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Así como uno prepara la casa para recibir a un amigo, piensa en tener algo para compartir, dispone su tiempo, así
también vamos a preparar este encuentro con Jesús, como lo haríamos con un amigo querido:
Porque Orar es escuchar y hablar con entera confianza a Aquél que sé que me quiere.
ADENTRARSE EN LA ORACION
• Leo pausadamente el texto de las Bienaventuranzas, Mt 4,23-25.5, 1-12. Hago una lectura atenta, dejo
que resuenen en mi corazón aquellas palabras que mas llamen mi atención.
• En el texto de las Bienaventuranzas, a Jesús lo siguen grandes multitudes, llenas de sufrimientos, de
injusticias. El los cura, los escucha, está con ellos, como uno más, como uno de tantos. Al llegar a la
montaña sube, se sienta con sus discípulos y comienza a enseñarles. Podemos imaginar al Señor
invitando a sus seguidores a contemplar la realidad, a todas esos hombres y mujeres que se acercan Él
y a las que paradójicamente nombra “Felices”: a los que son pobres, a los afligidos, a los pacientes, a
los que tienen hambre y sed de justicia, a los misericordiosos, a los que tienen el corazón puro, a los
perseguidos. A todos ellos les pertenece el Reino. Los discípulos, al igual que nosotros, seguramente se
preguntaron ¿Por qué serán felices?, y en esa pedagogía que tiene el Señor, encontramos la respuesta.
Cuando nos dejamos cuestionar por la realidad, cuando contemplamos lo que pasa a nuestro
alrededor, descubrimos al hombre, sus preguntas, sus dolores, sus sueños, sus deseos, sus búsquedas,
sus anhelos. Todo lo que pasa en su corazón. Y si nos animamos a dar un paso más, descubrimos que
como esos rostros que contemplamos a nosotros nos pasa algo parecido, también sufrimos, tenemos
pobrezas, nos sentimos perseguidos, tenemos hambre y sed de justicia. Y comenzamos a descubrir que
a pesar de nuestras diferencias somos iguales, somos humanos, a todos se nos regala la misma
promesa, la de ser herederos del Reino. El Reino que es Jesús, y que nos invita a un nuevo modo de
vivir, como hijos como hermanos, dándole lugar en mi corazón a tantos que como yo recibimos la
promesa de Dios
• Haz memoria de los rostros de las personas que en tu camino te cuestionaron, te sacudieron, te
interpelaron, por su modo de vivir, por sus dolores, por la injusticia que sufrían.
• ¿Qué fue lo que más me impacto de ese encuentro?, ¿Con qué nuevo rostro de Dios me encontré?,
¿Qué valores del Reino me enseñaron?.
• El encuentro profundo con otros no nos deja iguales, nos regala una nueva mirada sobre la realidad,
sobre nosotros mismos, sobre Dios y los demás. ¿Cómo describiría esa felicidad que me regala esta
nueva mirada?