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RESPONSABILIDAD ESTATAL.
JULIO – 2019.
RESPONSABILIDAD ESTATAL.
El tratamiento que se ha dado a la responsabilidad del Estado se caracteriza por una evolución
progresiva que ha producido grandes cambios en el régimen de esa responsabilidad. En
consecuencia, desarrollaremos, por una parte, la evolución histórica desde el punto de vista general
y luego el análisis más concreto de la responsabilidad del Estado Colombiano.
Esta idea de irresponsabilidad absoluta del Estado encontró en algunas épocas ciertas limitaciones.
En primer lugar, si bien el Estado no era responsable, se consideró que por los daños que causa su
actividad eran responsables los agentes que directamente los causaban; es decir, que si bien no era
responsable la persona pública, si lo era la persona natural que causa el daño en nombre de aquella.
En segundo lugar, la responsabilidad del Estado apareció cuando una ley expresamente la
consagraba para un caso determinado. En tercer lugar, con ocasión de la aplicación de la teoría de
los actos de poder y los actos de gestión, se consideró que el Estado era irresponsable frente a los
daños causados por su actividad de poder, pero responde por los perjuicios ocasionados con su
actividad de gestión, ya que en este último caso actuaba como los particulares.
Fue así como en ese famoso fallo se dijo que “la responsabilidad que puede corresponder al Estado
por los daños causados a los particulares por las personas que él emplea en el servicio público, no
puede regirse por los principios establecidos en el Código Civil para las relaciones de particular a
particular, … esa responsabilidad no es ni general ni absoluta; … ella tiene sus reglas especiales
que varían según las necesidades del servicio y la necesidad de conciliar los derechos del Estado
con los derechos privados”.
Como dijimos anteriormente hasta finales del siglo pasado se consideraba irresponsable al estado
Colombiano. A finales del siglo pasado se conoce una sentencia de la Corte Suprema de Justicia,
del 22 de Octubre de 1896 la cual nos dice: “Todas las naciones deben protección a sus habitantes
nacionales y extranjeros, y si bien es cierto que el estado como persona jurídica no es susceptible
de responsabilidad penal, si está obligado a las reparaciones civiles por los daños que resultan de
un delito imputable a sus funcionarios públicos, cuando no es posible que estos lo resarzan con sus
bienes.
Del daño y el perjuicio. La jurisprudencia enseña que: “la palabra daño equivale exactamente a
perjuicio”, sin embargo estos conceptos dependiendo de cómo sean tratados, permiten operar de
una forma diferente la responsabilidad civil, de igual manera ocurre en la legitimación en la causa
y su consecuente indemnización.
Así las cosas, se observa que la jurisprudencia y la doctrina aceptan diferencias sobre los dos
conceptos, como se puede observar en la siguiente sentencia:
Requisitos del perjuicio. Si se habla de las condiciones del perjuicio también deben mencionarse
los elementos que son necesarios para que éste se produzca. Por lo tanto para que exista debe ser
causado a la víctima o a su patrimonio y no se debe mirar la relación de causalidad de éste con el
comportamiento del causante, sino establecer el perjuicio proveniente del daño en todos sus
aspectos y consecuencias.
Para que pueda determinarse el perjuicio, es preciso que contenga dos características
fundamentales: que sea personal y cierto. A continuación se estudiarán estas figuras:
Carácter personal. El daño es personal cuando quien reclama la reparación de un interés lesionado
es el titular del mismo. En Colombia desde el fallo del 24 de junio de 1942, la Corte Suprema de
Justicia estableció quienes tienen derecho a solicitar esta reparación: “... las personas que ya por
vivir directamente del esfuerzo del muerto, ya por derivar utilidad cierta y directa de las actividades
del fallecido, tienen derecho, la personería, la acción, para reclamar o pedir la indemnización de
perjuicios, porque ellas directamente han sido perjudicadas.” Como se observa en esta sentencia,
la única exigencia es que “sea personal”, es decir que la víctima haya sufrido en sí misma un
perjuicio. Esta posición ha sido frecuentemente reiterada por la jurisprudencia del Consejo de
Estado, lo cual se observa en sus diferentes fallos.
La reclamación del daño puede ser presentada por los lesionados directos o los damnificados
indirectos y en ambos casos existirá propiedad del daño. Los lesionados directos son aquellos que
sufren, como su nombre lo indica, directamente las alteraciones producto del daño, también es
posible que se produzca cuando el daño causado a una persona afecta a otras. Se habla de
damnificados indirectos cuando se trata de los herederos del directamente afectado, los cuales
conforme a la cesión de derechos entran a remplazarlo en su titularidad.
Carácter cierto del perjuicio. Este hace referencia a la real ocurrencia del perjuicio, por lo que
los hipotéticos o eventuales no son indemnizables.
El Consejo de Estado en sentencia del 30 de septiembre de 1949, enuncia que: “Tanto en lo civil
como en lo administrativo, para que exista responsabilidad, es necesario que el daño se haya
ocasionado”.
