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Dedico sentidamente este libro a la memoría de mi madre
1
AGRADECIMIENTOS
2
CONTENIDO
INTRODUCCIÓN 5
CONCLUSIONES 88
BIBLIOGRAFÍA 97
3
Lista de Figuras y tablas
4
INTRODUCCIÓN
En las últimas décadas los problemas urbanos han cautivado a las ciencias socia-
les. Y, más aún, éstas han integrado una serie de enfoques teóricos y metodológicos
de diversa procedencia que dotan a los investigadores sociales de herramientas analí-
ticas para aproximarse a las nuevas realidades socio-culturales de las ciudades. Es
este aspecto el que cobra importancia en la presente investigación, que pretende un
acercamiento a la dimensión geocultural del consumo en la ciudad de Montería, par-
tiendo de la idea de que ésta pueda asumirse como caso representativo colombiano de
centros urbanos intermedios en constante cambio espacial y social, que la convierten
en interesante laboratorio para análisis sociocultural y geográfico.
5
En síntesis, el abordaje analítico propuesto en esta investigación integra una mi-
rada desde la nueva geografía cultural del consumo, con aproximaciones desde las
prácticas discursivas y semiotización del espacio, que consideran las ciudades suscep-
tibles de ser leídas como discursos sociales y culturales, junto con los enfoques cultu-
ralistas renovados de la geografía, en cuanto que las dinámicas socio-espaciales y cul-
turales de una ciudad intermedia colombiana representan un interesante desafío para
la geografía actual.
Todos estos actores construyen a través de sus prácticas sociales cotidianas, for-
mas de percibir y entender la ciudad, aportando su escenaULRR³HVSDFLRGHYLGD´DXQ
HVSDFLRFRQVWUXLGRRXQ³HVSDFLRYLYLGR´TXHOHGotan de sentido al espacio a través
de la espacialidad. Aquí subyace una visión de la filosofía comprensiva proveniente
de Husserl (1994) y Weber (1969), y particularmente de la geografía humanística de
Tuan (1977), Relph (1976) y Buttimer y Seamon (1980). En esta visión de la espacia-
lidad, las prácticas sociales auto-referencian sus propias maneras de representar el
espacio, que se concretan a través de discursos. Estos, se encargan de hacer visibles
los significados y percepciones del espacio, asumiendo entonces que la ciudad se
7
convierte en un texto que puede ser leído en los discursos y prácticas sociales. De ahí
derivan evidencias suficientes para considerar que las ciudades contemporáneas car-
gan un conjunto de significaciones sociales construidas como respuesta a la concien-
cia de un nivel ontológico y empírico del espacio urbano habitado. Entonces, los di-
versos procesos de construcción de la espacialidad están definidos por su carácter so-
cial, aunque con un anclaje subjetivo. Dichos procesos pueden consistir en las prácti-
cas rutinarias de los habitantes de Montería, que proyectan en el espacio toda la carga
intencional de sus interacciones sociales y percepciones personales.
En particular, una de las prácticas sociales que cargan de significado a los espa-
cios, y es uno de los cambios socio-culturales más notorios de Montería, son las prác-
ticas de consumo, que además es un indicador expresivo de las sociedades contempo-
ráneas. El consuPLUHVXQD³QHFHVLGDG´SDUDODVHFRQRPtDVFDSLtalistas, a manera de
motor que alimente una demanda constante, en muchos casos creciente y maleable.
Por tanto, esta práctica reviste interés por sus dimensiones tanto económicas y espa-
ciales como culturales. Ahí es donde los espacios se convierten en reflejos, pero
también en los objetos de consumo, al cargarse de significados y simbolizaciones que
los dotan de características socio-culturales, que merecen ser interpretadas.
8
símbolos y cargas semióticas en los discursos sobre el consumo, que a su vez, son
también una práctica social, al ser los creadores del sentido.
Sin embargo, para ser precisos, lo que una persona consume recurrentemente
puede incluir desde servicios corrientes hasta bienes materiales e inmateriales, como
comprar ropa o asistir a un teatro. La frecuencia del consumo y valoración de lo con-
sumido expresa la importancia cultural del consumo en las sociedades. De aquí la
LGHDGHOD³VRFLHGDGGHFRQVXPR´DEVWUDtGDGHODs sociedades maleables culturalmen-
te, condición que permite la fácil adopción de prácticas de consumo.
Además, podemos considerar que espacios de consumo de una ciudad son fre-
cuentemente caracterizados como los espacios de circulación y consumo capitalista,
en donde superficies como centros comerciales, hipermercados, o por el contrario,
tiendas de barrio, y comercios informales, se convierte en espacios contingentes por
la misma naturaleza socioeconómica de las prácticas de consumo. La capacidad ad-
quisitiva define el potencial de consumo y las formas de percepción y conductas de
consumo. Esto lleva a plantear las siguientes hipótesis:
10
-Las tiendas de barrio son un importante eje económico y cultural de las ciudades
intermedias, constituyéndose como unos espacios de consumo de gran importancia.
Son referencias socio-espaciales fundamentales de la economía y la cultura inmaterial
cotidiana. La vigencia de estos espacios de consumo adquiere sentido en las rutiniza-
ción de las prácticas de consumo cotidianas.
12
DE LA GEOGRAFÍA CULTURAL A LA NUEVA
GEOGRAFIA CULTURAL DEL CONSUMO
Como fuente teórica, las reflexiones hechas desde la geografía cultural, brindan
posibilidades de entender una sociedad dinámica y conflictiva, y las diferentes di-
mensiones de la cultura material y simbólica de los espacios geográficos. Las posi-
bles interpretaciones de las realidades económicas y culturales de las ciudades con-
temporáneas se pueden sintetizar como evoluciones del sistema económico capitalis-
ta, y las formas de acomodación y reacción de la cultura, y en general de las formas
de interacción social. Los metadiscursos de la sociedad capitalista se han fragmenta-
do en lecturas de contextos de cómo la cultura-sociedad se revalora ante nuevos fe-
nómenos, taOHV FRPR OD OODPDGD ³VRFLHGDG GH OD LQIRUPDFLyQ \ FRPXQLFDFLyQ´ ³OD
VRFLHGDGSRVWFDSLWDOLVWD\SRVWLQGXVWULDO´\´ODVRFLHGDGGHFRnVXPR´(VWD~OWLPDHV
la que es de especial interés en esta investigación, porque puede ser un buen síntoma
de estos cambios bruscos de ciudades intermedias como Montería, que no evolucionó
al igual que las grandes ciudades globales. Estos cambios cualitativos pueden estar
expresando metamorfosis interesantes que nos comprometen a los geógrafos, al inten-
tar interpretar las dinámicas socio-culturales del consumo en/de los espacios.
13
Pero dichas lecturas requieren un enfoque teórico que fundamente las interpreta-
ciones geográficas del fenómeno del consumo en las ciudades intermedias como un
síntoma de cambios culturares plasmados en los lugares. Este punto de vista lo pro-
porciona la geografía cultural en la presente investigación, entendiendo que no es un
enfoque caprichoso y reciclado, sino que precisamente es una forma de ver el mundo
a través del prisma de la cultura (Fernández 2006).
La geografía cultural se podría definir hoy más como un enfoque que como una
rama de la geografía. Aunque se desarrolla con propiedad en la primera mitad del si-
glo XX, tiene sus asientos a finales del XIX con el mismo nacimiento de la geografía
moderna (Capellà, et. al. 2002).
14
Los Estados estarían condicionados a una competencia por sobrevivir a través de
la dominación de Estados anexos y más débiles, hasta el punto de una dominación
WHUULWRULDO GH HVH ³HVSaFLR YLWDO´ R Lebensraum (planteado en PolitischeGeographie
de 1897). Dicha competencia es la base de la selección natural que Darwin esbozaría
en su monumental Origen de las Especies (1859), como un principio determinante de
todas las especies en su lucha por sobrevivir. Dicho de otro modo, los Estados-
imperios están determinados a esta condición natural de competencia de dominación
territorial, para no morir de inacción territorial.
Esa visión ratzeliana supone un primer esquema conceptual con el cual se obser-
vó la relación hombre-naturaleza, común en las ciencias modernas, incluyendo a la
geografía. Pero estas relaciones suponían también un inicio de una concepción huma-
na de la geografía y del mismo espacio geográfico, al estar como objeto de estudio
que media entre las ciencias naturales y las ciencias sociales. Ese carácter se man-
tendría como tradición y espíritu de la geografía hasta avanzado el siglo XX, sobre
todo en el ambiente académico de Estados Unidos, en la Universidad de Chicago, a
través de figuras emblemáticas de la primera generación de geógrafos norteamerica-
nos, como Ellen C. Semple y Ellsworth Huntington. Al dotarle de singular importan-
cia al determinismo (quizás exagerado), por primera vez se plantea una explicación
científica de los órdenes espaciales dela sociedad.
De otro lado, y en otras latitudes, otro antecedente importante sin lugar a dudas,
es el libro Man and Nature, escrito por George Perkins Marsh en 1864, en Estados
Unidos. Esta obra marcaría un hito en el discurso ambientalista póstumo, en el cual se
plantea de inmediato la incidencia de las acciones humanas sobre su entorno natural,
un problema clásico de la geografía, y en especial de la geografía cultural.
