[gue SE SABE SOBRE EL AMOR EN FRANCIA
EN EL SIGLO XII?
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No hablacé del ami6# dé ids. Sin embargo, zcémo no hacerlo?
Hay razones imperiosas que obligarian a empezar por ese punto.
Efectivamente, sien la evolucin de la cultura europea hay una
inflexién, incluso un hito decisive en cuanto a Iz idea que los
hombres se han hecho del sentimiento que nosotros lamamos ¢l
amor, ¢s en los escritos de los pensadores de la Iglesia donde
‘nosotros, los historiadores, podemos discernirlo en primer lugar. En
efecto, e868 hombres que precisamente en el norte de Francia y en el
umbral del siglo Xtf, en la escuela capitular de Paris, en Saint-Victor,
en Clairvaux o en otros monasterios cistercienses, y desde alli
alcanzando ripidamente a Inglaterra, meditaban sobre las relacionés
afectivas entre ¢l Creador y las criaturas —hombres animados por el
+ movimiento de renacimiento que inducia a leer asiduamente los
grandes textos del clasicismo latino, aprehendidos por la progresiva
interiorizacidn del cristianismo motivado por las repercusiones de la
cruzada y la atenciéa més sostenida a las ensefianzas del Nuevo
Testamento— no tardaron en alejarse de una concepcién egocéntrica
del amor, la de la tradicién patristica de Agustin y del pseudo-
Dionisio, para concebitlo, inspicindose en Cicerén y en su modelo
de {a amicitia, como un impulso voluntario fuera de si, olvidadizo de
‘i, desinteresado y que conduce mediante un progreso, una depura-
cién geadval, a la fusién con el otro.
2
El aman tw ha Edad Preeti
Del atoc y del matrimonio 3
‘Ahora bien, (16s ifrutos) de"/estas reflexionet no permanecian
‘encerrados en los monasterios 0 en las escuelas. Sé difundiexon por
toda la Sociedad aristocriticayyen primer lugar en victud de esa
ésmosis que, por efecto de uaa esteecha convivencial doméstica encre
clérigos y laicos, Hevaba en las casas nobles a que las dos culturas, le-
‘eclesiastica y la caballeresca, se compenetraran; posteriofmente, en el
teanscurso del siglo Xl, debido al progreso de ia acci6n pastoral, al
esfuerzo deliberado por educar, exhortando y sermoneando, al
pueblo fiel. (Numerosos textos que nos informan sobre la evolucién
del amor que se exige al cristiano hacia su Dios fueron escritos para
servir, precisamente, a esta educacién.)
Por otra parte —y es esto lo que mis nos impoca—, la
meditacién de los te6logos y de los moralistas sobce la caritas inclin6
ripida y naturalmente, mediante el simple juego de las metiforas que
propone la Sagrada Escritura, a prolongarse en una meditacién
sobre el matrimonio, sobre la naturaleza y la calidad de la relacién
afectiva dentro de la pareja conyugal.
‘Sin embargo, no hablaré del amor de Dios, y ello por un motivo
serio: porque no soy historiador de Ia teologia ai de la moral y
porque otros que tenian cualidades para hacerlo han hablado de ello
abundantemente, escrutando todos los textos. Yo soy historiador de
la sociedad feudal; busco comprender como funcionaba esa sociedad,
y por ello me pregunto sobre los comportamientos y sobre las
representaciones mentales que han dirigido estos comportamientos.
Debo definir claramente desde un principio el marco de una
investigacién cuyos primeros resultados aporto aqui. Emi caso a0
puede tratarse de situat Ia evolucién del amor en el nivel de una
simple historia de seatimientos, de pasiones, de «mentalidades», que
seria autOnoma y estaria aislada de la historia de los otros componen-
tes de la formacion social, desaeraigada. Por el contrario, se cata de
insertar esta evoluciéa —y el apartado fundamental que dedican a la
encarnacién los peasadores sacros del siglo XIi que he mencionsdo
me incita por si solo a hacerlo— en la materialidad de las relaciones
sociales y dé lo cotidiano de la vida. Esta investigacion se sitéa en la
prolongacién directa de la que he llevado a cabo recientemente sobre
la pedctica del matrimonio. Es un preludio de la exploracién de un
terreno mal conocido en el que empiezo a aventurarme, prudence
mente, cuando planteo el problema de la condicion de la mujer ena
sociedad) que lamamos feudal? En consecuencia, el amor del que34 El amor en lk Edad Media y ottos ensayos
hablaré es aquel de que es objeto la mujer, aquel que tambiéa la
anima a ella y que es legitimo dentro de su marco, la célula base de la
organizacion social, es decir, el.marco conyugal. Mi pregunta
concreta seri: gqué se sabe sobre el amor entre los esposos en la
-Francia del siglo xi?
