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para el Desarrollo Sostenible, siendo todos ellos sus más visibles paquetes de
green1 y artwashing2 para mostrarle al mundo.
En una nota periodística publicada por Daniel M. Berman (Allen y Ka-
zan-Allen, 2012), se informa que Schmidheiny emprendió una serie de esfuer-
zos notables por integrarse a las altas esferas de la sociedad estadounidense
disfrazado de empresario y filósofo ambiental. En 1992, publicó Cambiando
el rumbo: una perspectiva global del empresariado para el desarrollo y el
medio ambiente, donde argumenta que el desarrollo de un capitalismo racional
basado en el concepto de ecoeficiencia es la solución a largo plazo para la de-
forestación ambiental y el decrecimiento de las ganancias.
Para entonces empecé un intercambio epistolar con Laurie Kazan-Allen.
De todo el material de apoyo compartido, un libro en particular marcaría de-
finitivamente mi compromiso con esta causa: Defendiendo lo indefendible
(2008) de los historiadores Jock McCulloch y Geoffrey Tweedale. El libro
contiene descripciones muy claras y precisas sobre la historia del asbesto y las
diferentes cortinas de humo que la industria fabricó a lo largo del siglo xx para
defender su imperio, a pesar de la enorme evidencia científica que vinculaba
el mineral con enfermedades mortales. Poco a poco, fui entendiendo las zonas
blancas y negras del problema en el nivel internacional hasta terminar posan-
do la mirada sobre Colombia y preguntarme por nuestra situación.
36 Encontré que en Colombia se usa el asbesto desde 1942, una época que
ya le permitía al mundo conocer sobre la asbestosis (Reino Unido en 1924) y
el cáncer de pulmón (Alemania y Reino Unido en 1935, 1938 y 1943) como
enfermedades relacionadas con el mineral. Sin embargo, las asimetrías eco-
nómicas entre países desarrollados y emergentes marcaban una pauta neoco-
lonialista, porque mientras en Estados Unidos y Europa occidental crecía el
debate sobre el asbesto y la evidencia científica aumentaba, nuestros países
incorporaban esas tecnologías de manera indulgente. Esto, porque la moder-
nidad imponía la idea del progreso como un factor determinante para medir
la riqueza de las naciones y nosotros, carentes de progreso y desarrollo, pero
deseantes, nos dimos a la tarea de incorporar las tecnologías que el mundo
desarrollado iba desechando. He ahí el precio que la idea de progreso nos im-
puso, fagocitar desechos, vender materias primas, exportar capitales de deuda,
acabar con el medio ambiente y producir tecnologías obsoletas.
1 El concepto de greenwashing se entiende como la inducción al público hacia el error o una percep-
ción diferente, haciendo hincapié en las credenciales medioambientales de una empresa, persona
o producto, cuando estas son irrelevantes o infundadas.
2 Un procedimiento en el que un individuo, empresa, gobierno u otro grupo promueve el arte visual
y sus conceptos para crear un beneficio y limpiar su imagen en relación con el comportamiento
corrupto a nivel político, ambiental, laboral o social, de manera opuesta al objetivo de las iniciativas
anunciadas por el artista.
Asbestología como práctica social desde el campo del arte
Por otro lado, a medida que le hacía preguntas sobre el tema a Laurie Ka-
zan-Allen, iban apareciendo en mi vida personas de la talla de Barry Castle-
man, Fernanda Giannasi, Eduardo Rodríguez, Paco Báez, Paco Puce, Tania
Muñoz, David Egilman, Andy Oberta y Arthur Frank. Más adelante, los en-
cuentros del International Mesothelioma Interest Group (iMig), que se cele-
bran cada dos años, me permitirían conocer con mayor precisión las condicio-
nes científicas de la lucha por encontrar mejores herramientas para enfrentar
el mesotelioma, un cáncer provocado por la exposición al asbesto. Personas
sobresalientes como los doctores Sam Armato, Hedy Kindler y Chris Strauss,
de la Universidad de Chicago, me aportarían saberes para descifrar mejor los
enigmas del asbesto desde la perspectiva oncológica y la radiológica. Curiosa-
mente, encontré también que el arte había estado presente en la problemática
del asbesto a través de figuras como Conrad Atkinson, Peter Dunn, Margaret
Harrison y Bill Ravanesi.
