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Jefes de Trabajos Prácticos: Adad, Guillermo, Ballanti, Inés, Cisneros, Lorelei, Fignoni,
María Fernanda, Pérez Gianguzzo, Carla, Piacenza, Paola, Scenna, Julieta
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TURNO MAÑANA: Comisiones: 1-7
TRABAJO PRÁCTICO Nº 1
relevantes – necesarios o útiles – para mostrar y explicar los conceptos que hacen al
“problema de los géneros discursivos”.
Un espacio terapéutico no siempre es imprescindible, pero hay etapas en las que puede ser
necesario.
Alejandro Schujman
Somos complicados los seres humanos. Estamos poblados de contradicciones, habitados por
ellas. A nadie le gusta sufrir, pero el sufrimiento es parte natural de nuestra existencia. El
punto es cómo lo procesamos, qué hacemos con él.
El pedir ayuda psicológica es uno de los tantos recursos de los que disponemos, sin embargo
la gente tiene frente a esta posibilidad, a menudo, una posición ambivalente. Después de 30
años de profesión puedo decir que la psicología no es una cuestión de fe.
Es curiosa la relación que tenemos en nuestro país con aquellas cuestiones ligadas a la
psicología y a las distintas formas de la psicoterapia. Somos, por un lado, el país del mundo
con mayor cantidad de profesionales en el área “psi” per cápita. En Argentina hay más
de 80 mil psicólogos, es decir, casi 200 profesionales de la salud mental por cada 100 mil
habitantes, mientras que en Ciudad de Buenos Aires hay 35 mil psicólogos y es aquí donde
se concentra el 42 por ciento de la población total de estos profesionales en el país, según la
Organización Mundial de la Salud (OMS). En segundo lugar está Finlandia, con casi 57
profesionales por cada 100 mil. A nivel regional, el segundo puesto lo ocupa Colombia, con
11 profesionales por la misma cantidad de habitantes.
Todos los argentinos somos un poco técnicos de fútbol, un poco psicólogos. Sabemos,
opinamos, decimos, tenemos una gran cultura “psi”. En las revistas de autoayuda nos
encontramos con mágicas soluciones para resolver cuestiones esenciales de nuestra
personalidad y el malestar diario que nos atraviesa. Pero, al mismo tiempo, a la hora de poner
el cuerpo y sentarse en un consultorio a hablar de uno, las cosas son diferentes.
Recuerdo un hombre de unos 70 años que llegó hace más de una década a un consultorio en
el que yo trabajaba dentro de una institución, con cara visiblemente ofuscada, y golpeando la
mesa.
—Le quiero aclarar, doctor, que yo no creo en nada que empiece con psi — dice.
No intenté siquiera explicarle que no era doctor, no era momento para sutilezas.
—Yo estoy acá —continúa— porque me manda mi cardiólogo y mi esposa, así que lo que
sea que tenga que hacer hágalo rápido.
Dicho esto, el hombre -al que llamaremos Raúl- empieza a contarme su padecer. Lo incluyo
en un grupo terapéutico al que concurre durante un año y medio aproximadamente, y recuerdo
con mucha ternura el día en que anuncio el alta de Raúl en el grupo porque había cumplido
su objetivo, había resuelto aquello por lo que había venido. Rompe en llanto y emocionado
dice lo mucho que le va a costar dejar ese espacio. Después de darle un abrazo -conmovido
yo también-, le pregunto con alegría y risueñamente si éste era el mismo hombre que había
golpeado el escritorio un año y medio atrás.
Esto pasa muchas veces con los procesos terapéuticos. Asusta, sobre todo para aquellos que
nunca han atravesado un espacio de este tipo, enfrentarse y encontrarse con el propio ser.
Hacer terapia es un encuentro, no con el terapeuta, no con el psicólogo, sino con uno, y no 3
estamos acostumbrados a darnos cita con nosotros mismos. Encontrarnos con nuestras
emociones, con nuestro sentir, con aquello que nos duele, es un desafío que no estamos
dispuestos a enfrentar (…)