No sabemos nada, y pienso que, respecto a la inmensa mayoria
de las familias, nunca Jo sabremos: en el norte de Francia, en esta
época temprana, la conyugalidad popular escapa totalmente 2 la
observacién. Los pocos atisbos se dirigen en su totalidad 2 la cimma
del edificio social, a los grandes, a los ricos, a Ia aristocracia mis alta,
a los principes. Se habla de ellos; pagan, y muy caro, para que se
hable de ellos, para que se conmemore su gloria y para que se
denigre a sus adversatios. Todos estén casades, lo cual es necesatio,
ya que la supervivencia de una casa depende de ellos. Asi pues,
algunas figuras de esposas surgen, junto a ellos, de las sombras.
Sucede que del sentimiento que les unia ya se han dicho algunas
cosas.
Sin embargo, todos estos testimonios —y los mejores proceden
de Ia literatura genealégica, dindstica, que se desarrolla en esta
regién durante la segunda mitad del siglo xtI— se atienen a lo que
las conveniencias permitian expresar por entonces. Se quedan en la
superficie, muestran sélo la fachada, las actitudes afectadas. Cuando
el discurso es agresivo, redactado contra poderes competidores, al
marido al que se quiere desacteditar se le moteja en primer lugar de
engafiado y es objeto de burla; por otra parte, también se le llama, en
cl latin de estos textos, redactados todos ellos en el lenguaje hieritico
de los monumentos de la cultura, wxorius, es decit, sojuzgado por la
mujer, desvirilizado, despojado de la necesatia preeminencia, consi-
derindose esta debilidad como efecto de la puerilitas, de la inmadu-
rez. Efectivamente, el hombre que toma mujer, independientemente
de su edad, debe comportarse como senior y mantener a esa mujer
bajo su estrecho control. Por el contrario, cuando el discurso
glorifica al héroe, es decie, al comanditario o a sus antepasados,
cuando es elogioso, su autor se cuida de evocar las desavenencias;
insiste en la perfecta dilectio, ese sentimiento condescendiente que los,
sefiores deben mostrar hacia aquellos a los que protegen y que el
esposo manifiesta hacia esta esposa siempre hermosa, siempre noble
ya la que.ha desflorado; si se queda viudo, se le muestra, como en el
caso del conde Balduino II de Guines, enfermo de pena, inconsola-
Del amor y det matrimonio
ble. De este “modo se extiende un velo ante In realidad de las
actitudes. En este tipo de escritos la ideologia de Ia que son
exprtesin, que, en este nivel social, en el transcurso del siglo xit,
coincide con la ideologia de los clérigos en determinados aspectos
decisivos, se conyierte en una pantalla
En primer lugar, hay un acuerdo sobre un postulado proc
obstinadamente: que la mujer es un ser débil que debe ser som
necesariamente dado que es natucalmente perversa, que esti consa-
grada a servic al hombre en el matrimonio y que el hombre tiene el
derecho legitimo a servirse de ella. En segundo lugar, encontramos
Ia idea, corcelativa, de que el matrimonio forma la base del orden
social, que este orden se funda en una relacién de desigualdad, en ese ¢
intercambio de dileccign y de reverencia que no es distinto de lo que (
cl latin de los escolésticos denomina ceritas. ;
Sin embargo, cuando, al buscar ottos indicios mas explicitos
sobre lo concreto de la prdctica matrimonial, intentamos ir mis alla!
de las/aparienciasy penetrar en esa corteza de ostentacién y alcanzar (
los comportamientos ea su realidad, discernimos que al despliegue ,
de la cartas en el seno de la conyugalidad se oponian por entonces ,
grandes obstéculos, que divido en dos categorias.
Los mis abruptos son resultado de las condiciones que presidian (
Informacion de las parejas. Es evidente que en ese entorno social ¢
todos los matrimonios eran concertados. Los hombres habian |
hablado entre ellos, los padres o algin hombre en posicion paterna, °
como el sefior del feudo si se trata de la viuda 0 de las huérfanas del (
vasallo difunto. A menudo el interesado —el juvenis, el caballero que (
busca fijac la residencia, pero que no habla a aquella a la que querria
ateaer a su_lecho, sino 2 otros hombres— también se habia
expresado. Como cosa seria que es, élmatrimonioyes un asunto
masculino. Evidentemente, desde mediados del siglo XIt la Iglesia
hizo admitic en Ja alta aristocracia que el vinculo conyugal se ;
‘establecerd mediante consentimiento mutuo, y todos los textos, es-
pecialmente la literatura genealégics, afirman claramente este prin-
cipio: aquella que ua hombre entrega en matrimonio a otro hombre
tiene algo que decic. ¢Lo dice realmente? (
No deja de haberalusiones'a jovenes reacias; pefo tales reivind!
caciones de libertad, o bien son denunciadas como culpables cuando
la joven, negindose a aceptar a aquel que se ha elegido para ella,
afirma que ama a otro, cuando habla precisamente de amor —su-
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36 El amor en la Edad Media y otros ensayos
friendo® proncamente el castigo” divino— 0 bien son objeto de
alabanza cuando se trata de otro amor, el amor de Dios, cuando se
fechazan las nupcias por voluntad de castidad. (A pesar de ello, los
dirigentes de la parentela no parecen inclinados a respetar tales
disposiciones del alma: los malos tratos que infligid a la madre. de
Guibert de Nogenit la familia de su.difunto marido, que queria, en
contra de su voluntad, volver a casarla, no fueron menos violentos
fai menos eficaces que los que abrumaron a Christine, la reclusa de
Saint-Albans.) Normalmente las mujezes estaban bajo cl poder de los
hombres; la norma estricta era que las jévenes fuesen entregadas
muy pronto.