/DQRFLyQGH.URHEHUHVODGHXQDFXOWXUD³VXSHURUJiQLFD´VXSHULRUDODVDFFLo-
nes de los individuos, que da como resultado leyes generales del comportamiento so-
16
cial y estructuras culturales (Duncan 1980; Kroeber 1917, en Kahn 1975), ocultando
los rasgos subjetivos de la cultura. Dicha entidad cultural superorgánica, metasocial,
basaría parte de su argumento en la materialidad de la cultura, aspecto especialmente
importante en los desarrollos metodológicos de Sauer. Precisamente esta materialidad
de la cultura cobra expresión en el territorio, lo cual fue el laboratorio de dicho enfo-
que antropológico y geográfico. Múltiples trabajos de campo realizados en México
reforzaron aquella metodología por medio de la arqueología material de las culturas
en las áreas de influencia de los grupos humanos.
Sin lugar a dudas el geógrafo cultural por antonomasia es Carl Ortwin Sauer
(1889-1975). Se formó en las primeras décadas del siglo XX en la legendaria Uni-
versidad de Chicago, donde recibió su Ph.D. en geografía en 1915. Desde Chicago
encontró el ambiente intelectual propicio que cualquier mente brillante aprovecha
para desarrollarse a plenitud. Harlan Barrows, Rollin Salisbury, Ellen C. Semple, fue-
ron algunos de sus más destacados profesores (Rucinque 1990, Luna 1999). Influen-
ciado por la lectura de los geógrafos alemanes se formaría dentro de la geografía re-
gional y la tradición paisajística alemana, tal como comenta Parsons (1977: 483, cit.
SRU5XFLQTXH6DXHU³se inserta en la tradición del pensamiento geográfico
DOHPiQ GHO FXDO KD VLGR >«@ XQR GH ORV intérpretes más destaFDGRV´ Fon especial
influencia de Otto Schlüter, aunque también asimiló los planteamientos vidalianos, lo
que hizo que teóricamente se alejara de sus maestros deterministas de la Universidad
de Chicago (Luna 1999).
Tal fue la influencia directa o indirecta de Sauer, que la Berkeley School como fue
conocido el grupo de geógrafos seguidores de las ideas suerianas, constituirían nue-
vos nichos culturalistas en la Universidad de Wisconsin-Madison, Texas-Austin,
Louisiana State, y otros más departamentos de geografía de universidades norteame-
ricanas (Luna 1999: 73). Además, dentro de la Association of American Geographers
se crearía un grupo especializado en Latinoamérica, la mayoría de ellos de influencia
saueriana, que dio lugar a la fundación de la Conference of Latin Americanist Geo-
graphers, CLAG (fundada en 1969, como anota Martinson s/f), organización primor-
dialmente impulsada por James Parsons de UC-Berkeley, Preston James de Syracuse
y C. W. Minkel, los dos últimos de tradición regional no saueriana (Luna 1999). La
geografía cultural de tradición berkeleyiana produjo una literatura especializada
abundante y especialmente interesante para las escuelas de geografía que se desarro-
llan en Latinoamérica. Vale la pena anotar, que dentro de la Escuela de Berkeley se
entrenaron geógrafos como Yi Fu-Tuan, David Lowenthal, Edward Relph y John K.
Wright, entre otros, que siguieron caminos teóricos diferentes, pero que asimilaron la
sensibilidad humanística del legado de Sauer (Luna1999).
Pero lo esencial del aporte de Carl O. Sauer es la propuesta de una geografía cul-
tural interesada en:
[E]l análisis de las huellas que dejan en el paisaje natural las acciones pro-
ductivas y de reproducción de diferentes grupos humanos. Para ellos el paisaje
es el elemento central de estudio en geografía. El objetivo de la escuela saue-
riana es por tanto la reconstrucción histórica del medio natural y de las fuer-
zas humanas que modifican el paisaje, la identificación de regiones culturales
18
homogéneas definidas en base a elementos materiales (cerámica, material de
construcción o tipos de viviendas) o bien elementos no materiales como reli-
gión o lenguas y dialectos; y por último el estudio de la ecología cultural his-
tórica prestando especial atención en como la percepción y uso humano del
paisaje viene condicionada por elementos culturales. (Luna 1999: 72).
(1) Una orientación histórica, (2) un énfasis sobre el papel del hombre como
agente de transformación ambiental, (3) una preocupación por la cultura ma-
terial, (4) un sesgo en favor de la investigación sobre áreas rurales en Norte-
américa y sobre sociedades no occidentales o preindustriales en otras regiones
del mundo, (5) una tendencia hacia la búsqueda de apoyo en la antropología,
(6) una inclinación hacia la investigación sustantiva y por tanto una actitud de
extremo individualismo, y (7) una preferencia por el trabajo de campo en vez
de la "geografía de sillón" (Mikesell 1978:4, en trad., cit. por Rucinque 1990:
8)
19
la geografía. El paisaje como un palimpsesto cultural e histórico, sigue haciendo parte
del trabajo geográfico aún con las nuevas manifestaciones epistemológicas.
Sin embargo, se debe reconocer que los nuevos enfoques de la geografía y en par-
ticular de la geografía cultural no han sido pasivos en críticas a lo desarrollado por
Sauer y sus seguidores. Los argumentos y críticas en contra llegaron de los geógrafos
britáQLFRVTXHDGXFtDQOD³IDOWDGHLQWHUpVHQORVDVSHFWRVWHyULFRV´&RVJURYH
Jackson 1989, cit. por Luna 1999: 75); la pasividad de los sujetos y la subjetividad
REVWUXLGDSRUXQDFXOWXUD³VXSHURUJiQLFD´\HODFHQWRPDUFDGRKDFLDODFXOWXUDPDWe-
rial.
20
dad como objeto científico de la geografía. De ese modo la geografía adquiere una
relación directa con filosofías modernas como la fenomenología, existencialismo y el
marxismo en todas sus versiones. Esta mirada a través de la sociedad plantearía nue-
vas preocupaciones de orden epistemológico, teórico y metodológico, con la inten-
ción de reconstruir el objeto particular de la geografía, a partir de la idea del espacio
producido por las prácticas sociales, en su dimensión subjetiva y socio-cultural.
Otro hecho relevante para el desarrollo del enfoque radical sería la Detroit Geo-
graphical Expedition de 1972, promovida por William Bunge, geógrafo que unos po-
cos años atrás sería fiero promotor del enfoque neoposLWLYLVWD(VWD³H[SHGLFLyQ´Ue-
cogió información sobre las condiciones de vida escolar de niños negros, y desembo-
có en planes de solución del problema. Además contó con el apoyo institucional y
económico de Wayne y Michigan State Universities. Esta experiencia habría de repli-
carse en Toronto, Sidney y Londres (Peet 1998). Paralelo a esto se creó la Union of
Socialist Geographers en 1974, que contó con la afiliación de geógrafos de USA,
Canadá e Inglaterra.
Sin embargo, sería con la publicación de Social justice and the city (1973 cit. por
Peet 1998, y traducido en 1977 como Urbanismo y desigualdad social) de David
Harvey, como el marxismo entraría en el discurso geográfico, y le daría una nueva
proyección a la geografía radical (Peet 1998). Y, aunque ya existían otras versiones
del marxismo, como la original de Marx y Engels, la de Lenin-Stalin-Trotsky, la de la
Escuela de Franckfurt y la de Louis Althuser (Cloke, Philo y Sadler 1991), Harvey
enfrenta el reto de revisar e integrar ideas propias de la geografía con las provenientes
del marxismo. La noción de dialéctica, central en esta filosofía, se reconceptualiza
desde el punto de vista espacial, hablándose entonces de dialéctica socioespacial
(Peet 1998: 106-108) como la producción social del espacio, a través de las prácticas
y representaciones sociales, derivándose de los modos de producción las estructuras
espaciales excluyentes de las grandes ciudades industriales.
22
mentos y definen los sentidos y la fuerza de las relaciones socioespaciales de manera
dialéctica. Esta racionalidad [dialéctica] juega con la totalidad y unidad de las estruc-
turas sociales que re-producen en el espacio su forma-contenido (Santos 2000).
Sin embargo, la crítica a tal enfoque tampoco se haría esperar, una de parte de los
humanistas, otra desde el neo-marxismo. Storper (2001) plantea una seria crítica dilu-
cidando que el enfoque marxista se debilitaría a finales de los 80, quedando en manos
de Peet, Harvey y Soja. Consecuentemente la crítica antipositivista y a la derecha se-
ría encargada a los humanistas. De otra parte, el marxismo comienza a perder segui-
dores cuando la URSS, su evidencia empírica, se derrumba. Sumado a que el sistema
capitalista sigue en pie a pesar de recibir duras críticas durante todo el siglo XX, y si
bien ha generado múltiples problemas, no todos son su consecuencia, al mismo tiem-
po que ha aportado soluciones a los problemas sociales existentes (Storper 2001). Y
quizás la crítica más severa podría ser la más sencilla: la inconsistencia entre el dis-
curso ideológico y teórico con los resultados prácticos.
