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S A N F ERN AN D O , R E Y DE E SPA Ñ A
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Biblioteca del /[pofitolado de la
DE
S á l fSRHáHDO
R E Y DE ESPAÑ A
POR
MADRID
A D M IN IS T R A C IÓ N DHL APOSTOLADO DH LA HKKNSA
7 — San B e r n a r d o - ?
19 12
T ip . d el Sa g rad o Corazón.— S a o B ernardo, 7.
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C A P ÍT U L O P R IM E R O
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te s del gran P e la y o en las m ontañas de
C ovad onga d ió por resu ltad o la form a
ción, prim ero, de lo s reinos de A sturias
y de G alicia, y después la de lo s d e L e ó n y C ast
lla, pudiendo con ju sticia el rey A lfo n so V I I usa
e l título de em perador d e E sp a ñ a , p o r ser su s E s
tados los m ás pod erosos d e los q u e, re c o n q u ista-.
d o s tam bién por los cristianos, existían y a en
otros ám bitos de la península ibérica, en A ragó n ,
N avarra y Cataluña.
E l reinado del m encionado m onarca fu é glorio
so para la s arm as cristianas; pero al m orir come
tió el error en que y a había incurrido su abuelo,
F ern an d o I , de d ivid ir su s reinos entre su s hijos»
retrasan d o así la unidad d e la p atria española y
.6 V ID A D E SAN' F E R N A N D O
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creando e n tre los m iem bros m ás allegad o s de su
prop ia fam ilia em ulaciones y enem istades que
sólo podían ap ro vech ar á los m ahometanos in va
so res.
A lfo n so V I I dejó e l reino de L eó n á su hijo
Fern an d o II, y el de C astilla á San ch o I I I, y aun
q u e no dejaron am bos d e te n e r su s desavenencias
á causa del d eseo d el prim ero de unir en su mano
los cetros de dichos d os reinos, viviero n en rela
tiv a paz durante el breve reinado del segundo,
quien dejó a l m orir, com o heredero de menor edad,
á su hijo A lfo n so V I I I , que andando el tiem po ha
b ía d e h acer g lo rio so su nom bre con la gran v ic
to ria ob ten id a sob re los sarracen os en las N avas
d e T o losa.
E ntonces e l re y de León trató de q u ita r e l tro
no á su sobrino, entrando en son de guerra en su
reino y fom entando la s rebeldías de algunos no
b le s de Castilla, hasta q u e, saliendo A lfon so V I I I
d e la m inoría, se h alló en disposición de sostener
al frente de su s tropas sus derechos.
E l re y Fern an d o II contrajo matrimonio con
D . ‘ U rraca de Portugal, hija del m onarca lusitano
A lfo n so E nríquez, y de ella tu vo, en tre otros, á
D . A lfonso, que heredó su reino con la denom ina
ció n d e A lfonso I X .
E l m atrim onio de D . Fern an d o II y d e doña
U rraca fué disuelto por e l Papa, pues am b os cón
y u g e s eran parientes en tercer grad o , pero A lfon
so I X fué legitim ado, y de este m odo pudo su ce
d e r á su padre.
C asó á su vez A lfonso I X en prim eras nup
c ia s, el año 1 190, con D .a T e re sa , hija d el rey de
Portugal D . Sancho I, y de este matrimonio tu vo
tr e s hijos: D . Fernand o, q u e m urió en 1 2 1 4 ,
D .1 San ch a, m uerta en o lo r de san tid ad en 12 70 ,
y D .a Dulce. M as la circunstancia del parentesco
q u e m ediaba entre D . A lfonso y D .a T e re s a dió
ocasió n á que e l P a p a anulase tam bién e ste ma
trim onio en 119 0 , com o anteriorm ente h a b í. an u
lado e l d e su padre, Fern an d o II, con D .a U rraca
d e Portugal.
R ein ab a á la sazón en C astilla, com o y a hem os
d ich o, A lfonso V I II, y com o su prim o el d e León
no había abandonado las pretensiones de su padre
sob re aquel reino, fueron m uchas y g rav es las d is
c o rd ias que entre am b os se prom ovieron, con
gran detrim ento para las arm as cristianas, pues
lo s agarenos se aprovech ab an de tan lam entables
d esaven en cias p ara reh acerse de los pasados que
b ran to s, y aun para recu perar algu nas de las pla
zas q u e les habían sido tom adas por los cris
tianos.
E n e sta situación, D .a L e o n o r de C astilla, esp o
s a de A lfo n so V I I I , pensó poner térm ino á la gu e
rra que se hacían los monarcas castellano y leo
nés por m edio de una alianza m atrim onial, y para
ello gestionó la boda de su hija B erenguela con
A lfo n so I X de L e ó n , cu yo p rim er m atrimonio,
com o y a hem os d ich o, h abía sido anulado por
e l Papa.
A vín ose gustosam ente á ello e l de L e ó n , pero
no así A lfo n so V I I I de C a stilla , á quien repugnaba
dicho enlace, no sabem os si por m alquerencia á su
prim o, ó atendiendo al grad o de parentesco que
entre su hija y A lfonso I X existía. N egó, pues, su
consentim iento al m atrim onio, m as D .a L e o n o r de
C astilla, m ás atenta al deseo d e reconciliar á los
d os reinos que á toda otra consideración, escribió
al re y de L e ó n para que fuera á V allad o lid , donde
le esp erab a con su hija, y allí se verificó e l m atri
m onio, según algunos h istoriadores, en D iciem bre
d el año 1 19 7 .
A n te el hecho consum ado resignóse e l re y de
Castilla, aunque siem p re m iró con prevención in
ven cib le á su prim o, con vertid o en su yerno, y
con m ayo r m otivo cuando, andando el tiem po,
tu vo tan triste d esenlace aq u el m atrim onio, en el
que su m ujer, D .a L e o n o r, h abía fundado tan ri
sueñas esperanzas
D el enlace m atrim onial de D . A lfon so I X de
L e ó n con D .a B eren gu cla de C astilla nacieron el
santo rey D . Fern an d o , c u y a gloriosa vid a vam os
á narrar; D . A lfo n so, señ o r de M olina; D .a C ons
tancia, religiosa que fué de las H uelgas de B u r
go s; D .;‘ B erengucla, que casó con Ju a n , re y de
Je ru sa lén , y D .* L e o n o r, q u e m urió en la infan
cia y fué sep u ltad a en la iglesia d e San Isid oro,
d e L eó n .
E ra , p ues, San F ern an d o biznieto p o r am bas lí
neas de A lfo n so V I I e l E m perador, y nieto por
línea paterna d el rey F ern an d o II de L e ó n , y por
línea m aterna de D . S an ch o III de C astilla, aun
q u e sus d erechos á la coron a de e ste reino eran
m uy eventuales, p ues A lfo n so V I I I de C astilla, á
m ás de D .a B eren g u cla, tu vo m uchos h ijos, varo
n es y hem bras, sobrevivién d o le D . A lfo n so y don
E n riq u e, m ereciendo especial m ención otra hija,.
D .a B lanca, m ás tarde m adre de S an L u is, re y de
F ra n c ia , y , por tanto, prim o su yo y no sobrino,,
como dicen con erro r evidente algu nos historia
dores.
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C A P IT U L O II
V ID A DB SAN PBBNANDO 2
C A P IT U L O III
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C A P IT U L O V II
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ANDO llegó el térm ino de las tregu as pac
tadas con el rey m oro d e G ranad a, apres
tóse S an F ern an d o á reanudar su s cam p a
ñas en A ndalucía; m as habiendo caíd o
enferm o, vióse obligado á detenerse en B u rgo s, de
ja n d o confiado el m ando de su ejército á su p ri
m ogénito D . A lfo n so, á quien dió como m aestro y
consejero en la guerra al valeroso y entendido don
R o d rigo González de G irón , uno de su s m ejores
capitanes.
A l frente d e un lucido ejército, convenientem en
te pertrechado, salió de B urgos e l príncipe D . A l-
fenso, que al lleg ar á T o led o se vió gratam en te
sorprendido por una em bajada mora, que confirmó
ja p erspicacia d e San F ern an d o al dejar que se h i
ciesen la guerra al re y m oro de G ranad a, A lh am ar,
y su riva l el de M urcia, llam ado Ilu d ie l.
