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Hoy por hoy no resultan extraños los encuentros de diálogo y oración del Papa con
representantes de otras Iglesias cristianas. Sin embargo, este camino de búsqueda de la
fraternidad es aún joven en la historia de la Iglesia y se ha desarrollado a lo largo de las
últimas cinco décadas gracias al esfuerzo y protagonismo de muchos actores.
Hay que decir, en primer lugar, que antes de la Iglesia Católica, ya las iglesias de la
reforma (protestantes) habían realizado algunos esfuerzos de unión a finales del siglo XIX.
Pero el año 1910 es el que, para muchos autores, marca el inicio del movimiento ecuménico
con la Conferencia Misionera Mundial de Edimburgo (Escocia), aunque en ella no hubo
presencia de ortodoxos ni católicos romanos. A partir de 1925 tiene lugar una serie de
importantes conferencias que intentan hallar respuestas de consenso a cuestiones
doctrinales y morales. En medio de este contexto se da, en 1946 la fundación del Consejo
Mundial de Iglesias que estableció su sede en Ginebra, Suiza.
A partir de hoy y durante seis semanas, se ofrecerá a los lectores del Eco Católico una
pequeña serie de artículos donde se presentan sumariamente cuáles fueron esos importantes
pasos que se dieron en el pontificado montinano. Asimismo se intenta exponer la visión que
tenía Pablo VI acerca del diálogo ecuménico y los rasgos específicos que le imprimió.
Por ahora, baste decir que el diálogo y la búsqueda de la unidad de los cristianos son
preocupaciones auténticas y elementos esenciales del talante de Giovanni Battista Montini,
desde antes de ascender al solio pontificio. Luego, en el ejercicio de su ministerio petrino,
los encuentros, diálogos, estudios y declaraciones son la manifestación de cómo Pablo VI
buscó un equilibrio entre la defensa de la verdad y el primado de la caridad. En él Cáritas y
Véritas constituyen un binomio inseparable, el único que permite abrir el camino de la
unidad.
El diálogo ecuménico ocupó, hasta el último momento de su vida, un lugar
privilegiado en la mente y el corazón del Papa bresciano. En su testamento escribió:
“Continúese la tarea de acercamiento a los hermanos separados, con mucha comprensión,
mucha paciencia y gran amor; pero sin desviarse de la auténtica doctrina católica”. Ésta es,
quizás, la mejor y más apretada síntesis del pensamiento ecuménico de Pablo VI.
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