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“Mi Biografía”

Ese día habíamos ido al potrero a cortar varillas para hacer papalotes. Chilongo, mi mejor
amigo, era el más animado y llevaba la delantera. Como fue día del Sagrado Corazón, las
monjas del colegio suspendieron las clases y desde el día anterior lo habíamos planeado. Yo
no iba muy convencido, No había pasado mucho tiempo cuando papá me castigó por no
lavarle el carro. Entonces irme sin su permiso era muy probable que ocasionaría otra situación
similar. Bueno, de cualquier forma ya era demasiado tarde, el grueso cerco de piedras que
dividía al callejón del potrero ya había cedido a nuestro propósito.

Tres días antes, Marcelino el hermano de Chilongo había metido la máquina a cortar las
motas de milo. Al día siguiente una cuadrilla de pepenadores recogió todo el milo que había
caído entre los surcos. En adelante ya no volverían a la parcela. Así que era toda para
nosotros. Entramos y las varillas parecían llamarnos con voz fuerte y decidida: ¡A mí! ¡A mí!
¡Córtame a mí! ¡Haré volar tu papalote muy alto! ¡Será el mejor! Ambos dábamos pasos
alocados volteando a verlas y decíamos con alegría: ¡Esta, esta!, ¡Yo esta!, Así, hasta
completar un tercio para eliminar posteriormente a las más endebles.
Imagínense, ¿Cuántos papalotes no habría volado si mis papás no me hubieran concebido y
yo no hubiera nacido en Jocotepec, Jalisco aquel 17 de julio de 1963? ¡Muchos!, de verdad
muchos, sin exagerarlo.

Seguramente también mis hermanos no hubieran tenido a quien echarle la culpa de la cola
que perdió el Forey por una liga que quien sabe quién amarró a su rabo. Pobre de nuestro
cachorro. Flaco, pulgoso y sin cola. Que desgracia para él y que friega la que me arrimaron a
mí ese día que la cola del perro voló, cuando este la maneaba con fuerza saludando
cariñosamente a mamá. Claro, yo era el menor, no sabía armar argumentos en mi defensa.

Cada uno de mis hermanos desfiló frente a papá cuando finalmente llegó a casa. Nos hizo la
pregunta obligada con la cuota de autoridad requerida: ¡Quién fue! Juan, que es el mayor,
rápidamente encontró argumento: “Yo no fui, ustedes saben que no me gustan los perros”.
Pero bien que te gusta patearlos, dije con enfado. ¡Cállate Paulo!, dijo mamá. Deja hablar a tu
hermano. Luego vino Martha, Lourdes y Javier. Y como nadie fue, pues la culpa la tuve yo, y
¡zas! A dormir calientito.

Al poco tiempo murió el Forey. Entonces mamá nos fue preguntando uno a uno si queríamos
otro cachorro. Ya imaginarán mi respuesta. Pero de poco o casi nada sirvió. A los pocos días
apareció el Lobo, un perro grande y lanudo, color café claro. Muy cariñoso. Duró unos días
amarrado a la lima, que por muchos años sirvió de fuerte a los embates de mamá tras las
muchas travesuras que le hice. Con el tiempo adquirí la habilidad de treparla rápidamente.
Hasta ahí no llegaba la vara de membrillo con la que solía educarnos. Lo que nunca supe fue
por qué me salían tan bien las travesuras, ¡yo no quería hacerlas!
Sin darme cuenta y sin quererlo cumplí seis años de edad. Entonces me llevaron a matricular
al colegio de monjas. ¿Por qué? Dije. Seguramente para esa edad, ya tenía tantas culpas que
era necesario enderezar mi camino. Y claro, para eso, las monjas se pintan solas y lo hacen
por el mismo costo de la colegiatura.

Juan Manuel García Estrada, mi padre, era originario de San Luis Soyatlán y había crecido
casi como hijo único. Mi tío Javier, su único hermano había muerto siendo joven en un
accidente automovilístico. Con muy poca preparación académica y una madre débil de
carácter, papá acabó pronto con los bienes que su madre recibió de sus padres. Entonces
desde que yo nací y hasta que el murió tuvo que trabajar como chofer de taxis en Jocotepec.
En cambio, mi madre, María Elena Deniz jamás poseyó fortuna alguna. Pasó de ser hija de un
jornalero campesino a empleada de un hotel de paso en la población de Pihuamo. Ahí conoció
a mi padre, que entonces conducía un camión de transporte público de pasajeros y Pihuamo
era parte de la ruta que tenía.

