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Francisco Durand 1

Socioeconomías informales y delictivas *


Francisco Durand

Durante las ultimas cuatro décadas ha venido ocurriendo un extraño


fenómeno, una anormalidad normativa que se ha hecho cotidiana y que
persiste hasta hoy en día. Me refiero a la existencia de tres modalidades de
actividades económicas que actúan de manera conjunta: las que operan
según la ley (formales); las que ignoran las leyes cuando les conviene,
operando en un claroscuro jurídico (informales); y las operaciones que
desafían abiertamente toda ley y principio ético (delictivas). Estas actividades
constituyen socioeconomías diferentes, cada una con sus agentes
diferenciados jerárquicamente de patrones a trabajadores,
operando con diferentes reglas de juego.
Aunque nos hemos acostumbrado a una suerte de convivencia, no
podemos evadir un debate general sobre esta inusual situación pues la no-
formalidad nos afecta a todos. A pesar de que estas actividades
económicas se manejen cada una con reglas diferentes, convivimos con ellas
en un mismo espacio, tratan estas con un mismo Estado, operan en un
mismo mercado y son por lo tanto parte de nuestra sociedad. No
podemos, así nos refugiemos en nuestros reductos, ignorar esta situación,
ni cruzarnos de brazos,

* El presente texto es producto de una exposición del autor


realizada en desco - Centro de Estudios y Promoción del Desarrollo,
en el marco del taller permanente de reflexión anual que da lugar a los
volúmenes temáticos de la serie Perú Hoy.
porque crece, se reproduce, transmuta, penetra nuevos ámbitos y cada día
se nos acerca más.
Esta coexistencia y tolerancia representa un serio problema
institucional, tanto por ser un reto a la legalidad como por las dimensiones
y el dinamismo que tiene la no-formalidad, y en particular por la
delictividad que se deriva de ella. Por lo mismo, urge entender este
proceso. Lamentablemente este entendimiento no es fácil. No contamos
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con teorías y estudios empíricos que permitan estudiar las diferencias y las
relaciones entre economía formal, informal y delictiva como parte de un
todo.
Una primera aproximación al respecto, en forma de ensayo y con base
empírica para algunos casos de informalidad y delictividad, se presentó en
el libro El Perú fracturado: formalidad, informalidad y economía delictiva. Hoy,
en el segundo decenio del siglo XXI, las ideas centrales de este ensayo se
mantienen vigentes aunque, cabe añadir, tenemos una mayor urgencia de
reflexionar y profundizar nuestro conocimiento sobre este «tres en uno».
Dicha vigencia y más aún la urgencia de comprender este fenómeno
se debe a que las socioeconomías no formales se han arraigado e
institucionalizado, operando con más fuerza, ocupando partes mayores
del territorio nacional, sea en el campo o la ciudad, entrando en nuevas
actividades y complementándose a pesar de ser diferentes. Esta anomia
que se constata, en el sentido de ser un estadio anormal si creemos en el
principio de que la modernidad legal e institucional crea reglas y normas
que rigen para todos, se reproduce, crece y se desarrolla a pesar de los
intentos gubernamentales y municipales por contener o manejar los avances
de la informalidad y la delictividad, ya sea formalizando o reprimiendo. En la
medida en que se trata de intentos espasmódicos y parciales, en tanto el
Estado y la legalidad no logran imperar, y donde los avances parciales no
son suficientes porque no señalan una tendencia sino choques y fricciones
que no las reducen de tamaño, la anomia continua y se agrava. Estamos
por ende frente a un problema nacional grave y complejo, que es en
realidad una suma de viejos y nuevos problemas que producen una mezcla
más resistente, a tal punto que la población vive en y convive con esas tres
economías como si fuera normal. El Estado hace lo mismo. Los gobiernos
regionales hacen lo mismo. Las municipalidades, también. Ninguna de las
tres instancias de gobierno logra afrontar, menos resolver, este problema.
No sorprende entonces, que se generen debates y controversias sobre
cómo conceptualizar y qué hacer con una economía que tiene tres formas
de operar que a su vez se separan y se relacionan entre sí.
Un breve recuento de cómo se llegó al planteamiento de explicar
las diferencias y las relaciones entre estas tres socioeconomías viene
