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JESÚS, EL EXORCISTA

Cuando Jesús tomó la palabra en la sinagoga de Cafarnaúm por primera vez, provocó una fuerte
reacción en los que le escucharon: “la gente estaba admirada de su enseñanza, porque los enseñaba con
autoridad, y no como los maestros de la ley. ¿Había en la sinagoga un hombre con espíritu inmundo, que se
puso a “gritar? ‘¿Qué tenemos nosotros que ver contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé
quién eres: el Santo de Dios. ' Jesús lo increpó diciendo: ¡Cállate y sal de ese hombre! “(Mc 7,22-24).
Jesús habló de Dios de una manera tal que la gente quedó impactada. Las palabras de Jesús no les dejaron
indiferentes. Pero las palabras de 165135 provocaron también a los espíritus inmundos que habitan dentro de
las personas. Cuando Jesús hablaba, las personas se veían confrontadas con su propia verdad. Se veían
obligadas a definirse. Eso provocaba también a los “malos espíritus" dentro de la persona. Todas las imágenes
“diabólicas” de Dios se ponían bajo la claridad de aquella luz. Descubría que muchas veces utilizamos a Dios
para nuestro beneficio. Queremos que Dios sea como las imágenes que nos hemos hecho de él.
Cuando Jesús hablaba, ya no era posible esconderse detrás de aquellos ídolos. Se ponen al
descubierto nuestros errores. Y el espíritu impuro que tenemos dentro de nosotros se pone en movimiento.
Enturbia nuestra imagen de Dios y distorsiona la imagen que tenemos de nosotros mismos. Nos vemos de una
manera equivocada. Nos vemos y vemos todo con las gafas turbias de nuestras pasiones y necesidades
reprimidas. Las palabras de Jesús nos invitan a mirar todo tal como es. Pero nos resistimos. Porque nos quita
nuestras seguridades. Nos priva de la calma en la que nos habíamos instalado.
Traducidos a nuestro lenguaje de hoy, los “demonios" son las represiones, las ideas frías, los completos, la
confusión emocional, los bloqueos en los sentimientos, la capacidad de pensar con claridad. las escisiones
interiores. Recuerdo la reacción de aquel hombre que se enfadó con Jesús después de escuchar sus palabras.
Cuando hablo en mis conferencias sobre la misericordia de Dios, a veces hay oyentes que reaccionan con
agresividad. Me mandan al infierno. Me siento desconcertado por la virulencia de sus ataques. No les he
hecho nada. Evidentemente se ha despertado en ellos un demonio que quiere decir algo: una agresión
reprimida, un sentimiento de odio inconsciente, de amargura o de miedo.
Cuando Jesús hablaba de Dios en la sinagoga de Cafarnaún no lo hacía en un tono moralizante, ni con
amenazas o agresividad. Pero se ve que había allí un hombre que había usado a Dios como “sistema de
seguridad". Había ido a la sinagoga para distinguirse de la gente mala, sin Dios, y para situarse por encima de
ellos. Utilizaba a Dios para su beneficio. Jesús hablaba de Dios de una manera tal que ya no era posible
servirse de él según el propio interés. Las palabras de Jesús ponen al descubierto mi actitud ante Dios: si me
entrego a él o si lo utiliza para mis intereses.
Jesús no reaccionó ante los gritos del demonio dialogando con él, sino que le dio una orden; “¡Cállate
y sal de este hombre!" (Mc 1,25). En su trato con el demonio Jesús no se sirvió de la misericordia. Lo echó
fuera. Liberó a aquel hombre del espíritu impuro que lo tenía prisionero. Le devolvió la claridad de
pensamiento. El demonio todavía retorció al hombre violentamente y después salió de él profiriendo un
fuerte alarido.
La gente se quedó atónita. “¿Qué es eso? ¡Manda incluso a los espíritus inmundos y le obedecen!”
(Mc 1,27). Pero los escribas se resistían ante aquella doctrina. Y retrucaron ¡Jesús: “Tiene dentro a Belzebú.
Con el poder del príncipe de los demonios expulsa a los demonios" (Mc 3,22). Es la forma más sutil de
defenderse ante la provocación de Jesús. Se proyectan en Jesús los propios demonios y se le declara
“endemoniado”. Pero Jesús sí que hablando de Dios de manera tal que sus palabras dividen los espíritus. El
que se deja cuestionar por él reconoce a Dios y se conoce a si mismo correctamente y encuentra en las
palabras de Jesús un camino de vida.
Anselm Grum
JESÚS EL EXORCISTA: CUESTIONARIO

1. ¿Qué demonios se agitan en ti cuando escuchas las palabras de Jesús o cuando lees los relatos de sus
exorcismos? ¿Se despiertan en tu interior las imágenes diabólicas de Dios, quizá la imagen del dios
vengador, del dios déspota y arbitrario, del dios del deber?
Cuando escucho la palabra de Dios siento que afloran todos los malos pensamientos que tenía y me
siento culpable por haberlos sentido; siento que lo que su palabra hace es ponerme, como dice la
lectura, frente a estos malos pensamientos (demonios) para encararlos. NO, siento que Dios siempre fue
justo y le daba a su pueblo lo que merecía.

2. ¿Hay espíritus impuros en tu interior que no te dejan pensar con claridad?


A veces, sí. Para mi todos tienen demonios que los atormentas, la clave es saber manejarlos y no dejar
que ellos nos dominen a nosotros.

3. ¿Tienes una imagen correcta de ti misma o bien te has hecho una imagen falsa de ti misma que oculta y
distorsiona la realidad?
Tengo una imagen correcta de mi misma, pero creo que es importante tener un ideal; es decir, una
imagen de lo que aspiramos llegara ser pues eso nos permite mejorar día a día.

4. Mirando a las personas a tu alrededor, ¿qué es lo que distorsiona tu mirada?


Mi deseo de ser superior en todo.

5. ¿Con qué lentes miras a tus prójimos? Jesús hace que los demonios salgan del inconsciente.
Con lentes de envidia en algunos casos.

6. ¿Qué es lo que Jesús hace salir de tu interior a la luz? ¿En qué puntos Jesús te interpela y te hace
sentir incómoda?
Cuando escucho su palabra me hace reflexionar, me hace dar cuenta de que actuar así no está bien
pues todos somos especiales de distintas maneras y todos tienen distintos talentos; además de que cada
persona lidia con sus propios demonios y no debemos juzgarlas.

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