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Neurociencias y educación: diálogo

En una reunión de sábado, después de cenar una carne asada, en el patio de la casa
de un colega joven, un psicólogo con intereses en neurociencia, bromeé en relación a su
disciplina predilecta:

- ¿El cerebro aprende o las personas aprenden?

El colega sonrió y ese fue el inicio de un intercambio acerca no tanto de las neurociencias
sino de su divulgación y de alguno de sus usos menos rigurosos, en especial en el ámbito
educativo. Hablamos de la llamada neuroeducación que promete modificar como nunca la
forma de enseñar en las próximas décadas.

Me gusta mucho pensar en los rótulos. Fíjense como tal su nombre ya es bastante
llamativo; no se habla de ‘neurociencias para o aplicada a la educación’ ni ‘neurociencia de
la educación’, mucho menos de ‘educación neurocientifica’; esta manera de nombrar ya da
por descontado que las neurociencias van por delante; por eso son el prefijo para una
familia de disciplinas consagradas a la educación a las cuales, parece, no le queda más que
aceptar el segundo lugar en el podio. Uno pensaría que los neurocientíficos llegaron a
interesarse por la educación luego de años de estudiar teorías del aprendizaje y filosofía de
la educación pero, hasta donde sé, esto no suele suceder. Todo reconocimiento a las
humanidades se deja de postre, una vez que ya se ha comido glotonamente el manjar del
método adecuado para enseñar.

Basta escuchar la voz de algunos divulgadores en neurociencia. Suelen emplear


expresiones asociadas a la educación, tan extrañas como “el cerebro aprende” o “el cerebro
decide sin que nos demos cuenta”. También se deslizan comentarios que tienen todo el
aspecto de ser resultados de investigaciones pero que, bien mirados, no dicen nada; mi
ejemplo favorito: “cuando aprendemos se activan ciertas áreas del cerebro”. ¿Y con eso
qué? ¿Para saber si alguien aprendió es necesario conectarlo a una máquina y mirar su
cerebro? A mi resulta más simple formularle preguntas y en función de lo que diga calificar
su comprensión sobre un asunto. Es la tarea que realiza cualquier maestro de escuela
durante una lección. Con lo que lo de las activaciones resulta bastante estéril así planteado.
Por supuesto dichas activaciones pueden servir para algo pero seguramente no para decidir
si alguien aprendió o no. De hecho el reconocimiento de las áreas que se activan supone
que uno ya puede juzgar, de manera independiente, que significa aprender un tema x.
Luego correlaciona las respuestas correctas con los datos pero… ¡sabe las respuestas
correctas con independencia de esos datos!

Desde ya las neurociencias son una familia emergente de disciplinas y enfoques


orientados a estudiar el cerebro que tienen muchísima relevancia para pensar fenómenos
como la percepción o la incidencia en ciertas condiciones que favorecen o predisponen la
adquisición de un lenguaje. Y como se sabe el lenguaje es el lugar donde vivimos, donde
nos vemos como personas y vemos al resto como personas en el marco de una sociedad que
tiene toda clase de cosas con sentido. Cualquier filósofo de la mente o del lenguaje serio
jamás ha dejado de reconocer que un análisis conceptual del lenguaje no termina de
resolver las cosas. En ese sentido apelar a ciertos aportes de las neurociencias, de manera
complementaria, podría resultar fructífero. Entonces esta es una primera recomendación a
tener en cuenta: como disciplina emergente es necesario sentar a la mesa de diálogo a las
neurociencias con otras disciplinas consagradas al comportamiento humano. Esto suele
suceder en el interior de la academia y de hecho con el colega en cuestión nos
comunicamos para debatir entre su grupo consagrado al estudio de la neurociencia y el
grupo donde yo participo que se ubica en el ámbito de la filosofía de la mente y del
lenguaje. Para no ser autorreferencial un célebre filósofo de la mente sensible al aporte de
las neurociencias es John Searle. Searle no sólo se reúne sino que escribe junto a
neurocientíficos marcando siempre una diferencia básica pero relevante: la filosofía, al
igual que la neurociencia, tiene lo suyo para decir.

Entonces no hay problema en que haya intercambios entre las neurociencias y la


filosofía y otras disciplinas humanísticas.

