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Berruto, Gaetano (1998). Fundamentos de Sociolingüística. Ed.

Laterza

Traducción: María José Gomes.

Capítulo tercero.
Nociones fundamentales y unidades de análisis.

3.1. Algunos conceptos sociolingüísticos.

3.1.1. Comunidad lingüística. Entre las categorías fundamentales de análisis,


verdaderos primitivos específicos de la S.L., se encuentra tal vez en el nivel más alto la
noción de comunidad lingüística, o comunidad hablante 1 . Esta, muestra bien el cambio
de perspectiva respecto a la lingüística teórica, ya que lo que se focaliza no es la lengua,
sino la lengua más los hablantes contemporáneamente. Además, mientras que en la
lingüística autónoma, sobre la base de lo que Lyons llama “ficción de la
homogeneidad”, se toma como punto de referencia una comunidad ideal, abstracta, a la
SL le interesan las comunidades lingüísticas “reales”. Desde este punto de vista, se trata,
como es frecuente en el caso de la SL, de una noción intuitivamente clara, pero
técnicamente muy discutida. De manera preliminar, se puede entender como comunidad
lingüística una comunidad social que comparte determinados rasgos lingüísticos
(etimológicamente, el término es muy válido “tener algo en común relativo a la lengua,
relativa al hablar”. Pero ¿qué es lo que debe tener en común una comunidad lingüística?
Las definiciones que se encuentran en SL se centran alternativamente en diferentes
criterios (Hudson 1980: 38-43; Wardhaugh 1986: 113-26; Arit. 1987. Un primer
criterio, muy sencillo, se basa solamente en la lengua: comunidad lingüística será el
conjunto de todas las personas que usan una determinada lengua. Definiciones de este
tenor se encuentran, por ejemplo, atestiguadas en los estructuralistas norteamericanos,
desde Bloomfield en adelante. Una versión más compleja, que implica también
conceptos comunicativos, la encontramos en Hockett (1958: 8): “The whole set of
people who communicate with each other, either directly or indirectly, via the common
language” 2 . Bajo esta misma óptica, y aún más detallada, es la definición de Kloss
(1977: 225): “el conjunto de las personas que tienen en común como lengua materna un
determinado sistema lingüístico con sus distintas variedades dialectales,
sociodialectales, etc.” 3 . Al criterio de la lengua común, Fishman (1975: 84-5) le suma el
de las normas de uso: “una comunidad lingüística es aquella comunidad cuyos
miembros comparten al menos una variedad de lengua y las normas para el uso
adecuado de la misma” 4 .

1
Consideramos sinónimas las dos expresiones, que algunos distinguirían, asignando a “comunidad
lingüística” el valor más específico de “comunidad hablante unificada por una lengua común”.
2
Resulta interesante en este sentido la definición di Halliday in Halliday-McIntosh.Strevens (1968: 140),
quien sostiene como pertinente el autoreconocimiento de los hablantes: “the language community is a
group of people who regard themselves as using the same language”.
3
“Gesamtheit der Personene, denen als Muttersproche ein bestimmtes sprachliches Diasystem in seinen
verschiedenen dialektalen, soziolektalen usw. Varianten gemeinsam ist”. En realidad Kloss,- quien resalta
que la noción de Sprachgemeinschaft nace en Alemania entre los años 1920 y ’30- distingue entre
“comunidad lingüística“y “comunidad de repertorio”: esta sería más precisamente la comunidad de
repertorio. Nótese que la definición de Kloss es muy fuerte, puesto que implica el carácter de lengua
materna de la lengua compartida: una comunidad lingüística estaría entonces compuesta exclusivamente
por los hablantes nativos de esa lengua.
4
La definición de Fishman es sociolingüísticamente muy precisa, presupone el hecho de compartir no una
lengua (concepto indeterminado, para la SL), sino una variedad de lengua (cfr. &&31.3 y 6.3), y, además,
Un segundo criterio muy elemental está en la base socio-geográfica e implica, además
de la lengua común, un espacio común: comunidad lingüística será un grupo de
personas que pertenecen a una determinada entidad geográfica- política y que
comparten la misma lengua. De este tipo es, por ejemplo, la definición que Fasold
(1984: 43) le atribuye a Feguson (1959), para quien una comunidad lingüística estría
formada por todos aquellos que se encuentran dentro de los límites de un espacio
geográfico que hablan la misma “lengua”.
Más complejas, y más adecuadas, son las definiciones que tienen en cuenta los modelos
de interacción. Típica en este sentido es la noción de Gumperz (1973: 269): comunidad
lingüística es “cada agrupamiento humano caracterizado por una interacción regular y
frecuente a través de un conjunto compartido de signos verbales y que se diferencia de
otros agrupamientos similares a causa de diferencias significativas en el uso del
lenguaje” (ver Gumperz 1962). Esta es también una definición de “repertorio” (cfr. &
3.2.1), ya que no se refiere a una única lengua; y está articulada según tres criterios: la
presencia de interacciones efectivas, una variedad de lengua común y una diversidad en
el uso con respecto a otros agrupamientos 5 . Un aspecto importante desde este punto de
vista, sobre el que por otra parte no se ha indagado mucho (ver de todas maneras
Hervey 1991), es aquel de los límites de la comunidad y de su rigidez y penetrabilidad
relativa desde el exterior.
Otro criterio, desarrollado sobre todo por Labov sobre la base de la constatación de que
“los comportamientos sociales en lo que atañe a la lengua son extremadamente
uniformes en una comunidad lingüística” (Labor 1973ª: 341) 6 , está constituido por los
comportamientos. Por comunidad lingüística se entiende entonces “un grupo de
hablantes que comparte un conjunto de comportamientos sociales en lo que concierne a
la lengua” (ibid.). Labor hace referencia también ala participación de normas
compartidas: este es justamente otro criterio, puesto en juego fundamentalmente por
Hymes (1980: 42), para quien comunidad lingüística es “una comunidad que comparte
el conocimiento de reglas para producir e interpretar el hablar”, esto es que comparte
normas lingüísticas y recursos verbales 7 . La noción de comunidad lingüística parece
fundirse con la de grupo, por ejemplo, cuando Hymes (ibid.) afirma que “lo más útil es
reservar la noción de comunidad para una unidad local, caracterizada por sus miembros
por una ubicación espacial común y por una interacción primaria” (esto es, por criterios
mediante los que definiríamos la pertenencia a un determinado grupo social).

las normas que regulan su uso adecuado a cada situación; a diferencia de Kloss, Fishman no relaciona
necesariamente la comunidad lingüística con los hablantes nativos de la lengua.
5
Nótese la gran generalidad y neutralidad del término “agrupamiento”, que permite tratar la noción
independientemente del tipo de relación existente entre los grupos y los individuos. Por otra parte,
Gumperz regresa varias veces a esta noción, afrontándola desde distintos ángulos; es importante su
insistencia sobre el hecho de que las variedades empleadas en una speech community forman un sistema
justamente porque están unidas a un conjunto compartido de normas sociales.
6
Confirmada con decisión más recientemente: “the most profound linguistic regularities are to be found
only in the speech community” (Labor 1989:1).
7
Merece una referencia, en la definición de Hymes, el hecho de que se hable de “conocimiento”, y no de
uso: estamos evidentemente frente a un modelo sintético (cfr. &2.2). Hymes (1980: 39-43) discute
ampliamente la noción, especificando (ivi: 42-3) que “ aquello que se comparte comprende al menos el
conocimiento de un tipo de habla, y el conocimiento de sus esquemas de uso”, y que dado que “ambos
tipos de conocimiento pueden ser compartidos aún sin pertenecer a la misma comunidad”, se necesitaría
agregar otras nociones tales como: “campo lingüístico” (gama de variedades de lengua en cuyo interior el
hablante puede moverse gracias a su conocimiento), “campo de lenguaje” (gama de comunidades en cuyo
interior una persona puede moverse comunicativamente), e “red lingüística” (“una unión específica de
personas a través de un conocimiento común de distintos tipos de habla y modos de hablar”).
Desarrollando los criterios de los comportamientos y de las reglas compartidas, y en una
dirección siempre más hacia la psicología social, pueden encontrarse en primer lugar los
sentimientos de pertenencia y de auto identificación, con la consecuencia de que el
concepto mismo de comunidad lingüística como algo unitario y bien definido se
disuelva, dado que cada hablante puede sentirse contemporáneamente partícipe de
comunidades que se entrelazan (vale decir los grupos con los que puede identificarse
según sus distintos roles sociales: Hudson 1980: 40-1; Wardhaygh 1986: 119-22.). Los
límites entre comunidad y grupo, en esta perspectiva, tienden a fundirse. Un desarrollo
ulterior, presente en la SL británica del último decenio (por ej. en Romaine y en
L.Milroy) ve la noción de comunidad lingüística coincidente con una suma de redes
sociales (cfr. el & 3.2.4), en las que puede haber una diferencia notable, no solo de
comportamientos sino también de actitudes lingüísticas (v. Romaine 1982b 8 ), de esta
manera “the connection between linguistic and social factors in a particular speech
community is a matter for investigation and cannot be taken as given” (Romaine 1982ª:
235); se aconseja después de todo, como veremos, definir la noción en un nivel más
genérico y neutro, pre-analítico, de lo que se hace comúnmente en SL. Por otro lado, es
también verdad que una definición de la comunidad lingüística en términos de redes
sociales y comunicativas parece imponerse en casos en los que está presente de manera
entrelazada en un mismo territorio (comúnmente de extensión limitada), como sucede
en varios países africanos, una marcada pluralidad étnica y lingüística; tal que hace muy
problemático si no imposible, circunscribir comunidades lingüísticas sobre otras bases.
Desde otro punto de vista, Dittmar (1989: 112-13) acepta una distinción entre
comunidad lingüística (que tiene también una dimensión histórica) y comunidad de
comunicación (que recoge los aspectos pragmático-interaccionales no necesariamente
incluidos en el hecho de compartir una lengua) 9 .
Concluyendo 10 , es claro que la determinación de la noción de comunidad lingüística se
transforma cada vez menos simple y, al mismo tiempo, más restringida, enlazándose
con la de grupo social (cfr. & 3.2.3), a medida que se pasa de criterios más o menos
objetivos (especio geográfico-político, lengua) a criterios muy poco observables
(actitudes, normas y valore compartidos, etc.). Con definiciones como las de Labov o de
Hymes, o con mayor razón con aquellas que ponen en juego un cierto grado de
autoconocimiento psicológico 11 , la identificación de una comunidad lingüística se
transforma en un resultado del mismo análisis sociolingüístico y se puede establecer
solo a posteriori: comunidad lingüística no puede considerarse más como un primitivo
del análisis.
Dado que se trata de un concepto en un nivel muy alto, importante para el marco
exterior de los hechos sociolingüísticos pero poco operativo para su análisis,
preferiríamos mantenerle un cierto grado de generalidad operativa, ya sea evitando

