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to. Por otro lado, la cesura entre el poder adminiatrativo y la “politica literaria” confiere a los “hombres de letras”, a los “filésofos”, a los “escritores”, una funcién y una responsabi- lidad que antes (o en otras partes) correspondian a los “Ifderes” naturales de la’ vida publica. A diferencia de Inglaterra, donde “los que escribian sobre el gobierno y los que gobernaban estaban mezclados”, donde los “jefes de partido” segufan siendo los conductores de la opinién publi- ca, la Francia de fines del Antiguo Régimen constituye a los hombres de letras en una aristocracia sustituta, omnipoten- te aunque no tenga el poder. La causa de esta paradoja reside en el proceso de centralizacién. Al destruir las “instituciones libres” —Ila- madas “feudales” por Tocqueville—, al debilitar la “vida publica”, al separar a las “clases altas” del ejercicio del poder, la misma monarquia cre6 las condiciones que autori- zaron la hegemonia “filos6fica”. Por un lado, el gobierno —que confises toda la administracién publica después de quitarle su esencia a los Estados Generales, las asambleas provinciales y las municipalidades— se ve privado de toda experiencia del arte politico por carecer de un lugar donde adquirirlo. Por el otro, frente a este poder del Estado, sobre los escombros de la antigua libertad publica se form6 una opinion totalmente seducida por la “politica literaria”, Des- pojadas de toda institucién representativa, alejadas del ejercicio del poder, las elites se apartaron de una sociedad que era la suya para moverse en el mundo ideal construido por los hombres de letras: “Por encima de la sociedad real, organizada todavia de manera tradicional, confusa e irregu- lar —donde las leyes seguian siendo cambiantes y contradictorias, las clases, divididas, las condiciones, fijas y las cargas, desiguales— se iba construyendo poco a poco una sociedad imaginaria, en la que todo parecia simple y coordinado, uniforme, equitativo y conforme a la razén’. Esta desrealizacién del mundo social (una idea que Taine sabré aprovechar) “transmitié a la politica todos los habitos de la literatura”, es decir ese doble movimiento de abstrac- cin y generalizacién que tiende a reducir la complejidad de la realidad heredada de la historia a algunas “reglas sim- ples y elementales inferidas de la raz6n y de la ley natural”. La politizacién de la literatura es, pues, al mismo tiempo 24 una “litoraturizacién" de In politica, transformada en expec- tativa de ruptura y suefio de la “ciudad ideal”. Creadas por la obra de centralizacién, la “politica literaria” y la “educaci6n te6riea” pasan a ser una ideologia comtin a aquellos que han sido desposeidos también de toda participacién en el gobierno. En este sentido, contribuyen poderosamente a borrar las diferencias entre nobles y bur- gueses y a hacerlos muy semejantes entre sf. Tocqueville introduce asi la difusién de las “teorfias generales y abstra tas” del nuevo pensamiento politico en la perspectiva, fun- damental para é1, de la supresién de las brechas entre las provincias y las clases: “A fines del siglo xvi atin se podfa advertir, sin duda, una diferencia entre los modales de la nobleza y los de la burguesia; puesto que nada homogeneiza mds lentamente que este aspecto superficial de las costumbres al que se da el nombre de modales. Pero, en el fondo, todos los hombres situados por encima del pueblo se parecian; tenian las mismas ideas, los mismos habitos, los mismos gustos, se entregaban a los mismos placeres, lefan los mismos libros, hablaban el mismo len- guaje”. El diagnéstico, por tanto, es seguro, y, por otra parte, esté anunciado ya en el titulo del octavo capitulo del libro II: “Que Francia era el pais donde los hombres se habian vuelto mas parecidos entre ellos”. Pero escuchemos ahora la continuacién: “Sélo diferfan entre ellos por los derechos”.