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Hacia un programa realista débil en la ontología de los objetos

tecnológicos: aportes del realismo especulativo


[Towards a realistic program in the ontology of technological objects: contributions of
speculative realism]

DARÍO RUBÉN SANDRONE


Universidad Nacional de Córdoba, Argentina
dariosandrone@gmail.com

Resumen: El realismo especulativo es una escuela de pensamiento nacida en la primera década de


este siglo, que propone la restauración de un programa realista de reflexión filosófica. Este artículo
explora la relevancia de esta propuesta dentro del ámbito de la ontología de los objetos tecnológicos.
Consideramos algunos conceptos relevantes para nuestros propósitos en el pensamiento de Quentin
Meillassoux y Graham Harman. Por otro lado, examinamos algunos enfoques no realistas de la
ontología de los artefactos, que constituyen las posiciones dominantes en la actualidad. Además, en
contraposición, identificamos una tradición realista en la reflexión sobre objetos tecnológicos
(Babbage, Marx, Reuleaux, Lafitte, Simondon), que muestra ciertas continuidades con los
principios del realismo especulativo.
Palabras clave: realismo, correlacionismo, artefacto, máquina, ontología

Abstract: Speculative realism is a school of thought born in the first decade of this century
proposing a restoration of a realistic program for philosophical reflection. This article explores the
relevance of this proposal within the scope of the ontology of technological objects. We consider
some relevant concepts for our purposes in the thoughts of Quentin Meillassoux and Graham
Harman. Furthermore, we survey some nonrealistic approaches to the ontology of artifacts, which
constitute the mainstream positions nowadays. Additionally, we identify a realistic tradition of
reflections on technical objects (Babbage, Marx, Reuleaux, Lafitte, Simondon), which exhibits
certain continuities with the principles of speculative realism.
Key words: realism, correlationism, artifact, machine, ontology

1. Introducción

Los objetos tecnológicos son tantos y de tan variada naturaleza en nuestros días, que las reflexiones

ontológicas sobre el mundo artificial requieren un grado cada vez mayor de complejidad y dejan

poco margen para las simplificaciones. A pesar de ello, entre las diferentes corrientes filosóficas
1
que esbozan ontologías de lo artificial suele predominar una sola unidad de análisis, el artefacto,

entendido como un diseño más o menos intencional signado por el cumplimiento de una función

práctica o la satisfacción de un deseo. La caracterización de los criterios de diseño de los artefactos,

por otra parte, suelen presentarse en relación a los rasgos de la cognición humana y los contextos

de uso. En este sentido, las filosofías del artefacto proponen un programa filosófico de indagación

del mundo artificial en el cual no se puede definir a los objetos tecnológicos sino a partir de los

sujetos tecnológicos, sea agentes técnicos directos, como diseñadores o usuarios, o indirectos,

como actores políticos, económicos o sociales. Desde este punto de vista, comprender la episteme

(sea en términos de intenciones, razones, creencias, emociones, prácticas, etc.) es condición

necesaria para comprender la ontología de los objetos tecnológicos.

Sin embargo, existen ciertos fenómenos en el orden de lo artificial que exceden la capacidad

humana de intervenir intencionalmente, al menos de forma clara y transparente, en la génesis y el

funcionamiento de objetos tecnológicos. Estos fenómenos rebasan el marco teórico propuesto por

las filosofías del artefacto, por lo que es necesario ampliarlo y complementarlo con un programa

realista de los objetos tecnológicos. Se trata de encontrar una serie de principios en los sistemas

artificiales que le den unicidad y permitan conceptualizarlo como objeto, sin reducirlo a un mero

sistema físico y sin apelar para ello a principios subjetivos.

¿Cómo debe ser un programa realista de los objetos tecnológicos? El presente artículo no

pretende dar una respuesta definitiva a esta pregunta. No obstante, proponemos aquí algunas líneas

de indagación filosófica que deberían abordarse en una propuesta semejante. Existen dos fuentes

de las que tomaremos elementos para caracterizar un realismo tecnológico viable. En primer lugar,

extrapolaremos algunos conceptos provenientes de realismo especulativo. Uno de esos conceptos

2
será el de correlacionismo, con el que pretenderemos abarcar las filosofías del artefacto. No

afirmamos que la posición correlacionista es hegemónica, pero sí que es la base de la mayoría de

los análisis actuales dentro de la filosofía de la tecnología. También afirmamos que la noción de

artefacto, que supone vínculos intencionales, se ha extendido tan ampliamente que dificulta la

explicación de fenómenos tecnológicos que poseen cierto grado de autonomía con relación a la

intencionalidad humana. En segundo lugar, intentaremos mostrar que es posible identificar, en la

historia reciente del pensamiento sobre la tecnología, un programa realista de ciertos objetos

tecnológicos, las máquinas, que, a diferencia de los artefactos, han sido abordadas como entidades

reales, mente-independiente, cuya génesis es susceptible de ser estudiada con independencia de los

usos prácticos. Nuestra intención en este artículo es mostrar que el realismo especulativo, en su

propuesta de rehabilitar el abordaje filosófico de la cosa en sí, presenta aportes conceptuales para

rehabilitar el programa realista de los objetos tecnológicos, desplazado en la actualidad por el

programa correlacionista de las filosofías del artefacto.

En la primera sección, realizaremos una caracterización del realismo especulativo para

resaltar los rasgos que nos interesan particularmente, de cara a una ontología realista de los objetos

tecnológicos. En la segunda sección, expondremos los principales rasgos de las filosofías del

artefacto contemporáneas, con el propósito de mostrar que ellas son una variante del

correlacionismo, en los términos en que el realismo especulativo lo plantea. En la tercera sección,

haremos un repaso, que no pretende ser completo ni definitivo, de los autores que constituyen, a

nuestro juicio, la tradición realista débil de los objetos tecnológicos. Sabemos que cada uno de ellos

requiere un análisis particular que justifique su pertenencia a dicha tradición, pero esa tarea será

postergada para publicaciones posteriores, ya que en el presente trabajo sólo intentaremos mostrar

las continuidades entre esas concepciones y la propuesta del realismo especulativo. Justamente, en
3
la última sección, desarrollaremos los aportes conceptuales que el realismo especulativo nos brinda

para rehabilitar esas líneas trabajo en pos de una ontología realista de los objetos tecnológicos.

2. Realismo especulativo

2.1. La cosa “en sí” y la cosa “para nosotros”

El realismo especulativo es una corriente filosófica que ha sido presentada en sociedad en 20071 y

que tiene como principal referente al filósofo francés Quentin Meillassoux. En su versión

tradicional, el realismo plantea una relación privilegiada entre el sujeto cognoscente y la cosa tal

cuál es. El realista, decía Hegel, cree que es posible “sorprender” al objeto “por detrás”, no darle

tiempo o espacio para que se nos muestre, para que se disfrace de fenómeno. Pero el realismo

especulativo parece impugnar esta idea. No se trata de la forma en que nos relacionemos con la

cosa, por ejemplo, “sorpresivamente”. Más bien, conocer la “cosa en sí” es conocer la “cosa sin

mí” (Meillassoux 2015, p. 25). Por otro lado, el realismo especulativo parte de un diagnóstico

acerca del estado actual de la filosofía. Desde que Kant formuló las bases de la crítica, sostienen

los realistas especulativos, la filosofía se ha reducido a un intento permanente por pensar las

correlaciones entre las cosas y el ser humano o, lo que es lo mismo, por una actitud de abandono

al pensamiento sobre el absoluto, sobre la cosa “en sí” o “sin mí”.