8
Romaine (1982ª: 234-36) le recrimina entre otras cosas, a la concepción de comunidad lingüística de
Labor, estar demasiado ligada a comunidades en las que la variación está organizada en una “monotonic
and strightforward way”, que representarían más a la excepción que a la norma.
9
Distinción que recuerda la de Hymes (1980: 41-2) entre Sprachbund y Sprechbund.
10
Una distinción importante en sociología es la teorizada por Tonnies entre Gesellschaft (sociedad),
basada en relaciones sociales convencionales, fijadas contractualmente según divisiones bien definidas, y
Gemeinsschaft (comunidad/colectividad), basada en relaciones sociales fundadas en la solidaridad, con
divisiones que no están bien definidas y que son informales (arit. 1987: 206-207). No hay duda que el
concepto de comunidad lingüística se sitúa fundamentalmente a nivel de la segunda.
11
Que Hudson (1980: 42), inspirándose en las consideraciones de LePage (1968), sostiene de todas
maneras “ el punto de vista más comprensivo, que incluye a todos los demás y que por lo tanto los hace
parecer superfluos”. La escasa operatividad general de una concepción de este tipo es en cambio en
nuestra opinión mal compensada por su relativa mayor significación social.
implicar en su noción actitudes y normas, ya sea permitiendo una aplicación en otra
escala. A la luz de estas exigencias, una definición resumida y muy banal de comunidad
lingüística- se trata obviamente de una definición que no es técnica- podría entonces
sonar así: un conjunto de personas, de extensión indeterminada, que comparten el
acceso e un conjunto de variedades de lengua y que están unidas por una forma
cualquiera de agrupación socio-política. El conjunto de variedades de lengua y la
extensión del agrupamiento pueden ser establecidos poco a poco. Una noción de este
tipo se puede aplicar ya sea a comunidades reducidas (por ejemplo una comarca de
campaña: la comunidad lingüística de Casalpusterlengo) ya sea a comunidades amplias
o muy amplias (una metrópolis: la comunidad lingüística milanesa; una o más regiones:
la comunidad lingüística lombarda/italiana septentrional; un pueblo o un Estado: la
comunidad lingüística italiana) 12 . De esta manera tenemos una escala a la que podemos
referir el repertorio lingüístico (cfr. & 3.1.2), sin confundirse en los conceptos secos a
los que hicimos alusión en la rápida reseña realizada anteriormente, y mantenemos una
distinción clara entre comunidad lingüística, que es un concepto sociolingüístico, y
grupo, que es un concepto social (cfr. & 3.2.3).

3.1.2. Repertorio lingüístico. La contraparte en términos de los medios lingüísticos de


la noción de comunidad lingüística es el repertorio lingüístico (o repertorio verbal), que
es un concepto menos controvertido y problemático que el anterior 13 . En una primera
hipótesis, se puede definir como repertorio lingüístico el conjunto de los recursos
lingüísticos que poseen los miembros de una comunidad lingüística, vale decir la suma
de variedades de una lengua o de más de una lengua empleadas por una comunidad
social determinada. La noción de repertorio lingüístico quiere acentuar el hecho de que
también las comunidades aparentemente “monolingües” presentan una situación que no
es para nada monolítica (cfr. Mioni 1975ª: 61). Esta anula además el problema
constituido por el deber definir el correlato lingüístico de la comunidad lingüística sobre
la base de una única lengua o más de una: la presencia de más de una lengua no
distorsiona la noción de repertorio; podemos tener repertorios monolingües, bilingües,
multilingües, lo que importa no son las distintas lenguas, sino el conjunto de variedades
a disposición de la comunidad hablante.
Introducido y teorizado en particular por J. Gumperz, el concepto de repertorio
lingüístico no es entendido simplemente como una mera suma linear de variedades de
lengua, sino que comprende, y de manera sustancial, las relaciones y la forma en que
estas se comportan, su jerarquía y las normas de uso 14 ; el repertorio lingüístico está
dado por “all varieties, dialects or styles used in a particular socially defined population,
and the constraints which govern the choice among them” (Gumperz 1977; crf. Saville-

12
Obviamente, se puede también hablar de subcomunidad: la (sub)comunidad lingüística de los
inmigrantes árabes en Milán, etc.; no usaría en cambio la noción de comunidad lingüística para entidades
globales superiores al Estado o la Nación.
13
La mayor nitidez del concepto de repertorio respecto al de comunidad depende naturalmente, en primer
lugar, del hecho de que este presupone la delimitación de una comunidad lingüística, los problemas de
individuación se descargan sobre la comunidad lingüística. Es evidente que entre ambos conceptos hay un
problema de circularidad, cuando se define la comunidad en términos de conjunto de variedades de
lengua compartidas, o sea más o menos en términos del repertorio. Por esto, entre otras cosas, es
necesario tener en cuenta al menos otro criterio, además del meramente lingüístico, para definir la
comunidad lingüística.
14
Comprende por lo tanto aquella que desde Coseriu, en otro contexto y haciendo referencia a una única
lengua histórico-natural, ha sido llamada “arquitectura de la lengua” (cfr., per es., Coseriu 1981b; Berrito
1987ª: 19-20).
Troike 1982: 51) 15 . El repertorio lingüístico de la comunidad hablante italiana estará
entonces constituido por la suma del italiano con todas sus variedades, de los varios
dialectos con sus respectivas variedades, de las lenguas minoritarias con sus eventuales
variedades, y de las relaciones según las cuales todas estas variedades de lengua se
ubican en un espacio sociolingüístico en una cierta jerarquía y resultan más o menos
apropiadas, u obligatorias, o excluidas, etc., en determinadas situaciones.
Cuando la alternancia entre una (variedad de) lengua y otra del repertorio, en el mismo
evento comunicativo (cambio de código, cfr. 6.5) sea practicada durante mucho tiempo
y constituya de hecho uno de los recursos comunicativos utilizado por los miembros de
la comunidad, entonces el mismo cambio de código puede ser considerado como un
miembro pleno del repertorio de aquella comunidad. En este sentido, la noción de
repertorio no se liga al reconocimiento de únicas y determinadas variedades de lenguas,
sino que va mucho más allá. Para algunos autores (entre otros el mismo Gumperz,
seguido por ejemplo por Cardona) la noción de repertorio lingüístico es independiente
de la de comunidad lingüística y puede referirse al hablante individual (más aún, debería
en primer lugar referirse fundamentalmente a este último): “la gama de medios
lingüísticos disponibles para el individuo o la comunidad” (Cardona 1976: 180;
análogamente, Joseph 1982). Aunque en principio tal concepción parece del todo lícita,
preferimos reservar el término repertorio para la comunidad (cfr. Aquí el & 3.1.4). Es
obvio de todas maneras que el eventual repertorio lingüístico individual es siempre una
parte del repertorio de la comunidad, a la que el individuo pertenece: ningún hablante
normal está en grado de poseer toda la gama de variedades presentes en la comunidad
hablante.
El repertorio lingüístico es una de las unidades de análisis fundamentales de la SL. ( y
en particular de la sociología del lenguaje, uno de cuyos deberes fundamentales-cfr.
&& 1.2 y 1.4 e cap. 6- es justamente describir y analizar la composición y la
estratificación de los repertorios lingüísticos, las relaciones entre las variedades que los
constituyen, su estatus y sus funciones en el interior del repertorio), y más precisamente
representa la unidad máxima, reconocida al más alto nivel del análisis
sociolingüístico 16 , el todo al que se refiere el análisis (contraponiéndose así a la noción
de variedad de lengua- cfr. &3.1.3-, que es cada “parte” que constituye el “todo”). Al
objeto de referencia de la lingüística, que es obviamente la lengua, le corresponde
entonces en la SL un desdoblamiento en dos unidades, dotadas de un correlato social
del cual la noción de lengua está en sí misma privada: respectivamente la comunidad
lingüística por el repertorio y las características de los hablantes, como veremos, para la
variedad de lengua.

3.1.3 Variedad de lengua. Cada miembro reconocible de un repertorio lingüístico


constituye una variedad de lengua 17 . Variedad de lengua es entones en SL un concepto

15
En Blom-Gumperz (1968: 303), más simple y genéricamente: “la suma de los recursos lingüísticos a
los que pueden acceder los hablantes para comunicarse en sus relaciones sociales”.
16
Que es naturalmente el de la comunidad hablante.
17
En lingüistas alemanes se encuentra a veces Variante “variante” con el mismo valor de “variedad”;
también Cardona (1987: 64-5) admite “variante” para indicar “ un número circunscripto de rasgos no
suficientes para delimitar una variedad [...] pero diagnósticos de un subgrupo particular de la
comunidad”. Consideraciones rapsódicas sobre los términos variedad, variante, etc., se encuentran en
Wandruszka (1982). En variacionistas americanos (Bailey, Bickerton) se encuentra frecuentemente, casi
como sinónimo tecnicista de variety, lect “lecto”, que sin embargo referiría más apropiadamente a la
combinación de rasgos lingüísticos que constituyen una fase en un continuum cróelo ( en el mismo
contexto Baily 1973 llama “isolectos” variedades que se distinguen de otras por pocos rasgos, cfr. & 5.2).
muy general y neutro. Las definiciones de la noción deben hacer referencia, como en
todas las nociones importantes para la SL, al mismo tiempo al eje lingüístico y al social.
Lo individualiza una variedad de lengua es la co-ocurrencia, el presentarse juntos,
ciertos elementos, formas y rasgos de un sistema lingüístico y de ciertas propiedades del
contexto de uso: desde el punto de vista del hablante común una variedad de lengua es,
en efecto, designable como el modo en el cual hala un grupo de personas o el modo en
el que se habla en determinadas situaciones. Las variedades de lengua son la realización
del sistema lingüístico en clases de usuarios y de usos: más técnicamente, “formas
convencionalizadas de realización del sistema” 18 , que representan un modelo recurrente
de concretización, activado por el contexto socio-situacional, de algunas de las
posibilidades que se encuentran en el sistema.
Esta doble focalización, rasgos lingüísticos más rasgos sociales, es en efecto evidente en
las definiciones de los sociolingüistas, que esta vez en encuentran plenamente de
acuerdo. Hudson (1980: 36) define por ej. “una variedad lingüística como un conjunto
de ítems lingüísticos [elementos y rasgos de la lengua, G.B.] con distribución social
semejante”. Análogamente, si bien con mayor riqueza de connotados, Downes (1984:
27) afirma: “a variety is a clustering together of linguistic features within a continuum
which is explicable in terms of some dimension of social space” 19 . Según nuestra
finalidad, y con alguna variante terminológica respecto a las definiciones más arriba
citadas, podríamos explicitar la noción en los siguientes términos: una variedad de
lengua es un conjunto de rasgos congruentes de un sistema lingüístico que co-ocurren
con un cierto conjunto de rasgos sociales, caracterizando a los hablantes o a las
situaciones de uso 20 . La cantidad de rasgos lingüísticos que caracterizan a una variedad
(que pueden pertenecer a uno o más de los niveles de análisis: fonología, morfología,
sintaxis, léxico, textualidad y pragmática) no está predeterminada: variedades distintas
pueden estar señaladas por un número alto de diferencias lingüísticas, pero también por
un número relativamente pequeño. Se acepta también que variedades diferentas puedan
estar caracterizadas no por la presencia (o ausencia) de rasgos peculiares sino también
por la diversidad de su frecuencia. Esto no quita que haya frecuentemente problemas en
lo que concierne al reconocimiento preciso y sobre todo a la delimitación y la
clasificación de las variedades de lengua. De todas maneras el modo en el que se
procede para aislar las variedades es más o menos el siguiente: en un primer momento
se estudia una lista de rasgos lingüísticos que se presentan juntos; se verifica luego si
este conjunto de rasgos tiende a co-ocurrir con hablantes que poseen ciertas
características sociales en común o con situaciones de uso de la lengua que tengan
propiedades en común. Si es así, hemos individuado, presumiblemente, una variedad de
lengua 21 . El procedimiento puede ser bidireccional: es admisible partir desde un cierto

