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SEMANA 7: La voluntad, la búsqueda del bien y la felicidad.

La felicidad es interior, no exterior; por lo tanto, no depende de lo que tenemos, sino de lo


que somos.
Henry Van Dyke.

Aprendizajes esperados:
- Reflexionar sobre las implicancias de obrar conforme al bien
- Analizar cuál es el fin de la vida humana y los medios para lograrla
Conceptos claves: voluntad – bien - felicidad.

1. La voluntad humana y la búsqueda del bien

En la clase pasada estudiamos que el ser humano posee dos facultades superiores o
intelectuales: la inteligencia y la voluntad. En esta clase analizaremos la segunda capacidad,
la voluntad. Ella, al igual que la inteligencia, posee un objeto propio, que es el bien, y una
obra propia que es desear y elegir los medios para alcanzar eso que desea. ¿Qué significa que
el objeto propio sea el bien? El ser humano siempre obra conforme al bien. Esta aseveración
puede parecer algo extraña, pues constantemente vemos personas que no hacen el bien sino
el mal. Para comprender esto debemos hacer algunas aclaraciones. Cuando el ser humano
lleva a cabo cualquier acción, lo hace siempre bajo el convencimiento que esa acción le traerá
un beneficio o un bienestar, a corto o largo plazo. A corto plazo, por ejemplo, está el comer
para satisfacer el hambre, y a largo plazo tener un título técnico o profesional, que implica a
corto plazo invertir tiempo de estudio y preparación en ello. Nadie actúa para que le sucedan
cosas malas. ¿Por qué entonces las personas hacen cosas malas? Esto puede deberse a varios
factores. El primero y más importante está relacionado con buscar el beneficio propio por
sobre el bien común de la sociedad. Así, por ejemplo, el ladrón considera superiores los
beneficios que obtendrá por sus actos delictuales que los problemas que generará en las
personas a quienes roba. Ahora bien, cuando el hombre desea y decide, debe hacerlo siempre
en miras del bien no solo propio, sino del bien de todos los que componen la sociedad. En

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unas clases más profundizaremos en esta idea cuando hablemos de la naturaleza social del
hombre. El segundo factor tiene que ver con la ignorancia. La voluntad y la inteligencia
actúan juntas. La voluntad solo puede desear aquello que ha sido, primero, conocido por la
inteligencia. Si la inteligencia no está bien educada y no le permite a la persona distinguir el
mejor bien y los mejores medios para alcanzar ese bien, es probable que la persona cometa
una acción que le cause problemas a sí mismo o a los que lo rodean. Existen dos tipos de
bienes: los reales y los aparentes. Los reales, como su nombre lo dice, son cosas deseadas
por la voluntad que son realmente buenas. Los bienes aparentes, en cambio, se nos aparecen
como buenos, pero en realidad no lo son. Una persona que tiene hambre considera como
bueno comerse un berlín, y en realidad lo es, no hay nada de malo en ello. El problema es si
esa persona es diabética. En ese caso el berlín se le aparece como algo bueno, pero en realidad
no lo es. Lo mismo pasa cuando peleamos con un amigo; probablemente sentiremos que lo
mejor es ignorarlo y distanciarnos de él (bien aparente), cuando en realidad puede ser que lo
mejor sea conversar y superar las dificultades a través del diálogo (bien real). Así, cuando
una persona confunde estos dos tipos de bienes, puede actuar de manera que produzca un mal
y no un bien. El tercer factor tiene relación con la falta de fortaleza para hacer el bien cuando
se nos presentan dificultades. Supongamos que vamos caminando detrás de alguien a quien
se le cae dinero. Fácilmente podríamos guardarlo y utilizarlo para cubrir nuestros gastos.
Devolverlo requiere que la persona, junto con descubrir el bien real y pensar en el otro, posea
la fortaleza de carácter para hacer el bien aunque sea difícil. Esta elección de hacer el bien
solo para mí o pensar en los demás aunque sea dificultoso existe porque somos seres libres y
podemos actuar de acuerdo a nuestras decisiones. Estas son fundamentalmente las razones
por las cuales, a pesar de que nuestra voluntad busca el bien, podemos llevar a cabo acciones
malas.

2. La felicidad o plenitud

Hemos dicho, entonces, que la voluntad tiene como obra propia el desear, y como objeto
propio lo bueno. Sin embargo, no queda claro aún bajo qué criterios debe decidir el hombre
para poder hacer el bien. Para comprender este punto es necesario tener en consideración que

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existen otros dos tipos de bienes en función de su utilidad y valor. Existen bienes que son
medios, y otros que son fines. Si pensamos en el dinero, por ejemplo, podemos atestiguar que
todos lo desean y anhelan poseerlo. Pero el dinero no es ni podrá ser jamás un fin. El dinero
es, por excelencia, un bien que funciona como medio. Nadie, en su sano juicio, que tiene
dinero lo desea por su propia existencia, como si tuviera un valor intrínseco. Aquellos que
desean dinero, lo desean por las cosas que podemos conseguir con él. Nadie valora veinte
mil pesos por su mera existencia, lo que se valora es el poder adquisitivo que tiene. Digamos,
por ejemplo, que queremos comprar una chaqueta. Los veinte mil pesos tienen valor en
cuanto me sirven para comprar la chaqueta. Y una vez que compro la chaqueta, no la dejo
guardada, sino que me doy cuenta que la chaqueta tiene valor en tanto me sirve para abrigarse
o para vestir de una manera que me represente. De esa forma, el dinero que yo tenía era
valioso como un medio para alcanzar un fin, que era el abrigo y la supervivencia. Así,
entonces, queda claro que son los fines los que le dan sentido a nuestras decisiones y
elecciones.