23
tencia humana debe trascender (Peet 1998). Sartre, con el ser-en-si y el ser-para-si,
dice algo similar, la existencia precede a la esencia. El ser-en-si son las cadenas de la
existencia, la que impide el ser-para-si, el ser trascendente. Además, Gabriel Marcel y
Maurice Merleau-Ponty, abarcan conceptualmente el ser en el mundo. La fenomeno-
logía fundamentada en los planteamientos de Edmund Husserl, se constituye como la
forma de abordar los problemas de carácter subjetivo, cuestionando la experiencia
humana en el mundo vivido (Peet 1998). Esa experiencia cargada de intencionalidad,
en cuanto conciencia del mismo (esencia), es vivida en los fenómenos o hechos ex-
ternos (Entrikin 1976). El existencialismo y la fenomenología se relacionan propor-
cionando la posibilidad teórica y metodológica para bordar los temas de carácter sub-
jetivo y de la realidad espacial representada, vivida y percibida. En últimas, se trata
del hecho y la posibilidad de ser y existir en determinados espacios.
Pero las críticas hechas a este enfoque, por su carácter subjetivista, se calmarían
un poco cuando Anthony Giddens intenta una reconciliación del enfoque estructura-
lista y humanista, de tal manera que el sujeto queda representado por la agencia, y la
sociedad por la estructura, la cual es influenciada por relaciones económicas que de-
finen la división social y territorial del trabajo (Peet 1998). Apartir de estas ideas se
ha intentado nutrir la geografía regional y los estudios urbanos con relativos éxitos en
24
su aplicación. Es una teoría que sigue cautivando geógrafos y otros científicos socia-
les.
25
arguye la fragmentación del saber, por tanto es enemiga de las principales teorías y
metodologías científicas.
Dicho escenario sería más que suficiente para preparar la aparición de otro mo-
vimiento en las ciencias sociaOHV\KXPDQDVRFXUULGRHQHVWHFDVRHQODOODPDGD³Hs-
FXHODGH%LUPLQJKDP´HQHO Centre for Contemporany Cultural Studies (CCCS) de
la Universidad de Birmingham, en Inglaterra. Allí, teóricos como Stuart Hall, Ray-
mond Williams, Richard Hoggard y E.T. Thompson durante los años 60 y 70, desde
la Nueva Izquierda Británica, desarrollaron un enfoque de la cultura inmaterial y
simbólica con inspiración marxista que critica las formas de dominación social y cul-
tural al mejor estilo del marxismo de Antonio Gramsci, una de las figuras inspirado-
ras y fuente filosófica de este movimiento. Y, precisamente, esta aproximación crítica
y comprometida a la cultura, revalorizó el concepto de cultura, entendido por la filo-
sofía y la antropología como una superestructura macrosocial ajena al individuo, ce-
OHEUDQGRSRUVXSDUWH³las diferencias, que privilegian lo «micro» y lo puntual como
HVFDOD GH DQiOLVLV TXH GHVFULEH HO SULPHU SODQR VLQ H[SOLFDU VX WUDVIRQGR´ &OXD \
Zusman 2002: 106), además de la dimensión simbólica de la producción material de
la cultura, y de su carácter subjetivo y social.
$OUHVSHFWR7KRPSVRQSODQWHDODFXOWXUDFRPRXQD³LGHQWLGDGJUXSDO´FRPSDUWi-
GD HQ OD FRWLGLDQLGDG VHGLPHQWiQGRVH KLVWyULFDPHQWH UHODFLRQDQGR OD ´UHDOLGDG Vo-
FLDO´ FRQ OD ´UHDOLGDG KLVWyULFD´ LQVHUWando al sujeto y la sociedad en una cultura
FRQVWUXLGD KLVWyULFDPHQWH \ TXH MXVWLILFD OD DSDULFLyQ GH XQD ³FXOWXUD GH OD FODVH
REUHUD´0DWWHODUG\1HYHX'LFKDLGHQWLILFación de una cultura de minorías o
clases sociales es el punto de encuentro de estos dos pensadores y teóricos de la Nue-
va Izquierda Británica y especialmente de la Escuela de Birmingham.
ϭ
E[LVWHXQHYLGHQWHDFHUFDPLHQWRDODIHQRPHQRORJtDGHVGHODVLGHDVGH$OIUHG6FKWX]GHO³PXQGRGH
ODYLGD´RODFRWLGLDQiGDG\FRQODWHRUtDGHOD³FRQVWUXFFLyQVRFLDOGHODUHDOLGDG´GH3HWHU%HUJHU\7KRPDV
Luckmann (1966[2001]) al explicar los procesos de socialización generacional que incrusta el sujeto en la
sociedad y los mecanismos de relaciones sociales que sedimentan los universos simbólicos.
28
Como se anotaba anteriormente, el giro de las ciencias sociales y la geografía en
especial, hacia los enfoques sociales y humanísticos, desde diferentes fuentes episte-
mológicas, se filtran y potencian con la comentada Escuela de Birmingham, hacía el
´cultural turn´R´JLURFXOWXUDO´GHODVFLHQFLDVVRFLDOHV'HPDQHUDFDVLDXWRPiWLFD
la geografía británica absorbe el plan temático y teórico de Birmingham, en los años
DEULpQGRVHDVtRWUDHWDSDHQODJHRJUDItDFXOWXUDOOD´QXHYDJHRJUDItDFXOWXUDO´
Al respecto Philo (1999: 84) comenta:
29
teoría literaria, lingüística y el feminismo, superando así los límites de la obra de
Sauer y de la Escuela de Berkeley (Jackson 1999). El nuevo enfoque es apoyado y
proyectado haFLDORV´SDLVDMHVVLPEyOLFRV´GHVGHHQIRTXHVFODUDPHQWHLQWHUSUHWDWLYRV
(Cosgrove 1984; Cosgrove y Daniels 1987), aduciendo metodologías analíticas liga-
das al análisis textual, donde el espacio resulta ser un texto marcado histórica y cultu-
UDOPHQWHHQHOFXDOSXHGHREVHUYDUVH\´OHHUVH´ODVPDUFDVVLPEyOLFDVFDUDFWHUtVWLFDV
de una sociedad.2
Ϯ
Al respecto y como trabajo pionero en geografía puede leerse el libro de James Duncan (1990), The city as
text: The politics of landscape interpretation in the Kandyan Kingdom, Cambridge, Cambridge University
Press.
30
rando los aportes empíricos y conceptuales de un década larga de desarrollos en este
campo (Jackson 1999). Aunque en escuelas como la española representada en la Aso-
ciación de Geógrafos Españoles (Capellá y González 2002), y por extensión en el
mundo hispano, se intentó otro balance de la literatura existente, reconociendo los
aportes de los geógrafos británicos, norteamericanos, españoles y latinoamericanos,
siempre las referencias directas corren por cuenta de la literatura anglófona. En Amé-
rica Latina cabe destacar el esfuerzo de Estudios Culturales Latinoamericanos, con
influencia europea de tradiciones distintas a la inglesa. Néstor García Canclini, Jesús
Martin Barbero, Jorge González, Renato Ortiz, con inspiración en literatura y filoso-
fía francesa, han intentado construir sus propios marcos conceptuales, según comen-
tan Mattelard y Neveu (2004). Dichos aportes han servido parcialmente para abordar
estudios geográficos, al analizar aspectos de la vida cotidiana y cultural de las ciuda-
des latinoamericanas. Alicia Lindón (2006) y Daniel Hiernaux (2006; 2008), en Mé-
xico, han abordado ampliamente una geografía humanística y cultural de notoria cali-
dad teórica y metodológica.
ϯ
De vital importancia son los trabajos de Tuan (1975a; 1975b; 1977b; 1991), Tuan y Buttimer (1977),Relph
(1977) y Buttimer y Seamon (1980).
31
cadoras4 de la vida cotidiana de las grandes ciudades, proceso que ocurre a partir de
la década de 1970, no sin diferencias y discontinuidades que aún hoy persisten. Gar-
cía y Carreas (2006) anota que desde la sociología se dieron los primeros y principa-
les avances, particularmente con el sociólogo Jean Baudrillard (1970 cit. por García y
Carreras 2006), quien observa la sociedad como una nueva sociedad de consumo en
una globalización de la información y comunicación, organizada en redes y flujos.
Pierre Bourdieu (1979 cit. por García y Carreras 2006), por su parte, plantea el con-
FHSWRGH³FDSLWDOFXOWXUDO´FRPRHOFRQMXQWRGHELHQHVGHFRQVXPRFXOWXUDOUHODFLo-
nados con la educación y el conocimiento, socializados e institucionalizados en la
interacción social. Quiere esto decir, que no solo se adquiere, consume y ejerce con-
trol sobre los bienes materiales económicos, sino que la misma sociedad mantiene
una tensión por consumir bienes culturales.