Términos más genéricos que se encuentran en la literatura para designar las variedades son también
“formas de lengua”, y, en particular en Hymes y en la etnografía de la comunicación, “modos de habla”
(forms of speech).
18
“Konventionalisierte Realisationsformen des Systems” Nabrings (1981: 249).
19
Es de notar aquí, la asunción de que las variedades estén insertas en un continuum (cfr. & 5.2) y que el
reagrupamiento de rasgos que las caracteriza sea “explicable” en términos sociales (naturalmente, tal
calificación será entendida en sentido débil: cfr. & 2.2).
20
Cfr. Berruto (1987b: 264). Una definición muy semejante se encuentra en Carford (1965).
21
Cardona (1976: 180; pero el requisito no se explicita más en Cardona 1987) parece sostener que las
variedades tienen siempre un nombre determinado, al menos en términos de folk linguistics (“el hablante
será siempre capaz de dar un nombre a sus diversas variedades”): tal criterio nos parece decididamente
muy fuerte (comúnmente, las variedades no tienen un nombre específico, es más, pocas de las variedades
de un repertorio-las más notorias o marcadas- tienen un nombre corriente).
conjunto de caracteres comunes a hablantes o a situaciones de uso, y ver si hay rasgos
lingüísticos recurrentes que caracterizan a estos hablantes o a estas situaciones de uso.
Los rasgos lingüísticos típicos de una variedad deben además ser congruentes, quiere
decir dotados de un cierto grado de homogeneidad estructural, que hace que obedezcan
a reglas específicas de co-ocurrencia: la elección de un elemento de una cierta variedad
implica la elección de otros elementos de la misma variedad o compatibles con esa
(dado que no todos los elementos del sistema lingüístico están marcados socialmente ni
son capaces de poder caracterizar una variedad; es más, la mayoría no lo son). Así que,
por ejemplo, un enunciado como: Disculpe, ven aquí! aparece sociolingüísticamente
mal formado, ya que se realizan en la misma frase dos rasgos no congruentes en
términos de variedad de lengua, vale decir la forma de cortesía de la alocución que
indica variedades formales (disculpe) y la forma confidencial de la segunda persona que
indica variedades informales (ven aquí).
La noción de variedad de lengua es preliminar al reconocimiento de lenguas diferentes:
dos variedades con un cierto grado de distancia estructural pueden ser tomadas,
alternativamente, como variedades de la misma lengua o variedades de dos lenguas
diferentes sobre la base de hechos no lingüísticos (sentimiento de los hablantes,
convenciones socio-culturales, atribuciones político- ideológicas, importancia social,
etc.), y no existe un límite más acá o más allá del cual dos variedades diferentes sean
consideradas variedades de la misma lengua o dos lenguas diferentes. La designación de
lengua depende sustancialmente de criterios y propiedades extralingüísitcas (cfr. & 6.3).
A veces son reconocidas como lenguas autónomas, variedades con un grado de
distancia estructural menor que la que puede haber entre otras variedades que son en
cambio, consideradas variedades de la misma lengua: un ejemplo de ambos casos puede
ser por un lado el alemán y el holandés (con una divergencia estructural no muy
relevante y con un cierto grado de intercomprensibilidad), o aún más evidente las
lenguas escandinavas (danés, noruego, sueco), y por otra parte el italiano y muchos de
sus dialectos (con un grado de distancia estructural no menor a la que hay entre alemán
y holandés pero con una bajísima o nula intercomprensibilidad) 22 .
Como ya fue dicho (cfr. & 3.1.2), en SL la noción de variedad de lengua desarrolla una
parte del rol que en lingüística tiene la noción de lengua. Una lengua es vista por el
sociolingüista como una suma de variedades; y más precisamente como una suma
lógica de variedades, dada desde la parte común a todas las variedades (el núcleo
invariable del sistema lingüístico) más las partes específicas de cada variedad o grupos
de variedades 23 . A este constructo se le da a veces el nombre técnico de “diasistema “
(introducido en referencia a la fonología por Weinreich 1954 a propósito de la
diferenciación dialectal) mediante el que se entiende un sistema de nivel superior,
constituido por un subsistema común y por subsistemas parciales, que reúne en un único
sistema varios sistemas cercanos, semejantes, que tienen muchas oposiciones comunes.
El límite inferior en el que se puede reconocer una variedad de lengua, o sea la mínima
entidad social a la que le corresponde una determinada variedad, está representado por
el individuo en una única clase homogénea de situaciones. Para designar al conjunto de
los hábitos lingüísticos de un parlante único (may 1969: 515) ha sido introducido por

22
Para profundizar en el tema de la distancia lingüística cfr. & 6.3.
23
Particular importancia tiene en este contexto la distinción entre la variedad o el grupo de variedades
estándar, que constituyen la norma aceptada y de prestigio en los usos lingüísticos, y las variedades
subestándares, que tienen una connotación social negativa. La connotación social no es nunca relativa a
rasgos lingüísticos en sí mismos, sino que recogen la asociación de determinados rasgos lingüísticos con
un conjunto de hablantes o de situaciones que se sancionan positivamente o negativamente.
Bloch (1948) el término “idiolecto” 24 , cuyo contenido efectivo no está libre de
problemas 25 . De hecho “idiolecto” se presta a al menos tres interpretaciones distintas.
En un primer sentido, el originario de Bloch (ivi: 7), es la verdadera y propia variedad
lingüística mínima, y significa el conjunto de las posibles realizaciones lingüísticas de
un hablante al servirse en un determinado lapso de tiempo de una lengua para
interactuar con otro hablante; en este sentido, se admite que un individuo pueda tener
varios idiolectos, cada uno relativo a las eventuales lenguas que conozca (v. Hall 1969),
debilitando mucho de tal manera la unión entre un hablante y una variedad. En un
segundo sentido, idiolecto puede significar el conjunto de las particularidades
lingüísticas de un hablante, coincidiendo así grosso modo con el concepto de repertorio
lingüístico individual (cfr. & 3.1.2). En estos dos sentidos, en realidad, el idiolecto no
coincide con una única variedad mínima de lengua, ya que puede haber también en el
idiolecto “ a la Bloch” más variedades conectadas a las clases de situaciones
comunicativas (v. Joseph 1982: 478-481). Una definición más rigurosa sería entonces
una tercera: idiolecto es el modo de realizar la lengua, típico de un hablante en un cierto
conjunto homogéneo de situaciones; que a su vez presenta el problema de invalidar al
hablante único como entidad mínima sede de variación lingüística: en este tercer
sentido, un hablante tendría, independientemente de poseer una o más lenguas, varios
idiolectos; e idiolecto tendería por otra parte, si prescindimos de la referencia al
hablante único (que no es pertinente al definir esta última) a coincidir con la noción de
registro o estilo (cfr. aquí & 5.1).
Dado todo esto no nos sorprende que el concepto de idiolecto sea dejado de lado por la
SL y solo raramente sea utilizado como noción operativa (cfr. Lieb 1993: 51-60).
Cardona (1988: 164. s.v.) observa sin embargo, muy justamente, que en todo caso
“puede ser útil, para usos prácticos, indicar con idiolecto la suma de las variaciones
personales respecto a un estándar lingüístico” 26 : posición a la cual nos plegamos
totalmente, agregándole la constatación de la noción de rasgos idiolectales del
comportamiento lingüístico constituye un importante límite inferior para el análisis
sociolingüístico, que se detendrá justamente en el punto donde las particularidades de
un determinado comportamiento lingüístico reconducen a idiosincrasia del individuo y
no presentan ningún aspecto susceptible de interpretación social 27 .

3.1.4. Competencia comunicativa. Un ulterior concepto fundamental en el cuadro de


referencia conceptual primario de la SL es el de competencia comunicativa, que nace en
la segunda mitad de los años sesenta en contraposición a la noción de competencia
lingüística de Chomsky (entendida como el conocimiento interiorizado que un hablante