al caso y nos sirve de introducción al tema. Antes de escribir el libro arriba
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mencionado publiqué un artículo para la página editorial del diario La
República que se titulaba «Tres economías». En ese reducido espacio
argumentaba que era un error fijarse solo en lo formal y lo informal, como
hasta ese momento, sino considerar la existencia de tres formas de
economía. Gracias a ese pequeño avance, que generó interés en Rafael
Tapia, director del Fondo Editorial del Congreso, tuve la oportunidad de
ampliar estas ideas en una conferencia en el auditorio del Congreso de la
República el año 2006 y que luego dio lugar al libro del 2007. No he vuelto
a discutir el tema hasta esta oportunidad, donde podemos beneficiarnos
de las experiencias, vivencias y avances de investigación sobre esta
compleja y preocupante problemática.
Empecemos por los enfoques iniciales para luego ver cómo en base a
la reflexión crítica de ellos intentamos dar un paso adelante. En el libro en
cuestión argumentaba que antropólogos como José Matos Mar (el primer
estudioso en levantar el tema de la informalidad urbana con la publicación
de su libro El desborde popular y crisis del Estado, fenómeno harto visible en
Lima), habían hecho importantes aportes, pero insuficientes. Matos Mar
planteaba que con la migración andina a las ciudades iba surgiendo una
forma contestataria de ocupar espacios urbanos sin permiso. Esta
«informalidad» en la vivienda operaba en paralelo con actividades de
comercio y pequeña industria que también funcionaban sin autorización
de los municipios o el Estado, que se estaba viendo «desbordando».
Matos Mar sostenía que estas actividades, inicialmente
desarrolladas por migrantes pobres de cultura andina que invadieron
terrenos y calles, habían forjado su propia alternativa ante una falla
sistémica. Se recurría a este inusual proceder porque no encontraban
empleo en el mundo formal, es decir, dentro de las dinámicas del Estado y
de las empresas registradas, señalando la existencia de un gran problema
estructural de fondo. Según el autor, se habían formado dos circuitos
económicos: el oficial y el alternativo, siendo el segundo una masiva
respuesta popular a la indiferencia del Estado. Los informales satisfacían sus
necesidades sin autorización y después exigían a la autoridad servicios
básicos, la legalización de sus títulos y la tolerancia a sus actividades
económicas, ferias y mercados. Es de ese modo, chocando y negociando,
en que comenzaron a relacionarse inicialmente el mundo informal con el
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formal.
Esta informalidad, comentamos por nuestra parte, se situaba en un
claroscuro. Usaba o exigía legalidad en ciertos casos, pero no en otros,
actuando claramente como un agente racional que quería maximizar sus
intereses manipulando lo legal. No desconocía totalmente la ley, sino que
operaba en las fronteras de la legalidad, pasando a lo no-formal, estando
en lo formal, o exigiendo o negociando una «formalización», según su
conveniencia. Esta tolerancia, al hacerse permanente, implicaba dejar a
un lado el imperio de la ley. Era en el fondo admitir que estas transgresiones
formaban parte de una nueva cotidianidad, hasta que de pronto las
municipalidades o el Estado desataban episodios represivos, indicando
que el Perú formal u oficial dominado por los grandes poderes económicos
quería, y de vez en cuando lograba, «poner orden», para luego volver a
ser desbordado en otros espacios y eventos. Este fenómeno, vinculado
principalmente al mundo urbano, mejor dicho, en la «periferia» del mismo,
parecía limitarse a Lima, pero en realidad estaba ya ocurriendo de a pocos
en todo el país en tanto se estaba desarrollando un modus operandi popular
de ignorar la ley o justificar su violación, porque la condición de pobreza
y la falta de alternativas empujaba a actuar de ese modo. Poco después de
publicado el libro de Matos Mar, el economista neoliberal Hernando de Soto,
planteó estudios sobre informalidad en su libro El otro sendero, donde
presentó un enfoque diferente. De Soto no veía pobreza, posturas
contestarías, actividades «de refugio» de los migrantes provincianos y su
descendencia o cultura andina ancestral adaptada al mundo urbano, sino
un enorme dinamismo económico y laboral de gente de origen humilde
que construían empresarialmente solos su futuro. Esta respuesta se debía
a que el mundo de lo formal no los dejaba operar por estar interesado en