Dicha dimensión social, la resalta Manuel Castells (1972 cit. por García y Carre-
ras 2006, traducido en 1974) como una característica del consumo, y es por defini-
ción una práctica social asociada a las ciudades, en la cual se reproducen y distinguen
las fuerzas de trabajo. Esta visión crítica de una sociedad en disputa por acumulación,
posesión y desigualdad sería un punto de vista compartido con la ya comentada Es-
cuela de Birmingham, y que sería guía de los estudios de consumo desde las ciencias
sociales.
Pero, en geografía, la aparición de este tema sería más tardía. Cabe resaltar una
primera etapa en geografía económica, en la cual, a través de los estudios de centros
de mercado, el consumo era estrictamente una parte de la producción y el mercado,
constituyéndose en la demanda que soporta la oferta de bienes y servicios. Walter
Christaller (1933) plantearía su teoría de los lugares centrales, como una explicación
causal del orden de distribución y tamaño de las ciudades como centros de mercado.
Allí considera a la población como la demanda de consumo que jerarquiza el sistema
urbano a nivel regional. Edward Ullman y Brian Berry, en Estados Unidos, potencian
4
La cosificación o reificación se refiere a la transformación de hechos o relaciones en algo artificial inde-
pendiente de los sujetos. Es una forma de alienación en el clásico sentido marxista.
32
dicha teoría aplicándola en las ciudades y regiones norteamericanas (Garcíay Carre-
ras 2006).
'HRWUDSDUWHHOGHVDUUROORGHOD³JHRJUDItDGHOWLHPSR´LPSXOVDGDSRUHOJHyJUa-
fo sueco Torten Hägerstrand, observa el consumo del tiempo en las prácticas cotidia-
nas, en términos de las distancias recorridas, el tiempo de permanencia en espacios de
ODFLXGDG\VXJUDILFDFLyQPDVVLQPDSHRDWUDYpVGH³GLoUDPDV´(VWRIXHORTXH
abrió la imaginación, junto con la geografía humanística comentada anteriormente,
como posibilidad para analizar las prácticas personales y sociales en las ciudades.
Parkes y Thrift (1980 cit. por García y Carreras 2006) desarrollan un trabajo similar
de mapear las conductas espaciales de consumo; y el comportamiento de los consu-
midores es estudiado por parte de Golledge y Stimson (1987 cit. por Garcíay Carreras
2006).
(O³JLURFXOWXUDO´OOHYyDWRPDUSUHVWDGRGHORVHVWXGLRVFXOWXUDOHVHVWHLQWHUpVWe-
mático que, con los antecedentes mencionados, llevaría a geógrafos británicos al
desarrollo de una geografía cultural del consumo. Con un interés creciente de estu-
dios de las prácticas y espacios de consumo, los geógrafos han demostrado su espe-
cial interés en el poder simbólico del consumo (Kneale y Dwyer 2004), y las relacio-
nes intrínsecas que obran en una sociedad de consumidores. No podrá negarse la con-
fusión sobre cómo abordar el consumo, dados los préstamos, a veces indiscriminados,
de otras disciplinas, pero con mayor acento de los Estudios Culturales de Bir-
mingham. Parte de la confusión ocurre por la concepción del carácter inmaterial sim-
bólico, incluyendo las conductas de consumo en su doble dimensión subjetiva y so-
cial. O, desde su aspecto material, desde posturas crítico-éticas acerca del consumo
33
global (Thompson y Coskuner-Balli 2007; Barnett et al. 2005) y los efectos sociales
y ambientales del mismo.
El consumo posee además una relación económica con la sociedad y con la ciu-
dad. El acento marcado del consumo urbano en un contexto capitalista y en una so-
ciedad de consumidores, relaciona necesaria y analíticamente la cultura con la eco-
nomía a través de la temática de interés en esta investigación. Mansvelt (2005) plan-
tea que los geógrafos contemporáneos, a través de los estudios de consumo, logran
explicar cómo y por qué la economía y la cultura, lo simbólico y lo material chocan,
y constituyen sentidos y expresiones del lugar a diferentes escalas, relacionando ínti-
mamente el espacio y la sociedad. Crewe (2000: 275), en la misma línea argumental,
sostiene que los espacios y prácticas de consumo se encuentran en el mismo corazón
de una geografía económica reconstruida, y dicha relación brinda herramientas de
análisis importantes (Kramsh 1999: 55).
Peter Jackson, uno de los impulsores de la geografía del consumo, hace un balan-
ce sobre los principales estudios hechos por geógrafos acerca del consumo y las espa-
cialidades de este fenómeno:
$OJXQRVGHHVWRVPHMRUHVHVWXGLRVVHKDQFHQWUDGRHQODVJHRJUDItDV³HFRQó-
PLFDV´GHOFRQVXPR\HQODVJHRJUDItDV©FXOWXUDOHVªGHODSURGXFFLyQFRPR
por ejemplo el estudio sobre el consumo y la identidad contenido en la obra de
Paul DuGay (1996); el análisis de las identidades de género condicionadas al
puesto de trabajo realizado por Linda McDowell (1997); el estudio de Phil
Crang e Ian Cook sobre las cadenas de mercancías (1996), así como algunas
REUDV SHUWHQHFLHQWHV D OD ³QXHYD JHRJUDItD DO SRU PHQRU´ :ULJOH\ \ /RZH
1996). Estudios recientes sobre consumo (analizados por Jackson y Thrift,
KDQHPSH]DGRDFRPSOHPHQWDUHODQiOLVLVGHODV³FRPSUDVDODPRGD´
que se dan en los megacentros cRPHUFLDOHV´DODDPHULFDQDFRQHVWXGLRVEa-
sados en el mundo más trivial de las calles mayores y centros comerciales y en
ORV³HVSDFLRVGHFRnVXPRDOWHUQDWLYRV´FRPRORVcar boot sales y las tiendas
de organizaciones benéficas (Miller y otros, 1998; Gregson y Crewe, 1994).
Dichos estudios han vuelto a enfatizar el carácter de género de las prácticas
consumistas contemporáneas, en las que la familia sigue siendo el contexto
dominante para la mayor parte de las decisiones diarias relacionadas con el
34
consumo, y en las que se refuerza la naturaleza del consumo en cuanto activi-
dad pesada y a la par placentera. (Jackson 1999: 46)
Sin embargo, Goss (2004; 2006) demuestra preocupación por la forma epistemo-
lógica de abordar los estudios de consumo, en el sentido de desafiar los intereses pa-
sivos y neutros de los geógrafos al no valorar críticamente las apropiaciones de los
sujetos de los objetos de consumo como una forma de asignar significados culturales,
\HTXLYDOGUtDDXQD³UHVLOLHQFLD´QDWXUDODdaptativa en el curso del desarrollo y afian-
zamiento de la economía capitalista. Tal actitud de los consumidores sería compara-
ble a la de los académicos al apropiarse del consumo como fetiche temático sin pre-
sentar un punto de vista activo ni crítico. Tal atención inicia en los 80 y se intensifica
en la actualidad, con intereses dispares e incoherentes. Pero, lo hecho en el marco del
³JLUR FXOWXUDO´ UHDOPHQWH QR GHYHOD ODV UHODFLRQHV HQWUH HO FRPHUFLR \ OD FXOWXUD
(Dwyer y Crang 2002, cit. por Goss 2004). No quiere decir esto que el trabajo geo-
gráfico sea poco valorado; de hecho, este mismo autor (Goss 2004) resalta la creati-
vidad con que se han abordado investigaciones acerca de las actividades comerciales
35
de la vida cotidiana en las ciudades, como el comercio minorista, el trabajo y el con-
sumo, las industrias culturales y el capital cultural como consumo social.
Ante tales preocupaciones, una visión académica posible para estudiar los espa-
FLRVGHFRQVXPRODFRQVWLWX\HOD³FRQWH[WXDOLGDG´HQWHQGLGDFRPRXQDUHODFLyQHn-
tre los espacios, los tiempos y las relaciones sociales (Kneale y Dwyer 2004), lo que a
su vez involucra lo político, lo histórico, social, cultural y geográfico.
36
MODO ÉNFASIS TEMAS DE ESTUDIO
Los espacios de la fiesta y el carnaval, parques,
Espacios visibles, a almacenes, centros comerciales, paisajes de
menudo OD SXEOLFLGDG \ ORV HVSDFLRV GH ³PDUFD´ HVSDFLRV
ESPACIALIDADES HVSDFLRVGHO³HVSHc- gentrificados, espacios turísticos, espacios urbanos y
WiFXOR´ espacios rurales del consumo.
del consumo - El consumo de los sitios como espacios de la repre-
sentación y la representación espacios (paisajes co-
mo texto).
-La producción histórica y contemporánea
de espacio.
-Mercantilización y fetichismo de la mercancía
(relaciones ocultas de la producción)
-Las políticas económicas y razas, clase, género
-Lugar de comercialización y promoción
-Economía cultural
MHUFDGRV³car boots´ORFDOGHFDPELRVHsquemas
Espacios mundanos, de comercio, Internet, hogar, espacios de trabajo.
alternativos, efíme- - Geografías de la vida cotidiana
ros y - Espacios como espacios relacionales y sociales
de consumo - Énfasis en los consumidores, relaciones borrosas
entre producción / consumo.