24
Antes Paul (1880: 39-40) se refería a la importancia de la noción abstracta de lengua de una única
persona en el estudio de la variación en el desarrollo de las lenguas.
25
Discusión en Oksaar (1987), quien nota entre otras cosas, como en proporción a la importancia que
parece tener para una lingüística de la variación la lengua de un único individuo, el concepto de idiolecto
haya sido hasta ahora tan poco explorado y bien definido.
26
Nótese que en la noción de idiolecto pueden transformarse en pertinentes rasgos exquisitamente
individuales, generalmente no tomados en cuenta por la SL justamente porque están privados de una
dimensión social, en particular hechos paralingüísticos como la cualidad y la impostación de la voz y
rumores y manifestaciones fónicas varias que pueden acompañar la producción verbal, dependientes de
factores biológicos (edad, sexo), fisiológicos (condiciones físicas, etc.) psicológicos (estados de ánimo,
etc.): v. Oksaar (1987: 294). Observaciones importantes sobre el posible valor social e identificatorio de
hechos de este tipo se encuentran en Scherer-Giles (1979).
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En este sentido, es muy útil la noción de idiolecto presentada en Ducrot-Todorov (1972: 65): “el modo
de hablar propio de un individuo, considerado en lo que tiene de irreductible a la influencia de los grupos
a los que el individuo pertenece”
posee de la lengua materna, independientemente del contexto), y ha sido teorizado con
particular atención por D. Hymes.
La competencia comunicativa se refiere al hecho de que un individuo se apodere del
repertorio lingüístico y comparte con la competencia lingüística chomskyana el hecho
de que se trata de conocimientos (saber cómo) y no de actividades prácticas, mientras
que opuestamente a esta (que se refiere específicamente al conocimiento interno del
sistema lingüístico) toma en consideración los hechos externos al sistema. El concepto
de competencia comunicativa es entonces la respuesta que la SL da a la pregunta “¿qué
quiere decir saber una lengua?”.
Saber una lengua, desde un punto de vista sociolingüístico, significa en resumidas
cuentas, no sólo tener la capacidad de producir frases gramaticalmente bien formadas,
sino también estar en grado de usar las frases en forma adecuada a las situaciones; y está
claro que usar adecuadamente una lengua es una habilidad muy compleja, que requiere
la activación de muchos componentes. Pero veamos como Hymes (1979: 223) define la
competencia comunicativa: es la “competencia que tiene que ver con cuando hablar y
cuando callar, y con qué decir, a quién, cuándo, dónde y de qué manera” que cada niño
adquiere interiorizando “el conocimiento de las frases no solo en cuanto gramaticales,
sino también en cuanto apropiadas”. Esta se articula y se determina según cuatro
parámetros (Hymes ivi: 228; cfr. Hymes 1987: 224): “1. Si (y en qué medida) algo es
formalmente posible; 2. Si (y en qué medida) algo es realizable en virtud de los medios
de ejecución disponibles; 3. Si ( y en qué medida) algo es apropiado (adecuado, feliz,
alcanzado) con relación a su contexto de uso y evaluación; 4. Si (y en qué medida) algo
es efectivamente realizado, realmente ejecutado [...]. Un ejemplo lingüístico: un
enunciado puede ser gramatical, difícil, apropiado y raro”.
Indudablemente, se trata de algo muy complejo y multiforme, que exige ser tomado en
diferentes niveles, como una suma integrada de distintas subcompetencias. En Berruto
(1974: 45-6) he distinguido al menos siete competencias que confluirían para constituir
la global competencia comunicativa: además de la lingüística (subdivisible a su vez en
subcompetencias con un grado más o menos neto de especificidad: fonológica,
semántica, sintáctica, textual), una competencia paralingüística, una cinética, una
prosémica, una preformativa, una pragmática y una, además socio-cultural. Zuanelli
Sonino (1981) identifica cinco componentes de la competencia comunicativa:
pragmática, preformativa, textual, psicosocial y sociolingüística. Hymes (1987: 220)
enumera al menos diez tipos o nombres distintos de otras competencias respecto a
aquella meramente gramatical, propuestos o utilizados por varios estudiosos: se va
desde la competencia literaria a la narrativa, a la conversacional, la social.
Como se ve, no falta la carne en el asador. Si es verdad que saber hablar una lengua (y
escribirla) implica no solo conocer el léxico y la gramática, sino también saber elegir y
usar la variedad (entre aquellas a disposición del hablante) más adecuada a la particular
situación, saber elegir y usar actos lingüísticos adecuados, saber acompañar o, si es el
caso, remplazar la comunicación verbal con otros códigos de comunicación no verbal,
conocer las reglas de la interacción, saber cuáles son las normas de la sociedad y de la
cultura de la que forma parte la lengua objeto, y así sucesivamente, es también verdad
que la SL ( ni ningún otra disciplina) no puede plausiblemente proponerse dar cuenta
de todo esto, y es decididamente demasiado pedirle que se ocupe de todo esto.
Es oportuno entonces decir que la noción de competencia comunicativa es
fundamentalmente un concepto programático, que indica una prospectiva de
investigación y provee un cuadro de orientación global, y es relativamente poco
importante en el plano operativo: mientras la competencia lingüística a la Chomsky es el
objeto final de descripción del lingüista teórico, la competencia comunicativa a la
Hymes no puede ser considerada de la misma manera el objeto final de descripción del
sociolingüísta.
Dicho esto, se puede aclarar mejor el contenido del concepto discutiendo brevemente
las relaciones con el de competencia lingüística chomskyana. Hay tres prospectivas, o
tres interpretaciones, posibles de la relación entre los dos conceptos, las tres
representadas en uno u otro autor. Según un primer modo de ver las cosas, la
competencia lingüística es una parte específica de la competencia comunicativa, la que
comprende justamente la competencia lingüística y otras competencias (v. sopra). Un
segundo modo de ver-minoritario entre los sociolingüistas- pone la competencia
lingüística y la competencia comunicativa en un mismo plano, como dos competencias
paralelas, autónomas, que tienen que ver con esferas diferentes de las capacidades
humanas, Finalmente, y es la posición de Hymes, la competencia lingüística en sentido
chomskyano simplemente no existe, es una mera abstracción inoperante: la competencia
comunicativa absorbe la competencia lingüística, que se diluye completamente en
aquella; las reglas de uso y las reglas de formación de los mensajes lingüísticos están
intrínsecamente conectadas.
La concepción de Hymes es la más “fuerte”, y ha sido elaborada en una constante
comparación crítica con el generativismo, y, más en general, con la lingüística
autónoma, con el intento de afirmar la plena recuperación en la lingüística de las
dimensiones socio-culturales y contextuales. Si se presenta del todo como real el
principio de que hay conocimientos que subyacen a todos los aspectos de la
comunicación, y no solo a la formación de frases gramaticales, no está dicho- como
notamos por otro lado- que estas últimas sean de la misma naturaleza que las otras, o
que se puedan reconducir. Podríamos también observar que los cuatro parámetros de la
definición de Hymes, y por el orden en el que son enunciados, y por su relación lógica,
están en escala de generalidad decreciente, y de tal manera que el sucesivo siempre
implica el precedente: lo que se realiza es evidentemente una subclase de lo que es
apropiado, que es una subclar de lo que es realizable, gactible, que a su vez es una
subclase de lo que es formalmente posible ( bien formado según reglas abstractas).
Si es así, la competencia lingüística, que gobierna lo que es formalmente posible,
tendría siempre una posición privilegiada, o por lo menos inicial, en la serie de
competencias interactuantes que guían la comunicación.
Un problema aún abierto de la noción de competencia comunicativa, como sea que la
entendamos, esta a nuestro modo de ver, en el concepto de adecuación situacional
(v.Berruto 1977c), que recubre obviamente un rol fundamental en la determinación de la
noción. Por una parte, de hecho, para evaluar la adecuación de las producciones
lingüísticas a la situación es necesario tomar en consideración toda una serie de factores
con respecto al conocimiento del mundo, aquel que frecuentemente es llamado
“enciclopedia”; multiplicando en forma incontrolable la cantidad y la heterogeneidad de
las cosas que el (socio)lingüista debería tener en cuenta, y arriesgando a transformar
toda generalización en una descripción minuciosa de una cantidad de hechos
circunstanciales.
Por la otra, la adecuación puede presentar una cierta parentela con el conformismo
socio-cultural, con la obediencia a una expectativa gobernada por los consensos sociales
establecidos: pero no siempre lo que es dado, efectivamente realizado, es también
apropiado (en otras palabras, la relación de implicancia entre el cuarto y el tercer
parámetro de Hymes- v.sopra- no parece estar vigente). La evaluación de adecuación,
además, parece decidible solamente a posteriori, una vez cumplida la realización.
Se explican también con estas razones las tentativas de redefinir (Gumperz 1984) de
manera reductiva la noción de competencia comunicativa, uniéndola siempre a la
contextualización hic et nunc, pero corriéndola, en sentido mentalista, hacia los
conocimientos apriorísticos (constituidos por habilidades cognitivas muy semejantes a
las implicadas en la mera competencia gramatical) necesarios al hablante-actor de una
interacción comunicativa para dar un significado y una interpretación a lo que es dicho
con relación a lo que él sabe y para retomar y llevar adelante la cooperación
conversacional. Este desarrollo de la noción de competencia comunicativa esta
naturalmente en plena coherencia con las tendencias interpretativo-interacciónales
evidentes en la SL de los años Ochenta; y comparte con ella por lo tanto todos los
problemas y riesgos.

