase algún tanto
p ara seguir en algo y d e le jo s al soberano de to d o s
lo s m onarcas d e la tierra.
S f e -sU » j. . i . v u - i- «x. JSOSX. nL- >1. -d. -i- -i>

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C A P ÍT U L O xxin

S u sabiduría.

O bispo T u d en se en su Crónica lati-


vulgar, hablando del don de sabidu-
íe D io s otorgó á S an Fernando, que:
visto q u e folgó sob re él el E spíritu
d e sabiduría, q u e fué en A lfo n so re y de C astilla
su abuelo». Y en otra parte: «Q uan glo rio sa é sa­
biam ente se h aya ávid o en este tiem po, r.o hay
quien lo pue m ostrar en escritura...»
E n el suplem ento q u e se hizo á la historia del
A rzo b isp o D . R o d rigo , y tien e m ucha autoridad,
se dice: «Que fué de buen entendim iento é muy
sabid or», y que después de h aber ganado á Sevilla,
la ennobleció y p o b ló de <m aestros y sabid ores de
p o r todas vías sab er bien vevir». L o cual d ejó e x ­
presado el mismo O bispo de T u y , D . L u c a s, en el
capítulo 83 de la C rónica v u lg a r en estas palabras:
«Paia m ás enferm osear la cibd ad , en vió por m aes­
tro s que fuesen sabio s en todas las artes, de las
cuales parecía haber necesidad el p u eb lo de la
cibdad de Sevilla» . D e esta sabiduría nació e l cui-
■dado q u e tuvo en engrandecer la U n iversid ad de
Salam anca, y e l acierto con q u e corrigió los malos
u so s y costum bres que p o r leyes m unicipales te ­
nían algunos p u eblo s, sustituyéndolas p o r otras
m ás convenientes para su gobiern o y policía.
E l y a citado O bispo de T u y dice á este p ropó­
sito: « E ste R e y tanto pugnó en los u so s d e todas
b o n d ad es guisar, é o b rar siem pre en to d a su vida,
q u e nom bre com plido de gran prez gozó en todos
q uan tos otros á razón a via de facer m erced en dar
buenos fueros, é franquezas*.
S u hijo, D . A lfo n so el Sabio ponderó esta mis­
m a circunstancia en e l elogio q u e hizo de su bien­
aventurado padre; y en la historia general que se le
atribu ye habla m uy particularm ente del esm ero y
acierto con que cuidaba del gobierno, prefiriendo
e ste cuidado al de su salud y regalo, p u es apenas
convaleció de la g ra v e enferm edad que p ad eció en
B urgos, en los prim eros años d e su reinado, dice
«que com enzó de andar por la tierra faciendo ju s­
ticia, é castigando é paran dol bien c a era m uy
bien m enester. E estando en F alen cia falló b i mu­
ch o s q u erello so s, é enderezóles bien ante que
en d e salir*.
D e sabio s es ro d earse d e sabios, y esto fué lo
q u e hizo San Fern an d o cuando sacó de la U n iver­
sid a d de Salam an ca los doce letrados con q u e for­
m ó su real consejo, y á los q u e encom endó aquel
discretísim o tratado sob re la nobleza y lealtad,
q u e constituye un verd ad ero monum ento d e sab er
hum ano, aplicado á la ciencia del gobierno, y que
á p esar de los siglos transcurridos d esd e que se
escrib ió no cabe m ejorarlo; tal e s la profundidad
y exactitu d de las m áxim as que encierra.
E n é l se halla contenido cuanto d eb e sab er un
buen gobernante, com o puede v e r el lector por
los párrafos q u e á continuación reproducim os, ya
que e l espacio de que podem os disponer no nos
perm ite copiarlo en toda su integridad.
H ab la de que los reyes y príncipes ó regidores
d el reino, d eben ser enem igos de los que quieren
e l m al, y lo razona d el m odo siguiente:
«Enem igo d ebe ser e l re y , ó príncipe, ó regidor,
d e los q u e quieren el m al, é la traición, 6 la si­
guen, é usan della, é d exan el bien , é su s obras
son siem pre m alas, é de estos atales d eb e seer ene­
m igo para los destruir, é ech ar d el mundo, é d e la
tierra, é les apartar de sí. E t otrosí, á los que traen,
é ordenan fuegos ó m uertes, ó desordenanzas de
reyno, é de la gente, é usan m aneras, é sofism as
engannosas é m alas, é la voz d estos tales fablará
publicada en los pequen n os é sim ples, é en los
pueblos á quien por D io s son revelad o s los fechos
ascondidos destos tales que son dados p o r prego­
n eros de sus m aldades. E t d on d e m ucho se en­
cendiere la voz del p u eblo e s la m aldat conoscida,
é quien quisiere p arar m ientes, así lo verá cla­
ram ente.* f
A propósito de los cod iciosos dice:
« A los q u e vieres que son m ucho cobdiciosos,
m ozos é viejo s, é perseveraren en otras m alas do-
trin as, non los esp eres enm endar, é fuye d ellos, é
d e su conversación, é non tom es su consejo, é non
fics dellos por ricos que sean , que m ás a y na com e-
▼ 1DA D K SAN FERN A N D O 10
teran ye rro ó traición con la desordenada cobdi-
cia, q u e otros que non tengan nada.»
S o b re la conveniencia de no desp reciar e l con­
sejo d e las personas sen cillas y de hum ilde condi­
ción, pone esta sabia máxima:
«Non desprecies el consejo d e los sim ples é
sobre gran d cosa, ó que se requiera ju icio . A yunta
á lo s grandes ó pequeños, ó tcrnás en q u é escoger;
que m uchas veces envía D ios su gracia en perso­
nas que no se podría pensar; é los consejos son en
gracia d e D ios, é non leyen escripturas, aunque
el fundam ento de cad a cosa sea buena razón tan
ay na, é m ás es dotada á los sim ples, com o á los
letrad os, á los chicos, como á los poderosos. E t
rescibe todos los dichos de los q u e vinieren á ti,
q u e m ientra que m ás se echan en el saco, m as se
finche.»
S o b re la com pasión que deben ten er los reyes á
los d esgraciados, dice:
«D uélase tu corazón de los tristes que vieres ser
ante ti; e l bien fecho de los tales es coron a del
ánim a, é desfacim icnto de los pecados, é gloria, é
carrera d erech a d el paraíso.»
A con seja á los reyes que no se d ejen lle v a r del
prim er im pulso, sin o p en sar las cosas antes de
hacerlas:
«Non te arrebates á facer ningún fecho hasta
q u e prim eram ente los pienses, salvo cuando vieres
los enem igos delante ty, q u e aqu í non a y que pen­
sar, salvo ferir reciam ente, é p asar adelante.»
D e la caridad que deben tener lo s reyes, escribe
estas herm osas palabras:
«Non d e x e s de facer bien m ientras p u d ieres, que
del mundo non te q u ed ará al, sino e l nom bre de
las bienaventuranzas, é de las conquistas, é las
buenas obras que te salvarán e l alm a, é lo a l, com o
sueño p asará ante ti.»
D e l tem or, am or y obediencia á D io s que han
d e tener lo s reyes, dice:
«Tem e, é am a, é obedece, é sirv e á D io s, á D ios
sobre todas las cosas, é ju n ta con é l tu voluntad, é
obr¿i, é avran buena fin, é todos tus fechos, é re­
gim iento, é acabarás to d a tu entinción, é tus con­
q uistas serán á tu voluntad , é avras reynas, é reys
de tu lin age, é serás bienaventurado, é será m o-
ch iguad a la le y de D io s, s i sigu es é guardas e l con­
sejo d e los sabios.»
L o s reyes deben ser ve ra ce s y sinceros:
«Sen n o r—dice,— e l tu sí sea sí; é tu non sea
non, q u e m uy gran vertu d e s a l Príncipe, é á otro
cu alquier orne, ser verd ad ero, é gran d seguranza
de su s vasallo s é de su s cosas.»
Entresacarem os, para term inar, otras m áxim as
d el T ra ta d o de N obleza y L e alta d que sirv ió d e
norm a al santo R e y para su gobiern o, y m uestran
á la vez su discreción, prudencia y sabiduría.
D icen así:
«Non esp eres facer am igo d el que se hace tu
enem igo sin causa é por desordenada voluntad,
nin esp eres enm ienda d el que te errare m uchas
veces.»
« F u ye de los necios, é d e los ornes sin d escri-
ción, que p eo r e s el necio q u e el traidor, é m ás
Jardinero en el enmienda.»
«Non des lugar á los m alos, nin consientas en
e l tu tiem po sean forzadores los poderosos, é ab a-
x a los so b erb io s á todo tu poder.»
«Q uando vieres crecer el daño, non esp eres el
tiem po de la venganza, que m uchas v e c es queda
la m ancilla é non el lugar.»
«Non creas de ligero, nin p o r el prim ero yerro
o lv id a el servicio; que á las veces la venganza del
ye rro face m ejor servicio.»
«Non apo d eres en las fortalezas á los pod ero­
s o s , é sojuzgarlos has quando q u isieres, que mu­
c h a s v e c es la causa d esord en a la voluntad.»
«Q uando te vieres en m ayo r poderío, entonces
s e a en ti m ayor hum ildad, com o D io s ensalza los
hum ildes, ó a b a x a los soberbios.»
«N on m andes facer ju sticia en el tiem po d e tu
sañ a, é m ás tem plado que arreb atoso sea tu ju i­
cio , que en las cosas fechas q u ed a arrepentim ien­
to , é non lugar.»
«Faz m ucha honra á los buenos que prim era­
m ente p robares, que m uchas v e c es suena en el
p u eblo e l contrario de la verdat; é m ientra pudie­
re s, non olvides á los tu yos en e l ayu d ar 6 bien
facer, 6 en los d a r de tus oficios, é en esto farás
d o s tesoros: el uno, d e g e n t; ó e l otro , de dinero.»
«Non creas en las blan d as p alabras de los que
te traxieren enem istad con los pueblos, aunque
c o n las cosas m ás firm es sea p rovech osa la m er­
ced ; que el pueblo non p eresce ligeram ente, é
quien lo p ierd e non le queda al que perder, aun­
q u e sea rico y poderoso.*
O tras m uchas m áxim as, llenas igualm ente de
sabiduría, pudiéram os citar; m as basta con las co­
piadas para dem ostrar que quien tuvo el acierto-
de rodearse de tan doctos consejeros, tenía, p o r lo
m enos, que ser tan docto com o ellos para q u e no
sufriese m enoscabo su autoridad.
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X~W¥ t r f w - w v ' w r'»r»;w ¥ w ' ¥ ' w ' w

C A P ÍT U L O X X IV

De la gran castidad de S an Fem ando.

la castidad á todos los estados,


X TIÉ N DESF.
y los ilustra y herm osea m ás que la p ro ­
pia herm osura y lozanía del cuerpo, y de
esta virtud fué tam bién m odelo e l santo
R e y , d e quien dice e l O bispo d e T u y «que nunca
se d ió á la liviandad y verd o r que suelen otros sus
sem ejantes: en tiernos años tu vo costum bres de
viejo » . Y Ju an B o tero dice tam bién: «que se veían
en Fernand o, qnando com enzó á reynar, gran dísi­
m as m uestras de religión y de to d a virtud, par­
ticularm ente de honestidad y m odestia, las qua-
le s tanto m ás resplandecían quanto él era de
m ás bello ingenio y de m ás florida y agradable
vista».
E s ta virtud d e S an F ern an d o tu vo en su ju ven ­
tu d dos fiadores m uy abonados: uno, el constante
cuidado de su m adre, que, seg ú n las palabras del
A rzobispo D . R o d rigo , «con tanta acucia guard a­
b a á este su fijo»; otro , e l continuo cuidado y ocu­
p ación de la guerra. «E ste b u en R e y — dice la C ró ­
nica gen eral—era tal, que quando algun a conquis­
ta había fecho, ya tem e cuidado otra de facer, por
no com er pan folgado, é porque bien al gran Juez
dará cuenta com o despendiera su tiem po, como
d eb e facer qualquier príncipe christiano».
Y no fué luego ób ice su condiición d e casado
para que con servase la virtu d de la castidad, pues
com o el mismo O b isp o de T u y testifica, «fué de
to d o en todo sin rcprehesión* y usó sólo d el ma­
trim onio como príncipe santo, prudente y digno
p o r ello de alabanza, para asegu rar la p erpetua y
legítim a sucesión de sus estados, dándole D ios
m uchos hijos á este castísim o m onarca. Y aunque
una m alicia rastrera intentase quitar algunos qui­
lates d e esta su p reciosa virtud , ponderando su
vocación al m atrimonio, p u es lo contrajo d os veces,
h a y q u e advertir q u e estos enlaces no fueron so li­
citados p o r el santo, sino que fué prom ovedora de
ellos, porque así convenía á la prosperidad del
reino, su virtuosa m adre, cu ya continencia está
p robada con sólo recordar que una vez anulado su
m atrim onio con el rey A lfo n so I X d e L e ó n , y pu-
diendo vo lverse á casar, nunca quiso hacerlo no
obstante haber sido m uy requ erid a y rogada con
formal oírecim iento de nueva d ispensación en b e­
neficio propio.
D em uestra tam bién la castidad de S an Fern an ­
d o y el aprecio que hacía de esta preciosa virtud
el y a citado T ra ta d o de la Nobleza y L e alta d que
com pusieron los doce sabio s de su consejo p o r su
m andato é inspiración. E n dicho tratado se reco­
m ienda á los reyes y príncipes la virtud de la c a s­
tid ad , fundando la necesidad d e que la practiquen
en los siguientes razonamientos:
« D ixero n que fu ese casto (el R ey), por quanto
castidad en el príncipe e s una m aravillosa virtu d é
non tan solam ente aprovech a á los que la tienen,
m as á todos sus súbditos, por cuanto necesaria
cosa e s, que lo s que han d e com placer á alguna
persona que sigan su voluntad é ordenanza, é fa­
gan m anera de o b rar aquellas co sas q u e son c er­
canas á su voluntad, por tal de a v e r la su gracia, é
m ercet, especialm ente de los m agníficos príncipes,
é reyes; é com o en esp ejo se catan las gen tes en
e l príncipe, ó regid o r casto é ám anlo, é lóanlo, é
cobdicianle todo bien, 6 ruegan á D io s p o r su vid a;
é non han d u bd a que nin les tom aran las m uje­
res, nin las fijas, nin le s faran p o r ende desonra,
nin m al, 6 e s m uy certano salvam iento del alm a,
é m aravilloso lo o r d el mundo, 6 estranna senno-
ría, é gracia de D io s en las batallas, com o m uchas
v e c es ayam os visto lo s príncipes casto s ser vence­
d ores, é nunca vencidos: é tom am os en xem plo en
e l duque G odofrc, 6 en o tro s m uchos príncipes,
quantos 6 quand grandes fechos, é m aravillosas
cosas fed e ra n é acabaron p o r la castidat, lo qual
las estorias m aravillosam icnte notcfican. E por la
lu x u ria vim os perdidos m uchos príncipes 6 reyes,
é desheredados d e su s reyn os, é m uchas m uertes é
d esonras, 6 perdim ientos, así de cuerpos com o de
alm as, de que dam os enxem plo en el re y D a v id el
destruim iento que D io s fizo por su pecado; é en el
rey Salom ón, que ad oró los íd olos, 6 en A ristotiles
é V e rg ilio , é en el rey R o d rigo , que p erdió la tie­
rra, é en otros reyes é prín cipes, é sabid ores, que
sería luengo de contar, d e q u e las estorias dan te s­
tim onio. E p o r ende fablando de castidat, d ix o el
prim ero sabio (de los doce del consejo d e S an F e r­
nando): Castidat e s vencim iento de m aldat, é espe­
jo d el alm a, 6 corona d e paraíso, sen noría d e las
batallas, precio de los reyes, especial gracia de
D ios. E l segundo sabio d ixo: C astidat e s vid a sin
m uerte, 6 placer sin pesar. E l tercero sa b io d ixo:
Castidat es vencim iento de voluntat, 6 gloriosa
naturaleza. E l q uarto sabio d ix o : C astidat e s no­
bleza d e corazón, é lealtanza de voluntat. E l quin­
to sabio d ixo: C astidat e s d u rable rem em branza, é
perfecta bienaventuranza. E l se x to sabio d ixo:
Castidat es am iga de sus am igas, cim iento de no­
bleza, é tejado de vertudes. E l seteno sab io d ixo:
Castidat e s acatam iento de nobles, ó deseo de á n ­
geles. E l octavo sabio d ixo: C astid at e s magnífica
esleción, é m uy a cab ad a discrición. E l noveno sa­
b io d ix o : C astidat es m em oria en el mundo, é ju i­
cio non corrom pido. E l décim o sabio d ix o : C asti­
d at e s verd u ra sin sequ edad , fuente de paraíso.
E l on ceno sabio d ix o : Castidat e s anim al am or, é
obra sin error. E l doceno sa b io d ix o : Castidat es
apuram icnto de nobleza, esleción d e fe, tem pera-
n ie n to de voluntat, m orada lim pia, é ferm osa rosa
oliente; puro diam ante, am or de pueblo, consola­
ción de los religiosos, gem ido d e los luxuriosos.
E p o r ende á todo príncipe é regid o r es necesario
la castidad, 6 cosa com plidera para el pueblo. E si
es en orne m ancebo, é ferm oso, non puede ser
m*s m aravillosa su vertud.»
E n esta descripción del re y casto se v e retrata­
d o á San Fernand o, cuya vid a se ajustó á los cita­
d os preceptos.
O tra p ru eb a de su m ucha castidad e s la inco-
rruptibilidad d e su santo cuerpo después de tantos
sig lo s de ser m uerto. Porque e s sabido que la luju­
ria, no sólo corrom pe el alm a, sino tam bién el
cu erp o , y así vem os que los de todos los bien­
aventurados que se distinguieron en esta virtu d , se
conservan generalm ente incorruptibles á p esar de
lo s estragos del tiempo.
C A P IT U L O X X V

S u confianza en Dios y la rectitud do su intención.