Lo anterior hace alusión a la reparación del perjuicio, siempre que el daño sea cierto, es decir que
afecte a una persona en su patrimonio económico, y en caso de que la afectación se produzca en el
campo de lo moral o físico, será susceptible de indemnización.
No debe existir duda sobre la ocurrencia del daño en aras de indemnizar el perjuicio; el perjuicio
debe ser "susceptible de apreciación", materializándose en el menoscabo, la injuria, detrimento,
dolor o molestia, trauma, disfunción, disturbio, trastorno, etc. Ahora bien, no sólo debe ser
apreciable sino que además debe ser demostrable el nexo causal (nexo causal adecuado) que lo
produce en calidad de efecto.
El régimen indemnizatorio.
Una vez se den los presupuestos para la declaratoria de la responsabilidad del Estado señalados
anteriormente, se puede proceder al análisis de la teoría del perjuicio.
El legislador lo expone en forma simple: la reparación del daño debe dejar indemne a la persona,
esto es, como si el daño no hubiere ocurrido, o al menos, en la situación más próxima a la que
existía antes de su suceso. Dicho en otra forma, únicamente se debe indemnizar el daño y sólo el
daño, o como expone la Corte Constitucional “...el resarcimiento del perjuicio, debe guardar
correspondencia directa con la magnitud del daño causado, mas no puede superar el límite”.
El daño es antijurídico, es el perjuicio provocado a una persona que no tiene el deber jurídico de
soportar. Ha sostenido la Corte Constitucional, que es “la lesión de un interés legítimo, patrimonial
o extra-patrimonial que la víctima no está en la obligación de soportar por lo cual se reputa
indemnizable”. El daño antijurídico como fundamento del deber de reparación por parte del Estado
armoniza con los principios y valores del Estado Social del Derecho, dado que al ente estatal le
corresponde la salvaguarda de los derechos de los administrados frente a la administración.
La postura acogida por la jurisprudencia del Consejo de Estado consagra que “la fuente de la
responsabilidad patrimonial del Estado es un daño que debe ser antijurídico, no porque la conducta
del autor sea contraria al derecho, sino porque el sujeto que lo sufre no tiene el deber jurídico de
soportar el perjuicio, razón por la cual se reputa indemnizable”. De tal manera que la
responsabilidad del Estado reposa en la calificación del daño que se causa y no en la “calificación
de la conducta de la Administración.
Ahora bien si el daño es presupuesto indispensable para que pueda hablarse de responsabilidad
patrimonial, la relación de causalidad entre acción lesiva de un sujeto y el daño padecido por otro
es el elemento necesario para su actualización concreta en una relación jurídica, con independencia
de cuales sean los criterios de imputación que puedan caracterizar un determinado tipo de
responsabilidad patrimonial.
Tenemos un tercer elemento es el Nexo Causal, es necesaria la existencia de ese nexo de
causalidad, pues de otro modo se estaría atribuyendo a una persona el daño causado por otro o por
la cosa de otro. Por ello la relación causal es un elemento del acto ilícito y del incumplimiento
extracontractual, que vincula el daño directamente con el hecho, e indirectamente con el elemento
de imputación subjetiva o de atribución objetiva.
Los hechos son siempre fenómenos complejos por la concurrencia de circunstancias diversas que
actúan como condición del resultado, o sea, del daño cuya reparación se pretende. Cuando se habla
de un hecho se alude a una modificación del mundo exterior que sucede en un momento dado y en
cierto lugar, con la intervención de personas y cosas que constituyen los elementos actuantes. Sin
embargo, cada hecho no es sino un eslabón en una cadena causal en la que se suceden
inexorablemente hechos que son antecedentes de aquél y hechos que son su consecuencia.
La cuestión de determinar en cada caso cuál de los hechos antecedentes es la causa de un cierto
resultado es problema que ha preocupado desde tiempo atrás a filósofos y juristas. En la actualidad
predomina la teoría de la causa adecuada, según la cual, no todas las condiciones necesarias de un
resultado son equivalentes. Aquella que según el curso natural y ordinario de las cosas es idónea
para producir el resultado, ésa es la causa.
Las demás condiciones que no producen normal y regularmente ese efecto, son solamente
condiciones antecedentes o factores concurrentes.
Para establecer cuál es la causa de un daño conforme a esta teoría, es necesario formular un juicio
de probabilidad, o sea considerar si tal acción u omisión del presunto responsable era idónea para
producir regular o normalmente un resultado; y ese juicio de probabilidad no puede hacerse sino
en función de lo que un hombre de mentalidad normal, juzgada ella en abstracto, hubiese podido
prever como resultado de su acto. Abstracto es el que parece más razonable para determinar la
adecuación del resultado a su causa.
Si bien la causalidad es material, o sea que alude al encadenamiento de los fenómenos que
acontecen externamente en relación al hombre, interesa determinar jurídicamente el nexo causal
para imputar a éste un resultado, y es aquí, precisamente, donde no puede prescindirse de una
apreciación racional, referida a la aptitud normal de previsibilidad considerada en abstracto, es
decir, objetivamente.