3.2 Algunos conceptos sociales.

3.2.1. Situación comunicativa. Los cuatro conceptos que hemos ilustrado en el &3.1
delinean el conjunto fundamental de nociones eminentemente sociolingüísticas sobre las
que el sociolingüista trabaja, o que toma como primitivos en su trabajo. Es necesario ver
algunos conceptos muy usados en SL pero dotados de otro estatuto. No se trata más de
construcciones internas a la SL misma, sino de conceptos, que toman aspectos de la
realidad social del lenguaje y que constituyen por lo tanto contructos sociológicos
frecuentemente asumidos como variables independientes para describir y explicar la
variabilidad lingüística, en cuanto se correlacionan inmediatamente con la misma. Son,
en otras palabras, constuctos mediadores entre la sociedad y el comportamiento
lingüístico, que generalmente dan lugar a correlaciones con clases de rasgos que
individualizan variedades de lengua. Naturalmente, tales conceptos son vistos aquí
desde el ángulo visual del sociolinguista, que no necesariamente coincide, también
cuando se trata de constructos sociales, con el del sociólogo.
El primero de estos conceptos es el de situación. Discutiendo en el & 3.1.4. la noción de
competencia comunicativa, saltó a un primer plano la importancia de la situación
comunicativa. Se trata de un concepto que se sitúa a un nivel de generalidad un tanto
menor con respecto a los cuatro conceptos sociolingüísticos fundamentales hasta ahora
ilustrados en este capítulo; podríamos decir que en SL es un concepto de escasa
relevancia para la teoría, pero descriptivamente muy importante. El apelo a la relevancia
de la situación para la interpretación del comportamiento lingüístico tiene larga data en
las ciencias del lenguaje (para un primer acercamiento, v. Berruto 1980: 152-87).
Comenzamos por una definición de la noción general de situación ( de la cual la
situación comunicativa representa la subclase pertinente en SL). La más detallada de
parte sociológica es, según mi conocimiento, la propuesta por Schütze (1987: 157); que
la define en términos de una constelación en acto de eventos que se desarrollan
gradualmente en sucesión, en referencia a la que los participantes dan un sentido al
curso de la interacción, establecen planes de acción, etc.
Más banalmente, la situación es el conjunto de circunstancias (concretas y abstractas) en
las que se produce un evento de comunicación lingüística: es el lugar específico en el
que la actividad lingüística se explica; y es típicamente dada por una constelación ce
compoenetes que se realizan en simultaneidad, susceptibles cada uno de influencias en
algún aspecto y manera el comportamiento lingüístico puesto en obra por los hablantes,
en los cuales es necesario escindirla. La más notoria taxonomía de los componentes de
la situación comunicativa es, aún hoy, la propuesta por Hymes (v. Hymes 1980: 45-52;
Duranti 1992: 39-67), que sitingue, ampliando y especificando la conocida lista de los
factores de la comunicación de Jakobson, dieciséis componentes del evento lingüístico:
el contexto ambiental (definición espacio- temporal de la situación), la escena (su
definición cultural), el hablante, el emisor, el oyente (eventualmente, quien recibe o
escucha), el destinatario, los fines-resultados, los fines-metas, la forma del mensaje o el
contenido del mismo, la llave, los canales de comunicación, las formas de habla, las
normas de interacción, las normas de interpretación y los géneros (o sea, los tipos de
texto puestos en juego). Pero las categorías parecen multiplicables ad libitum: una lista
taxonómica de cincuenta factores susceptibles de influir en la variación lingüística,
recogidos bajo las cuatro macro-categorías de Participantes, Interacción, Código,
Realización, es propuesta por Preston (1986).
Tal vez falta en esta lista un lugar específico para la noción misma de actividad
lingüística, que ameritaría una mención. Hudson (1980: 132-36) define en manera
interesante la actividad lingüística como “trabajo especializado”, que en tanto tal
requiere un esfuerzo ( y con frecuencia su grado de éxito depende el esfuerzo realizado)
y requiere “un conocimiento del saber hacer, que se aplica de manera más o menos
satisfactoria sobre la base de la práctica que se tiene (y sobre la base de otros factores,
como la inteligencia)”.
Una consecuencia directa de esto es que cada prestación lingüística (explicación
concreta de la actividad lingüística en una determinada situación) puede realizarse más
o menos bien, y que algunas personas se apoderan de la lengua y la usan mejor que
otras. En un modo si bien demasiado simplista, pero en el fondo, creemos, no
equivocado, en Berruto (1980) resumíamos los diversos factores de la situación
comunicativa en cuatro exponentes fundamentales: el medio, los participantes, la
intención comunicativa y el argumento. Una categorización mucho más abstracta se
encuentra en Halliday (1983: 249-55), que reconduce todo aquello que él llama
variación “diatípica” (a través de las situaciones) a tres módulos de selección: campo
(equivalente grosso modo, hecha la salvedad de la especificidad que los conceptos
asumen siempre en el cuadro de la teoría sistémica-funcional de Halliday, a argumento,
esferas de experiencia, esferas de actividad), tenor (equivalente grosso modo a las
relaciones personales y funcionales entre los participantes) y modo (equivalente al
medio; cfr.&5.1).
De toda ésta constelación resultan de todas maneras, al menos desde las investigaciones
de la SL en sentido estricto, tener particular importancia los elementos que nos
conducen a los interlocutores (hablante, destinatarios, etc.). El rol de los participantes
en la interacción (ya sea el rol comunicativo o el rol social, vale decir un conjunto de
expectativas relativas al comportamiento de quien ocupa una cierta posición social), los
conocimientos atribuidos a los interlocutores, la imagen que de ellos se construye son
todos factores muy relevantes para el condicionamiento que realizan tanto sobre la
variedad de lengua usada como sobre el funcionamiento de la interacción, que puede ser
vista también en términos de negociación continua entre hablante e interlocutor.
Dos nociones que ilustraremos rápidamente en este contexto son las de status y rol
social, entre ellas interdependientes. El status es la posición de una cierta persona (o
también, por extensión, de otro objeto de evaluación: un grupo, también una lengua o
una variedad de lengua, etc.) en el interior de una estructura social, el conjunto de las
propiedades atribuidas a una determinada posición desde la organización general de la
sociedad. Los status sociales están en línea de principio estratificados, en una pirámide
o jerarquía que responde a la desigualdad social (cfr.&4.4): se habla entonces
comúnmente de status alto y status bajos indicando su posición en la jerarquía. El rol
social, como recién hicimos referencia, es el conjunto de aquello que se espera dado un
cierto status, la configuración de comportamiento exhibidos o esperados de parte de los
miembros de una comunidad en base a su status. Ejemplos banales son: padre es un
status, educador es uno de los roles que se conectan a ese, y es al mismo tiempo un rol
típico conectado al status de docente (status y roles pueden contraer relaciones
plurívocas). En un cierto sentido, se puede decir que rol (cfr.Dreitzel 1987) es la
mínima unidad sociológica usada en SL (en tanto que un cierto hablante asume diversos
roles en diversas situaciones comunicativas, o también en el interior de la misma
situación). Rol comunicativo es simplemente la función asumida por uno de los
participantes en el curso de la interacción verbal, desde el punto de vista de la
continuidad de la comunicación.
La sicología social del lenguaje ha desarrollado de manera particular el tema de la
influencia del interlocutor a través de la teoría de la acomodación (o adecuación), según
la cual los hablantes en la interacción verbal tenderían, en el interior del repertorio a su
disposición, a converger en varias características del comportamiento verbal (variedad
de lengua usada, léxico, pronunciación, altura y tono de voz, velocidad de elocución,
etc.) hacia el modo, real o atribuido, en que habla el interlocutor, haciendo más
parecidos los respectivos modos de hablar (o, como elección marcada, a divergir, no
realizando ningún cambio o acentuando las características no compartidas, cuando haya
buenas razones para subrayar la distinción entre los grupos de pertenencia; Giles-Smith
1979: 45-55; Giles-Coupland 1991: 60-93). En la base de tal comportamiento hay
fundamentalmente dos principios: por un lado, en la interacción se tendería siempre a
ganar la aprobación de nuestro interlocutor (y comúnmente ésta se obtiene tratando de
parecerse más; pero a veces el modo para obtenerla es mostrarse diferentes). Por otro
lado, rige el principio de la interacción como cooperación: los participantes negocian
una buena marcha de la interacción (eventualmente también en vista de ventajas
personales que puedan obtener) acercándose recíprocamente también en lo que respecta
a su comportamiento verbal.
Ciertos aspectos de adecuación al interlocutor y de reducción de la distancia
interpersonal en la actividad lingüística son indudablemente macroscópicos (piénsese en
la elección de lengua y en el cambio de código en contextos plurilingües, en la
utilización de variedades simplificadas con interlocutores considerados poco
competentes, en la adopción de un léxico lo más comprensible posible para el
destinatario, etc.); pero en comparación con la teoría de la acomodación como principio
general regulador de la interacción verbal se pueden adelantar dos objeciones: en
primer lugar, si la adecuación es mutua, a medida que se va adelante debería haber una
reducción sensible de las diferencias lingüísticas entre los individuos y los grupos (al
menos cuando los interlocutores tengan longitudinalmente un contacto comunicativo
frecuente), lo que es dudoso; en segundo lugar, la propensión a la adecuación en el
interlocutor cuando se transforma en hablante debería disminuir, en proporción directa
al acercamiento a su manera de hablar, puesto en práctica por el primer hablante.
Además, la teoría de la acomodación, desarrollada casi exclusivamente en referencia a
situaciones de anglofonía, parece sobrevaluar en línea general la posibilidad y la
capacidad misma de los hablantes de cambiar su variedad incluso socio-geográfica de
lengua con relación al interlocutor.
Bell (1984), partiendo desde prospectivas análogas, ha sostenido que la adecuación a la
imagen del auditorio es el factor central que determina la variación estilística o de
registro (cfr. aquí&5.1): el “estilo” de un hablante en una situación dada es una
respuesta a la imagen que el mismo se hace de su interlocutor, e imita rasgos
considerados característicos de su grupo de pertenencia: (…).
Dos distinciones importantes relativas al carácter de la situación son: aquella entre
“personal” y “transaccional” (según una vieja pero no obsoleta oposición de Gumperz
1964) y aquella, análoga pero no coincidente, entre “informal” y “formal”. Una
situación tiene carácter transaccional cuando el acento se pone en las relaciones de
status y de rol entre los participantes y la interacción que tiene lugar mira al intercambio
objetivo de “mercaderías” materiales o culturales; las situaciones transaccionales están
en general reguladas por normas sociales detalladas y sumamente rígidas. Una
situación tiene en cambio carácter personal cuando el acento se pone sobre la relación
interpersonal de los participantes, que no son vistos en base a su status sino por sí
mismos: las situaciones personales tienen muchas menos restricciones en cuanto a las
expectativas y a las obligaciones, deberes y derechos recíprocos de los participantes.
Una situación tiene carácter formal cuando se focaliza sobre el respeto y sobre la puesta
en práctica de las normas sociales, comunicativas y lingüística vigentes en la comunidad
y la atención de los participantes se pone sobre las formas explícitamente codificadas y
sobre el cuidado del comportamiento; una situación informal será poco o nada
focalizada sobre el respeto y la puesta en práctica de las normas y poco o nada centrada
en las formas codificadas o en el cuidado del comportamiento.
Fishman (1975: 101-104) marca una distinción ulterior que le puede ser útil al
sociolingüista: aquella entre “situación congruente” y “situación incongruente”. Una
situación es incongruente cuando uno de los tres factores principales que la constituyen
(aquí, para Fishman, “la puesta en práctica de los derechos y deberes de una cierta
relación de rol en el lugar (…) más adecuado o normal para aquella relación, y al
momento socialmente definido como apropiado para aquella relación”) no es
homogéneo con los otros (por ejemplo, porque introduce un elemento que caracteriza
con frecuencia las situaciones transaccionales en una situación más que nada personal, o
viceversa). Es congruente cuando “los tres ingredientes van a la par en un modo
culturalmente aceptado” (Fishman ivi: 101-102).
Sin entrar aquí en otros detalles (nos vasta haber hecho referencia a la pluralidad de los
factores que interactúan para determinar el carácter de la situación comunicativa y a las
principales distinciones a las que se refieren), quisiéramos subrayar que en SL la noción
de situación tiene siempre un grado notable de concreción: es el microcontexto efectivo
en el que se actualiza el uso de la lengua.
En la SL reciente, y en particular en los desarrollos de la etnografía de la comunicación
y de la pragmática, existe una tendencia evidente a no considerar la situación como
dada, como un conjunto en un cierto sentido preconstituido de características que se
manifiestan en la lengua (como es en una perspectiva fundamentalmente correlacional;
cfr.&1.5); sino como creada al menos en parte, o más precisamente constituida, por la
actividad lingüística. Lengua, contexto situacional y cooperación de los participantes
son analizados como mutuamente interactuantes en el determinar forma, contenidos y
resultados del evento comunicativo, en base a la asunción de que actividad verbal y
contexto, gracias al trabajo interpretativo de los participantes en la interacción, se
definen y redefinen en un proceso continuamente dinámico (v. Duranti-Goodwin 1992;
Giles-Coupland 1991; 1-31).

3.2.2. Dominio. Nos hemos referido en el cierre del párrafo anterior a la fuerte
concreción y a la potencial individualidad de la noción de situación. Al límite (o mejor
dicho, en la realidad efectiva), cada situación se presenta como única e irrepetible, con
evidentes características ideosincráticas. Por esto, en SL se opera frecuentemente, de
hecho, con la noción de clase de situaciones incluso cuando por simplicidad
terminológica se emplea el término situación, y a menos que se haga referencia a una
situación específica e individual. Ha sido introducido por Fishman, y es usado
frecuentemente en sociología del lenguaje, un constructo de nivel superior, aquel de
dominio. Por dominio se entiende (Mioni 1987: 170) “clases de situaciones de
interacción”.
Los dominios tradicionalmente reconocidos en los análisis de sociología del lenguaje
(donde son prevalentemente utilizados para el estudio del plurilinguismo social) son
identificados en forma muy empírica. En general se trata de familia, vecindad, trabajo,
instrucción, religión, eventualmente oficialidad, vida militar, etc.: la lista está en
principio abierta, y depende también, obviamente, de las características de la comunidad
y sociedad indagadas. Los criterios a través de los cuales aislar los dominios pertinentes
y establecer una lista de ellos generalmente válida son intuitivos y no parece
consolidado un procedimiento explícito de descubrimiento, como observa justamente en
el único intento de síntesis crítica de la noción de mi conocimiento, Mioni (1987), que
subraya también la prospectiva fuertemente sociológica unida a esta noción
fishmaniana.
La noción de dominio tiene un valor descriptivo, y como tal teóricamente muy poco
relevante para la SL, pero se inserta de todas maneras muy bien justamente en el plano
meramente descriptivo, en una escala jerárquica de constructos que se pueden trazar
para unir el nivel macro sociolingüístico al micro sociolingüístico.
En el extremo más alto está la sociedad o sistema social (cuyo correlato lingüístico es, si
queremos retomar en un sentido un poco particular un clásico término saussuriano, la
“masa parlante” o “masa social”; Saussure 1967: 109 y 89); el sistema social se puede
considerar articulado en dominios; los dominios están constituidos por (clases de)
situaciones recurrentes; las situaciones tienen como componente fundamental los
eventos lingüísticos; y estos están constituidos por (una secuencia de) actos lingüísticos.
Desde el extremo macro sociolingüístico típicamente social, justamente la sociedad, va
pasando poco a poco al extremo micro sociolingüístico, el acto lingüístico. El punto de
sutura entre lo social y lo lingüístico está constituido por la situación, que, como vimos
en el &3.2.1, es por así decirlo el lugar donde se anidan las producciones verbales.
La noción de acto lingüístico, que desde el presente punto de vista se configuraría como
la mínima unidad significativa de producción verbal en situación, es de determinación
muy problemática y de contenido muy variado, y se presenta a ser definida desde
distintos ángulos, tan variados que para tratarla se desarrolló un sector específico, la
teoría de los actos lingüísticos, a caballo entre la filosofía del lenguaje y la pragmática
lingüística (v. Sbisá 1978). Dado que la noción es central para el análisis de la
conversación, pero no es relevante para la SL en sentido estricto, esperamos nos sea
consentido no entrar aquí en el problema. Un discurso análogo es válido para evento
lingüístico, que es una secuencia de actos lingüísticos dotada de una cierta unidad.