f
OMO la fe de S an Fern an d o era un fuego
inextinguible e n que ardía siem pre su co­
razón, era, p o r consiguiente, extrem ad a
su confianza en D io s. D esde m uy niño,
seg ú n refieren su s historiadores, fué gran de esta
confianza, y á m edida q u e fué creciendo en edad
aum entó su esperanza, no buscando otro auxilio
que e l de D io s por m edio d e la oración continua.
— N o tem o— d ecía—á m is enem igos, mientras
tenga de mi parte á mi D io s y S eñor. V e n z a yo
mis pasiones, que ello s serán vencidos.
E s ta confianza la había, sin duda, heredado de
su buena m adre, p u es todos los historiadores d e su
tiem po están conform es en afirm ar que le enseñó
d esd e su s m ás tiernos años aquel divino precepto
d e que el que esp era en D io s no puede ser infeliz.
E s ta m áxim a le anim ó en sus cam pañas contra los
L a ra s, que tanto trabajaron para arrancarle el cetro
d e las m anos, considerándole déb il p o r su s corto s
años y sólo sostenido por e l fem enil brazo de su
m adre. M as no pensaban aquellos sob erb ios m ag­
nates que no p revalace la fuerza hum ana contra
e l brazo de D io s cuando ob ra en a u x ilio d el q u e
le invoca confiado únicam ente en su valim iento, y
q u e siem pre la ju sticia será e x altad a á p esar de
to d a hum ana arrogancia.
Con esta m isma confianza en D io s entró á sose­
g a r las inquietudes que su mal aconsejado padre,
A lfo n so I X de L e ó n , le m ovió al principio d e su
reinado, y la carta que le escribió, que en uno
de los capítulos anteriores q ueda copiad a, revela
en todas su s cláusulas que confiaba en que D io s le
daría el triunfo en una guerra en que era el p ro ­
vo cad o y que h aría contra to d a su voluntad.
E n D io s puso su confianza a l em prender sus
conquistas en A ndalucía, y la so la reflexión de que
defiende la causa d e la R eligió n , de que v a á e x ­
tender el dom inio cristiano y á d esh acer la tiranía
d e los que blasfem an de Cristo, le infunde un án i­
m o belicoso, y d esp u és de im plorar el au xilio d i­
vino, sale á cam paña sin que le am edrenten las
num erosas huestes agarenas, y p o r espacio de
veinticuatro años con secu tivos no intenta victoria
q u e no consiga, y cuenta m uchas veces su triunfo
antes d e lograrlo, sin que jam ás resulte falso
profeta.
Y de esto provienen aquellas pingües don acio­
nes hechas á la Ig lesia d e m uchos terrenos q u e aún
no se habían ganado a l enem igo, porque si la con ­
fianza que en D io s tenía el santo R e y no hubiese
sido tan firm e, seguram ente no habría dicho en
tantos docum entos en que figuran estas donacio­
n es anticipadas, q u e las hace para que tuvieran
efecto lu ego que hubiera tom ado lo que se pro­
ponía conquistar.
¡P ero qué m ucho que procediera así el santo
R e y , exclam a uno de su s historiadores, cuando in­
finitos lances de su vid a atestiguaron eternam ente
q ue su m ayor valo r no estaba en la m ultitud ni en
lo s brazos d el hom bre, sino en su fe y en su con­
fianza en Dios!
M uchas veces, á la v ista de inm inentes peligros,
le exponían su s capitanes la im posibilidad del
triunfo, poniéndole delante el corto núm ero de las
gen tes alistadas bajo su s banderas, e l cansancio y
fatiga de los que habían de asaltar los m uros, ó la
furia d e los que resistían, ó el ardid de los que ha­
bían de rendirse, y ya, en fin, la sed y ham bre que
padecían su s soldados. M as nunca desm ayó San
Fernand o, ni se lee que vo lviese en ocasión alguna
las espaldas al enem igo.
L a s reflexion es que le hacían le afligían p ro ­
fundam ente, com padeciéndose de la su erte de los
soldados; le atorm entaban el ánim o, p ero no se lo
quitaban, y su contestación era siem pre la misma;
á saber: «que D ios protegía su causa; q u e D ios
e ra su au xilio y su defensa*.
A ella se acogía, y consultando con D io s á solas,
y en su oratorio, p arecía salir de él c o n la res­
puesta decisiva d el d ivin o orácu lo que le ofrecía
la victoria, pues tal era el ánimo con que entra­
ba en los m ayores peligros y tal e l m aravillo­
so efecto, que todos contaban con e l inm ediato
triunfo.
D e otro m odo no podrían ser creíb les m uchos
d e los innum erables que consiguió en su s cam pa­
ñas el santo R e y. S ó lo sabien d o su gran confian­
za en D io s, y la asistencia continua d el brazo
om nipotente con que prem iaba su fe el D io s de
los ejércitos, se com prenden su s p ortentosos triun­
fos, y de esto tom ó m otivo el O bispo d e Palencia,
D . R o d rigo A ré va lo , cu and o al escribir de estas
cosas d u d ab a si S a n Fernando fué m ás afortunado
q u e santo.
P ero entre todas estas portentosas victorias, la
m ás extrao rd in aria fué la conquista de Sevilla,
centro d e todo el pod er m ahometano en E spañ a, y
donde se hallaban reunidas todas las fuerzas ene­
m igas. U n ico asilo en aquel tiem po de lo s que
huían de la esp ad a vencedora de San Fern an d o,
de m uchos m illares de habitantes, c u yas riquezas
parecían inagotables, y su s cam piñas opulentísi­
m as, y c u yo s defensores peleaban con la energía
que da la desesperación.
A e sta em presa se arrojó el santo R e y en un
principio, según el testim onio de los historiadores,
con sólo trescientos hom bres que sacó de C ó rd o­
b a , y con ellos, corriendo gran d es peligros, se p re ­
sentó an te su s m uros, después de no d ejar de­
trás de s í fortaleza, lugar m urado ni v illa que no
d estru yese ó no se le rindiera con pactos venta­
jo so s.
Y e s de toda evid encia q u e si D io s no le hu­
b iera asistid o visiblem ente, ob ligado, digám oslo
así, p o r la gran confianza que tenía en su brazo
om nipotente, h abría sido im posible al san to m o­
narca salir con tanto lucim iento de em presa tan
descomunal. Y tam poco se le habrían ido juntando
tantas gen tes com o las que llegó á reunir bajo los
m uros d e S evilla, s i los que á su llam am iento acu­
dieron no hubiesen con ocid o que era un Santo, un
escogido de D io s para dar feliz cim a á tam aña em ­
presa.
E n el sitio de S evilla fué todo extrao rd in ario,
todo sobrenatural y m aravilloso para conseguir el
triunfo. L a disposición d el cam po de batalla, los
lances m ás notables de los ad alides, el rompimien­
to del puente de T ria n a , e l asalto de su castillo y
la constancia de m antenerse tantos m eses pelean­
do á tarazo partido con el enem igo, y , en fin, todo
lo q u e ocurrió hasta que e l santo R e y entró triun­
fante en la ciudad, parece soñado si se mira con
los ojos de la razón hum ana; p ero s i se fija la con­
sideración en la confianza en D io s con q u e em­
prendió S an Fern an d o esta conquista, si se refle­
x io n a q u e en los m ayores apuros y cuando los ar­
bitristas proponían para la abundancia d el ejército
m edios que, por lo perjudiciales al.estad o eclesiás­
tico y al pueblo, d espreció el santo R e y , clam ando
sólo á D io s p ara q u e acud iese en su a u x ilio , enton­
ces todo es creíble, porque sólo el p oder del A ltísi­
mo p od ía reso lver tan grandes dificultades. Y es
m uy de notar que nunca, com o durante el cerco de
S evilla, se vieron los continuos é x ta sis del santo
m onarca, sus repetidos acto s d e m ortificación y de
Penitencia, sus coloquios con D io s y sus Santos,
y finalm ente, las p ruebas m ás convincentes de un
hom bre ju sto con tanta razón elevad o á los altares.
L a conquista de S e v illa fué, en una palabra, el
crisol del v a lo r de los españoles; p ero fué también
e l crisol en q u e m ás se purificó la confianza en
D io s d el re y S an Fernando.
B ase y fundam ento de esta confianza en Dios
fué la recta intención que presidió á todos los actos
d el bienaventurado m onarca.
« F u é éste glo rio so principe— dice el O bispo de
Patencia en su h isto ria—tan virtuoso y tem plado,
q u e jam ás hizo guerra sino con ju stas causas, tra­
yen d o á cuento para to d o, aquello d e A ugu sto,
e sto e s, que e s de va n a jactan cia y de viciosa
liviandad de corazón d ex a rse llevar d el d eseo del
triunfo y del laurel, porque esto no e s m ás q u e ho­
ja s sin fruto, exponiend o á peligro de inciertos su ­
ceso s y desgracias de refriegas, la segu rid ad y
vid a de los leales vasallos.*
T am bién atestigua el m ism o O bispo que jam ás
s e le caía de la boca e l otro dicho de Escipión :
«Estim o m ás la vid a de un ciudadan o, que quitar­
la á mil de los enem igos*.
E sta recta intención de San Fern an d o fué mu­
chas v e c e s envidiada p o r su consuegro el rey don
Jaim e d e A ragó n , y con frecuencia decía d el santo
R e y «que p luguiese á D io s q u e su yerno D . A lon ­
so , su hijo y sucesor, h ered ase aquella buena in­
tención y ánim o, y aqu ella m isma afición y dili­
gencia que en p erseguir á los m oros su tan buen
padre D . Fern an d o tu vo». P ero aún es m ayor y
m ás auténtico testim onio de esta rectitud, e l que
por s í m ism o n os dió el santo R e y , seg ú n afirma
e l ya citado O bispo de Palen cia, que pudo saber-
lo de personas q u e lo oyeron a l m ism o S an F e r ­
nando.
«E ste r e y — dice el m encionado Prelado,— pre­
gu n tad o p o r qué había aum entado su reino m ucho
m ás q u e su s progenitores, puesto que recobró lo
que los otros perdieron, dió esta respuesta, tan dig­
na de su autor com o de eterna memoria:
— Pudo s e r que los otros tuviesen o tro s inten­
tos y fines de ensanchar su reino m ás que lo fué.
T ú , S e ñ o r—añadió fixan do los ojos en e l cielo,—
que ve s mi corazón como e l d e todos, sa b es que
n o busco mi honra, sino la tu y a; no la gran de­
za d el reyno perecedero, sino la del tuyo chris-
tiano.»
E n esta recta intención aseguró siem pre la s v ic ­
to rias que están prom etid as por D io s á los prínci­
p es que hacen la guerra con e lla , y e l firm e p ro ­
p ósito d el re y D . F ern an d o en esta p arte lo sign i­
ficó bien el O bispo de T u y , D . L u c a s, cuando
aludiendo á los m aravillosos efecto s que se nota­
b an en los triunfos d el santo m onarca, m oviendo
las arm as contra los enem igos d e la fe, concluye
diciendo: «Con cuchillos fieles pelean los re y e s de
E sp añ a por su fe, y cada p arte vencen».
A u n q u e no se hubiese con servad o m emoria de
e sto s dichos de S a n Fernando en los autores que
‘ temos citado, siem pre com probarían la rectitud
d e corazón conque p roced ió en todas su s em pre­
sa s, no sólo los ju sto s fines de ellas, en que única­
m ente s e ocupó toda su v id a p ara e x tin g u ir los
enem igos desde el m ism o d ía que asegu ró en sus
sienes la corona de C astilla, sino que lo publicarán
V ID A D E SAN F E R N A N D O II
eternam ente así m uchos de su s diplom as, en q u e,
a l h ablar de estas victorias, sólo á D ios las atribu­
y e , porque quien reconoce á D io s com o autor
d el vencim iento, prueba que su intención en la
em presa fué únicam ente su gloria y su ensalza­
miento.
Y esto e s m ás de notar cuanto q u e estas cláusu­
la s de su s diplom as no tienen precedente en los de
s u s antecesores p ara la im itación, ni en los de sus
su ceso res para creerlas vu lgares y de uso co­
rriente.
B asta alegar, entre otros m uchos que pudiéra­
m os citar, e l que e x p id ió en B u rgo s á 2 de S ep ­
tiem bre d e 12 3 7 , pues adem ás de contener un tes­
tim onio d e la delicadeza con q u e el santo R e y mi­
ra b a la conservación de todo lo que pertenecía á
las iglesias, para q u e su gran liberalidad en el pre­
m io hacia sus vasallo s benem éritos no perjudicase
los d erechos ya adquiridos por ellas, expresam ente
h ace m em oria de la gloriosa conq u ista de Córdoba
con estas palabras: «C onviene á saber, en el año
segu n d o en que yo , el re y Fernando, p u se cerco á
la fam osísim a ciudad d e Córdoba, y cooperando, ó
p o r m ejor decir, haciéndolo todo la gracia del E s ­
píritu Santo, por m edio de m is sudores fué esta
ciud ad restituida al culto christiano».
P u ed e decirse, en suma, q u e en ninguno de los
acto s de su vid a le m ovió jam ás el p rop io interés,
ni el deseo d e acrecentar su s dom inios para ser
tenido p o r el m onarca m ás poderoso de la tierra.
L a glo ria de D io s, el aum ento de la fe católica
y la destrucción de las falsas creencias fué lo úni-
co que m ovió su brazo. Y así le vem os que cuan­
do se trata de E stad os cristianos se presta á todo
acom odam iento antes que recurrir á las armas»
y cuando su p ad re el rey de L e ó n le p id e una
Tuerte sum a p ara desistir de h acerle la gu erra, la
da inm ediatam ente, satisfecho de p oder á este pre­
cio con servar la paz de su reino.
C A P ÍT U L O X X V I

L a ju stic ia do San Fornando.—S u templanza.

J^ÉpfljSTA virtud d e la ju sticia fué el carácter del


gobierno del santo R e y , y en practicar-
la p u so todo su cu id a d o , considerán-
fyWy dola com o la principal obligación de
todo soberano.
D ivid en los teólogos la ju sticia en legal, que
concuerd a a l R e y con su p u eb lo, el todo con sus
partes, y cada parte d el reino con las d em ás que
la com ponen; en d istribu tiva, que d a á cad a uno lo
q u e es su y o , y en conm utativa, que retrib u ye en
prem io ó castigo el hecho á que se refiere.
En todas estas esp ecies d e una m ism a virtud
resplandeció singularm ente San Fern an d o, p u es en
la prim era no hallarán las historias rey m ás cui­
d ad o so d e su reino, ni m ás aplicado al bien públi­
co . E s te cuidado lo dem ostró, entre otros m uchos
c a so s que pudiéram os citar, en el interés con que
atendió á la unión d e las U n iversid ad es d e Palen-
c ia y de Salam anca, haciendo de d os cuerpos pe­
queños uno grande, disponiendo en él todo lo ne-
cesario para e l cultivo d e los entendim ientos, y
am parando con su real protección los estudios,
todo ello con el fin de ennoblecer á su reino, des­
terrando de él la ignorancia, fuente de m uchos en­
gaños y de grandes m iserias. Con la misma ju sti­
cia atendía con continuos socorros, y a en especie,
y a en m etálico, á los pueblos necesitados, para
que, sano todo el cuerpo, ni unas partes llorasen
su enferm edad, ni otras s e en soberbecieran con su
robustez.
Con e ste ob jeto buscaba, solicitaba y escogía
hom bres de prudente gobiern o para todos los
puestos de su ju risd icción , á fin d e que, fiadas las
riendas á pulso de entereza y sosiego , de tal su er­
te gobernasen el freno, que el pueblo, ni tascase el
bocado para resistirse al im perio, ni se m irase
suelto p ara elevarse á m ás jerarq u ía que su obli­
gación.
P ara lograr m ás de lleno este propósito visitab a ’
su s reinos a l m ism o tiem po q u e dirigía las m ar­
chas d e su s ejércitos, aprovechando para ejercer
esta ju sticia legal los m om entos que le concedían
sus funciones m ilitares para el reposo, y vieryjp
p or sí m ismo y experim en tand o los hum ores de
los pueblos, para su m ejor correspondencia y más
acertado gobierno. T o d o lo cual se ve en e l curso
d e su vida.
En la ju sticia d istribu tiva, que á cada uno da
lo que le toca, fué tan adm irable como e n las de­
m ás virtud es. N o vió el rein o en su v id a aquellos
pleitos que por el derecho á la s co6as suelen pasar
á la sentencia de las arm as. H asta los tiem pos del
santo R e y eran frecuentes los desafíos ó guerras
entre señ ores de los lugares. C ad a uno pretendía
e x te n d e r sus lím ites, y s i no lo con seguía la sin
razón ó el em peño, acudían á la espada p ara que
cortase la diferencia.
E r a esto com ún y frecuente, y tantas la s d esgra­
cias com o las divisiones; pero nada de esto ocurrió
durante e l reinado de S an Fernand o, pues con re­
m edios preventivos su po p re ca ve r aquellos daños
y que cad a uno se contentase, con gu sto ó por
fuerza, con lo que legítim am ente le pertenecía.
P ara hacer esta ju sticia á cada uno y dar á cada
cual lo q u e le correspondía, sab em os que camina­
b a leguas, y ya se ha visto un ejem plo d e ello en el
pleito q u e ^ e suscitó entre S e g o v ia y M adrid, en
u n o de los capítulos anteriores, p u es no siendo p o­
s ib le que acudieran todos los agraviados al R e y ,
éste, en su deseo d e h acer ju sticia, acudía á los lu­
g a re s, buscando la conveniencia de los pobres y la
ju sticia de todos á costa de su com odidad.
E l deseo de acertar en estos ju icio s y asegu rar
las sentencias, fué el que le hizo discurrir el m edio
d e llev a r siem pre á su lado á aquellos doce sabios,
prim er fundam ento del C onsejo R eal, porque como
la s sentencias habían d e ser arregladas á lá ley,
p ara no d iscrepar un ápice de la regla, quiso á sus
e x p e n s a s tener siem pre á su lado quien le seña­
lase la pauta.
L a ju sticia conm utativa fué una de las prendas
q u e m ás adornaban a l santo R e y , y en e l prem io
y en el castigo fué tan e x ac ta la m edida de su g o ­
biern o, que puede servir de norm a á los de todos
los siglo s. L o s repartim ientos de C órd oba, de Ja é n
y de Sevilla, y aqu ellas m atrículas tan venerad as
por la nobleza, por tener en ellas escritos lo s nom­
bres de su ascendencia, son testigos de m ayor e x ­
cep ción que prueban su cuidado en el premio.
T o d o s los que le servían sabían con toda segu ­
ridad que no quedarían sin recom pensa su s su d o­
re s y afanes, y e sta persuasión tan fundada infun­
d ía valo r y anim aba á su s servidores.
A l par que prudente y fuerte era tem plado en
todos los acto s de su vid a, y tenía por m áxim a, de
la que jam ás se apartó, que todo príncipe d eb e
m oderar su ju sticia con la tem planza, p orq u e de
no hacerlo así se siguen g rav es d añ os para los pue­
blos. Ja m á s se dejó llevar d e los arrebatos de la ira,
y cuando se v e ía o b ligad o á im poner algún castigo,
s e tom aba tiem po para ello á fin de que nunca pu­
d ie ra decirse que su s ju sticias tenían la menor
vislum bre de venganza.
Solía decir, y así lo p racticaba, que la tem planza
e s cam ino del bien y enem iga d el m al, y q u e el
q u e sabía tem plar su sañ a, ja m á s haría cosa que
fuese en d eservicio de D ios, an tes al contrario, sus
hechos, a l mismo tiem po q u e tem idos, serían loa­
d os, p ues nunca podrían ser rep u tad os por m alos.
D e esta virtud quiso q u e se ocuparan los doce
sa b io s de su consejo en el tratad o d e la Nobleza
y d e la Lealtad , y en é l con sta el cum plido elogio
q u e hicieron de dicha virtud, de la que fué siem pre
esp e jo y m odelo el santo R e y .
C A P ÍT U L O X X V II

Trabajos, persecuciones y peligros que padeció •


por la fe.

