You are on page 1of 6

13 de julio de 2019

PNFA EN AGROECOLOGIA

Trayecto I

Ambiente: E.B. Américo Briceño Valero”.

Temas:

Componentes que caracterizan la pedagogía del amor, el ejemplo y la curiosidad. Vinculación


entre la palabra y la acción.

Correspondencia ideológica y dialéctica entre la pedagogía crítica, y la pedagogía del amor,


ejemplo y curiosidad.

Analiza y reflexiona

LECTURA PEDAGOGÍA DEL AMOR Y LA TERNURA

La dimensión amorosa del ser humano se despliega y se vive en la dimensión


social, comunitaria y relacional. Ello requiere caminar de forma inequívoca hacia
procesos de humanización creciente como especie humana en una sociedad cada
vez más democrática, más justa, más equitativa, más fraterna, más respetuosa.
Es entendido que el amor es el principio pedagógico esencial. De muy poco
va a servir que un docente se haya graduado con excelentes calificaciones en las
universidades más prestigiosas, si carece de este principio. En educación es
imposible ser efectivo sin ser afectivo. No es posible calidad sin calidez. Ningún
método, ninguna técnica, ningún currículo por abultado que sea, puede reemplazar
al afecto en educación. Amor se escribe con “a” de ayuda, apoyo, ánimo,
aliento, asombro, acompañamiento, amistad. El educador es un amigo que ayuda
a cada estudiante, especialmente a los más carentes y necesitados, a superarse, a
crecer, a ser mejores.
Amar significa aceptar al estudiante como es, siempre original y distinto a mí
y a los demás estudiantes, afirmar su valía y dignidad, más allá de si me cae bien
o mal, de si lo encuentro simpático o antipático, de si es inteligente o lento en su
aprendizaje, de si se muestra interesado o desinteresado. El amor genera confianza
y seguridad. Es muy importante que el niño se sienta en la escuela, desde el primer
día, aceptado, valorado y seguro. Sólo en una atmósfera de seguridad, alegría y
confianza podrá florecer la sensibilidad, el respeto mutuo y la motivación, tan
esenciales para un aprendizaje autónomo. Hacer niños felices es levantar personas
buenas. Educar es un acto de amor mutuo. Es muy difícil crear un clima propicio al
aprendizaje si no hay relaciones cordiales y afectuosas entre el profesor y el alumno,
si uno rechaza o no acepta al otro.
El amor es también paciente y sabe esperar. Por eso, respeta los ritmos y
modos de aprender de cada alumno y siempre está dispuesto a brindar una nueva
oportunidad. La educación es una siembra a largo plazo y no siempre se ven los
frutos. De ahí que la paciencia se alimenta de esperanza, de una fe imperecedera
en las posibilidades de superación de cada persona. La paciencia esperanzada
impide el desánimo y la contaminación de esa cultura del pesimismo y la resignación
que parecen haberse instalado en tantos centros educativos.
Para ser paciente, uno tiene que tener el corazón en paz. Sólo así será capaz
de comprender, sin perder los estribos, situaciones inesperadas o conductas
inapropiadas, y podrá asumir las situaciones conflictivas como verdaderas
oportunidades para educar. La paciencia evita las agresiones, insultos o
descalificaciones, tan comunes en el proceso educativo cuando uno “pierde la
paciencia”. El amor paciente no etiqueta a las personas, respeta siempre, no
guarda rencores, no promueve venganzas; perdona sin condiciones, motiva y
anima, no pierde nunca la esperanza.
Amar no es consentir, sobreproteger, regalar notas, dejar hacer. El amor no
se fija en las carencias del alumno sino más bien, en sus talentos y
potencialidades. El amor no crea dependencia, sino que da alas a la libertad e
impulsa a ser mejor. Busca el bien-ser y no sólo el bienestar de los demás. Ama el
maestro que cree en cada alumno y lo acepta y valora como es, con su cultura, su
familia, sus carencias, sus talentos, sus heridas, sus problemas, su lenguaje, sus
sueños, miedos e ilusiones; celebra y se alegra de los éxitos de cada uno aunque
sean parciales; y siempre está dispuesto a ayudarle para que llegue tan lejos como
le sea posible en su crecimiento y desarrollo integral. Por ello, se esfuerza por
conocer la realidad familiar y social de cada alumno para, a partir de ella, y a poder
ser con la alianza de la familia, poder brindarle un mejor servicio educativo.
Algunos, en vez de hablar de la pedagogía del amor, prefieren hablar de la
pedagogía de la ternura para enfatizar ese arte de educar con cariño, con
sensibilidad, para alimentar la autoestima, sanar las heridas y superar los
complejos de inferioridad o incapacidad. Es una pedagogía que evita herir,
comparar, discriminar por motivos religiosos, raciales, físicos, sociales o culturales.
La pedagogía de la ternura se opone a la pedagogía de la violencia y en vez de
aceptar el dicho de que “la letra con sangre entra”, propone más bien el de “la letra
con cariño entra”; en vez de “quien bien te quiere te hará llorar”, “quien bien te
quiere te hará feliz”.
La pedagogía del amor o pedagogía de la ternura es reconocimiento de
diferencias, capacidad para comprender y tolerar, para dialogar y llegar a acuerdos,
para soñar y reír, para enfrentar la adversidad y aprender de las derrotas y de los
fracasos, tanto como de los aciertos y los éxitos. La ternura es encariñamiento con
lo que hacemos y lo que somos, es deseo de transformarnos y ser cada vez más
grandes y mejores. Por esto, ternura también es exigencia, compromiso,
responsabilidad, rigor, cumplimiento, trabajo sistemático, dedicación y esfuerzo,
crítica permanente y fraterna. En consecuencia, no promueve el dejar hacer o deja
pasar, ni el caos, el desorden o la indisciplina; por el contrario, promueve la