- Continuidades y diferencias entre formas históricas
y contemporáneas del consumo en lugares.
- Construcción de valor
- Performance
Transnacionalismo, desplazamiento
Conexiones socio- cadenas de mercancías, sistemas de provisión, enfo-
espaciales ques actor red, culturas comerciales y de mercancías.
- Constitución espacial y social de las relaciones
37
producción-consumo.
- Geografías y las biografías de mercancías (la vida
social de mercancías)
- Las relaciones socio-espaciales entre productores y
consumidores
SOCIALIDADES - Geometrías de poder
- Activismo de los consumidores y política
- Estado y las relaciones de consumo (formación
discursiva y material del consumo, el consumo co-
lectivo)
- Regulación.
la globalización
- Imaginarios espaciales
- Culturas económicas.
- Geografías al por menor
- Imbricación de lo material / cultura simbólica /
economía / producción / consumo.
(OVHQWLGRVRFLDOGHODVUHODFLRQHVVRFLDOHVODVRFLDOLGDGROD³FRVHLGDG´GHODFo-
sa en el sentido heideggeriano), expresa las múltiples relaciones entre lo económico,
político, social y espacial del consumo, que incluye las formas de relación en el ámbi-
to comercial en redes y flujos, las mercantilización de la cultura, la McDonalización o
el consumo autómata y cotidiano, las relaciones de poder por actores, instituciones y
grupos sociales, el papel activo discursivo de los mismos consumidores y las relacio-
QHVVLPEyOLFDV\PDWHULDOHVGHODFXOWXUD\ODHFRQRPtD$GHPiVHVWD³FRVLIiFDFLyQ´
de las relaciones sociales y espaciales en el consumo asigna una racionalidad propia
de la fluidez y desuso de los objetos de consumo, donde los productos de consumo se
³KDFHQ´QHFHVDULRVHQODYLGDFRWLGLana, y entra de modo transversal la reflexión ética
y moral a nivel político y social del conVXPRFRPRXQD³IRUPDGHYLGD´
40
al estilo occidental de gasto, deuda y basura (Mansvel 2008). Consumidores que,
además, son urbanos, donde las ciudades consumen a los consumidores que la con-
VXPHQ&RQVXPLGRUHVTXH³WHUULWRULDOL]DQ \ PDUFDQOtPLWHV´SHURORVOXJDUHVLQIOu-
yen en las prácticas discursivas y la producción material de los lugares (Mansvelt
2008: 109).
41
SOCIEDAD Y ESPACIOS DE CONSUMO
(VSUXGHQWHFRPHQ]DUODFDUDFWHUL]DFLyQGHOD³VRFLHGDGGHFRQVXPR´SDUWLHQGR
de la idea de que se trata de la sociedad producto del desarrollo de la sociedad indus-
trial, caracterizada por el consumo masivo de mercancías y productos que distinguen
contenidos simbólicos y clases sociales. Es la sociedad en donde el consumo es una
práctica y un hecho social central, atribulada por la velocidad y desecho casi instan-
táneo de los objetos. Una sociedad que se propone ser feliz, pero que no puede serlo
42
(Bauman 2007). Dicha promesa de felicidad tiene sentido en un ambiente mercanti-
lista que debe renovar y recrear nuevas necesidades, que puedan ser hipotéticamente
satisfechas por el consumismo, pero que en el fondo es una máscara para mantener
intacta la demanda a través de una oferta sobrevalorada.
43
argumento que retomaría Zygmunt Bauman, sociólogo polaco, varias décadas más
adelante, al sostener que una sociedad de consumo o consumidores es una sociedad
siempre insatisfecha (2007), que persigue el ideal de una solidez social perdida en
una modernidad líquida y transitoria, cada vez más acelerada y en la cual es más difí-
cil de encontrar un relato estructurador.
3HURHQHVWD³VRFLHGDGGHFRQVXPR´WDPELpQHVLQGLVSHQVDEOHODGHVWUXFFLyQGH
los mismos objetos (Baudrillard 2009; Bauman 2007). Es necesaria la renovación
constante y siempre fluida de nuevos objetos y mercancías para consumir; de otro
modo la velocidad y dinámica mercantil disminuye y pierde todo sentido la economía
GHO³H[FHVRGHDEXQGDQFLD´%DXGULOODUG1RWHQGUtDQQLQJ~n futuro otras cons-
telaciones de objetos que esperan ingresar a la sociedad para revalorizar distinciones
44
sociales. En este contexto de la abundancia de mercancías se hace importante la dife-
UHQFLDFLyQ VLPEyOLFD D WUDYpV GH ODV ³PDUFDV´ FRPR GLVWLQWLYDV HQWre aquellos que
tienen la capacidad de acceso a estos objetos, lo que quiere decir, que las marcas
mercantiles son también marcas sociales (Santamarina 1994, citado por Crespo
2007). Sin olvidar la circunstancia elitista que tras de cada marca de consumo masivo
surge otra de calidad y precio diseñados para una más selecta minoría de privilegia-
dos. Eso, por supuesto, tiene plena validez para la oferta de servicios. A una oferta de
hoteles caros, por ejemplo, que satisface los afanes de ostentación de una clase media
alta adinerada, surgen las opciones al estilo de lo que ofrece hoy Dubai solo para una
absoluta minoría que, paradójicamente, restringe lo masivo del consumismo contem-
poráneo.
De otro lado, el carácter social del consumo es otra dimensión fundamental del
consumismo. Existe una evidente distinción en la capacidad de consumo en la socie-
dad. Inicialmente una sociedad industrial que deviene en una sociedad de economías
flexibles, posfordistas de un capitalismo tardío (Harvey 1998), que crea nuevas for-
mas de interpretar las relaciones espacio-temporales, dando la ilusión de una nueva
etapa económica, social y cultural de la historia. Esto es, una sociedad del posdesa-
rroOORRSRVLQGXVWULDOHQODTXHODVLPiJHQHVVRQWDQ³UHDOHV´FRPRODPLVPDH[Se-
riencia, una suerte de espejismo difuso (Baudrillard 1978). En este contexto, la racio-
nalidad del consumir en un mundo de imágenes, se cuestiona. Bauman (2007) discute
que la misma liquidez o fluidez del mundo contemporáneo hace difícil una lógica
³OyJLFD´GHORs ciudadanos, al punto de considerar una irracionalidad derivada de los
mutismos de la realidad. Realidad que se reemplaza con las mismas imágenes creadas
del mundo (Baudrillard 1978).
Pero, ante este mundo de imágenes mediante las cuales los objetos y mercancías
cobran vida propia, interactuando entre sí, creando toda una atmósfera de relaciones
entre los objetos (Douglas e Isherwood 1990), existe una evidente diferenciación so-
cial del consumo. Es en ese contexto donde las clases privilegiadas definen los patro-
nes de consumo (Crespo 2007; Bauman 2008), y en donde las clases medias y bajas
45
tienden a imitar y perseguir el anhelado consumo de bienes y servicios. Pero obliga a
toda una economía informal de imitación, de adaptación y copia de los objetos-
marcas RULJLQDOHV&UHVSR$GHPiVGHORTXH%DXPDQOODPDORV³QXe-
YRVSREUHV´RODFODVHPHGLDTXHQRSXHGHPDQWHQHUHOPLVPRQivel de consumo de
FODVHVSULYLOHJLDGDVORTXHORVFRQYLHUWHHQXQRVFRQVXPLGRUHV³GHIHFWXRVRVRIUXs-
trados, expulsados del mercado. Consumidores imperfectos, deficientes, incapaces de
DGDSWDUVH´%DXPDQ1RSRVHHQORPHGLRV\SRUWDQWRHOGHUHFKRDSDUWi-
FLSDU\GLVIUXWDUGHOD³GLYHUVLyQ´GHO³HVWDGRGHIHOLFLGDG´TXHSURPHWHHOPXQGRGH
las mercancías y objetos.
Entonces, esta relación imperfecta entre las clases sociales y su capacidad de con-
sumo, genera un contexto natural de las mismas relaciones sociales de consumo, que
son a su vez, relaciones cotidianas. Un cara a cara que sedimenta los universos sim-
bólicos (Berger y Luckmann 2001), a través de las prácticas sociales cotidianas. Un
habitus (Bourdieu 1989a) que consolida la misma cultura de consumo. La sedimenta
y socializa. En palabras de Marinas (2001: 17-FLWDGRSRU&UHVSR³ODV
pautas de la sociedad de consumo afectan a las formas en su conjunto, marcan el esta-
tus y el rango, las identidades de clase, edad, género y también su metamorfosis, mi-
JUDFLRQHV\PHVWL]DMHV´(Q%RXUGLHXDHVWDVSDXWDVGHFRnsumo son posibles a
través la sistematización de un conjunto de prácticas sociales compartidas que al ser
distintas, crean estilos de vidas distintos. Por tanto, el habitus de Bourdieu permite
H[SORUDU ODV IRUPDV HQ TXHODVSUiFWLFDV GH FRQVXPR VH FRQYLHUWHQ HQXQ ³HVWLORGH
YLGD´GHOD³VRFLHGDGGHFRQVXPR´(QWUHRWUDVFRVDVGLIHUHQFLDGRUDORTXHSHUPLWH
XQD³GLVWLQFLyQ´DSDUWLUGHODVSUiFWLFDV\JXVWRVGHFRQVXPRSURSLRVGHFODVHVVRFLa-
les privilegiadas. Bourdieu (1989a) plantea que el tipo de capital cultural que se con-
sume permite la distinción entre los grupos y clases sociales. Capital representado en
todas las construcciones humanas inmateriales, especialmente del arte y la educación.