hablar de las virtu d es del santo R e y don


Fern an d o I I I, no e s p osible om itir los tra­
bajos, persecuciones y peligros que pade­
ció p o r la fe, á cu ya p ropagación consa­
g r ó to d a su preciosa vida.
A l hablar de esto el P ad re Pineda en su memo­
rial, cita un pasaje que cop ia d e la historia general
q u e m andó escribir su hijo D . A lfo n so, y ad vierte
q u e lo ha leíd o en lo s m anuscritos en pergam ino
y q u e falta en la im presa. Em pieza, pues, á tratar
d e la s acciones de nuestros reyes con estas pala­
bras: «C onviene que los fechos de los re y e s que
tien en lo g a r de D io s en la tierra, sean fablados en
escritura, señaladam ente los d e los reyes d e C asti­
lla ó d e L e ó n , q u e p o r la le y d e D io s 6 p o r acre­
centam iento de la san ta fe católica tom aron mu­
ch o s trabajos, ó se pusieron á m uchos peligros en
las lid es que oviero n con los m oros, echándolos d e
las E spañ as».
E l A rzobispo D . R odrigo, haciendo m érito parti­
cular d e los que padecieron el rey San Fern an d o y
su gente con este noble objeto, form ó el capítu­
lo 95 del suplem ento m anuscrito de la historia
que se titula: De los grandes trabajos que él rey don
Fernando é todos los christianos pasaron sobre el cer­
co de Sevilla.
«G anó e l rey D . F e rn a n d o —d ice— la ciud ad de
S evilla pasando por m uchos peligros é por mu­
chas afrentas, é sufriendo m uchas lacerías é m u­
ch as veladas, tom ando el rey en su cuerpo, y los
su s va sallo s con é l, en fasciendas, en torneos, e n
com batim ientos é espolonadas que facían con los
m oros é los m oros con ellos, en recuas traer é e n
guard ar, é en las su yas de los m oros defender que
las non m etiesen. M ucha m engua fué en esa cerca
d e viandas é grandes m ortandades, fechas las
unas en las lid es, é las otras en enferm edades gran­
des de gran d dolencia que en esa hueste oviera;
en las calenturas eran tan fuertes é de tan grand
encendim iento é tan destem pradas, q u e morían
los hom es de gran d destem pram ento, corrom pido
el ayre que sem ellaba llam as de fuego, é corría
aturadam iente siem pre un viento tan escalfado
com o s i de los infiernos saliese; é todos los hom es
andaban todo e l d ía corriendo a gu a de el g ra n d
sudor fasien tam bién, estando por las som bras
com o por fuera, ó por d oquier que andaban , como
si en baño estoviesen, porque p o r fuerza les con ­
ven ía que por esto que p o r el quebranto d e las-
grandes lacerías q u e sofríen de ad olecer é de s e
Perd er hi mui gran d gente.*
A cerca de lo que p ad eció en el cerc o de Ja é n ,
<lice la m ism a historia:
«H abiendo el re y D . Ferran d o ordenado que se
repartiesen los ricos-hom es é su s concejos, que
e sto v ie se n atem perados continuam ente so b re Ja én
fasta que la oviesen, em pero veyen d o q u e no sé
fa s íe á su voluntat nin estaban tan firm em iente
c o m o él m andara, fu ese para ella, é ech óse sobre
e lla é cercóla, é comenzó á estar hi acoradam ien-
tre con mui fuerte tiem po que fasíc de frió é de
rgrandes aguas, c a era en m edio del invierno; é los
frios eran atales, é la s aguas tan afertunadas, é
la costa tamaña, que las gentes se veían en gran ­
d es peligros é perdían se m uchos: E sufrieron hi
m ui gran laseria en razón del fuerte tiem po sin
la s otras afruentas gran des, otrosi que se sofrieron
en com batim ientos é en torneos é en velad as, é en
otras gran d es laserías. E veyen do el re y m oro tan
afincadam ientre estar el re y D . Ferran d o , tem ien­
do que nunca d e c íd e s e levantarle fasta q u el tor­
nase d e traer pleitesía con el rey D . F e rran d o de
le d a r á Ja é n , é de se m eter en su mercct.»
E sto s continuos trabajos, estas persecu cion es y
estos peligros sostenidos por la fe, de q u e da tes­
tim onio m uy com pleto cad a una de las acciones
m ilitares que e l santo R e y em prendió durante la
conquista d e A ndalucía, le ganaron con justísim a
razón el sobrenom bre de Defensor de la fe, título
q u e la m isma S ed e A po stó lica consintió que se le
aplicase en la prim era efigie que se pintó en cobre
a l tiem po q u e en R om a se em pezó á tratar d e su
canonización.
L a defensa d el nom bre cristiano llegó á e star
vinculada en San Fernand o, y por e so el O bispo
d e Palencia asegura en su historia, q u e p oco an­
tes de su m uerte, habiendo sabido q u e andaban
algunos m oros m aquinando e l m atarle á traición,
y que y a habían concertado el p recio de su m uerte,
d ijo aquellas palabras, ya copiadas en capítulos
■anteriores: .Vo me buscan á m i, sino á m i reino, etc.
F u n d ad o , pues, en estas razones, q u e acreditan
«1 celo que S an Fern an d o tu vo siem pre p o r la
c a u sa de la R eligión, y el peligro de m uerte en
q u e anduvo de continuo por cau sa de la fe, h asta
q u e perdió la vid a rendido á los trabajos que su
d efen sa y ensalzam iento le atrajeron , no dudó la
graved ad y gran ciencia* d el O bispo de T u y , don
L u c a s, en contarle entre los verdaderos m ártires.
A s í se h abla del santo R e y en el capítulo 88 de su
h istoria en castellano: « E l re y católico é m ui pia­
d o so F e rran d o era v ie jo de larga ed ad , é apelya-
<lo con enferm edad d e hidropesía, q u e h abía por
« 1 trabajo de las batallas que siem pre fisiera por el
trabajo de los mui m alos m oros. C an sado de grand
lasedad m urió d e e sta enferm edad, 6 el S eñ o r
Jesu -C h risto, por quien tantas pasiones había so-
frido, quería lib rar á su caballero é vicario de los
peligros deste m undo, é darle reino para siem pre
d urable entre los gloriosos m ártires é reyes que
legítim a é fielm ente habían p eleado por am or de
la fe, é de su nom bre con los mui m alos m oros, é
recibirle en el palacio del cielo, d ándole corona de
0ro» Que m ereció h ab er p ara siem pre».
V realm ente, si S an Fern an d o no fué m ártir en
cuanto á d a r la vid a en m anos del tirano y perse­
guidor, por lo m enos lo fué padeciendo en el áni­
m o y en lo interior; lo fué en el vencim iento de las
p asiones, y lo fué por h aber sido no m enos valien­
te y fuerte en las batallas espirituales que en las
corpo rales.
« L o m ás particular de todo es— dice á este pro­
p ósito el P . B urriel, d e la Com pañía d e Je sú s, en
su s M em orias de San F em an do I I I , ofrecidas a l rey
F e m a n d o V I — que p arece h aberse recopilado
ésta y otras m uchas m ás virtu d es en los últimos
m om entos d e su vida. L a conquista de S evilla fué,
com o hem os dicho, e l crisol donde se purificó su
santidad; el cam po abierto d on d e, al par de vencer
á los enem igos de la fe, triunfó de los enem igos
d e su alm a; el teatro m ás condecorado para re­
p resentar al mundo lo ju sto , lo recto, y lo santo
d e cuanto pensó y ob ró toda su vid a. A sí se pre­
paró p ara m orir, y llegada aqu ella hora terrible
para todos, pero consolatoria para los ju stos, cau­
san adm iración lo s esfuerzos q u e hacen cuantos
han hablado de ella d esd e aq u el m ism o instante
en q u e sucedió h asta nuestros días, p ara d a r á
entender las circunstancias que p o r todos cam inos
la hicieron edificativa y digna de im itación.
»Porque se vió en su sem blante aquella alegría y
risa espiritual propia de las alm as santas que
nota San G rego rio ; entonces la contrición y pe­
nitencia, sin la cual, com o dice S an A gu stín, nin­
guno, por santo q u e sea, d eb e p asar de esta vida
á la otra; entonces su encendida fe, reverencia-
d o ra d el m áxim o d e lo s sacram entos y de to-
d o s los de la Iglesia; la hum ildad y la observancia
d e sus sagradas cerem onias; la firm e esperanza y
devotísim a confianza en la pasión y cruz de Je su -
C h risto; el profundo m enosprecio de sí m ism o y
d e la grandeza y m ajestad real; la caridad con to ­
d os sus súbditos, d esd e e l m ás alto grad o , h asta el
m ás ínfimo y despreciable, encom endados con
igualdad á su hijo heredero; la lib re y com pleta
razón de cuentas presentadas al Suprem o Ju e z so­
b re la adm inistración d el reino q u e le h abía entre­
gado, y , en fin, e l entero cum plim iento d e todas
su s obligaciones, tanto de p erson a pública com o
d e persona p rivad a, que le abrieron las puertas de
los cielos, y obligaron á que lo s m ismos ángeles
acom pañasen á ellos su d ich osa alm a en tre acla­
m aciones de q u e h oy m oría e l hom bre ju sto, el
hom bre escogido por Dios.»
C A P IT U L O X X V III

Propóneso S an Fornando la conquista do A fric a .—


T erro r quo su proyecto cau sa á los royes mahome­
tanos.—L a últim a onformedad del santo R oy im ­
pide la roalización do tan m agna omprosa.

d esd e luego, afirm arse sin tem or á


en la hipérbole, q u e de no haberse
o el rey moro de G ran ad a tributario
m Fernando, é ste hubiera anticipado
en d os siglo s la reconquista total de E spañ a, lle­
va d a á feliz térm ino por los R e y e s C atólicos D oña
Isa b e l y D . Fernando.
E n paz con todos los m onarcas de la Península
ibérica, y al m ando d el ejército m ás num eroso y
aguerrido de cuantos existían entonces, y que,
por añadidura, se h allaba em briagado p o r los glo ­
riosos vapores de continuas y brillantes victorias,
fácil hubiera sido al santo R e y acab ar con los aco­
bard ad os restos de la m orisma, q u e al solo nom­
b re del gran m onarca cristiano tem blaba de es­
panto y sólo encontraba en la fuga el único medio
d e sustraerse á los go lp es d e su triunfadora espada.
M as para realizar em presa tan fácil p o r fuerza
de arm as, había un obstáculo insuperable: la pala­
bra em peñada por San F ern an d o de no atacar a l
rey m oro d e G ranada m ientras éste cum pliera fiel-
m ente sus d eberes de feudatario; y no era, segura­
mente, el santo m onarca, ni como cristiano ni com o
caballero, h om bre q u e faltase á un com prom iso
contraído.
P ero si su palabra le ved ab a p roced er contra e l
rey m oro de G ranad a, obligándole á su p esa r á to­
lerar dentro de la Península la existen cia d e un
trono mahometano, su celo por la gloria de Dios-
y su anhelo de destruir á los enem igos de la santa
fe cristiana le hicieron concebir un grandioso pen­
sam iento, q u e de haberlo podido realizar, hubiera
quitado to d a razón d e s e r al fam oso testam ento
que dos siglos después dictaron á Isa b e l la Católi­
ca los m ismos sentim ientos que á San Fern an d o
animaban.
Consistía dicho p royecto en llevar la guerra á
los m ahometanos en su misma patria, tom ándoles
su s tierras com o desquite brillan te de la invasión
realizada cinco siglo s antes por los agarenos en la
Península ibérica, y b o rrar de ellas el nom bre de
M ahom a, clavando en lo m ás alto de los m inare­
tes de las mezquitas el signo glorioso de nuestra
redención.
E s te pensam iento enardecía el generoso corazón
del santo R ey.
— Si hubo— decía— osadía en los bárbaros para
invadirnos en nuestras casas, para arruinar nues­
tro s tem plos, p ara introducir los dogm as falsos
<lel A lcorán en el corazón d e n uestros reinos,
^por q u é se ha de d a r por contento nuestro valor
con recuperar lo perdido, sin adelantar tantas pro­
vin cias á la fe com o añadieron ellos á la supersti­
ción? M i ánim o, va sallo s m íos— añadió d irigiénd o­
s e á los capitanes que le escuchaban,— e s añadir
n u e v a arm ada á la que el alm irante Bonifaz, con
tanto valo r com o destreza gobiern a, y aprovechar
e l viento favorable d e la fortuna que han gozado
h asta aquí nuestras arm as. <Por qué le hem os de
estrech ar á D io s su s favores, si su benign idad nos
q u ie re favorecer sin tasa? N o obligo á nadie á que
m e siga, porque tengo exp erien cia d e que la leal­
tad de los españoles no necesita de m ás preceptos
para alargar las capas, q u e v e r en h ábito m ilitar á
s u rey.
Y no se engañaba al h ablar así el santo m onar­
c a , p u es apenas com enzó á traslucirse el propósito
d e S an Fernando de llev a r la gu erra á los agare-
nos á su m isma tierra, todos cuantos le habían se ­
gu id o en sus anteriores cam pañas, así capitanes
com o soldados, se aprestaron á seguirle con la
confianza sin lím ites q u e les inspiraba su re y in ­
vencible.
A oídos de lo s m oros africanos llegaron las nue­
va s de la p róxim a invasión d e su territorio p o r las
arm as cristianas, causándoles e l terror q u e había
lleg ad o á inspirar e l nom bre d el san to m onarca á
todos su s enem igos. U n o s, los m enos, opinaban
q u e debían acum ularse en las co stas cuantos ele­
m entos de defensa les fuera p osib le reunir para
im pedir e l desem barco de las huestes d e San
F em an d o ; p ero los m ás eran de p arecer que se
enviasen á éste em bajadas solicitando su am istad,
aunque para lograrla ¡¡tuvieran que declararse sus
feudatarios, com o lo había hecho el avisad o rey
m oro d e G ranada. T o d o era confusión y descon­
cierto en aquellos infelices, y no hay d u d a q u e si
en aquellos m om entos se hubiera realizado la te ­
m ida invasión, fácil h abría sido á los cristianos
apoderarse de la parte del A frica dom inada por
los agarenos.
L a presencia d e la escuadra del alm irante B on i­
faz en aquellas costas contribuyó á sem brar el e s­
panto en los m ahom etanos. E l valeroso destruc­
to r del puente de T rian a no d a b a un m om ento de
respiro á la escuadra de los m oros, echando á p i­
q u e su s b arco s en e l punto y hora e n 'q u e aban do­
naban sus puertos d e refugio, y á v e c es entrando
en ellos y destruyendo las naves m ahom etanas á
la vista d e los habitantes d el litoral agareno, p ron ­
tos á huir al interior á la m enor señ al de un des­
em barco d e lo s cristianos.
T o d o esto lo m edía y] pesaba el santo R e y , y
p ara no om itir nada de lo que la p ruden cia hum a­
na aconsejaba realizar, con e l fin de asegu rar m e­
jo r e l buen resultado de la m agna em presa que
m editaba, dió las órdenes necesarias para que se
construyera otra nueva escuadra, que a l paso que
sirviera de refuerzo á la de Bonifaz, p udiera trans­
portar á las tropas destinadas á la invasión del te­
rritorio africano.
E sto s p reparativos acabaron de sem brar el te­
rro r entre la m orisma, y decidieron al re y d e M a-
▼U>A D K SAN F E R N A N D O 12
rru eco s á en viar em bajadores á San Fern an d o so ­
licitando su am istad y protección en condiciones
tan ventajosas, que el Santo m onarca no vaciló en
acep tar por lo que facilitaba su acción contra los
dem ás reyes agarenos que ocupaban el territorio
africano.
D ispuesto estaba ya todo para q u e las huestes
victoriosas de San Fern an d o comenzaran á reali­
zar tan gloriosa em presa, que d e haberse llevado
á feliz térm ino no sólo hubiera engrandecido á
E sp a ñ a , sino cam biado la faz de toda la cristian­
dad. P o rque e s eviden te q u e, posesionado el santo
re y D . Fern an d o I I I de las costas septentrionales
d e A frica, de A rg e l y de T ú n ez, m uy otra habría
sid o la suerte que andando el tiem po corriera la
segu n d a cruzada de su glorioso prim o S an L u is ,
q ue en vez de enem igos hubiera encontrado
am igos, y en lugar de la peste q u e diezm ó su ejér­
cito y le quitó la vid a, el logro de su s santos fines
y tal vez la destrucción com pleta d el p o d er mus­
lím ico.
M as sin duda, por mal de nuestros pecados, no
entró en los designios d e la P ro vid en cia que San
Fern an d o llevase la gu erra á los m oros en su pro­
p io territorio, para realizar la em presa en que aún
andan em peñadas, al ca b o d e siete siglo s, las na­
cio n es de Europa. C uando todo estaba dispuesto,
com o y a hem os dicho, p ara q u e el ejército del san­
to R e y p asara el E strech o, el S eñ o r le envió la en­
ferm edad que había de cond u cirle á la m ás glorio­
sa d e sus victorias, á la conquista de la b ienaven­
turanza eterna.
C A P IT U L O X X IX

U ltim a enfermedad do San Fernando.—Contra el


parecer do los módicos, conoce su próxim a m uer­
te.—S u preparación edificante para com parecer
ante Dios.

