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Antecedentes Historicos y Normativa Vigente

1. ANTECEDENTES HISTÓRICOS Y NORMATIVA VIGENTE


El creciente aumento de las víctimas de la guerra entre la población civil,
consecuencia fundamentalmente de la aparición de armas de alta tecnología, ha llegado a
causar una gran preocupación en la Comunidad Internacional. Y ello es así porque en la
actualidad podemos afirmar rotundamente, sin riesgo a equivocarnos, que la gran víctima
de las guerras modernas es la población civil.

Baste para ello recordar algunas estadísticas suficientemente esclarecedoras. Así,


durante la Primera Guerra Mundial se produce un 6% de víctimas entre la población civil,
porcentaje que se eleva a un 50% en la Segunda Guerra Mundial y que alcanza un 75%
durante la Guerra del Vietnan. En cuando a los conflictos armados que se desarrollan en
la actualidad, se viene afirmando que un 90% de las víctimas pertenecen a la población
civil.

Como ha puesto de manifiesto el Presidente del CICR en la XXVI Conferencia


Internacional de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja, celebrada en Ginebra los días 3 a
7 de diciembre de 1995, los asesinatos, la tortura, los tratos degradantes, la detención
arbitraria, a menudo en condiciones de extrema indigencia, ha sido la suerte que han
corrido innumerables víctimas. La toma de rehenes -violación de una norma fundamental
del derecho humanitario- ha adquirido proporciones alarmantes. Actualmente, las
calamidades que se abaten sobre la población civil afectan y comprometen gravemente a
la unidad de la familia, siendo cada vez más frecuente la separación de los familiares,
aumentando la angustia por los allegados de quienes no se tiene noticia.

Las mujeres suelen ser las primeras víctimas de tales situaciones, como consecuencia de los
incontables casos de violaciones con motivo de los conflictos armados. Los niños quedan, con
frecuencia, marcados para toda su vida, tras haber visto asesinar a sus padres y destruir su vivienda.
Los niños también son reclutados, incitándolos a participar en la violencia; muchos sólo conocen la
ley del fusil y su manejo y algunos a los quince años son ex combatientes; el reclutamiento de esos
niños soldados es un flagelo que la
humanidad no ha sabido erradicar y que, muy por el contrario, se desarrolla más y más.

Los grandes éxodos de la historia se repiten una vez más: según varias fuentes, se calcula en más de
23 millones el número de refugiados, y en más de 29 millones el de las personas desplazadas.

Los medios y los métodos de combate siguen teniendo consecuencias cada vez
más dramáticas. Cada año, más de 20.000 personas son muertas o mutiladas por la
explosión de minas antipersonal. Según la ONU, hay actualmente, repartidas en 64
países, más de 100 millones de minas.

En el Informe presentado por el CICR en la mencionada Conferencia se pone de


manifiesto la aparición nuevamente del crimen de genocidio, habiendo pasado la
purificación étnica a ser un fenómeno cotidiano. Con objeto de desarraigar a la población,
este fenómeno incluye una larga lista de exacciones: desde el hostigamiento o la
intimidación de las minorías hasta la masacre sistemática, el asesinato, la deportación, el
internamiento masivo, la toma de rehenes, la violación y la tortura.

Siguiendo a SÁNCHEZ DEL RIO, desde una perspectiva histórica hemos de decir
que durante siglos las guerras se desarrollaban entre los ejércitos y la población civil no
sufría sus consecuencias más que de forma indirecta (padeciendo hambre, pestes,
evacuaciones, etc.), pero difícilmente se producían víctimas entre los civiles. De ahí que
no existieran normas de protección, excepto las costumbres derivadas de la ocupación de
territorios extranjeros.

El Reglamento de las Leyes y Usos de la Guerra Terrestre, Anexo a los Convenios


de La Haya de 1899 y 1907, contenía un Capítulo sobre el régimen de la ocupación, pero
limitado casi exclusivamente a las medidas necesarias para el mantenimiento de orden
público y para garantizar los derechos de la familia y del individuo en cuanto a su vida,
integridad física y propiedad, así como la prohibición de las penas colectivas.

La Primera Guerra Mundial puso ya de manifiesto la insuficiencia de esta


normativa, porque desde el comienzo de las hostilidades infinidad de civiles fueron
internados, quedando en situación similar a los prisioneros de guerra, pero sin protección,
ya que no tenían la consideración de combatientes.

Durante la Segunda Guerra Mundial el problema se agrava, a consecuencia de que


se produjeron dos fenómenos con los que la normativa internacional no contaba:
a) En primer término, la gran movilidad de que disfrutaban los ciudadanos de casi
todos los países, unido al hecho de que el conflicto se iniciara sin una previa declaración
de guerra, hizo que sorprendiera a muchas personas lejos de su patria e incluso en
territorio enemigo.

b) En segundo lugar, durante el desarrollo del conflicto se produjeron graves actos


contra la población civil: desde su simple control hasta las deportaciones en masa,
atentados, bombardeos por represalias y, en último caso, el genocidio, como todos
conocemos.

No obstante, hemos de destacar que el Comité Internacional de la Cruz Roja


consiguió, como solución improvisada, que a los civiles internados se les aplicasen las
normas del Convenio de 1929 sobre prisioneros de guerra, que estaba entonces vigente.
La situación expuesta anteriormente dio lugar a que en 1949, al proponerse la
revisión de los Convenios de Ginebra de 1929, se plantease la necesidad de regular
también expresamente la protección de la población civil, naciendo así el IV Convenio de
Ginebra, relativo a la protección de las personas civiles en tiempos de guerra, de 12 de
agosto de 1949.
Pero incluso después de aceptados los Convenios de 1949, ratificados por la casi
totalidad de los Estados hoy existentes, se observaron sus limitaciones: habían sido
elaborados a la vista de las experiencias de la Segunda Guerra Mundial y resultaban ya
sobrepasados por los nuevos estilos de conflicto armado y la aparición de armas de alta
tecnología.