construcción de normas de manera colectiva, que partan de las convicciones y
sentimientos y que suponen la motivación necesaria para que se cumplan.
Hoy es imprescindible conocer que las emociones juegan un papel
fundamental en todo proceso de aprendizaje ya que inciden en el desarrollo
cognitivo a la vez que influyen en la relación que el individuo tiene con su entorno.
Según Maturana (1999), situaciones como la envidia, el miedo, la ambición, la
inseguridad, la competición, entre otras. limitan los posibles escenarios donde el
conocimiento puede expresarse; por el contrario, será el amor el que favorezca
desde la aceptación de uno mismo y del otro lograr un pensamiento y una acción
más inteligente a través de la confianza, la convivencia, el respeto y la inclusión.
Dice este mismo autor que el nivel emocional será el nivel formador de las personas
siempre que se creen espacios suficientes de acción, reflexión y convivencia. Y esta
será una de las tareas fundamentales que tiene la escuela, la generación de estos
espacios donde todos los estudiantes se reconozcan y sean aceptados por la
valoración de su esfuerzo, lejos de la clasificación y competencia, para que tengan
vía libre de encontrar su camino del saber y del hacer.
Salir de la crisis sistémica actual requiere la necesidad de recuperar las
capacidades holísticas de la conciencia humana, de dar sentido a la vida dentro de
una nueva visión del mundo que han de guiar la acción para una transformación
profunda de los procesos de humanización. Como diría E. Morin (2011), “lo que falta
es una teoría sobre qué es el desarrollo humano (¿hacia donde ir?)”. En esta nueva
perspectiva lo importante ya no es el crecimiento lineal, “cuanto más mejor”, sino el
equilibrio, la armonía, el dinamismo, la diversidad. Necesitamos una dinámica
nueva relacional con nosotros mismos, con lo que nos rodea, con el planeta, con el
universo. Una nueva manera de ver, escuchar, acariciar, oler, gustar, sentir, pensar,
conocer, cuidar, prestar atención... y, consecuentemente comprometernos en ello.
Sentirse comprometidos con la vida es aceptar el amor como esencia del ser
humano en su dimensión social y como vehículo para la educación.
Desde la perspectiva de la dimensión holística, la misión de la educación
debe ser entender la conexión intrínseca de todas las cosas. La ecoeducación y la
ecopedagogía (GUTIÉRREZ y PRADO, 2000) asientan sus bases desde ese
principio fundamental. La dimensión afectivo-emocional cobra especial relevancia
en la educación integral e inclusiva. Sobre todo, cuando muchas veces la Escuela
reproduce más el concepto newtoniano del hombre-máquina promoviendo una
educación “cerebrotónica” donde lo importante es el desarrollo máximo de la
dimensión intelectual desconectado de casi todo lo demás.
La crisis que vivimos no es una crisis económica sin más. Es una crisis
sistémica que afecta a todos los aspectos del vivir humano. Pero sobre todo afecta
a la sensibilidad humana. En ella se ha producido una mentalidad patologizada que
contempla a la naturaleza y a los demás como objetos para su disfrute. Eso está
produciendo una gran deshumanización. Hoy es necesario cambiar la mentalidad
del depredador por la de jardinero. La humanización de la humanidad se nos impone
como una necesidad ineludible. La construcción de un nuevo modelo de sociedad
requiere desmercantilizar las relaciones sociales para hacerlas relaciones sociales
basadas en el amor y el cuidado mutuo. Para ello, no hay otro camino que la
promoción del cuidado mutuo en todo lugar y en todo momento, como un rasgo
fundamental de la especie humana. Sólo desde el cuidado mutuo es posible avanzar
dentro de los procesos de humanización de la sociedad hoy.
“Nosotros, los seres humanos, pertenecemos a una historia evolutiva definida
por un modo de vida centrado en el amor, no en la agresión, de tal modo que
enfermamos a cualquier edad cuando se nos priva de amor” (MATURANA, 2002,
64). Para seguir coevolucionando en la línea de la humanización creciente, en ese
modo de vida centrado en el amor, es necesaria la producción de la cultura
del cuidado mutuo que ha de impregnarlo todo y a todos. Tenemos que superar las
barreras que se han establecido en la actual concepción del cuidado para resituarlo
como el ofrecimiento y la recepción de amor, atención, consideración, empatía,
mimo, tacto y todo aquello positivo que hemos recibido todos y cada uno desde que
nacemos.
Para generar esa nueva cultura se requiere que todos, hombres y mujeres,
tomemos conciencia de que cuidar y cuidarse es algo que todos hemos de hacer si
no queremos renunciar a una de las dimensiones constitutivas de los seres vivos y,
de forma especial, de los seres humanos. Se trata de generar individuos
responsables con su entorno social y natural, y de asumir el cuidado como una
responsabilidad a repartir y compartir justamente entre los diferentes grupos
sociales (mujeres y hombres, jóvenes y mayores) para que, así, pueda realizarse
digna y plenamente (ROGERO GARCíA, 2011). Este nuevo modelo también
requiere un cuidado que no genere dependencia y sumisión, sino que procure el
máximo desarrollo del ser humano, y que contemple cuidar como un proceso que
dura toda la vida y que requiere de una relación profundamente humana con los
demás que sólo se puede desarrollar en el seno de una cultura viva y dinámica de
cuidado mutuo.

Preguntas
A la luz de este texto y de lo que hemos reflexionado en esta jornada, ¿qué
comportamientos y actitudes debemos evitar, qué debemos mejorar, en qué
debemos insistir para fomentar desde la pedagogía del amor una educación con
miras a un desarrollo sostenible?

You might also like