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Marco Polo nació el 15 de Septiembre de 1254 en Venecia y falleció a sus 69

años, el 8 o 9 (no se sabe exactamente) de Enero de 1324, igualmente en


Venecia. Fue un explorador y mercader veneciano. Proveniente de una familia
ilustre de mercaderes, a sus 17 años empieza a viajar junto con su padre,
Niccolò, y su tío, Maffeo, convirtiéndolos más tarde, en los primeros
exploradores europeos en viajar hasta China a través de la Ruta de la Seda –
ruta comercial organizada a partir del negocio de la seda en China, que
atravesaba todo el continente asiático, conectando a China con Mongolia, el
subcontinente indio, Persia, Arabia, Siria, Turquía, Europa y África–.

Antes de que Marco se les uniera a su padre y tío, ellos ya habían ido hasta
China, por la misma Ruta de la Seda. Iniciaron desde Venecia en 1255 y
concluyeron en Pekín en 1266, pasando por Grecia, Constantinopla, el mar
Negro, el río Volga, el mar Caspio y las interminables montañas y desiertos de
Asia Central, por citar algunos lugares.

Cuando Marco emprendió su primer viaje; las elecciones del nuevo papa se
estaban retrasando demasiado, tanto, que acabarían siendo las más
prolongadas de la historia, así que Niccolò y Maffeo decidieron iniciar el viaje
de regreso a la corte de Kublai Kan en 1271, pero esta vez acompañados por
Marco, quien sería el emisario del papa ante Kublai Kan –el último Gran Kan
del Imperio Mongol– para darle la respuesta del máximo representante de la
iglesia cristiana a la petición del anterior para recibir a gente ilustrada que
enseñase a los orientales otra forma de vida.

Marco se ganó el favor de Kublai Kan, quién le hizo su consejero. Poco


después Marco pasó a ser emisario del kan, quien le daría diversos destinos a
lo largo de los años. En sus diecisiete años de servicio al Kan, Marco Polo llegó
a conocer las vastas regiones de China y los numerosos logros de la
civilización china, muchos de los cuales eran más avanzados que los
contemporáneos europeos.

Todo lo que Marco Polo vivió en esos 17 años de servicio, bajo el seno de la
civilización china, se sentó en su mano, en su escritura. Marco Polo no sólo fue
un excelente explorador, sino también un excelente lector del mundo; la crónica
de sus viajes maravillosos por Oriente, el Libro de las maravillas del mundo,
titulada originalmente Le devisement du monde –La descripción del mundo–,
relata veinticuatro años de travesías y descubrimientos por territorios muy
alejados de su Venecia natal, entre 1271 y 1295.

En este largo, complicado, nebuloso y casi mágico trayecto hacia territorios


completamente desconocidos para la mayoría de sus contemporáneos, Marco
Polo nos proporciona un caudal inconmensurable de datos sobre los países y
los paisajes que atraviesa, así como sobre la gente que trata y conoce, sus
historias, costumbres, cultos, cultivos, joyas, tejidos, caminos, comidas y
animales. Algunas veces se expresa con un lenguaje de inventario y con
aburridas fórmulas estereotipadas, pero muchas otras nos relata lo que ve con
un estilo vivo, ágil y ameno con el fin de maravillar a su público y dejarlo
boquiabierto.

Para mantener despierta la atención de sus oyentes, Marco Polo y su escriba,


Rustichello da Pisa, muchas veces cuentan historias y leyendas con una
curiosa mezcla de tiempos verbales que sitúan una acción pasada en el
presente para así convertirla en algo vivo e intrigante, y a menudo se dirigen a
la audiencia con preguntas directas o con frases admirativas que buscan en
todo momento contagiar la emoción y la sorpresa. Estas marcas orales
presentes en todo el texto nos indican claramente que el Libro de las maravillas
del mundo que ha llegado hasta nosotros era, esencialmente, un texto más
para ser escuchado que para ser leído.

Sin embargo, a pesar de toda la información que Marco nos proporciona de la


China que él mismo vivió, hay investigadores que dudan de su visita, por
algunas cosas características, que omite: la historiadora norteamericana
Frances Wood, por ejemplo, se pregunta por qué Marco Polo no menciona en
absoluto ni la Gran Muralla, ni la escritura ideo gramática china, ni el té, ni los
palillos de comer o los pies vendados de las mujeres. Pero hay que tener en
cuenta que ni la Gran Muralla –que sería reconstruida en piedra en el siglo XVII
por la dinastía Ming– ni el té, que llegaría a China en el siglo XVI de mano de
los portugueses, tenían entonces la importancia que tienen ahora, y las
costumbres o características de la civilización china eran en aquel momento, a
ojos del veneciano, poco significativas o de escaso valor documental, pues
eran los mongoles quienes gobernaban y los chinos el pueblo sometido, y, no
hay que olvidarlo, Marco Polo trabajaba para el Kan.
Tras tantos años en China, el trayecto de devuelta a su tierra, también es igual
de asombroso que el de ida; es de nuevo, un gran despliegue de maravillas.
Pero, curiosamente, los detalles de este periplo marítimo son menos
conocidos, menos citados, a pesar del cúmulo de elementos legendarios que
Marco Polo ofrece a sus oyentes y lectores, con esa forma suya de describir
cada trayecto. No obstante, todas sus aventuras se afirman como reales,
aunque suenen fantasiosas, porque a veces, la verdad, cuando no se conoce,
suena a fábula, pero, afortunadamente, la fantasía de una fábula, bien contada,
puede ser totalmente cierta.

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