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CÓMO CONTAR UNA HISTORIA

Por: Mark Twain

PARTE 1

No pretendo afirmar que yo puedo contar una historia como debe ser contada.
Lo que sí aseguro es que conozco la manera en que se debe contar una historia
porque, desde hace muchos, frecuento casi diariamente la compañía de los
más expertos narradores.

Hay muchas clases de historias, pero sólo una que impone dificultad: la
humorística. Hablaré sobre todo de ésta. La historia humorística es americana,
la historia cómica es inglesa y la historia ingeniosa es francesa. Para lograr su
efecto, la historia humorística depende de la manera en que se cuenta; la
historia cómica y la ingeniosa, en cambio, dependen de los hechos narrados.

La historia humorística, por su capacidad de extenderse, permite la divagación


y no llega a ningún lugar en particular; la historia cómica y la ingeniosa deben
ser breves y tener un final claro. La historia humorística se va inflando; las otras
explotan.

La historia humorística es una obra de arte y sólo un artista puede contarla,


pero no hay necesidad de recurrir al arte para contar una historia cómica o
ingeniosa: cualquiera puede hacerlo. El arte de contar una historia humorística
–y por contar me refiero a narrarla en voz alta, no a escribirla– fue creado en
los Estados Unidos y aquí se ha mantenido y desarrollado.

La historia humorística se cuenta en tono grave: el narrador hace un gran


esfuerzo por ocultar que piensa que hay algo gracioso en lo que dice; por el
contrario, antes de comenzar, el narrador de una historia cómica te asegura
que la que viene es la historia más graciosa que él ha escuchado, luego la
cuenta con placer y entusiasmo y es la primera persona en reírse cuando ha
terminado. A veces, si la historia tiene éxito, su felicidad lo lleva a repetir el
chiste de la historia y a mirar cara a cara a la audiencia, recogiendo los aplausos
que le brindan antes de repetir la historia completa de nuevo. Es algo bastante
patético de presenciar.
Con frecuencia, las historias humorísticas, dispersas y errabundas como son,
también tienen un chiste, o un centro o golpe final, o como sea que lo llamen.
Pero el escucha debe estar alerta, pues en muchos casos el narrador procurará
desviar la atención de ese centro al mencionarlo de manera indiferente y
cautelosa, como si él mismo no supiera que lo que está diciendo es la esencia
de la historia.

Artemus Ward usaba este recurso de manera magistral: en el momento en que


la audiencia entendía el chiste, él miraba hacia arriba con fingida sorpresa,
como preguntándose de qué se reía la gente. Dan Setchell usó este recurso
antes que él; Nye, Riley y otros lo usan ahora.

Pero el narrador de la historia cómica no sugiere el chiste: lo grita. Y cuando lo


escribe y lo publica en Inglaterra, Francia, Alemania o en Italia lo resalta en
itálicas, le agrega signos de exclamación y con frecuencia lo explica entre
paréntesis. Esto es deprimente y hace que uno considere renunciar a las
bromas y buscarse una vida mejor.

Daré un ejemplo del método cómico, para lo cual usaré una anécdota popular
alrededor del mundo desde hace mil doscientos o mil quinientos años. El
narrador la cuenta de esta manera:

El soldado herido

En medio de una batalla, un soldado que había perdido una pierna le pidió a otro que pasaba
por allí que lo llevara a retaguardia, pues no podía caminar debido a la herida que había
sufrido. El generoso hijo de Marte cargó en hombros al infortunado y procedió a llevar a
cabo su deseo. Los disparos volaban en todas direcciones, y una bala de cañón le voló la
cabeza al soldado herido sin que su salvador se diera cuenta.

Poco tiempo después un oficial lo llamó y le dijo:

“¿Qué está haciendo con ese cadáver, soldado?”

