Professional Documents
Culture Documents
ELECCIONES
blica. Por esa raz6n, el diserio del sistema electoral tenia en cuenta esa socio-
gia y movilizaba a las diversas corrientes de opini6n en funci6n de un d.lculo de
tunidad y beneficio en términos de sufragios para sus intereses polfticos (en
elecciones de 1931 se habia convertido a los grandes centros obreros de Ma-
,Barcelona y Bilbao en ciudades circunscripci6n, por ejemplo). Azafia estaba
ando en los intereses de la Republica en términos de las «izquierdas», mien-
los redactores de El Debate rechazaban esa sociologia electoral generalizada,
vez que la corroboraban con sus quejas: «Dicen que los votos socialistas ma-
os son de hombres conscientes, cultos, libres, mientras los sufragios dere-
campesinos son de gentes retrasadas, incultas, esclavizadas. S610 el enun-
de la proposici6n resulta irritante por su injusticia. ~ Por qué va a ser mas
.ente y mas libre el voto de un proletario madrilefio, con "carnet" de la
GT, que el de un labriego castellano o aragonés?» (5-XII-1933).
N o menor efecto tuvo tal sociologia electoral en uno de los puntos que mayor
suscit6 tanto dentro como fuera del Congreso: el relativo al sufragio fe-
. La participaci6n electoral habia estado en la raiz misma de la moderna
. / n de la mujer (movimientos sufragistas) en América y Europa. Llega-
el momento de su reconocimiento constitucional, sin embargo, las fuerzas de
Republica se dividieron. Los «extremos» cat61ico y socialista apoyaron la causa
con excepciones -, mientras otras minorias parlamentarias se opusieron por el
que el sufragio femenino podia tener en la practica para la Republica, con-
scorno estaban muchos republicanos de que el voto femenino favoreceria
la reacci6n. Si finalmente se aprob6 el art. 34 del proyecto constitucional que
tOfLCelGla el sufragio a la mujer (161 votos frente a 121) fue debido a que, frente a
eraciones pragmaticas, se esgrimieron contundentes razones ideol6gicas.
La participaci6n electoral suponia en aquel contexto un derecho clave de equi-
'6n de la mujer con el hombre, un derecho que no podia negarse en un siste-
que aspirase a denominarse democratico. Ademas, junto a esos valores, el su-
. se identificaba con las ideas de ciudadania, libertad, justicia e igualdad.
o ese amplio y positivo campo semantico qued6 incorporado al concepto mis-
de lo electoral, no tanto del sufragio, del voto en si, como de la acci6n de emi-
de lo que en el fondo significaban las elecciones: un derecho, si, pero un
.o de responsabilidad también (y por tanto una capacidad). En esos dias de
a2:1taclOll. el diario Crisol supo transmitir muy bien las implicaciones benéficas de
idea capaz de cambiar en su acci6n la realidad misma de la mujer y del pais:
conveniente para el futuro de Espafia -se puede leer en sus paginas- que la
er sea empujada al ejercicio de una funci6n que, consistiendo en la vitalfsima
operaci6n de elegir, despierte la conciencia de su personalidad y responsabilidad»
. Capel, 1992, 125). La elecci6n es, pues, ademas del ejercicio de un derecho,
de un cauce de participaci6n en la vida publica, un acto de ciudadania, una
purificadora, formativa para la persona. La trascendencia polftica, ya
«ccms1tat~tda por los parlamentarios, de «volcar esos seis millones de votos a las ur-
Elecciones 450
nas» se haria patente en las inmediatas elecciones de noviembre de 1933 (que otor-
garon la victoria a la CEDA) y en las elecciones de febrero de 1936 (ganadas por el
Frente Popular), donde la mujer se convirti6 en objetivo predilecto de la propa-
ganda de los partidos de todas las tendencias, obligando a modificar los mensajes
y estrategias hasta entonces dominantes en el proceso electoral. U nas elecciones
que para entonces ya habian aglutinado toda la tensi6n acumulada en el propio
sistema politico y que volvian a trasladar al coraz6n mismo del hecho electoral
realidades tan negativas como la coacci6n y la violencia. En marzo de 1936, el so-
cialista Fernando de los Rios denunciaba en el Congreso la intimidaci6n a que se
habia sometido a los jornaleros andaluces y pronunciaba unas palabras que recor-
daban tiempos pretéritos, al parecer, no del todo superados: «Quien tiene la tierra
tiene al hombre» (Discursos parlamentarios, 1999, 737). Pese a elIo, El Socialista
defendia a principios de 1936 «el triunfo electoral» como la mejor via para alcan-
zar los objetivos politicos del socialismo espanol (como la «amnistia» para l
presos de la revoluci6n de Asturias), aunque advertia que de no ganar las eleccio-
nes habria que seguir luchando por otras vias. Y fue justamente el no dirimir las
diferencias ideo16gicas en el terreno pacifico que brindaban las elecciones, el no
aceptar sus resultados, lo que llevaria a recurrir a otros mecanismos violentos de
acceso al poder que parecian haber sido definitivamente superados.