defender sus rentas, es decir, la ley se había convertido en un escudo para
defender intereses mercantilistas. Ante esta exclusión, los «empresarios
informales» desarrollaron su propia alternativa siguiendo una lógica de
mercado libre. Según la versión de Hernando de Soto, estos informales
creaban sus propias fuentes de riqueza en la medida en que los formales se
habían protegido en los muros de una formalidad legal. El informal,
sostenía, era un empresario «revolucionario», con cultura del logro, de
negocios y en realidad moderno. Según de Soto, ese enorme potencial
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podia desarrollarse «formalizándolo» al derribar las barreras burocráticas
y mercantilistas a fin de integrarlo en el mercado.
Luego de este primer avance, de Soto terminó planteando que estas
propiedades y negocios informales podían servir para acelerar su desarrollo e
integración si se pudiera dar «valor de mercado a sus activos», lo que
requería titular sus propiedades, y de ese modo usarlo como capital para
potenciarse y crecer. Esta tesis está planteada en su libro El misterio del
capital. Sin embargo, ni los intentos de formalización que recomendara su
Instituto Libertad y Democracia, y que dieron lugar a asesorías al más alto
nivel con diferentes gobiernos, ni el apoyo de los organismos financieros
y fundaciones internacionales, hicieron retroceder la informalidad. En 1990
cambiaron las reglas del juego económico y se pasó a una «economía de
mercado», desatándose luego una etapa de crecimiento, donde la
informalidad siguió existiendo.
Volviendo a las ideas centrales y a los conceptos, estos autores, cada
uno desde su propia perspectiva, a pesar de sus diferencias de enfoque, de
mirar de modo distinto «al informal», tenían en común el haber descubierto
la existencia de una gran línea de división en la sociedad peruana entre la
economía formal y la informal. También se detectó la existencia de dos
tipos de empresariado, ya que el dinamismo que tenía la informalidad fue
generando una diferenciación social interna. Finalmente, los dos
plantearon las fricciones y choques con el Estado y argumentaron, de una
manera optimista, la posibilidad de ir solucionando estos problemas. Sin
embargo, estos dos enfoques exhibían limitaciones importantes al reificar
lo informal y su cultura (comunitaria andina, en el caso de Matos Mar;
empresarial, en el caso de Hernando de Soto). Ambos, uno desde la
izquierda indigenista, el otro desde la derecha económica, no lograban ver la
realidad de la no-formalidad en todas sus dimensiones y matices.
Se requería un enfoque realista que considerara que junto a la
informalidad también se estaban desarrollando en paralelo economías
delictivas, existiendo separada y relacionadamente las tres, en la medida en
que se imbricaban parcialmente, generando una cultura de transgresión,
estableciéndose así una problemática convivencia que afectaba al todo
social. Existían entonces no dos, sino tres socioeconomías, donde las no
formales eran toleradas o no controladas por el Estado, cada una con su
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propio discurso justificatorio.
Antes de ver las principales aristas del problema conviene
preguntarse, para identificar factores causales, en qué momento
explosionó la informalidad y la delictividad hasta convertirse en
actividades establecidas. Brevemente, podemos afirmar que ocurrió hacia
mediados de 1980, precisamente en el momento en que Matos Mar y de
Soto concluían sus investigaciones y publicaban sus obras. Fue tan fuerte
el impulso (y tan débil el Estado, tan indiferente la sociedad) que las
socioeconomías no formales terminaron creciendo. Llegaron en su
madurez al punto de jerarquizarse, siendo dirigidas, cuando desarrollaron
un proceso de acumulación de capital permanente, por tipos diferentes
de empresarios. Estos empresarios conformaban una elite patronal
informal y lumpen que tenía como operarios a trabajadores informales y
lumpenoperarios, a quienes, según las circunstancias, las burguesías
habían «fidelizado», recurriendo a ellos como fuerza de choque cuando el
Estado y la legalidad amenazaban sus intereses.
En ese momento «fundacional» entraron en combinación una serie de
factores estructurales y coyunturales que dieron lugar a alternativas
contracíclicas no formales que luego se hicieron permanentes. Los
