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Por
Padre Lucas Prados
-
16/04/2016
“No seréis vosotros los que habléis, sino el Espíritu de vuestro Padre
el que hable en vosotros” (Mt 10:20).
“Envío Dios a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que grita:
Abba, Padre” (Gal 4:6).
“Pero no se lo permitió el Espíritu de Jesús” (Hech 16: 6-7).
1.b.- El Magisterio de la Iglesia se ha referido a este dogma en numerosas
ocasiones:
Concilio de Constantinopla I (a. 381): “Y en el Espíritu Santo, Señor y
dador de vida, que procede del Padre, que junto con el Padre y el
Hijo es adorado y glorificado” (DS 150).
Concilio Romano (a. 382): “Si alguno no dijere que el Espíritu Santo
es verdadera y propiamente del Padre, como el Hijo, de la divina
substancia y verdadero, es hereje” (DS 168).
Concilio XI de Toledo (a. 675): “No se dice que sea sólo del Padre o
sólo del Hijo, sino Espíritu juntamente del Padre y del Hijo. Porque no
procede del Padre al Hijo, o del Hijo procede a la santificación de
la criatura, sino que se muestra proceder a la vez del uno y del
otro” (DS 527).
Concilio IV de Letrán (a. 1215): “El Padre no viene de nadie, el Hijo
del Padre sólo y el Espíritu Santo igualmente de uno y de otro, sin
comienzo, siempre y sin fin. El Padre que engendra, el Hijo que nace
y el Espíritu Santo que procede” (DS 800).
1.c.- Argumentación teológica
Recordemos que en el seno de la Trinidad todo es uno salvo las relaciones
de oposición. El único modo de distinguir al Hijo del Espíritu Santo, es si Éste
procede también del Hijo. Si el Espíritu Santo no procediera del Hijo, no
podría distinguirse realmente de Él.[3]
1.d.- La cuestión del “Filioque”
En el dogma se enuncia que el Espíritu Santo procede del Padre y del
Hijo.Aunque la afirmación del “Filioque” no figuraba en el credo
confesado en el año 381 en Constantinopla, basándose en una antigua
tradición latina y alejandrina, el Papa San León lo confesó
dogmáticamente en el año 447 (DS 284). El uso de esta fórmula en el
Credo fue poco a poco admitido en la liturgia latina entre los siglos VIII y
IX.
No obstante los Santos Padres latinos:
2.- Procede del Padre y del Hijo, como de un solo principio y única
espiración
En la procesión del Espíritu Santo no hay dos espiraciones, una
procedente del Padre y otra procedente del Hijo, sino que como nos
decían los concilios II de Lyon (DS 850) y de Florencia (DS 1300-1302), hay
una única espiración.
Como nos dice el mismo Jesucristo: “Todo cuanto tiene el Padre es
mío” (Jn 16:15). Afirmación que la teología ha interpretado en el sentido
de que entre el Padre y el Hijo todo es uno, salvo la relación de
paternidad-filiación que existe entre ellos, y que hace que el Padre sea
“padre” y el Hijo sea “hijo”.
A Gálvez hace en su obra “La Fiesta del Hombre y la Fiesta de Dios” un
profundo estudio sobre este punto concreto. Estudio que resumimos lo
más brevemente posible:
“Algunos teólogos, aun reconociendo que el Espíritu Santo es “nexus
duorum”, vínculo o nudo de amor que une al Padre con el Hijo, señalan
que ese camino puede ofrecer dificultades para llegar por su medio a
algún intento de explicación del misterio de la procesión de la tercera
Persona divina, y denuncian además el peligro de antropomorfismo.
Según ellos, lo que une a dos que se aman no puede ser precisamente la
realidad de su acto de amar; pues cada uno vive su propio acto, lo cual
supone dos amores o dos actos de amar; pero en el origen del Espíritu
Santo no hay sino un acto, un principio único de espiración común al
Padre y al Hijo. Seguramente la objeción es fundada, pero yo me
atrevería a insinuar la sugerencia de que quizás no sea necesario poner
en Dios dos actos de amor para intentar alguna explicación de la
procesión de la tercera Persona. Es cierto que existe el peligro del
antropomorfismo, que es un peligro sutil que está siempre al acecho y
que, por eso mismo, también puede sorprender a los objetantes.
Quizás se está queriendo explicar lo que es el Amor (que es Dios: 1 Jn 4:8)
por lo que es el amor humano o por lo que ocurre en el amor humano. Es
seguro que la tercera Persona procede de un principio único de
espiración. Pero es que, en Dios, ese acto de los dos Amantes es único, lo
que es posible gracias a la unidad de esencia de las Personas; son dos los
que aman, pero en un único acto de amor. No debemos olvidar que
estamos intentando decir algo del Amor (que es Dios), y no explicando lo
que es el amor humano, pues este último no es sino figura, o
participación, del Amor divino (y podemos ir del uno al otro a través de
la analogía). En el amor humano, o en el amor creado, el acto de amor
nunca puede ser único; pero eso se debe a que, no siendo perfecto, el
amor creado no es el Amor, sino una participación de él. Creo que no
debemos partir del amor creado, pues también ahí está el peligro de
antropomorfismo. Pero en Dios, el Espíritu Santo, o, si se quiere, el Amor
entre el Padre y el Hijo, es distinto de ellos como Persona (y sólo así se
puede dar el Amor); y al mismo tiempo es un acto único de amor, que
procede de ambos como tal porque es idéntico con ellos en la esencia.
Así es como se dice que el amor une y es elemento de unión, lo que es
posible precisamente gracias a la unicidad de su acto en el misterio de
la vida trinitaria”.[14]