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1.

LAS CUESTIONES MACROSOCIALES, SUS VALORES Y SU MORAL INHERENTES

Los sistemas de valores prevalecientes y los códigos morales correspondientes nos hicieron
extraviar el camino. No es que estas o cualesquiera otras ideas gobierno en el mundo, sino
que —entregándonos a un modismo platónico— están encarnadas en algunas de nuestras
instituciones clave. Los sistemas de valores y códigos morales dominantes pueden agruparse
en dos grandes familias: individualismo (o egocentrismo) el individualismo promueve los
intereses individuales a expensas del bien público; y, el holismo sacrifica al individuo a una
totalidad que no es necesariamente noble y que a menudo se invoca para ocultar intereses
privados. Irónicamente, tanto el individualismo como el holismo pueden suscitar
indiferencia o conflictos destructivos. “Disfruta de la vida y ayuda a vivir” (Bunge, 1989a)

2. UTOPISMO E IDEALES SIN ILUSIONES

Una utopía social es una visión de la sociedad perfecta sin el establecimiento de los medios
para construirla. La motivación habitual del utopismo son los defectos (reales o imaginarios)
de las sociedades del momento, que aquél crítica de una manera más o menos velada. Sin
embargo, la fantasía utópica no es necesariamente estéril: una utopía es una especie de
experimento o simulación meditada que suscita el examen de cuestiones de este tipo: ¿Qué
pasaría si se modificaran e incluso se eliminaran tales y cuáles instituciones? Es por eso que
algunas utopías sociales, desde la de Tomás Moro (1518) en adelante, implicaron propuestas
que desencadenaron movimientos y reformas sociales. No hay nada de malo en imaginar
una sociedad mejor aunque uno no sepa cómo construirla. Otros pueden sugerir los medios
apropiados. Una noble utopía es mejor que la política “realista” (oportunista e
inescrupulosa). No obstante, los soñadores no concretan mucho. Peor, pueden extraviar
gravemente a aquellos que adoptan acríticamente sus diagnósticos y predicciones, y aún
más a quienes se esfuerzan por alcanzar la sociedad final. Estos utópicos ignoran el hecho
de que el conflicto social y el valorativo son rasgos ineludibles de cualquier sociedad, tan
ineludibles como la cooperación y la armonía parcial de los valores.

Entre el utópico tradicional y el Realpolitiker se yergue el reformador social realista y


progresista. También se lo puede calificar de neoutópico: un realista sin ilusiones, que
empieza por identificar los problemas y utiliza las ciencias sociales y la socio tecnología para
descubrir sus raíces y tratarlos: primero estudia, luego actúa. Procede por analogía con el
médico científico: identifica el haz de problemas - lo estudia científicamente - diagnostica -
planea - trata - controla - revisa si es necesario. Por desdicha, en muchos casos aún queda
por darse el primerísimo paso, a saber, un diagnóstico social correcto.

3. INGENIERÍA SOCIAL: GRADUAL Y SISTÉMICA

Hay dos tipos de reforma social: la parcial y la sistémica. La primera es sectorial: aborda los
problemas sociales de a uno por vez e instituye sucesivamente un programa social para cada
uno de ellos (véase, por ejemplo, Popper, 1957). En última instancia, este procedimiento es
ineficaz y hasta contraproducente. Primero, porque ataca los síntomas y no las causas. Segundo,
porque el caso es que la sociedad es un sistema de subsistemas interdependientes, no un
agregado de individuos mutuamente independientes.

Cualquier reforma social viable, eficaz y duradera con efectos (aproximadamente) previsibles
debe ser entonces radical y global (o sistémica) a la vez que gradual. Esto es, debe tratarse de
un cambio lento pero exhaustivo y total que afecte la estructura de los cuatro subsistemas
principales de la sociedad y por último, a través de ellos, la forma en que la gente siente, piensa
y evalúa.

Ahora bien, sólo la democracia política brinda la posibilidad de llevar a cabo una reforma de
este tipo. Las dictaduras inhiben el pensamiento social original, proscriben el debate público
racional sobre cualquier reforma y no motivan el esfuerzo personal. Las políticas y planes
sociales nacionales mejor conocidos son los elaborados para el “desarrollo” (crecimiento
económico) de los países del Tercer Mundo. La mayoría ha fracasado.. Este supuesto
nacionalista es falso, porque todos los pueblos viven en el mismo planeta y son dependientes o
interdependientes. Sólo los planes de desarrollo regional, que impliquen comercio y
cooperación entre pares, pueden tener éxito. Otra causa del fracaso es que ninguna de las
reformas contempladas hasta ahora fue suficientemente radical.

. Si el diagnóstico es correcto, lo que sugiere es que las políticas y planes de desarrollo deberían
ser sistémicos más que sectoriales, así como regionales, radicales, participativos e internos y no
importados. Si bien sólo podemos dar un paso a la vez, debemos tratar de hacer todas las cosas
al mismo tiempo, porque ningún componente y ninguna característica de la sociedad son
independientes del resto. (Paralelos: la crianza de niños y la administración empresarial).