Como ya lo sabrán, no eran gente adinerada, más bien eran, como se dice ahora, de
condición social vulnerable. Así que, ante este panorama económico familiar tan triste, tuve
que contribuir a pagar mi colegiatura vendiendo paletas, de la única e inigualable paletería de
don Emilio. Así transcurrieron otros seis años. Entre Padres Nuestros, Aves Marías, las tablas
de multiplicar, los cuadrados y rectángulos, las oraciones simples y compuestas…y una que
otra pelea, pues era necesario defender los logros alcanzados y las concesiones ganadas
con una que otra niña del salón y las del salón de enfrente. Nada extraordinario, solo gajes del
oficio.

A mis doce años, recuerdo bien en 1975, ingresé a la secundaria, pero no fue una secundaria
cualquiera, no fue general, ni siquiera técnica. Fue a una secundaria de altura. ¡Me llevaron al
Seminario Salesiano de San Pedro Tlaquepaque! Lo recuerdo muy bien. Papá me había dicho
antes de salir la primaria que me llevarían a una escuela donde estaría internado-lo entendí
bien cuando dejé de verlos casi por un mes; pero nunca, al menos no lo recuerdo, dijo que
sería un seminario- también dijo que me compraría ropa nueva, tendría nuevos amigos y otras
tantas cosas que no sé si se cumplieron: en ese preciso momento, yo solo era un manojo de
ilusiones por cumplir.

La primera noche fue de miedo, de verdad, no pude dormir. El dormitorio-así le llamaban al


enorme salón donde había muchas, pero muchas camas- era como una enorme, dientuda y
oscura cueva que había paralizado mis sueños. Pero había que vivir. Al paso del tiempo
aprendí a transcurrir entre sueños, ilusiones y miedos. Ahora puedo decir con cierto dejo de
alegría que yo iba para papa, ¡pero salí camote!

Al concluir la secundaria, el padre Guillermo, responsable del internado me dijo: “Paulo, eres
un buen muchacho, por qué no le sigues en el IOV” (Instituto de Orientación Vocacional, que
está en Zapopan, Jalisco). Era la siguiente etapa de formación religiosa. ¡No! Dije con fuerza,
Dios no me necesita aquí. Le puedo ser más útil afuera. Está bien, dijo el padre Memo. Pero
ve y estudia la Normal, serás un buen maestro. ¿Bueno? Algún día le reclamaré por eso.

Finalmente concluí mi formación docente normalista en la Escuela Normal Anáhuac de la


ciudad de Guadalajara, para el verano de 1982. A pocos días de haberme graduado, logré
conseguir trabajar para un patronato en la localidad de Cabo San Lucas, BCS, que había
construido una escuela privada. Ahí pasé una etapa maravillosa de mi vida. El mar como
escenario, yo en plena juventud, era totalmente independiente. Pero no me duró el gusto. ¿Se
acuerdan de Chilongo? No me lo van a creer, en un vuelo que hice de la ciudad de la Paz a
Guadalajara, lo encontré. Era el piloto del avión. ¡Mi amigo de la infancia era piloto de Aero
California! Y ahora vivía en la ciudad de la Paz. Cada que pude, fui a verlo y a recordar cómo
construíamos los papalotes, cómo hacíamos trabucos y cómo, entre otras cosas, aprendimos
a ser adultos. Desde entonces y hasta ahora, ambos volamos alto. El pilotea un avión y yo,
como docente, enseño a volar a mis estudiantes en el mundo del apredizaje.

Análisis
Pre-escritura
■ Establecer el propósito: Escribir mi biografía a través de un relato corto y ameno.
■ Definir la audiencia: Público. Estudiantes de Nivel Medio Superior. Docente tutor.
■ Identificar el tópico: Cómo llegué a ser docente.

■ Lluvia de ideas: Etapa de papalotes, la primaria, el seminario, la normal y primera


experiencia docente.
Borrador: Si
Revisión: Si
Corrección: Si
Publicar: Si

Reflexión sobre el proceso de expresión escrita que llevé a cabo para escribir mi biografía.
Indudablemente conocer los pasos a seguir para escribir, representa un invaluable apoyo.
Aunque por obviar un poco de tiempo fui realizando el borrador al tiempo que hacía la revisión
y corrección. Para poder publicar mi biografía pedía a mi esposa escuchara mi lectura a fin de
obtener un juicio crítico al respecto. Fue una gran ayuda.
Siempre he dicho que escribir sobre cualquier tópico requiere no solo conocer a profundidad
la riqueza del lenguaje, sino además, de actitud y aptitud. Hoy puedo agregar que también es
necesario saber cómo escribir. Y este entramado es ahora para mí y lo será en adelante para
mis alumnos, un excelente andamiaje para aprender a hacerlo con mayor propiedad.

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