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Año 0 Nº 6

Junio de 2013
Mayo, mayo…!!! Todavía estamos degustando en nuestra esencia docente los
maravillosos momentos vividos los días 17 y 18 de mayo del presente año en las
Primeras Jornadas en Homenaje a Leticia Cossettini. Nos encontramos
pedagógica y personalmente educadores de los cuatro puntos cardinales de la
Argentina junto con maestros de Paraguay y Colombia para juntos compartir
nuestro trabajo cotidiano, el trabajo escolar que nos une al legado de las Cossettini.
En este número del boletín compartimos el testimonio de dos ex alumnos de la
Señorita Leticia, en otras ediciones publicaremos las ponencias y los trabajos
expuestos en las jornadas; también agradecemos al nuevo Director del IRICE-
CONICET Adrián Ascolani por haber recibido en una reunión previa al inicio
del evento a la mesa coordinadora de la Red Cossettini, de la misma surgió la
necesidad de que la Red y el Archivo Pedagógico Cossettini articulen redes de
trabajo para lograr una mayor socialización del legado Cossettini.
http://redcossettini.blogspot.com.ar/
Facebook: Olga Leticia Cossettini
http://www.irice-
conicet.gov.ar/cossettini/Esc_Serena.php
Fuente documental Archivo Pedagógico Cossettini
Para solicitar la Visita de la Valija Cossettini
dirigirse a Lic. Javiera Díaz
Email: diaz@irice-conicet.gov.ar
Leticia “cotidiana”