Se daba una extrema precocidad en los sponsalia, ceremonia
mediante la cual se concluia el pacto entre las dos familias y se
expresaba el consentimiento mutuo; cuando la nifia era demasiado
joven para hablar, una simple sonrisa por u parte parecia ser un
Signo suficiente dé su adhesin. También eran precoces las upeias,
Ls moral y la costumbre permician separar a la nifia a partic de los
doce aos del universo cerrado reservado en la casa a las mujeres,
Gonde habia estado cobijada desde su nacimiento, pera conducisla
pomposamente a una cama, para colocarla.en los brazos de un vejete
AI que nunca habia visto, 0 bien de un adolescente poco mayor que
tlla y que, desde que habia salido de las manos femeninas, a la edad
de vere aos, no habia vivido mis que para el futuro combate
mediante el ejercicio del cuerpo y Ia exaltaciga de la violencia viel.
Ea la investigacién tan incierta sobre la prehistoria del amor, el
historiador est obligado a tomat en considecaci6a tales pricticas ya
imaginar su inevitable repercusiéa sobre la afectivided conyugal
Evidentemente no sabe mucho sobre el primer encuentro sexual (a
pesar de que era casi pablico); sin embargo, en medio del gran
Flencio de los documentos aparecen algunos indicios de sus funestas
consecuencias: este es cl caso de la dispensa concedida por el papa
‘Alejandro autorizando a casarse de nuevo al joven que habla
trutilado ieremediablemente al tierno brote abandonado a las beutali-
Gades de su inexperiencia; més a menudo, el brusco cambio del deseo
(amor) por odio (odixm) que se opera en la mente de los maridos (y
te necerario destacar que su reaccién afectiva es la Gnica que ¢s
tenida en cuenta en cualquier cigcunstancia) tras la primera noche de
las nupeias;tantas alusiones para lo poco que se suele revelar de estas
Del amor y del mattinonio aT
césas, a la impotencia del joven casado, a fracasos, siendo el mas
sonado el del rey Felipe II de Francia ante Ingeborg de Dinamarca.
Quiz’ heridaé tan fuertes como ésta eran excepcionales; sin
embargo, debemo’ considerar la alcoba de los esposos, ese taller en
al comzén de la morada aristocritica donde se-forjaba cl nuevo
GslaBén de la cadena dindstica, no como el lugar donde se producen
sos insulsos idilios con los que entretiene hoy en dia, en Francia, la.
novela histérica en su impetuosa ¢ inquietante floraci6n, sino como
tL campo de batalla de un combate, de tun duelo cuya aspereaa era
muy poco propicia al fortalecimiento entre los. esposos de una
elacion sentimental basada en el olvido de wno mismo, la preocupa-
‘én pot el otro, esa apertura de coraz6n que requiere la cartes
‘Otro tipo de obsticulos eran erigidos por los propios moralistas
de Ia Iglesia inocentemente, y por numerosos sacerdotes a los que
obsesionaba el miedo a la feminidad. En el desarrollo de su
fninisterio® trataban: de reconfortar a las mujeres victimas de ls
conyugalidad, que en esa época debian de ser numerosas en tal
entorno social, lastimadas, desamparadas, repudiadas, escarnecidas,
golpeadas. De entre las cartas dé direcciba spiritual dirigidas a
esposas tomo una que data de finales del siglo xit. Procede de la
abadia de Perseigne, uno de esos monasterios cistercienses donde
por entonces se trabajaba en los ajustes de una moral para uso de los
Iaicos, donde se afinaban para los equipos de predicadores seculaces
los instrumentos de una exhortacién edificante. El abad Adam, en
esta epistola cuidadosamente pulida, se dedica a consolar y a.guias a
Ja condesa de Perche. Esta, sia duda inclinada a retraerse, a resistirse,
pero vacilante, se preguntaba cuiles eran los deberes de la mujer
fasada, hasta qué punto habia de plegarse a las exigencias del esposo,
cudl era exactamence Jarcuantia de ladeuda, del debitum, ya que ra
mediante este término, de una aridez juridica desoladora, como el
discurso moralizante definia el fundamento del affects conyugal. El
director se. dedica'a iluminar esa conciencia inquieta. En la persona
humana, dice, existen el cuerpo y el alma, Dios es propietario de
ambas, pero, segin la ley del matrimonio, que él mismo ha
establecido, concede al esposo (del mismo modo que era concedids
tuna tenencia feudal, es decir, cediendo su uso, pero conservando un
t eminente sobre el bien) el derecho que disfruta sobre el
cuerpo de la mujer (de este modo el marido toma posesién de este
cuerpo, se convierte.en su propictario, autorizado a servirse de él, a