Meillassoux sostiene que, desde Kant, el quehacer filosófico ha estado dominado

hegemónicamente por la perspectiva que denomina correlacionismo (noción que tal vez sea su

aporte filosófico más valioso). En la actualidad impera, según el francés, el “primado de lo

1
Se encuentra disponible una transcripción completa del evento, cfr. Brassier, R., Grant, I. H., Harman, G.,
y Meillassoux, Q. 2007.
4
inseparado” o “primado del correlato” (Meillassoux 2015, p. 66). Ya nadie se pregunta cómo son

las cosas, sino, quiénes somos nosotros y cómo las cosas son pensadas por nosotros. Esto no sólo

es una actitud filosófica extendida, sino que implica, además, un redireccionamiento de los

abordajes ontológicos: “[d]espués de Kant, y desde Kant, desempatar a dos filósofos rivales no

resulta de preguntarse cuál de los dos piensa la verdadera sustancialidad, sino de preguntarse cuál

piensa la correlación más originaria” (Meillassoux 2015, p. 26). La correlación, entonces, con todas

sus variantes, se ha convertido en el concepto central de la filosofía moderna y puede definirse

como “la idea según la cual no tenemos acceso más que a la relación entre pensamiento y ser, y

nunca a alguno de estos términos tomados aisladamente.” (Meillassoux 2015, p. 29). Para el nuevo

realismo, la filosofía contemporánea es heredera de esa renuncia moderna al abordaje filosófico de

“la cosa”, reemplazándolo por la cosificación de la relación entre la cosa y el sujeto. Esto nos lleva

a un rasgo central del correlacionismo: concibe al ser humano como un objeto privilegiado entre

todos los objetos: sólo existen las cosas “para nosotros”.

Una vez que se acepta este diagnóstico de la filosofía contemporánea, cabe preguntarse, ¿qué

sería, entonces, salirse del correlacionismo? Para Meillassoux una operación filosófica semejante

implicaría “romper con el requisito ontológico de los modernos según el cual ser es ser un

correlato” (Meillassoux 2015, p.53). Esto es lo mismo que “intentar comprender cómo el

pensamiento puede acceder a un no-correlativo (…) capaz de existir más allá de que nosotros

existamos o no” (Meillassoux 2015, p. 53). En función de esto, Meillassoux señala que el camino

que debe seguir un realismo aceptable debe estar fundado en dos requisitos anticorrelacionistas:

por un lado, debe admitir “que el pensamiento no es necesario (algo puede ser sin pensamiento)”

(Meillassoux, 2015:65); en segundo lugar, debe admitir que “el pensamiento puede pensar lo que

debe haber cuando no hay pensamiento.” (Meillassoux 2015, pp. 65-66).


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2.2. Una filosofía orientada a los objetos

El realismo especulativo no es una corriente homogénea y presenta líneas internas. Una de las

posiciones realistas críticas con Meillassoux es la del filósofo norteamericano Graham Harman. Su

trabajo posee un interés particular a los fines de este artículo porque, a diferencia de Meillassoux,

Harman incluye en el debate ontológico a los objetos artificiales (sean tecnológicos, sociales,

simbólicos o ficticios) habilitando el pasaje desde un realismo “de la naturaleza” a un realismo de

“los objetos”.

La principal pregunta de Meillassoux es “¿de qué hablan los astrofísicos, los geólogos o los

paleontólogos cuando discuten la edad del Universo, la fecha de formación de la Tierra, la fecha

de surgimiento de una especie anterior al hombre, la fecha de surgimiento del hombre mismo?”

(Meillassoux 2015, p.36). Su preocupación final es la justificación de “los materiales que indican

la existencia de una realidad o de un acontecimiento ancestral, anterior a la vida terrestre”

(Meillassoux 2015, p.37). Su planteo enfatiza la figura del “archifósil” es decir, aquella cosa natural

que da indicios de que la existencia del mundo precede a la del hombre: un isótopo o la luz de una

estrella. Para Meillassoux, esa es la pregunta que incomoda al correlacionista, pues lo ancestral,

por definición, existe con anterioridad a la correlación hombre-mundo, entonces: ¿cómo puede

describir el correlacionista esa existencia sin contradecir sus supuestos epistemológicos y

ontológicos? Ahora bien, desde esta perspectiva, los objetos tecnológicos no suponen un desafío

para el correlacionista porque no hay objetos tecnológicos que antecedan a la existencia del género

humano. Se podría ser realista en relación con los objetos naturales y correlacionista en relación

con los objetos artificiales. Son cosas “para nosotros”, no poseen un “en sí” problemático.

6
Sin embargo, para Harman, el realismo es un abordaje que debe extenderse a todo tipo de

objetos, incluso los artificiales, entendiendo por objeto “aquello que tiene una vida unificada y

autónoma por fuera de sus relaciones, accidentes, cualidades y momentos” (Harman 2015, p. 219).

Ser un objeto es poseer una suerte de realidad unitaria, por lo que este concepto abarca “a un árbol,

un átomo, una canción, un ejército, un banco, una franquicia deportiva, y un personaje de ficción.”

(Harman 2015, p. 156). Esto no significa, evidentemente, que todos los objetos sean igualmente

reales sino que todos son igualmente objetos (Harman 2011, p.10). Por otro lado, para Harman no

es necesario rechazar el concepto de esencia, mientras no se le atribuyan cualidades tradicionales

como simplicidad, eternidad y naturalidad (Harman 2015, p.156). Defender el concepto de esencia

significa, en cambio, “insistir en que los objetos no se agotan en su relación con los otros objetos”

(Harman 2015, p.175), es decir, negar, en algún punto, la metafísica correlacional, y no solamente

la que privilegia la relación hombre-cosa, sino también otras ontologías que resaltan las relaciones

cosa-cosa, como la Teoría del Actor Red2, sostenida principalmente por Bruno Latour (Harman

2015, pp. 220-221).

A pesar de presentar este reparo frente a la ontología latouriana, Harman toma de ella idea

de purificación, en sus dos modalidades: naturalización y socialización (Harman, 2015: 51).

Expliquemos brevemente este concepto. Según Latour, la modernidad se caracteriza por la creación

de objetos híbridos, cuya verdadera realidad es una trayectoria existencial que no puede ser

comprendida sino incorporando en ella elementos físicos, sociales, políticos, semánticos, etc. No

obstante, el pensamiento de la modernidad ha echado mano a cuatro tipos de repertorios para

explicar la constitución de los objetos con el propósito de realizar una “limpieza”. Se trata de

2 Acerca del origen y caracterización de esta concepción cfr. Latour 2005

7
reducir la realidad de los objetos a una dimensión natural, social, retórica o metafísica (Latour

2007, p. 131). Sobre la base de este razonamiento, Harman define dos operaciones epistémicas

típicas de la modernidad que, a su juicio, dificultan la elaboración de una ontología de los objetos.

Por un lado, se ha producido el socavamiento [undermining] de los objetos por parte del

pensamiento moderno: en esta maniobra intelectual se planteó que “lo que aparece en un principio

como un objeto autónomo es realmente sólo un agregado heterogéneo construido de pedazos más

pequeños” (Harman 2011, p.14). La principal expresión de este socavamiento es el materialismo

que reduce el objeto a sus componentes constitutivos, ya sean elementos, como en los filósofos

presocráticos, o quarks o cuerdas infinitesimales, como en el materialismo contemporáneo. En

todos los casos, el objeto como tal no es fundamental sino que es la combinación más o menos

específica de elementos fundamentales. Para Harman esa es la puerta de ingreso a un monismo

filosófico de las “cosas pre-individuales” (Harman 2011, p.14), donde lo que existe son los

elementos básicos homogéneos, mientras que la diversidad de objetos es una mera ilusión.3 Así, en

todas las ontologías que utilizan estrategias de socavamiento, los objetos “obtienen su realidad de

otros lugares (Harman 2011, pp. 15-16).