f
UKQUE la edad del santo R e y no era tan
avanzada q u e no perm itiera esp erar que
su v id a se prolo n gase aún bastantes años,
p ues sólo contaba cincuenta y cuatro,
cuando se ocupaba en preparar su exp ed ició n á
las costas africanas, su salud, en cam bio, estaba
aiuy m inada, tanto por las continuas fatigas d e las
largas gu erras q u e contra la m orism a so stu vo ,
como á causa d e su s constantes ayu nos y rigu ro­
sas penitencias con que m ortificaba su cuerpo.
E n estas circunstancias cayó enferm o d e h id ro ­
pesía, y aunque en los prim eros m om entos no se
presentó su dolencia con carácter alarm ante, el
santo R e y conoció en segu id a que su mal no sólo
era incurable, sino q u e le llevaría en b re ve al se­
pulcro, aun q ue otra cosa le dijeron lo s m éd icos
q u e le asistían.
No obstante esta persuasión, nacida indudable­
m ente de secretos aviso s d e D io s, sem etióse con
s u habitual paciencia á las prescripciones faculta­
tivas, que lejos d e a liviar su dolencia la fueron
agravan d o , aunque d e una m anera tan embozada,
q u e sólo el santo paciente conocía día p o r d ía sus
p rogresos.
P o r e sta razón causó no poca extrañeza á todos
cuantos le asistían, y aun á los m ismos m édicos,
o irle p ed ir á p oco d e haber caído enferm o que le
adm inistrasen el santo Sacram ento de la com unión
e n form a de V iático , después de haberse confesa­
d o , como lo hacía con m ucha frecuencia, con su
d irecto r espiritual, D . Ram ón de Lizana, O b isp o de
S ego via. E ste le dijo, á m odo de ob servación, que
d esd e luego p od ía com ulgar, pero que le parecía
q u e no se h allaba aún en estado d e ser viaticado,
segú n e l dictam en de los m édicos q u e le asistían;
p ero San Fern an d o le rep licó desengañándole, d e ­
claran d o que le quedaban m enos horas d e vida
q u e días suponían los m édicos que había de durar
s u enferm edad, y ante esta afirm ación, h ech a con
la segurid ad del q u e sab e á ciencia cierta lo que
s e dice, se apresuraron á satisfacer su s santos d e ­
seo s, de los que dió aviso á la reina é infantes y á
to d a la corte d el santo m onarca para q u e el sa g ra ­
d o acto se verificase con la solem nidad co rres­
pondiente.
E l m ism o San Fern an d o , con una serenidad de
esp íritu que adm iró á cuantos le rodeaban, d ispu ­
so d esd e su lech o lo necesario para con vertir en
c a p illa su cám ara, ordenando, entre otras cosas,
que se retirasen ó quitasen d e ella todos los orna­
m entos y atributos de la m ajestad hum ana, pues
desde aquel m om ento no era su estancia la mora­
da de un re y de la tierra, sin o el tem plo donde
iba á penetrar el R e y de los cielos, coronando con
este acto de humildad los m uchos que había prac­
ticado durante su santa vida.
Cuando todo e stu vo p reparado, y después de
orar largo espacio de tiem po, confesóse de nuevo
con e l y a citado O bispo de Sego via, y tras otra
larga oración pidió á su con fesor que no dilatase
por m ás tiem po la llegada de su D ivina M ajestad,
p ues se le hacía un siglo cada momento que tar­
d aba en recibir á Je sú s Sacram entado.
D ad as las órd enes correspon dientes, entró en la
cám ara regia, convertida, com o hem os dicho, en
capilla, el santo V iático , acom pañado del infante
D . F elip e, A rzobispo electo de S evilla, y de otros
m uchos Prelad os, así como de to d a la fam ilia real,
clero y grandes del reino en núm ero tan conside­
rable, que m uchos de ellos hubieron de quedar
fuera de la estancia p o r no tener ésta capacidad
suficiente p ara contenerlos á todos.
A l v e r el santo R e y penetrar en su cám ara á J e ­
sú s Sacram entado, se arrojó del lech o sin que na­
die p udiera im pedirlo, y puesto de rodillas en tie­
rra, cubrióse de ceniza la cabeza, se echó a l cu ello
una sog a en señ al de esclavitu d an te e l R e y de los
reyes, y tom ando en su s m anos un cru cifijo, se
p u so á ven erarle con fervoroso afecto.
Hizo lu ego an te la sagrad a im agen de Je s ú s cru­
cificado una tiern a expresió n de todas las pen as
y torm entos sufridos por el D ivin o R e d en to r del
m undo para sa lv a r á los hom bres, y tras prolon­
gad os y fervientes actos de contrición p o r sus
pecad os, y después de p ed ir á todos cuantos le

rodeaban perdón d e todas las ofensas que p udie­


ra haberles hecho, recibió de m anos de su confe­
so r, e l y a citado O bispo de S ego via, el santo V iá ­
tico con u n a efusión tan extraordinaria de humil­
d e y encendido am or, q u e hizo derram ar abundan-
te s lágrim as á todos cuantos tuvieron la dicha de
presenciar acto tan edificante.
Q ued ó se luego un rato sum ido en un éxtasis
dulcísim o, com o saboreando la dicha q u e acababa
d e experim entar de albergar en su pecho á Je su ­
cristo Sacram entado, y después hizo una explícita
profesión de fe com prensiva de todo lo que debe
creer todo buen cristiano, y si m om entos antes
había conm ovido á los q u e le rodeaban con la ter­
nura de sus sentim ientos de encendido am or á
D io s que ab rasab a su alm a, la voz robusta y enér­
gica conque lu ego d aba testim onio de su fe v iv a y
firm ísim a enardeció de tal m odo á cuantos le es­
cuchaban, q u e si en aquel m omento se les hubie­
ra exigid o dar la v id a en testim onio de la verdad
d e todos y cad a uno de los m isterios d e nuestra
sacrosanta R eligió n , ni uno sólo hubiera vacilado
en sacrificarla.
T erm inad o tan solem ne y conm ovedor acto,
m andó el santo R e y q u e le dejasen solo, y durante
algunas h oras perm aneció en am oroso coloquio
con el D ivin o R ed en tor hospedado en su corazón,
sin que fuera d able á p ersona alguna vislum brar
siquiera los favores que recibió del S eñ o r en aqu e­
lla su última visita.
M uchos y m uy grandes debieron se r, pues
cuando llam ó nuevam ente á su lado á los q u e le
asistían, su rostro estaba resplandeciente y en
todo su asp ecto revelaba que h abía tenido como
un anticipo de las venturas celestiales.
Consejos que dió á su prim ogénito á la hora
do la muerto.

o n o c ie n d o el santo R e y que su fin en la tie­


rra se acercaba, m andó llam ar á su espo­
sa é hijos, y después de bendecirlos, incor­
poróse en el lecho, y an te los P relad o s y
gran d es del rein o que se agrupaban á su alred e­
d o r, habló de este m odo á su prim ogénito y here­
d ero el príncipe D . A lfo n so , según con sta en la
Crónica q u e escribió e l A rzobispo D . R o d rigo y en
otros docum entos de aq u el tiempo.
— H ijo m ío— le d ijo ,—no sólo quiero serlo de
vu estro cuerpo, porque o s engendré, q u iero ser
p ad re d e vuestra alm a instruyéndola. H oy habéis
d e heredar las coronas d e Castilla, de L eó n , de
M urcia, de Ja é n y de S evilla, p ero ju ntad e se h oy
en q u e em pezáis á poseerlas con e l h oy m ío, en
q u e e s preciso dejarlas. C o n tra e l im perio de la
m uerte, aun los reyes no son hidalgos; todos los
q ue nacen son á su dom inio pecheros. Reinad
com o quien h a de m orir; con e so no o s envanece-
rá e l reinar. R ein ad reconociendo que h a y otro
R e y superior, que h a de residenciaros, á cu yo tri­
bunal estoy y a citado, y v o s lo h abéis de estar

tam bién en los estrados de este Suprem o Ju ez.


L o s cargo s honrosos no son descargos, a n tesjso n
nuevos capítulos; cuanto m ás excelen tes, de m a­
y o r m iedo, si no se da el lleno d el cum plim iento á la
obligación; m ás beneficios son m ás deudas, y el
m ayor beneficio, q u e es la corona, e s tam bién el
m ayo r em peño. E s te Señ o r que v e is crucificado,
R e y d e reyes y celestial m aestro d e reinar, en la
vid a no tu vo otra coron a que de espinas; no la
m iréis vo s com o halago si queréis im itarle; s i os
punzaren los cuidados de m antener en paz y justicia
v u e stro s reinos, reinaréis bien; si adm itieseis e l ocio
y las delicias, será vuestro cetro de hierro para los
vasallo s, y para v o s condenación. N o sólo habéis
d e tener presente el juicio de D io s, sino tam bién
los ju icio s de los hom bres; puede ser que se pasen
sin cen sura en la v id a los particulares, p ero estas
largas no s e les consienten á los príncipes, porque
la em inencia, el puesto y la luz d e la dignidad, no
sólo los exp o n en á la vista d e todos, sino hacen
tam bién transparentes hasta los designios m ás se­
creto s d el corazón; y así, e s n ecesario q u e mire mu­
ch o por s í aquel á quien todos miran m ucho. E sta
razón, no sólo o s ob liga á v iv ir bien , sino á que
e l parecer de vuestras acciones sea tam bién bueno;
porque aunque p ara con D io s baste la verdad, con
los hom bres, tanto com o la ve rd a d su ele valer la
opinión. T a m b ié n d eb o ad vertiros que no os han
d e residenciar solam ente vu estras acciones: tam ­
bién habéis d e dar cuenta d e la s de vu estros vasa­
llos; esto quieren d ecir los que llam an alm a del
reino á los reyes, y al alm a no sólo se atribuyen las
operaciones de la cabeza, sino tam bién las de los
pies y las m anos y las de todas las dem ás partes
d e l cuerpo.
R e o e s e l rey d e los desórdenes q u e com ete la
p lebe, q u e son los pies d e la república. R e o de la
ociosid ad de los presidentes y m inistros superio­
res, que son los ojos. R e o de los sobornos d e los
m inistros inferiores, que son la s m anos. Conside­
rad-.cuán difícil em presa será dar cuenta d e tantos
á la vista de un R e y tan severo, siendo tan difícil
d a rla sólo de sí mismo buena. E le g id consejeros,
m inistros y valid o s, no por inclinación d el afecto,
sino por e l dictam en d e la razón; príncipe que no
reh úsa tener á su lado á los bu en os y los m ejores,
p ersuad e con eficacia á sus vasallos d e que desea
los aciertos y q u e ob ra d e suerte que no recela e l
s e r juzgado; en los hom bros de éstos fiad parte
del p eso d el gobierno, pero velad con atención
p ara que d esd e el hom bro no se suban á ser cabe­
za. E n e l cuerpo hum ano está la cabeza sobre los
hom bros, y en el caerp o político ha de estarlo tam­
b ién para que no sea m onstruoso. T e n e d p o r buen
m inistro al que buscare antes vu estra autoridad
q u e la su ya, y por no tal al que llevase otro cam i­
no diferente.
I^ F u e ra d e esto, im porta m ucho, para acreditaros
d e buen príncipe, lo m agnífico y generoso; por d ei­
d ades hum anas veneran los vasallo s á su s reyes,
y e l nom bre d e D ios tien e el origen d e d ar; y
p ues h abéis sido tan dichoso que á los reinos que
y o heredé, os he vinculad o otras seis coronas, m u­
ch a m ateria tenéis para haceros bien visto por lo
generoso. A todos han de alcanzar vu estras lib e ­
ralidades, pero ha de ser D ios el prim er acreedor
e n su s tem plos y en sus p obres, p ues os lo ha
d a d o D io s todo. Con los soldados no sólo os q u i­
siera liberal, sino en alguna m anera pródigo. <Qué
p ag a, qué agradecim iento lo parecerá, si el m érito
para conseguirlo e s un riesgo continuo de la vida?
Prem iad á lo s soldados, y tendréis sold ad os y ten­
d réis corona, porque sin su s m anos ningún prín­
cipe es tan feliz que pueda con servarla en sus sie ­
nes. N o se d iga que con m ayor ó ig u al em peño
favorezcáis á los sabios; aquéllos dan la corona,
y éstos la razón para conservarla y poseerla. L a
justicia e s quien da m ás fuerza á los aceros, la p e­
le a con m ás b río s conocida la justificación de la
causa, y este d erech o no le convencen los sold a­
d os, sino lo s doctos.
S i e s ju sto que alcancen á todos vuestros b en e­
ficios, p re cisa obligación será el q u e le toque á
vuestros herm anos y deudos. Portaos de tal suerte
con ellos, que no les p ese haber sido segundos,
siendo v o s el prim ero. E s m uy accidental ventaja
la d el tiem po para causar infam ia en los cuerdos,
y así, en nada se os conozca que sois superior á
vuestros hermanos, sino en serlo. M adre vuestra e s
la reina doña Ju a n a , p u es fué mi segu n d a esposa,
sólo en esto segunda á vuestra m adre; dichoso
seréis en oir su s consejos y en rendiros á su s pre­
cep tos, p orq u e serán siem pre tan prudentes com o
cristianos. M uchas provincias o s dejo aum entadas
a l patrim onio de m is p ad res, pero d e una sola
alhaja mía o s quisiera singularm ente heredero.
¿D eseáis sab er cuál es? N o otra sino el odio á los
enem igos de la fe, á la nación africana, afrentoso lu­
nar d el nom bre de C risto. S i la persiguiereis com o
yo , seréis tan buen rey com o yo ; si más, m ejora-
ré is la fam a; si m enos, bajaréis de la reputación y
d el crédito. S i m e cum pliereis estos con sejos, la
bendición de D io s os alcance, y si no, la m aldición.
T a les fueron los aviso s y advertencias q u e el
san to R e y D . Fernando I I I dió á su prim ogénito
D . A lfonso antes de abandonar este mundo. E n
ellos no sólo e s de adm irar la sabiduría d e San
Fernando, sino que hay que considerarlos como
un espejo fidelísim o de su propia vid a, p u es todas
la s virtudes que aconsejó á su hijo que practicase
la s había practicado constantem ente el glorioso
m onarca, y por eso es su nom bre enaltecido y v e ­
nerado com o re y y com o santo.
***¥*¥*¥¥¥¥¥¥¥¥¥¥¥¥¥¥*¥¥¥¥*¥¥¥*

C A P IT U L O X X X I

U ltim o s momentos do San Fornando.—Sn preciosa


mnorte.—Daolo general.—L o s funorales.

que e l santo R e y dió á su prim ogé­

§
espués

nito los con sejo s que hem os reproducido


en el capítulo anterior, y de despedirse
tiernam ente de la reina y de sus dem ás
hijos, sólo pensó en d isponer su espíritu para pre­
sen tarse an te su D ivin a M ajestad, m ultiplicando
lo s actos d e fe, de esperanza, am or y contrición, y
encom endándose m uy fervorosam ente á la San tí­
sim a V irg e n , su especialísim a abogad a y protecto­
ra, para que le am parase en aquel suprem o trance.
R o d ead o d e los Prelados y sacerdotes, q u e siem ­
pre le seguían á todas partes, fueron los últimos
mom entos de su vid a un continuo culto propicia­
torio á su D ivin a M ajestad para que acogiese mi­
sericordiosam ente el alm a d el santo R e y .
T o d a s las oraciones establecidas por la Iglesia
p ara ayu d ar á un alm a á sa lv a r el m isterioso puen­
te q u e une al tiem po con la eternidad , fueron reci­
tadas p o r lo s m inistros d el Señ o r q u e en aquel su ­
prem o trance auxiliaban á San Fernando, y contes­
tadas p o r éste con una firmeza de vo z y una ente­
reza de espíritu que m ás p arecía uno de los ofician­

tes, que el m oribundo por quien aquellas oracio­


nes se rezaban.
D e este m odo pasó to d a la noch e del 29 de
M ayo d e 12 5 2 , y cuando com enzaba á apuntar el
día 30, conociendo que eran y a p ocos los instantes
que le quedaban de existencia, pidió una v e la
bendita, y teniéndola en una de su s m anos hizo su
última protestación de fe, p reced id a de estas her­
m osas palabras:
— S eñ o r—d ijo clavando los ojo s en el crucifijo
q u e con la otra mano tenía,— el rein o que m e d is­
teis o s vu elvo ; no lo recibí com o puro don ativo ni
com o préstam o, recibíle para adelantarle, y así os
lo d evu elvo con aum entos, bien q u e en estos m is­
m os me reconozco segu n d a vez deudor, pues la
m enor p arte ha sido mía, y el todo vuestro. D isteis-
m e vida, y en ella los años que fué vu estra volu n­
tad, con que estoy tan conform e, q u e o s la d evu el­
v o gustoso cuando la pedís, y con ella el alma. D e s­
nudo salí, Señ o r y R e d e n to r m ío, del vien tre de mi
m adre, y desnudo m e ofrezco á la tierra.
P id ió lu ego el santo R e y á todos cuantos le ro­
deaban nuevo perdón d e las ofensas que les hubie­
re podido hacer, de los m alos ejem plos que les
h ub iera dado, de las om isiones en que hubiese
incurrido, y en una palabra, d e cuanto m alo hubie­
ra hecho y de cuanto bueno d ejado de hacer.
E ra por todo extrem o conm ovedor el esp ec­
táculo de humildad que d aba aquel santo m onar­
c a , que había pasado su vid a haciendo bien y
practicando hasta el heroísm o todas las virtudes,
a l ped ir con lágrim as de arrepentim iento en los
o jo s que le perdonasen las culpas im aginarias que
sólo él, bajo concepto que de sí mismo tenía, le
hacían parecer com o ciertas. A duras penas los
q u e sem ejante acto de anonadam iento p resencia­
ban podían contener su s sollozos, y el pensam ien­
to de que pronto iban á verse p rivad o s d e un re y
tan bueno llenaba su s corazones de un dolor acer-
bísim o, y sólo m itigado p o r la consideración de
q u e desde las m ansiones d e la bienaventuranza
eterna, en que su alm a iba á gozar del prem io q ie
m erecía su santidad, era capaz de tem plarlo.
S ó lo un soplo d e v id a qued aba y a á S an F e r ­
nando cuando de nuevo pidió la vela con q u e h a ­
b ía hecho su última protestación de fe, y reunien­
d o en un suprem o esfuerzo la s escasas energías
que le quedaban, com enzó á rezar el C red o con un
fe rv o r q u e colm ó, desbordándola en un m urm ullo
d e asom bro, la edificación de los que le rodeaban.
P ero aquel heroico esfuerzo para con fesar una
vez m ás á Jesu cristo e ra m ucho m ás gran de de lo
q u e perm itía su e x te n u a d o organism o, y apenas
pronunció los prim eros versícu lo s d el Sím bolo de
ios A póstoles inclinó la cabeza, en tregan d o a l S e ­
ñor su alm a con la seren a tranquilidad d el justo.
A s í m urió aquel re y , e l m ás glo rio so de E s p a ­
ña, que habiendo v iv id o com o héroe en los cam ­
p o s d e batalla, supo ser to d avía m ás heroico en su
lucha con la m uerte, á la que ven ció tam bién, tr o ­
cando su fugaz existen cia en la tierra por la vid a
e te rn a que D io s reserva á su s escogidos.
Pronto cundió por toda S e v illa la triste nueva
d e la m uerte del santo R e y , y e l sentim iento de
d u elo que produjo en todos sus habitantes fué
tan gran de y clam oroso, q u e cu alqu iera que, igno­
ran te de lo que ocurría, hubiera penetrado en
aquellos m om entos en la ciu d ad , habríala creído
víctim a de una de esas catástrofes d e que d a testi­
monio luctuoso un m ontón de ruinas.
L o s p obres, sob re todo, lloraban a l santo R ey
▼ ID A D S SAN P K R .V A N O O 13
com o a l m ás am ante y generoso de los padres.
V e ía se le s va g a r por la ciudad hiriendo el aire con
su s lam entos, y durante los días que estu vo e x ­
p uesto su sagrado cuerpo á la pública contem pla­
ción de los sevillanos, se distinguían los d esvali­
d os, los enferm os y los indigentes por lo desgarra­
d or de su aflicción.
E sta fué general en todos los p u eb lo s de los rei­
nos de L e ó n y de C astilla, p u es á todos ellos ha­
bían llegado los beneficios de S an Fern an d o y los
ejem plos de sus h eroicas virtudes. L o s ancianos
recordaban su piedad de niño; los hom bres de
ed a d m adura, su s victorias p o r la fe de C risto y
la em ancipación de la patria d el y u go m usulm án,
y los adolescentes y los niños sentían renovarse en
su s p ech os el ardor heroico que les habían comu­
nicado sus padres a l referirles las hazañas llevadas
á cabo por e l santo R e y .
A l tercer día d e su m uerte, ó sea el sáb ado , vís­
pera d e la fiesta d e la Santísim a T rin id ad , cele­
bráronse su s funerales con la solem nidad y pom pa
q u e correspondían á tan gran monarca.
O fició d e pontifical e l O bispo de S ego via, con­
feso r del rey, D . R am ón de Lizan a, quien asim is­
mo pronunció la oración fúnebre dedicada á e x ­
poner las virtu d es y gloriosos hechos del santo
muerto.
Y en verd ad que nadie m ejor que quien cono­
cía tan á fondo la vid a d e San Fern an d o , com o su
confesor, podía d a r testim onio d e lo s tesoros de
virtud y gracias espirituales que encerraba el alma
d el santo R e y P o rqu e ¿quién com o el que estaba
en posesión de todas las palpitaciones de aquel
corazón generoso podía m ostrar los ard ores de
su caridad? ¿Quién con m ayor conocim iento de
causa podía h ablar d e su profu nd a hum ildad, de su
espíritu de penitencia y oración, del ard o r de su fe,
d e su paciencia en los trabajos y d e su resigna­
ción com pleta y absoluta en la volun tad d e Dios?
T o d o esto lo hizo el virtu o so panegirista, sin
faltar, desde luego, á la reserva que le im ponía su
c a ld a d de confesor del santo R e y . Y lo hizo de
un m odo tan m agistral y con una cop ia de d ato s y
razonam ientos tan convincen tes, que p u ed e decir­
se q u e su oración fúnebre en lo o r de S an F e rn a n ­
do fué com o un anteproceso d e su canonización,
pues en ella recogió cuidadosa y ordenadam ente
cuanto después sirvió d e fundam ento para colo­
car al santo m onarca en el catálogo de lo s san to s
que reciben culto en los altares.
<

C A P IT U L O X X X II

P rim e r enterram iento dol cnerpo do San F e rn a n ­


do.— Inscripciones qno on su sepulcro mandó po-
nor su h ijo D. Alfonso e l Sabio.—L o s aniversarios
do su muerto antos do su canonización.—S u a c ­
tual enterram iento.—Ceremonias con que so des­
cubro su santo cuorpo.