D e é ste eran los em bajadores q u e salieron al
paso d el príncipe en la ciudad d e T o le d o , y la s
proposiciones que en nom bre d el re y m oro de
M urcia llevaban al santo m onarca eran nada m e
nos que ofrecerse por vasallo á é ste d ándole la
m itad de las ren tas de su reino y el m ando de sus
castillos y fortalezas, reservándose H udiel el título
de re y tributario y la otra m itad d e las ren tas de
su s Estados.
I-a causa que a l rey m oro de M urcia obligaba
á h acer á San F ern an d o un trato tan ventajoso no
e ra otra sino el aprieto en que le había p u esto A l-
ham ar d e G ran ad a, contra cuyas arm as le e ra ya
im posible luchar, y antes de verse arrojado del tro
no p o r su enem igo, prefería con servar parte de su
p o d er obteniendo la valiosa p rotección de S an
Fernand o, que por su propio interés no d ejaría de
ayud arle á p roseguir la guerra contra su soberbio
adversario.
G rand e fué la alegría que a l prim ogénito del
santo m onarca produjo el trato que le proponía
el rey m oro de M urcia. Con e l fin de no desper
diciar la ocasión que se le presentaba de añadir
un florón m ás á la corona de su padre, tom ó sobre
sí la responsabilidad de aceptar la sum isión que
H udiel le ofrecía, y sin pérdida de tiem po se tras
ladó á M u rcia, llevan do consigo al m aestre don
P e la y o Pérez C o rrea y á varios caballeros d e las
Ó rden es m ilitares, con el correspondiente acom pa
ñam iento de gentes de arm as.
E n trad o en la ciudad ratificó solem nem ente el
re y moro e l con ven io que h abía propuesto, y el
príncipe tomó posesión de las fortalezas y castillos,
guarneciendo con m ayor cuidado el d e M urcia,
quedando sólo e n p o d er de los m oros, L o rc a, C a r
tagena y M uía, que no quisieron en tregarse, y cuya
conq uista no intentó por entonces D . A lfon so á
c au sa de no disponer de las fuerzas suficien tes y
no querer tam poco p rovocar una lu ch a que tal vez
d ecidiera á rebelarse á los m oros som etidos.
U n a vez dado cim a á este asunto regresó D . A l
fonso á B u rgo s, d on d e encontró al re y su padre
y a convaleciente y m uy satisfecho del resultado
d e la expedición realizada por su heredero. N o
obstante, com o el S an to m onarca conocía la v e r
satilidad d e carácter de los m oros, consideró con
veniente ir en persona á consolidar lo pactado, y
una vez lograd o esto regresó á su corte para asistir
á la profesión de su hija D .a Berenguela, en el m o
nasterio de las H uelgas de Burgos.
L o s asuntos que durante algún tiem po le detu
vieron en dicha ciudad no le im pidieron dedicar
su atención á la m agna em p resa d e la reconquista,
y con el fin de que e l con ven io hecho con el re y
m oro de M urcia p rod u jera p ara las arm as cristia
n as los frutos m ás beneficiosos, dispuso q u e su
herm ano bastard o , D . R odrigo A lfo n so, hostiliza
se al rey de G ran ad a para im pedirle que atacara
a l de M urcia. D . R o d rigo entró por las tierras
d e A lh am ar, pero la su erte d e la s arm as no le
fué favorable, y tuvo q u e retirarse p ersegu ido
p or la m orism a, que cau só grandes destrozos en
las com arcas cristianas d e la frontera granadina.
S an Fern an d o entonces dispuso que su hijo don
A lfonso pasase á M urcia p ara tranquilizar á los
m oros d e e sta ciudad, m uy d esasosegados á cau sa
* *
C A P IT U L O X[
f
que con sus propias fuerzas no podrían
resistir el poderoso em puje de las h ues
tes de S an Fern an d o , reiteraron sus men
sajes á los m oros d e A frica para que les enviasen
au xilio s, y aunque éstos llegaron en núm ero con
sid erable, no consiguieron d estruir la escuadra de
Bonifaz, que era el m ayor obstáculo con que trope
zaba el re y A ja ta f para aprovisionar á su capital
sitiada.
L o único q u e consiguió fué reforzar sus tropas
con o tras africanas que desem barcaron en varios
puntos de la costa, y con ellos determ inó atacar
al real de S an Fern an d o aprovech an do la circu n s
tancia de haber pasado éste con p arte de su e jé r
cito al otro lado del G u ad alq u ivir, donde se ha
llaba e l m aestre de San tiago, para tratar con él de
gunos puntos im portantes de la cam paña.
Con todas las tropas q u e pudo reunir, á fin de
.dar m ás sobre seguro el golpe d e m ano que inten
tab a contra el campamento cristiano, salió el s o
b e rb io A ja ta f d e S evilla, y con gran estrépito llegó
a l real, creyen do que su sola presencia y la enor
m e m asa d e m oros que le seguía sería m ás que
suficiente p ara que se rindiesen á discreción los
pocos h om bres de arm as que se habían quedado
custodiando el casi desgu arnecido campamento.
M as no contaba que com o je fe s de aq u el puña
d o de valeroso s cristianos se hallaban lo s esforza
d os capitanes el infante D . E n riq u e y el caballero
D . L o ren zo Suárez y Q uijada, que sin reparar en
e l núm ero de su s enem igos cargaron sobre ellos
con tanta resolución y em puje, que los m oros vo l
vieron g ru p a s com o s i un num eroso ejército les
atacara, y una vez iniciado el desorden en las filas
de la m orism a, fué im posible al re y m oro de S e v i
lla contener la dispersión, y acuchillados y p erse
guidos hasta los m ism os m uros de la ciudad, ape
n as s i tu vieron tiem po de encerrarse en ella.
D e esta clase de episodios ocurrieron no pocos
d uran te el sitio, y en to d o s ello s quedó la victoria
por los cristianos, que cad a vez estrechaban m ás
el cerco de S e v illa , á m edida que iban llegando
n u evas trop as d e C astilla y de L e ó n para reforzar
á las huestes d el santo R e y .
A l m ando de los últim os refuerzos llegó e l infan
te D . A lfo n so, hijo prim ogénito de S an Fernando
y h eredero d e l trono, y levantad o e l real de T a
blada , se estableció m ucho m ás cerca d e la ciudad
con todos los caracteres de una población populo
sa, en la que para que nada faltase se construye
ron tres tem plos de m adera, donde se colocaron
las tres im ágenes de la San tísim a V irg e n que el
san to R e y lle v a b a en to d as su s campañas.
A cerca del levantam iento d el real de T a b la d a y
su aproxim ación á la ciudad sitiada, dicen mu
chos h istoriadores que fué d ispuesto á consecuen
cia de un a v iso d el cielo que S an F ern an d o recibió
por conducto de S an Isid oro, glo rio so A rzobispo
de S evilla, quien le aseguró que lograría apoderar
se d e la ciudad, aunque no sin grandes esfuerzos
y afanes.
L o s m oros tam bién recibieron nu evos refuerzos,
con los que se aven turaron á h a ce r una n u eva sa
lida; m as la s tropas cristianas, m andadas p o r don
G a rc i Pérez d e V a rg a s y D . L o ren zo Suárez Q u i
ja d a , los castigaron tan duram ente, persiguiéndo
le s h asta la m itad del puente de T ria n a , q u e y a no
volvieron á atreverse á sa lir á cam po abierto á
com batir contra los soldados de S an Fernando.
A todo esto el calor del veran o llegó á m o
lestar de un m odo e x c e siv o á los sitiadores, a lg u
nos de los cuales com enzaron á m anifestar su des
contento hasta el punto de verse ob ligado el santo
R e y á d irigir la palabra á los m ás desanim ados,
h aciéndoles con sid erar lo d esh on roso q u e sería
p ara las arm as cristianas d esistir de una em presa
d e la que dependía e l aniquilam iento de la moris
m a ó su ensoberbecim iento, h asta el punto de que
fuera necesario abandonar los lugares an terior
m ente reconquistados. C on e sto se calm ó la altera
ción, m as bien com pren dió e l glorioso m onarca
Que á aquella prim era m anifestación de d esalien to
seguirían otras que quizá no pudieran ser tan fá
cilmente aplacadas.