Alonso (2002) resalta el carácter complejo e integrador de la propuesta de Bourdieu
al considerar nuevamente, además del carácter semiótico y de las imágenes, el carác-
ter social en la sociedad de consumo.
46
Lo anterior demuestra que las prácticas de consumo propias de una sociedad de
consumo definen entonces una identidad social y cultural, al distinguir y definir esti-
los de vida propios de una cultura de consumo (Bauman 2007). Los procesos indivi-
duales de identificación con pautas y estilos de consumo, son compartidos con otros
VXMHWRVODFDSDFLGDGGH³DQKHODU\GHVHDU´KDFHUSDUWHGHXQDVRFLHGDGTXHVHmueve
por inercia hacia un voraz autoconsumo (Bauman 2007: 47). Pero, esta sociedad en
movimiento y en mutación, ya no considera la seguridad que ofreció la sociedad y la
economía industrial de producción en la que se mantenían las posesiones como bie-
nes especialmente importantes, dignos de exhibición generacional. Es decir, la pose-
sión, ya no se define por la seguridad, sino por un reciclaje constante, donde ya no
importa la duración, sólo importa el remplazo de los objetos de consumo (Bauman
2007). Este aceleramiento del consumo es lo que Bauman (2007: 51) identificaría
FRPR³FRQVXPLVPROtTXLGR´FRQXQVLJQLILFDGRGHOWLHPSRUDGLFDOPHQWHGLVWLQWRXQ
WLHPSR³DKRULVWD´XQWLHPSRPiVIOXLGRPiVUiSLGR
De manera quizás más contextual y reflexiva, García Canclini (1995) amplía los
aportes de la sociología del consumo, desde una visión multidisciplinaria en la cual el
FRQVXPR³HVHOFRQMXQWRGHSURFHVRVVRFLRFXOWXrales en el que se realizan la apropia-
FLyQ \ ORV XVRV GH ORV SURGXFWRV´ *DUFtD &DQFOLQL 5HFRQRFH TXH SDUD
comprender tan complejo tema debe abordarse desde contextos sociopolíticos, cultu-
rales y geográficos, desde los procesos globalizadores que intentan borrar fronteras
culturales y uniformizar patrones culturales, pero que en el fondo acentúan las identi-
47
GDGHVORFDOHVJHQHUDQGRSDUWLFXODUPHQWHHQ$PpULFD/DWLQDODV³FXOWXUDVKtEUiGDV´
que entrecruzan saberes, filosofías, historias y sociedades.
Pero este contexto sociocultural que propone García Canclini (1995) a su vez re-
conoce un papel diferenciador de las estructuras productivas y clases sociales, en las
cuales los sujetos dependen de su posicionamiento socioeconómico para la apropia-
ción de los bienes. Y, en esta línea, comparte con los pensadores de Birmingham, el
interés por las clases populares, como constructoras de identidades híbridas, que fluc-
túan entre el anhelo de la distinción al estilo de Bourdieu, y la reificación fuerte de
sus SURSLDV LGHQWLGDGHV *DUFtD &DQFOLQL DILUPD TXH ³HO FRQVXPR HV HO
SULQFLSDOSURFHGLPLHQWRGHLGHQWLILFDFLyQ´GRQGHSDUWHGHHVWDFDSDFLGDGLGHQWLILFa-
dora está dada por el carácter simbólico y ritualístico del consumo como un hecho
social .
Pero, uno de los aspectos que en la actualidad parece más interesante y promete-
dor es la observación de la espacialidad del consumo. Las formas en que las prácticas
de consumo transforman material e inmaterialmente los espacios, y como estos, de
modo reflexivo, desbordan significados socioculturales susceptibles de lecturas desde
la geografía.
Espacios de consumo
48
el consumo como hecho social, pero además aceptando que el consumo no se reduce
DOHVSDFLRROXJDUGRQGHVHUHDOL]DODFRPSUDVLQRTXHVHGHVERUGDFRPRXQ³SURFHVR
FRQWLQXR«DO XVR \ UHXWLOL]DFLyQ GH ORV SURGXFWRV´ &UHZH TXH DVLJQDQ
distintos significados sociales y culturales a los espacios de consumo. Y si es conti-
nuo y reflexivo también es contradictorio y dialéctico, virando entre una materialidad
e inmaterialidad en la que se representa y se experimenta parte de la vida cotidiana de
los sujetos-ciudadanos, imprimiendo de inmediato un carácter puramente urbano de
este hecho socio-espacial. Estas dos perspectivas de observar los espacios de consu-
mo son una oportunidad de orientar una mirada integral de las culturas y espacios de
consumo como un síntoma bastante expresivo del mundo contemporáneo.
En particular, uno de los espacios de consumo por excelencia en las ciudades mo-
GHUQDVVRQORVFHQWURVFRPHUFLDOHVRVKRSSLQJFHQWHUVOODPDGRVODVQXHYDV³FDWHGUa-
OHVGHODFLXGDG´RORV³DFRUD]DGRVGHOFDSLWDOLVPR´&UHZH(QHVWRVFHQWURV
se diversifica y se aglomeran los almacenes o tiendas que ofrecen ropa, alimentos,
artículos y servicios varios, configurándose como un centro de gravedad económico
y social de todas las ciudades contemporáneas. En ellos circula una gran cantidad de
símbolos e imágenes que acompañan a los consumidores en rutinas de compra y fla-
neur (García Canclini 1995), de modo que los sitios escogidos para adquirir los pro-
ductos convierten automáticamente al consumidor como otro objeto de consumo, es
49
decir, que el sujeto es consumido también por los almacenes y tiendas de compras. Al
mismo tiempo estos espacios crean una ansiedad en los consumidores por mostrarse
FRPRHVSDFLRVGHOR³H[WUDRUGLQDULR´PX\SDUHFLGRD ORVGHVHRVFUHDGRVSRUOD³Vo-
FLHGDGGHOHVSHFWiFXOR´(VWDUHFLSURFLGDGHQWUHHOVXMHWRDSDUHQWHPHQWHSDVLYR\HO
espacio, carga de significados socio-culturales a dichos espacios. Aquí es donde pre-
cisamente se dimensiona la complejidad de las prácticas de consumo al permitir in-
teracciones subjetivas, sociales y culturales que se crean en el contexto económico y
social del consumo.
50
producidos y consumidos material y discursivamente (Crewe 2000), con orientacio-
nes de género, creando espacios de consumo típicos de la masculinidad como tiendas
deportivas, o femeninos como tiendas de lencería, cosméticos y demás (Mansvelt
2010). Aunque lo anterior puede ser discutido ampliamente, la idea central es que en
las prácticas y espacios de consumo existen relaciones de poder ligados a las clases
sociales, género y discursos que involucran los poderes económicos y sociales.
Mansvelt (2010) resalta que estos espacios están marcados por un control social ejer-
cido por el neoliberalismo globalizador, que intenta crear la ilusiyQGH³HVSDFLRVGH
IHOLFLGDG\SODFHU´LPSXOVDQGRXQVHQWLPLHQWRKHGRQLVWDVLPXODndo que los espacios
de consumo son espejos donde la sociedad y sujetos consumidores pueden reflejarse
(igual pasa con las marcas de productos que suelen asociarse a tiendas y centros co-
merciales); por tanto la noción de lo público, ante este control, se pierde y terminan
privados de libertad. El consumo, no es libre (Mansvelt 2010).
52
UHV HQ FRQIOLFWR SRVHHQ GLVWLQWRV KDELWXV \ FDSLWDOHV (VWD ³DUHQD´ GH FRQIURQWDFLyQ
está constituida en esencia por lugares sociales en los que interactúan individuos,
grupos o fuerzas sociales y políticas (Bourdieu 1989a;1989b); por tanto, son espacios
donde se ejercen relaciones de poder y existe la misma desigualdad que opera en los
KDELWXV³GHPDQHUDTXHHOFDPSRFRQVLVWHHQXQVLVWHPDHVWUXFWXUDGRGHSosiciones
sociales, a la vez que un sistema estructurado de relaciones de fuerzas entre las posi-
FLRQHV³&KLFXHQFRQVWDQWHWHQVLyQTXHSHrmiten ver que los sujetos se
construyen históricamente por ese juego de relaciones de poder. En la sociedad los
campos están interna y externamente en fluidez continua de relaciones sociales, alu-
diendo de modo casi explíFLWR D ³PHWiIRUDV HVSDFLDOHV´ &KLKX FRPR IRUPD
analítica que objetivar el complejo relacional del sujeto con su sociedad.