“Lo llevo a retaguardia, señor. Este hombre ha perdido una pierna”

“¿Una pierna?”, respondió el oficial asombrado, “usted querrá decir que ha perdido la
cabeza, tontito”
El soldado se deshizo de su carga y, perplejo, se quedó mirando el cuerpo. Después dijo:

“Es verdad lo que usted dice, señor”, y luego de una pausa, añadió: “¡¡¡¡Pero él me DIJO que
HABÍA PERDIDO SU PIERNA!!!!”

**

Aquí, el narrador estalla en carcajadas estruendosas y asfixiantes, repitiendo


la última frase de vez en cuando entre jadeos y aullidos.

Toma apenas un minuto y medio contar esta anécdota en su forma cómica, y


en realidad ni siquiera vale ese pequeño esfuerzo. En su forma humorística,
como la cuenta James Whitcomb Riley, la anécdota demora diez minutos y es
lo más gracioso que yo he escuchado.

Riley la cuenta personificando a un granjero viejo y estúpido que acaba de


escuchar la historia por primera vez, que piensa que es increíblemente
graciosa y que está tratando de contársela a un vecino. Pero como él no la
recuerda, se confunde y divaga desamparadamente, agregando detalles
tediosos que no pertenecen a la historia y que sólo la dilatan. Omite detalles y
agrega otros que no tienen sentido; comete pequeños errores de vez en
cuando y se detiene para corregirlos y para explicar qué lo llevó a comerterlos;
recuerda cosas que había olvidado y vuelve atrás para ponerlas en su lugar
correcto; detiene la narración un buen tiempo e intenta recordar el nombre
del soldado herido, para finalmente reconocer que el nombre no estaba
mencionado en la historia y que, de hecho, no tenía ninguna importancia –
sería mucho mejor saberlo, claro, pero después de todo no es nada
importante– y así sucesivamente.

El inocente narrador está feliz y satisfecho consigo mismo y debe detenerse


alguna vez para aguantarse la risa; de hecho lo hace, pero su cuerpo tiembla
como gelatina debido a las risas que sofoca. Al final de los diez minutos el
público está agotado de reírse y lágrimas comienzan a correr por el rostro de
la gente.
La simpleza, la inocencia y la sinceridad y del viejo granjero están
perfectamente simuladas, y el resultado es una representación encantadora.
Esto es arte, y sólo un maestro puede llevar a cabo esta bella representación.
Una máquina, en cambio, podría perfectamente contar la otra historia.

PARTE 2

Si mi idea es correcta, el arte de contar historias humorísticas consiste en hilar


incongruencias de manera que el narrador aparente no darse cuenta de que
lo que dice es absurdo. Otra característica es la de esconder el centro de la
historia. La tercera consiste en incluir acotaciones sin que éstas parezcan
comentarios planeados, como si uno estuviera pensando en voz alta. La cuarta,
y última, es la pausa.

Artemus Ward dominaba las características tres y cuatro. Primero, con mucho
ánimo empezaba a contar algo que para él era maravilloso; después perdía la
confianza en la historia y, luego de una despistada pausa, añadía comentarios
incongruentes con la intención de hacer que la risa explotara, y en efecto eso
era lo que sucedía.

Por ejemplo, el decía con mucho entusiasmo: “Una vez conocí a un hombre en
Nueva Zelanda que no tenía dientes”. En este momento su ánimo decaía, fingía
una larga y reflexiva pausa para después continuar: “y sin embargo, ese
hombre era capaz de alardear [1] mejor que cualquier otro que haya visto.

La pausa es una característica sumamente importante en toda historia y con


frecuencia es un recurso muy socorrido, pero también riesgoso y traicionero
porque debe tener la extensión justa –ni menos ni más– o no servirá de nada
y causará problemas. Si la pausa no tiene la extensión correcta, en lugar de
impresionar al público le habremos dado tiempo de adivinar que la intención
era generar sorpresa, por lo que será imposible sorprender a la gente.
Cuando subía al escenario a narrar historias yo solía contar una sobre un
fantasma que tenía una pausa justo antes del final del chiste, y esa pausa era
lo más importante de toda la historia. Si lograba mantener la pausa el tiempo
adecuado lograba el efecto necesario para hacer que cualquier mujer
impresionable soltara un grito y brincara de su asiento, y eso es justo lo que
yo buscaba. La historia se llama “El brazo de oro” y yo la narraba de la siguiente
manera. Ustedes pueden practicar el recurso de la pausa con ella y conseguir
ese mismo efecto.

