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PARTE 1
No pretendo afirmar que yo puedo contar una historia como debe ser contada.
Lo que sí aseguro es que conozco la manera en que se debe contar una historia
porque, desde hace muchos, frecuento casi diariamente la compañía de los
más expertos narradores.
Hay muchas clases de historias, pero sólo una que impone dificultad: la
humorística. Hablaré sobre todo de ésta. La historia humorística es americana,
la historia cómica es inglesa y la historia ingeniosa es francesa. Para lograr su
efecto, la historia humorística depende de la manera en que se cuenta; la
historia cómica y la ingeniosa, en cambio, dependen de los hechos narrados.
Daré un ejemplo del método cómico, para lo cual usaré una anécdota popular
alrededor del mundo desde hace mil doscientos o mil quinientos años. El
narrador la cuenta de esta manera:
El soldado herido
En medio de una batalla, un soldado que había perdido una pierna le pidió a otro que pasaba
por allí que lo llevara a retaguardia, pues no podía caminar debido a la herida que había
sufrido. El generoso hijo de Marte cargó en hombros al infortunado y procedió a llevar a
cabo su deseo. Los disparos volaban en todas direcciones, y una bala de cañón le voló la
cabeza al soldado herido sin que su salvador se diera cuenta.
“¿Una pierna?”, respondió el oficial asombrado, “usted querrá decir que ha perdido la
cabeza, tontito”
El soldado se deshizo de su carga y, perplejo, se quedó mirando el cuerpo. Después dijo:
“Es verdad lo que usted dice, señor”, y luego de una pausa, añadió: “¡¡¡¡Pero él me DIJO que
HABÍA PERDIDO SU PIERNA!!!!”
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PARTE 2
Artemus Ward dominaba las características tres y cuatro. Primero, con mucho
ánimo empezaba a contar algo que para él era maravilloso; después perdía la
confianza en la historia y, luego de una despistada pausa, añadía comentarios
incongruentes con la intención de hacer que la risa explotara, y en efecto eso
era lo que sucedía.
Por ejemplo, el decía con mucho entusiasmo: “Una vez conocí a un hombre en
Nueva Zelanda que no tenía dientes”. En este momento su ánimo decaía, fingía
una larga y reflexiva pausa para después continuar: “y sin embargo, ese
hombre era capaz de alardear [1] mejor que cualquier otro que haya visto.
Había una vez un hombre muy malo que, si no tomamos en cuenta la presencia
de su esposa, vivía sólo en un llano. Un día la mujer murió y él la llevó al campo
para enterrarla. Ella tenía un brazo de oro puro, y como el hombre era muy
malo, cuando llegó la noche no podía dormir de tanto que deseaba recuperar
el brazo de oro.
El hombre escuchó el viento (aquí conviene cerrar un poco los dientes y hacer
el silbido del viento) “Fiuuuu-fiuuuu” y, mezclada con ese sonido, una voz que
decía “Fiuuuu-fiuuuuu, ¿quién-se-llevó-mi-brazo-de-oro?, fiuuuuu-fiuuuu,
¿quién-se-llevó-mi-brazo-de-oro?” (es necesario comenzar a temblar de
manera violenta en esta parte).
Muy pronto sintió que había algo de pie junto a su cama (pausa) y que ese algo
se estaba inclinando hacia él. Para este momento era imposible contener la
respiración. Sintió algo frío muy cerca de su cabeza (pausa) y la voz le dijo al
oído: “¿quién-se-llevó-mi-brazo-de-oro?” (la pregunta debe sonar como un
gemido lastimoso pero al mismo mismo tiempo inculpatorio. En ese momento
es necesario mirar fijamente el rostro de alguna persona del público, de
preferencia una mujer, y dejar que la pausa genere un ambiente tenso, cuando
esto se ha logrado hay que brincar en dirección a la persona elegida y gritar:
“¡Tú lo tienes!”.
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[1] En el texto original, la expresión que Twain uso es "beat the drum", que
significa literalmente "golpear el tambor". Hay una frase hecha equivalente en
español: "batir el parche", que se usa cuando alguien acostumbra alardear de
sí mismo o cuando se promueve algo de manera entusiasta.