You are on page 1of 8

EL PAPEL DE LA RELIGION EN EL CONFLICTO ARMADO 1960-1996

Una caracterización del papel actual de la Iglesia católica en Guatemala no puede


obviar una mirada hacia su pasado reciente para vislumbrar la línea de continuidad que
definió su rol social a partir de mediados del siglo XX.

Antes de 1944 existían en Guatemala tres diócesis, a cargo de tres obispos titulares
y tres auxiliares, que rara vez se pronunciaban conjuntamente, considerándose
prácticamente incuestionable el liderazgo del Arzobispo de Guatemala. Esta situación
cambió a partir de los años 50, cuando esta estructura comenzó a crecer, celebrándose
reuniones entre los obispos, que culminaron en la creación de la CEG, entre 1958 y 1960;
lo que redundó en una difusión del liderazgo de la Iglesia católica en el país, antiguamente
concentrado en la fi gura del Arzobispo3 (Hernández Pico, 2006: 214).

Los años posteriores al Concilio Vaticano II fueron, según Bendaña, prósperos para
la Iglesia guatemalteca en recursos humanos y proyectos determinantes, en la medida en
que contribuyeron a la toma de conciencia de los pobres y de los indígenas y a la
emergencia de las primeras generaciones de líderes mayas y campesinos. Esto fue
consecuencia de lo que el mismo autor identifica como el interés prioritario de muchos
misioneros en detectar, formar y promover líderes comunitarios, quienes más tarde, por
impulsar la organización para el mejoramiento de sus condiciones de vida, fueron tildados
de comunistas, perseguidos y torturados (Bendaña, 2001: 59).

Claramente permeada por los postulados de la Teología de la Liberación, y


habiendo asumido en su seno la opción preferencial por los pobres,

[…] la Iglesia católica transitó en muy corto tiempo en la historia reciente de


Guatemala, de una postura conservadora hacia posiciones y prácticas que,
fundamentadas en el Concilio Vaticano II (1962-1965) y la Conferencia Episcopal
de Medellín (1968), priorizaban el trabajo con los excluidos, los pobres y los
marginados, promoviendo la construcción de una sociedad más justa y equitativa.
(Comisión para el Esclarecimiento Histórico, 1999: 20)
Estos cambios de naturaleza doctrinal y pastoral, según señala la Comisión para el
Esclarecimiento Histórico,

[…] chocaron con la estrategia contrainsurgente que consideró a los


católicos como aliados de la guerrilla y, por tanto, parte del enemigo interno, sujeto
de persecución, muerte o expulsión. […] Un gran número de catequistas, delegados
de la Palabra, sacerdotes, religiosos y misioneros fueron víctimas de la violencia y
dieron su vida como testimonio de la crueldad del enfrentamiento armado.
(Comisión para el Esclarecimiento Histórico, 1999: 20)

Hernández Pico resalta el liderazgo de una generación de obispos guatemaltecos,


notable por su valentía bajo situaciones de mucha presión y angustia, sobre todo en los años
80, en pleno conflicto armado interno. Este autor caracteriza a la Conferencia Episcopal
como profundamente unida, especialmente a partir de 1983, y rescata sus documentos y
cartas pastorales como testimonios de coraje, seriedad teológica y de puesta al día del
magisterio ordinario, además de un intento de incidencia en la realidad del país (Hernández
Pico, 2006: 215-216).

Entre las cartas pastorales emitidas durante esta época sobresale la del 27 de mayo
de 1983, cuya importancia radica en afirmar, por vez primera, que las masacres cometidas
por el ejército contra los campesinos indígenas “[…] se ubican ya en el campo del
genocidio […]” (CEG, citada por Bendaña, 2001: 165).

Transcurrirían por lo menos 10 años antes de que la discusión sobre el genocidio


contra los pueblos indígenas cobrara auge en la sociedad guatemalteca.

En 1992, coincidiendo con el aniversario 500 de la llegada de los españoles al


Nuevo Mundo, la CEG presentó una de las cartas pastorales más trascendentales en su
historia, cuyo contenido permite contar con otro punto de relevante interés para el análisis
de la postura que ésta sustenta, en el caso de la minería a cielo abierto.

