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‘Mure Spare La historia paralela de Beate Pappenhei c ii, una moje. fondada en hechos reales tambign ha sido tansfigurada, MS. [La recepcionisea parecié més pequefia que nunca cusn~ do hizo pasar al inglés altisimo al estudio de la doctora Hildegatd Wolf, psiquiatra que habia vivido en Baviers, Praga, Dresden, Avila, Matsella, después en Londles, para finalmente establecerse en Paris. —Vine por una consulta —dijo él, porque no ten- go la conciencia tranquila: Veinticinco afios atris vend mi alma al diablo. —Pl inglés hablaba en un frances de extranjero. —2No es mis fécil si hablamos en inglés? —dijo ella, Hablo inglés desde que era escudiante Mucho mids ficil —dijo —, aunque, en un senti- do, Jos hechos se volverdn mas inquierantes, Lo que tengo para contar es una historia inglesa, [Los métodos terapéuticos de la doctora Wolf hablan. sido perfeccionadas por ella misma, La hablan hecho, préc- ticamente; la psiquiatra més exivasa de Pacis; por lo menos Ja més requerida. Muchos intentaban imitarla, El mérodo solo no aleanzaba: se necesitaba rambign su personalidad. En general, hablaba de sf misma durante las primeras sesiones, yendo solo casualmente hacia los problemas de sus pacientes; luego, en forma gradual e improvi los inducia a comenzar a hablar de sf mismos. Algun: pacientes, enojados, no regresaban luego de la primera o la segunda sesion. Otros protestaban, —2No quiere saber de mi problema? —No, para serle franca, no me interesa. ‘Muchos pacientes, fascinados, volvian a su consulto- rio y obrenfan su recompensa, Para entonces, el mévodo cra famoso incluso estudiado en las universidades, El método Wolf, ~—Vendi mi alma al diablo, —Una ver en mi vide —dijo ella— yo tambiga tuve la oportunidad de hacerlo. Solo que no me ofrecieron lo suficiente. Déjeme quic le cuente. Tehabfan dicho que hari justamente eto. El amigo que la recomend6, un cura que la habia consultado di. rante un periodo problemético de su vida, le habla dicho. “Me acontej6 que no intentarafezat, Me aconseé calar. me y escuchar. Lea el Evangelio, me dijo, Jess le ruc. #2 compasi6n. Tiene que entender su punto de vista, lo ue Fl debio soportar, Eseuche, no hable, Lea la Biblia, Absérbala: Dios esté hablando, no usted”, ‘Su muevo paciente se quedé quieto yescuchs, Distiue tala al gastar mucho dincro en la consulta, un lujo im- Posible tan solo tres semanas tris, Por veinticinco afios, desde que lo habfa golpeado la tragedia en Inglaterra he, bia sido un fugitivo escurridizo, siempre endeudado con ‘sus amigos, sus muchos amigos que en verdad no eran 10 Las eneubridarer ‘antos cuando les tocaba desempefiar el nha ss a fires. Tes senana atten sobrenombre “Lucy se abl solidiicado, Taro ueree: Descubi un aoe ue lo esperaba tras la muerte de uno de sus pri ae encubridores. Estaba en uns exja de seguridad, a dando ques presensarn:Ahors pode peed tenes una conciencn. odin dare uj de comma una de Jas ens caras y mejor recomendadas evade "Hy que escuchar el te hace eacchas, slo prime ts ledieon ellos; ‘lo' ein al menos custo pone Felis vstid con ropa elegant, ors pemanea sen: do y escuchaba, Estaba frente a ella, tras elescrivorio, il rFaZOs. eral epoeeniecoorntcanee rela que ya habia recibide aquel dinero, De pb ie dia hae sido cobrada po slain. Porque la spon de. duno amigo haba aregado todo pare que d i nero fuera entregado sin una sola pregunta, Su nom! ja suerte. i ten no duraba, Era un gran jugador Las ventanas del consultorio de la doccora Fenn aban al boulevard Saint-Germain eran de vidrio dol it jaban ‘UN suave rumor. " es ee. ae, caso —dijo. Hildegard Ue doctora Wal) au pacint-—, pero part mb eat 1 propia anal diablo implica un aseinso, Uno pase vender el alma. distincos agentes pero, hay que recon {o, sise trata del diablo es porque hubo una muerte o algo ae Laseresbridares Durance el resto de la sesi6n ella le cones que ya lle- vaba doce afios en Paris y que la ciudad congeniaba con su estilo de vida y de trabajo. Le dijo que tenia muchos amigos cn cl campo de la medicina, la religién y las ares, y que, aunque ya habia pasado hacia rato los cuarenta, ‘adn cra posible que se casara. —Pero nunca resignaria mi profesién —dijo ella. El ticmpo se habia terminado sin que le bubiera hecho ‘una sola pregunta al paciente. Daba por descontado que continuaria con el tratamiento. Le estreché la mano y le dijo que arreglara la prdxima cita con la recepcionista. Y ‘30 fuc, en efecto, lo que hizo. Hacia el final del mes, Hildegard le hizo su primera pregunca. —:Qué puedo hacer yo por usted? —dijo, con un tono molesto, come si él estuviera invadiendo su tiempo al. pareido, Cualquier cosa meno no merece ser llamada as, Por mi parte, ocurrié muchos afios atris, cuando trataba ‘enel primo, dudé de que realmente me entreggara el dincro luna ver que mi paciente estuviera muerto, Me rehuisé. Qui- 24, si me hubiese oftecido una sumta thuchisimo mayor, ha- bfa hecho ese pacto con el diablo: ;Quidn sabe? Tal como ‘se presencaban las cosas, dijeque no, que no impulsaria a «se horrible joven a quitarse su propia vida. Es més, lo alen- téa vivir. Lo contrario hubiese sido guiarlo hasta la muerre y entonees cargar yo con la culpa de un homicidio. WW al final se quité la vida? —No, que yo sepa esti vivo hasta el dia'de hoy. El inglés miraba a Hildegard de manera penecrante, ‘somo si quisiera leer sus verdaderos pensamientos. Quiz se preguntaba silo que ella en realidad trataba de hacer era dlecirle que dudaba de su historia, Quetfa irse de su oficina, en-ese mismo momento. Tal como ella lo habia estipulado, ‘habla pagado por su primera sesi6n una tarifa altsima, de mil quinicatos ddlares por tres cuartas de hora. Pero ella siguié hablando, fl pecmanecia sentado y escuchaba con un abultado portafolio de cuero a sus pies, profes Elinglés le ‘una mirada arrogante. —Primero —dijo—, debo informarle que la policia me busca por dos cargos: asesinato e intento de asesina- to. Me han buscado por mis de veinte afios. Soy el des- aparecido lord Lucan. Hildegard se quedé helada. En ese momento trataba § otro paciente que afirmaba, de manera convincente, ser el Fugitivo lord Lucan. Sospech6 que se trataba de una confabulacién. —Supongo —dijo.el hombre que en ese momento es- taba sentado en su oficina— que conoce mi historia.

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