Otra cosa es la culpa que alude a la previsibilidad de un sujeto determinado para imputarle aquel
resultado que debió prever, empleando la debida atención y conocimiento de las cosas,
atendiéndose a las circunstancias de las personas, del tiempo y del lugar.
Así las cosas, siempre debe existir una relación de causalidad entre el daño y la actuación imputable
de la administración, el daño debe ser el resultado o el efecto de la misma. Para que efectivamente
se de esta relación la actuación debe ser determinante idónea y actual para causar el perjuicio. En
caso de no poder demostrarse este nexo no habrá responsabilidad.
Responsabilidad Contractual.
El Estado no es responsable por los daños que padece el contratista, cuando estos provienen de
actos o hechos que son extraños a sus acciones u omisiones. Así, la entidad pública contratante
no está obligada a indemnizar todos los perjuicios que padece el contratista cuando se
produce el desequilibrio financiero del contrato estatal a consecuencia del ius variandi y de
la teoría de la imprevisión, por dos razones:
Responsabilidad Extracontractual.
Es aquella que surge no de la violación de una obligación contractualmente contraída, sino de una
conducta cualquiera de los órganos del Estado no referida a un acuerdo previo de voluntades con
el sujeto damnificado. Esa responsabilidad extracontractual puede originarse en un acto o hecho
legislativo, judicial o administrativo.
Sin embargo, conviene advertir que de acuerdo con la división de las funciones estatales, no
cualquier acto o hecho del Poder Judicial o del Poder Legislativo comportará la responsabilidad
judicial o legislativa, respectivamente, sino que puede también existir responsabilidad
administrativa por actos o hechos realizados por tales poderes. A continuación definiremos cuando
son aplicables dichas responsabilidades en sus diferentes perspectivas:
1. La responsabilidad legislativa.
Se concreta, pues, en una responsabilidad por el daño causado por una ley, cualquier daño
ocasionado por el Congreso o sus órganos a través de conductas que no comporten
específicamente una “ley” en sentido formal, encuadrará así dentro del campo de la
responsabilidad administrativa y no legislativa.
2. La responsabilidad judicial. Sólo existe como tal en la medida en que emerge de actos
judiciales típicos, se da, Error Judicial, Privación Injusta de la Libertad, Defectuoso
funcionamiento de la Administración de Justicia, por ejemplo, en el derecho comparado
cuando una persona es condenada en primera instancia y absuelta en última instancia, o
procesada y detenida, siendo luego absuelta definitivamente. En estos casos puede tratarse
tanto de una conducta judicial ilegítima (por ejemplo, una sentencia nula por vicios de
forma, por incompetencia, etc.), como legítima, culpable o no; en la generalidad de los
casos el daño y la responsabilidad consecuente emergen de una conducta legítima y no
culpable, razón está por la cual algunos se resisten a aceptar la responsabilidad estatal.
3. La responsabilidad administrativa.
Los daños que un órgano judicial realice en cumplimiento de funciones de tipo
administrativo, darán lugar a la responsabilidad administrativa y no judicial.
Es la llamada Culpa, Falta o Falla del servicio. Se presenta cuando la administración no ha actuado
cuando debía hacerlo, ha actuado mal o ha actuado en forma tardía. Se requiere que el servicio
haya sido defectuoso por la acción u omisión dolosa del servidor público.
1. Falla probada del servicio: el actor debe probar cada uno de los elementos o requisitos de la
responsabilidad del Estado: El hecho, la culpa y la relación o nexo causal
2. Falla presunta del servicio: Su fundamento se dio en consideración a que el Estado para el
cumplimiento de sus fines y a través de sus agentes, realiza actividades peligrosas que implican
riesgos para los administrados, siendo susceptibles de causar daños. La falla del servicio no se
debe probar, se presume.
Este régimen solo se aplica a “los daños ocasionados en la prestación defectuosa de los servicios
de salud por parte de los profesionales e instituciones médicas oficiales”.
Responsabilidad Objetiva.
Encuentra sus cimientos en el desequilibrio de las cargas públicas, que se presenta cuando un
afiliado asume cargas mayores a las que le corresponden, generándose así una condición
desequilibrada con respecto a los demás, por tal razón se hace necesario enmendar esta situación
en aras de restablecer el equilibrio perdido. Se debe tener en cuenta que este tipo de responsabilidad
solo se aplica a una persona o grupo determinado de personas que hayan sufrido un daño, puesto
que si este es padecido por la totalidad de los administrados no tendría carácter indemnizable, en
la medida en que sería una carga que todos están obligados a soportar y por tanto no habría lugar a
desequilibrio.
En este tipo de responsabilidad no entra en juego la falla del servicio, se debe probar el hecho y el
perjuicio causado por el hecho.
Los principales campos de aplicación de este tipo de responsabilidad son:
“En caso de guerra y solo para atender a sus requerimientos, la necesidad de una
expropiación podrá ser decretada por el gobierno nacional sin previa indemnización. En el
expreso caso, la propiedad inmueble solo podrá ser temporalmente ocupada, para atender a
las necesidades de la guerra o para destinar a ella sus productos El Estado será siempre
responsable por la expropiaciones que el gobierno haga por si o sus agentes”.