Un paso importante en la protección de la población civil fue la aprobación en 1968


por la Asamblea General de las Naciones Unidas de la Resolución 2444, en la que,
después de afirmar el principio de limitación de medios, recoge la prohibición de lanzar
ataques contra la población civil en cuanto tal, resaltando que es preciso distinguir en todo
tiempo entre las personas que toman parte en las hostilidades y los miembros de la
población civil, a fin de que éstos sean respetados en la medida de lo posible (principio de
distinción).

Posteriormente y en cumplimiento de diversas resoluciones de las Conferencias


Internacionales de la Cruz Roja, el Comité Internacional comenzó a preparar una revisión
de los Convenios de Ginebra de 1949, tendente sobre todo a actualizar el concepto de
combatiente, a proteger mejor a la población civil y a extender la protección a los
establecimientos y transportes sanitarios civiles.

Se llega así a la celebración de una Conferencia Diplomática convocada por el


Gobierno suizo y celebrada a lo largo de cuatro sesiones en los años 1974 a 1977,
aprobándose los dos Protocolos Adicionales a los Convenios de Ginebra de 1949,
aplicables el primero a los conflictos armados internacionales y el segundo a los que no
tienen carácter internacional, es decir, a los conflictos internos.

Contamos, pues, en este momento con tres Instrumentos internacionales tendentes


a la protección de la población civil en tiempo de conflicto armado:

a) El IV Convenio de Ginebra de 12 de agosto de 1949, sobre la protección de las


personas civiles en tiempo de guerra.
b) El Protocolo Adicional I a los Convenios de Ginebra, de 12 de junio de 1977,
relativo a la protección de las víctimas de los conflictos armados de carácter internacional.
c) El Protocolo Adicional II a los Convenios de Ginebra, de 12 de junio de 1977,
relativo a la protección de las víctimas de los conflictos armados sin carácter internacional.
En las disposiciones mencionadas se recogen una serie de normas de carácter
preventivo, cuya finalidad básica es la disminución del número de víctimas entre la
población civil, y otras que constituyen los sistemas de corrección, cuyo objetivo
fundamental es evitar que las víctimas civiles de la guerra vean innecesariamente
aumentados sus sufrimientos, las cuales tendremos ocasión de estudiar más adelante.
Previamente, analizaremos el concepto de personas civiles y de población civil.

2. CONCEPTO DE PERSONAS CIVILES Y DE POBLACIÓN CIVIL


Antes de examinar la normativa que regula la protección de la población civil,
parece aconsejable delimitar el concepto de personas civiles y de población civil.
El artículo 4º del IV Convenio de Ginebra, sobre la protección de las personas
civiles en tiempo de guerra, señala que quedan protegidas por el mismo las personas que
en un momento cualquiera y de cualquier manera que sea se encontraren, en caso de
conflicto u ocupación, en poder de una Parte contendiente o de una Potencia ocupante de
la cual no sean súbditas. Aclara seguidamente que no están protegidos por el Convenio
los súbditos de un Estado que no sea parte en él, precisando asimismo que los
ciudadanos de un Estado neutral que se encuentren en el territorio de un Estado
beligerante y los ciudadanos de un Estado cobeligerante no estarán considerados como
personas protegidas, mientras el Estado de que sean súbditos mantenga representación
diplomática normal ante el Estado en cuyo poder se encuentren.
De igual forma, las personas protegidas por el I, II y III Convenio no serán
consideradas como personas protegidas en el sentido del IV Convenio.
Sin embargo, las disposiciones del Título II (arts. 13 a 26), sobre protección general
de las poblaciones contra ciertos efectos de la guerra, tienen un campo de aplicación más
extenso, pues se refieren al conjunto de las poblaciones de los países contendientes sin
distingo alguno desfavorable, especialmente en cuanto a la raza, la nacionalidad, la
religión o la opinión política, y tienen por objetivo aliviar los sufrimientos engendrados por
la guerra, conforme se establece en el artículo 13.
Por otra parte, el artículo 3, común a los cuatro Convenios, aplicable a los conflictos
armados sin carácter internacional, dispone que las personas que no participen
directamente en las hostilidades, incluso los miembros de las Fuerzas Armadas que hayan
depuesto las armas y las personas que hayan quedado fuera de combate por enfermedad,
herida o detención o por cualquiera otra causa serán tratadas en todas circunstancias con
humanidad, sin distingo alguno de carácter desfavorable basado en la raza, el color, la
religión o las creencias, el sexo, el nacimiento o la fortuna, o cualquier otro criterio
análogo.

Más concretamente, el artículo 50.1 del Protocolo Adicional I viene a decir que se
consideran como personas civiles todas aquellas que no participen directamente en las
hostilidades, añadiendo a continuación que en caso de duda acerca de la condición de
una persona, se la considerará como civil.

Y el artículo 50.2 señala que la población civil comprende a todas las personas
civiles.

Por último, el artículo 50.3 aclara que la presencia entre la población civil de
personas cuya condición no responda a la definición de persona civil no priva a esa
población de su calidad de civil.
El artículo 8 del IV Convenio precisa que las personas protegidas no podrán, en
ningún caso, renunciar parcial ni totalmente a los derechos que les confiere el mismo. En
consecuencia, la renuncia a los mismos no tendría ningún valor desde el punto de vista

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