Con la cruenta Guerra Civil iniciada ese mismo ano se abria una época oscura,
donde entre otras cosas las elecciones fueron suprimidas y con ellas todo lo que
implicaban: participaci6n, libertad, democracia ... N ada extrano si tenemos en
cuenta las palabras pronunciadas por el generaI Franco en 1938: «No creemos
un gobierno conseguido por las urnas» (cit. Time, 27-VI-1977). Sin embar
pronto la dictadura franquista iba a articular un denso entramado juridico que
gularia la singular pd.ctica electoral del periodo. Merced a esas bases se verifi
rian sucesivas elecciones a ayuntamientos, diputaciones, Cortes y sindicatos en
décadas centrales de la centuria. El Régimen vio en las elecciones la via de
realidad «la participaci6n del pueblo en las tareas del Estado, a través de la
lia, del Municipio y del Sindicato» (RD, 29-IX-1945). De esa forma, el caranelB
inorganico del sufragio cedia su lugar al voto corporativo que supuestamente
flejaba los diferentes intereses de la sociedad (y mermaba sensiblemente el "",'.orr,(li!!!Ii
electoral al cenir el censo a los «cabezas de familia» y «mujeres casadas»). Bajo
denominada democracia organica una élite integrada en un «partido» unico
Movimiento) elegia, a menudo de forma indirecta, por cooptaci6n a sus repres
tantes (<<tercios») en las diversas instituciones del Régimen. Frente al pre .
de la designaci6n directa (la «anti-elecci6n») de los principales y mas numer
cargo s, el concepto de elecciones se desprendi6 de los elementos que hasta ento
ces las habia hecho mas o menos libres y competitivas, ajustandose ahora al mod
lo que 10s polit610gos denominan elections without choice. Este modelo no co
petitivo de elecci6n podia servir para la acreditaci6n externa, la escenificaci6n
una ficci6n participativa o la legitimaci6n del poder (Valles y Bosch, 1997, 14-15
Elecc10nes
todo, al iniciarse esta nueva practica electoral, desde ABC se aseguraba con
.U::>Jlct..,lU'-J que «con las elecciones que hoy empiezan, el Municipio espafiol con-
las promesas electorales como medio de convicci6n, como forma de ganarse la vo-
luntad de los votantes en lo que constituye un auténtico mercado electoral. En fin,
las elecciones se han convertido al iniciarse el nuevo milenio en un tiempo para
sonar, en un tiempo desiderativo donde «gracias al electoralismo se mejora la edu-
caci6n, la sanidad, las carreteras» (<<Electoralismo», El Pafs, 14-II-2000).
ÉLITES
La castellanizaci6n del término francés élite tuvo una aceptaci6n formaI sor-
prendentemente tardia (DRAE, 20. a edici6n, 1984), aunque ya en 1915 el Diccio-
nario Espasa le dedicaba un artfculo relativamente largo que empezaba haciéndose
eco de la adaptaci6n «nacional» del concepto: «Palabra francesa aceptada en casi
todas las lenguas modernas para expresar lo escogido, lo mejor de la sociedad,
algo asi como la aristocracia de la inteligencia y de la voluntad». A continuaci6n,
el redactor de la voz se planteaba explfcitamente el tema de la «nacionalizaci6n de
la palabra», para optar no obstante por la grafia élite en los parrafos siguientes
(aunque también aparedan términos castellanos afines como «elegidos»). Esa op-
ci6n fue la habitual en los autores espanoles durante la primera mitad del siglo xx:
Maeztu, todavia en el 98, habla de «los cerebros de l'élite» (Maeztu, 1977, 73),
Costa achaca en 1905 el fracaso del movimiento regenerador al retraimiento de la
«élite intelectual y moral del pais» (Alonso, 1985, 40) Y Araquistain se refi ere en
un artfculo en El Sol (27-X -1923) a una «actitud ética, de educadores publicos, de
élite» (cit. Bizcarrondo, 1975, 76). Todavia mas habitual, por lo menos en el pri~
mer tercio del siglo, fue expresar el mismo concepto por medio de f6rmulas o sin-
tagmas como «minorlas selectas», «clases directoras», «hombres superiores», «mi-
norias egregias», etc. El prestigio de estas expresiones en el discurso intelectual
hispano hace que pervivan en fechas mucho mas recientes. Enrique Tierno Gal-
van, por ejemplo, utilizaba profusamente «minorla ilustrada», «aristocracia de la
inteligencia», «grupos directores», etcétera (1962, 151, 178 Y 188).
Si nos atenemos a dicho contenido semantico, toda consideraci6n sobre la aris-
tocracia rectora u orientadora en el pensamiento del siglo xx ha de partir de las
ùltimas décadas del XIX, con las aportaciones de los grandes te6ricos de las nacien-
tes ciencias sociales (Durkheim, Weber) y, mas directamente, con la formulaci6n
Javier Fernandez
Juan Francisco Fuentes (dirs.)
1 y
1 l xx l
Alianza Editorial