problemas estructurales no resueltos provocaban desempleo y subempleo
masivo, los que se agravaron con la gran crisis de 1980. En paralelo, los
beneficios y las oportunidades que generaba la no-formalidad fueron
haciéndola crecer rápidamente. La crisis y la violencia política hicieron que
el Estado la tolerara por tener pocos recursos y por estar enfocado en otros
problemas. En las décadas siguientes, al estar ya instaladas en nuestro
seno, al ser toleradas de forma permanente y estar imbricadas
contradictoriamente con el Estado y la sociedad, se superó la crisis
recesivo-inflacionaria, pero se mantuvieron los problemas estructurales
y los incentivos a la no-formalidad. Entonces, estas formas de
comportamiento no formales se enraizaron, adquiriendo una presencia
como «sectores». La no-formalidad alcanzó dimensiones nacionales,
realizando desbordes en Lima y provincias, en la ciudad y el campo,
sintiéndose de frontera a frontera, operando en todo el territorio
nacional.
Antes de la gran crisis de los años 1980 existían vendedores
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ambulantes, contrabandistas, piratas y delincuentes, pero por lo ocurrido
en el Perú durante esa década fatal, en momentos en que explosionaba la
población y se traslada a las ciudades, estas actividades se magnificaron. A
partir de ese momento, como bien lo demostraron Matos Mar y de Soto en
cuanto a la informalidad, ya no se hablaba de decenas de miles sino de
cientos de miles de actores que hacían transacciones y ganaban dinero
operando regularmente en actividades no formales. Este salto, este cambio
en tamaño, esta nueva y preocupante dimensión, nos estaba indicando que
estábamos frente a una nueva y amenazante situación que había llegado para
quedarse.
Para ver este problema desde un ángulo complementario es necesario
recurrir al concepto de «transgresión» como cultura y forma de
comportamiento, tema discutido por el sociólogo Gonzalo Portocarrero en
libros como Rostros criollos del mal: cultura y transgresión en la sociedad
peruana. En mis ensayos lo que hice fue usar el concepto de «cultura de
trasngresión» para relacionarlo con el estallido de las socioeconomías
informales y delictivas, pero también como reflejo de una actitud que
igualmente se observa al interior de lo formal y, más todavía, que va
creciendo en su interior. Siguiendo esta línea de razonamiento tenemos un
cuadro de deterioro institucional creciente ygeneralizado. La
sociedadperuana se ha convertido en una sociedad transgresora,
comportamiento que se define en actitudes frente a los demás, en la
manera como hacemos transacciones, en como nos relacionamos con el
Estado y que se refleja finalmente en el lenguaje. La cultura de transgresión
cuenta ahora con un vasto soporte estructural en la informalidad y en la
delictividad. De allí que las generaciones del nuevo milenio estén creciendo
bajo esta condición y asimilando esta cultura, fenómeno que se observa
principalmente en el tráfico: metes el carro, ignoras los avisos, chocas,
fugas, das o te exigen coimas, justificando tus acciones creyendo que
«todo vale» o pensando que «todos hacen lo mismo». De este modo la no-
formalidad está generando costos culturales y de deterioro institucional
mayors a su mera existencia.
Lo curioso es que a medida que la no-formalidad creció en la crisis y
luego de asentó, se generaron narrativas para justificarla, fenómeno que
es más visible en el caso de la informalidad al ser el «mal menor» (frente
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a la delictividad). Siempre se argumentó que esta anomia no afectaba ni
la vida ni la propiedad. Más aún, fue considerada una forma de
autoayuda, una estrategia de sobrevivencia en momentos en que el Perú
oficial no podía ofrecer alternativas formales de empleo mínimas. Así, se
violaban normas municipals y del Estado porque no se estaban registrando
en ningún tipo de institución, asociación o personería jurídica, no se
pagaban impuestos y se ocupaban espacios públicos sin autorización, aunque
cumpliendo en medio de todo un rol socialmente positivo porque «peor
era robar». En el caso de la industria y el comercio, donde también se
transgredía al no cumplirse con las leyes laborales y económicas (pago
de planillas, beneficios laborales, garantías al consumidor, etc.), se
recurría al mismo argumento. Incluso en el caso de la delictividad, más
peligrosa porque paralizaba o destrozaba al Estado y a la propia sociedad