Aristóteles sostiene que la cadena de medios y fines no puede ser infinita, pues no habría
nada que le diera sentido a nuestras acciones. Pensemos el siguiente escenario: cuando nos
subimos a un taxi, lo primero que nos preguntan es a dónde vamos. Si guardas silencio y no
dices nada, probablemente el conductor se inquietará, pues no sabe hacia dónde moverse. Si
no hay un destino, no hay una forma de saber el recorrido que debe tomarse. En la vida de
las personas sucede lo mismo. Si no tenemos un fin en la vida, no sabremos cuáles son las
decisiones que tenemos que tomar, pues no tenemos una meta, y sin meta no hay camino.
Llegamos aquí a una pregunta fundamental en nuestro estudio del hombre: ¿cuál es el fin o
meta de la vida de los seres humanos? Aunque la pregunta pareciera ser muy compleja y no
tener respuesta, desde hace milenios los filósofos la han respondido con una simpleza y
profundidad maravillosa: el fin de la vida humana es alcanzar la felicidad. Esto nos abre a
una nueva pregunta: ¿cómo se alcanza la felicidad? Algunos ponen su felicidad en cosas
materiales; otros, en sus logros profesionales; otros, en la estabilidad económica, etc. Los
filósofos antiguos nos dicen que, si bien tales cosas son necesarias, no constituyen la felicidad
y no nos conducen, automáticamente, a ser personas realizadas y felices. Para responder a la
pregunta que nos hemos planteado, hemos de entender un poco más el concepto de felicidad.

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Otra palabra para referirse a la felicidad es la idea de plenitud. Algo está pleno cuando está
lleno, completo, desarrollado ampliamente. Así, podemos reformular la pregunta inicial:
¿qué debe hacer el hombre para estar completo o desarrollado? La forma de lograr esa
plenitud es desarrollando su propia naturaleza humana. El ser humano se hace más
profundamente humano cuando hace aquello que le corresponde por sus cualidades y
facultades naturales. Si entendemos las facultades superiores que estamos estudiando,
entendemos que el hombre debe desarrollar su inteligencia y su voluntad. Si los seres
humanos buscan el conocimiento verdadero por la inteligencia y actúan conforme a lo
verdaderamente bueno por la voluntad, poco a poco irán desarrollándose como personas e
irán alcanzando la plenitud, la completitud de su naturaleza. De esa forma, lo que debe hacer
el ser humano, en breve, para ser feliz, es buscar la verdad y hacer el bien. Aquello es lo más
propio de su ser y a lo que está llamado de acuerdo a su naturaleza.

Es importante comprender que la felicidad no es un estado, no se trata de estar contento o


alegre. La felicidad tiene que ver con un crecimiento personal, con el cultivo del espíritu y
una búsqueda de la mayor perfección personal posible. En la medida en que educo mi
inteligencia y mi voluntad para conocer mejor y desear mejor, me voy haciendo más
plenamente hombre y, por tanto, más feliz. La felicidad no tiene que ver con los estados
emocionales. Una persona feliz o plena puede sentir tristeza sin que eso signifique un
detrimento de su desarrollo. El dolor, por ejemplo, ante la pérdida de un ser querido, no hace
al ser humano más ignorante o peor persona. Quien ha crecido interiormente, no pierde esa
condición por elementos externos.

3. Concepciones erróneas de la felicidad

Hemos mencionado que algunos atribuyen su felicidad a la posesión de dinero, el éxito


laboral, el ostentar objetos lujosos, etc. Sin embargo, ninguna de estas cosas puede llevarnos
a la felicidad. Siendo la plenitud humana un rasgo fundamentalmente interior, las cosas
exteriores no nos conducen hacia la finalidad de nuestra existencia. Si, como dijimos, la
pérdida de un ser querido no nos hace peores personas o más ignorantes (y, por lo tanto,

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menos plenos o felices) tampoco nos hará un auto deportivo o una cuenta corriente abultada.
El dinero, los bienes externos, el trabajo, son medios que están a nuestro servicio para que
podamos alcanzar la felicidad, pero no constituyen nuestra felicidad. Si miramos a las
personas con grandes riquezas, millonarios sueldos, poseedores de muchos bienes materiales,
fama y reconocimiento social, veremos que algunos de ellos no son felices, muy por el
contrario, acarrean en sus vidas grandes sufrimientos. El simple hecho de que haya algunas
personas con mucho dinero que no son felices es prueba suficiente que la felicidad no se
compra. Por ello no podemos perder nunca de vista el cultivo del mundo interior, el desarrollo
de nuestras capacidades y potenciar nuestro ser personas; solo así encontraremos el sentido
de la vida y el camino a la felicidad.

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