Professional Documents
Culture Documents
EL SACERDOTE
EN EL CINE NORTEAMERICANO
2
Olvide el lector todo lo que acaba de leer, por lo menos cuando se siente a ver una
película –norteamericana o en general de cualquier parte del mundo- donde
aparezca un sacerdote, ya que todo ello –salvo alguna que otra excepción- brilla
por su ausencia. Como afirma otro sacerdote: “Hoy en día, el sacerdote se ha
convertido en un animador, un asistente social, y a veces en un líder político. La
dimensión sobrenatural de su misión pasa en silencio”.
En el cine yanqui el sacerdote llega a ser hasta un showman y, cómo no, siempre
un contemporizador con las religiones que viven en el error. Al fin y al cabo, el
cine norteamericano era ecuménico y debía ser visto con agrado por todos, fueran
éstos católicos, protestantes o simples admiradores de las “estrellas” protagónicas
(¡había que pensar en la taquilla!). Nada de mostrar la Santa Misa, ni al sacerdote
en sus rezos, aunque más no fuera brevemente. Mucho más raro aún la
predicación del Evangelio de Cristo. ¿Para qué? Es más divertido verlo cantar
(jazz, no misa en latín) o dando de comer a los hambrientos, cosa que cualquiera
puede hacer pero que acerca al cura más al sentido inmanente y socialistoide de
la religión moderna. Otras veces sacará a los chicos de la calle…para volverlos
unos perfectos ciudadanos creyentes del “americanismo”. Y no será raro verlo
vestido como cualquier hijo de vecino, para asimilarse mejor a estos tiempos de
apostasía. Hoy los curas con sotana aparecen sólo en los chistes blasfemos de un
pasquín bolchévico como Página/12.
Si para San Leonardo de Porto Maurizio la Misa es “nada menos que el sol del
cristianismo, es el alma de la fe, el corazón de la religión de Jesucristo; todos los
ritos, todas las ceremonias, todos los sacramentos a ella se remiten. Es, en una
palabra, el compendio de todo lo que hay de hermoso y de bueno en la Iglesia de
Dios”, la religión en el cine norteamericano puede pasarse sin ella, y, más allá de
cómo y en qué circunstancias ubique al sacerdote, es capaz de presentar cincuenta
años de la vida de un sacerdote sin mostrarlo jamás celebrando Misa, ni
bautizando, ni rezando su Breviario, ni enseñando la doctrina, ni convirtiendo a
los infieles, ni confesando, y a pesar de eso proponerlo como ejemplo del buen
sacerdote (“Las llaves del reino”).
4
El balance, desde luego, es negativo, pero a esta altura nadie puede sorprenderse.
Hemos limitado nuestro estudio al cine estadounidense en primer lugar porque
es el cine por excelencia, nos guste o no, luego por ser muy vasto su campo de
acción y, también, por su repercusión hasta el día de hoy, donde tales films
cuentan con mayor accesibilidad que, v.gr., el cine clásico español, italiano o
francés.
5