Como contrapartida, se encuentran las estrategias de sepultamiento [overmining]4 de los

objetos. Esta estrategia es la que concibe al ser humano como ente privilegiado en el que se

3 Es importante resaltar que Harman coloca a Simondon dentro de esta estrategia de socavamiento de los
objetos (Harman 2011, p.15). Nosotros diferimos de esa interpretación por dos motivos fundamentales: en
primer lugar, si bien Simondon concibe un nivel pre-individual, los elementos, estos no son homogéneos,
sino que son específicos y provistos de in-formación y tecnicidad particular: son objetos; en segundo lugar,
el individuo técnico, en Simondon, no es la suma de elementos, sino un nivel de existencia particular (no
ilusoria) que implica un esquema de funcionamiento y de intercambio con el medio asociado que no puede
reducirse a la suma de elementos. Es cierto que Simondon piensa al artefacto práctico como un derivado,
una manifestación de los individuos técnicos indeterminados, pero estos últimos poseen un fundamento real
en los principios de su propia organización.
4 Cfr. Ramirez y Ralón 2015, quienes traducen [undermining] como “demolición” y [overmining] como

“sepultamiento”
8
manifiestan los objetos, por lo que es la verdadera posición correlacionista en el sentido que lo

expresa Meillassoux (Harman 2011, p. 17). Para esta posición, los objetos son demasiado

complejos para ser reales, razón por la cual es necesario asistir a algo más directo y accesible para

los humanos, como la conciencia, el lenguaje, la asociación de percepciones o las relaciones

holísticas (Harman 2011, pp. 15-16). Para Harman, la base del sepultamiento de los objetos es el

antropocentrismo, que se expresa a través de dos vías. Por un lado, se encuentra la

instrumentalización, es decir, la reducción del objeto a su dimensión práctica. Por el otro, la

teorización, es decir, la abstracción del objeto para hacerlo accesible a las operaciones de la mente

humana. Desde el punto de vista de Harman, Meillassoux cae en este tipo de correlacionismo

cuando sostiene que las matemáticas nos proveen el acceso a la realidad última del objeto (Harman

2011, p. 155). Una verdadera ontología orientada a los objetos en general, y a los objetos

tecnológicos en particular, no debería reducirlos ni a su dimensión instrumental ni a su dimensión

teórica. Reducir un martillo, por ejemplo, a un mero instrumento a través del uso es esbozar una

caricatura del martillo, en la misma medida en que lo es reducirlo a un sistema físico de fuerzas:

“todas las relaciones humanas con los objetos los extraen de su realidad profunda revelando tan

sólo algunas de sus cualidades” (Harman 2015, p. 127)

Desde este punto de vista, el ser humano sólo puede acceder a ciertos perfiles del objeto, no

al objeto en plenitud. Esto podría entenderse, sin embargo, como una reformulación del fenómeno

kantiano, ya que afirmar que los objetos se recortan en perfiles (Harman 2015, p.128) en su relación

con el ser humano, es similar a decir que se manifiestan fenoménicamente. Sin embargo, el

realismo de Harman da un paso más que el kantismo: los objetos se recortan en perfiles al

contactarse entre sí, de forma que la “relacionalidad” es general en el mundo (Harman 2015, p.

128). Sea entre humanos, entre objetos o entre humanos y objetos: “[l]a reducción actúa siempre
9
en cualquier objeto del Universo que se relacione con otro” (Harman 2015, p. 128). Por tomar un

ejemplo que desarrolla el mismo Harman, la percepción humana del fuego en relación con el

algodón no agota las realidades respectivas de estos objetos, que podrían describirse al infinito en

percepciones que exceden la humana. Pero entre ellos tampoco logran hacer contacto pleno el uno

con el otro, pues los colores y los perfumes que los humanos y algunos animales pueden detectar

en ambos, no forman parte de su vínculo: “[d]icho de otra manera, los objetos se retraen unos a

otros no menos que de los seres humanos. Y es que los humanos, en ese sentido, sólo son un tipo

más de objeto entre millones de otros tipos en el cosmos (Harman 2015, p. 128).

Esta ontología equipara los fenómenos cognitivos con los fenómenos físicos: ambos casos

constituyen un vínculo entre objetos. Lo que tradicionalmente se considera conocimiento es el

modo en que el ser humano experimenta su relación con los demás objetos. Por otro lado, lo que

se conoce tradicionalmente como relaciones causales, son las reacciones que se producen cuando

diferentes objetos se relacionan entre sí. Harman pone en pie de igualdad todas las causalidades,

sean las cognitivas (hombre/objetos) o causales (objeto/objeto). Unifica ambos tipos de causalidad

y las diferencia de la causalidad específica de las ciencias empíricas. La distinción está en el tipo

de entidades que se toma como unidad de análisis: mientras que las ciencias empíricas tienden a

buscar las relaciones causales entre elementos homogéneos —átomos, partículas, cuerdas, etc. —

de manera de encontrar una relación originaria, un realismo especulativo, filosófico, debe concebir

las relaciones entre objetos múltiples y diversos, al igual que sus vínculos que Harman llama

retracciones —el algodón y el fuego se retraen mutuamente. Este punto es clave: Harman

considera que el discurso filosófico con respecto a los objetos no debe solaparse con el discurso

científico, que está orientado dar cuenta de esas partículas homogéneas, sino que debe dar cuenta

10
de la heterogeneidad de objetos y, por ende, de la heterogeneidad de las relaciones que expresan

retracciones de algunos objetos en pos de otros.

Ahora bien, la ventaja de postular un sujeto trascendental, como hizo Kant, es que soluciona

la cuestión del “principio organizativo” que da unicidad al objeto. En ese sentido cabe la siguiente

pregunta: ¿si eliminamos el sujeto como principio organizativo del objeto, debemos prescindir de

todo “principio organizativo”? La respuesta de Harman es negativa: “hasta un manojo de

cualidades precisa algo que arme el manojo” (Harman 2015, p. 140). Allí radica la filosofía realista

orientada a los objetos que propone Harman, en sostener la existencia de un principio organizativo

propio de los objetos y sus interiores (Harman 2015, p.170). Desde su punto de vista, los objetos

“emanan” sus cualidades, pero no de forma tal que lo emanado reproduzca algo de menor realidad

que lo que emana, sino que lo que emana entra en tensión con otros objetos, tensión que es la

materia de la percepción humana (Harman 2015, p.170). Los rasgos accidentales de los objetos,

por otra parte, son la percepción de las diferencias entre los objetos intencionales y los “rasgos que

lo anuncian” (Harman 2015, p. 170).

3. El programa correlacionista de los objetos tecnológicos: las filosofías del artefacto

El concepto de correlacionismo es una herramienta de análisis que, en el ámbito específico de las

ontologías de la tecnología, permite señalar el abandono de un programa filosófico realista, que

indague las configuraciones y las operaciones de los objetos tecnológicos con independencia del

vínculo que establecen con el ser humano, sus intenciones, usos y creencias. Durante la segunda

mitad del siglo XX la posición correlacionista dentro de la filosofía de la tecnología se consolidó

como una posición mayoritaria, cuasi hegemónica.