53
\HO³WHUFHUHVSDFLR´6RMDFRPRXQDIRUPDDQDOtWLFDIOH[LEOH\DSURSLa-
da para aproximarse a los espacio de consumo.
Este constructo del tercer espacio, como lo real más lo imaginario al mismo
tiempo, permite pensar que las imágenes, las prácticas y las experiencias en el espa-
FLR VRQ SRVLEOHV GHVGH XQ ³$OHSK´ XQD IRUPD GH FRQFHELU OR XQR \ OR RWUR HQ XQD
miVPDXQLGDGHVODSRVLELOLGDGGHOR³RWUR´FHUFDQRDORTXH)RXFDXOWLGHDOi-
]DFRPRODV³KHWHURWRSLDV´R³HVSaFLRVRWURV´(VSDFLRVGRQGHHVSRVLEOHYHUGLVWLQWDV
miradas al espacio.
55
De otro lado, la intersubjetividad o socialidad considerada por Soja, a partir de las
experiencias sociales y culturales, plantea un juego de poderes y reacciones sociales
por el espacio. El espacio es reaccionario (Foucault 1984) y contradictorio, pero es
necesario observarlo de este modo para poder aproximar lecturas de la compleja y
emocionante construcción social del espacio.
5HVXOWDLQWHUHVDQWHHQWRQFHVFRQVLGHUDUORVHVSDFLRVGHFRQVXPR³FRPRXQDIRr-
PDHPHUJHQWHGHHVSDFLRVVRFLDOHV´6W\KUH\(QJEHUJGHFRQWLQXDLQWHr-
acción entre las prácticas y rutinas cotidianas de compra y consumo, junto con las
violencia simbólica, parafraseando a Bourdieu, que convoca la publicidad de las mer-
cancías. Los espacios de consumo son materialmente construidos, pero en una lucha
simbólica que invita al consumo masivo, rápido y destructor de los objetos de con-
sumo como alimentos, ropa y electrodomésticos. Los espacios de performance que
advierten poderes culturales y sociales, se entrecruzan al punto de hibridarse como un
holograma espacial (Lindón 2007).
56
de exclusión y diferenciación de dicha práctica. Esta trama del posicionamiento del
sujeto en las estructuras socioeconómicas es los que Bourdieu (1979) llama los habi-
tus.Pero el juego de interacciones sociales también es subjetivo, en la medida que las
experiencias en los espacios de consumo ayudan a construir percepciones, preferen-
cias y conductas de consumo. El anclaje con estos espacios los constituye en lugares
de consumo, al sentir afinidad o atracción. Por tanto, esta subjetivación de los espa-
cios de consumo carga de experiencias y significados, y definen conductas espaciales
de consumo. La preferencia por uno u otro hipermercado o centro comercial influirá
en las rutinas de compra, en el tiempo gastado en dicha práctica, constituyendo un
hecho cotidiano. El consumo entonces, hace parte de la vida diaria y vertebra buena
parte de la vida social en las ciudades.
57
CONDUCTAS, PERCEPCIONES Y ESPACIALIDADES
DEL CONSUMO EN LA CIUDAD DE MONTERÍA
De otro lado, la investigación geográfica es diversa y cuenta con una amplitud me-
todológica que integra métodos cuantitativos y cualitativos, y técnicas variadas de
recolección de datos. Para el desarrollo de esta investigación se contó como método
cualitativo central, la triangulación. Ésta se refiere a una orientación mixta en la cual
se combinaron métodos y técnicas cuantitativas y cualitativas (Okuda y Gómez
2005). Específicamente se considera la triangulación metodológica y de datos, en las
cuales se busca el acercamiento al fenómeno investigado desde distintas técnicas
cuantitativas y cualitativas, obteniendo resultados que sirven como base empírica pa-
58
ra corroborar hallazgos en datos sistematizados estadísticamente y por análisis del
discurso.
Las entrevistas fueron hechas in situ, a la salida o durante su estancia en los espa-
cios de consumo tipificados anteriormente. Fueron grabadas y transcritas, en sep-
tiembre de 2010.
Además, para la descripción y análisis de los datos que permitirán la lectura de las
percepciones, conductas y espacialidades del consumo en la ciudad de Montería, es
necesario establecer un sintético contexto situacional de la ciudad.
La ciudad de Montería tiene dos versiones sobre su fundación, una referida por
Morero (1993), en la cual se sostiene que la fundación se hizo por pedido insistente
de caciques indígenas zenúes, primero en 1759 y la luego en 1772. La última petición
fue acogida por el gobernador de la provincia de Cartagena don Juan de Torrezar
Díaz Pimienta, y encomendó la misión de cumplir la solicitud a Antonio de la Torre y
0LUDQGD0RUHQR(OVLWLROODPDGRSRUORVLQGtJHQDV³ODVPRQWHUtDVTXHOODPDQ
de BuenaYLVWD´SDVDUtDDOODPDUVHHQVXIXQGDFLyQ³6DQ-HUyQLPRGH%XHQDYLVWD´HO
1 de mayo de 1777 (Moreno 1993; Exbrayat 1996), congregando a casi un millar de
pobladores.
Hasta inicios del siglo XX, Montería era un poblado de poca importancia y sin ma-
yores desarrollos socio-económicos y urbanísticos (Núñez 2002); pero desde la se-
gunda década del siglo XX empezó un proceso de desarrollo importante, que incluye
la fundación de algunas empresas y la elevación a la categoría de municipio en 1923,
perteneciente al departamento de Bolívar. Luego, el auge más importante a partir de
la escisión del territorio de Córdoba como nuevo departamento, que asignó a Monte-
ría la condición de capital en 1952, permitió el despegue de un desarrollo urbano no-
table, junto con un crecimiento económico y demográfico que continúa hasta la ac-
tualidad (Núñez 2002).
De otro lado, Montería ha estado ligada tradicionalmente al río Sinú, desde su fun-
dación hasta nuestros días, como eje lineal de crecimiento urbanístico y de comunica-
ción y desarrollo económico. Esta relación íntima de la ciudad con el río hace parte
GH VX PHPRULD KLVWyULFD \ VHGLPHQWD XQ LPDJLQDULR ³HFR-FXOWXUDO´ TXH LQWHUSUHWD OD
ciudad y el río como una unidad (Restrepo 2007). Además, los monterianos sienten
un anclaje con hitos espaciales como la Parque de Bolívar y la Avenida Primera, y
reconocen a la ciudad como una ciudad verde, que la relaciona con el paisaje campes-
62
WUH\FRQFXHUGDFRQHODSHODWLYRGH³FDSLWDOJDQDGHUDGH&RORPELD´5HVWUHSR
'HRWURODGRODLGHDGH³SURJUHVR´DVRFLDGDFRQHOFUHFLPLHQWRXrbanístico hace parte
del imaginario social de la ciudad, en conIOLFWRFRQODLGHDGH³YLROHQFLD-SHOLJUR´TXH
afronta la ciudad en otro plano de las percepciones ciudadanas.
63
Figura 1. Localización de la ciudad de Montería y distribución espacial de espacios de consumo
64
Del total de las encuestas aplicadas, 117 lo fueron a mujeres y 88 a hombres, co-
rrespondientes a 57,1% y 42,9% respectivamente. En ambos casos coincide que la
mayor proporción de compradores se encuentra en edades menores a los 35 años.
Acorde con lo anterior, y según la Tabla 1, hay mayor número de mujeres comprado-
ras menores de 35 años, sumando un 62,4%, siendo la mayor proporción por género.
Edad
< 25 26-35 36-45 46-55 > 56 Total
Género masculino Recuent o 29 20 17 11 11 88
% de Género 33,0% 22,7% 19,3% 12,5% 12,5% 100,0%
% de Edad 43,9% 35,7% 48,6% 37,9% 57,9% 42,9%
f emenino Recuent o 37 36 18 18 8 117
% de Género 31,6% 30,8% 15,4% 15,4% 6,8% 100,0%
% de Edad 56,1% 64,3% 51,4% 62,1% 42,1% 57,1%
Total Recuent o 66 56 35 29 19 205
% de Género 32,2% 27,3% 17,1% 14,1% 9,3% 100,0%
% de Edad 100,0% 100,0% 100,0% 100,0% 100,0% 100,0%
De los mismos compradores se observa que la mayoría realiza menos de tres visi-
tas al mes a los espacios de consumo, resaltando nuevamente que las mujeres preva-
lecen como sujetos consumidores, siendo las que asisten con mayor frecuencia a acti-
vidades de compra. Quizás por la necesidad de adquirir productos básicos de alimen-
tación, aseo y ropa. La mujer como cabeza de hogar, es también el motor de consumo
que distribuye el ingreso en las compras cotidianas y regulares.