Dom inado por esta triste im presión, fu ése aL
tem plo p rovisional donde estaba colocad a la ima
gen de la Santísim a V irg e n b ajo la advocación de
nuestra S eñ o ra de los R e yes, y postrán dose ante
ella, invocó su p rotección y a u x ilio para pod er dar
Pronta y satisfactoria cim a á su em presa. L a R ein a
de los cielos o y ó propicia la plegaria de su am ado
siervo, y com o anuncio de m ejor despach o de su
Petición, se d ignó hacerle o ir estas consoladoras
Palabras:
«En mi im agen de la A n tigu a, de quien tanto
fia tu devoción, tien es continua intercesora; pro
sigue, que tú vencerás.»
E sta im agen, llam ada de la A n tigu a, se hallaba
Pintada antes de la invasión agaren a en el m uro de
Uno de los edificios d e S evilla, y fué tap ad a con
u na p ared por algunos piadosos cristianos para im
pedir que los m oros la profanasen cuando éstos se
apoderaron de la ciudad. A l ser é sta reconquista
da por San F ern an d o fué d escubierta y colocada
luego en la cated ral, d on d e recibe fervoroso culto.
C uando e l santo R e y recibió e l celestial aviso
incend ióse su p ech o en ardientes deseos de pos
t a r s e á los pies d e la veneranda im agen que den
t ó de S evilla perm anecía, com o liem os dicho,
oculta, y con tan ta fuerza se vió im pulsado por
e los, que, sin aten d er al riesgo q u e corría, en ca
m inóse com o enajenado á la pu erta d e S e v illa lla
mada de C órd oba. A llí encon tróse con un gallardo
m ancebo, que fundadam ente suponen los historia
d o re s fuera el A n gel de su guarda, y que, cam i
f
éste hacer su entrada en ella e l d ía 22 de
D iciem bre, consagrado á la traslación d e
San Isid oro, y com o en todos su s acto s
bu scab a siem pre la gloria d e D io s, quiso q
d ich o acto, m ás que de ostentación guerrera, tuv
ra el carácter de una p iadosa m anifestación de gra
titu d á la Santísim a V irg e n , á cu ya intercesión
debía la victoria obtenida sob re los m oros.
A la e x c e ls a Señora y no á él quiso q u e le fue
ran trib u tad o s en aquella ocasión solem ne los ho
n ores del triunfo, y para ello organizó un brillante
cortejo, a l frente del cual, y com o abriendo mar
ch a, iban los caballeros de la s Ó rdenes m ilitares,
segu id os d e los P re la d o s así antiguos com o los de
nueva creación para las S ed e s de Ja é n , C uenca,
C artagen a y Córdoba.
D etrás de éstos, y sob re un m agnífico carro
triunfal, d escollaba la im agen d e N u estra S eñ o ra
de los R e y es, una de las tre s q u e acom pañaron al
santo rey en su s cam pañas, y á los lados de la ca
rroza cabalgaban en briosos co rceles de batalla el
re y San Fern an d o , su esp osa D .a Ju a n a , sus hijos
D . A lfo n so, D . Fad rique, D . San ch o y D . M anuel,
y su herm ano e l infante D . A lfo n so, señ or d e M o
lina, á los que acom pañaban algu nos príncipes e x
tranjeros, el legado del Papa Inocencio IV , el rey
m oro d e G ranad a M oham ed A lh am ar, y su hijo
e l re y de Baeza, aliados d e l santo monarca.
L a Crónica de S a n Fernando coloca tam bién en
tre los que form aban tan brillante cortejo á San
P ed ro N olasco, fundador de la O rden de la Mer
ced , á San P ed ro González T elm o y a l b eato D o
m ingo, com pañeros del glo rio so S an to D om in
g o de Guzm án, que habían acudido con otros mu
chos religiosos al sitio de S evilla para e je rce r su
apostólica m isión. Cerraban la m archa gran núme
ro d e caballeros, ricos-hom es é hijos-dalgos de
L e ó n y Castilla, y de A ragó n y N avarra, seguidos
d e las tropas que habían tom ado p arte en e l cerco
con su s band eras y estandartes.
A la entrada de la ciud ad esperaba á los ve n
ced o res el re y A ja ta f, que hizo en trega á S a n F e r
nando d e las llaves d e la ciu d ad , que h o y se cus
todian en la cated ral de S e v illa . U n a de ellas de
plata y otros m etales preciosos, y la otra de h ie
rro , con la siguien te inscripción en caracteres
arábigos: «Perm ita A la h que d u re eternam ente el
im perio d el Islam ».
L a de p la ta contiene e sta otra: «D ios abrirá;
R e y en trará»; d e lo que coligen algu nos historia
d ores q u e aquélla fué la lla v e en tregad a p o r
V ID A DK SAN HKNNANDO 7
C A P ÍT U L O X V I
§
una gran p arte d e su preciosa vid a en
g u errear contra los m oros, no p o r eso
d ejó de cu id ar del gobierno d e su s E sta
d os con un celo, inteligencia y acierto superiores
á todo encom io.
D ieciocho años tenía, com o ya hem os d ich o,
cuando ciñó á su s sienes la corona de C a stilla , en
circunstancias dificilísim as, y aun calam itosas, te
niendo á la vez q u e atend er á defender su reino
d e las injustas agresiones de su p ad re D . A lfon
so I X sin faltar á su s deberes de hijo am antísim o
y sum iso, y á reprim ir las rebeldías de los L a ra s y
dem ás nobles am biciosos, cu y o s bandos, no sólo
trataban de m erm ar la autoridad del re y , sino q u e
llevaban la desolación y la ruina á los pueblos
donde en son de guerra penetraban, reduciendo á
su s m oradores á la m ás tiránica opresión.
U n príncipe m enos d otado por D io s d e los do
n es de la naturaleza y d e la gracia, habría tenido
que caer, en las circunstancias en q u e S an F e rn a n
do subió al trono d e C astilla, en uno de estos dos
extrem os, igualm ente dañosos p ara é l y p ara la
prosperidad de sus pueblos, esto es: ó hubiera
contestado á la violencia con la violencia, ensan
grentando su reinado, como m ás tarde lo hizo don
Ped ro I d e C astilla, ó hubiera sid o ju g u e te de las
ban d erías que se alzaron p ara anular su autoridad ,
com o le ocurrió al débil m onarca D . Ju a n II.
D e ninguna d e estas d os m aneras, para gloria
su ya , proced ió San Fern an d o . Firm e sin violencia,
y bondadoso sin d ebilidad, su po m antener ín tegra
su autoridad y red ucir á la obediencia á los reb el
des nobles que contra él se alzaron, perdonándo
les generosam ente sus rebeldías después de ha
berlos reducido á la im potencia.
P arte de este resultado lo d eb ió á que, s i gu stó
d e ro d earse de buenos consejeros, no tu vo nunca
favoritos, m anteniéndose siem pre en el fiel de la
balanza de la ju sticia, cosa im posible para los m o
narcas que se dejan g u iar sistem áticam ente p o r
valid o s, que atienden m ás á su propio m edro que á
los intereses generales del reino.
U n a sola p ersona pudo jactarse de influir pod e
rosam ente en su ánim o, y ésta fué su virtuosísim a
madre, con la q u e puede d ecirse q u e com partió
gobierno d e su s E sta d o s d uran te vein tid ós años.
R ero D .a B erenguela de C a stilla , com o su herm ana
B lanca, m adre de S an L u is , pertenecía á la
raza de m ujeres fuertes de que h abla la S a g ra d a
Escritura, y á su s esclarecid as dotes de gobiern o
unía el desinterés d e una m adre amantfcim a y d e
u n alm a fervorosam ente cristiana, p robada desde
s u ju ven tu d en la p ied ra de to qu e d e la trib u
lación.
E l santo R e y tenía en m ucho los consejos y
a d verte n cia s d e su m adre, que iban siem pre enca
m inad os, según d ic$ la crónica, á que go bernase
e n paz y ju sticia, com o persona tem erosa d e D ios,
y q u e tratase bien á su s vasallo s, con m ucho am or,
com o lo había hecho su ab u elo D . A lfon so el
Noble.
C u an d o al ser elevad o al trono d e C astilla se
p resen tó S an F ern an d o á las C o rtes, todos adm i
ra ro n la m adurez de su juicio, m ás propio de un
varó n p ro vecto que d e un m ancebo de d iecio
c h o años. L a d u lce su avid ad d e su s d iscu rsos le
valiero n el título de R e y ángel, y su s resoluciones,
llen as de sabiduría y equidad, m erecieron la apro
bació n unánim e de los tres brazos d el reino.