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Podemos encontrar un antecedente en la teoría del diseño de Herbert Simon, desarrollada a

finales de la década de 1960, la cual ha marcado fuertemente los desarrollos posteriores en las

teorías del diseño y la ontología de los objetos tecnológicos, sobre todo a partir de la distinción de

entre medio interno y externo. Según Simon, “[c]uando el medio interior está adecuado al medio

exterior, o viceversa, el artificio cumple la finalidad a la que se destina” (Simon 1973, p. 22). Para

Simon, la unidad mínima de análisis del mundo tecnológico es el artefacto, antes que eso, desde el

punto de vista ontológico, sólo hay “medios”. Por otra parte, la única forma de acceder al artefacto

es a través de un explicación funcional compuesta de tres elementos constitutivos: a) todo artefacto

posee un medio interno susceptible de ser descripto empíricamente porque se basa en leyes

naturales; b) todo artefacto opera inmerso en un medio externo también susceptible de ser descripto

empíricamente; c) la configuración del medio interno debe estar determinada por las características

del medio externo y los propósitos humanos (Simon 1973, p. 29). Desde este enfoque, los objetos

tecnológicos, reducidos a artefactos prácticos, son objetos “para nosotros”, es decir, no podemos

saber qué son si no sabemos “para qué son”. La tecnología se configura, desde este punto de vista,

como un reino artificial de lo inseparado, donde el objeto tecnológico concebido con prescindencia

de la finalidad humana es impensable.5

Posteriormente, en la década de 1990, surgieron, en el ámbito estrictamente filosófico,

posiciones intencionalistas que representan el grado más radical del programa correlacionista, tal

es el caso de Risto Hilpinen, para quien “[l]a existencia del objeto, así como algunas de sus

propiedades, dependen causalmente en la intención del autor” (Hilpinen 1993, p. 157). También

el enfoque intencionalista de Randall Dipert constituye un aporte importante al desarrollo de las

5
Es cierto que el concepto de artificialidad de Simon excede a los artefactos técnicos, incluso abarca
sistemas adaptativos biológicos, pero aquí sólo nos circunscribimos a su análisis de los objetos tecnológicos.
12
filosofías del artefacto. Para Dipert, un artefacto es esencialmente un objeto comunicativo debido

a que, por definición, es el resultado del vínculo entre un agente emisor de señales (el diseñador) y

uno perceptor (el usuario), en el que se producen creencias y se modifica o acota un

comportamiento. El contenido de la comunicación refiere a las propiedades-herramienta del objeto

mismo, es decir, que un artefacto técnico posee propiedades auto-comunicativas [self-

communicative properties] (Dipert 1995, p.128). ¿Qué comunica un artefacto? Que es una

herramienta, esto es, que tiene propiedades mejoradas intencionalmente para cumplir un propósito

humano. Son herramientas que se promocionan [market] a sí mismas como tales (Dipert 1995, p.

128). Dicho de otra forma, un artefacto es un tipo específico de herramienta que posee, además de

sus propiedades técnicas, propiedades comunicativas, por lo que es imposible concebirlo con

independencia de las significaciones humanas.

A principios de este siglo, fuertemente influenciada por Dipert, y sobre todo por Simon

(Kroes 2012, p. 38), fue presentada una alternativa a la concepción intencionalista: la teoría de la

Naturaleza Dual de los Artefactos Técnicos (NDAT), delineada por Peter Kroes y Anthonie Meijers

(Kroes y Meijers 2002) bajo el Programa de Naturaleza Dual (PND de ahora en más). Desde este

punto de vista, el artefacto es una síntesis instrumental “híbrida” (Kroes 2012, p. 137), esto es,

combina dos tipos diferentes de características, cada una de las cuales juega un papel constitutivo

en su existencia. Por un lado, las características físicas a través de las que un artefacto realiza su

función “son intrínsecas, propiedades independientes de la mente” (Kroes 2012, p. 196). Por otro

lado, “sus características funcionales son dependientes de la mente; están relacionados con las

intenciones humanas, ya que sólo en relación con las intenciones humanas (fines) los objetos físicos

pueden tener funciones” (Kroes 2012, p. 196). Kroes ha puesto especial atención en lo que

denomina el enfoque orientado al objeto, centrado en los procesos de elaboración y diseño de


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nuevos artefactos técnicos. Este enfoque, característico de la ingeniería moderna, se centra en el

“plan de producción y no una descripción de un objeto material real” (Kroes 2012, p. 143). Así, no

es posible una ontológica del objeto tecnológico con independencia de un análisis de los planes

humanos para los que es diseñado. Por otra parte, una segunda línea generacional del PND

conformada por Pieter E. Vermaas y Wybo Hukes, ha procurado abordar “la perspectiva del

usuario” (Kroes 2012, p. 144). Estos autores abogan por una metafísica del uso ya que, desde su

óptica, el diseño ingenieril no está orientado al objeto sino a la acción humana. El diseño de

artefactos equivale al diseño de un plan de uso (Vermaas y Hukes 2010, p. 158). En definitiva, el

PND, ampliamente difundido en la filosofía de la tecnología, configura programa correlacionista

de los objetos tecnológicos, en la medida en que los reduce a artefactos híbridos: mitad material,

mitad intencional. Esa hibridez configura la cosificación de la relación sujeto/objeto, lo que

imposibilita el abordaje de alguno de los términos por separado. Desde esta perspectiva, la

naturaleza última del objeto tecnológico implica las creencias, deseos, expectativas y propósitos de

los sujetos, sean estos diseñadores o usuarios.

Uno de los propósitos del PND es limitar la concepción intencionalista para evitar caer en

una suerte de idealismo técnico, en el cual los objetos sólo existen para y por la mente humana.

Frente a este problema, el correlacionismo ha intentado, al menos, otras dos soluciones: la primera,

es la de postular que la intencionalidad no es arbitraria, sino que está fundada en el esquema de

percepción y acción de la especie biológica homo sapiens, es decir, que sus principios pueden ser

estudiados empíricamente tomando el aparato cognitivo humano como objeto de estudio. Esta

concepción ha tenido su desarrollo más difundido en la teoría de los affordances de James J. Gibson

(1979), la cual ha repercutido notablemente en las teorías del diseño industrial de objetos

tecnológicos (Gaver 1991; Norman 1990). Por otro lado, una segunda solución al problema del
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idealismo tecnológico puede encontrarse en las teorías de la función. Sean de corte etiológico

(Wright 1973; Millikan [1984]2001, 1999), que ponen énfasis en la asignación original de

funciones por parte del diseñador, o de corte pluralista (Preston 1998, 2009) que también resalta

las asignaciones de la función en los contextos de uso, ambas consideran que la explicación de la

existencia de un artefacto equivale a la historia de las asignaciones de las funciones prácticas por

parte los seres humanos. La pregunta realista “¿qué es la cosa?” es desplazada por preguntas

correlacionistas como “¿para qué diseñaron la cosa?” o “¿para qué se usa o se usó la cosa”.

Las posiciones que hemos descripto en esta sección rechazan un realismo tecnológico.