3.2.3. Estrato social, grupo social, clase generacional. Llegó ahora el momento de
ocuparnos de las principales variables sociales y demográficas utilizadas en SL. En
rigor, como ya hemos dicho, cualquier hecho o factor relativo a la colocación social de
los hablantes es susceptible de correlacionarse con diferencias significativas en la
lengua y en comportamiento lingüístico (dicho de manera no técnica, en “como habla la
gente”). Para evitar un análisis microscópico e interminable, con muy escasa
generalización, que vaya a la caza de cada elemento “social” externo potencialmente
relevante en la correlación con rasgos del comportamiento lingüístico, se recurre a una
serie de categorías de alto nivel (cada una de las cuales es en principio separable en
distintos componentes) que resumen conjuntos o racimos de tales micro-factores,
haciéndolos operativos sin terminar en la paradoja de terminar con la múltiple
diferenciación lingüística en una no menos ilimitada diferenciación social. Las
categorías que ilustraremos deben ser entendidas entonces no como el deus ex máquina
que explica de manera mecánica por qué la gente habla en una cierta manera y no en
otra, sino como los límites que se ponen en el eje de la caracterización social de los
hablantes para comprender mejor la caracterización lingüística y en último análisis para
mejorar nuestra comprensión del funcionamiento de la lengua en el contexto social.
Hay dos grandes familias de tales categorías, unas (variables sociales propiamente
dichas) relativas a la diversificación social verdadera y propia, a los agrupamientos que
en cada sociedad se realizan en base a la distribución de los recursos sociales y a las
variables evaluativas que la misma sociedad construye según valores propios, normas,
relaciones de poder, etc.; y las otras (variables demográficas) relativas a las
características no directamente filtradas de la estructura de la sociedad, sino recabadas
de la simple distribución natural de la población. En este punto, ya que lo que nos
interesa no es la casuística específica de cada una de ellas, sino su conceptualización,
tratamos conjuntamente a modo de ejemplo solo algunas, las más utilizadas y
significativas para la SL, de estas categorías: estrato y grupo entre las variables sociales,
clase de edad (o clase generacional) entre las demográficas. Otras variables sociales
importantes son redes sociales (que exige un tratamiento específico: v.&3.2.4) y, a
caballo con las variables demográficas, grupo étnico; otras variables demográficas,
comúnmente utilizadas en SL con distinto valor explicativo, son proveniencia
geográfica y sexo. No las tratamos de todas formas de manera específica en este
contexto.
El estrato social tiene una importancia “histórica” en SL: es la primera variable social de
la que se han estudiado las correlaciones con diferencias sistemáticas en el
comportamiento lingüístico, gracias a los famosos trabajos de B. Bernstein en los
primeros años del 60; y tiene también una importancia por así decirlo factual, siendo la
primera variable que viene a la mente de quien mira las relaciones entre lenguaje y
sociedad, la más evidente a primera vista (y nótese que para algunos, en un sentido muy
estricto, la SL es únicamente el estudio de las relaciones entre estratificación social y
lengua). Más significativamente, la noción de estrato social (en su definición en
términos de clase social) ha estado además en la base de algunos intentos ambiciosos de
elaboración teórica de la SL; de manera que merece ser tratada en un capítulo aparte
(cfr.cap.4).
Nos limitamos aquí a subrayar cómo el concepto, intuitivamente simple en cuanto
indica los grupos jerárquicos de individuos en los que se articula, en modo más o menos
notorio, cualquier sociedad presenta toda una serie de problemas ya sea en el eje
meramente sociológico ya sea en el eje de la ideología política (que es sin embargo el
menos pertinente para la SL), ya sea en el eje de las relaciones entre lengua y sociedad;
un efecto superficial de tales problemas se puede ver en la cautela terminológica que
con frecuencia se nota entre los sociolingüistas a propósito de esto: mientras algunos
usan tranquilamente el término “clase social” (que sería el más comprometido,
connotado como lo es de implicancias ideológicas imputadas o a la sociología burguesa
o, opuestamente a la impostación marxista), otros prefieren el más neutro “estrato
social”; y muy frecuentemente encontramos empleado el más genérico (pero más
burocrático) “ceto”, o el generalísimo “franja social” (confróntese con el &4.1).
Con respecto a la noción de estrato, la noción de grupo social (para un análisis más
detallado, dirigirse a Fisch 1987) no implica jerarquía, estratificación, sino que se limita
a designar divisiones (no escalones o niveles sociales); y es un concepto socialmente
más denso, en cuanto presupone un componente geográfico, el compartir un
determinado territorio limitado, y por lo tanto la existencia de uniones directas
(efectivas o al menos virtuales) entre los miembros (presupone entonces compartir las
redes comunicativas). Grupo implica además la comunión de expectativas y
experiencias, y se caracteriza por la solidaridad y cohesión en su interior. La afiliación
a un grupo constituye un importante punto de referencia para los individuos en la
sociedad, y es naturalmente un potente factor de orientación del comportamiento
lingüístico. La lengua es un importante símbolo de la identidad de grupo, y en el
comportamiento lingüístico de los individuos se refleja ya sea la búsqueda de
aprobación social de parte de los otros grupos (modelos eventualmente a ser imitados),
ya sea la eventual acentuación de las diferencias respecto a los otros (rasgo
particularmente evidente en las jergas y en las variedades parajergales de lengua).
Estratos y grupos sociales, en la estructura de la sociedad, se entrelazan: a un estrato
corresponden típicamente varios grupos sociales, y en un grupo pueden estar
comprendidos varios estratos (aunque generalmente contiguos: no es frecuente –dadas
las características mismas del compartir experiencias análogas y ámbitos de vida que
caracterizan los grupos- que un mismo grupo comprenda individuos pertenecientes a
estratos sociales muy distantes). Un grupo es definido de forma pertinente también por
el sentimiento de parte de sus miembros de constituir un grupo, y por lo tanto por así
decirlo al menos en parte generado en el interior, mientras que el estrato es definido
fundamentalmente por características externas a los individuos que a él pertenecen.
Una comunidad lingüística (&3.1.1) está formada, sobre el eje social, por un grupo de
hablantes. Los grupos pueden constituir entidades estables pero también pasajeras, que
duran por el periodo en el que conjuntos de individuos se encuentran compartiendo un
cierto agrupamiento, también sectorial, de actividades y experiencias, por ejemplo en
ciertos dominios (como el trabajo, la vida militar, la escuela, etc.). La extensión
cuantitativa de la noción de grupo no está determinada (pero es siempre, relativamente,
menor a la de comunidad o colectividad), aunque con frecuencia son objeto de estudio
de la SL más que nada pequeños grupos y no grandes grupos. Serán por lo tanto
ejemplos de grupos sociales la familia, los grupos de jóvenes estudiados por Labov en
New York City, un círculo de amigos, los habitantes de una pequeña villa de montaña,
los inmigrados desde una cierta región a una gran ciudad, etc..
Entre las variables demográficas, la edad de los hablantes tiene un rol evidente en la
diferenciación sociolingüística, y éste no solo en la importante fase de transmisión de la
lengua de una generación a la siguiente y en la parcial reestructuración que el sistema
puede sufrir (y que al menos algunos sectores específicos mínimos del sistema sufren
siempre) a través de la adquisición infantil del lenguaje, sino también en el
comportamiento lingüístico de hablantes que ya no se encuentran en la edad evolutiva
pertenecientes a generaciones o clases de edad diferentes. La pertenencia a la misma
generación es también un factor muy favorable para el establecimiento de grupos
sociales cohesivos principalmente por este rasgo común, el que puede aumentar la
relevancia sociolingüística de la noción. La clase de edad de los hablantes
(comúnmente en base a bloques o cortes en decenas o veinte veinticinco años) es en
efecto una variable que constantemente se tiene en cuenta en las investigaciones
empíricas en SL. En cambio el reconocimiento de la existencia de verdaderas y propias
variedades generacionales de lengua, definidas sobre la base de la clase de edad de los
hablantes, es más problemático. Un posible candidato a constituir una variedad
generacional de lengua es el llamado lenguaje juvenil, pero la correcta caracterización
de la naturaleza de esta posible variedad de lengua está lejos de ser esclarecida, como
aparece en los trabajos recientes sobre un tema que se puso de moda en los últimos
tiempos.
Mucho más de moda en la SL internacional, y no desde hace poquísimos años sino
desde hace casi un veintenio, son las investigaciones sobre las correlaciones entre la
lengua y otra variable demográfica fundamental, el sexo de los hablantes. El tema es
tan ampliamente debatido que el tratarlo en modo serio necesitaría una monografía, y no
podemos detenernos aquí en este ni siquiera momentáneamente. Al igual que la edad,
también el sexo de los hablantes es una de las variables que recurrentemente se tienen
en cuenta en las investigaciones sociolingüísticas; su rol en las correlaciones con las
diferencias lingüísticas es mucho más que unívoco, y puede variar también fuertemente
de comunidad a comunidad, tal que es difícil hablar de características masculinas o
femeninas universalmente reconocibles en el comportamiento lingüístico, aunque han
sido reconocidas diferencias, de manera más menos amplias, en todos los niveles de
análisis.
Entre las generalizaciones que se han hecho sobre el efecto de la variable sexo, hay dos
que parecen tener más importancia que las otras. En primer lugar se ha observado una
mayor sensibilidad de las mujeres a las formas de prestigio estándar y en general
conservadoras. Fasold (1990: 92) habla a propósito de esto de un “esquema
sociolingüístico de género” que prevería que los hombres tienden a usar las variantes
lingüísticas socialmente desfavorecidas mientras que las mujeres tienden a evitarlas
prefiriendo variantes socialmente favorecidas. En segundo lugar, parece que, en el
ámbito de pragmática y de estructuración del discurso, las mujeres son más propensas
que los hombres a tomar la iniciativa, muestran mayores hesitaciones y tienen a
expresarse con mayor cortesía, resultando en conjunto más dispuestas a adecuarse a las
posiciones del interlocutor y más interesadas en los aspectos relacionales de la
interacción verbal y no a aquellos referenciales (cfr.&2.2).
Los datos empíricos resultan de todas maneras no raramente contradictorios también
con relación a estas dos generalizaciones; y se debe concluir, por ahora al menos, que
las mujeres son efectivamente más conservadoras, estandarizadoras, corteses si, y en
tanto que, la orientación general del grupo social al que pertenecen y el rol que en ese
desarrollan, o que les es atribuido, lo exigen. El sexo a parece totalmente filtrado,
justamente, por la posición social; y la correlación con la variación lingüística es
mediada por el status y por el rol de los hablantes, y por lo tanto de las mujeres, en la
sociedad y por las prácticas sociales relacionadas.