TU PUEDES HACERLO MEJOR, escribió una vez Leticia en mi cuaderno,


al pie de mi tarea . . .
Espero que hoy ustedes no tengan que decir lo mismo.
No estoy muy seguro de poder elaborar un “mensaje” desde mi posición de
“supérstite” no demasiado “letrado” en asuntos educativos.
Considero necesario que se entienda que mis “recuerdos” (como los de otros),
son simplemente eso: RECUERDOS.
La HISTORIA de aquella experiencia y su proyección hacia una ESCUELA
NUEVA, como Olga y Leticia imaginaron y se pusieron a construir, pasa por
otro lado: por el estudio, el intercambio de EXPERIENCIAS VERDADERAS, el
tener una intención genuina de cambio, que debe reflejarse en la escuela pero
que debe tener bases sólidas exteriores a la misma, en la sociedad que la
contiene, sustenta y necesita, en las instituciones que la viabilizan y de las que
la escuela forma parte.
Fui alumno de la Escuela Carrasco desde 1r. grado hasta 6º grado (1941 a
1947).
Fui alumno de Leticia desde 4º grado hasta 6º grado (1945/ 1946/ 1947).
Tiempos “históricamente” difíciles: Fin de la guerra / ascenso de Perón / . . .
Guardo recuerdos “discriminados” de mis años de escuela, que pueden
exponerse, reforzando, atenuando o modificando conceptos que pueden surgir
de la simple observación o estudio de los documentos de archivo.
Aquí se hablado de PROYECTOS y RECURSOS TECNOLÓGICOS,
Aquella experiencia tenía PROYECTOS, que no consistían en el juego, la
danza, el coro, los “paseos” por el barrio. Éstas eran HERRAMIENTAS
necesarias para el abordaje de los temas de estudio curricular y lo más
importante: el desarrollo de seres libres, de espíritu crítico, . . . .
Los RECURSOS TECNOLÓGICOS con los que contábamos eran la
ARCILLA, la MADERA, las ACUARELAS, los PINCELES, . . . . . , ¡¡LA
VICTROLA!!! A cuerda, con una gran caja acústica, por la que Leticia nos
introducía en el mundo de Strawinsky, Mozart, Beethoven, y nos proponía
la danza de historia ya abordadas en clase.
Luego de expulsadas de la escuela, en cuya casa vivían, se construyó la
casa de calle Chiclana, con ayuda de vecinos y amigos.
Proyectada por Hilarión, la instalación eléctrica la hizo mi padre, al que
ayudé en lo que pude.
Cuando fueron a vivir allí, lo cotidiano fue el encuentro, pues vivíamos en la
misma “manzana”, y el ir y venir de plantas y flores, algún postre (hecho por
Marta), algún libro o periódico (político, acercado por mis padres), era siempre
buen motivo para estar cerca y seguir recibiendo las enseñanzas de toda esa
familia.
Así vi crecer el jardín del que les contó Eddie, comenzado por Marta y
seguido por Leticia cuando aquella se fue.
Nuestra partida a vivir en “el centro”, obligó a un espaciamiento de aquellos
momentos felices, y en alguna época se redujeron a la ineludible visita de los
11 de septiembre, día del maestro, que creo no olvidamos nunca.
Al principio en tranvía, trolebús, ómnibus, luego en auto, mis visitas se hicieron
irregulares, y de ellas no puedo aislar con precisión recuerdo alguno, pues todo
se mezcla en un solo concierto de momentos especialmente felices.
Fue en una de ellas que Leticia me acercó un libro que entendía debía
interesarme, dada mi dedicación, por esos tiempos, a los reactores nucleares y
sus alrededores: Breve historia del tiempo (Del Big Bang a los agujeros
negros) escrito por el físico británico Stephen Hawking y publicado por
primera vez en 1988. Me indicó, como cuando 40 años antes me indicaba una
“tarea escolar”, que lo leyera y le diera mi opinión.
La opinión de ella estaba escrita en los márgenes de todo el libro, y me resultó
entonces más interesante que las ideas de Hawking, a las que confieso no
adhiero, más por no entenderlas muy bien que por haberlas entendido.
Pero Leticia sí las debe haber entendido, pues cada párrafo, observación,
duda, anotados al margen y en los pie de página así lo expresaban.
Volví con el libro, mis dudas, mis prejuicios de hombre ateo algo leído en esos
temas, y allá quedó Hawking en la biblioteca enorme, perdido entre mucha
poesía, pedagogía, arte, . . . .
Al quedar Leticia sola, con alguna colaboradora contratada o vecina afectuosa,
toda gente que hizo del cuidarla una tarea placentera de años, desarrollamos
con Eddie una complicidad que nos llevó a rutinarias visitas a Alberdi, pasando
por alguna panadería, llevando un “champagne” o un vino blanco, al gusto de
Leticia, generando veladas de curioso aprendizaje, venido del comentar libros
y pinturas, recortes de diarios, con largas conversaciones en las que no faltaba
el acontecer cotidiano sobre los densos momentos que nos tocó vivir en todos
estos años, dictaduras y democracias mediante.
Pasaron quince años hasta aquel domingo de primavera en que llegamos a
Eddie, en bicicleta, como solíamos hacerlo para disfrutar más del viaje y la
visita, cuando encontramos a Leticia en el piso de su habitación, lastimada,tan
pequeña e indefensa ante la muerte.
Llegamos a media mañana (¿las 10:30 u 11:00?). Encontramos a Leticia caída
en su habitación, minutos después de que la encontrara la señora que la
acompañaba, que estaba en un estado de desesperación e impotencia.
Con Eddie la alzamos y acomodamos en su cama, mientras la señora le
acomodaba la lastimadura que se había producido al caer.
Me puse a llamar por teléfono buscando primero ambulancia y luego donde
llevarla, cosa que encontré luego de varias comunicaciones infructuosas, pues
no había cama en ninguna parte.
Luego, cuando llegó la ambulancia, quedó Eddie a cargo, monté en la bicicleta
y partí hacia el centro, para concretar las gestiones de internación (iniciadas
por teléfono) en el sanatorio Delta, donde pasó sus últimos días, en coma por
haber sufrido un importante derrame cerebral, origen de su caída.
Ignoro “otra” versión. Ésta es la mía, que entiendo la correcta
Días después, con su sobrina Chela, ayudándola en el desguace “ordenado”
de la casa, en la que lo más voluminoso e importante eran los libros, buscamos
a Hawking y no lo encontramos. Incunable de raro valor para mi, había partido
en algún otro “préstamo”, para no volver, siguiendo el destino, que Leticia solía
cuestionar, de tanto libro prestado.
Lástima, pues de estudiar tales notas al margen y al pie podría haberse
encontrado seguramente otra faceta de tan extraordinaria personalidad.
Y aquí viene mi reflexión final para ésta, que puede ser mi última
intervención como “testigo supérstite” de aquella experiencia que a
algunos les parece “mágica”: es necesario saber distinguir entre la
“EXPERIENCIA DE ESCUELA NUEVA” llevada a cabo bajo la dirección de
Olga por Leonor, Leticia, Leila, Etelvina, Georgina, Nélida, Elsia, Lidia,
Zulema, Jesús, Troncoso, y tantos otros maestros cuyo nombre se me ha
perdido, que fueron maestros comunes, cuya condición común era el
estudiar cotidianamente lo que ocurría en su aula y en la escuela, respetar
a los niños, sus vivencias e inquietudes, tratando de no ser rutinarios, de
encontrar el momento para la sorpresa, la improvisación, la intervención
acertada.
Rosario, 18 de mayo de 2013
Armando Sarrabayrouse

Armando Sarrabayrouse junto a Carlos Eduardo Saltzman ex alumnos de


Leticia Cossettini
Leticia más allá del aula
Las manos de Leticia estaban movidas por la magia del arte, que ella
desplegó en los más diversos ámbitos y con los más diversos medios. Pero la
fuente de ese despliegue era su alma, esa personalidad tan notoriamente
singular, armónica, poderosa y sutil, que, como ocurre con los auténticos
buenos artistas, se manifestaba sostenida por los conocimientos y las técnicas
que en cada ámbito de la creación constituyen su andamiaje seguro.
Convivían, pues, en ella

 Un yo poderoso, vigoroso, armónico y sumamente original, núcleo


originario de todos sus despliegues;

 Una voluntad de expresión creadora – o tal vez – una incoercible


necesidad de autoexpresión;

 Un dominio de los medios, logrado a través del esfuerzo necesario


para adquirir y armonizar las técnicas del arte; y

 La aptitud para la comunicación social del producto logrado,


comunicación que en el caso de Leticia era siempre bella, adornada de
espontaneidad, de gracia y de gozo.