Postulan al artefacto práctico como unidad última de análisis, cuyo principio unificador, que le da

entidad, no radica en sí mismo, ni estrictamente en su organización e intercambio con el medio,

sino en el ser humano: ya sea en la intencionalidad, el plan del diseñador, el del usuario, la

estructura perceptual de la especie humana o la historia de las asignaciones funcionales. Todas esas

dimensiones antropológicas le otorgan realidad al objeto tecnológico, sin las cuales sólo es un mero

sistema físico. Se afirma, entonces, que no se puede pensar la existencia y el funcionamiento de un

objeto tecnológico sin vincularlo a los estados mentales presentes, pasados y futuros de (y acerca

de) diseñadores y usuarios, sean estos reales, imaginarios o posibles. Así, el programa

correlacionista de la ontología de los artefactos desestima un programa realista que postule la

existencia de una entidad técnica no-correlativa, susceptible de ser descripta con independencia del

pensamiento humano sin que eso la reduzca a un mero trozo de materia.

4. El programa realista de los objetos tecnológicos en la tradición: la filosofía de las máquinas.

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¿Existió en la tradición filosófica (en un sentido amplio) un programa realista de los objetos

tecnológicos, antes de que las corrientes correlacionistas configuraran la posición filosófica

dominante erigida sobre el concepto de artefacto? En esta sección sugerimos, no sólo que ese

programa existió sino que, además se basó en una distinción entre el concepto correlacional de

artefacto (instrumento, herramienta, etc.), y el concepto no-correlacional o auto-correlacional de

máquina (maquinaria, individuo técnico, etc.)

El estudio sistemático de máquinas y artefactos es un fenómeno que comienza en Europa

mucho antes de la era industrial. Durante el renacimiento se elaboraron múltiples obras impresas,

sobre todo, desde el siglo XV hasta mediados del siglo XIX, con el propósito de explicar y

transmitir los conocimientos acerca de las máquinas y los procesos técnicos (Ferguson 1978, p.

132). El objetivo de este tipo de estudios sobre las máquinas era “explicar el funcionamiento, la

instalación y la utilización de instalaciones técnicas de una industria todavía en sus albores. Así,

no eran otra cosa que « instrucciones de uso»” (Maldonado 1977, p. 26). En el mismo sentido, es

posible afirmar que el criterio de clasificación de las máquinas según la tarea que desempeñaban y

no según el esquema de organización interna6 fue muy extendido hasta el siglo XIX. Esta

concepción de la máquina industrial como artefacto práctico, sin dudas, sienta las bases del enfoque

de Adam Smith, quien afirma que “la invención de las máquinas que facilitan y abrevian la tarea,

parece tener su origen en la propia división del trabajo” (Smith [1776] 2012, p. 12).

6
Ejemplos paradigmáticos de este tipo de clasificación aparecen en el Theatrum instrumentorum et
machinarum, escrito por Besson en 1582 y en Le diverse et artificiose machine del capitano, escrito por
Agostino Ramelli en 1588.

16
Posiblemente, la visión de Smith se deba a que los objetos tecnológicos utilizados en la

industria del siglo XVIII eran entidades diseñadas a escala humana, para la comprensión,

percepción y manipulación de los obreros. No obstante, el perfeccionamiento y la automatización

de los motores termodinámicos y el desarrollo de la gran maquinaria industrial configuró un paisaje

tecnológico diferente en el siglo XIX, lo que resquebrajó el enfoque correlacionista de la maquina

industrial. Un primer antecedente de esa fisura es Charles Babbage, quien enfatizó la diferencia

entre, por un lado, el proceso de perfeccionamiento de un objeto correlacional como el martillo,

que está basado en la experiencia del diseñador sobre su uso y, por el otro, el perfeccionamiento

de la máquina que, en cambio, depende de aptitudes más abstractas, como la representación gráfica

y la aplicación de la mecánica teórica (Babbage [1932] 2009, p. 15), la física y la química (Babbage

[1932] 2009. p. 207). Mientras que la herramienta es un objeto artificial correlacional, “para el

obrero”, la máquina es un objeto auto-correlacional, que puede ser estudiada en sí, de manera

científica. Este nivel distintivo de invención identificado por Babbage, no demanda la comprensión

de ciertas relaciones entre el cuerpo humano y las herramientas, sino entre los propios elementos

técnicos (Babbage [1932]2009, pp. 135-136). Al definir la maquinaria industrial como una

composición de motores, mecanismos y máquinas-herramienta (Babbage [1932] 2009, p. 15), la

influencia del uso humano directo, que es muy alta en el diseño de herramientas, es menos

importante en el diseño de la maquinaria como un todo. En la maquinaria, el trabajo es ejecutado

por las herramientas; las herramientas se diseñan para ser empleadas por las máquinas; las

máquinas son movidas por mecanismos de transmisión; los mecanismos de transmisión son

movidos por los motores artificiales. Esta es la consecuencia más importante de esta nueva

ontología del objeto tecnológico: su autorreferencialidad o, como dirá luego Simondon, su auto-

correlación. Si concebimos a una maquinaria como un objeto tecnológico, éste tiende a ser un
17
objeto artificial que construye su identidad alrededor de la organización de sus componentes

técnicos internos y no según su función práctica externa, la cual se vuelve contingente.

Concretamente, los mismos objetos industriales pueden cambiar de función práctica según los

propósitos del usuario, sin perder su identidad.

Esta observación llamó poderosamente la atención de Karl Marx quien, en El Capital (Marx

[1867], p. 2013), acusó a Smith de confundir el proceso de diseño de herramientas, correlativo al

trabajo corporal humano y basado en los conocimientos experienciales del obrero, con la invención

de la maquinaria, ligada a esquemas de funcionamiento abstractos y fundada en conocimientos

objetivos (Marx [1867] 2013, p. 424). La maquinaria, lo que Marx llama el “gran autómata” (Marx

[1867]2013, p. 463), debe abordarse en tanto lo que es, un objeto tecnológico cuyo principio de

organización y unicidad está dado por el ensamble y la interacción de sus propios componentes: la

máquina-herramienta, los mecanismos de transmisión y un motor automático. En su evolución, la

maquinaria industrial se vuelve sobre sí misma: las máquinas-herramienta, los mecanismos y los

motores, evolucionan auto-ajustándose unos con otros, sin referencia a las medidas y capacidades

del cuerpo humano sino a las características de cada componente. Por otra parte, podemos

vislumbrar que, en Marx, el conocimiento objetivo sobre el que se funda la innovación de la

maquinaria, no sólo proviene de la aplicación práctica de leyes que la ciencia básica extrae de los

fenómenos naturales, sino también de la obtención de leyes maquínicas a partir del estudio

empírico de máquinas existentes. Por ejemplo, muchos de los principios mecánicos fundamentales

para el diseño de la maquinaria del siglo XIX, fueron extraídos por los matemáticos de las máquinas

existentes en el siglo XVII (Marx [1867] 2013, p. 424). La máquina se vuelve condición de

posibilidad de sí misma. Esto es posible porque la maquinaria es un objeto real, mente-

independiente, en el que “queda suprimido este principio subjetivo de la división del trabajo [y se
18
puede examinar] en sí y para sí, objetivamente” (Marx [1867] 2013, pp. 462-463). La maquinaria,

vista como un todo, se constituye como un objeto de estudio en sí, es decir, independiente de su

origen intencional, diluido en la historia, y de sus fines prácticos, variable según los contextos de

uso. Por ello, para Marx, el principio de la industria fundada sobre las máquinas es “el de disolver

en sí y para sí a todo proceso de producción en sus elementos constitutivos y, ante todo, el hacerlo

sin tener en cuenta para nada a la mano humana” (Marx 2013, p. 592).

