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(Borradores)
Esteban Schmidt
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Jorge Lanata actualizó su estado: Lino trajo pizza al camarín y
ñam, ñam, fiesta! Por esa acción muchos de sus empleados de Crítica
no saben decir qué están haciendo ahora. Esperaban con ansias, con
pasión tropical, que el gordo los confirmara como amigos, para
siempre, que les escribiera en su muro, hola, me gustó tu nota, tu
picada, y nada, nada, ni pelota, sólo unos qué tal de vigilante privado
en los pasillos, un boludo, un día bueno, si ganaban confianza, y
ahora se quieren matar, ahora que Jorge confirmó su presencia en el
evento teatro de revistas se quieren cortar las bolas tristes, viven una
regresión infernal a sus días de crayones cortos en la cartuchera.
Gran vergüenza en sus inconscientes vírgenes pero ya a los treinta
años. Porque establezcamos que todos los soldados de Crítica tienen
más o menos treinta. Y sienten, los cronistas sienten. Sienten que se
han unido al grupo estoooy maaal, porque querían trabajar en un
diario nuevo y prestigioso, loco, en el último de papel, ¡el último!, y
hacerlo bien y que les pagaran, que los felicitaran por trabajar ahí, y
que todo estuviera bien, que el brillo de cada uno hiciera brillar a
todos. Muy lindos deseos en un conjunto de buenos muchachos. ¿Por
qué, ahora, esto?, ¿por qué esta burla del patrón? Del que hablaron
tan bien. Al que tanto abastecieron con admiración. Quieren
explicaciones de este padre lejano y mítico de quien dijeron, tantas
veces, es genial, es tan creativo. Con él: ¡se aprende!
Es cierto que hay cosas peores. Se puede estar, a esta misma
hora, cartoneando, se puede estar abusando de un menor a esta
misma hora, se puede, dentro de un rato, estar destruyendo una
amistad para siempre. Pero, los mundos peores más pequeños, los
mundos que se hacen peores cuando se afectan las expectativas,
cuando la verdad devuelve otra imagen y hay que aprender a vivir
resignados y con bronca, ¡ah!, esos días también hay que pensarlos y
hacerlos cantar. Prestemos toda nuestra colaboración para esta
marsellesa que nadie quería entonar. Porque, atención, este malestar
lo presentan ellos mismos, no inventamos nada. Así lo dicen los
periodistas y jornaleros amigos que nos informan en vivo, en directo,
y por gtalk, desde la mismísima sede de la contrarrevolución en la
calle Maipú y Corrientes. Los que nos chatean amargamente por las
tardes y nos cuentan su desdicha por el lenguaje de cabaret en la
tapa para referir siempre a la sexualidad, y porque la firma de los
compañeros no vale nada y porque se termina usando como castigo
ante una mala nota, el día que te salió mal. Galtieri, el nombre que
han elegido para llamar su jefe de redacción, ordena desde las alturas
a sus editores: ponele la firma, así se come el garrón.
Cuentan en el chat, nuestros amigos, sus me quiero ir de acá,
sus dramáticos no sé a dónde. Y cuentan las horas que quedan hasta
el cierre. Sabés que entro y ya pienso en irme, Estebitan. A las cinco
de la tarde alucinan el subte que los devuelva a sus casas a las diez.
Al menos, es un chateo pago, les decimos, un chateo con el taxímetro
puesto, ¡cúrrenlos todo lo que puedan!, pero ellos ya están espiando
el depósito en otra ventanita del monitor y haciendo planes sobre el
futuro, casarse, en general, las chicas; viajar, las más jovencitas, que
es tan importante viajar; entre los varones, armar algo, hacer crecer
algo, patear mejor al arco, de sobrepique, ¡por dios!, dale, dale, al
ángulo, o aparearse todo lo que puedan para compensar la injusta
prohibición del incesto. Tales son las cosas que suceden entre sus
parietales. Lo sabemos por el chat. Lo dicen ellos.
En nuestro país, y en el negocio que han elegido, les decimos
nosotros, la suma de méritos personales, la escolarización, el riesgo,
el sacrificio, y el talento aplicado no van a superar nunca los efectos
que se obtienen de sumar silencios y complacencias al espíritu de
época y a los grandes consensos. Y es por uno de ellos, por haber
cedido tan blandamente, tan alegremente a uno de ellos que ahora se
sienten mal, muchachos. Hablemos, compañeros, de ese consenso
que dice, o decía: Lanata es un genio. Porque de haber permanecido
firmes en su agenda de clase no propietaria, en su agenda de
escolarizados sarmientinos preguntándose cada día si estarían
haciendo un bien a la comunidad con sus notas, promoviendo el
progreso, si sus artículos mejorarían las perspectivas de su clase de
no seguir perdiendo participación en la torta ante las clases
propietarias se sentirían mejor y actualizarían su estado a: ¿vieron?
Se unirían al grupo la vi venir.
Lo de Lanata, hablemos crueldades, se malinterpretó desde el
arranque. Desde el principio de los tiempos, desde que supimos de él.