por dentro, vía la corrupción o la violencia, hubo gobiernos que en esa
década fatal argumentaban que esas actividades, en medio de todo,
generaban empleo e ingresos y, sobre todo, dólares baratos, necesarios
para la economía nacional. Finalmente, al generalizarse la transgresión se
fue asimilando el argumento de que las leyes y las normas de la formalidad
solo sirven para sostener a corruptos y ricos, motivo por el cual, otros, sin
el mismo acceso a recursos, están forzados o autorizados a transgredir.
Estás justificaciones se basan generalmente en una noción de
diferencias de clases sociales, donde la transgresión es permitida y
tolerada porque se trata de los pobres. Sin embargo, no olvidemos que
este argumento desaparece en el momento en que la dinámica de las
economías no formales genera patrones, burgueses, es decir, clase
dominante propietaria y con privilegios. En ese sentido, habría que
considerar los avances de investigación del economista colombiano
Francisco Thoumi, quien en su libro Economía política y narcotráfico
sostiene que las actividades delictivas tan comunes en su país se generan y
regeneran por la existencia de «habilidades empresariales ilícitas» que
tienden a crecer en ciertas regiones. Es el caso de Cali, en Colombia, y
podríamos también incluir el Alto Huallaga o Puno, en el Perú, o incluso
naciones enteras como Paraguay o Panamá, que tienen en común Estados
débiles con bajo nivel de control territorial, corruptos, que son vencidos
y hasta instrumentados por estas «lumpemburguesías». Dada la
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permanencia y el carácter masivo y diferenciado de la no-formalidad, el
argumento de la pobreza solo puede aparecer como justificación para
explicar el origen de sus actividades, pero no su desarrollo, donde la idea
de «todos roban, entonces yo también» sirve de fundamento.
Luego de haber aclarado el problema desde el lado histórico,
económico y cultural, por lo menos los principales aspectos de los mismos,
resta por discutir lo jurídico-institucional para integrar los distintos
elementos considerados líneas arriba. Apoyándonos en el concepto de
«desborde popular» de Matos Mar, podemos argumentar que lo que
estaba ocurriendo no era un fenómeno estrictamente en ese sentido, sino
más bien un «desorden popular», ya que lo que se estaría desbordando no
era tanto el Estado sino la propia legalidad. El Estado como institución
simboliza el orden por ser garante normativo y, como tal, tener la
capacidad de hacer imperar la ley gracias al «monopolio de la violencia»
del que habla Max Weber. Al perder esa capacidad se genera una situación
des-ordenada. Demos un paso más. Dado que existen niveles de
transgresión: ¿cómo podemos ver el panorama amplio para identificar
estas tres socioeconomías en un continuo? Lo que necesitamos es un
enfoque jurídico-institucional para observar el comportamiento de estas
actividades en relación a la legalidad. En cualquier país del mundo existe
cierto nivel de respeto a las leyes y a las buenas costumbres, pudiendo este ser
mayor o menor. Mientras mayor respeto exista, mayor será el grado de
institucionalidad, y viceversa.
Lo normativo comienza con la tradición, que es el derecho
consuetudinario. Las comunidades, los pueblos antiguos, tienen
costumbres y normas seculares o religiosas que regulan el
comportamiento social, definiendo lo correcto y sancionando lo
incorrecto. Así mismo, en el caso de un territorio amplio que integre varios
pueblos y comunidades, al instalarse un Estado-nación basado en el
derecho, este coexiste con el derecho consuetudinario, eliminando tan solo
sus aristas más duras o prejuiciosas.
En el Perú de los años 1980, la migración y la explosión demográfica
hicieron que las normas tradicionales fueran perdiendo peso. De igual
modo, durante las diversas crisis que se atravesaron en esa década se fueron
generando las condiciones para que emergiera con fuerza una cultura de
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transgresión que atacaba el derecho consuetudinario y también la
legalidad propiamente dicha del Estado, dando lugar a distintos niveles de
transgresión: en algunas actividades y territorios era menor, en otras era
mayor. Estos grados de respeto se pueden resumir en el siguiente
gráfico, para ubicar la informalidad y la delictividad en relación
a la legalidad.
Gráfico nº 1
Grado de respeto a la ley y las normas de convivencia