Ü ^ e r m in a d o s
los funerales p o r el alm a del
santo R e y, procedióse á d a r sepultu ra á
su cuerpo en la an tigu a capilla real que
^ d aba al O riente de la catedral de Sevilla.
L o s preciosos restos fueron colocados en un se ­
pulcro p rovision al m ientras se term inaba el m a g ­
nífico de ja sp e y estilo rom ánico que el rey don
A lfo n so el Sabio m andó construir y q uedó term i­
nado el año 12 79 .
D ich o sepulcro carecía de estatua, en cum pli­
m iento de las palabras q u e es fam a dijo y a m ori­
bundo S an Fern an d o al O bispo de A révalo: «Mi
vid a sin reprensión d e culpa, de la m anera q u e he
pod id o, y m is ob ras, serán mi sep ulcro y mi esta­
tu a»; y en cada uno de su s cuatro lados hizo gra-
b a r el rey D . A lfonso otras tantas inscripciones
con letras de oro de relieve; una en latín, otra en
castellano, en h ebreo la tercera y en árabe la
cuarta.
L a castellana, que viene á s e r una traducción li­
bre de la latina, dice así:
«Aquí yace e l re y m uy ondrado D . Ferran d o ,
señor de Castiella é de T o led o , de L eó n , de G ali­
cia, de S evilla, de C órd oba, de M urcia é de Ja é n ,
el que conquistó to d a E spañ a, el m ás leal, é el m ás
verdadero, é el m ás franco, é e l m ás esforzado, é e l
m ás apuesto, é el m ás gran ado, é el m ás sofrido, é
el m ás om ildoso, é el que m ás tem ie á D ios, é el
que m ás le facía servicio, é el que quebrantó é
d estru yó á todos su s enem igos, é el que alzó y on-
dró á todos sus am igos, é conquistó la C ibdad de
S evilla, q u e es cabeza de toda E spañ a, é p assos hi
en el postrim ero día de M ayo, en la era de mil
et C C et n o ven ta años.*
L a hebrea, según la traducción publicada en las
M em orias literarias de la A cadem ia de Bellas A r ­
te s de Sevilla, dice así:
«En este lugar está el sepulcro del R e y gran de
D . Fernand o, señ or d e C astela, y de T o laito la, y
de L e ó n , y de G alicia, y de Isbilia, y de C o rtova,
y d e M urcia, y de G ien . E s té su alm a en el H uerto
Edén. E l que conquistó toda Sep harad (España),
e l R ecto, e l Ju sto , el P ru d en te, el M agnífico, el
F u e rte, el Piadoso, el H um ilde, el que tem ió á
D io s y le sirv ió todos sus días; el que quebran tó y
destruyó á todos sus enem igos, y ensalzó y honró
á todos sus am igos, y conquistó la ciudad de Isb i-
lia, que e s cabeza de to d a S ep h arad , y m urió en
ella en la noche d el d ía segundo y vigésim o día
d el m es de S iv a n , año cinco mil y doce d e la crea­
ción del Mundo.*
L a arábiga e stá redactada en los siguien tes tér­
minos:
« E ste e s el túmulo del m áxim o R e y D . Fern an ­
do, señ or d e C astilla y de T o led o, de L e ó n , de
S evilla, de C ó rd o b a, de M urcia y de Jaén ; m uy
agrad able á D io s; que recuperó á toda E spañ a;
varón fidelísimo, veracísim o, constantísim o, ju stí­
sim o, fortísim o, óptim o, liberalísim o, m ansísimo
en su Im perio, hum ildísim o; m uy d ado á D io s, y
á lo q u e era de su obsequio; del cual tuvo D ios
m isericordia en las horas vespertinas del día vier­
nes; el cual llenó de h onras y prem ios á todos sus
escogidos am igos; el cual conquistó la ciudad de
S evilla, que e s cabeza de toda E spañ a, y m urió en
ella; el que, finalmente, quebrantó y d estru y ó to­
talm ente la fuerza de todos su s enem igos, cu yo
tránsito fué en el d ía 20 del m es R a b ie prim ero,
en el año de seiscientos y cincuenta de la H egira.»
A d em ás de estas cuatro inscripciones del sepul­
cro de San Fernand o, su hijo D . A lfo n so el Sabio
hizo poner doce sentencias de otros tantos doctos:
diez, d e los que vivían form ando p arte de su Con­
se jo , y que habían sido nom brados por e l santo
R e y , y las dos restantes, de los dos consejeros que
D . A lfonso nom bró para sustituir á los que habían
muerto.
H e aquí dich as sentencias:
« i.a M ejor e s tu fin que tu comienzo. 2.a E n la
m uerte fenecen los saberes, y en la de este R e y
creció la sabiduría. 3.a Fu iste siem pre en la vida
con m ucha virtu d , y eres sab io en la muerte.
4 * M ás será tu renom branza que el tiem po de tu
vid a. 5.a M a y o r fecho el tu yo que el de los que
conquistaron el o rb e. 6.a Preciaste las cosas influi­
das, é fasta la fin será tu nombre. 7.a N on te que­
d a el de la tu señoría, sino del m andato q u e d eja s­
te á los sabios ó el bien que feciste. 8.a P restate á
saber, é siem pre te loarán los sabios. 9.0 Feciste
ferm osa casa con poco dinero. 10.a E n la v id a ho-
biste la ferm osura d el cuerpo, y en la m uerte m o­
ra ste ferm osura del alm a. 1 1 . M ás conocido serás
m uerto que vivo . 12 . Fasta aquí te loaban lo s que
te conocían, é a h o ra loarte han los que no te c o ­
nocieron.*
L o s restos d e S an Fernando perm anecieron en
la R eal capilla d e la prim itiva catedral de S evilla
hasta el año 14 0 1 en que, acordado por e l cabildo
d em oler el edificio por am enazar ruina, y con el
fin d e levantarle d e nuevo, hubo necesidad de
d esalojar dicha capilla y traslad ar e l santo cuerpo
al llamado salón alto. D e allí fue transportado á la
capilla llamada entonces de los Conquistadores, hoy
N ave del S agrario , h asta su definitiva colocación
en la nueva capilla, llam ada de los R e y es, de que
m ás adelante hablarem os.
E n dicho lugar puede decirse q u e recib ió culto
particular d esd e el m omento en que en é l fueron
depositados su s sagrad os restos. E n la opinión pú­
blica su santidad estaba fuera de duda, y los habi­
tantes de S evilla le tributaban e l hom enaje de un
------------------

fervoroso culto, con la aquiescencia de los O rdina­


rios, m uchos añ os an tes de que se prom oviera el
e xp ed ien te de su beatificación.
E s te culto adquiría las proporciones de una
fiesta solem ne en los an iversarios d e su santa
m uerte. C eleb rábase en la capilla d on d e estab a de­
p ositad o el cuerpo d el santo R e y , y asistían á ella
lo s cab ild os eclesiástico y civil, colocán d ose sobre
el túmulo la espada y coron a d e oro, y en e l pùlpi­
to d el E va n g e lio el pendón con q u e S a n Fern an d o
entró ven cedor en Sevilla. L a s tien das y dem ás es­
tablecim ientos públicos se cerraban en dicho día
com o si fuera festivo, y nadie se d ed icab a en la
ciudad á trabajos serviles. D e las ciud ad es y villas
del reino de S evilla acudían com isionados con sus
pendon es y estandartes, y á estos funerales enviaba
el rey de G ranada cien m oros que asistían á la ce­
rem onia religiosa enlutados y con hachas.
A ctualm ente se con servan los sagrad os restos
d el santo m onarca en la capilla d e los R e y e s de
la catedral de S evilla, cu ya edificación com enzó
el i i d e A g o sto del año 15 3 7 b a jo la dirección
d el arquitecto M artín de G ainza, á quien sucedió
Fernán R uiz, y fuó term inada por A sensio ó Ju an
de M eida en el año 15 7 5 según unos historiadores,
ó en e l 15 7 9 según otros.
E n una ó en otra fech a fué trasladado á ella el
santo cuerpo, cu ya incorru ptibilidad se com probó,
y h oy se halla colocado en una urna de o ro , plata,
bronce y cristal, costeada por e l re y F e lip e V , que
asistió á la cerem onia d e su colocación. E l cuerpo
d el santo está vestid o de todas arm as, y las cuatro
inscripciones que el re y D . A lfo n so el Sabio h izo
fijar en su prim itivo sep ulcro se hallan h oy c o ­
locad as en la m encionada capilla del m odo siguien­

te: la castellana y la latina al lado del E va n g e lio ,


y a l de la E p ísto la la h ebrea y la arábiga.
E n esta m ism a capilla se hallan enterrados el
rey D . A lfonso el Sabio, la reina doña Beatriz, pri­
m era m ujer de San Fern an d o , y los in fan tes don
A lfo n so y D . P edro, hijos de A lfo n so X I .
C uatro v e c e s a l año se descubre el cu erpo del
santo R e y: el 14 de M ayo, aniversario d e la fecha
e n que fué colocado en su actual sepulcro; el día
30 del mismo mes, fecha de su preciosa muerte;
el 22 de A g o sto , que e s la O ctava de N uestra S e ­
ñora de los R eyes, y el 2 3 de N oviem b re, an iver­
sa rio d e la entrega de S evilla á S an Fernand o, de­
clarado de fiesta nacional por el rey D . A lfonso él
Sabio en virtud del p rivilegio otorgado en Burgos
Á 30 d e D iciem bre d e 12 5 4 , que d ice así:
«Por grand sab er que é de facer b ien á la E g le ­
sia de Sancta M aría de S eviella, é de llevarla a d e ­
lante, é porque sea mejor servilla, é p o r honra de
•el R e y D . Fern an d o mío padre, que yaze hi ente­
rrad o , é per su alm a, é perque fagan fiestas el día
de S an Clem ente, do é otorgo á la E g le sia de Sanc­
ta M aría de S eviella todas m is tiendas, q u e se tie­
nen con la E glesia. >
En esta fiesta, última de las del año, en que se
descubre el cuerpo del santo R e y , se lleva con
gran solem nidad y veneración su espada y su e s ­
ta n d a rte, siendo costum bre que la espada sea lle­
va d a por la persona d e m ás autoridad, m ediante la
siguiente fórm ula d e entrega:
— ¿H ace V . E . Pleito-H om enaje de recibir la
E sp a d a y e l Pendón con que el san to R e y D . F e r ­
nando III de C astilla conquistó esta ciu d ad del
.agareno, el año 12 4 8 , y concluida la procesión,
M isa y serm ón d ev o lverlo s á esta R eal capilla sin
lesión alguna, sujetándose á las penas que im po­
nen las leyes de C astilla á los caballeros que hacen
Pleito-H om enaje y faltan á su palabra?
— S í, prom eto— responde e l encargad o de lle ­
v a r la espada de S an Fernando.
Term inados los actos religiosos arrib a citados,
d ev u elv e la espada, y d ice el q u e la recibe:
— H abéis cum plido vu estra palabra, y quedáis
lib re del Pleito-H om enaje.
L a espada que e s llevada procesionalm ente en
los aniversarios de la en trega de S evilla, no es la
q u e tiene ceñida á su costado el cu erpo d el santo
R e y , sino la que lle v a b a cuando ganó á Sevilla.
E l puño de esta espada es de cristal d e roca, y la
cru z ó brazo de la em puñadura, de cornelina aleo­
nada. L a hoja es de dos filos, con canal por am b os
lados, de m ás de una pulgada de ancho y de cua­
tro palm os de larga.
C A P ÍT U L O X X X III

D iferentes traslaciones del cuerpo de San


do.—L a nueva urna en que fueron
restos.

el Padre A ntonio d e Solís, de la


ZjjltjjW Com pañía de Je sú s, en su obra Gloria
V lljlá p póstuma en Sevilla de San Fernando, Jíe y
' W de España, el sagrad o cuerpo d el bien­
aventurado m onarca se l m ovió por prim era vez
d el sitio en que prim eram ente d escansaba el
año 12 7 9 , acabados los m agníficos sepulcros que
e l r e y D . A lfo n so el Sabio había m andado labrar
para su s regios padres.
D e la segun d a y tercera traslación y a hem os
hecho m érito en capítulos anteriores, y de la cuar­
ta da e l citado P ad re S o lís porm enores m uy inte­
resantes que no creem os d eb er omitir.
P a ra el m ejor acierto de dicha traslación se su­
p licó á la M ajestad del re y D . F e lip e II , que en­
tonces reinaba, fuese servid o m andar s e diera una
instrucción para que el traslad o de los restos del
san to m onarca su antecesor á la nueva y suntuosa
R eal capilla, construida a l reedificar la catedral, se
verificase con la m agnificencia y orden que req u e­
ría acto tan solem ne.
A este m em orial respondió su católica m ajestad
con la Real cédula de 20 de M ayo de 15 7 9 , en la
q u e se disponía que juntos el A rzobispo D . C ris­
tóbal de R o ja s y San d o val, el asistente D . F e m a n ­
d o de T o rre s y Portugal, conde del V illa r, y el
D r. D . Ju an Fernández Cogollos, regente de la
R e a l A ud ien cia, acordaran la m anera d e q u e m e­
jo r se celebrase. E n carecíales que en lo referente á
la solem nidad, fuera ésta la m ayor posible, y en
cuanto al orden y concurrencia, observasen los
puntos de la instrucción que rem itía, y que es fama
la escribió el rey d e su puño y letra.
Reunid os los com isionados que el re y había
nom brado para en ten d er en este asunto, d elib era­
ron acerca d e todo ello largam ente, y á su vez fue­
ron congregando á las d iversas corporaciones que
h abían de cooperar a l solem ne traslad o, y m uy
especialm ente al cabildo y propios de la ciudad,
sob re los que h abía d e recaer la m ayo r p arte d el
trabajo.
En el b re ve espacio de once días fué levantado
un túmulo entre los d os coros d e la ig lesia, con la
grandeza y suntuosidad que á tan solem n e acto
correspondía. Y e s m uy d e n otar, p o r lo q u e re ­
d u n d a en honor del santo R e y D . F e m a n d o I I I,
q u e no h abiéndosele concedido todavía culto, era
y a proclam ado bienaventurad o y m ilagroso, no
só lo por la voz p op u lar, sin o por varo n es del peso
y representación de los antedichos y de o tro s doc­
tos de que se asesoraban en su s trabajos.
Com o dem ostración de esto que decim os, copia­
m os á continuación, traducida al castellano, la ins­
cripción latina q u e en uno de los frentes d el gran­
dioso túmulo se puso, y que dice así:

<Al d iv o F ernando s a n t ìs s im o é in v ic t í s im o

r e y : p o r q u e v e n c id a la m o r is m a , c o n se g u id a l a

paz , e s t a b l e c id a l a R e l ig ió n y form ada la re­

p ú b lic a , restauró á E spañ a : y es c o n t a d o , con

n o v a n a o p in ió n , d e s a n t id a d e n t r e l o s h a b it a ­
dores D E L C IE L O , C O M O L O A C R E D I T A N S U S M IL A ­

GROS: el Se n ad o y el pueblo de S e v il l a , de -

VOTÍSSIM O Á SU NOM BRE Y M AYESTAD, P U S O ESTA


in s c r ip c ió n : a ñ o de la r e p a r a c ió n h u m a n a

M D L X X I X .»