4. PLANIFICACIÓN DE ARRIBA HACIA ABAJO

Un proyecto social es un plan para cambiar la estructura social, el estilo de vida y el sistema de
valores asociados de toda una sociedad. Puede ser moderado o radical; local, nacional, regional
o global; rígido o flexible; y autoritario o democrático. El éxito o fracaso de un proyecto social
depende de la aptitud de la elite política y cultural para convencer a la mayoría de la población
sobre la necesidad de su adopción. Es probable que el proyecto obtenga apoyo popular si se
percibe que responde a las necesidades y deseos de la gente, aun cuando en realidad no lo haga..
Si un proyecto social tiene éxito, fortalece el sistema de valores asociados. Si fracasa, los valores
subyacentes se hunden con él, al menos por un tiempo. La transformación de un orden social
puede intentarse desde abajo, desde arriba o desde el medio. El primer método no puede
funcionar porque, para triunfar, todo movimiento social necesita dirigentes competentes. La
segunda forma, elitista, tampoco funciona a largo plazo porque margina a la gente al reemplazar
una clase dominante por otra. En nuestro tiempo fuimos testigos presenciales del fracaso final
de tres clases de intentos elitistas: las políticas de desarrollo económico comunistas, fascistas y
autoritarias, como la “terapia de shock” hoy defendida por los economistas de las tendencias
predominantes para reconstruir las ex repúblicas soviéticas. Valdrá la pena que echemos un
rápido vistazo a esta última porque plantea ciertas cuestiones filosóficas. Una “terapia de shock”
económico para transformar las ex economías pseudosocialistas es una contrarrevolución social
consistente en la privatización de todas las empresas públicas, la creación de un mercado no
controlado, la contención de la inflación y el equilibrio presupuestario a cualquier precio, y la
destrucción de cualquier red de seguridad que haya existido para garantizar la supervivencia de
los más necesitados: todo esto de la noche a la mañana. Este tratamiento se recomienda con los
siguientes supuestos: (a) cualquier orden social puede ser transformado radicalmente desde
arriba y de una vez; (b) el capitalismo decimonónico o salvaje es el mejor; (c) la teoría económica
predominante es verdadera, y (d) una vez que “la economía” se pone en marcha, el resto la
sigue. Pero estos supuestos son técnicamente controvertidos y la terapia es a la vez sectorial y
antidemocrática, porque soslaya la política, la cultura y la moralidad.

En síntesis, la así llamada terapia de shock económico no funciona, y es improbable que lo haga
porque es sectorial y elitista, en países que necesitan trabajo productivo, debate democrático,
participación y esperanza. Además, es antisocial porque desgarra la red de seguridad e inmoral
por descuidar el bienestar de la gran mayoría. La solución no está en reemplazar un esquema
autoritario por otro, sino en hacer participar a la gente en la implementación de un proyecto
social de reconstrucción gradual pero integral (no sólo económica) a lo largo de toda una
generación.

CONCLUSION

Si una organización aspira a permanecer sana debe plantearse objetivos realistas. La


planificación está comprometida en la fijación de los objetivos de la organización y en las formas
generales para alcanzarlos. La opción frente a la planificación es la actividad aleatoria, no
coordinada e inútil. Los planes efectivos son flexibles y se adaptan condiciones cambiantes.; Asi
pues, Bunge acepta que las ciencias sociales tienen un objeto de estudio específico, pero
sostiene que hay unidad lógica y metodológica en todas las ciencias. Incluso, la existencia de
disciplinas como la psicología social, la antropología, la lingüística, la geografía, la demografía y
la epidemiología, a las que puede darse el nombre de ciencias socionaturales, "refuta la tesis
idealista de que las ciencias sociales están separadas de las naturales".
Más bien es un círculo continuo que nunca debe terminar en una organización; debe ser vigilada
periódicamente, revisada y modificada de acuerdo con los resultados internos, y externos y los
eventos.
Finalmente, se debe de ampliar los horizontes de la cuantificación tanto como sea posible y que
la escasez de experimentos es un grave revés de las ciencias sociales actuales. Bunge dice que
"los estudios sociales progresaron a grandes pasos pero en líneas generales se encuentran
todavía en una etapa protocientífica; por otra parte, contienen bolsones de pseudociencia que
rara vez se diagnostican y ponen al descubierto como tales".

OBJETIVO

Determinar si la planeación que se hace actualmente lograremos alcanzarlos con teoría


planteadas de Mario Bunge

COMENTARIO CRÍTICO

La adopción universal de una actitud científica puede hacernos más sabios: nos haría más
cautos, sin duda, en la recepción de información, en la admisión de creencias y en la formación
de previsiones; nos haría más exigentes en la contratación de nuestras opiniones, y más
tolerantes con las de otros; nos haría más dispuestos a indagar libremente acerca de nuevas
posibilidades, y a eliminar mitos consagrados que sólo son mitos; robustecería nuestra confianza
en la experiencia, guiada por la razón, y nuestra confianza en la razón contrastada por la
experiencia; nos estimularía a planear y controlar mejor la acción, a seleccionar nuestros fines y
con el conocimiento disponible, en vez de dominadas por el hábito y por la autoridad; daría más
vida al amor de la verdad, a la disposición a reconocer el propio error, a buscar la perfección y a
comprender la imperfección inevitable; nos daría una visión del mundo eternamente joven,
basada en teorías contrastadas, en vez de estarlo con la tradición, que rehúye tenazmente todo
contraste con los hechos; y nos animaría a sostener una visión realista de la vida humana, una
visión equilibrada, ni optimista ni pesimista.

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