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también se transportaban e1 c s 2 esos buches estirados y desecados Sol, puntas de flechas y bolas de piedra. an tae we pace los guaranies conocieron nuestra ave gigante, que era feat co. la pradera como lo era su arafia (flandii) en la selva hi eaieinoelal, Je llamaron ianddguasti (animal sagrado gran- s nuestros paisanos, que hicieron del f i 4 guaranf més que del charrda su lengua de comunicacién, terminaron llamando al avestruz americano: “fiandii”, a secas. i freien que cito a continuacién explica por qué la conste- in de la Cruz del Sur fue conocida desde Corrientes a la pam- Pa como PyporéNanduGuasii, la Huella del Nandv. La leyenda ganic vez, en tiempos muy remotos, el Abuelo avestruz-berd- gielebant volvié a caminar por el Cielo y dejé alli la huella de i ei ts baa cane de puntos luminosos que todavia ieden ver alli donde sus ufia fc poenrietn le sus ufias hirieron el Ifquido cristal Los europeos aman a est : fa huella “la Cruz del Sur” y lo: criollos en otras partes de América del Sur “Cruz de Mayo". Los papleranse al principio no sabjan el nombre original porque cuan- eae pullece el Abuelo Nandi y sus hijos ya habian suftido fsimo tiem; fi sea po un maleficio que los habia alejado del _ ps os charrdas que por aquel antiguo maleficio los flandii pezadieron pies més levantar el vuelo. La excepcién fue aquel 10 viaje del Abuelo Nandi, ai it pmaursicde |, autorizado por los espiritus para peels es lect legarfa un dia en el cual los pradera deberian andar tan errantes s como el mismo fiandti y su descendencia. pA aa ts ee anuncio a los pueblos de la pradera, esta advertencia de que también ellos andarfan algun dia errantes y perseguidos, fue 48 tuna profeefa que habfan hecho en realidad los espfritus mas sa- bios a través del Abuelo Nandwi, cuando él ya no podia elevarse por s{ mismo. Recibié en aquella ocasién la fuerza de aquellos espfritus buenos para navegar por el Cielo por altima vez y grabar su mensaje. Camin6 entre las estrellas cumpliendo aquella orden. Fue su despedida de los inmensos espacios celestiales. En el Cielo sigue indeleble la Huella, orientando al viajero por la pradera oriental hacia el nacimiento del Rio Sin la Otra Orilla, y es un Signo nacido en aquel tiempo antiguo de oréculos y sefiales. Esta profecfa nunca fue olvidada. Asf dicen los charriias. Pasaron los afios y pasaron los siglos. Cierta vez los orient les del campo debieron quemar sus viviendas y seguir a Artigas para no ser esclavos del colonialismo portugués. Este episodio se conoce como “la Redota” o el “Exodo del Pueblo Oriental”. Los charrias escoltaron al pueblo errante y perseguido con la convic~ cién de que se estaba cumpliendo una vez més el antiguo anuncio y que el pueblo oriental era el pueblo de la profecfa, el pueblo ‘amado del Abuelo Nandi. Las familias orientales abandonindolo todo, en durisima marcha hacia el Entre Réos fraterno, demostra- ban ser dignos hijos del Abuelo Nandi ‘Artigas por su parte, conocedor del culto charria al land, emple6 para coronar su Escudo Provincial una tiara de plumas de find. Fue un simbolo de la Alianza. La Profecia se cumplié muchas veces mAs. El propio Artigas finalmente debi6 seguir su destino errante hasta el Paraguay. Fue una profecia que sigue y seguiré vigente por algtin tiempo. ‘Todavia hoy la gente debe abandonar el campo, y lo hace con su corazén llorando; todavfa hoy la triste profecta del destino erran- te y peregrino de nuestros hijos se sigue cumpliendo, como lo anuin- ciara el Abuelo Nandi en el comienzo de los tiempos humanos, cuando clavé sus ufias en el Iiquido cristal del Firmamento. Muchos se marchan del campo a la ciudad, de la ciudad al extranjero. Hay paises de lejanos cielos desde los cuales ni si 49 quiera en las noches més despeja ca 's mas despejadas puede verse la Huella, No Todavia hay mucha trist. mada Choy det nn tisteza y dolor de despedidas bajo lalla. Pero por suerte no es la tinica Porque no estoy autorizado, que se van a cumplir, Profecfa. No les cuento las otras ero que se van a cumplir, les aseguro LEYENDAS DEL CEIBO Y EL CHURRINCHE Introduccién a Hay a rojos (los més comunes) pero hay también ceibos NCOs y ceibos de flor azul. Si los Primeros son los més conoci- dos, los segundos son escasos, y los azules muy raros Ceibos blancos todavia hay muchos por ei rio Cebollatt, es- coltando el camino del a; gua hacia la Isl Merim. El ceibo blanco e: Ree ea np el bl s {0s} por eso las muchachas charrtias 4 d lias hoy esta tan ocultas como los ceibos azules. ae ae q eo cl que més sobrevive, obstinadamente, simbo- siempre la fiesta de la vida, apacible y di 5 ley diversa, en las marge- fe huestros majestuosos cauces fluviales. Al ceibo rojo le es. puje eneatr® Femén Silva Valdés pues un indio viejo y medio jo le haba contado que sus flores habfan nacido del beso sona, 50 dor de una muchacha, que esperando a su amado, roz6 con sus labios las hojas de nuestro arbol. Este anciano que se santiguaba y adoraba al Sol dijo que al siguiente amanecer todos los ceibales parecfan de grana, Pero las leyendas cambian para perpetuar nuevas memorias que es necesario guardar uniéndolas a las més antiguas. Cuando Ilega- ron los mamelucos, bandeirantes cazadores de esclavos, el rojo si- guié siendo la vida, pero ahora era la vida combatiente, la resisten- ia. Al igual que entre otras culturas, entre los charriias el ceibo y el jaro churrinche (guyrapyta) se incorporaron a la resistencia, En el mundo guaranf la indiecita Anahi, atada a un poste y ‘quemada en la hoguera por el conquistador, transforma su cuerpo envuelto en llamas en las rojas corolas de ceibo, y asi renace para iempre. En el mundo charrifa es una muchacha india, cafda en la lu- cha por su suelo, sembrada en la memoria de todos, que renace desde la tierra como arbol ceibo de flores rojas. Antes la leyenda habia sido diferente: habfa hablado de una madre yacente y débil junto a su bebé recién nacido, que sola y desvalida se entrega a la fiera cazadora para proteger la vida de su nifio; madre joven de cuyos huesos y despojos tragados por la tierra doliente, nacfa el Arbol simbolo. Pero desde la egada de los bandeirantes son tiem- pos nuevos, de guerra aborrecida pero necesaria. Dicen los que esas cosas narran todavfa que los hechos pro- digiosos que expongo més abajo no ocurrieron en los tiempos en que los charriias Zapicdn y Abayubé enfrentaron a los adelanta- dos de Espafia, ni cuando la excursién invasora de Hernadarias. Ocurrieron después, cuando los bandeirantes portugueses entra- ron a la Banda de los Charrdas. As{ lo narraban todavia los charrtias de la Patria Vieja alld por mil ochocientos once, asf lo contaron a los sobrevivientes de Salsipuedes y el Queguay. Asf lo narraban los héroes victoriosos de Yacaré Cururt, y asf se mantuvo en el recuerdo de los fogones atin después de la muerte del viejo P*Idor-Sepé SI

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