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En el caso de la psiquiatría, durante el siglo XIX -siglo que precedió a los desarrollos
de la farmacología contemporáneos- pretendió ser una ciencia interesada en definir su
objeto y las condiciones de su experiencia. Fue la época de las grandes observaciones
clínicas que llevaron a definir las entidades nosológicas. En la actualidad esto ha
cambiado radicalmente: los desarrollos en el campo de la farmacología han determinado
una modificación fundamental del papel del psiquiatra quien ya no se va a ocupar
primordialmente de observar y describir la locura o la “enfermedad mental” sino de
hacerla cesar, y lo más pronto posible.
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Después de la elaboración de este texto apareció el DSM V, pero la concepción general que lo sustenta
no experimentó mayores cambios, salvo el reforzamiento de sus fundamentos ya existentes.
datos informáticos en los que los sujetos quedarán así etiquetados, clasificados y
encasillados.
Dos aspectos reveladores del modo en que esta psiquiatría forcluye al sujeto son la
ausencia de la histeria entre los diagnósticos posibles –ya no hay histéricas para la
psiquiatría- y la entrada oficial de la depresión como enfermedad psiquiátrica. Se trata
de dos hechos íntimamente ligados pues expresan la lógica subyacente a este importante
sector del discurso del amo contemporáneo que es el DSM IV. Para este discurso la
posición de la histérica y la depresión son diametralmente opuestas: la histeria se define
esencialmente como una resistencia al amo, encarna lo que escapa al dominio de éste; la
depresión, al contrario, constituye una especie de impasse del discurso del amo y por
esto debe ser “curada” a toda costa. Se debe recordar que el término que desaparece, la
histeria, era central en la clínica psiquiátrica clásica mientras que el que aparece, la
depresión, no existía en ella.
La psiquiatría, las neurociencias y la psicología son así el testimonio más claro del
modo en que en el mundo contemporáneo el sistema de la ciencia sostiene cada vez más
al discurso del amo. La posición que caracteriza a estas disciplinas, tanto en relación al
sujeto como en el campo político y social permite definir el lugar del psicoanalista en
clara oposición a ellas en tanto el propósito de éste es rescatar lo silenciado por el
discurso oficial.
En este sentido, el significante amo es siempre el “salvador”; por esto la función del
amo tiene siempre la misma razón y el mismo principio: instituir una unidad que
remedie una fragmentación primaria, hacer Uno allí donde rige la división. El
significante amo cumple así una función de orden y de organización muy útil, tanto para
el individuo como para la comunidad humana. Pero el goce que se pretende segregar
retorna como síntoma, es decir, como “eso que no marcha” en la vida del sujeto y en el
orden social y es así la expresión del fracaso del significante amo en su pretensión
unitiva.
La instancia del amo, la función del amo, es siempre una función de censura del
goce, que se convierte en aquello que debe ser segregado del sistema simbólico. Pero
como lo demuestra todo análisis de síntoma, la censura no elimina el goce, sólo produce
un desplazamiento, una redistribución de éste porque el hecho de censurarlo deviene a
su vez fuente de goce. En su afán de excluirlo, la función de dominio lo desplaza
también hacia otras manifestaciones, pero no puede hacerlo desaparecer.
Esta posición del analista en la cura permite pensar su lugar en el mundo actual. En
1970 Lacan señalaba que la ciencia de hoy hace surgir una enorme diversidad de objetos
que no existían antes con los que puebla nuestro mundo y gracias a los cuales el
capitalismo encuentra una nueva expansión. Estos objetos que están hechos para causar
el deseo son llamados por nombrados por Lacan por medio de un neologismo: letosas
(lathouses); neologismo producido a partir de otro, alethósfera, que condensa atmósfera
con aletheia, revelación (de la verdad). Más que vivir en la atmósfera, Lacan señala que
vivimos en la alethósfera, una atmósfera donde se sitúa todo aquello que tiene relación
con la verdad, pero con una verdad que es la verdad formalizada de la ciencia por medio
del número, la fórmula, el cálculo. Las letosas son objetos fabricados a partir de esa
formalización de la verdad, objetos fabricados para ocupar el lugar del objeto perdido,
causa del deseo.
Así, todo objeto nuevo que se coloca para el consumo en el mercado lleva en sí una
vocación de desecho. La plus-valía ganada por el capitalista con él corresponde
exactamente a la minus-valía que va a experimentar el consumidor quien queda
sometido a la presión incansable y cada vez más exigente de un empuje al goce cuyo
acceso se sustrae a medida que más próximo se muestra. Esto explica la evolución de
una sociedad que, a medida que se enriquece en capital, se ve más y más perturbada por
las manifestaciones de la agresividad, la envidia, el odio y el racismo, por toda una serie
de reivindicaciones desesperadas de un goce que los sujetos suponen que les es robado
por el Otro cuando en realidad es en el objeto mismo que tienen frente a ellos que radica
el engaño.