Según Morales, la catequización fue, en tiempos coloniales, la más importante de


las instituciones españolas destinadas a ejercer poder sobre las poblaciones indígenas; se
trató de la sustitución de una religión y de una espiritualidad por otra, pero más allá de eso,
se trató de la sustitución de una cosmovisión por otra (Morales, 2001: 57). Sustitución que
fue forzada y que contribuyó de una forma determinante al despojo histórico que los
pueblos indígenas vivieron en las etapas posteriores. De allí que el reconocimiento y el
posicionamiento oficial de la Iglesia optando por los indígenas, 500 años más tarde, tenga
tanto valor histórico, ético y político.

Este reconocimiento se expresó mediante la emisión de la carta pastoral “500 años


sembrando el Evangelio” que, según Bendaña, fue fruto de la experiencia de cinco siglos y
de una profunda reflexión. Este documento fue emitido pocas semanas antes de la IV
Conferencia General del CELAM, y su importancia fundamental radica en el planteamiento
de la transformación hacia una auténtica Pastoral Indígena (Bendaña, 2001: 240-246).

En este documento, que constituye un hito en la historia guatemalteca, la CEG


analiza la historia de la evangelización en el país, reconoce los errores y contradicciones de
la institución que han recaído injustamente sobre las comunidades indígenas y pide perdón.
Se congratula por el renacimiento del espíritu maya, como instancia crítica de la sociedad,
de las estructuras vigentes, de los modos de convivencia y de la misma vida religiosa
(Bendaña, 2001: 240-246).

En esta carta, los obispos se proponen tomar en cuenta prioritariamente las culturas,
realidades y comunidades indígenas, y reconocen como razonable y justo, necesario y
urgente, optar por una Pastoral Indígena, entendida como una pastoral específica, orgánica
y de conjunto, que asuma a las personas y comunidades indígenas con su propia expresión
cultural y religiosa y sus formas organizativas.

Según Bendaña, a pesar de las reacciones negativas de la ladinidad4 católica, que se


sintió poco representada por la carta pastoral, la Iglesia definió su posición histórica en una
realidad cambiante, caracterizada por la multietnicidad y la pluriculturalidad. Bendaña
denomina a este posicionamiento, la opción por el indígena (Bendaña, 2001: 240-246).

En los años posteriores, en que Guatemala se encaminó hacia la fi rma de la paz, la


Iglesia continuó jugando un papel protagónico. En 1995, la CEG emite la carta pastoral
“Urge la paz”; monseñor Rodolfo Quezada Toruño participa activamente en las
negociaciones de la paz a través de la Comisión Nacional de Reconciliación y de la
Asamblea de la Sociedad Civil; y la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado inicia
el trabajo de recuperación de la memoria histórica que convirtió en mártir al Obispo Juan
Gerardi Conedera, quien fuera asesinado dos días después de hacer público el informe que
documentaba las graves violaciones a derechos humanos cometidas durante el conflicto
armado interno.

Los más cruentos ataques contra la Iglesia católica no disminuyeron su capacidad de


fortalecerse y adaptarse a las demandas de sus fi eles, sentando una postura de defensa de la
población, expresada en un sinnúmero de crisis sociales de toda índole, lo cual persiste
hasta la fecha.5 La defensa de los pobres como prioridad continuó manifestándose como
línea orientadora en los documentos oficiales de la Iglesia católica.

Así lo demuestra su Plan 2001-2006, en el cual la Iglesia católica se definió a sí


misma como una iglesia solidaria con los más pobres y excluidos, estableciendo como uno
de sus objetivos principales:

Animar y fortalecer el espíritu de solidaridad en las comunidades, parroquias y


diócesis, para defender creativa y eficazmente la vida de los más pobres y contribuir desde
nuestras posibilidades a la construcción de una sociedad distinta, donde se respete la
dignidad de la persona humana y los derechos humanos, y se promueva la globalización de
la solidaridad. (Plan Estratégico 2001-2006, 2001)

Sin duda alguna, un elemento relevante en la historia de la Iglesia guatemalteca y en


las posturas asumidas frente a la realidad sociopolítica y cultural de Guatemala, es esa
generación de obispos que Hernández Pico llama “los viejos luchadores del Evangelio del
Reino de Dios” (Hernández Pico, 2006: 216). Estos obispos que, en palabras de Bendaña,
sacaron adelante a la Iglesia en los momentos más difíciles, son conocidos como la
segunda generación, puesto que fueron continuadores del trabajo de la primera generación
del Colegio Episcopal, de los obispos que fungían por los años cuarenta y cincuenta
(Bendaña, 2001: 289).