* La comunidad de las ideas hacia cada vez mas necesaria y més insoportable la exhibi- cién de los privilegios y las prerrogativas. Tras la identidad de los pensamientos y de las practicas sociales se ocultaban, cada vez mas feroces, el antagonismo de los intereses y la ostentacién de las distancias. Con el refuerzo del “despotismo democratico” —categoria paraddjica que, en los escritos de Tocqueville, apunta al doble proceso de la centralizacién administrativa y de la abolicién de las dife- rencias— las solidaridades y las interdependencias que pro- duce necesariamente una sociedad fundada en la jerarquia y la libertad cedieron el paso a los enfrentamientos de los, intereses particulares. La igualdad cultural, si bien unifica las preferencias y las conductas, no atenta en nada las diferencias juridicas que separan a “esos hombres tan semejantes”. Por el contrario, exacerba las hostilidades y 25 Agudiza la exasperacién, ja tal punto la desaparicion de la libertad politica ha significado la descomposicvon del cuerpo social! ma reductor, que mas tarde cosecharé algan éxito, opone otro que ve en las ideas nuevas un espiritu comtin « “todeg Ganellos que estan situados por encima del pueblo”. Lejos de [ser el indice de las diferencias y de las brechac ol Bes propias del campo intelectual y cultural. Resulta deme, do simple la oposicién que escinde en dos historias aut, ol denen te Glas. 1a construccién del Estado absolutista y el desarrollo del pensamiento eritico. Precisamente Porque trata de monopolizar la totalidad del ejercieio del gobierno, } Poder real, que se ha vuelto administrative y centraling do, origina, por reaccién y diferencia, la politicn intelectual y la opinién publica y Ja significacién no conocida de su accién. La ilusién de Geputta, fundamento y explicacién del gesto revolucionario, fiene sus raices en esta politica imaginaria y abstracty foriada por los escritores del siglo xvii a distancia de ian instituciones que gobiernan en la “sociedad real” Compren- der las précticas culturales del siglo significa pues, merce, rlamente, tratar de comprender cémo estas practicas podio, 26 ron hacer posibles y asumibles, la voluntad y la conciencia lv absoluta innovacién que caracterizan a la Revolucion: “lain franceses, en 1789, hicieron el mayor esfuerzo al que ningtin otro pueblo se abocé jamés, para cortar en dos, por nat decir, su destino, y separar por un abismo lo que hablan nido hasta entonces y Io que en lo sucesivo querian ser” ‘Toda reflexién sobre los orfgenes culturales debe, por consi kuiente, hacerse cargo de esta pulsién escatoldgica, de esta corlidumbre de inauguracién. la cultura politica del Antiguo Régimen Tratar de reformular, medio siglo después, la cuestién plunteada por Mornet, lleva necesariamente ‘a poner en luda las categorias que, segin él, eran evidentes y a cons- truir otras que a su entender careefan de pertinencia, por ejemplo, la de “cultura politica”. Fiel a Lanson, todo el proyecto de Les Origines intellectuelles de la Révolution francaise apuntaba a situar la dindmica de una difusién ‘Iue, progresivamente, después de mediados de siglo y més min @ partir de 1770, introduefa las ideas nuevas en todas lus instituciones culturales y en todos los medios sociale No abt el interés en las formas de la sociabilidad intelec, ‘ual, en la cireulacién del libro y del periédico, en los concei. mientos ensefiados, en los progresos de la masonerfa, Al \dentificar esas circunstancias, midiendo el papel de los ‘liversos grupos sociales, marcando las innovaciones, el li- bro abria asf un nuevo espacio de investigacién, trabajado con més rigor y exigencia por la sociologia cultural retrox. pectiva de la década de 1960. Pero al hacerlo, oponia en una licatomia reductora “los principios y las doctrinas” por un Indo y las “realidades polfticas” por el otro, lo que equivalia " retomar, desvirtudndola, la distineién tocquevilliana on. ‘re teorias generales y uso de las cosas. En este esquema no nw podia dar cabida a la cultura politica propiamente dicha, entiende a esta ultima como el “campo del discurso politico, como un lenguaje cuyas matrices y articulacionen dofinen las acciones y los enunciados posibles dindoles nen. tido”s 27

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