3.2.4. Red social. Un concepto sociológico que ha asumido progresivamente un rol


importante en la investigación sociolingüística es el de red social (social network;
llamado a veces retícula social). Este fue cambiado gracias a la antropología social en
el seno de la cual se ha revelado un constructo muy significativo para explicar la
formación y el mantenimiento del control social y la difusión de los modelos de
comportamiento (Boissevain 1987). En un cierto sentido la noción de red social
representa un afinamiento y desarrollo de la de grupo social. Por red social se entiende
grosso modo un conjunto de personas que se conocen y poseen contactos, y más
precisamente el conjunto con el que un ego de referencia mantiene relaciones
comunicativas. A decir verdad, también para esta noción, como para casi todas las otras
que hemos examinado hasta aquí, existen definiciones o interpretaciones un poco
diversas, que acentúan un aspecto u otro. Parece casi natural para la SL el deber
descontar una mala determinación de los conceptos básicos adoptados en la
investigación. Es notorio que la situación parece en cambio mucho mejor en la
lingüística interna, que puede tomar en cuenta un consistente núcleo de conceptos
fundamentales bien definidos, independientemente de la perspectiva teórica de uno u
otro autor.
En efecto, algunos autores resaltan el carácter evidentemente relacional del constructo:
este estaría dado en primer lugar por “connections among individuals in society”
(Preston 1987: 693), o sería “simply the sum of relationships which he or she has
contracted with others” (Milroy 1987: 105). Otros en cambio acentúan su naturaleza de
grupo de individuos: para Klein (1989 a:11), red social es “un grupo efectivamente
interactuante de hablantes (…) unidos entre sí por vínculos de distinta calidad: amistad,
parentesco, vecindad (…)”. De todas maneras en la noción son sin duda pertinentes las
relaciones entre los hablantes: esto contribuye a explicar el éxito que la aplicación de
dicha noción ha encontrado en la SL de los últimos quince años, dado que corresponde
bien a la reorientación de ésta hacia un acercamiento interpretativo basado
fundamentalmente en las interacciones (cfr.&1.5). Otra razón de la suerte de la noción
en SL está en el hecho de que la misma se ubica en un nivel intermedio entre el análisis
macro-sociolingüístico y el análisis micro-sociolingüístico, postulándose a un punto
ideal de sutura entre los dos (en cuanto consiente, por ejemplo, un grado de
especificidad y concreción mayor al de la noción de estrato, y al mismo tiempo
considera al individuo hablante no como una entidad estática, sino como un elemento
dinámico inserto, justamente, en una red de relaciones).
Una red social es definida por toda una serie de propiedades internas, entre las que las
más importantes para la investigación sociolingüística son: la multiplicidad
(dependiente de la cantidad de relaciones entre los miembros del network), la densidad
(dependiente del grado en el que los miembros de la red relativa a un individuo están a
su vez en contacto entre ellos), la frecuencia y duración de la interacción entre parejas
de individuos en el interior de la red, y la centralidad del ego de referencia, vale decir su
posición en términos de accesibilidad de los miembros de la red. La extensión exacta de
una red social no es fácil de determinar en forma neta, esa está de todas formas
constituida, en una especie de estructura “de cebolla”, por varias zonas o estratos: una
primera zona (llamada “celda personal”; Boissevain 1987: 166) es la que se encuentra
en el centro del network, formada en general por parientes cercanos y amigos íntimos de
la persona de referencia a la que se refiere la red; alrededor de ésta están una zona
confidencial (parientes y amigos a los que uno se encuentra ligado emocionalmente),
una zona “utilitaria” (efectivas: amigos “instrumentales”, personas con las que se
mantienen relaciones porque estas son útiles), una zona nominal (personas que se
conocen pero que tienen poca importancia ya sea afectiva o instrumental) y una zona
ensanchada (formada por personas sólo parcialmente conocidas). Todos estos estratos,
de relevancia decreciente para el ego pero constituidos por puntos de contacto directo,
forman lo que comúnmente se llama red de primer orden; junto a ésta, se pueden
descubrir varias redes de segundo orden, constituidas por personas que son conocidas
por los miembros de la red de primer orden pero no por el ego (“amigos de los
amigos”). En el interior de una red, tienen generalmente importancia “racimos”
(clusters) de personas que se encuentran más estrechamente unidas unas a otras.
Varios trabajos, especialmente de SL urbana, y sobre todo por parte de los Milroy en
Gran Bretaña (Milroy 1980, que es considerado el primer trabajo de aplicación
sistemática del concepto en SL; Milroy-Milroy 1992) han mostrado que la naturaleza y
la estructura de las redes sociales son importantes indicadores de comportamiento y
actitud lingüística, válidos en particular para comprender el mantenimiento de las
variedades sub-estándares y la dinámica entre tendencias innovadoras y “lealtad
lingüística” en los hablantes. La red social tiene también un notable valor en lo que
respecta a la elección de lengua en situaciones plurilingües (Preston 1987); de modo que
para muchos aquella representa un constructo social mucho más adecuado y dúctil, para
la aplicación en SL, que aquellos tradicionales de estratos o clase, dominio, status, etc..
En efecto, parece indudable que desde el punto de vista descriptivo la noción es muy
útil para explicar sobretodo comportamientos de imitación, que tienden a producirse no
de manera abstracta respecto a un modelo lejano, sino mucho más concretamente
respecto a las personas con las que se está en contacto en las redes de interacción de la
comunicación cotidianas: en cuanto por ejemplo a la dinámica social de los cambios
fonológicos, lo que se tiende a imitar no será tanto la pronunciación de modelos
normativos ofrecidos por los massmedia, cuanto la pronunciación de hablantes que
tienen prestigio en el interior del grupo y de la red comunicativa. La relevancia de la
distribución y difusión a través del social network de un cierto rasgo lingüístico resulta
bastante evidente, por ejemplo, en los casos en que pronunciaciones no motivadas
fonéticamente resultan en una comunidad o grupo bastante sistemáticas, por así decirlo
bien respetadas por los hablantes, sin que haya razones de naturaleza en el uso del
sistema que puedan explicar su recurrencia.
La composición y la estructura de la red social parecen además los únicos elementos
que permiten explicar, a nivel social (o sea, prescindiendo de caracteres puramente
idiosincráticos del individuo hablante), de qué manera dos personas que tienen una
misma colocación en todas las variables socio-demográficas esenciales (clase social,
edad, sexo, profesión, instrucción, etc.) puedan presentar un comportamiento lingüístico
notablemente diferente, y emplear distintas variedades de lenguas. Entonces, la red
social posee evidentemente una considerable importancia para el aprendizaje
lingüístico, en todos los casos en los que se aprenda una lengua o una variedad de
lengua (no solamente, por lo tanto, en la adquisición durante la pre-pubertad
lingüística).
Es necesario decir que en la investigación existe una cierta oscilación entre el empleo de
la noción de red social como un instrumento prevalentemente empírico y metodológico,
para guiar la elección de los informantes y la formación del corpus de investigación y
para representar esquemáticamente la trama de relaciones comunicativas en la que los
hablantes están insertos, y su utilización como un verdadero y propio constructo teórico,
una categoría interpretativa dotada de un poder explicativo (v.Milroy 1987: 105-12).
Los estudiosos más visionarios que la utilizan como categoría explicativa están sin
embargo de acuerdo en relativizar su uso. La noción de red social (según J. Milroy
1992 y Milroy-Milroy 1992) no puede, en otros términos, estar contrapuesta como
alternativa vencedora a las categorías utilizadas por la SL correlacional “clásica” (y en
particular a aquella de estrato o clase social), sino que es vista más que nada como un
instrumento complementario, una carta más a disposición del sociolingüista, del todo
compatible con categorías más generales y menos dinámicas. Se trata por lo tanto de
niveles de generalidad diferentes.
Por otra parte, siempre se une el modelo “integrado” de los Milroy, la noción de red y la
de clase social (interpretada ésta última no en los términos, usuales en la SL
correlacional, basados sobre el consenso, sino fundada en el conflicto, que sería
evidente también en el plano simbólico de la oposición de normas lingüísticas) estarían
bien unidas entre ellas a través del concepto (mutado por los recientes estudios
sociológicos) de modo de vida, según el siguiente trayecto: estructura política y socio-
económica –modos de vida- estructura del network –estructura sociolingüística. Las
configuraciones particulares y características de las redes, que explican de manera
convincente el comportamiento lingüístico, dependerían en el fondo de la estratificación
social de la comunidad. Sin dilatarnos más en esta sede, es indudable que la categoría
de red social, si bien posee problemas abiertos, disfruta hoy de un rol central incluso en
el debate teórico en SL.

3.2.5 Prestigio. Serán ahora presentadas brevemente dos nociones de carácter distinto
respecto a las vistas hasta ahora en el &3.2: se trata de nociones de naturaleza
fundamentalmente social, pero que no constituyen ya variables independientes en
términos de atribución a los individuos de distintas características socialmente
relevantes, sino que actúan como factores susceptibles de influenciar el comportamiento
lingüístico a un nivel más abstracto, no referido directamente a cada hablante en
particular.
La primera de estas nociones es la de prestigio. Se trata de un concepto muy usado en
SL. En general, por prestigio se entiende una evaluación social positiva, o bien, más
ampliamente, la propiedad –atribuible a objetos de distinta naturaleza: una persona, un
grupo, una profesión, un conjunto de comportamientos, un modelo cultural, una
variedad de lengua, etc.- de ser digno de imitación, porque es positivamente evaluado
sobre la base de caracteres favorables (frecuentemente, por estar colocados en lo más
alto de la escala social) que le son reconocidos. El prestigio no es por lo tanto una
propiedad objetiva, sino que depende de la evaluación de ciertos rasgos personales o
sociales que los miembros de una comunidad ven como particularmente deseables (en
términos de éxito, riqueza, imagen, estilo de vida, etc., v. Strasser 1987 a: 140-41).
Muy frecuentemente el prestigio es atribuido a un status (cfr.&3.2.1): tienen (alto)
prestigio los status altos, no tienen prestigio, o tienen bajo (o escaso) prestigio, los
status bajos. Más o menos el contrario del prestigio es el estigma, vale decir la marca
social que puede referirse a características o propiedades desfavorables, no aceptadas
socialmente y por lo tanto sometidas a una sanción negativa. El término se emplea en
particular a propósito de comportamientos lingüísticos apartados de las normas
explicitas o implícitas vigentes en una comunidad social.
En SL –véase ya la geografía lingüística tradicional, desde Gilliéron a Bartoli a
Terracini, a la que se llama constantemente en la noción de modelo de prestigio para la
interpretación de las innovaciones lingüísticas, de las influencias de un sistema
lingüístico sobre otro y de los procesos de substitución de lenguas: cfr.Sgroi (1981: 215-
23)- prestigio es entendido en forma polisémica, oscilando entre dos extremos. Por un
lado, se emplea el término en sentido muy genérico, para indicar la buena evaluación
social genérica de una (variedad de) lengua, una forma, un tipo de comportamiento
lingüístico, etc.; por otro, se le asigna, siguiendo a Weinreich (1974:114) el valor
específico o de importancia “para el individuo (…) como medio de avance social”. Una
(variedad de) lengua desde este punto de vista tiene prestigio, o es modelo de prestigio,
en la medida en la cual su posesión sea condición necesaria para el ascenso en la escala
social y el progreso en el mercado de trabajo.
En una dirección similar D. Sankoff y otros variacionistas canadienses utilizaron la
noción de “mercado lingüístico” teorizada por el sociólogo francés P. Bourdieu
(cfr.Bordieu 1971;1984), que tuvo un cierto éxito –a mi manera de ver inmerecidamente
y no sin malentendidos- también entre los sociolingüístas (v. Dittmar 1989:44-50). Para
Bourdieu en el cuadro de una compleja teoría sociológica, que hace un amplio uso de
metáforas (…). Para Sankoff-Laverge (1978), por ejemplo, mercado lingüístico es en
cambio visto como un concepto mediador entre la actividad socio-económica de un
hablante y la competencia que éste tiene de la lengua estándar: cuanto más alta es la
colocación en el mercado lingüístico mayor es la importancia del uso del estándar para
una cierta profesión.
Prestigio es en SL un concepto típicamente plurifactorial. El prestigio de una (variedad
de) lengua es un hecho complejo que comprende por lo menos: a) los comportamientos
lingüísticos favorables de los hablantes miembros de la comunidad; b) el valor de
símbolo de la comunidad atribuido a la (variedad de) lengua; c) el ser vehículo de una
amplia y apreciada tradición literaria; d) el ser hablada por los grupos sociales
dominantes. El punto d), que podríamos llamar prestigio social (pero advirtiendo que
prestigio es siempre, en última instancia, un concepto social), tiene particular
importancia, y está dado por la aparición en el código lingüístico de las características
socialmente apetecibles, reales o atribuidas, del grupo que típicamente lo habla; la
variedad del grupo o del estrato socio-culturalmente y políticamente hegemónicos
resulta por lo tanto un modelo de imitación para los hablantes de otros grupos o estratos.
Las lenguas estándar y las variedades estándares de las lenguas gozan de alto prestigio.
Joseph (1985:40) observa justamente que las variedades estándar por el hecho de ser o
de transformarse en estándar adquieren prestigio por sí mismas, más allá del que le es
conferido por el prestigio de sus hablantes. No es necesario creer que las variedades de
lengua propias de los estratos bajos y de los grupos en desventaja estén siempre del todo
privadas de prestigio: ante todo, prestigio es siempre un concepto relativo, y, en
segundo lugar pero sobre todo, es preciso distinguir entre “prestigio abierto”,
explícitamente reconocido por todos los miembros de la comunidad, y “prestigio
encubierto” o escondido, vale decir el tipo particular de prestigio que se separa de los
valores dominantes en la comunidad y cuya existencia no está admitida explícitamente
(v. Trudgill 1974ª: 95-102).