De cada uno de ellos fui aprendiendo parte del inmenso arsenal de conoci-
miento requerido para entender mínimamente las complejas tramas del asbes-
to. Es necesario intentar reunir en una sola mente a un químico, un médico, un
ingeniero, un abogado, un sindicalista y un activista, con el temperamento y la
sensibilidad de un artista, a fin de ir armando este rompecabezas. Si se logra
conservar la cabeza fría y se corre el riesgo, podremos llegar a convertirnos en
«asbestólogos» con una perspectiva holística y un enfoque interdisciplinario. 37
Sin la ingente información proveída por estas personas, este libro no habría
sido posible. De hecho, sus aportes directos conforman una parte importante
de este. Cada científico y experto consultado en cualquier lugar del planeta ha
estado presto para atender mis preguntas, a veces impertinentes, y su solidari-
dad ha resultado invaluable.
Dicho esto, ¿cómo es que un campo de investigación como el que he lla-
mado la asbestología ha devenido en una práctica social, como la he asumido
en mi trabajo artístico y crítico? En la introducción de Chlöe Bass a su libro
Art as social action, coeditado con Greg Sholette, se brinda la siguiente defi-
nición de las prácticas sociales artísticas:
Asimismo, Claire Bishop (2006) declara que una breve genealogía de las
prácticas artísticas las puede situar originalmente en el interés de algunos artistas
por ver la escultura in situ como un espacio para problematizar lo social, antes
que lo formal o lo fenomenológico (Kwon, 2002). Esa producción del espacio
social había sido trabajada antes por el filósofo francés Henri Lefebvre desde la
década de los 70, a partir de consideraciones tomadas de Hegel y Marx, según
las cuales el espacio social no solo es la producción de bienes, cosas, mercancías
y productos, sino que también es la producción de lo intangible, como ideas,
conocimiento, ideologías, instituciones y obras de arte (Lefebvre, 1974).
En el espacio de lo social y su desarrollo, una serie de eventos marcaron
pautas definitivas para este giro cultural, que van desde la caída del Muro de
Berlín en 1989, el ascenso del neoliberalismo y la privatización de lo públi-
co, pasando por la crisis del sida, la caída de las Torres Gemelas en 2001, las
guerras de Irak y Afganistán, hasta la lucha contra el terrorismo, la flexibiliza-
ción laboral y, en el plano nacional, el ascenso del narcotráfico y el fenómeno
paramilitar, que determinarían la vida política de forma contundente. Incluso
se puede afirmar la existencia de todo un siglo de movimientos que han deter-
minado el giro social del arte, tales como el movimiento feminista, la lucha
contra el régimen del Apartheid, el movimiento en defensa de los derechos
civiles en Estados Unidos, Mayo del 68 en Francia, la guerra de Argelia, el
38 reciente movimiento antiglobalización, las protestas de Seattle, la Primavera
árabe, el 15M en España, la ocupación de Wall Street y el conflicto interno
entre el Estado colombiano y la insurgencia armada.
Podemos ver el vínculo referencial entre la historia del arte y las prácticas
sociales en la identidad de algunos artistas de la mitad del siglo xix —entre los
que se encuentra Gustave Courbet—, en el cual la retórica revolucionaria y las
luchas de la naciente clase obrera (Grant, 2005) coinciden con el ascenso de
las vanguardias artísticas que desafían las convenciones estéticas.
Las vanguardias históricas introdujeron un sesgo importante en sus proce-
dimientos al integrar en sus postulados la base revolucionaria del arte, enten-
dida como una crítica a los aparatos de control del poder social, los valores y
el gusto burgueses. Esto es evidente en la representación que el realismo hace
de temas tabú, como la prostitución y la pobreza; el rechazo del impresionis-
mo hacia las normas del realismo académico; el posterior desmantelamiento
aun más radical de estas mismas normas por parte del cubismo (Grant, 2005);
el intento del dadaísmo de desgarrar el repertorio de formas heredadas a fin de
disolver las estructuras del ego burgués (Blissant, 2007); el surrealismo y su
huida de la razón; el proyecto constructivista de infundir una nueva dinámica
de propósito social y una inteligencia multidisciplinaria de diálogo político
entre arquitectura, el diseño y los medios de comunicación nacientes, y la inte-
gración de la convergencia marxista y frankfurtiana de los situacionistas en su
cuerpo de obra, tanto teórico como práctico, mediante una labor subversiva en
Asbestología como práctica social desde el campo del arte
hace hablar, sino lo que él habla. Habla la cosa produciéndola», dice Lyotard
(1981, p. 171).
En esta producción de ficciones es interesante observar que la ficción falla
si se asemeja a la ficción. No estamos hablando de ciencia ficción o de relatos
imaginarios futuros, sino de relatos presentes que deben parecer muy reales
con el fin de que operen. Entonces la labor del narrador es hacer que el relato
parezca real, aunque no lo sea. Si fuera real, sus contabilidades «científicas» ro-
darían vergonzantes ante la opinión pública. Por lo tanto, deben parecer reales;
de lo contrario, el embrujo ficcional corre el riesgo de perder su efectividad.