H ab íase p reven id o este gran túmulo para el día


14 de Ju n io , Dom inica de la T rin id a d Beatísim a,
porque éste y el siguiente 15 fueron los señalados
p o r el re y D . Felip e I I para tal solem nidad: «por
ser— dice la real cédula—los de e l aniversario de
la deposición del santo R e y D . Fern an d o el II I» ,
cu yo cuerpo entre lo s reales, era el principal que
había de trasladarse y colo carse en la nueva
capilla.
Publicáronse las fiestas, q u e así fueron luego
llam ados este acto solem ne y la procesión, anun­
ciándose que habían d e ser sin ejem plo, conform e
á lo acordado, no menos en e l todo que en las
partes. Y , en efecto, á ellas concurrieron, no sólo
d e la com arca y de las d os A nd alu cías, sino de los
antiguos reinos de Castilla y de L e ó n , innumera­
bles gentes, para ver, según decían ellos mismos»
«tan prodigiosa función.»
L a vísp era del d ía señ alado, ó sea el sáb ad o
13 de Ju n io, fueron por orden del rey á la real ca­
piila, llam ada después del Sag rario nuevo, a l ano­
checer, el A rzobispo, R egen te y asistente, m uchos
de los caballeros V einticuatros y Ju ra d o s, con los
marquoaes d e T a rifa , A lcalá, V illam anrique, A lg a ­
ba y del V a lle , los condes de G elves y el Caste­
llar y algunos caballeros de la O rd en de San tiago .
E sp eráb alos el deán' d e la santa Ig lesia, D . A lon ­
so de R even ga, varón tem ido antes por su entere­
za, y am ado despiiés por su s virtudes, con algunos
prebendados, y el presidente d e la capilla real, don
A n ton io Sánchez de M olina con los otros cape­
llanes. E n presencia de este no ble concurso se pa­
saron los cuerpos reales á nu evas cajas, y se en­
tregaron al A sisten te, con la im agen de N uestra S e ­
ñora de los R e yes, otra de m arfil, las reliquias de
S an L ean d ro , la espada y el estandarte sob re plei­
to-hom enaje por an te escribano de Cabildo, un se ­
cretario de la real A udiencia y e l propio d e la real
capilla, de restituirlos á la nueva el siguiente
lunes.
L o s reales c a d á ve re s que se m ovieron, adem ás
d el sagrad o d el santo R e y , fueron seis: el del re y
em perador D . A lo n so el Sabio; el de la serenísim a
reina D .a B eatriz su m adre, prim era esp osa d e San
Fern an d o ; e l de la reina D .a M aría, m ujer del rey
O. Pedro; lo s d os d e los infantes D . A lo n so y don
P edro, y el del m aestre de Santiago D . F a d riq u e .
V e rific a d a la exhum ación de estos cuerpos, for­
m óse una lucidísim a procesión p ara trasladarlos á
la iglesia, sobre c a y o a lta r m ayor se pusieron las
im ágenes y reliquias transportadas, y tam bién la
esp ad a, y el estan d arte, arrim ado á ella. L o s
cu erp o s fueron colocados en sendos túm ulos, sien ­
d o el m ás elevad o y suntu oso el d el santo R e y ,
d en tro de la caja que le encerraba, y sob re la que
se puso la corona y dem ás insignias de la R eal
majestad.
E l cuerpo d e San Fernando fué colocado dentro
d el mismo sep ulcro que m andó fabricar su hijo y
sucesor D . A lfonso el Sabio, y que tam bién fué tras­
ladado con dicho fin á la n u eva capilla. A uno y
o tro lado fueron colocados e n sus respectivas tum ­
b a s los cuerpos de D . A lfonso él Sabio y de la reina
D .a Beatriz, y así perm anecieron hasta e l año 16 79,
e n que por orden d el re y C a rlo s I I , los huesos de
D . A lfonso y los de la reina D.'1 B eatriz fueron
trasladados á los costados de la m isma capilla; e l
d e l re y D . A lfonso, al lado del E va n g e lio , y e l de la
reina D .B B eatriz, al de la E p ísto la, e l uno enfrente
d el otro, en su s respectivos nichos, poniéndose al
p ie de cada uno lápidas de m ármol negro con
epitafios de letras em butidas en bronce y con los
ornam entos correspon dientes á la regia dignidad
d e que en vid a disfrutaron.
Sep arad o s ya estos reales cuerpos, se levantó so ­
b re el sagrad o R elicario un pabellón d e tela de
o ro blanca, que abierto y prendido á los d os lados
d e la sacra tum ba descubría su latitud, cubierta
d e otro telliz blanco, y so b re é l las ricas alm oha­
d a s que servían de descanso á una preciosa coro­
na im perial, cercad a d e otra que en form a d e me­
d ia luna salía arqueándose del uno a l otro lado,
d istinguida con rayo s y resplandores, insignias
a m b as de las d os veneraciones á que era acreed o r
e l sagrado depósito: la que se le d eb e com o á rey,
y la que hay obligación de tributarle com o á san­
to. Y para que á su honor se ofreciesen á D ios d e ­
v o to s sacrificios, se le arrim ó un altar donde cada
d ía pudieran celebrarse. Y aunque pareció nueva
e s ta disposición d el A ra , y a de tiem po inm emorial
h a b ía estado erigid a en la m isma situación.
A sí lo confirm a el P. Ju a n de Pineda, q u e en el
M em orial de la excelente santidad del señor R e y don
Fernando dice que «por respeto y veneración á d i­
c h o señ o r rey, está arrim ado á su sep u lcro u n a l­
tar, donde cotidiana y continuam ente se dicen m i­
s a s al santo R e y, y se le ofrecen y encienden can­
d e la s de cera».
D e esta m anera perm aneció el cuerpo de S an
F ern an d o h asta su traslación á la nueva urna que,
proyectada en tiem pos de C arlo s II, füé term inada
e n los de F e lip e V su sucesor. H e aqu í com o lo
describe el m encionado P. A ntonio Solís:
« L a caja interior e s la que se form a de gran d es y
diáfanos cristales, sin m ás adornos q u e e l indis­
pensable para la unión de un os con otros, sirvién ­
d o le de pulido engaste la d orada plata. N i cu p o
q u e el arte osten tase aqu í los follajes que podía
añadir, por necesitarse para dejar lib re por todas
p arte s la vista del sagrad o cuerpo. L o que se lo ­
g r a con tan ta perfección, que nada se le oculta
V ID A D B SAN F ER N A N D O 14
A lta r d e S an Fern an do, c o lo c ad o al p ic d el p resb iterio d e la C ap illa R «8*
an te la Patrona d e S e v illa .
d esd e la cabeza á la extrem id ad d e los pies. L a
segunda, de bronce, por la parte interior, q u e roza
con los cristales, está sobredorada y ennoblecida
con m aravillosos prim ores d e relieve, y en tal d is­
posición unida á la que de p lata se sob rep on e por
la p arte e x te rio r, que se puede llam ar su forro 6
entrepaño, porque sobre ella, para m ay o r firmeza*
cam pean con tan prim oroso dibujo peregrinos re ­
saltos y sobrepuestos que acreditan d iestra eje­
cución.
»V e n s e en ella, e x p re sa d o s en bellos m edallones
dorados q u e á los cuatro lados la ad orn an, los m ás
singu lares fav o re s que debió al cielo Fern an d o .
E n e l frente ó lienzo que se m uestra sob re e l a l­
tar, se ad ora al santo M onarca arm ado de las re a ­
les piezas con que solían adm irarlo y aplaud irlo en
la cam paña, esto e s, la go la, peto y esp aldar, gra ­
bados d e o ro ; brazales y g reva s de lo m ism o; cal­
za entera y espuelas; sobre los hom bros, el m anto
real bordado; en la m ano, la gloriosa espada, y so ­
bre la frente, la corona de R e y ó diadem a de S a n ­
to; á su s pies se mira arrodillado un m oro que>
con gran fuente d e plata, le entrega, y a vencido»
las llaves de esta ciudad.
* E l m edallón que está al costado, y vu e lv e p o r el
lado del E va n g e lio , nos ofrece la contem plación de
la gran Reina, á c u yo s pies p ostrado el Santo, re­
cibe oráculos para la conquista, y ofrece en reco ­
nocim iento una m enguante luna, c u yo s decrcm en­
tos siem pre quiso cedieren en ob sequio de M aría.
* E 1 que corresponde al costado y lado d e la
E pístola m uestra la P erson a del triunfador feliz
ve stid o d e arreos m ilitares, bien q u e no ceñ ida la
espada, porque ésta se la ofrece con la una mano
u n ángel, y con la otra le señ ala nuestra gran ciu ­
d ad, que al le jo s se descubre, significando e l dic­
tam en superior q u e le inspiró la conquista.
• A l lienzo, que según la situación d e este sepul­
cro , es de respaldo, está unida la m edalla de un
jo v e n con todas las insignias de sold ad o, bulto
q u e im ita á D a vid en la acción d e recib ir la espa­
d a del sacerdote Achim elec. A lu sión , no al acto en
q u e se arm ó en B u rgo s caballero, pues entonces el
m ism o re y jo v e n tom ó d el altar la esp ad a, ni m e­
nos á la entrega que de la del con d e Fern án G o n ­
zález se le hizo, com o q u iere el ob ispo d e Pam plo­
na, D . F ra y Prudencio de San d o val. P o rqu e com o
d ice el P. Pineda: «no d i autoridad alguna á este
su dicho, ni en las historias de Sevilla, ni d el Santo
h a y tal m em oria». Y si qlguna se halla, e s tom án­
d o la de aq u el autor. L a h istoria aquí exp re sa d a es
alusión á las instancias del infante D . Fernando,
re y de A ra g ó n ; cuando para la con q u ista de A n ­
tequera solicitó en S evilla la gloriosa esp ad a del
san to R e y , su abuelo, persuadido d e q u e para la
em p resa no hallaría otra sem ejante.
» E l relieve dorad o d el frontal de plata d el altar
d e la Santísim a V irgen se refiere al acto d e la c o ­
ronación d e San F ern an d o en N ájera, en el m o­
m ento de recibir la bendición de un Príncipe de la
Ig lesia. L o s q u e se hallan á la d erech a é izquierda
de éste , son escudos de castillos y leones.
* E n el altar d el San to, el relieve dorad o del m e­
d io representa á aquél en fervien te oración an te la
Santísim a V irg e n ; e l d el lado del E va n g e lio , á un
ángel que le señ ala d e lejos la ciudad de S evilla;
y el d el lado de la E pístola alu d e al p asaje bíblico
d e A ch im elec, que ya en los dem ás hem os m en­
cionado.»
L a traslación d el cuerpo del santo R e y á su nue­
v o sep ulcro se verificó e l d ía 14 d e M ayo del
año 172 9 .
F u n d a m o n to s d o l a g lo r ific a c ió n do S a n F o rn a n d o

S u s m ila g r o s .

lión d e santidad q u e en toda E sp añ a


)a el glorioso rey D . Fern an d o III
por fundam ento e l heroísm o de sus
des m anifestadas en todos los actos
d e su v id a y dem ostradas en m últiples obras, to­
d as ellas encam inadas á la gloria de D io s y al bien
espiritual y tem poral de sus Súbditos.
T e stig o s fueron todos ello s de su ardiente fe,
d e su profunda hum ildad, d e su carid ad in extin ­
guible, de su paciencia en los trabajos, de la mo­
d estia de su s costum bres, d e su espíritu de ora­
ción y d e penitencia. T a n to com o se hizo tem er
se hizo am ar de sus propios enem igos, á los que
ven ció prim eram ente con las arm as, y después con
s u generosidad . S u ju sticia estu vo siem pre tem­
p lad a p o r la m isericordia. Ja m á s dió á sus súbditos
ningún mal ejem plo, ni en su vid a pública, ni en
s u vid a privada; antes a l contrario, tanto en sus
a cto s com o rey y caudillo, cuanto en su v id a d o-
m éstica, los edificó á todos y fué com o un lím pido
esp ejo donde se reflejaron todas las perfecciones
cristianas.
A todas ellas puso e l sello e l don de m ilagros,
testim onio d ecisivo de la verdadera santidad, y
p o r lo mismo e x ig id o por la Ig lesia para proceder
á la beatificación y canonización de los siervo s de
D io s cuyas virtu d es m ueven á los fieles á solicitar
p ara ello s el culto d eb id o á los bienaventurados.
E n este punto, com o en el referente á su s virtu ­
d es, el resultado de las inform aciones ordenadas
p o r las autoridades eclesiásticas en el largo p roce­
s o d e su canonización, no pudo ser m ás satisfacto­
rio para la dem ostración de la santidad d el glo rio ­
s o m onarca. Cincuenta m ilagros fueron com proba­
d os en dicho p roceso, y á ello s agrega o tro s q u in ­
c e e l Dr. M ilán en su F lo s Sanctorum sevillano. E l
I*. Ju an Pineda recoge unos y otros en su Memo­
r ia l, y D . P ablo d e E spin osa en su H istoria de S e ­
v illa , y tanto éstos com o otros m uchos escritores
s e lam entan del poco cuidado que ha habido en
an o ta r todos los que el S eñ o r obró p o r intercesión
d e l santo R e y , q u e son innum erables, segú n testi­
fica la tradición.
L o s m ilagros de San Fern an d o pueden ser c la ­
sificados en d os grupos, á saber: los que tuvieron
p o r objeto el bien general de E spañ a, y esp ecial­
m ente la reconquista del territorio ocupado por
lo s m oros, y aquellos cu yo fin fué el bien p articu­
la r d e algunos de su s sú bd itos en el orden esp iri­
tual y en el tem poral.
E n tre el gru po de prodigios de la prim era cate­
go ría figura en prim er lugar la aparición de la cruz
lum inosa sobre el alcázar de Baeza, cuando, des­
alentad os su s cristianos defensores, se salieron de
é l con p rop ósito de abandonarlo, y vo lviero n á en­
tra r en é l a l v e r sobre su s m uros brillando con
singular esplendor el sign o d e nuestra redención.
M ilagrosa fué tam bién la defen sa de la P eñ a de
M artos, porque sin que se trate d e m enoscabar e l
heroísm o de la intrépida m u jer de D . A lfo n so de
C astro, gobernador de d ich o fuerte, ni d e sus d o n ­
cellas, a l vestirse el traje de sold ad os y coronar la s
m urallas para hacer creer á los m oros q u e el ca sti­
llo no estaba desguarnecido, pronto habrían caíd o
éstos en q u e únicam ente había en él m ujeres so ­
las, de no h aberles cegado D io s los entendim ien­
to s é infundido la irresolución en sus corazones,
dando tiem po á que volvieran los cuarenta y cin co
h om bres de arm as que en la P eñ a de M artos ha­
b ía d ejad o su gobernad or D . A lfo n so al p artir á
T o le d o en b u sca del santo R e y . Y aunque p udiera
suponerse que en aquella indecisión de la m oris­
m a en acom eter al castillo no hubiera nada de so ­
b ren atu ral, e l hecho d e h ab er podido cuarenta y
cin co h om bres solos rom per la s filas de los sitia­
d o re s, que se contaban por cen tenares, y penetrar
en e l fuerte sin pérdidas sen sibles d e gente, sólo
p o r vía m ilagrosa puede ocurrir, y a sí fué reconoci­
do p o r cuantos tuvieron noticias de tam año p ro ­
digio.
R eco n o cid o com o m ilagroso está tam bién lo q u e
o cu rrió cuando San Fern an d o en vió á su prim ogé­
n ito D . A lfo n so y á D . A lv a ro Pérez de’ C astro so ­
b re Jerez. E l ejército agareno era cinco v e c es su ­
p erio r en núm ero a l d e los cristianos, y aunque el
santo R e y no lo ignoraba, en vió á su p rop io hijo á
com batirlos. V e rd a d e s q u e él se qu ed ó haciendo
oración, y ésta fué tan cum plidam ente atendida»
que en lo m ás recio d el com bate se vió en e l
aire al A p ó sto l Santiago con un escuadrón de án­
geles, y fué tal e l espanto de los m oros, q u e huye­
ro n á la desbandada, p erecien d o la m ayor parte d e
ello s en la refriega.
E n la batalla que dió á los m oros el m aestre d e
San tiago D . P e la y o Pérez de C o rrea ju n to á S e g u ­
ra d e L e ó n , y en la que éstos se resistieron con
gran tenacidad, fueron al fin d errotad os; y hablan­
d o de esto, añaden m uchos historiadores que, fal­
tando el sol para dar el últim o alcance á los aga-
rénos, á fin de destrozarlos por com pleto se v o l­
vió á él, com o otro Jo su é , y pidiendo el fav o r d e
M aría Santísim a (por s e r aq u el d ía la festividad de
u n o de su s m isterios), m andó al sol q u e se parase,
y a l m ism o tiem po observaron los que asistían al
re y D . Fern an d o que, puesto en oración, hacia el
O ccidente los ojos, e stu vo h oras com o ab sorto, y
de esto dedujeron q u e á la voz del m aestre y á la
oración del re y D . Fern an d o repitió el so l la ob e­
diencia, quedando com o detenido en el cielo h as­
ta que e l m aestre D . P elayo consigu ió com pleto
triunfo de su s contrarios. A e ste m ilagro su ced ió
o tro que los m ism os h istoriadores refieren d ei
m odo siguiente:
«H allándose— d ic e n —la gente d el m aestre can­
sad a de la la rg a refriega y fatigados de la a rd ie n te
s e d , negándoles e l refrigerio d el agua la gran se ­
q u ed a d de la tierra, se afligió el gen eral valiente,
re c e la n d o perder él y los su yo s las vid as á las fati­
gas d e la sed ; y cual otro M oisés, q u e al go lp e de
la v a ra hizo q u e una peñ a p rod u jese copiosos
c au d ales de a gu a p ara alivio d el sediento pueblo,
c o n santo celo y firm e confianza ejecutó lo mismo
e l m aestre, y en nom bre de D io s y de su San tísi­
m a M adre, hiriendo con la lanza un peñ asco, b ro tó
m ilagrosam ente agua con que refrigerarse su cris­
tian o ejército.*
A h o ra bién, com o del m aestre D . P elayo , aun­
q u e buen cristiano, no puede d ecirse q u e fuera
san to , ni que D io s le h ubiese otorgad o e l don de
m ilagro s, no cabe atribuírsele ninguno de los dos
q u e acabam os de referir, y sí á S an Fern an d o , que
c o m o q ueda dicho no cesó de o ra r en aqu ella fa­
m o sa jornada.
<Y qué d ecir de aqu ella su secreta entrada en
S e v illa , aún en p oder de los agarenos, gu iad o por
e l ángel de su guard a, cuando obed ecien do a l a vi­
s o de la Santísim a V irg e n fué á postrarse ante la
im agen d e la e xcelsa S eñ o ra que b ajo la a d v o c a ­
c ió n de la A n tigu a, perm aneció oculta dentro de
Ja m encionada ciudad? U nicam ente por m odo mi­
lagro so pudo penetrar el santo R e y en una ciudad
en em ig a, solo y sin otro m edio d e defensa que la
e sp a d a que llev a b a al cinto, y que caso de haber
ten ido que sacarla no h ubiera servido m ás que para
v e n d er cara su vida. E l h ech o de lleg ar sin s e r v is­
t o hasta el lugar donde se h allaba ocu lta la santa
im agen constituye de p o r sí un señ alad o prodigio,
y no fué m enor el d e abrirse el muro que la o cu l­
tab a p ara cerrarse lu ego q u e hubo concluido San
Fern an d o su oración. M ilagroso fué asim ism o el
re g re so á su cam pam ento, com o m ilagrosa fué su
en trad a en S evilla, y p rod igio gran de fué tam bién
p erd er su esp ad a dentro de la ciudad y hallársela
lu e g o al cinto cuando hubo salid o de ella p o r la
pu erta de C órd oba, m ostrándole D io s así q u e no
necesitaba d e arm as en aqu ella ocasión, porque
esta b a bajo la salvaguard ia de su Santísim a
Madre.
L a tienda que ocupaba el santo M onarca en su
cam pam ento durante e l cerco de S evilla se halla­
b a situada en la altura llam ada d e Guarios, y con­
tem plando San Fern an d o u n d ía d esd e allí la c iu ­
d ad en p oder de los agarenos, im ploró la protec­
ció n de la V irg e n con estas palabras:
— V alm e, Señ o ra, valm c, q u e si os dignáis ha­
c erlo , en este lugar o s labraré una capilla, en la
q u e á vuestros pies d ep ositaré com o ofrenda el
pendón q u e á los enem igos de E sp añ a y d e nues­
tra santa fe conquiste.
G anada S e v illa , cum plió S an Fern an d o fielm en­
te su prom esa, haciendo lab rar la ofrecida capilla,
d ed icad a á la Santísim a V irg e n y llam ada d el V a l­
m e, y en ella colocó e l pendón que cogió á los
m oros.
D e los m ilagros correspondientes al segundo
gru p o , ó sea de los ob rad os p o r e l santo R e y para
e l bien espiritual ó tem poral de su s sú bd itos en sus
necesidades particulares, ya hem os dicho que se ­
sen ta y cinco, cincuenta referidos y com probad os
en el proceso d e su canonización, y quince m ás
recogid os p o r el D r. M ilán en su F lo s sancionan
sevillano, y de todos hace m ención en su Memo­
r ia l el P a d re Pineda.
D a r cu en ta de e llo s sería alargar dem asiado el
p resen te y breve com pendio d e la V id a d el glorio­
so m onarca. B aste decir que, según el testim onio
d e l O bispo d e Palen cia, D . R o d rigo , ninguna
cosa pidió á D io s San F ern an d o q u e no se la con ­
ced iese su D ivin a M ajestad. Y aunque en todos los
aprietos y d olencias se ha m ostrado el Santo m uy
propicio á los que le invocan con devoción, hay
tres especiales, según dicen su s historiadores, en
las que tiene las p rerrogativas de tres Santos: la de
S an A ntonio de Pad ua, para las cosas perdidas; la
d e Santo D om ingo, para los cau tivos y encarcela­
d o s, y la de San N icolás, para los p o b re s peregri­
n o s y desam parados.