Fueron estos obispos los que contribuyeron a crear y fortalecer el liderazgo de la


CEG, y a separarse, con la carta pastoral “Unidos en la Esperanza”, de la tradicional
política eclesiástica del Arzobispo de Guatemala, cuya prioridad era no confrontar
públicamente al gobierno y llegar con él a soluciones pactadas (Hernández Pico, 2006: 214-
215).

Estos obispos empiezan a ser relevados hoy por una nueva generación, caracterizada
por el mismo compromiso y vocación social. Entre ambas generaciones, Hernández Pico
identifica el trabajo de dos obispos: Julio Cabrera, Obispo de Jalapa, y Álvaro Ramazzini,
Obispo de San Marcos, defensor del campesinado sin tierra y, como se verá más adelante,
principal fi gura en la defensa de los derechos de las personas afectadas por la minería a
cielo abierto en Guatemala (Hernández Pico, 2006: 216).

 Religión y pobreza.pdf

El desarrollo de la ideología religiosa activa y militante no es inventada por los


musulmanes afganos, es más, en palabras de Moya “el Islam ha desempeñado un papel
formativo e integrador muy significativo en la definición de la identidad nacional” (Moya,
2014, 16) la humanidad posee un largo devenir en este tema pero lo importante de la lectura
del papel de los talibanes en la constitución de ese gobierno islámico en 1996, casualmente
el año que se produce la firma de los acuerdos de paz en Guatemala, es que la historia
inmediata y periodística en una visión extremadamente corta plantea que el peligro del
avance tanto del integrismo y el fundamentalismo como ideología política y esto se
incrementa ostensiblemente después de los atentados terroristas del año 2001.

Richard Wilson asume en forma autocritica a través de un texto publicado por el Centro
Bartolomé de las Casas y que ayuda a desvanecer el planteamiento del REMHI cuando
afirma que: “apoyados por la legitimidad de la iglesia, los catequistas usurparon el poder de
los ancianos. Las hermandades religiosas, o cofrades fueron diezmadas. Los catequistas
también atacaron los ritos agrícolas tradicionales como paganos e hicieron campañas contra
sus prácticas” (Wilson: 1995, 15)

 cristianos y conflicto armado.pdf


Resumen

El enfrentamiento armado que sufrió Guatemala entre 1960 y 1996 supuso un


episodio de consecuencias profundas en el seno de la población del país. El colectivo maya
fue uno de los sectores más golpeados por la dilatada violencia. En este hostil contexto, la
Iglesia Católica adquirió un papel fundamental en el apoyo a la población, el desarrollo del
movimiento indígena y la materialización de los Acuerdos de Paz. Tras el primer apoyo de
la Iglesia a los regímenes totalitarios, se produjo un cambio de actitud por parte de un
importante sector de ésta que muchos han tildado de “giro hacia la izquierda”. En este
contexto, la sucesión de rígidos gobiernos militares reprimió la actuación de ciertos grupos
eclesiales presuntamente identificados con los elementos subversivos. Por otro lado, el
miedo social contenido provocó un éxodo parcial de católicos hacia otros credos afines o
bien vistos socialmente.