También esa consigna guío las investigaciones que derivaron en el nacimiento de la

ingeniería mecánica moderna, en la segunda mitad del siglo XIX. Robert Willis (Willis 1841) y

Franz Reuleaux (Reuleaux 1876), concebían a las máquinas como una combinación de partículas

elementales, los “mecanismos puros”, que eran entidades objetivas, susceptibles de ser

fundamentadas matemáticamente, con independencia de los contextos de uso y los artefactos que

se construyeran con ellos (Moon 2003). Desde esta perspectiva, si bien las máquinas eran artefactos

correlacionales, a través del análisis matemático era posible encontrar los objetos técnicos reales

con los que se configuraban la variedad de artefactos prácticos.

Ya en el siglo XX, el programa realista del siglo XIX revive por el proyecto de elaborar una

mecanología, o ciencia de las máquinas, planteado por Jacques Lafitte. Desde su punto de vista,

una ciencia de las máquinas “no tiene otro propósito que el estudio y la explicación de las

diferencias que se observan entre las máquinas. Y dado que la ciencia no se interesa más que en lo

real, ella no puede tener otro objeto más que las máquinas realmente existentes” (Lafitte [1932]2009,

p. 31). Si se toma este punto de partida, los artefactos prácticos correlacionales, definidos por los

propósitos y los contextos de uso humano, quedan fuera del objeto de estudio de una ciencia de las

máquinas. Ésta debe restringirse a los modos de organización que han permitido la existencia,

19
permanencia y evolución de las máquinas: “en una palabra, [se trata de] abordar el problema mismo

de su existencia” (Lafitte [1932]2009, p. 31). Lafitte, a diferencia de Reuleaux, afirmará que las

máquinas son objetos reales, y no combinación de objetos reales como los mecanismos. Los

fenómenos naturales, sean mecánicos, eléctricos, magnéticos o químicos, son apenas propiedades

específica de los diferentes tipos de máquinas. Ellas son sede de esos fenómenos, pero no pueden

ser reducidas a ninguno de ellos desde el punto de vista ontológico (Lafitte [1932]2009, p. 30). Ya

en la segunda mitad del siglo XX, Gilbert Simondon continuará la tarea de Lafitte, sobre todo en

sus últimos trabajos. En su curso de 1968 propone buscar una alternativa que complemente el

enfoque de los estudios de los objetos artificiales, en el que se los presenta como un punto funcional

entre realidades heterogéneas: el organismo y el medio (Simondon, [1968]2005, p. 85).7 Simondon

propone un tipo estudio alternativo, que excluya a los aspectos correlacionales de su objeto, ya que

“a pesar de ser la característica esencial y preponderante en los útiles e instrumentos, la función

relacional no es la única: incluso en el nivel más bajo, los objetos técnicos tienen una lógica interna,

una auto-correlación sin la cual no podrían existir” (Simondon [1968]2005, p. 89). Este es el terreno

de la organología propuesta por Lafitte, del abordaje de la organización del objeto artificial, con

independencia de sus funciones de mediación. Tanto Lafitte como Simondon abordan el problema

de la evolución de los objetos artificiales, pero no como una serie de inventos de artefactos a los

largo de la historia, sino como una génesis (Lafitte [1932]2009, p. 34; Simondon [1958]2007, p.

42), que posee una dinámica objetiva de acoplamiento de elementos, estructuras y procesos. Esta

génesis es susceptible de ser estudiada como un objeto real, de manera paralela e independiente de

7
Desde nuestra perspectiva, las tesis correlacionales actuales, como las del PND, corresponden a
ontologías sustentadas en este tipo de marco teórico, dado que piensan al artefacto técnico desde una teoría
de la percepción y la acción del organismo humano con fines prácticos de interacción con el medio.
20
los usos humanos particulares que se han hecho de las estructuras artificiales resultantes. Así, el

estudio de la evolución de los objetos tecnológicos se asemeja al de la evolución biológica8. Por

ello, en lugar de una ontología de artefactos, distinguidos por los planes del diseñador o de los

usuarios, los mecanólogos proponen una ontología de linajes técnicos (Lafitte [1932]2009, p. 94;

Simondon [1958]2007, p. 42), distinguidos por su tipo de organización y su génesis no-correlativa.

5. Hacía un realismo débil los objetos tecnológicos

5.1. Un programa realista no asume la realidad de todos los tipos de objetos tecnológicos: es

un realismo débil, un realismo de las máquinas.

Como vimos en la sección anterior, existió una tradición en el pensamiento sobre los objetos

tecnológicos que, desde el siglo XIX, sostiene que los artefactos, en tanto entidades correlacionales,

existen pero no poseen realidad más allá de la percepción, las creencias o las prácticas humanas.

Esta misma tradición sostuvo que las máquinas, en cambio, son entidades no-correlativas, cuyo

modo de existir no está determinada por la intencionalidad humana y que, por lo tanto, son

susceptibles de ser estudiadas bajo las mismas circunstancias que los objetos naturales. Diremos

que esa tradición llevó adelante un programa realista débil en el terreno de la ontología de los

objetos tecnológicos, porque no sostiene la realidad de todos los objetos tecnológicos, sino de un

cierto tipo, la máquina.

Recientemente, Jonathan Lowe (2014) ha presentado un enfoque ontológico fundado en la

distinción entre utensilios y máquinas9 que, desde nuestro punto de vista, coincide con los

8
Algo que ya había sido propuesto por Marx, cfr. Marx [1867] 2013, pp. 452-453.
9
Aunque no lo desarrollaremos aquí, vale decir que también han habido intentos recientes de
fundamentar un realismo fuerte en la ontología de los artefactos. Estos planteos no se limitan a sostener la
21
principios ontológicos básicos del programa realista débil, y realiza aportes conceptuales y

argumentativos que podrían contribuir a rehabilitarlo. Según este autor, una subclase de artefactos,

tales como sillas, mesas, martillos, cuchillos y similares, a los que reúne bajo la noción de

utensilios, no poseen un grado de existencia real (Lowe 2014, p. 24). Son, por el contrario, una

correlación de materiales preexistentes y propósitos humanos. No obstante, sostiene que existe otra

clase de objetos artificiales de los que se puede predicar un fundamento real con independencia de

la mente humana: las máquinas. Desde esta perspectiva, los utensilios son cuasi objetos naturales,

gobernados por leyes físicas generales que explican su funcionamiento en el mismo modo que

explican el funcionamiento de todo el mundo físico: “no hay leyes que rigen lo que hacen —porque

ellos no hacen nada por sí mismos, por su propia naturaleza, y en ese sentido no tienen

«naturaleza»” (Lowe 2014, p. 25). Sin embargo, el caso de las maquinas es muy distinto y, en ese

plano, las leyes generales de la física no son suficientes. Por ejemplo, si un motor de combustión

interna deja de funcionar, o se detiene un reloj, se requiere apelar a leyes ingenieriles específicas

de cada clase de máquina para explicar sendos fenómenos. Esto se explica, según Lowe, porque

“[n]o hay una ciencia especial de las mesas o los martillos comparable con la ciencia ingenieril

aplicada a las máquinas y no hay leyes de una ciencia especial correspondiente, comparable con

las leyes de las ciencias ingenieriles.” (Lowe 2014, p. 25).