3.2.6 Actitudes. Hablando de prestigio vamos a introducir también las actitudes, como
un factor importante para determinar el prestigio. Las actitudes son un objeto de estudio
típico de la sicología social; e interesan desde muy cerca a la SL bajo la forma de
actitudes lingüísticas, que son todas las actitudes con respecto a lenguas, variedades de
lenguas y comportamientos lingüísticos, o que tiene que ver con la comunidad hablante.
Actitud es en sí misma una noción muy amplia, pudiendo en primera hipótesis indicar
las cosas que la gente piensa de sí y de los demás, los juicios explícitos o implícitos, la
disposición favorable o desfavorable hacia las cosas, esquemas de evaluación de lo que
sucede y de la sociedad alrededor de nosotros, etc.; una definición más técnica, y más
corriente en sicología social, es la de Allport (1967), según la cual actitud es un estado
mental de predisposición, organizado a través de la experiencia, que ejercita una
influencia dinámica, polarizada bien en sentido favorable o desfavorable, sobre la
respuesta de un individuo a los objetos y a las situaciones con los que se encuentra. Las
actitudes no deben confundirse con las opiniones: éstas son formulaciones explícitas,
expresiones verbales contextualizadas (en respuesta a un cierto estímulo situacional
específico) y son, por lo tanto mucho más cambiantes y superficiales que las actitudes.
Están siempre basadas en ellas y en particular las revelan: representan en efecto uno, es
más el más inmediato, de los canales de acceso a las actitudes por parte del
investigador. En efecto las actitudes no son directamente observables, sino que están
ocultas, bien bajo la superficie del comportamiento; y están siempre con relación a un
objeto de referencia, tal que se podrían definir grosso modo como el conjunto de
posiciones conceptuales asumidas por una persona sobre un determinado “objeto”. En
cuanto posiciones conceptuales, están constituidas ya sea por componentes cognitivos,
racionales (creencias, fundadas ya sea en la observación y experiencia directa o en la
inferencia o en la autoridad de los otros), que por componentes afectivos, emocionales,
aunque este segundo tipo de componentes se considera prevalentes y se expresan en
evaluaciones. Los componentes cognitivos y evaluativos determinarían un tercer
aspecto de las actitudes, el conativo, en el cual las creencias y evaluaciones emotivas se
transforman en intenciones más o menos netas de comportamiento y en disposiciones a
la acción.
La naturaleza de las actitudes no siempre es clara (cfr. Baroni 1983: 21-2). En
particular, es problemática y compleja la relación entre actitudes y comportamiento.
Hoy no se cree más, como sucedía unos treinta años atrás, en épocas comportamentistas,
que las actitudes sean las promotoras y reguladoras del comportamiento; la actitud es
siempre en un cierto sentido –como hemos visto- un tipo de estado de predisposición a
actuar en una cierta dirección, pero es solo uno de los factores que intervienen para
determinar el comportamiento efectivo, al lado de las circunstancias de la situación
(aquí está comprendida la interpretación que los agentes dan de la situación) por un
lado y de las normas, de los valores y de las consuetúdines de la comunidad social por
el otro (además obviamente de las capacidades del sujeto en mérito a las competencias
requeridas por aquel comportamiento). La actitud llega a influenciar directamente el
comportamiento solo si y cuando la situación lo consiente: esto explica por qué uno
puede ser contradictorio con respecto al otro.
Con frecuencia, sino siempre, las actitudes poseen un componente interaccional, en
cuanto se relacionan fundamentalmente con grupos o personas; son además claramente
adquiridas, por aprendizaje implícito durante la socialización primaria y secundaria pero
también después, y son por lo tanto susceptibles de cambiar en el transcurso del tiempo,
aunque tendencialmente son constantes y estables: particularmente resistentes resultan
las actitudes adquiridas durante el periodo de la socialización. Sus funciones son
múltiples, la literatura en cuanto a este tema nos conduce sin embargo a cuatro
fundamentales: una función utilitaria (en cuanto pueden estar dirigidas a ganar
privilegios de naturaleza variada), una función de orientación cognitiva (en cuanto
imponen un cierto orden conceptual en el mundo que nos rodea), una función de
manifestación de valores y una función de defensa del ego y de la identidad personal.
La reciente sicología social del lenguaje pone en relieve los aspectos dinámicos de las
actitudes, que tenderían a ser al menos en parte construidas también en el curso de la
interacción verbal, sobre la base del juego recíproco de los actos comunicativos y de los
factores que los contextualizan (Giles-Coupland 1991:53-8); y podrían por lo tanto ser
mucho más variables de lo que piensa Labov.
Un tipo particular de actitud son los prejuicios: se trata de las actitudes que nos
formamos antes de o independientemente de haber tenido contacto y conocimiento
directo con un objeto. El prejuicio se basa en categorías preestablecidas que
comúnmente se refieren a estereotipos: características rígidas y tendencialmente
irreversibles (manifestadas en creencias, opiniones, imágenes mentales, etc.),
generalmente implícitas, que son atribuidas a un objeto (generalmente, un grupo social,
étnico, lingüístico, etc. otro respecto al nuestro) en base a una generalización infundada
(o errónea) (Baroni.1983:23). Se produce un proceso de estereotipación cuando ciertas
propiedades objetivas (como por ejemplo la pertenencia de sexo, clase de edad,
profesión, etnia, etc,; o también el modo de vestir, y similares) son asumidas como
estímulos para inferir rasgos de la personalidad y previsiones sobre el comportamiento
de determinadas personas. El prejuicio es por lo tanto un estado mental que funde
estereotipos en una actitud única por lo general negativa; se puede también considerar
(Quasthoff 1987:791) como una racionalización de actitudes; y, como está cargado de
valores y mecanismos afectivos que lo defienden, tiende a ser estable y resistente a
experiencias que lo contradirían.
Las actitudes lingüísticas son un componente fundamental de la identidad lingüística de
los hablantes y constituyen un factor muy importante para comprender el
comportamiento lingüístico de los individuos, su posición en la estratificación
sociolingüística en la sociedad y la organización de los repertorios lingüísticos de una
comunidad; y tienen, aun habiendo sido mucho más estudiados en sicología social del
lenguaje que en SL propiamente, un rol relevante en muchos conceptos
sociolingüísticos. La formación de las actitudes está unidad íntimamente con
numerosas variables sociales y lingüísticas, como la edad, el grado de instrucción, el
bagaje cultural general, la habilidad lingüística, el sexo de los hablantes, etc. (Baker
1992:22-46). Las investigaciones en sicología social del lenguaje han mostrado además
de que manera las actitudes y las reacciones de una persona están determinadas también
fuertemente por su manera de hablar y por el relativo “paradigma de evaluación del
hablante” que se activa en el oyente (Giles et alii 1987).
El estudio de las actitudes lingüísticas (como en general, el estudio de las actitudes)
posee numerosos problemas metodológicos, justamente en razón del hecho de que el
objeto de análisis escapa a la observación y experimentación directa, y su relevamiento
debe ser confiado a indicadores indirectos más o menos mediados que permitan
deducirlos. Entre los métodos más usados de relevamiento y medida de las actitudes
lingüísticas están ante todo la encuesta con cuestionario y la entrevista con preguntas
directas o indirectas; de este tipo es en Italia la investigación de Galli de Paratesi (1984:
143-205) sobre los juicios acerca de las pronunciaciones regionales del italiano. Ambos
métodos brindan sin embargo, opiniones y juicios explícitos, que no siempre revelan del
todo las actitudes. No mejor, desde el punto de vista metodológico, es la técnica,
bastante usada en las investigaciones sobre bilingüismo, de pedir la evaluación de las
lenguas en cuestión mediante una lista preestablecida de adjetivos (que expresan
propiedades del tipo: útil, inútil, melodiosa, dura, expresiva, difícil, etc.).
Han sido entonces usadas preferiblemente técnicas indirectas, como el llamado
“diferencial semántico”; aplicando aquí a la investigación sociolingüística una técnica
nacida y usada normalmente en sicología que consiste en pedir a los sujetos
entrevistados colocar un objeto de evaluación en un punto de una serie de escalas con
siete valores comprendidos entre dos adjetivos polares, del tipo “caliente/frío”,
“alegre/triste”, “lindo/feo”, etc.. La interpretación con fines sociolingüísticos de los
resultados de un test de este tipo se reveló como muy opinable y en general poco
satisfactorio, ya que es difícilmente integrable con las categorías corrientes en el análisis
en sociolingüística.
Pero el método indirecto desarrollado específicamente por el estudio de las actitudes
lingüísticas y transformado en el método por excelencia en este sector de investigación,
es la llamada técnica matched guise, o “simulaciones (de voces) enfrentadas”. Se trata
de una especie de test ideado por el estudioso canadiense W. Lambert (1967 –pero el
primer trabajo es del 1960-; 1972), que consiste en hacer escuchar (sometiendo a
grabaciones) distintas voces (de lecturas de textos) a evaluadores y en pedir a éstos
expresar su opinión sobre las personas que hablan colocándolos en una posición que les
parezca adecuada según diversas categorías preestablecidas (en lo que respecta a rasgos
de carácter y de la personalidad, status socio-económico, etc.. En su forma original, la
técnica matched guise preveía que los distintos textos-estímulos en distintas variedades
de lenguas (o en lenguas distintas: Lambert estudiaba las relaciones entre el inglés y el
francés en Canadá) fueran leídos por los mismos hablantes y presentados como
producidos por hablantes diferentes (por eso el nombre de la técnica); pero
inmediatamente se fue usual, por varias razones que no es éste el lugar para tratarlas,
utilizar un matched guise modificado, en el que son hablantes distintos los que brindan
las distintas voces o los distintos textos en distintas variedades de lengua.
Según los sicólogos sociales, una de las mayores ventajas de esta técnica consistiría en
el hecho de que, pidiendo evaluaciones sobre un individuo, se obtendrían opiniones más
espontáneas, no filtradas en términos de aceptación social, que en aquellas que serían
dadas sobre un grupo social o sobre una entidad equivalente; la técnica estaría además
indicada para hacer emerger los estereotipos vigentes en la comunidad. Esta presenta
sin embargo problemas metodológicos y técnicos que no son indiferentes, también en
razón de las numerosas fases que implica (elección de los textos, elección de los
hablantes-estímulo, elección de los evaluadores, elección de las variables que se desea
indagar y una relativa anulación de los otros factores, control de parámetros extraños,
etc.). Los refinamientos metodológicos de la técnica consienten atribuirle hoy un
notable grado de atención, en particular en lo que respecta al reconocimiento por parte
de los evaluadores del grupo social de pertenencia de los hablantes-estímulo: según
Brown-Bradshaw (1985), por ejemplo, el grupo de los hablantes es identificado con una
seguridad del 80%. En este sentido, la técnica se caza bien con la tradicional SL
correlativa: y en efecto ha sido criticada últimamente por los trabajos de impostación
interpretativa y pragmática (Giles-Coupland 1991: 54-6) por basarse en una concepción
estática de la relación entre comportamiento lingüístico, actitudes y contexto
situacional.

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