C u id aba m ucho de enterarse por s í m ism o de
la s necesidades de sus súbditos, y en to d o s lo s pue
b lo s donde establecía su residen cia d a b a audien
c ia d iaria á cuantos solicitaban h ablarle, sin dis
tinción d e p ersonas; y para e v ita r m olestias á los
que acud ían á 61 en dem anda de favor ó ju sticia,
s e asom aba á u n a ventana b a ja d el edificio, en
q u e se aposentaba, y allí perm anecía m ientras ha
b ía en la calle gente q u e d esease hablarle.
H asta fines d el siglo x v m se con servaron en
S e v illa vestigios de la ventana donde solía d a r au
dien cias el santo R e y á todo el que lo d eseaba; y
habiéndole alguien preguntado p o r qué usaba de
aq u el m edio en lugar de recibir á los q u e á él acu
dían dentro d e su palacio, contestó q u e m uchas
v e c e s las quejas d e lo s sú bd itos no llegaban á oí
f
e l B autism o fué la norm a á que ajustó
todos los actos de su vid a, sin que de ella
se separase un solo m om ento ni la m e
noscabase con e l asom o de la m enor tibieza.
N o se concretó á creer to d o s y cada uno de los
m isterios d e nuestra santa R eligió n , sino q u e obró
con arreglo á sus p re ce p to s, q u e e s el grad o m a
y o r de perfección en la fe que v iv e de las obras,
p orq u e sin ellas es fe muerta.
D e esta su fe perfecta n ació la confianza que
tu vo e n la D ivin a P ro vid en cia, la que le anim ó en
su s em presas y le hizo desp reciar los m ayores p e
ligros. S u herm osa frase: <T em an á los hom bres
los que en los hom bres confían; los q u e só lo en
D io s confían no tem en sino á D io s», e s una fórmu
la tan concisa com o a cab ad a d e una profesión de
fe sin lím ites ni reserva s, y q u e p o r s í sola exp lica
la serenidad de ánim o con que e l santo M onarca
afrontó los riesgos m ás tem erosos y acom etió las
em presas m ás erizadas de dificultades casi insu
perables.
E l celo que le hem os visto desplegar p o r el es
plendor del culto d ivin o, <qué otra cosa era sino
una constante y pública m anifestación de su ar
diente fe? Ix> prim ero que hacía a l apoderarse de
u n a de las m uchas plazas que conquistó á los m o
ro s, era disponer todo lo concerniente á la m ayor
honra y gloria de D io s; de aqu í el que siem pre le
acom pañaran en su s expedicion es gu erreras gran
núm ero d e Prelad os y sacerdotes, á fin de dejar
d otados á lo s pueblos que iba som etiendo de m i
nistros del S eñ o r que, á m ás de tributar á su D iv i
na M ajestad el d eb id o hom enaje, predicasen la fe
d e Cristo y convirtieran á ella á los infieles m aho
m etanos.
T o d a su vid a, en sum a, fué un continuo acto
de fe, m anifestada de una m anera especial en la
p rotección que dispensó á la entonces naciente
O rd en del glorioso Patriarca S an to D om ingo de
Guzm án, suscitada por D ios para la defen sa de
la Ig lesia cuando nuestra santa M adre era furiosa
m ente com batida por la herejía albigense.
Introducida por los valdenses á principios del
sig lo x i i i en e l país de A lb i (en Fran cia), llevó la
turbación á las conciencias en todo e l pueblo cris
tiano, p ues entre otros funestos errores sostenía
que lo s sacerd o tes carecen de p o d er para p erdo
nar los pecad os; negaba el augu sto Sacram ento de
la Eucaristía, la v irtu d d e l B autism o para b o rrar
el pecado original y lo s com etidos antes de reci
b ir dicho Sacram ento, y sostenía q u e de nada sir
ven las oraciones y sufragios por los difuntos.
L o s estragos que hizo en Fran cia tan pestilente
azote de la im piedad fueron terribles, y sus asola-
dores efectos para las alm as se dejaron sen tir en el
reino d e A ragón; pero S an Fern an d o supo defen
d er á su s reinos de L e ó n y C astilla de tam aña c a
lam idad, ejerciendo el salu dab le rigor q u e le im
ponía e l ard o r d e su fe inquebrantable en la d o c
trina de Je su cristo y su filial y am orosa sum isión á
los preceptos y definiciones de la Iglesia.
L a fe v iv a de San F ern an d o no podía consentir
q u e la h erejía d esgarrase la unidad católica, conse
gu id a en tiem po d e R ecared o gracias á los traba
jo s apostólicos de sus gloriosos antepasados San
Isid oro y San L ean d ro . T ra tó á los infieles m aho
m etanos con benignidad y procuró con dulzura
que abrazaran la ve rd a d era R eligión, q u e no c o
nocían; pero no podía tolerar que los q u e habían
nacido en el sen o d e la Ig lesia , los que habían
recibido su s enseñanzas, los que se habían alista
do bajo las banderas de C risto , prom etiéndole
fidelidad, d esertasen de ellas para p asarse al
enem igo.
A estos tales entendía que debía tratárseles
com o traidores, sem ejantes á Ju d a s, q u e habiendo
recibido de los divinos labios del R eden tor la v e r
dad evangélica, d esp u és de acep tad a le ven d ió
á la sinagoga, haciéndose acreedor á la m uerte m i
serab le con que p uso térm ino á sus días.
E l horror q u e le inspiraban era tan grande, q u e
n o p erdo n aba m edio ni ocasión d e castigar sev e
ram ente á los contum aces, y esto le hizo acoger
con gran jú b ilo en su s reinos á la O rden de San to
D om ingo, com o debeladora de la herejía y celosa
defensora d e la pureza de la fe. A su san to F u n
d ad o r y á su s hijos espirituales dió toda c la se de
facilidad es para el cum plim iento de su apostólica
m isión, p restándoles d e un m odo d ecid id o y eficaz
e l a u x ilio del brazo secular para arran car de raíz
to d a clase d e herejías, y m uy especialm ente la de
los albigenses, q u e era la que m ayor riesgo ofrecía
para las alm as por la extensión que h abía ad qu iri
do en el M ediodía d e Francia.
E l P . M ariana, en su H istoria general de E spañ a,
afirm a que e l santo R e y no sólo hacía castigar á
ios herejes por medio d e su s m inistros, sin o que
p ara d a r un testim onio elocuente d el horror q u e le
insp iraban los h erejes, é l m ism o llevaba leñ a á la
hoguera á que eran condenados los relapsos y le
ponía fuego; y e sta afirm ación ap arece com proba
d a en un c u ad ro que se conservaba en el clau stro
del convento de Dom inicos de N u estra S eñ o ra de
A to ch a , y en el q u e se rep resen ta á San Fern an d o
llevando a cu estas un haz de leña en m em oria del
p rim er au to d e fe celebrad o el año 12 19 .
H asta ese punto lle v ó e l santo R e y el ard o r de
su fe, y de e ste m odo logró con servarla incólum e
en su s rein o s, cum pliendo así con los d eb eres que
incum ben á todo m onarca cristian o, q u e , seg ú n él
m ism o decía, está obligado á d a r som bra á las de
term inaciones y le y e s apostólicas, «porque, vién
d o la s faltas de p od er, no las u ltraje la violencia*.
E sta misma fe le hacía resp etar escru pu lo sa
m en te todos los d erech os de la Ig lesia y velar por
s u s intereses, hasta el punto de que, habiéndole
aconsejad o algunos de su s capitan es, d uran te el
c e rc o de S e v illa , que tom ase algún dinero d e las
ren tas eclesiásticas p ara a te n d er á los e x tra o rd i
narios gastos que e x ig ía tam aña em presa, les atajó
diciendo:
— D e los eclesiásticos sólo q u iero las oraciones;
é sta s las solicitaré y p ed iré siem pre, porque á sus
santos sacrificios y ruegos debem os la m ayor p a r
te de nuestras conquistas.
D e cía tam bién que los tem plos eran los más
fu ertes castillos; las O rdenes religiosas, los m uros
d e su m ayo r defensa, y los escuadrones en que
m ás fiaba, los coros de los religiosos, que dándole
á D io s culto de alabanzas, conseguían para su
ejército victorias.
E s ta fe tan ardiente d el santo R e y e x p lic a el
v a lo r heroico con que se lanzó á . em p resas contra
los m oros, que de otro m odo podían ser tenidas
p o r tem erarias. N o peleaba p o r él, sino por D ios,
y d e esto nacía su segurid ad de ob ten er la victo
ria q u e coronó siem pre to d as su s campañas.