Sicarios -
Delictividad
Narcos

Contrabandistas Coima
«Piratas»
Informalidad
Comerciantes informales

Empresas legales

Formalidad
Costumbre,
Comunidades + tradición

Lo que se sugiere es que, siendo diferentes la informalidad y la


delictividad, ambas están separadas por una cuestión de grado (sin que
esto implique pintar de rosa lo formal, porque también en su interior pueden
ocurrir acciones y transacciones transgresoras, a pesar de que las actividades
sean formales, legales y/o reconocidas). Complementariamente, y para ver
la complejidad de este problema, se puede argumentar que esta
coexistencia tiene múltiples efectos y manifestaciones, de los que poco
sabemos, pero que conviene por lo menos ilustrar con algunos ejemplos.
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Si uno analiza casos concretos, a pesar de que no tengamos una idea de la totalidad de estos para
indicar variaciones, podemos verificar la existencia de mafias de criminales que venden sus
productos en mercados informales y que luego compran propiedades formales. Hay
asimismo, informales que abastecen a los formales, no faltando formales que venden en los
mercados informales. Finalmente, no faltan mafias y delitos al interior de la formalidad o
conectados con las no formales, como por ejemplo el ladrón que comparte ganancias con
los policías. Entonces, aunque las actividades no formales choquen ocasionalmente con las
formales y amenacen el todo, estas suelen interactuar cuando hay beneficios mutuos y
existir porque «compran» su derecho a la existencia con la coima. Estos ejemplos indican la
complejidad de estas relaciones.
Podemos incluso discutir otros casos donde en una misma actividad económica ocurren
transacciones que expresan distintos tipos de legalidad. Si consideramos la producción y
comercialización de hoja de coca (o la minería del oro, para poner un ejemplo más reciente),
vemos que existen interactuando juntas operaciones de tipo formal, informal y delictivo.
En el caso de la hoja de coca, su producción y consumo pueden basarse en la
tradición, expresándose en el autoconsumo y en el abastecimiento a los pequeños
mercados y ferias rurales, que no necesitan de ningún permiso y que nadie vigila. Al mismo
tiempo esa producción puede ser formal porque existen cocaleros registrados en la Empresa
Nacional de la Coca (ENACO), empresa estatal que les provee de un documento que los
«formaliza» bajo la condición de que, en teoría, le vendan toda su producción de la hoja de
coca. ENACO se encarga de vender la hoja de coca a comerciantes, sea para uso tradicional,
o a la Coca Cola, que la usa en su fórmula secreta. ENACO también fabrica y vende cocaína
para la industria farmacéutica. De ese modo, el Estado trata de ordenar el sistema,
respetando el derecho consuetudinario y el moderno formal, aunque su existencia es
ignorada por otros actores informales y criminales pues en esa actividad predominan la
producción y la venta ilegal de hoja de coca, existiendo además, conexiones perversas con lo
formal.
El productor que no participa en el padrón de ENACO (que son muchos, más cuando
se trata de un padrón viejo de los años 1980 que no ha sido actualizado) la puede vender en
el mercado para uso tradicional. Esa es la venta informal, no autorizada y levemente
transgresora. Existen finalmente los productores ilegales que la venden a las mafias para la
producción de pasta, cocaína ilegal y derivados. Estos delincuentes, a su vez, se abastecen
de químicos y equipos producidos o vendidos por empresas formales. Luego realizan lavado
de dinero en bancos, compran propiedades y fundan empresas de fachada, contaminando
el mundo formal. Además, en ese proceso delictivo pagan coimas al Estado para poder
seguir manteniendo sus actividades, ya sea a policías, jueces, militares o cualquier