* *
C A P ÍT U L O X X X V

E l o g i o q u o d o S a n F e r n a n d o h iz o s u h i j o D . A l­
f o n s o e l Sabio

es deber de todo hijo honrar á su s p ad res,


sube de punto e sta obligación cuando se
trata d e un p ad re com o San Fern an d o , e s­
p ejo d e todas las virtudes.
D on A lfonso el Sabio cum plió esta ob ligació n en
e l elogio que de su bienaventurad o padre com pu­
so , y donde habla de las virtu d es y adm irables
prendas q u e adornaban su cu erpo y alma.
E ste testim onio, com o dice m uy bien e l P . B u -
rriel, no p u ed e grad u arse d e sosp ech oso ni de
producido p o r pasión; d ejólo escrito un hijo que
h abía ob servad o atentam ente las h ero icas y san­
tas acciones de su padre, y lo proponía á un pue­
b lo que había sido testigo d e todas ellas en d ive r­
sa s y varias ocasiones. N o escribirlo hubiera sido
c a lla r lo que todos hablaban; y p on d erarlo fuera
d e los térm inos de la verd ad , en lu gar d e acreditar
la buena fama d el elogiad o, hubiera sido p oco
honroso á ella, y m uy crim inoso para el nom bre
d el q u e lo publicaba.
H állase a l principio de un tratado que intituló
D . A lfo n so Septenario, sin duda porque, preciándo­
s e su autor de filósofo, abrazó la id ea d e d ivid ir en
siete m iem bros ó partes todo cuanto ib a tratando
en períodos sep arad os; lo que dem uestra que el
gén ero p itagórico era algo del genio y gusto p oco
fino d e este rey. T o d o el tratado se red u ce á e x ­
p licar ciertas partes filosóficas en general, otras en
particular, y p o r últim o, concluir con la exp o sición
de la s q u e pueden p ertenecer á un catecism o bas­
tante curioso y ajustado á lo que con ven ía q u e
supiesen los cristianos en aqu ella edad.
E n va rio s lugares se anuncia q u e esta ob ra la
dejó em pezada el santo R e y O . Fernand o, y que
la com pletó su hijo D . A lfo n so, y según la opinión
d el m encionado P ad re B u rriel, todo lo correspon­
diente á catecism o es original d el santo R e y , y lo
m eram ente filosófico de su hijo D. A lfo n so , que
en esta p arte —añade el citado Padre— tuvo com o
una esp ecie de m anía de q u ererlo lucir.
A c e rc a d el tiem po en q u e se e scrib ió , no e s fá­
cil determ inarlo; p ero la id ea con q u e se dió al pú­
blico m uestra que preced ió á la form ación del có­
d ig o legal de las S ie te P artid as, y é sta s consta
en la crónica d e I). A lfo n so y en su p rólo go que
se dieron á luz el año 12 6 6 , ó sea cato rce después
de la m uerte de su santo padre.
Com ienza el rey Sabio diciendo q u e el nom bre
d e su bienaventurad o antecesor tenía siete letras,
suprim iendo una de las erres d e Ferran d o , que era
com o entonces se pronunciaba el nom bre d e F e r­
nando; y partiendo de su sistem a de d ividir en sie ­
te p artes lo q u e iba tratando, deduce de las siete
letras que asign a al nom bre d e su padre q u e éste
fué, y e s cierto, adornado con los siete d ones del
E sp íritu Santo.
L u e g o p asa á desm enuzar letra por letra e l nom­
b re de S an F ern an d o (Ferran d o entonces), y d e
esta descom posición saca las siguientes deduc­
ciones:
« E t todas estas (las letras d el nom bre) m uestran
la bond at que D io s en él pu so: con la F quiere
d ecir tanto com o fe, de q u e fué el m ás cum plido
q u e otro rey que nunca fuese d e su linaje. E t la K
m uestra que é l fué m ucho encerrado en sus fechos,,
é to vo m ui grant entendimiento para conoscer
D io s e t todas las cosas buenas. L a R m uestra q u e
fué mui recio en la volunlat, e t en fecho para que­
brantar los enem igos de la fe, e t otrosí los malfe-
chores. L a A m uestra otrosí que fué amigo de
D io s e t am ador de derecho. L a N y que o v o no­
bleza de corazón en todos su s fechos, porque ganó
nombradla e t buena fama sob re todos los otros re­
y e s que o v o en E spañ a. L a D muestra'‘otrosí que
fué derechero, et leal tam bién, en dich os com o en
fechos. P o r la 0 se entiende que fué orne complido
d e buenas m aneras et d e buenas costum bres, por­
q ue fué onrrado de D io s e t de los ornes. O nde
nos, queriendo com plir el su m andam iento co m a
d e padre, et obedecerle en todas las cosas, m etié-
m osnos á facer esta obra, m ayorm ente por d os ra­
zones: L a una, entendem os que avía ende gran
s a b o r. L a otra, p orq u e n os lo m andó á su fina­
m ien to , quando esta b a de carrera para ir á Paraí­
s o , ó creem os que é l fué, seg ú n las o b ras que él
íizo. E t p orq u e entendim os com plidam ente q u ál
■era su voluntat, quál m ovíe á facerlo, e t sobre
q u é razones teníe que lo d e v íe facer, e t m etiem os-
n o s otrosí n uestra voluntat, et ayudásm ole á co­
m enzar en su vida, et á com plirlo después de su
fin, conoscien do que en este fecho a víe siete bie­
n e s por q u al se m oviera á facerlo.»
E s to s siete bienes á que se refiere e l rey don
A lfo n so , y q u e m ovieron á San Fern an d o , fueron
e l bien d e entender, de conocer, de sab er, de m os­
tra r, de seg u ir y d e acabar.
H ab la luego de los bienes ó m ercedes que su
p ad re le hizo, y que encierra en siete, seg ú n su
sistem a, en estos térm inos: « L a prim era que nos
fizo orne: c a q u iso D io s que fuera nuestro padre, et
p o r él viniésem os a l m undo. L a segunda, que nos
.fizo en noble logar, ó en m ujer de gran lin aje, á
q u ien fizo D io s m uchas m erced es, en q u e quiso
q u e fuese buena en todas b o n d ad es que dueña lo
d eb ía ser. L a tercera, amándonos m ucho, é fiándose
m ucho en nos, e t m etiéndonos m ucho en su s con ­
se jo s, e t en sus fablas, m aguer que la nuestra edat
non era tam aña porque sop iésem os conseiar se-
g u n t conviene á la s u nobleza, et á los su s fechos.
L a quarta, onrrándonos en tantas m aneras, quantas
nunca onrró re y en E sp a ñ a á fijo q u e oviese. L a
q u in ta faciéndonos m ucho bien conque le sirv ié se ­
m os, que e s m ercet scn n alad a que face sennor á
vasallo en facerle bien con que p u ed a servir, darle
carrera porque lo faga más. L a se x ta , castigándonos
m ui cum plidam ente e t m ostrándonos aquellas c o ­
sa s porque fuésem os bueno e t m ereciésem os aver
bién. O trosí faciéndonos entender las cosas por­
que non ficiéscm os yerro, de guisa q u e non m en­
guásem os en bondat, nin recibiésem os danno. L a
setena, perdonándonos quando algunos y e rro s facie-
m os contra él, ó contra otro . O nde p o r todas es­
tas, e t por o tras m uchas bond ad es que en él avía,
e t por todos estos bienes q u e nos fizo, quisie-
m os com plir después d e su fin esta o b ra q u e él
a vía com enzado en su vida, e t m andó á n os q u e la
com pliésem os. E t p o r en d e puñam os de le /a rla
ca b o delante quanto pudiem os, e t seg u ir aquella
carrera. E t seguiem os aq u el ordenam iento q u e en-
tiem os que era m ás según su voluntat. C atando las
bond ad es com plidas que D io s en él pusiera, en
sennaladam ente siete, á que llaman en latín ver-
tudes.»
E stas siete virtu d es que D . A lfo n so el Sabio re­
conoce en S an Fernand o, son las tres teologales y
las cuatro cardinales.
« F e — dice— o v o el re y Don Ferrando m ui com -
plidam ente en nuestro Sen n o r, segunt de suso es
dicho, p ara creer en él en todas las m aneras que
santa E glesia manda. Esperanza o v o siem pre de
o v e r e l su bien en este m undo com o lo ovo, de
m ientra en él vircó , e t después en e l otro, porque
o y en día m uestra D ios que la su m ercet que aten-
d ie a v e r de d el, que la o v o mui com plidam ente.
A m o r de Garidat o v o del otrosí, ca non ta sola-
m icnte amó á D ios, m as á to d as las co sas q u e lo
V IO A DK SAN FERNANDO 15
am aban, ó que eran d e él am adas. Ju sticia am ó
m ucho, e t la o v o com plidam ente galardonando los
bienes, e t escarm entando los m ales. M esura puso
tan ta en él, que ningún orne non podie m ás a v e r
en sí que en él a vie. Nobleza de corazón ovie en él
m ui grande para d esd enn ar, et desp reciar las
co sas m alas et viles, e t de pagarse de on rrar las
n obles. D e Fortaleza era m ui com plido, ca des­
pués entendiese que la cosa q u e avían de facer
era d erech a, non se can siaría d ella por orne del
m undo, nin por am or, nin por desam or, nin por
cosa quel diesen nin le prom etiesen á dar. E sto
o v o en sí naturalm ente sin otras buenas costum ­
bres, et m aneras quel dio D ios tantas, e t tales
que todo ome sería acabad o p ara averias.»
H abla luego de sus prendas personales, y dice
q u e el re y S an F ern an d o fué herm oso, de buen
continente, apuesto y d e gran don aire, y que tenía
buen entendim iento, buena p alabra y buena m a­
nera para hacer la s cosas. D ice después que era
bien acostum brado en siete cosas, á saber: en co­
m er, en b eb er, en su apostura, en el sueño, a l que
sólo d aba lo necesario; cuando estaba en p ie, por
su m ajestad y nobleza; andando y cabalgando, en
todo lo cual dem ostraba su buen linaje.
D eclara asim ism o que e ra m uy entendido en c o ­
sa s de caza, en ju g a r á las tablas y en otros ju e g o s
buenos de buenas m aneras. T am bién dice que
g u stab a de la música, «pagándose de ornes canta­
d ores et sabiénd olo él facer. E t otrosí pagándose
d e ornes d e corte q u e sabien b ien d e trobar et can­
tar, e t d e io glares q u e sop iesen bien to car estru-
m entos, c a desto se p ag ab a él m ucho, e t entendía
quien lo facía bien e t quien non».
D eclara á continuación la s cosas en q u e m ostró
S an Fern an d o s e r sie rv o y am igo d e D io s, y las
reduce, segú n su sistem a, á siete, á saber: en cono­
cerle, en am arle, en tem erle, en ob ed ecerle, en
loarle, en servirle y en honrarle.
T o d o lo cual e x p lic a d e este modo:
«Sin falta en conoscer á D ios nunca rei m ejor le
conosció q u e e l, e t en dem ostrar á lo s ornes p o r
su palabra m ui bien la creencia de Je su ch risto , lo
q u al non sop iera p o r ninguna m an era s i á D io s
non conociese.
»E t c o n o c ié n d o le sopole am ar com plidam en te
m ás que otra cosa, punnando siem pre en facerle
p lacer en to d as las cosas q u e entendie q u e m ás le
placien. Obedecerle sopo mui bien, c a nunca fizo
cosa que contra la fe de santa E g le sia de R om a
fuese, m as siem pre an d u vo á su m andato, e t le
fué obediente. Temióle otrosí mui verd ad eram en ­
te, c a siem pre punnó d e g u a rd arse del non facer
p e s a r por non a v e r á gan ar su desam or, et ca er en
su sanna. L o a rle sopo en to d as las m an eras quel
p u d o , lo uno en acrescen tar e l su nom bre, e t le­
v a rle ad elan te, lo al en destroir á aqu ellos quel
non querían creer. S irv ió le otrosi mui lealm ente, d e
guisa q u e en su servicio despendió to d a su vida,
et estando en él p u so -le su m uerte, e t m urió an te
q u e non m uriera por e l afán grand q u e tom ó sir-
viendol.
>En onrrar á D io s otrosí punnó m ucho, et esto
en dos m aneras: lo uno p o r palabra, lo otro p o r
o b ra . C a m ostrando su palabra, facíe entender á
los ornes quanto onrrada cosa e s en sí, e t com o le
<lebien todos on rrar en dicho, et en fecho para ser
ello s onrrados en este m undo, et en el otro. E t por
e n d e le onrraba en d os m aneras. L a una, en onrrar
los quel on rraban. L a otra, en on rrar las E glesias
e n todas las m aneras q u el sabíe, e t p od ía onrrar,
et m ás tollolas á los enem igos d e D io s, que las te-
níen forzadas, e t tornábalas á la fe d e Jesu ch risto.
O n d e porque en todas estas co sas sopo también
a v e n ir, fizol D ios por ello siete m ercedes sennala-
d a s, quales non fizo á otro rey d e su linaje de
gran d e s tiem pos acá.*
' E sta s siete m ercedes á que se refiere el rey don
A lfo n so el Sabio en relación á su s reinos, se las hizo
p o r ayuntamiento de los que perdieron otros reyes
«por. mal seso »; p o r heredamiento de su padre y de
s u m adre; p o r conquista, de los que tom ó á los mo­
ro s; p o r linaje, por los que le ganó su hijo, el m is­
m o re y D . A lfonso; p o r sus vasallos, á cau sa de los
q u e aum entó á su s reinos com o consecuencia de
estas conquistas; p o r pleitesía, á cau sa de los que
s e le rindieron sin haberlos gan ad o, y por paz, por
la q u e p u so en los m oros d e E sp añ a y con la par­
tid a de los de A frica.
A estas m ercedes corresp on dió S an Fernando,
seg ú n su hijo D . A lfonso, poblando la lietra , repar­
tiéndola equitativam ente por los que le ayudaron
á ganarla, enriqueciéndola, labrándola, aforándolat
dándola á los poblad ores y Diorando en los lugares
p ara fom entar su población.
Esto s y otros elogios que e l rey Sabio hizo de
su padre San Fern an d o son e l testim onio m ás
com pleto que pueda darse de su s h eroicas virtu­
des, y constituye p o r s í sólo un docum ento inter

resantísim o para la dem ostración d e la santidad


d el glo rio so con q u istad o r d e S evilla, á la que tam­
bién el rey D . A lfo n so dedica un cum plido elogio
en su Septenario.
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C A P ÍT U L O XXXVI

S u canonización.

S f f l j p L tra ta r del proceso de canonización de San


g g sffl» Fern an d o , e s unánim e en todos los histo-
« f c j A j riad o res d e l santo m onarca la q u eja con-
l m tra el o lv id o ó descu id o que d ejó pasar
d o scien to s años antes de q u e s e h iciese la prim e­
ra petición á la S ed e A p o stó lica á fin de que
c o lo case en los a lta re s á tan gran sie rv o de D ios.
L a única e x c u sa que puede ad u cirse para a te ­
n uar un tan to tan lam entable om isión, e s q u e en
to d a E sp a ñ a se tu vo p o r santo á S a n Fern an d o
aun antes de su m uerte; q u e inm ediatam ente d es­
p u é s de ésta se le d ió culto por e l pueblo con la
aquiescencia de los P relad o s, y q u e satisfech a con
e sto la devoción popular, n ad ie se cu id ó d e tom ar
la iniciativa en un asunto q u e cad a cual tenía re ­
su elto en su fuero interno.
E llo e s que h asta q u e en las C ortes q u e se c e le ­
b raron en M adrid e l año 16 2 4 , e l procurador m a­
y o r de S e v illa D . Ju a n R am írez d e Guzm án p ro ­
p u so com o interés com ún de todo e l reino y ob li­
gación de agrad ecid os vasallos, incoar el e x p e ­
diente d e la canonización de S an Fernand o, nada
se hizo en este sentido.
U n año antes habían gestionado m ucho en este
sentido en S e v illa D . F é lix E scu d e ro d e E spinóla,
ju rad o , y D . A n ton io D om ingo de B obadilla, vein­
ticuatro de la m isma ciudad. L a cau sa era muy
seg u ra, y sólo faltaba quien la m oviese. E n este
asunto tom óse tam bién gran interés el P ad re Ju an
d e Pineda, de la Com pañía de Je sú s, doctísim o se­
villano, que com puso un memorial pidiendo al re y
q u e tom ase á su cargo tan ju sta pretensión. E n d i­
ch o m em orial se alegaban com o m éritos las v irtu ­
d es del santo R e y, probad as con aqu ellas escritu ­
ras que dan fe en la H istoria; el com ún aplau so de
q u e gozaba e l santo entre m ás de cien d e los m e­
jo re s escritores del m undo, patricios y e x tra n je ­
ro s; su s m ilagros, la incorruptibilidad de su cuerpo
y todos lo s dem ás testim onios q u e bastan para
una canonización, e x ce p to los testigos, q u e aunque
no podían decir m ás, eran por m uchos plena pro­
banza en el proceso.
L a s C o rtes, en vista de todo esto, elevaron al
rey la súplica correspondiente, y aun q u e fu é oída
con benignidad por el m onarca, no se pudo d esd e
lu ego atend er á su p rovisión , quizá porque tenien­
d o e l re y intención de visitar el reino, quiso reser­
varse p ara entonce? publicar tan grata nueva.
P o r fin, el año 16 27 vo lv ió á m over el asunto el
A rzobispo D . D ie g o d e Guzm án, form ándose una
ju n ta p ara que entendiera en é l, y habiendo cum ­
plido á satisfacción su com etido, m andóse la su ­
m aria á la S ag ra d a C ongregación rom ana d e ritos,
quien con gran prem ura despach ó las rem isoriales
en 16 2 9 , y pasaron á la ju n ta en 16 30 .
E s ta determ inó representar al rey la eficacia
con que se d eb ía enm endar el descu id o de los p a­
sad o s tiem pos, y seguidam ente fué encom endado
al P . P in ed a que llevase á S evilla la ord en d e pro­
ceder en la cau sa, bajo la dirección del susodicho
Pad re.
G rand e fué el jú b ilo con que en la m etrópoli S e ­
villa n a fué aco gid a tan grata n ueva, y p ara solem ­
nizarla hubo grandes fiestas religiosas y populares,
sien d o m uy notable la q u e se hizo en la catedral,
d on d e pronunció un serm ón elocuentísim o en ho­
n o r d el S an to el m agistral I) . M anuel Sarm iento
de M endoza.
L o s festejos populares fueron fiel e xp resió n del
jú b ilo q u e em bargaba á los sevillanos, y d e ellos
se hizo un relato especial que dem uestra que, á
p esa r de los d os siglo s transcurridos d esd e la
m uerte del santo R e y , el recuerd o d e sus virtudes
y gloriosos hechos esta b a tan fresco en la mente
del p u eblo d e S evilla com o si se tratara de hechos
recientes y que todos hubieran presenciado. C on­
trastando con la anterior p asivid ad , fué gran de el
apresuram iento que m ostraron los que habían
p rom ovido el e xp ed ien te d e canonización de San
F ernand o, y con e l fin de allan ar todas la s dificul­
tades q u e pudieran su rg ir en el curso d el proceso,
fué enviado á R om a en calid ad de agente don
D ie g o L ó p e z de Z ú ñ iga, cu yo celo, ayu d ad o por
la b u en a voluntad de la C ongregación rom ana,
d ió por resultado que se acelerasen los trám ites
d el proceso, pudiendo darse v ista á la causa el
año 16 55.
F u é ponente en ella el C ardenal B arberin o, q u e
con gran cop ia de datos y m uy fundadas razones
dem ostró la santidad del rey D . Fern an d o III, tan­
to d esd e el punto de v ista de sus h eroicas v irtu ­
d es, como respecto d e los m ilagros q u e e l Señ o r
h abía ob rad o por su poderosa intercesión.
E x a m in ad o el p roceso por e l P ap a A lejan­
dro V I , decretó S u Santidad la autoriración d el
culto de San Fern an d o en la ciudad de Sevilla*
sin exten d erlo p o r entonces á más; y com o esto no
p od ía satisfacer los d eseos de los d evotos d el san­
to R e y , prosiguieron las gestiones, que dieron por
resultado la exten sión del culto d el bienaventura­
d o m onarca á toda E sp añ a y á la ig lesia d e S a n ­
tiago de R om a, d ecretad a por el Pontífice Clem en­
te X en 16 7 1.
E s ta resolución fué recibida con inm enso jú b ilo
en to d a E spañ a, celebrán d ose con e ste m otivo so ­
lem nes funciones religiosas y brillantes festejos
populares.
E n 16 7 2 , el R vd o . P a d re E ve ra rd o N ithard, de
la Com pañía d e Je sú s, instó con sum a eficacia que
el nom bre de San F ern an d o figurase en el M arti­
rologio rom ano, y su s gestiones tuvieron el é x ito
q u e se proponía su piedad en 16 7 3 , en q u e fué de­
cretada favorablem ente por el P ap a la petición,
con la cláusula d e q u e la festividad d el santo R ey
fuera, no sólo perm itida, sino mandada.
P o r últim o, en 16 7 5 fueron tam bién aprobadas
la oración y lecciones propias del Santo, con misa
en su honor, el d ía 30 de M ayo.
L a oración es com o sigue:
«¡O h D io s, q u e concediste á tu confesor San
Fern an d o q u e p elease tu s batallas y que venciese
á lo s enem igos d e tu fe! Concédenos p o r su inter­
cesión q u e venzam os á n uestros enem igos del
cuerpo y del alma.»
C A P ÍT U L O X X X V II