Y esta le ardentísim a en q u e inspiraba todos
su s acto s se v e patente y m anifiesta en todas las
c a rta s y p rivilegios que dictó, y m uy señ alada
m ente en el que e x p id ió con cediendo fueros á S e
v illa , y en el que en vez de los títulos d e re y , m uy
p ropios de sem ejantes despachos, hizo una protes
tación d e la fe, que por lo m inuciosa y edificante
m erece s e r conocida.
D ice así:
«En el nom bre de A qu el que e s D io s verd ad e
ro é p erdurable, q u e e s un D io s con e l F ijo , é con
e l E spíritu Santo, é un Señ o r trino en p ersonas, 6
un o en substancia, é aquello que nos él descubrió
d e la su glo ria, é nos creem os d e él, aqueso
m esm o creem os que nos fué d escu bierto de la su
gloria, é del su F ijo , é d el E sp íritu San to, é así lo
creem os, é otorgam os la d eid ad verd ad era p erd u
rable, adoram os propiedad en p ersonas, é unidad
en esencia, é igualdad en la divinidad, é en nom bre
de esta trinidad que no se dep arte en esencia, con
el qual nos com enzam os é acabam os todos los
buenos fechos que ficiemos, aq u ese llam am os N os
que sea e l com ienzo é acabam iento de esta nuestra
obra. Amén.*
D ign a de to d a ponderación y alabanza e s la
m uestra de la fe del santo R e y que acabam os de
copiar, fe que no le abandonó un solo momento
en todos los trances de su preciosa v id a y en el de
su tod avía m ás preciosa m uerte, com o m ás a d e
lante verem os, p ues tenía tan presentes los miste
rios d e nuestra sacrosan ta R eligió n y creía en
ello s con tal fervor, que no p erdo n aba ocasión de
proclam arlos, no sólo por escrito y en docum en
tos oficiales, sino de palabra, á cad a hora y á cada
m om ento, y siem pre con un respeto y una d e v o
ción que ed ificaba á cuantos le oían.
C A P ÍT U L O XX
/u apF'*-^ *'
C A P ÍT U L O X X Í
C A P ÍT U L O X X I I
C A P ÍT U L O xxin
S u sabiduría.
C A P ÍT U L O X X IV
f
OMO la fe de S an Fern an d o era un fuego
inextinguible e n que ardía siem pre su co
razón, era, p o r consiguiente, extrem ad a
su confianza en D io s. D esde m uy niño,
seg ú n refieren su s historiadores, fué gran de esta
confianza, y á m edida q u e fué creciendo en edad
aum entó su esperanza, no buscando otro auxilio
que e l de D io s por m edio d e la oración continua.
— N o tem o— d ecía—á m is enem igos, mientras
tenga de mi parte á mi D io s y S eñor. V e n z a yo
mis pasiones, que ello s serán vencidos.
E s ta confianza la había, sin duda, heredado de
su buena m adre, p u es todos los historiadores d e su
tiem po están conform es en afirm ar que le enseñó
d esd e su s m ás tiernos años aquel divino precepto
d e que el que esp era en D io s no puede ser infeliz.
E s ta m áxim a le anim ó en sus cam pañas contra los
L a ra s, que tanto trabajaron para arrancarle el cetro
d e las m anos, considerándole déb il p o r su s corto s
años y sólo sostenido por e l fem enil brazo de su
m adre. M as no pensaban aquellos sob erb ios m ag
nates que no p revalace la fuerza hum ana contra
e l brazo de D io s cuando ob ra en a u x ilio d el q u e
le invoca confiado únicam ente en su valim iento, y
q u e siem pre la ju sticia será e x altad a á p esar de
to d a hum ana arrogancia.
Con esta m isma confianza en D io s entró á sose
g a r las inquietudes que su mal aconsejado padre,
A lfo n so I X de L e ó n , le m ovió al principio d e su
reinado, y la carta que le escribió, que en uno
de los capítulos anteriores q ueda copiad a, revela
en todas su s cláusulas que confiaba en que D io s le
daría el triunfo en una guerra en que era el p ro
vo cad o y que h aría contra to d a su voluntad.
E n D io s puso su confianza a l em prender sus
conquistas en A ndalucía, y la so la reflexión de que
defiende la causa d e la R eligió n , de que v a á e x
tender el dom inio cristiano y á d esh acer la tiranía
d e los que blasfem an de Cristo, le infunde un án i
m o belicoso, y d esp u és de im plorar el au xilio d i
vino, sale á cam paña sin que le am edrenten las
num erosas huestes agarenas, y p o r espacio de
veinticuatro años con secu tivos no intenta victoria
q u e no consiga, y cuenta m uchas veces su triunfo
antes d e lograrlo, sin que jam ás resulte falso
profeta.
Y de esto provienen aquellas pingües don acio
nes hechas á la Ig lesia d e m uchos terrenos q u e aún
no se habían ganado a l enem igo, porque si la con
fianza que en D io s tenía el santo R e y no hubiese
sido tan firm e, seguram ente no habría dicho en
tantos docum entos en que figuran estas donacio
n es anticipadas, q u e las hace para que tuvieran
efecto lu ego que hubiera tom ado lo que se pro
ponía conquistar.
¡P ero qué m ucho que procediera así el santo
R e y , exclam a uno de su s historiadores, cuando in
finitos lances de su vid a atestiguaron eternam ente
q ue su m ayor valo r no estaba en la m ultitud ni en
lo s brazos d el hom bre, sino en su fe y en su con
fianza en Dios!
M uchas veces, á la v ista de inm inentes peligros,
le exponían su s capitanes la im posibilidad del
triunfo, poniéndole delante el corto núm ero de las
gen tes alistadas bajo su s banderas, e l cansancio y
fatiga de los que habían de asaltar los m uros, ó la
furia d e los que resistían, ó el ardid de los que ha
bían de rendirse, y ya, en fin, la sed y ham bre que
padecían su s soldados. M as nunca desm ayó San
Fernand o, ni se lee que vo lviese en ocasión alguna
las espaldas al enem igo.
L a s reflexion es que le hacían le afligían p ro
fundam ente, com padeciéndose de la su erte de los
soldados; le atorm entaban el ánim o, p ero no se lo
quitaban, y su contestación era siem pre la misma;
á saber: «que D ios protegía su causa; q u e D ios
e ra su au xilio y su defensa*.
A ella se acogía, y consultando con D io s á solas,
y en su oratorio, p arecía salir de él c o n la res
puesta decisiva d el d ivin o orácu lo que le ofrecía
la victoria, pues tal era el ánimo con que entra
ba en los m ayores peligros y tal e l m aravillo
so efecto, que todos contaban con e l inm ediato
triunfo.
D e otro m odo no podrían ser creíb les m uchos
d e los innum erables que consiguió en su s cam pa
ñas el santo R e y. S ó lo sabien d o su gran confian
za en D io s, y la asistencia continua d el brazo
om nipotente con que prem iaba su fe el D io s de
los ejércitos, se com prenden su s p ortentosos triun
fos, y de esto tom ó m otivo el O bispo d e Palencia,
D . R o d rigo A ré va lo , cu and o al escribir de estas
cosas d u d ab a si S a n Fernando fué m ás afortunado
q u e santo.
P ero entre todas estas portentosas victorias, la
m ás extrao rd in aria fué la conquista de Sevilla,
centro d e todo el pod er m ahometano en E spañ a, y
donde se hallaban reunidas todas las fuerzas ene
m igas. U n ico asilo en aquel tiem po de lo s que
huían de la esp ad a vencedora de San Fern an d o,
de m uchos m illares de habitantes, c u yas riquezas
parecían inagotables, y su s cam piñas opulentísi
m as, y c u yo s defensores peleaban con la energía
que da la desesperación.
A e sta em presa se arrojó el santo R e y en un
principio, según el testim onio de los historiadores,
con sólo trescientos hom bres que sacó de C ó rd o
b a , y con ellos, corriendo gran d es peligros, se p re
sentó an te su s m uros, después de no d ejar de
trás de s í fortaleza, lugar m urado ni v illa que no
d estru yese ó no se le rindiera con pactos venta
jo so s.