funcionario que deba hacerse de la vista gorda. Esta complicidad neutraliza el sistema de
control y lo supera.
Así tenemos que en una sola actividad se pueden ver varios de los tipos y niveles
de transgresión existentes, donde las tres economías se diferencian en cuanto a la legalidad de
sus operaciones y a la relación que deberían tener con el Estado como garante de la legalidad.
Igualmente, en esta sola actividad también podemos ver como se relacionan entre sí lo
formal, lo informal y lo delictivo de modo complejo, pero para nada sorprendente en tanto es
parte de la cotidianidad socioeconómica del país.
En teoría, debería ocurrir una acción represiva y de control regular de parte del
Estado para combatir decididamente la delic- tividad y reducir la informalidad, «formalizando a
los informales». Sin embargo, como ya hemos visto, lo que ocurre es una tolerancia, porque el
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sistema económico estatal y empresarial formal no genera suficientes oportunidades


(dejando que lo no formal ope- re) y porque siendo el Estado débil o neutralizado (por
coimas) los deja existir. Incluso las «lumpemburguesías» pueden llegar a tener
representación política al financiar campañas y hacer lobby, llegando a ocupar puestos, sea
en municipalidades, gobiernos regionales o hasta en el propio Congreso de la República. Si
bien no sabemos qué tan profunda es esta penetración, esta pasa con preocupante
frecuencia.
Las reacciones del Estado, cuando se sacude de estas influencias e intenta «hacer valer
el imperio de la ley», son esporádicas, ganando o perdiendo según los casos, pero sin eliminar
o frenar el comportamiento transgresor y reducir o liquidar estas actividades semiilícitas e
ilícitas. Al mismo tiempo, para complicar más el problema, pues lo hace borroso, los
transgresores intentan ser o aparecer legales.
Esto es así porque hay un beneficio en la legalidad y un costo en el incumplimiento,
siempre y cuando se generen niveles de riesgo que hagan posible que a mayor
transgresión ocurran mayores costos. Quienes operan en lo formal viven tranquilos y
relativamente seguros al gozar de las protecciones que da la ley, pero a medida que uno se
va alejando de la formalidad, las preocupaciones, la angustia y la inseguridad aumentan,
sobre todo para los más pobres y vulnerables, los «trabajadores» de la informalidad y la
delictividad, porque no tienen recursos para defenderse a diferencia de sus burguesías.
Ocurre de ese modo porque en cualquier momento la autoridad puede actuar, pedir
una coima o amenazar, sobre todo cuando hay exigencias de la opinión pública o se reta
abiertamente la autoridad del Estado, pues ello aumenta la posibilidad de operativos para
reprimirlos o desalojarlos de una zona. El 2013, por ejemplo, han ocurrido grandes combates
contra la informalidad en el Mercado Mayorista de Lima y contra la minería ilegal en
provincias (que algunos llaman minería artesanal y otros informal), pero que en ningún caso
se reconocen como ilegales. Así, como en lo formal existe tranquilidad, ocurre un intento
de todos los sectores informales para ingresar al mundo formal y de los delincuentes por
aparentar ser legales.
Entonces, viendo los distintos casos, existe no solo una imbricación
ocasional de las economías no formales con las formales, sino también un fenómeno
mayor que tiene que ver con la sociedad toda y el Estado, donde la no-formalidad lucha
por sobrevivir y crecer tratando de ser tolerada, resistiendo los esfuerzos por combatir su
existencia, negociando o aparentando «ser legales». Con este último cuadro de conjunto, que
considera niveles de transgresión a la ley y al ordenamiento jurídico institucional del país,
cerramos esta reflexión que sirve de introducción a varias investigaciones de este
problema en el Perú de hoy.
A modo de conclusión presentamos una síntesis de las ideas centrales:

