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Una episteme construida desde la etnografía:

Una crítica a la construcción de pensamiento político desde la


antropología

Jimena Víquez Monge B47706


Maestría Académica en Antropología
Sistema de Estudios de Posgrado
Universidad de Costa Rica
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Introducción

Mientras investigaba para mi proyecto de investigación, encontré un texto muy particular,

escrito por D’Andrade (1995), quién explica que después de una década de ataques a la moral de

la antropología, él busca defenderla como una ciencia, no como un medio para hacer lobby

político. La crítica de D’Andrade (1995) es clara, desde su óptica autores como Renato Rosaldo

y James Clifford parten desde un posicionamiento político para hacer ciencia, lo que evita

conocer cuales son las necesidades políticas de quienes son estudiados, pues se pierde como

objetivo mostrar su realidad, y en su lugar se busca promocionar un teoría o un paradigma

específico.

Considero que esta crítica es valiosa, en cierta forma hasta provocativa. Es por esto que

en este ensayo pretendo explicar porque, al observar este problema desde el sur, la crítica de

D’Andrade, quién es estadounidense, puede ser considerada no solo errónea sino que

etnocéntrica. Para hacerlo, propongo entender a la etnografía no sólo como un método de

investigación que caracteriza el hacer etnográfico, sino como la cuna epistémica para la

antropología social que practicamos hoy en día desde latinoamérica.

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Surgimiento de la antropología

De acuerdo con Cházaro (1991), la historia de la ciencia (pensada desde occidente,

incluso como un resultado de la ilustración), desde la tradición de Comte y J.S. Mill, impulsa a

la antropología hacia una gestación positivo-realista, similar al de la filosofía natural de los siglos

XVI y XVII. Al respecto, Guevara (s.f.), afirma que el nacimiento de la antropología fue en un

contexto colonial, donde Europa pretendió expandir sus mercados, por lo que necesitó conocer

los nuevos pueblos que buscó conquistar, a las que apodaba sociedades primitivas.

Esto permitió que durante un periodo de tiempo, el objeto de estudio de la antropología,

fuera precisamente esas sociedades primitivas, cuyos datos eran obtenidos mediante viajes a los

territorios de ultramar. Ahí fue cuando, de acuerdo con Cházaro (1991), la filosofía de la ciencia

se inició a evaluar métodos, como medio para validar los resultados de una investigación. En el

caso de la antropología, ese método riguroso que le permitía obtener datos de forma

sistematizada consistió en la etnografía, proceso que aboga por la recogida de datos a través una

estancia prolongada de tiempo en una misma comunidad.

La etnografía como método crítico

La etnografía, de acuerdo con Camacho y Pardo (1994), tiene como núcleo

epistemológico la diferencia con el otro (otredad). Además requiere del descentramiento, proceso

por medio del cual el investigador se aparta de lo que consideraba desde su cultura normas

universales las reglas o hábitos de su conducta, para observarlas desde un punto de vista crítico.

De igual forma, este método utiliza como materia prima la sistematización de las relaciones de

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quiénes participan en el proceso investigativo, las cuales ponen en evidencia los datos que hacen

posible la comprensión del fenómeno.

Al mismo tiempo, siguiendo con Camacho y Pardo (1994), la etnografía es la que le ha

permitido a la antropología instituirse como una disciplina capaz de “evidenciar las estructuras

que permiten comprender las producciones de sentido de distintos grupos sociales” (p.30), esta

debe de cuidarse de caer nuevamente el paradigma Occidental, que busca deshumanizar a las

personas estudiadas. En este sentido, los autores consideran que la antropología se apropia de

cierto discurso liberador que se convierte “paulatinamente en la palabra de los conjuntos sociales

silenciados, de los pueblos oprimidos, de los sectores dominados”.

Claro, la etnografía provoca la empatía del investigador por sus sujetos. De acuerdo con

Guber (2011), cuando el nativo entra en contacto con el investigador, surge un ejercicio de

reflexividades, en donde no solo se le permite al investigador construir sus datos, sino que lo

obliga a pasar por un proceso de reconstrucción a partir de la mirada del otro. En cierta forma, el

otro asume la identidad del individuo. Esto es la construcción de la imagen del investigador, las

que la autora relaciona con cuatro aristas: persona, género, emociones y origen.

Por lo tanto, es lógico entender que la etnografía permite establecer una relación empática

con el otro, quién ya no solo es informante o interlocutor, pero también compañero, amigo. De

ahí que las luchas sociales del otro, también se convirtieran en las luchas sociales del

antropólogo. De pronto se vuelve inconcebible hacer una antropología que se aparte de lo

político y esto comienza a verse reflejado en nuestros libros de textos.

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Los límites de la antropología

Ahora bien, en tanto la etnografía permitía generar estos lazos con la comunidades y con

los sujetos sociales, también el modelo etnográfico que pretendía estudiar a las sociedades

primitivas se acababa. Esto sucedía no sólo porque entre más convivían los investigadores con

sus interlocutores, más entendían que estos no eran primitivos, sino que seres humanos

complejos, con emociones, sistemas y estructuras complejas. Pero además porque

paulatinamente, el capitalismo iba instalándose en todos los rincones del mundo.

Al lado del capitalismo, también se extendió la cultura occidental, y con ella su sistema

de enseñanza y sus profesiones. Como lo señala Krotz (2011), a mediados del siglo veinte,

comenzaron a surgir los antropólogos latinoamericanos, quienes ya no tenían que realizar los

largos viajes marítimos para llegar a las poblaciones de estudio, sino que estos eran parte de

ellas: La antropología “habiendo sido un instrumento cognitivo creado para el conocimiento de

otros, es utilizado ahora por tales otros tanto para conocerse a sí mismos, como para conocer el

mundo, del que forman parte” (p.11).