Estas condiciones se manifestaron, a lo largo de la vida de Leticia, en todo


cuanto hizo: ciertamente en su excepcional desempeño como maestra de la
escuela, cuyas características son ampliamente reconocidas, pero también,
como no podía ser de otro modo, en todos los ámbitos en que se desplegó,
algunos de los cuales me referiré brevemente: la jardinería, la pintura y otras
artes plásticas, la cocina y la música.

El jardín de Leticia era admirable, el ámbito abierto en el que trabajaba casi


todos los días y que mostraba con gusto a los amigos que llegaban de visita.
Primero un rectángulo más o menos convencional al frente de la casa de
Chiclana 345 y luego, tras la puerta canal a la izquierda de la casa, la maravilla:
el despliegue artístico logrado por la síntesis del color y textura:-¿pintura,
escultura?- construida con la materia vegetal. Treinta o 40 o 50 especies de
plantas – y también algunos árboles- organizadas en manchas, planos y
texturas que podían tocarse, aspirarse, mirarse, atravesarse, realzadas por el
canto de los pájaros y por su disposición armónica y original. ¡Fiesta de
colores, aromas, sonidos y texturas que arrobaban!

Leticia, artista y artesana de su jardín, sabía apreciar – no para reproducir, sino


para valorar, admirar y recoger estímulos que después alimentaban su propia
creación – los “jardines del barrio”, sobre los que dejó exquisitos escritos, como
“El jardín de la inglesa”, interesante muestra de la actitud crítica, generosa y
creativa que sabe adoptar un artista ante la obra valioso de otro. Apoyada en
tales vivencias, expuso una vez en el recinto del Museo Stévez – en la sala que
se abre a la calle San Lorenzo y a fines de los ’80 – sobre “Los jardines de
Alberdi”, una intervención memorable que, infortunadamente, no ha sido
grabada – hasta donde yo recuerdo.

La pintura acompañó a Leticia a lo largo de su vida.

Practico sobre todo la acuarela, y creo que fue Rubén Naranjo – el gran Rubén
Naranjo – asombrado tras una inesperada mostración de una acopio de
pinturas guardadas casi en secreto, promovió una exposición en el Museo
Costagnino, en la época en que Fernando Farina era el director, que se
inauguró el 29 de noviembre del 2002, y que provocó el asombro de muchos.
También habían merecida exposición pública sus originalísimas figuras en
chala y sus esculturas en otros materiales: títeres y lechuzas con
incrustaciones sorprendentes.

Su cocina. Durante muchos años, en ese gineceo perdurable que fue la casa
de las Cossettini se ocupaba de la cocina – sabia, idónea y permanentemente
– la hermana mayor, Marta. Leticia nunca se ocupó de esos menesteres. Pero
tras la muerte de Marta y la enfermedad de Olga, Leticia comenzó a interesarse
por la cocina, a informarse y a realizar sus experimentos. Tras su muerte,
Chela Cossettini, su sobrina, me obsequió un cuaderno Rivadavia de tapas
duras, manejado entre la cocina y el escritorio, en el que, ya anciana,
coleccionó Leticia, con sus anotaciones, numerosas recetas de los más
diversos orígenes.

Armando y yo, como otros visitantes y amigos que concurrieron a su casa de


Chiclana 345, disfrutamos de sus postres – un strudel, un budín- originales,
porque siempre llevaban un toque personal, un experimento exitoso.

Como en todas las situaciones de la vida, aquí concurrieron dos aspectos:


necesidad y libre albedrío. Tras la muerte de Marta, de Olga y la enfermedad
de Leila, ella quedó a cargo de la casa, y era necesario comer, producir y
consumir comidas. ¿Habían de ser puramente utilitarias, meramente nutritivas?
No era concebible en el caso de Leticia, que convertía todo hacer en arte
fruicioso.

Otras fueron también las artes de Leticia – la música, por ejemplo – pero por
hoy, llegamos hasta aquí la evocación de esta mujer única, que convirtió en
arte generoso todo cuanto tocó.

Muchas Gracias
Carlos Eduardo Saltzman
Rosario, 18 de mayo de 2013
Fuente documental Archivo Pedagógico Cossettini
El gran Ovide Menin cerrando las jornadas del día sábado 18 de mayo en Villa
Hortensia junto a Marcela Pelanda nos dijo: “no se puede separar a Olga y
Leticia ya que son hilo de una única pasión, Olga la intelectual y Leticia la artista
que tradujo en pensamiento de su hermana en la acción diaria. No! No se las puede
separar son el hilo de un único pensamiento”.
Somos herederos de un pensamiento pedagógico que hace de la práctica y la acción
diaria el camino para descubrir y redescubrir la pasión de ser maestros no importa el
lugar y la hora sino la pasión que ponemos para realizar nuestra tarea.

Fuente documental Archivo Pedagógico Cossettini

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