Y e s de toda evid encia q u e si D io s no le hu
b iera asistid o visiblem ente, ob ligado, digám oslo
así, p o r la gran confianza que tenía en su brazo
om nipotente, h abría sido im posible al san to m o
narca salir con tanto lucim iento de em presa tan
descomunal. Y tam poco se le habrían ido juntando
tantas gen tes com o las que llegó á reunir bajo los
m uros d e S evilla, s i los que á su llam am iento acu
dieron no hubiesen con ocid o que era un Santo, un
escogido de D io s para dar feliz cim a á tam aña em
presa.
E n el sitio de S evilla fué todo extrao rd in ario,
todo sobrenatural y m aravilloso para conseguir el
triunfo. L a disposición d el cam po de batalla, los
lances m ás notables de los ad alides, el rompimien
to del puente de T ria n a , e l asalto de su castillo y
la constancia de m antenerse tantos m eses pelean
do á tarazo partido con el enem igo, y , en fin, todo
lo q u e ocurrió hasta que e l santo R e y entró triun
fante en la ciudad, parece soñado si se mira con
los ojos de la razón hum ana; p ero s i se fija la con
sideración en la confianza en D io s con q u e em
prendió S an Fern an d o esta conquista, si se refle
x io n a q u e en los m ayores apuros y cuando los ar
bitristas proponían para la abundancia d el ejército
m edios que, por lo perjudiciales al.estad o eclesiás
tico y al pueblo, d espreció el santo R e y , clam ando
sólo á D io s p ara q u e acud iese en su a u x ilio , enton
ces todo es creíble, porque sólo el p oder del A ltísi
mo p od ía reso lver tan grandes dificultades. Y es
m uy de notar que nunca, com o durante el cerco de
S evilla, se vieron los continuos é x ta sis del santo
m onarca, sus repetidos acto s d e m ortificación y de
Penitencia, sus coloquios con D io s y sus Santos,
y finalm ente, las p ruebas m ás convincentes de un
hom bre ju sto con tanta razón elevad o á los altares.
L a conquista de S e v illa fué, en una palabra, el
crisol del v a lo r de los españoles; p ero fué también
e l crisol en q u e m ás se purificó la confianza en
D io s d el re y S an Fernando.
B ase y fundam ento de esta confianza en Dios
fué la recta intención que presidió á todos los actos
d el bienaventurado m onarca.
« F u é éste glo rio so principe— dice el O bispo de
Patencia en su h isto ria—tan virtuoso y tem plado,
q u e jam ás hizo guerra sino con ju stas causas, tra
yen d o á cuento para to d o, aquello d e A ugu sto,
e sto e s, que e s de va n a jactan cia y de viciosa
liviandad de corazón d ex a rse llevar d el d eseo del
triunfo y del laurel, porque esto no e s m ás q u e ho
ja s sin fruto, exponiend o á peligro de inciertos su
ceso s y desgracias de refriegas, la segu rid ad y
vid a de los leales vasallos.*
T am bién atestigua el m ism o O bispo que jam ás
s e le caía de la boca e l otro dicho de Escipión :
«Estim o m ás la vid a de un ciudadan o, que quitar
la á mil de los enem igos*.
E sta recta intención de San Fern an d o fué mu
chas v e c e s envidiada p o r su consuegro el rey don
Jaim e d e A ragó n , y con frecuencia decía d el santo
R e y «que p luguiese á D io s q u e su yerno D . A lon
so , su hijo y sucesor, h ered ase aquella buena in
tención y ánim o, y aqu ella m isma afición y dili
gencia que en p erseguir á los m oros su tan buen
padre D . Fern an d o tu vo». P ero aún es m ayor y
m ás auténtico testim onio de esta rectitud, e l que
por s í m ism o n os dió el santo R e y , seg ú n afirma
e l ya citado O bispo de Palen cia, que pudo saber-
lo de personas q u e lo oyeron a l m ism o S an F e r
nando.
«E ste r e y — dice el m encionado Prelado,— pre
gu n tad o p o r qué había aum entado su reino m ucho
m ás q u e su s progenitores, puesto que recobró lo
que los otros perdieron, dió esta respuesta, tan dig
na de su autor com o de eterna memoria:
— Pudo s e r que los otros tuviesen o tro s inten
tos y fines de ensanchar su reino m ás que lo fué.
T ú , S e ñ o r—añadió fixan do los ojos en e l cielo,—
que ve s mi corazón como e l d e todos, sa b es que
n o busco mi honra, sino la tu y a; no la gran de
za d el reyno perecedero, sino la del tuyo chris-
tiano.»
E n esta recta intención aseguró siem pre la s v ic
to rias que están prom etid as por D io s á los prínci
p es que hacen la guerra con e lla , y e l firm e p ro
p ósito d el re y D . F ern an d o en esta p arte lo sign i
ficó bien el O bispo de T u y , D . L u c a s, cuando
aludiendo á los m aravillosos efecto s que se nota
b an en los triunfos d el santo m onarca, m oviendo
las arm as contra los enem igos d e la fe, concluye
diciendo: «Con cuchillos fieles pelean los re y e s de
E sp añ a por su fe, y cada p arte vencen».
A u n q u e no se hubiese con servad o m emoria de
e sto s dichos de S a n Fernando en los autores que
‘ temos citado, siem pre com probarían la rectitud
d e corazón conque p roced ió en todas su s em pre
sa s, no sólo los ju sto s fines de ellas, en que única
m ente s e ocupó toda su v id a p ara e x tin g u ir los
enem igos desde el m ism o d ía que asegu ró en sus
sienes la corona de C astilla, sino que lo publicarán
V ID A D E SAN F E R N A N D O II
eternam ente así m uchos de su s diplom as, en q u e,
a l h ablar de estas victorias, sólo á D ios las atribu
y e , porque quien reconoce á D io s com o autor
d el vencim iento, prueba que su intención en la
em presa fué únicam ente su gloria y su ensalza
miento.
Y esto e s m ás de notar cuanto q u e estas cláusu
la s de su s diplom as no tienen precedente en los de
s u s antecesores p ara la im itación, ni en los de sus
su ceso res para creerlas vu lgares y de uso co
rriente.
B asta alegar, entre otros m uchos que pudiéra
m os citar, e l que e x p id ió en B u rgo s á 2 de S ep
tiem bre d e 12 3 7 , pues adem ás de contener un tes
tim onio d e la delicadeza con q u e el santo R e y mi
ra b a la conservación de todo lo que pertenecía á
las iglesias, para q u e su gran liberalidad en el pre
m io hacia sus vasallo s benem éritos no perjudicase
los d erechos ya adquiridos por ellas, expresam ente
h ace m em oria de la gloriosa conq u ista de Córdoba
con estas palabras: «C onviene á saber, en el año
segu n d o en que yo , el re y Fernando, p u se cerco á
la fam osísim a ciudad d e Córdoba, y cooperando, ó
p o r m ejor decir, haciéndolo todo la gracia del E s
píritu Santo, por m edio de m is sudores fué esta
ciud ad restituida al culto christiano».
P u ed e decirse, en suma, q u e en ninguno de los
acto s de su vid a le m ovió jam ás el p rop io interés,
ni el deseo d e acrecentar su s dom inios para ser
tenido p o r el m onarca m ás poderoso de la tierra.
L a glo ria de D io s, el aum ento de la fe católica
y la destrucción de las falsas creencias fué lo úni-
co que m ovió su brazo. Y así le vem os que cuan
do se trata de E stad os cristianos se presta á todo
acom odam iento antes que recurrir á las armas»
y cuando su p ad re el rey de L e ó n le p id e una
Tuerte sum a p ara desistir de h acerle la gu erra, la
da inm ediatam ente, satisfecho de p oder á este pre
cio con servar la paz de su reino.
C A P ÍT U L O X X V I
f
UKQUE la edad del santo R e y no era tan
avanzada q u e no perm itiera esp erar que
su v id a se prolo n gase aún bastantes años,
p ues sólo contaba cincuenta y cuatro,
cuando se ocupaba en preparar su exp ed ició n á
las costas africanas, su salud, en cam bio, estaba
aiuy m inada, tanto por las continuas fatigas d e las
largas gu erras q u e contra la m orism a so stu vo ,
como á causa d e su s constantes ayu nos y rigu ro
sas penitencias con que m ortificaba su cuerpo.