Esto generó una discusión entorno al paradigma antropológico impulsado en el siglo

XIX. Para Augé (1998), esto fue el reflejo de que en la antropología, históricamente, no ha

existido unanimidad en la interpretación ni en la definición de los objetos de estudio. De acuerdo

con el autor, es lo que da pie a los modelos del revisionismo antropológicos, los que han

promovido que surja el mito de la inminente desaparición de la antropología. Estos son:

➔ La carta robada:Es un reproche al pasado, a los antropólogos del pasado, por no notar una
serie de datos que eran obvios para quienes los miran desde la actualidad.

➔ Confrontativo ¿Cuáles son las evidencias?: Pone a las pruebas empíricas a confrontar la
teoría, con el objetivo de producir modelos más complejos?

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➔ Fuera de juego: Hace referencia a que los límites de la antropología son difusos , por lo
que no se sabe con claridad cuáles son las líneas de investigación o el propósito de esta
como ciencia.

➔ Modelo de culpabilidad transferida: Se pregunta si realmente las críticas que se hacen


hacia el cómo se tratan a las personas con las que se trabajo son epistemológicas, o son la
traducción de una protesta moral.

➔ Diálogo de sordos: Protesta por como el autor a trabajado los datos, porque uso cierta
teoría y no otra.

No obstante, continúa el autor, al superar la idea de estudiar pueblos primitivos, existe

una mayor libertad para dedicarnos a estudiar al nos-otros, con nuestras desigualdades locales.

Esto lo podemos entenderlo mejor utilizando los conceptos de García Canclini (2006), quién

llama a estudiar a los diferentes, a los desiguales y a los desconectados, miembros de nuestras

propias sociedades, pero quienes nos produce extrañeza y están sumergidos en formas de vida

desconocidas para quien las examina.

Me parece que es aquí, cuando todavía se hace más obvia la conformación de una

episteme política de la antropología. Surgen las antropologías del sur, llenas de profesionales que

no son solo investigadores y científicos que sienten empatía, sino que son compatriotas, seres

humanos que tienen que enfrentarse a las mismas realidades crueles de sus interlocutores.

Un diálogo desde el proceso etnográfico

Ahora, volviendo a lo que nos atañe, si bien es cierto D’Andrade (1995) posee un punto

válido, en el sentido de que partir desde un punto de vista político podría hacernos perder el

rumbo de nuestras investigaciones, también considero que su posición es etnocéntrica, puesto

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que pasa por alto el hecho de que los investigadores del sur muchas veces ya nos encontramos

inmersos en la realidad de nuestros interlocutores, incluso antes de iniciar nuestras

investigaciones.

Ante lo anterior tengo una propuesta. Si bien es cierto comparto la sensación de que no

debemos partir de una ideología política para realizar nuestras investigaciones, sí considero que

es necesario ser transparentes en cuanto a nuestra vinculación con los fenómenos que nos generar

extrañeza, no solo en nuestros diseños de investigación, pero al relacionarnos con nuestros

interlocutores y en la redacción de nuestros informes.

Considero, por mi experiencia académica, que si bien hay muchos diseños que parten

desde posturas políticas, estas no son la mera invención de un antropólogo, sino que es la

respuesta a un proceso de retroalimentación que funciona desde que el antropólogo hace su

periodo de pre campo, en el que poco a poco empieza a interactuar con la realidad que pretende

analizar.

De acuerdo con Galindo (1998), la etnografía tiene dos procesos, que sirven como cara de

una misma moneda. El primero es la relación del antropólogo con sus interlocutores y el registro

del proceso, en donde el científico se ve identificado con su lado humano. Por otro lado, el

segundo sucede cuando se genera el reporte, la parte escrita que surge como resultado del

proceso anterior. Yo pienso que esto es correcto, pero inconcluso, hay una tercera etapa, que se

encuentra anterior a estas: el pre campo, el que nos permite guiarnos a entender dónde y cómo

empezar a investigar, el que, en nuestro caso como antropólogos del sur, nos permite empezar a

tener nociones, emociones y posicionamientos.

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Fuentes

AUGÉ, M. (1998). Hacia una antropología de los mundos contemporáneos, Gedisa, Barcelona.
Cap. 3. Pp. 61-77.

CAMACHO, J. y PARDO, M. (1994). “Los cambios globales y la antropología”. Reflexiones,


15, 7-18.

CHÁZARO, Laura (1991). “Metáforas metodológicas y cientificidad de la antropología”,


Alteridades, vol. 1, n°1, 1991, pp.133-142.

D’ANDRADE, R. (1995). “Moral Models in Anthropology”. En: Current Anthropology, 36 (3),


399-408.

GALINDO, L. (1998). “Etnografía, el oficio de la mirada y el sentido”. En Técnicas de


investigación en sociedad, cultura y comunicación. México, Addison Weasley y
Longman. pp. 347-384.

GARCÍA CANCLINI, N.(2006). Diferentes desiguales y desconectados. Mapas de la


interculturalidad. Barcelona. Gedisa

GUEVARA, M. (s.f.). “La Etnografía y los Trabajos Finales de Graduación”. Inédito.

GUBER, R. (2011). “El investigador de campo”. En: Método, campo y reflexividad. 1ra ed.
Buenos Aires, Argentina: Siglo XXI Editores. pp. 111-126.

KROTZ, E. (2011). La enseñanza de la antropología “propia” en los programas de estudio en el


sur. Una problemática ideológica y teórica. Alteridades, v. 21, no. 41, pp. 9-29

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