Por eso, los empresarios ataviados de científicos piden pruebas por do-
quier, en vez de admitir la lógica de la precaución, que pasa por la prohibición
como en el caso del asbesto; y cuando aparecen las pruebas solicitadas, ellos
fabrican las suyas para introducir la duda. «La duda es nuestro producto» (Mi-
chaels, 2005), decía un alto ejecutivo de la industria del tabaco en el artículo
de Michaels, antes de empezar a admitir que el tabaco causa cáncer. Con el
talismán de la duda en sus bolsillos, fumigan a los medios de comunicación,
inundan la opinión pública con incertidumbres y atiborran los estrados judi-
ciales con dilemas que encajan perfectamente en el teatro de la justicia.
La sociedad de la imagen y el espectáculo profetizada por los situacionistas
franceses es cosa del pasado. Ya no opera tanto la imagen como el relato fic-
46 cional. Los hechos no valen, vale su interpretación y lo que el poder político,
alimentado por el poder económico, quiera decir. Del resto se encargan los
medios. Por esta razón, a los industriales del asbesto les resulta más cómodo
y efectivo pretender desmentir a la ciencia que debatir políticas en materia de
salud pública o asumir las compensaciones económicas, como lo señala David
Michaels (2005).
Este libro apunta, entonces, a descifrar las claves de las narrativas que la
industria del asbesto ha desarrollado para defender sus intereses. En palabras
del doctor Richard Lemen:
Son pocas las sustancias tan estudiadas como el asbesto y las enfermeda-
des relacionadas con él, por lo que este documento no pretende caer en una
retórica de datos a fin de comprobar lo que está demostrado con suficiencia;
no obstante, el objetivo de este libro es señalar la dimensión sociológica, si
lo podemos llamar de esa manera, que subyace en el debate sobre el asbesto,
es decir, el fraude científico que ha acompañado a las discusiones sobre esta
problemática y sus implicaciones éticas.
La periodista y activista de derechos humanos canadiense, Kathleen Ruff,
quien también aparece en este libro, denuncia el comportamiento corporativo
de la industria del asbesto al filtrar documentos en revistas con concejos edi-
toriales proclives al sesgo. Ella señala que las grandes corporaciones a menu-
do invierten estratégicamente en agendas de investigación, cuyo objetivo es
desarrollar un cuerpo de conocimiento científico favorable a un interés eco-
nómico específico, con el fin de defenderse contra demandas particulares de
responsabilidad legal. Si bien algunos académicos consideran estas declara-
ciones como simples datos anecdóticos, estas terminan siendo las fuentes que
alimentan los análisis del estado del arte de temas relacionados con el asbesto,
llenando la literatura científica de estudios financiados por la propia industria
para afectar la veracidad de las conclusiones que emiten los expertos. Este es,
puntualiza ella, el problema de nuestro tiempo (Ruff, 2013).
Por todo ello, este libro quiere hacer oír la voz de expertos que han asu- 47
mido una posición de liderazgo social y académico en el mundo, cuando el
laboratorio les ha revelado datos que incomodan a la industria del asbesto.
Ellos no han sido ajenos al mandato que asume la ciencia como instrumento
al servicio de la sociedad y no de círculos cerrados adscritos al interés par-
ticular. Algunos pasajes de este libro corresponden a extensas citas de sus
trabajos, de modo que el lector pueda ver que el libreto del «uso seguro» o
«uso controlado» del asbesto no soporta la validación rigurosa de la ciencia
y pone en juego la dimensión ética de la investigación científica. El deber
que nos corresponde como ciudadanos es defender el interés colectivo, so-
bre todo cuando es un interés tan legítimo como el de la salud pública, ocu-
pacional y ambiental.
He compilado aquí 6 años de investigación bibliográfica y trabajo de cam-
po respecto al tema del asbesto desde un enfoque interdisciplinario y apoyado
en el arsenal teórico de las prácticas sociales del arte. Han sido años de estudio
y revisión de documentos, de múltiples entrevistas con todos los actores del
drama. Desde un principio me llamó poderosamente la atención la existen-
cia de dos tesis tan opuestas con la vida humana de por medio. Pero ha sido
gracias a los conocimientos ofrecidos por Barry Castleman, David Egilman,
Arthur Frank, Andy Oberta, Kathleen Ruff, Richard Lemen, David Michaels,
Paul Brodeur, Jukka Takala, Laurie Kazan-Allen, Jock McCulloch y Geoffrey
Tweedale, que poco a poco empecé a ver claridad en la inmensidad de datos,
Asbesto en Colombia
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