E n estas circunstancias cayó enferm o d e h id ro
pesía, y aunque en los prim eros m om entos no se
presentó su dolencia con carácter alarm ante, el
santo R e y conoció en segu id a que su mal no sólo
era incurable, sino q u e le llevaría en b re ve al se
pulcro, aun q ue otra cosa le dijeron lo s m éd icos
q u e le asistían.
No obstante esta persuasión, nacida indudable
m ente de secretos aviso s d e D io s, sem etióse con
s u habitual paciencia á las prescripciones faculta
tivas, que lejos d e a liviar su dolencia la fueron
agravan d o , aunque d e una m anera tan embozada,
q u e sólo el santo paciente conocía día p o r d ía sus
p rogresos.
P o r e sta razón causó no poca extrañeza á todos
cuantos le asistían, y aun á los m ismos m édicos,
o irle p ed ir á p oco d e haber caído enferm o que le
adm inistrasen el santo Sacram ento de la com unión
e n form a de V iático , después de haberse confesa
d o , como lo hacía con m ucha frecuencia, con su
d irecto r espiritual, D . Ram ón de Lizana, O b isp o de
S ego via. E ste le dijo, á m odo de ob servación, que
d esd e luego p od ía com ulgar, pero que le parecía
q u e no se h allaba aún en estado d e ser viaticado,
segú n e l dictam en de los m édicos q u e le asistían;
p ero San Fern an d o le rep licó desengañándole, d e
claran d o que le quedaban m enos horas d e vida
q u e días suponían los m édicos que había de durar
s u enferm edad, y ante esta afirm ación, h ech a con
la segurid ad del q u e sab e á ciencia cierta lo que
s e dice, se apresuraron á satisfacer su s santos d e
seo s, de los que dió aviso á la reina é infantes y á
to d a la corte d el santo m onarca para q u e el sa g ra
d o acto se verificase con la solem nidad co rres
pondiente.
E l m ism o San Fern an d o , con una serenidad de
esp íritu que adm iró á cuantos le rodeaban, d ispu
so d esd e su lech o lo necesario para con vertir en
c a p illa su cám ara, ordenando, entre otras cosas,
que se retirasen ó quitasen d e ella todos los orna
m entos y atributos de la m ajestad hum ana, pues
desde aquel m om ento no era su estancia la mora
da de un re y de la tierra, sin o el tem plo donde
iba á penetrar el R e y de los cielos, coronando con
este acto de humildad los m uchos que había prac
ticado durante su santa vida.
Cuando todo e stu vo p reparado, y después de
orar largo espacio de tiem po, confesóse de nuevo
con e l y a citado O bispo de Sego via, y tras otra
larga oración pidió á su con fesor que no dilatase
por m ás tiem po la llegada de su D ivina M ajestad,
p ues se le hacía un siglo cada momento que tar
d aba en recibir á Je sú s Sacram entado.
D ad as las órd enes correspon dientes, entró en la
cám ara regia, convertida, com o hem os dicho, en
capilla, el santo V iático , acom pañado del infante
D . F elip e, A rzobispo electo de S evilla, y de otros
m uchos Prelad os, así como de to d a la fam ilia real,
clero y grandes del reino en núm ero tan conside
rable, que m uchos de ellos hubieron de quedar
fuera de la estancia p o r no tener ésta capacidad
suficiente p ara contenerlos á todos.
A l v e r el santo R e y penetrar en su cám ara á J e
sú s Sacram entado, se arrojó del lech o sin que na
die p udiera im pedirlo, y puesto de rodillas en tie
rra, cubrióse de ceniza la cabeza, se echó a l cu ello
una sog a en señ al de esclavitu d an te e l R e y de los
reyes, y tom ando en su s m anos un cru cifijo, se
p u so á ven erarle con fervoroso afecto.
Hizo lu ego an te la sagrad a im agen de Je s ú s cru
cificado una tiern a expresió n de todas las pen as
y torm entos sufridos por el D ivin o R e d en to r del
m undo para sa lv a r á los hom bres, y tras prolon
gad os y fervientes actos de contrición p o r sus
pecad os, y después de p ed ir á todos cuantos le
C A P IT U L O X X X I
§
espués
C A P IT U L O X X X II
Ü ^ e r m in a d o s
los funerales p o r el alm a del
santo R e y, procedióse á d a r sepultu ra á
su cuerpo en la an tigu a capilla real que
^ d aba al O riente de la catedral de Sevilla.
L o s preciosos restos fueron colocados en un se
pulcro p rovision al m ientras se term inaba el m a g
nífico de ja sp e y estilo rom ánico que el rey don
A lfo n so el Sabio m andó construir y q uedó term i
nado el año 12 79 .
D ich o sepulcro carecía de estatua, en cum pli
m iento de las palabras q u e es fam a dijo y a m ori
bundo S an Fern an d o al O bispo de A révalo: «Mi
vid a sin reprensión d e culpa, de la m anera q u e he
pod id o, y m is ob ras, serán mi sep ulcro y mi esta
tu a»; y en cada uno de su s cuatro lados hizo gra-
b a r el rey D . A lfonso otras tantas inscripciones
con letras de oro de relieve; una en latín, otra en
castellano, en h ebreo la tercera y en árabe la
cuarta.
L a castellana, que viene á s e r una traducción li
bre de la latina, dice así:
«Aquí yace e l re y m uy ondrado D . Ferran d o ,
señor de Castiella é de T o led o , de L eó n , de G ali
cia, de S evilla, de C órd oba, de M urcia é de Ja é n ,
el que conquistó to d a E spañ a, el m ás leal, é el m ás
verdadero, é el m ás franco, é e l m ás esforzado, é e l
m ás apuesto, é el m ás gran ado, é el m ás sofrido, é
el m ás om ildoso, é el que m ás tem ie á D ios, é el
que m ás le facía servicio, é el que quebrantó é
d estru yó á todos su s enem igos, é el que alzó y on-
dró á todos sus am igos, é conquistó la C ibdad de
S evilla, q u e es cabeza de toda E spañ a, é p assos hi
en el postrim ero día de M ayo, en la era de mil
et C C et n o ven ta años.*
L a hebrea, según la traducción publicada en las
M em orias literarias de la A cadem ia de Bellas A r
te s de Sevilla, dice así:
«En este lugar está el sepulcro del R e y gran de
D . Fernand o, señ or d e C astela, y de T o laito la, y
de L e ó n , y de G alicia, y de Isbilia, y de C o rtova,
y d e M urcia, y de G ien . E s té su alm a en el H uerto
Edén. E l que conquistó toda Sep harad (España),
e l R ecto, e l Ju sto , el P ru d en te, el M agnífico, el
F u e rte, el Piadoso, el H um ilde, el que tem ió á
D io s y le sirv ió todos sus días; el que quebran tó y
destruyó á todos sus enem igos, y ensalzó y honró
á todos sus am igos, y conquistó la ciudad de Isb i-
lia, que e s cabeza de to d a S ep h arad , y m urió en
ella en la noche d el d ía segundo y vigésim o día
d el m es de S iv a n , año cinco mil y doce d e la crea
ción del Mundo.*
L a arábiga e stá redactada en los siguien tes tér
minos:
« E ste e s el túmulo del m áxim o R e y D . Fern an
do, señ or d e C astilla y de T o led o, de L e ó n , de
S evilla, de C ó rd o b a, de M urcia y de Jaén ; m uy
agrad able á D io s; que recuperó á toda E spañ a;
varón fidelísimo, veracísim o, constantísim o, ju stí
sim o, fortísim o, óptim o, liberalísim o, m ansísimo
en su Im perio, hum ildísim o; m uy d ado á D io s, y
á lo q u e era de su obsequio; del cual tuvo D ios
m isericordia en las horas vespertinas del día vier
nes; el cual llenó de h onras y prem ios á todos sus
escogidos am igos; el cual conquistó la ciudad de
S evilla, que e s cabeza de toda E spañ a, y m urió en
ella; el que, finalmente, quebrantó y d estru y ó to
talm ente la fuerza de todos su s enem igos, cu yo
tránsito fué en el d ía 20 del m es R a b ie prim ero,
en el año de seiscientos y cincuenta de la H egira.»
A d em ás de estas cuatro inscripciones del sepul
cro de San Fernand o, su hijo D . A lfo n so el Sabio
hizo poner doce sentencias de otros tantos doctos:
diez, d e los que vivían form ando p arte de su Con
se jo , y que habían sido nom brados por e l santo
R e y , y las dos restantes, de los dos consejeros que
D . A lfonso nom bró para sustituir á los que habían
muerto.