Sabemos que hubo más, pero pocas cosas fueron más emblemáticas
que haber pintado un diario de amarillo hace quince años y llamarlo
Amarillo/12. Eso, de alguna manera, fue condenar a Página/12 como
interlocutor para los asuntos importantes de la Argentina, que
quedarían reservados, en el campo de los medios y, por todos los
años siguientes y, quien sabe para toda la vida que aun le quede a los
diarios de papel, en las manos de Clarín y La Nación. Por meternos
con el día consagratorio de la creatividad de Lanata. Pero fue una
pavada. Un chiste que no se había hecho nunca, eso sí. El viejo truco
de profanar lo sagrado. Que para hacer una revolución, fenómeno.
Para hacer quilombo, fenómeno. Pero como máquina, como sistema,
no produjo nada y lo banalizó todo. Más o menos lo mismo que hacer
teatro de revistas, entretenimiento del más sencillo, hecho con el
diario en la mano, como una canción de León pero con gracia, que
está bien para Pepe Arias, para García Grau --un hombre excepcional
al que se evoca poco y nada—pero, por todo lo que nos dicen por el
chat el colectivo de periodistas que Lanata conduce, no quieren que
Lanata lo haga por cuanto los relativiza, los baja de periodistas a
empleados de un cómico. Que los hará, además, y si no renuncian,
producir una información que será más valorada cuanto más sirva a
los efectos de ser incluida en los monólogos del Maipo. La misma tasa
de efectividad que se aplicó hace ocho años en la revista 23, sólo
que, entonces, a la explotación televisiva de los reportes.
Obviamente que los artículos de cualquier joven de Clarín, que
se graduó en la maestría en que enseña Lalo Mir, si toman la escala
de lo público estatal y de los negocios, terminará abasteciendo las
bilaterales de Magnetto con el presidente de turno. El caso más claro
y último fue el apriete que Clarín le hizo al gobierno denunciando la
gestión de la ambientalista Romina Picolotti. En definitiva, un
periodista es un forro casi siempre. En el sentido más viscoso y
descartable. Y muy pocas veces no es un forro. Se pueden poner
trajes, viajar en avión, dar charlas en Columbia pero sus vidas se
resumen en mediar extorsiones. Salvemos a los periodistas narrativos
que zafan por ser los Cándido López de la Guerra del Paraguay --que
igual quedó manco en Curupayti--, salvemos también a algunos
columnistas, y a los que se han especializado en algo y con
cuentagotas tratan de filtrar una agenda útil para la comunidad.
Tomemos el caso de Daniel Santoro --el periodista, no el pintor
peronista--, que tiene un programa muy importante de cable llamado
Informe Santoro, y que cobró notoriedad, como diría el mismo,
cuando los americanos le pasaron una carpeta sobre el tráfico de
armas a Ecuador. ¡Que investigador!, ¡Qué informe, Santoro! O sea,
para un vecino común, como diría Macri, parece que Daniel, se infiltró
como Jack Bauer para filtrarle a la sociedad unos papeles secretos,
pero no, fue puntualmente Jack Bauer el que los robó para unos
señores de teléfonos satelitales que lo esperaban en una Hummer
estacionada en la esquina y que se lo pasaron a Danielito en la
confitería Donnay con el objeto puntual de cagar a alguien o de cagar
a muchos. O, simplemente, para mostrar la pija imperial.
Los diarios, suponemos nosotros, conservadoramente quizás, no
hay que intervenirlos, porque es como intervenir los hechos de ayer.
Es como hacerle una barba candado a una foto de Hitler y
fotoyopearle un arito al fuhrer. Dejalo como está, como fue, así lo
pensamos mejor. Intervenir lo que los diarios informan sobre lo
sucedido implica decir que importa más el cómo te lo digo que el qué
te estoy diciendo y eso, en los diarios, no puede ser. Por una regla de
juego social básica. Porque cada actor debe cumplir la promesa que
hace. Porque el policía no debe ser ladrón, porque el juez no puede
ser parcial. El periodista no puede tomarse en joda los hechos. Más si
le va a pedir, como tan insistentemente hace, al policía que no afane
y al juez que no arregle con una de las partes. El humorista, obvio que
sí. Santoro, el pintor, también. Que Evita vuele, que Evita evite a Juan,
que resucite, que tome helado con Magaldi en Freddo, si Santoro lo
siente así. Y, por esa contradicción, es que Sátira/12 no funcionó
nunca. Si te querían hacer reír en el cuerpo principal, ¿para que
además te daban un suplemento? El qué debe ir adelante del cómo
para que la libertad de la prensa valga bien la pena. Exageremos:
debe ser así para que valga la pena dar la vida por eso. Se puede, en
todo caso, anunciar que el diario será un hecho estético, como lo es la
revista Barcelona. Los diarios, en el caso ideal, deberían informar,
transparentar la vida pública para el público, que no está ni puede
estar en todos lados, para alentar sobre la práctica del socorro mutuo
o alertar sobre el sálvese quien pueda (esto es una ingenuidad, ya lo
mejoraremos). El Amarillo/12 fue una broma. Fundó una máquina
periodística de hacer chistes hasta la descompostura, hasta ponernos
amarillos. Claro, cada uno hace el diario que quiere. Por eso el
problema nunca fue Lanata. El problema fueron los afiliados a su
partido. Los que se subordinaron a su forma de ver las cosas y no
advirtieron que, además, son muy pocas las cosas que él ve.
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