a) En realidad no existen dos, sino tres socioeconomías (formal, informal y


delictiva) como respuesta a un problema estructural de desempleo, de debilidad del
Estado y el mercado y los incentivos de la no-formalidad, en momentos en que
ocurrió la explosión demográfica y la migración a las ciudades.
b) Las socioeconomías no formales y el tipo de transacciones según el nivel de
transgresión se ubican en un continuo que va de lo informal a lo delictivo.
c) Ambas, la informalidad y la delictividad, han crecido desde la década de 1980 en medio
de una gran crisis, pero continuando luego, cuando se supera la recesión al no
resolverse los problemas estructurales de fondo, manteniéndose bajo los niveles
de riesgo que debe emitir el Estado y por los altos incentivos económicos de la no-
formalidad.
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d) Las socioeconomías no formales han desarrollado una cultura de transgresión que


amenaza constituirse en cultura nacional. Uno de sus problemas principales es que
justifica la anomia y elimina el sentimiento de culpa. Esta cultura, a su vez, se
transnacionaliza con la emigración, aspecto interesante pero que no hemos
discutido en este trabajo.
e) Al haberse consolidado como sectores, en cada una de esas tres economías se
observan altos niveles de concentración del capital y relaciones internas de tipo
jerárquico. Cada socioeconomía tiene su propia burguesía (formal, informal y
lumpen) y fuerza de trabajo.
f) Las tres socioeconomías tienen sus propias dinámicas y se las puede ver como
sectores separados, siendo visibles, detectables en tanto se concentran
territorialmente.
g) Cuando les es conveniente económicamente, se relacionan entre sí a pesar del
problema que representa su coexistencia y vinculación.
h) Ocasionalmente el Estado y los municipios combaten la delictividad y luchan por
formalizar a los informales, pero en ningún caso logran reducir las dimensiones del
problema y superar la anomia.
i) En esta lucha hay victorias parciales seguidas de treguas que revelan la falta de un
esfuerzo nacional decidido para enfrentar este problema.

Estas conclusiones son de carácter realista antes que pesimista, en la medida en que
existen alternativas viables y se reconocen algunos éxitos, principalmente en la
formalización, pero ciertamente se requiere de un esfuerzo colectivo decidido para
enfrentar el reto que significa la no-formalidad sobre la base de un mayor conocimiento del
problema y su variación tipológica y espacial. Esperamos que estas líneas y los trabajos que
siguen nos permitan avanzar en esta dirección integral que tanto necesita este país abrumado
por la anomia, cercado por la no-formalidad e incluso penetrado por la transgresión en el
propio Estado y partes de la sociedad civil.

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