H e aquí dich as sentencias:
« i.a M ejor e s tu fin que tu comienzo. 2.a E n la
m uerte fenecen los saberes, y en la de este R e y
creció la sabiduría. 3.a Fu iste siem pre en la vida
con m ucha virtu d , y eres sab io en la muerte.
4 * M ás será tu renom branza que el tiem po de tu
vid a. 5.a M a y o r fecho el tu yo que el de los que
conquistaron el o rb e. 6.a Preciaste las cosas influi
das, é fasta la fin será tu nombre. 7.a N on te que
d a el de la tu señoría, sino del m andato q u e d eja s
te á los sabios ó el bien que feciste. 8.a P restate á
saber, é siem pre te loarán los sabios. 9.0 Feciste
ferm osa casa con poco dinero. 10.a E n la v id a ho-
biste la ferm osura d el cuerpo, y en la m uerte m o
ra ste ferm osura del alm a. 1 1 . M ás conocido serás
m uerto que vivo . 12 . Fasta aquí te loaban lo s que
te conocían, é a h o ra loarte han los que no te c o
nocieron.*
L o s restos d e S an Fernando perm anecieron en
la R eal capilla d e la prim itiva catedral de S evilla
hasta el año 14 0 1 en que, acordado por e l cabildo
d em oler el edificio por am enazar ruina, y con el
fin d e levantarle d e nuevo, hubo necesidad de
d esalojar dicha capilla y traslad ar e l santo cuerpo
al llamado salón alto. D e allí fue transportado á la
capilla llamada entonces de los Conquistadores, hoy
N ave del S agrario , h asta su definitiva colocación
en la nueva capilla, llam ada de los R e y es, de que
m ás adelante hablarem os.
E n dicho lugar puede decirse q u e recib ió culto
particular d esd e el m omento en que en é l fueron
depositados su s sagrad os restos. E n la opinión pú
blica su santidad estaba fuera de duda, y los habi
tantes de S evilla le tributaban e l hom enaje de un
------------------
<Al d iv o F ernando s a n t ìs s im o é in v ic t í s im o
r e y : p o r q u e v e n c id a la m o r is m a , c o n se g u id a l a
n o v a n a o p in ió n , d e s a n t id a d e n t r e l o s h a b it a
dores D E L C IE L O , C O M O L O A C R E D I T A N S U S M IL A
GROS: el Se n ad o y el pueblo de S e v il l a , de -
M D L X X I X .»
S u s m ila g r o s .
* *
C A P ÍT U L O X X X V
E l o g i o q u o d o S a n F e r n a n d o h iz o s u h i j o D . A l
f o n s o e l Sabio
C A P ÍT U L O XXXVI
S u canonización.
f
canonización d el santo R e y se acord ó por
e l C abild o que las fiestas en honor del
bienaventurad o m onarca dieran principio
e n la tarde d el dom ingo de la Santísim a T rinidad,
y q u e el lun es siguiente fuese la función principal
d e l Santo, que era la particu lar que e l Pontífice
concedió en su B re v e adem ás d e la anual d el 30 de
M ayo, p rop ia d e su festivid ad . E l m otivo d e ha
c e rlo así fué p o r con ven ir precisam ente la fiesta de
la Santísim a T rin id ad con el an iversario q u e se le
h acía todos los añ os desde lo s com ienzos d el si
glo x v j , y el orden q u e se siguió en e sta solem ni
d ad fué el siguiente, según la descripción que hace
R odríguez Zapata:
Com enzó el nuevo culto can tán d ose vísperas
solem nes, con asisten cia del C abild o secu lar y “ e-
m ás autoridades y corporacion es que iban á la
p rocesión del Corpus, según se p rescribía en la
R eal cédula e x p ed id a a l efecto. E l coro fué p re
sid id o por el A rzobispo revestid o de Pontifical, y
oficjó la tercia y celeb ró la M isa el día siguiente,
haciendo el panegírico el Sr. D . Ju a n San tos G ra n
de, canónigo lectoral d e Sevilla.
L le g a d a la tarde y concluidas las segundas v í s
p eras, se ordenó una solem nísim a procesión, dis
puesta pocos días antes, llevando la m isma estación
que la del Corpus, con las calles engalanadas de
ricas colgaduras, arcos de triunfo y altares q u e se
levantaron para m ayo r esplendor d e la celebridad.
D elan te de ella iban la Tarasca y los Gigantes,
según la costum bre de aqu ellos tiem pos; seguían
las herm andades con su s estandartes é insignias,
y la de las santas Ju s ta y R u fin a conducía su s
im ágenes, presidién dolas á todas la sacram ental
del Sagrario.
A continuación seguían la s com unidades reli
giosas con las efigies de su s p atriarcas ó santos
principales, é inm ediatam ente las cruces p arro
q uiales, presididas p o r la M etropolitana y Patriar
cal. Segu ía el juez de la ig lesia con sus m inistros,
e l clero y el señor Pro viso r con los oficiales d e su
tribunal. L u e g o los capellan es y veinten eros d e la
santa Ig lesia, la U n iversid ad de beneficiados de
la s parroquias, y dos canón igos de la C olegial del
S alv ad o r. En seguid a ib a el cabild o eclesiástico, y
e n tre los p reben d ad os, llevaba el pendón de San
Fern an d o D . L o p e de M endoza, teniente de a l
guacil m ayor, p o r e l duque de A lcalá, y m ás hacia
e l centro conducía la esp ad a D . P ed ro d e V ille la ,
conde de L e n c és y asisten te de la ciudad.
A éstos seguían una orquesta y la s and as donde
ib a la im agen d el santo R e y , rod eánd ola los cofra
d es de la antigua H erm and ad de San M ateo, rica
m ente vestid o s y arm ados, seg ú n su p rivilegio
PéK».
I .—L o s antecesores do S an Tornando................. 5
II .—Dudas sobro ol lu gar y la focha do su
nacim ionto.—Sus primoros años y educa
c ió n —E l Papa disuolvo ol m atrim onio do
sus padros.................................................................. 10
I I I . —Do cómo llogó San Fernando á ser rey
do C a stilla ................. .............................................. 18
IV .—Prom uévelo guerra ol rey do León, su pa
dre.—Hermoso ejem plo do rospoto filial quo
dió con esto m otivo San Fernando ................ 24
V .—P rim eras.guerras de San Fernando contra
los moros —Sofoca otra rebeldía do los do
L a ra .—S u casam ionto con D.* Beatriz do
Suabia.—Perdón g e n e ra l.................................... 80
V I.—Expedición contra los moros do V alen
cia.—Conquistas do San Fornando en A n
dalucía.—Su am istad con ol roy m oro de
Baoza.—Prodigio ocurrido en dicha ciudad.—
Tóm ala definitivam ente San Fornando.......... 85
V I I.—Muorto do D. A lfonso IX do León.—Su
testamento.—San Fornando tom a posesión
do dicho reino con la ayuda oficaz do su m a
dre.—M agnanim idad dol santo R o y con las
h ija s dol prim or matrimonio do su p a d re ... . 42
V I I I . —Tom a S an Fornando á Ubeda.—Muor-
VUM D B SAN F ER N A N D O
P A*«.
V ID A S DE SA N TO S
VAN P U B L IC A D O S
* V id a de S an José.
» de S an A ntonio de Padua.
> d e San Ju an de D ios.
> . de la B eata Ju a n a de A rco.
> de S an L u is Gonzaga.
* de S an Estan islao de K o stka.
» de San F ran cisco de A sís.
* de S an V icen te de Paúl.
V id a de S an ta T e re sa de Jesú s.
> de S a n Ignacio de L o yo la.
> de San Fran cisco de B orja.
» de S a n F ran cisco Ja vie r.
» d e S a n V icen te Ferrer.
> de S an A gustín.
> de S an to D om ingo d e Guzm án.
> de S a n P ed ro C laver.
> de San tos niños.
* de N iñas santas.
> de San M artín, O bispo de T ours.
> de S an A lfonso M aría d e L igo rio.
> d e San Ju a n Berchm ans.
* del B eato Ju a n B . V ian n ey , C u ra de A rs.
> d e la Beata M argarita M aría de A lacoque.
* d e San L u is, R e y d e F ran cia.
» de S an ta Isab el de H ungría.
> d e S a n Pascu al Bailón.
* d e San F e lip e Ncri.
> de S an F ran cisco de Paula.