C u lto y honores tributados á San Fernando, como


consecuencia de su canonización.

ANDO llegaron á S e v illa las n u evas de la

f
canonización d el santo R e y se acord ó por
e l C abild o que las fiestas en honor del
bienaventurad o m onarca dieran principio
e n la tarde d el dom ingo de la Santísim a T rinidad,
y q u e el lun es siguiente fuese la función principal
d e l Santo, que era la particu lar que e l Pontífice
concedió en su B re v e adem ás d e la anual d el 30 de
M ayo, p rop ia d e su festivid ad . E l m otivo d e ha­
c e rlo así fué p o r con ven ir precisam ente la fiesta de
la Santísim a T rin id ad con el an iversario q u e se le
h acía todos los añ os desde lo s com ienzos d el si­
glo x v j , y el orden q u e se siguió en e sta solem ni­
d ad fué el siguiente, según la descripción que hace
R odríguez Zapata:
Com enzó el nuevo culto can tán d ose vísperas
solem nes, con asisten cia del C abild o secu lar y “ e-
m ás autoridades y corporacion es que iban á la
p rocesión del Corpus, según se p rescribía en la
R eal cédula e x p ed id a a l efecto. E l coro fué p re ­
sid id o por el A rzobispo revestid o de Pontifical, y
oficjó la tercia y celeb ró la M isa el día siguiente,
haciendo el panegírico el Sr. D . Ju a n San tos G ra n ­
de, canónigo lectoral d e Sevilla.
L le g a d a la tarde y concluidas las segundas v í s ­
p eras, se ordenó una solem nísim a procesión, dis­
puesta pocos días antes, llevando la m isma estación
que la del Corpus, con las calles engalanadas de
ricas colgaduras, arcos de triunfo y altares q u e se
levantaron para m ayo r esplendor d e la celebridad.
D elan te de ella iban la Tarasca y los Gigantes,
según la costum bre de aqu ellos tiem pos; seguían
las herm andades con su s estandartes é insignias,
y la de las santas Ju s ta y R u fin a conducía su s
im ágenes, presidién dolas á todas la sacram ental
del Sagrario.
A continuación seguían la s com unidades reli­
giosas con las efigies de su s p atriarcas ó santos
principales, é inm ediatam ente las cruces p arro­
q uiales, presididas p o r la M etropolitana y Patriar­
cal. Segu ía el juez de la ig lesia con sus m inistros,
e l clero y el señor Pro viso r con los oficiales d e su
tribunal. L u e g o los capellan es y veinten eros d e la
santa Ig lesia, la U n iversid ad de beneficiados de
la s parroquias, y dos canón igos de la C olegial del
S alv ad o r. En seguid a ib a el cabild o eclesiástico, y
e n tre los p reben d ad os, llevaba el pendón de San
Fern an d o D . L o p e de M endoza, teniente de a l­
guacil m ayor, p o r e l duque de A lcalá, y m ás hacia
e l centro conducía la esp ad a D . P ed ro d e V ille la ,
conde de L e n c és y asisten te de la ciudad.
A éstos seguían una orquesta y la s and as donde
ib a la im agen d el santo R e y , rod eánd ola los cofra­
d es de la antigua H erm and ad de San M ateo, rica­
m ente vestid o s y arm ados, seg ú n su p rivilegio

de hacer la gu ard ia á S an Fernando. E n p o s de


ello s llevab an las varas d el palio varios «regidores
d e l C abildo de la ciudad, y después el resto del
C abild o eclesiástico y los canónigos y dignidades
con m itras. Segu ía la herm osa im agen d e N uestra
Señora de los R e y e s, rodeando su s a n d as los cape­
llanes reales, y p o r último, el señ or A rzobispo ve s­
tido d e Pontifical, p recedido de su cruz m etropoli­
tana con su s fam iliares y m inistros asistentes,
cerrando la pocesión el C abild o secular.
E n los días sucesivos continuaron las funciones,
y e l siguiente m artes se d ijo la misa de la San tísi­
m a T rin id ad , con las oraciones de acción d e gra ­
cias en m em oria de la devoción q u e profesó ej
S an to á este augusto m isterio, cu ya profesión de
fe d ejó consignada en un p rivilegio que concedió
á S evilla, copiado p o r el P ad re R ivad en eira en su
F lo s Sanclorum . E l m iércoles se dedicó por la mis­
m a razón á la Santísim a V irg e n , celebrando su
m isa an te la im agen d e la de los R eyes.
E l ju e v e s ocurrió la solem nidad d el Santísim o
Corpus Christi, y p arecía, al d ecir de O rtiz de Zúñi-
g a y d el Padre S o lís, com o que el S e ñ o r q u iso q u e
se equivocasen su s fiestas con las d e su s ie rv o , p o r
el culto especial q u e había ofrecido durante su
v id a al Santísim o Sacram ento. E l viern es, vísp e ra
del d ía con sagrad o por la Iglesia al san to R e y , se
cantaron solem nem ente su s V ísp eras p o r la tarde,
con asistencia del C abild o secu lar, y en la m añana
d el sábado siguien te, la función principal en honor
del San to, en la cual s e celebró la m isa señalada
p o r S u San tid ad en e l B re v e de la canonización.
P re d icó e l D r. D . Pedro B lanco In fan te, racionero
d e la Catedral.
C oncluida la O ctava del Corpus, hizo la función
en h on o r de S an Fernand o, el d ía 5 d e Ju n io, la
herm andad del Santísim o Sacram ento, en la capilla
del Sag rario de la C ated ral, siguiendo después las
Parroquias, Com unidades religiosas, corporaciones
y cofradías de la ciudad.
E l B re v e de S u S an tid ad concediendo á San
Fern an d o oficio propio y rito d oble, y que su fies­
ta lo fuera de precepto en to d a la diócesis hispa­
lense, fué celebrad o en S evilla con ilum inaciones,
repique general de cam pan as, Te Deum y procesión.
H acia e l año 1G 81 p royectó se erigir a l santo
R e y una rica urn a para depósito d e su sagrad o
cuerpo, y á este fin ordenó D . C arlo s I I al A sis­
tente de la ciudad que se pusiesen á disposición
d el A nsobispo varios arbitrios destinados á tan lau­
d ab le fin.
L o s Capitulares en cargad os d e to d o lo concer­
niente al culto de S an Fern an d o hicieron p resen­
te al C abildo á fines de E n e ro de 16 8 4, que unos
P a d re s Je su íta s estaban escribiendo en F la n d e s
la s actas d e las vid as de los San tos, y que hallán­
dose ocupados en los del m es de M ayo, pedían
noticias acerca de S an Fern an d o p o r m edio del
P a d re B altasar E g iie s, Prepósito de la casa profe­
sa de Sevilla. E l C abild o acordó se rem itiesen los
datos que pedían y que se h iciese una edición de
esta v id a del santo R e y en libro sep arad o, dedi­
cándolo a l re y D . C a rlo s II. A sí se verificó, dán­
dole á leer e l P ad re D aniel Papelroquio en idiom a
latin o , en un libro en cu arto m enor, con preciosos
grab ad os del santo R e y , v ista s del e x te rio r de la
cated ral de S e v illa y o tras varias curiosidades.
E s ta obra se im prim ió en A m b eres el año 16 8 4 ya
citado.
C eloso tam bién de prom over el cu lto y las g lo ­
rias del santo R e y, un piadoso y caritativo canó­
nigo, D . Ju stin o de N ev e y C h aves, fundador de
la casa de V e n erab les sacerdotes, dispuso en la
regla escrita por é l en 16 7 6 que su H erm andad
d ed icase el tem plo d e dicha casa al glo rio so San
Fernando, com o así se cum plió, bendiciendo la
iglesia el lim o. A rzobispo P a la fo x y C o rd o n a en
14 de Sep tiem bre del año 16 98, siendo este el
prim er tem plo del mundo católico consagrado al
santo conquistador de Sevilla.
E l deseo de glorificar m ás aún al santo R e y m o­
vió á sus d evo to s á hacer n u evas instancias á la
S an ta S ed e para que la celebración d e su fiesta
con rito doble de segu n d a clase en S evilla y su
arzobispado se h iciera e x te n siv a á todos los reinos
d e España con rito d ob le de prim era clase y octa­
va. A sí lo decretó S u San tidad B en ed icto X I I I en
i . ° de M arzo de 174 9 , siendo esto m otivo de que
en S e v illa se celebraran nu evas solem nidades reli­
giosas y regocijos públicos, sem ejantes á lo s que
m ás arriba hem os descrito.
I N D I C E

PéK».
I .—L o s antecesores do S an Tornando................. 5
II .—Dudas sobro ol lu gar y la focha do su
nacim ionto.—Sus primoros años y educa­
c ió n —E l Papa disuolvo ol m atrim onio do
sus padros.................................................................. 10
I I I . —Do cómo llogó San Fernando á ser rey
do C a stilla ................. .............................................. 18
IV .—Prom uévelo guerra ol rey do León, su pa­
dre.—Hermoso ejem plo do rospoto filial quo
dió con esto m otivo San Fernando ................ 24
V .—P rim eras.guerras de San Fernando contra
los moros —Sofoca otra rebeldía do los do
L a ra .—S u casam ionto con D.* Beatriz do
Suabia.—Perdón g e n e ra l.................................... 80
V I.—Expedición contra los moros do V alen ­
cia.—Conquistas do San Fornando en A n ­
dalucía.—Su am istad con ol roy m oro de
Baoza.—Prodigio ocurrido en dicha ciudad.—
Tóm ala definitivam ente San Fornando.......... 85
V I I.—Muorto do D. A lfonso IX do León.—Su
testamento.—San Fornando tom a posesión
do dicho reino con la ayuda oficaz do su m a­
dre.—M agnanim idad dol santo R o y con las
h ija s dol prim or matrimonio do su p a d re ... . 42
V I I I . —Tom a S an Fornando á Ubeda.—Muor-
VUM D B SAN F ER N A N D O
P A*«.

te de la reina 1).“ B eatriz.—Conquista do Cór­


doba............................................................................. 47
IX .—Segando matrim onio do San Fernando.—
D efensa prodigiosa do la Peña do Martos.—
N uovas cam pañas do San Fernando................ 52
X . — Cao onformo San Fernando on Burgos.—
S u hijo D. Alfonso tom a ol mando del
ejército do A ndalucía.—Rindo v a sa lla je al
santo m onarca ol roy moro do M urcia.—Gue­
rrea contra ol roy do G ranada.—Conquistas
on ol reino do M urcia............................................ 59
X I .—Célebre ontrovista do San Fornando y su
madro D .a Boronguola on Ciudad R oal.—
Toma do Ja é n .—Muorto do la roina madro
D.a B erenguela........................................................ 64
X I I .— Preparativos para la conquista de S e v i­
lla .—Concierto con los moros do Carmo-
na.—Toma do varias ciudades.—Em pieza ol
sitio do S o v illa 70
X I I I .—Proezas.do las tropas do San Fornando
a l fronte do Sovilla.—L a Virgon anuncia al
santo R o y quo so apodoraría do la ciudad.—
M ilagrosa y socrota ontrada do San Fornan­
do on S o villa 76
X I V .—Portontosa hazaña dol alm irante Boni­
faz.— Poligro quo corrió ol infanto D. A lfon­
so.—Capitulación do S o villa .............................. 81
X V .— Entrada.do San Fornando on S o villa .—
M edidas quo adoptó para su ropoblación y
prosperidad do sus moradores.—N uovas con ­
q uistas ........................ 92
X V I .—Cómo gobornó San Fornando sus roinos. 88
X V I I .—L o quo hizo San Fornando on pro do
Ja s J.otras patrias.—L a V n ivorsiáad do Sala-
PAg*.
m anca.—E l Consejo re a l.—S u espíritu paci­
ficador......................................................................... 1 0 4
X V I I I .—S u espíritu do piedad.—Celo que d es­
plegó por ol osplondor del culto divino.—Su
amor al estado eclesiástico................................. 1 0 9
X IX .—L a .fe do S an Fernando. —S u horror pro­
fundo & la h e re jía .—E l socreto do su s v ic ­
to rias contra los moros........................................ 1 1 9
X X . - L a caridad do San Fernando.—S u s o li­
citud on fav o r do los pobres y enferm os . . . 1 2 5
X X I .—San Fernando modelo do h ijos, do espo­
sos y do padres.—S u amor por los demás
m iembros do su fam ilia ..................................... 1 3 1
X X II.—Su humildad y pacioncia.—Su espíritu
de oración y do penitoncia.................................. .... 1 8 6
X X I I I . - S u sa b id u ría ............................................... ....1 4 3
X X I V .—Do la gran castidad do San Fornando. 1 6 0
X X V .— S u confianza on Dios y la rectitud do
su intención.................................................................. 1 5 5
X X V I . - L a Ju s tic ia do San Fernando.—Su
tem planza............................................................. ........ 1 6 4
X X V II.—T rab ajo s, persecuciones y poligros
que padeció por la fe............................................. 1 6 8
X X V I I I .—Propónoso San Fornando la con­
quista do A frica.—Torror que su proyecto
causa á los royos mahometanos —L a últim a
enformodad del santo lio y impido la realiza­
ción do tan magna empresa................................ 1 7 4
X X IX .....U ltim a enfermedad do San F e rn a n ­
do.—Contra 61 parecer do los médicos, cono­
ce su próxim a muorto.—Su preparación odi-
ficajito para comparocor anto D io s................. 1 7 9
X X X .—Consejos que dió á su prim ogénito á la
h ora do la m uorte.................................................. 1 8 4
Pto».
X X X I .—Ú ltim os momentos do S an F e rn a n ­
do.—Sn preciosa muerto.—Duelo gonoral.—
L o s fnnorales 190
X X X I I .— Prim or ontorraraionto dol cuerpo do
San Fornando.—Inscripciones quo on su so-
pulcro mandó ponor su hijo D. Alfonso t i
Sabio,—L o s aniversarios do 8u m uerto antos
do su canonización. - S u actual entorramion
to.— Ceremonias con quo so descubro su san*
to cuerpo .................... 196
X X X I I í .—Diferentes traslacionos dol cuerpo
do San Fernando.—L a nuova urna on quo
fueron encerrados su s restos.............................. 204
X X X I V .—Fundam entos do la glorificación do
San Fornando.—Sus m ilagros............................ 214
X X X V .—Elogio.quo do San Fornando hizo su
hijo D . Alfonso e l Sabio........................................ 221
X X X V I .—S u ..canonización.................................... 230
X X X V I I .— Culto y honores tributados á San
Fornando, como consecuencia do su canoni­
zación .............. 235
APOSTOLADO DE LA PRENSA

V ID A S DE SA N TO S

El A postolado de la P rensa está publicando


una serie ó galería de vid a s de S an to s que, como
el presente volum en, sirvan para fom entar la pie­
dad y la instrucción religiosa del pueblo católico.
Tom os de 2 50 á 300 páginas, ilustrados y en­
cuadernados en cartoné y m uy á propósito para
prem ios de colegios, Catecism os y escuelas dom i­
nicales.
Cada tom ito á 65 céntim os; a l por m ayor, á 50.

VAN P U B L IC A D O S

* V id a de S an José.
» de S an A ntonio de Padua.
> d e San Ju an de D ios.
> . de la B eata Ju a n a de A rco.
> de S an L u is Gonzaga.
* de S an Estan islao de K o stka.
» de San F ran cisco de A sís.
* de S an V icen te de Paúl.
V id a de S an ta T e re sa de Jesú s.
> de S a n Ignacio de L o yo la.
> de San Fran cisco de B orja.
» de S a n F ran cisco Ja vie r.
» d e S a n V icen te Ferrer.
> de S an A gustín.
> de S an to D om ingo d e Guzm án.
> de S a n P ed ro C laver.
> de San tos niños.
* de N iñas santas.
> de San M artín, O bispo de T ours.
> de S an A lfonso M aría d e L igo rio.
> d e San Ju a n Berchm ans.
* del B eato Ju a n B . V ian n ey , C u ra de A rs.
> d e la Beata M argarita M aría de A lacoque.
* d e San L u is, R e y d e F ran cia.
» de S an ta Isab el de H ungría.
> d e S a n Pascu al Bailón.
* d e San F e lip e Ncri.
> de S an F ran cisco de Paula.

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