Una disciplina como tal siempre forma parte de una mesa de diálogo. Pensemos en
la sociología o en la pedagogía. Si se trata de pensar la educación ambos enfoques tienen lo
suyo para decir y ninguno desestimará al otro por el aporte que pueda realizar. El primer
aprendizaje de un curso de epistemología es este: toda disciplina cuenta con sus límites.
Cuando una disciplina se pone por encima de otra o intenta dominar de manera
omniabarcante a las ciencias todo termina derivando en alguna forma de dogmatismo.
Precisamente el fracaso del proyecto positivista de Comte nos enseñó eso. Años más tarde,
durante la primera mitad del siglo XX el empirismo lógico –otro movimiento de corte
mayormente anglosajón en el ámbito de la filosofía- quiso poner por encima del resto de las
ciencias a la filosofía, a costa de hacer una filosofía bastante condicionada por las ciencias
naturales. Su fracaso se expresa en otra máxima que todos hemos aprendido en un curso
básico de epistemología: autonombrarse como la disciplina que va a decir qué discurso
tiene sentido y cual no también deriva en una forma de dogmatismo. El lector si quiere
puede recurrir a un manual especializado en epistemología pero creame que desde el
sentido común estas dos recomendaciones son muy difíciles de rechazar: no hay que caer
en el error de creerse la última palabra de las ciencias –como lo creyó el positivismo- ni
tampoco en creerse la primera palabra para el conocimiento –como lo creyó el empirismo
lógico.

Sin embargo la neuroeducación da ambos pasos en falso.


La clave del aprendizaje no está en el cerebro. De hecho le hemos podido enseñar a
generaciones enteras en la historia de la humanidad, hemos creado genios de la cultura, sin
saber todo lo que hoy sabemos del cerebro. ¿Las neurociencias tienen un aporte importante
para hacer a la educación? Claramente. Ahora bien si ya las neurociencias parten de que es
el cerebro quien aprende, las teorías del aprendizaje, la pedagogía y la filosofía de la
educación no tienen más que rendirse a sus resultados ¿qué otra cosa podrían hacer? Porque
lo que se supone que hay que hacer es discutir el cerebro y un teórico del aprendizaje, un
pedagogo o un filósofo no estudió sobre microtóbulos, sinapsis, mapas neuronales o grupos
enteros de neuronas. ¿Qué diablos podría aportar sino sabe nada sobre el cerebro? Los
humanistas por lo general tienen información importante acerca de cómo se comportan las
personas y las sociedades. Cuando un neurocientífico ha llegado a consolidar la idea de que
el cerebro aprende entonces ya dejó de dialogar con cualquier disciplina humanística
dedicada a la educación. Y eso quizá denota su afán totalizador.

La neurociencia da la primera palabra, después le pide opinión a los humanistas –a


los filósofos, a los pedagógos-, pero estos no tienen nada para decir sobre el cerebro,
entonces las neurociencias finalmente tienen también la última palabra sobre qué significa
aprender.

Alguien podría ofrecer esta solución:

- ¿y qué tal si se enseñan neurociencias en las carreras de educación? Así los


investigadores en educación podrían decir algo sobre el cerebro y entonces dialogar con los
buenos amigos neurocientíficos.

Los educadores y humanistas en general pueden aceptar hacer algunos cursos sobre
neurociencias pero sería justo que también exigiesen igualdad:

- y qué tal si los neurocientíficos estudian teorías del aprendizaje, filosofía de la


mente y algunos enfoques pedagógicos; qué tal si también se animan a estudiar
epistemología y teoría de la ciencia, sociología y también ética ya que a menudo suelen
hablar mediante expresiones como “el cerebro decide” el “cerebro elige” o “el cerebro está
habituado”.

Pero he aquí que la apertura de los neurocientíficos no parece haberse activado hasta
el momento. Se nos pide a los educadores que miremos los avances de las neurociencias.
Pero no se ve pedirle a los neurocientificos que estudien educación u otras humanidades.
¿No será porque se supone que hay unos que están por encima de los otros? ¿Y si es así;
quien pondría esas jerarquías?

El joven colega con el mismo enfado que yo por esta falta de reciprocidad me
confiesa que la filosofía de las neurociencias y las neurociencias son como dos disciplinas
que suelen discurrir por vías paralelas, y como se sabe las paralelas no suelen tocarse por
más lejos que vayan juntas.

Sería importante que se establezca un diálogo entre las neurociencias y la


educación. Eso, entiendo, significa no que las neurociencias nos lean las tablas de Moisés
del aprendizaje. Porque si es así, si verdaderamente las neurociencias anuncian el mesías,
apaguemos la luz y tiremos la llave las humanidades .

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