El brazo de oro [2]

Había una vez un hombre muy malo que, si no tomamos en cuenta la presencia
de su esposa, vivía sólo en un llano. Un día la mujer murió y él la llevó al campo
para enterrarla. Ella tenía un brazo de oro puro, y como el hombre era muy
malo, cuando llegó la noche no podía dormir de tanto que deseaba recuperar
el brazo de oro.

A la medianoche ya no pudo más, se levantó, tomó una linterna y una pala y


salió en medio de una tormenta de nieve hasta donde estaba el cuerpo de su
esposa, lo desenterró, tomó el brazo de oro y comenzó a caminar de vuelta a
su casa. De repente se detuvo (hagan una pausa considerable aquí, fingan
sorpresa y adopten la actitud de quien escucha algo) y dijo: “¿Pero qué es
eso?”

El hombre escuchó el viento (aquí conviene cerrar un poco los dientes y hacer
el silbido del viento) “Fiuuuu-fiuuuu” y, mezclada con ese sonido, una voz que
decía “Fiuuuu-fiuuuuu, ¿quién-se-llevó-mi-brazo-de-oro?, fiuuuuu-fiuuuu,
¿quién-se-llevó-mi-brazo-de-oro?” (es necesario comenzar a temblar de
manera violenta en esta parte).

Muerto de miedo, el hombre apresuró el paso hacia su casa, pero el viento le


arrancó la linterna de la mano y la nieve que se estrellaba en su cara estuvo a
punto de ahogarlo. De rodillas, tratando de encontrar el camino, escuchó la
voz de nuevo y (pausa) se dio cuenta de que había alguien tras él. “Fiuuuu-
fiuuuuu, ¿quién-se-llevó-mi-brazo-de-oro?.”

Escuchó la voz de nuevo al mismo tiempo que logró encontrar el camino de


vuelta (aquí repitan el sonido del viento y de la voz). Cuando por fin llegó a su
casa se apresuró a subir las escaleras, se metió a su cama y se cubrió
completamente. Agitado, tiritaba de frío y de espanto cuando escuchó de
nuevo la voz, esta vez más cerca. Poco después oyó (pausa en actitud de quien
escucha algo): “tap-tap-tap”, pasos subiendo la escalera, después el cerrojo de
la puerta y entonces lo supo: la voz había llegado a su habitación

Muy pronto sintió que había algo de pie junto a su cama (pausa) y que ese algo
se estaba inclinando hacia él. Para este momento era imposible contener la
respiración. Sintió algo frío muy cerca de su cabeza (pausa) y la voz le dijo al
oído: “¿quién-se-llevó-mi-brazo-de-oro?” (la pregunta debe sonar como un
gemido lastimoso pero al mismo mismo tiempo inculpatorio. En ese momento
es necesario mirar fijamente el rostro de alguna persona del público, de
preferencia una mujer, y dejar que la pausa genere un ambiente tenso, cuando
esto se ha logrado hay que brincar en dirección a la persona elegida y gritar:
“¡Tú lo tienes!”.

Si la duración de la pausa es correcta, la mujer va a gritar y a brincar asustada


de su asiento. Una vez que logren el efecto esperado también descubrirán que
esta historia es la más problemática, molesta y riesgosa que alguna vez hayan
contado)

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[1] En el texto original, la expresión que Twain uso es "beat the drum", que
significa literalmente "golpear el tambor". Hay una frase hecha equivalente en
español: "batir el parche", que se usa cuando alguien acostumbra alardear de
sí mismo o cuando se promueve algo de manera entusiasta.

[2] Para contar la historia, Mark Twain reproduce fonéticamente la forma de


hablar del protagonista, un campesino afroamericano, característica que ha
sido imposible mantener en la traducción.

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