De esto se desprende que, desde un punto de vista ontológico, es sumamente importante

establecer si los tipos de máquinas son el resultado de la aplicación de leyes naturales obtenidas

por las ciencias básicas —como ha propuesto, por ejemplo, Mario Bunge ([1967]2004) — o si, en

realidad de las máquinas, sino que también pretenden encontrar fundamentos para la realidad de cualquier
artefacto práctico, en base a un vínculo objetivo entre su estructura interna y su función, cfr. Denkel 1995;
Baker 2004. No obstante, este programa realista fuerte presenta serias inconsistencias, cfr. Lawler y Vega
2010.
22
cambio, son el producto de la aplicación de leyes obtenidas a través del estudio científico de

máquinas pre-existentes. En la primera opción, el conocimiento, científico en este caso, precede a

la existencia del objeto tecnológico, como propone el correlacionismo. En la segunda opción, la

existencia de las máquinas es anterior y, por lo tanto, independiente del conocimiento formal que

el ser humano posea de ellas, como propone una posición realista débil de los objetos tecnológicos.

Por otra parte, Edwin Layton ha argumentado en favor de la segunda opción. Según se

desprende de sus investigaciones sobre la historia de las ciencias ingenieriles en Estados Unidos,

el proceder del tecnólogo consiste en encontrar principios fundamentales en las clases de máquinas

existentes, formularlos como afirmaciones comprobables y experimentar en las máquinas

individuales pertenecientes a esa clase (Layton 1971, p. 566). Lo que muestra Layton es que las

ciencias ingenieriles constituyen una disciplina empírica diferente del diseño de artefactos, es decir,

una disciplina que realiza descubrimientos en las máquinas y no meras aplicaciones de

descubrimientos realizados anteriormente en el mundo físico general (Layton 1971, p. 569). Esto

es posible porque su objeto de estudio es una entidad real, cuya existencia precede al pensamiento.

De estas existencias pueden obtenerse principios generales que organicen las normas para el diseño

y la innovación de máquinas posteriores.

5.2. La pregunta por el archifósil tecnológico

¿Qué puede aportar el realismo especulativo a esta rehabilitación del programa realista débil de

los objetos tecnológicos? Una de las continuidades que pueden observarse entre ambas propuestas

es la pregunta por el “archifósil”. Es verdad que debe ser reformulada, pues la existencia de objetos

tecnológicos supone al ser humano. No obstante, en un sentido amplio, si nos preguntamos por el

origen de los diferentes tipos de artefactos complejos, descubriremos que muchos esquemas de

23
funcionamiento existían antes de formar parte de esos objetos tecnológicos particulares y pueden

ser descriptos sin apelar a ellos. ¿Qué entidad poseen esos esquemas de funcionamiento? La

pregunta sobre el archifósil (Meillassoux 2015, p. 36) adquiriría la siguiente forma en el ámbito de

los objetos técnicos: ¿si todo artefacto se explica a partir de la correlación con propósitos o

intenciones humanas, de qué hablan los ingenieros mecánicos, eléctricos, químicos e informáticos

cuando discuten sobre magnitudes eléctricas, magnéticas, sobre resistencia de materiales o sobre

capacidad de almacenamiento? Esas magnitudes indican la existencia de una realidad anterior al

artefacto. Por ejemplo, un tipo de motor termodinámico puede ser caracterizado específicamente a

partir de una descripción empírica de las magnitudes de los fenómenos mecánicos y

termodinámicos de los que él es sede. Esa descripción permite identificarlo y diferenciarlo de otros

tipos de motores termodinámicos. No es el propósito práctico el criterio de identificación. Se le

podría asignar la función de mover vehículos, pero su existencia es anterior a la del automóvil. De

hecho, antes de ser usado para el transporte, su función práctica era exclusivamente la de mover

maquinaria en la producción industrial. Por ende, esa descripción del motor es una descripción

distinta de las dos que postula el PND: no es una descripción física, porque las leyes que se

descubren en el motor no describen fenómenos de la naturaleza sino regularidades de un tipo

específico de objeto artificial. Tampoco es una descripción funcional, porque los fenómenos que

describen las magnitudes ingenieriles no hacen alusión a la función práctica del objeto. El motor

termodinámico es un archifósil para el diseño del automóvil. Cuando los ingenieros describen su

existencia con magnitudes independientes del artefacto automóvil, describen una entidad artificial

cuya existencia es independiente de su función. Esta cuestión incomoda al correlacionista

tecnológico porque tiene que tratar con una entidad que posee un peso ontológico específico, no

subsidiario de los fines prácticos en los que se emplea. Se trata de un objeto, no sólo de un “medio
24
interno”: posee una existencia particular y una historia de reproducciones e innovaciones previas a

la correlación diseñador-automóvil, y mucho antes, desde luego, que la relación usuario-automóvil.

¿De qué hablan cuando hablan de ellos los ingenieros?

5.3. La distinción entre cualidades técnicas primarias (auto-correlación) y secundarias

(correlación)

En función de lo anterior, podemos decir que una rehabilitación de la distinción entre cualidades

primarias y segundarias en el orden de los objetos tecnológicos es otro de los aportes que puede

realizar el realismo especulativo.10 Esto implicaría sostener la distinción entre un funcionamiento

real y una función práctica asignada: el primer término alude al objeto artificial “en sí”, el segundo,

en cambio, al objeto artificial “para nosotros”, con independencia de que ese “nosotros” esté basado

en un uso idiosincrático, en una función asignada por el diseñador o en una función construida

socialmente por el uso. El funcionamiento no es un conjunto de cualidades físicas de un objeto

natural, sino un conjunto de cualidades técnicas artificiales que posibilitan ciertos fenómenos

físicos y químicos en su estructura, los cuales, a la vez, permiten que ese funcionamiento exista y

persista. Para que eso suceda, las partes deben cumplir una función, pero esa función no es una

función de mediación entre el ser humano y el medio, sino entre los elementos del objeto artificial

técnico de manera que permita que el funcionamiento exista y persista. Esa clase de funciones de

los elementos técnicos no son en relación al hombre (antropológicos) sino en relación al tipo de

funcionamiento artificial (tecnológico). En ese sentido, son cualidades técnicas primarias, propias

10
No casualmente el libro de Meillassoux comienza afirmando que “[l]a teoría de las cualidades
primarias y secundarias parece pertenecer a un pasado filosófico irremediablemente perimido: es tiempo de
rehabilitarla. (Meillassoux 2015, p. 23)
25
del objeto. La descripción del funcionamiento real no es en términos de leyes naturales, sino de

leyes ingenieriles.

5.4. Un programa realista débil debe ser un realismo orientado a objetos.

En este punto, es importante retomar los conceptos de socavamiento y sepultamiento de Harman.

Distinguir a un objeto artificial en su dimensión física y en su dimensión intencional, como hacen

las filosofías del artefacto, es desintegrar la unicidad del objeto técnico “desde abajo” y “desde

arriba”. Al descomponerlo en propiedades físicas se postula que existen elementos básicos, átomos,

que producen fenómenos físicos, los cuales tienen verdadera existencia, mientras que el objeto

artificial sólo emerge a la existencia cuando se le atribuye una función intencional a esos

fenómenos11. No es necesario que el socavamiento del objeto artificial se lleve a cabo postulando

fenómenos físicos básicos. En este sentido, como hemos mencionado, la incipiente ingeniería

mecánica de mediados de siglo XIX, encarnada en Robert Willis y Franz Reuleaux, no constituye

un realismo de las máquinas sino de los mecanismos. Para este enfoque, las máquinas no tienen un

peso ontológico sino que son objetos correlacionales mente-dependientes. Ya en el siglo XX, el

realismo de las máquinas de Lafitte y Simondon negará esa concepción: las máquinas son objetos

reales en las que el tipo de combinación de mecanismos es apenas una propiedad específica de esos

individuos técnicos, que no pueden ser reducidos a ella. Es necesario pensar, entonces, un realismo

11
Layton ha observado que una de las características metodológica de las ciencias ingenieriles es la
renuncia a postular entidades no observables, tales como fuerzas, y al tratamiento de las leyes de los
materiales en términos de entidades microscópicas, tales como átomos. De esta forma, en relación a los
objetos artificiales, se desligan de la ontología de socavamiento de las ciencias básicas, sin renunciar a
establecer teorías sobre la clase de cosas reales que habitan el mundo. En cambio, proponen modelos
científicos macroscópicos adecuados a las organizaciones artificiales que investigan basados en principios
y entidades específicas —por ejemplo, la visualización de una viga como manojo de fibras (Layton 1971,
p. 569).
26
de lo artificial orientado a los objetos, a los principios ingenieriles que le dan unicidad al tipo de

máquina y que le permiten persistir en la historia como individuo técnico mente-independiente.

