Demian observaba a través del catalejo mientras las olas
zarandeaban el barco en un vaivén continuo. Por sobre el inefable volcán de la isla de Neilf vio el arrebol destellante que creaban las nubes como señalando su destino. Ahí, en el núcleo burbujeante de la montaña de fuego encontraría y mataría a Volcrest, el Dragón que años atrás había arrasado hasta las cenizas su aldea.
A lo largo de los años y tras todas sus aventuras se había (o lo
habían) convencido que él había sido elegido para acabar con él monstruo. Demian era conocido por muchos como “El invencible”, “El indestructible”, “El que no se congela” y estos eran solo algunos de los seudónimos que le habían colocado debido a sus hazañas. Era el unico sobreviviente de Zicronia, su aldea natal, o al menos eso creía, ya que no recordaba nada de su vida antes del fatídico día en que fue destruida.
Mientras el cada vez más ardiente viento acariciaba su rostro,
pudo recordar la mirada incandescente y directa, que con sus grandes ojos penetrantes y diáfanos el dragón le había hecho aquel lejano día. También recordó el estruendoso rugido que lanzó el animal cuando al quitarse de encima los cuerpos carbonizados de sus padres lo vio por primera vez. Y la densa nube de polvo que levantó tras de si al extender sus lóbregas alas y alzar el vuelo.
Mucho había sucedido desde entonces. Demian de Zicronia se
había hecho con “Garra Sombría”, la majestuosa espada cuya hoja estaba forjada con el único material capaz de atravesar la armadura natural de un Dragón negro. Las garras de 2 de ellos.
También llevaba en su poder el “Escudo de Dios”, que recibía su
nombre por ser el fragmento de un meteorito que había caído de los cielos en el árido desierto de Emerios. A algún sagaz viajero mercante le había parecido que aquel fragmento tenía la forma de un escudo. Estaba hecho de una aleación de wolframio y diamante, el metal existente más resistente al calor junto con el más duro. Aquella gran roca amorfa e iridiscente, era algo rústica ya que, debido a la dureza y resistencia al calor de los materiales que la conformaban, era extremadamente difícil que lo trabajara herrero o artesano alguno.
Su armadura no era menos impresionante, y era, para algunos
el más maravilloso de sus artefactos. Llevaba por nombre “Cero absoluto”. Estaba forjada con el hielo del círculo polar del norte, nada en el mundo podría soportar mejor el fuego incandescente que expelían los dragones por sus fauces. Sin embargo, no podía ser portada por cualquier hombre sin que este muriese congelado por el frio transmitido por la misma. La armadura mantenía su forma solida gracias a la magia utilizada en ella por Mhyra la hechicera; quien además había dotado a Demian de un aceite corporal con la capacidad de absorber el frio de la armadura y a su vez mantener el calor corporal.
Aun con todos estos objetos maravillosos, la criatura a la que se
enfrentaría era nada menos que un dragón negro adulto. No solo capaz de partirlo en dos de un mordisco, amputarle un brazo con un solo zarpazo de sus garras, sino también de aplastarlo con su cola o reducirlo a cenizas de un soplido. Los dragones eran seres mágicos y extremadamente poderosos, todos lo sabían, sin embargo, aún había muchas cosas que la humanidad ignoraba sobre ellos. Demian no podría imaginar que al final de este viaje encontraría probablemente más información de la que imaginaba, o incluso, querría saber sobre ellos.
El Zicroniano no era cualquier hombre. Media tres metros de
altura, sus brazos eran tan gruesos como las ramas de un árbol de ceiba. Tenía la fuerza de un toro adulto y podía matar un bisonte de un golpe en la cabeza con el puño cerrado.
El galeón en el que se transportaba junto con 47 pasajeros más
se dirigía a la isla de Neilf. Calculaba que se encontraban a aproximadamente una legua de distancia del lugar.
La mayoría de los pasajeros eran guerreros o caballeros del
reino, pero entre sus tripulantes también se encontraban algunos mercenarios. El rey había ofrecido una buena suma de dinero a aquel que pudiese matar al dragón. Además, podría quedarse con el tesoro que muchos afirmaban que poseía en su guarida. Debido a que en cada uno de sus ataques a las aldeas humanas el dragón no solo dejaba muertos detrás de sí. Sino que también se llevaba todo objeto de brillante, de plata o de oro. Esto, según respondían algunos eruditos era debido a la obsesión que presentaban dichas criaturas por los objetos resplandecientes, sin embargo, solo unos pocos sabían que la magia estaba estrechamente ligada a las piedras preciosas, las cuales servían para canalizar la misma, y ese podía ser otro motivo.
Cuando el barco llego a puerto los hombres rápidamente
comenzaron a formar grupos de entre diez y quince personas. Era imposible que un humano por si solo tuviera posibilidades de matar un dragón, pero entre mas personas conformaran el grupo la recompensa seria menor. Sacando a la tripulación, al final se formaron tres grupos grandes. Mhyra y Demian no hacían parte de ninguno de ellos por lo que podrían ser tenidos en cuenta como el número cuatro.
- Debemos tener cuidado con los Hashiky -Dijo Mhyra-
- Lo sé, esos fanáticos desquiciados, no me explico cómo no se
los ha comido a todos ellos también-Respondió Demian– ¿Crees que el Templo estará lejos?
- No lo sé, pero puedo enviar a Erwin a averiguarlo. Puedo ver a
través de sus ojos ¿recuerdas?
La mujer aparentaba no tener más de treinta primaveras, era tan
blanca como podía serlo un ser humano, vestía un caftán azul celeste escotado, una fina diadema de oro blanco engastada con zafiros adornaba su frente, en sus antebrazos portaba unos brazaletes de platino con adornos de diamantes, mismo material del que estaba hecho el báculo que portaba en su mano derecha. En la punta del mismo sobresalían unas alas a cada lado y encallado sobre las mismas un rubí en forma de octaedro. Un libro de conjuros colgaba de un cinturón de cuero a la izquierda de sus anchas caderas.
La hechicera extendió su mano izquierda, un Halcón peregrino
aferraba sus garras al brazalete de su muñeca. Un silbido agudo salio de sus labios en señal de orden, el ave alzo el vuelo obedeciendo a su ama.