Introducción

El enfrentamiento armado que tuvo lugar en Guatemala, con su dilatada vigencia


temporal, y su crueldad tanto cualitativa como cuantitativa ha supuesto una referencia
condicionante en la historia del país y sus consecuencias aún son palpables, debido a la
instalación de una profunda cultura de la violencia. En todo el proceso de evolución del
conflicto, tanto en su génesis como en la firma de los Acuerdos de Paz, la Iglesia ha tenido
un papel crucial, que ha fluctuado desde posiciones de apoyo a la contrarrevolución de
1954, al apoyo para la formación y desarrollo de los colectivos indígenas y la consolidación
del movimiento maya. La Iglesia Católica guatemalteca, que ha supuesto la mayor
institución religiosa durante siglos y que con el despertar de las diversas Iglesia
Protestantes en América, los grupos tradicionales mayas y otras formas de religiosidad
distintas ha visto mermado su monopolio, jugó un papel crucial en el enfrentamiento
armado, tanto a nivel más genérico como a pequeña escala. Hemos de partir de la
consideración externa de la Iglesia en Guatemala y su vecino, El Salvador. Por la
intervención de ciertos líderes carismáticos y el testimonio de grandes figuras (sirvan de
ejemplo Monseñor Óscar Arnulfo Romero en El Salvador; Monseñor Juan José Gerardi, en
Guatemala; y diversos sacerdotes martirizados en el Quiché como Faustino Villanueva,
Juan Alonso Fernández o José María Gran)5, en estos dos países la Iglesia goza de un
prestigio considerable en sectores amplios de la sociedad, generalmente populares. Pero
este hecho no siempre ha sido así.

Con anterioridad a la trágica entrada en escena del conflicto armado guatemalteco,


Iglesia y poder se identificaban considerablemente. Su política de acercamiento al gobierno
no tuvo prejuicios ni aún en la época de la Revolución (1944-1954)6 , en especial bajo el
gobierno de Juan José Arévalo Bermejo (1945-1951)7 . Pero posteriormente, con la caída
de los provisionales gobiernos de izquierdas, volvió a posturas persecutorias del
comunismo apoyando el poder establecido, al menos en sus sectores jerárquicos (Saavedra,
2001: 33-37). Este hecho, y el afán de perseverar en posiciones entronadas, es ampliamente
criticado, tanto en los sectores de la información, como en la crítica histórica. De igual
modo, la literatura de autores como Miguel Ángel Asturias y Mario Monteforte Toledo8
(entre otros), dos de los “grandes” de las letras chapinas, presentan al sacerdote cargado de
atributos casi demoníacos. Y aunque desde posturas esperpénticas y literarias, no hacen
sino tratar de llevar a cabo una paráfrasis de la propia realidad, ciñéndose sobremanera a las
vivencias y los procesos históricos en su conjunto.

A nivel estructural, no se puede olvidar que la iglesia, por medio de la carta


pastoral de monseñor Rossell y Arellano (4 de abril de 1954) resultó de trascendental
importancia para que el fin de la revolución fuera posible. Como señala Vela (2005), en
este momento la Iglesia se apoderó del discurso de Dios” (104). En nombre de la cruz y del
evangelio, parecía que se legitimaba el uso de la fuerza, el derramamiento de sangre y la
imposición de cualquier criterio que sirviera para la reinstauración del orden defendido
como lícito. La actividad revolucionaria, descrita como una de las mayores y más serias
aberraciones para la sociedad y la vida de los guatemaltecos, no trajo, según los criterios y
expectativas de este movimiento de contrarrevolución, sino estragos y perdición para el
desarrollo. Luchar contra los criterios establecidos en este periodo supondría vencer lo
demoníaco, el ateísmo y los contravalores. En nombre de esto, no parecía existir
contradicción en el uso de la fuerza y otros métodos, si el fin concebido se lograba. El
discurso de Rossell supuso una estrategia muy ideada y eficaz en el contexto de una
sociedad que comenzaba a abrazar de nuevo la crisis y la división tras un aparente periodo
de calma. El sueño revolucionario quedó truncado de forma radical, generando una
situación que gestará gradualmente la conflictividad. Como señala Figueroa (2006) “la
Contrarrevolución de 1954 creó las condiciones para que la izquierda revolucionaria de
Guatemala empezara a pensar en la violencia como la vía ineludible para la transformación
revolucionaria del país” (395). Este hecho, conjugado con la profunda situación de
injusticia imperante supuso en gran medida la base para que el enfrentamiento armado se
gestase en estos años.

A pesar de la postura mencionada de la Iglesia, cercana al poder y suscriptora del


conservadurismo arraigado al poder establecido, hemos de tener en consideración que el
trascurso de los acontecimientos y las dificultades del incipiente conflicto conllevaron un
serio cambio de posiciones, una bisectriz radical de posturas que produjeron un importante
posicionamiento alejado del conservadurismo inicial.

 iglesia y conflicto armado.pdf

You might also like