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Título de la columna: Lo que importa

Título del artículo: Por qué duele leer

Armando Gómez Villalpando

¿Por qué en México hay tanta gente que no lee? Porque leer duele. ¿Por qué
duele? Por varias razones. Una de ellas es el hecho de que no se comprende
lo que se lee, debido a que, círculo vicioso, no se ha leído, no se tiene una
historia de lectura previa, por lo cual no se conoce el vocabulario de lo leído, ni
se conocen suficientes estilos de expresión, modismos sintácticos, lo cual
genera una indigestión semántica progresiva que desemboca en un reflejo de
supervivencia cognitiva que hace desertar de la lectura a quienes padecen ese
déficit de elementos habilitantes de la comprensión lectora, algo que a veces
ocurre tan temprano como cuando apenas se han ojeado, que no leído, dos
párrafos de un texto. Otra causa es la falta de familiaridad con la oferta textual,
expresada en el desconocimiento de la existencia de suficientes textos de
interés, de cualquier tema, con la legibilidad apropiada, para cualquier lector, ya
que siempre hay un texto que calce a la medida con nuestro interés. Y a eso ha
contribuido grandemente la escuela, al no generar las condiciones para que,
desde sus inicios como lectores, los ciudadanos tengan experiencias
primerizas de lectura agradables, lo cual se origina ya sea en la falta de tiempo
de la jornada escolar destinada a la puesta en práctica de experiencias
gozosas de lectura, ya sea en la elección inapropiada, por no decir alevosa y
premeditada, de textos que de ningún modo motivarán su lectura, pues su
temática es ajena a los intereses vitales de los estudiantes. Esto es algo que
todos vivimos en la escuela, cuando en lugar de leer textos sobre futbol, o
ballet, o aventuras, o románticos, nos recetaban, precozmente, textos clásicos
poco entendibles, poco interesantes e indigeribles para nuestra edad. Y eso
sigue sucediendo, como si, maquiavélicamente, se hubiera diseñado una
trayectoria de aprendizaje de la lectura encaminada a producir, industrialmente,
analfabetos funcionales, esto es, sujetos que saben pero aborrecen leer. Una
tercera causa, derivada de las anteriores, es la de las ocasiones en que
tenemos que leer, obligadamente por las circunstancias, un documento que
puede ser un contrato, o una guía de un aparato electrodoméstico y, antes de
que lo hagamos, revivimos las sensaciones desagradables, cuando no
traumáticas, que hemos tenido con textos ininteligibles para nosotros. Ese es
un dolor condicionado, pavloviano, que es la secuela de nuestro doliente
pasado lector. Ante este panorama, para el cual parece no haber analgésico
alguno, no cuesta trabajo comprender la robustez del analfabetismo funcional,
y las razones antimasoquistas de quienes no leen.

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