Por otro lado, el objeto tecnológico corre el riesgo de ser sepultado por enfoques no

precisamente intencionalistas. La nueva sociología de la tecnología12 y las nuevas corrientes

historiográficas afines, por ejemplo, cuestionan la linealidad entre las intenciones del diseñador y

la permanencia de los tipos artefactuales. A pesar de ello, estas corrientes sociológicas tienden a

elaborar explicaciones basadas en la estabilización de disputas simbólicas e ideológicas entre

múltiples actores sociales, alguno de los cuales ni siquiera son los propios diseñadores o usuarios

directos (Bijker y Pinch 1982). Por otro lado, las propuestas sistémicas (Hughes 2008) o reticulares,

como la Teoría del Actor Red, han formulado sus perspectivas con el propósito de limitar el

antropocentrismo, pero pagando el precio de vaciar de contenido el concepto de objeto artificial y

de linaje técnico. Sepultan al objeto tecnológico bajo entidades supuestamente más reales, como

los sistemas o las redes sociotécnicas, por lo que tienen dificultades para explicar por qué

configuraciones específicas (linajes de objetos artificiales) permanecen invariantes en diferentes

sistemas o redes a lo largo del tiempo. Suelen explicar los cambios accidentales a través de las

variaciones en la totalidad, pero no la permanencia y la trayectoria individual de diferentes tipos

de objetos tecnológicos. Son útiles para ampliar la base de las teorías correlacionistas, pues

complejizan las explicaciones intencionalistas incorporando otros actores sociales y no sólo a las

12
Con este nombre me refiero a los programas de investigación de sociología de la tecnología que surgieron
en el primer congreso del área en la Universidad de Twente (Países Bajos) en 1985, de los cuales, los más
representativos son, el enfoque sistémico de Thomas Hughes, el constructivismo social de Wiebe Bijker y
Trevor Pinch y la teoría del actor red, de Michel Callon, John Law y Bruno Latour. Desde luego, la nueva
sociología de la tecnología no es un área homogénea y existen diferencias conceptuales entre sus corrientes
y al interior de las mismas, pero parten de algunos acuerdos teóricos comunes acerca de qué elementos son
relevantes en el estudio de los vínculos entre ciencia, tecnología y sociedad.
27
al diseñador individual. Sin embargo, mientras tomen como única unidad de análisis al artefacto

práctico, poseen las mismas limitaciones que una filosofía correlacionista. Para superar esas

limitaciones, un realismo tecnológico débil debe complementar esas perspectivas, planteando que

existen cierto tipo de objetos que componen las redes o sistemas sociotécnicos y que, sin embargo,

son algo ellos mismos y su génesis no se agota en la historia de sus vínculos.

5.5. Un realismo débil de los objetos artificiales no es un determinismo científico

Un programa realista de los objetos tecnológicos debe hacer foco en las interacciones entre

estructuras artificiales que no sólo constituyen un conjunto de fenómenos físicos y químicos, objeto

de las investigaciones de la ciencia básica, sino que también conforman una clase de organización

artificial con un comportamiento específico. Las condiciones de posibilidad de esa organización

radica menos en el ingenio humano que en un sistema de compatibilidades e incompatibilidades

(retraimientos, en términos de Harman; sinergias, en términos de Simondon) de elementos técnicos

diversos. Esta organización es fuente de una normatividad en el diseño de interacciones y

funcionamientos posteriores. No se trata solamente de fenómenos entre partículas o fuerzas

homogéneas de las que se extraen leyes universales sino, además, de interacciones entre tipos de

objetos artificiales con trayectorias históricas y principios organizativos propios de cada tipo. Por

eso, antes que aplicar leyes de las ciencias naturales a las máquinas, el diseño tecnológico de esta

clase de entidades consiste en descubrir leyes ingenieriles específicas de cada linaje maquínico

para aplicarlas a los próximos integrantes del mismo linaje. En este sentido debe entenderse la frase

de Simondon acerca de que “[e]l ser técnico evoluciona por convergencia y adaptación a sí mismo”

(Simondon 2007, p. 42). Por eso, también, la importancia de la pregunta del archifósil tecnológico

que planteábamos anteriormente.

28
Un programa realista débil, debería asumir que los tipos de máquinas producen fenómenos

técnicos que generan fenómenos naturales que, por el entorno artificial en el que se producen, no

pueden ser reducidos a regularidades de la naturaleza, sino que son específicos de ciertos tipos de

máquinas. Podemos tomar, por ejemplo, el siguiente enunciado: “[e]n una rueda de agua dada, si

la cantidad de agua empleada es dada, el efecto útil es proporcional al cuadrado de la velocidad”

(Layton 1971, p. 565). La utilidad de una rueda de agua es un fenómeno maquínico, no natural,

pero que se rige por ciertas leyes de las ruedas de agua. Este tipo de leyes maquínicas no podrían

ser clasificadas como leyes de la naturaleza, ni como deducciones de leyes de la naturaleza: son

“declaraciones legaliformes acerca de dispositivos artificiales” (Layton 1971, p. 566). Esto sucede

porque las propiedades técnicas de un objeto artificial no pueden reducirse a las propiedades físicas

y químicas de los fenómenos naturales que genera y que son, a la vez, su condición de posibilidad.

Por lo tanto, los tipos de máquina no están predeterminados por las regularidades naturales, sino

que tienden a ellas. El realismo débil de los objetos tecnológicos afirma que hay descubrimiento

científico en las máquinas, porque las máquinas son reales.

6. Conclusiones

Hemos sentado las bases de lo que consideramos un programa realista viable en la ontología de los

objetos tecnológicos: el realismo débil o realismo de las máquinas. Hemos planteado que es

posible identificar en la tradición filosófica un realismo de este tipo y que, para rehabilitarlo, es

indispensable una crítica a la noción de artefacto como unidad última de análisis de la tecnología.

Mostramos que existen elementos teóricos en el nuevo realismo especulativo que pueden ayudar

en esa tarea. Uno de sus aportes, es la noción de correlacionismo, con la que se puede caracterizar

a las filosofías del artefacto. El correlacionismo de los artefactos y el realismo de las máquinas no

se excluyen, siempre y cuando no sostengamos la noción de artefacto como la única categoría de


29
análisis del diseño tecnológico. Para ello, es necesario abordar filosóficamente el diseño de las

máquinas como un procedimiento diferente del diseño de los artefactos prácticos, lo que implica

una crítica a la noción de tecnología como ciencia aplicada, pero también a la concepción del diseño

como una práctica intencional que asigna funciones prácticas a las estructuras materiales. Esto

implica el desafío de abordar, en próximas investigaciones, las problemáticas en torno a la

innovación y evolución de las clases máquinas y el vínculo con el diseño de artefactos

instrumentales.

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