65
Esto demuestra que el salir de compras, independiente de que sea en grandes alma-
cenes, centros comerciales o tiendas de barrio, forma parte esencial de las rutinas dia-
rias, y que exige cierta planificación temporal y de gastos mensuales. Aquí no solo se
WUDWD GH ³FRPSUDU´ SRU GLYHUVLyQ R HQWUHWHQLPLHQWRVLQR SRUQHFHVLGDGGH DEDVWHFi-
miento de productos básicos de la vida cotidiana. Esto lo demuestran los datos de la
Tabla 2 que relaciona el género y la importancia del consumo como rutina de su vida
cotidiana. De los encuestados, el 58,9%, correspondiente a la población masculina,
considera poco importante el salir de compras, frente a 41,1% de mujeres. Y, el
39,4% son hombres los que consideran que es relativamente importante ir de com-
pras, pero el 60,6% de las mujeres comparten esta opinión. Finalmente, solo el 32,7%
de los que opinan que es muy importante esta actividad, son hombres, y el 67,3% son
mujeres.
Tabla 2. Relación porcentual entre género e importancia del consumo como rutina.
Tabla de contingencia Género * Importancia como ruti na
Pero algo que resulta interesante es la relación entre la importancia como rutina
diaria y grupos etareos, donde los más jóvenes comparten una opinión casi equitativa
entre considerar el consumo como rutina diaria o no, y a medida que la edad avanza,
66
se observar cómo se acentúa la opinión afirmativa, lo que plantearía que la población
adulta, y la adulta mayor, puede estar más rutinizada y es la población que provee de
los recursos financieros para el consumo.
De otro lado, parte de la importancia de las prácticas de consumo como rutina dia-
ria es el tiempo gastado en dicha actividad, y es de especial interés observar que en
los centros comerciales y grandes almacenes el tiempo gastado oscila entre 1y 3 ho-
ras, mientras en las calles comerciales y tiendas de barrios, el tiempo gastado es mu-
cho menor.
Los centros comerciales y grandes almacenes son entonces espacios que invitan al
consumidor a prolongar su estadía, y quizás sus gastos56RQ³VXSHUILFLHV´GHFRQVu-
mo que desarrollan otras temporalidades, i.e., el tiempo se relativiza y se percibe co-
PR³OHQWR´SRUODGLYHUVLGDG\HQWUHWHQLPLHQWRTXHVXSRQHHOFRQVXPLUHQXQFHQWUR
comercial, el flaneur, shopping R³YiWULQHR´
Existe otra relación evidente en las prácticas de consumo de los monterianos, entre
el estrato socioeconómico y el tipo de espacio de consumo. En la Tabla 3 se muestra
como las tiendas de barrio, calles y centros de mercado popular (zona céntrica de
Montería, mercado del sur y la calle principal al sur de la ciudad) son espacios de
consumo de los estratos 1, 2 y 3, siendo el 1 y 2 los que predominan. Los grandes al-
macenes incluyen además los estratos 4 y 5, donde el 3 y 4 predominan. Y, en los
centros comerciales, existe la participación de todos los estratos, incluyendo el 6, que
es el más alto, de clases privilegiadas económicamente.
5
En una prueba piloto de la encuesta aplicada en esta investigación, se preguntó por el dinero gastado en las
compras, pero las respuestas fueron evasivas por lo cual se decidió no comprometer la calidad y veracidad de
las siguientes preguntas, omitiendo esta pregunta.
67
Tabla 3. Relación porcentual entre tipología de espacio de consumo y estrato socio-
económico de los compradores
Sin embargo, es interesante resaltar que en los centros comerciales existe una par-
ticipación más o menos equitativa de todos los estratos, lo que hace de estos espacios
diversos un pivote gravitacional del consumo de la ciudad de Montería, aunque esto
no signifique que los estratos 1 y 2 realicen sus compras en estos espacios, pues cabe
UHFRUGDUTXHSDUWHGHODIXQFLyQGHODVQXHYDV³FDWHGUDOHVXUEDQDV´HVODGHO perfor-
mance, el entretenimiento al que confluye toda la ciudad.
En la Tabla 4 se puede observar que en los centros comerciales las razones de visi-
ta son variadas, pues el 27,8% asiste a ellos por cercanía (estratos 5 y 6, para Alame-
das y Plaza de la Castellana, y estratos 1, 2 y 3 en Suricentro), el 15,2% por los pre-
cios, el 20,3% por la comodidad, al igual que por la atención a los clientes, y el
16,5% por identificación y costumbre. En los grandes almacenes, la mayor parte de la
población lo hace por cercanía (31,9%), precios (42,6%) y comodidad (23,4%), elec-
ciones también compartidas por calles y áreas comerciales, aunque hay mayor con-
centración en cercanía (45,9%) y precios (40,5%). En las tiendas de barrio, por la
evidente cercanía a las casas, la razón predominante es la distancia con 51,2%, segui-
da de precios, 19,5%, y comodidad e identificación y costumbre, con 12,2% cada
una.
Cabe resaltar que los centros comerciales son los que más generan costumbre y/o
identificación a la hora de elegir el destino de compra, con un 65%, seguido de las
tiendas de barrio con 25%. Diciente en una ciudad que pasó de consumir en tiendas
de barrio, en donde persiste una conexión cultural, a abrirse paso en grandes superfi-
cies comerciales como centros comerciales, con una conducta de compradores carac-
terizada por más tiempo en las compras y frecuentes visitas.
69
Tabla 4. Relación porcentual entre tipología de espacios de consumo y razones de
elección.
Tabla de contingencia Tipo * Razones lección de l ugar de compras
Cuando se cuestionó acerca de los aspectos identificadores con dichos espacios re-
salta el hecho de que en los centros comerciales la amplitud y la exclusividad y ele-
gancia acaparan la mayor importancia. En los grandes almacenes son el orden y la
diversidad los aspectos identificadores predominantes. Las calles y zonas comerciales
comparten la diversidad En tiendas de barrio contrasta la importancia de la populari-
dad como elemento de identificación cultural seguido por diversidad.
70
Montería. Esto define las conductas o comportamientos de consumo por espacios y
tipo de objeto de consumo. Los alimentos es uno de los principales bienes y servicios
de consumo.
Las preferencias por espacios de consumo a partir de los alimentos o comida como
servicio son considerablemente diversas lo que muestra que toda la ciudad es un es-
pacio de consumo de alimentos, comidas rápidas y restaurantes para servicios más
formales.
Pero, cuando interesa observar los alimentos como productos, más no como servi-
cios, la preferencia se marca hacia tiendas de barrio y grandes almacenes. La tienda
de barrio se vuelve epicentro sociocultural del consumo popular, y tiene pleno sentido
en el ámbito de las ventas al por menor cada quincena, sobre todo en los estratos so-
cioeconómicos bajos. A diferencia de lo anterior, los estratos 3, 4 y 5 realizan estas
compras con mayor preferencia en los grandes almacenes de cadena presentes en la
ciudad, compras que hacen mensualmente en volúmenes suficientes para todo el mes.
Para el caso de los electrodomésticos se encontró que más de la mitad de los com-
pradores encuestados elijen los grandes almacenes de cadena como su espacio predi-
71
lecto para este tipo de objetos. Le siguen en importancia las calles o zonas comercia-
les de la zona céntrica de Montería, área reconocida tradicionalmente por especiali-
zarse en almacenes de electrodomésticos.
Es de anotar que referente a la compra de estos objetos de consumo, todos los es-
tratos socioeconómicos de la ciudad prefieren hacer estas compras en grandes alma-
cenes de cadena.
Los monterianos eligen los centros comerciales como estos espacios del tiempo li-
bre y del ocio, representados en cines, comidas rápidas y ligeras como heladerías y
demás, juegos infantiles, o el mismo espacio como plataforma de las interacciones
sociales.
Esto quiere decir que los centros comerciales aglomera la ciudad entera como un
espacio del entretenimiento, y se convierte en un ideal, donde los visitantes encuen-
tran lo que no ocurre en los hogares, en los sitios de trabajo, ni en las calles. Las im-
plicaciones sociales que se pueden derivar de esta circunstancia preferencial generali-
zada, otorga al centro comercial un potencial de poder orientador de la sociedad que
requiere investigación conductual.
/D ³HVSDFLDOLGDG´ VH FRQVWLWX\H HQ HO HVSDFLR YLYLGR SODQWHDGR SRU (GZDUG 6RMD
(1996). Es el sentido que los espacios adquieren social y culturalmente en los proce-
sos de interacción social, percepciones y rutinas en y con la materialidad e inmateria-
lidad de los espacios. Por tanto, cuando se habla de espacialidades de consumo se re-
fiere a las interpretaciones que, bajo la luz teórica, el autor hace de lo analizado a par-
tir de los datos y narrativas de los sujetos-ciudadanos entrevistados. De modo que
puede aproximarse a lo planteado por Max Weber (1969: 16-FRPR ³WLSRVLGHa-
73
OHV´ XQDV UHIHUHQFLDV R KHUUDPLHQWDV GH FRPSUHQVLyQ GH Oa realidad social, mas no
meras descripciones de la misma. Weber (1969) esboza una propuesta metodológica
que busca hacer inteligible la voluble y aparentemente caótica realidad social, a tra-
YpVGHPHFDQLVPRVKLSRWpWLFRVGHEDVHHPStULFDSDUDGDU³VHQWLGR´DWRGDVODVHYi-
dencias de los fenómenos socioculturales. Así como se han construido tipos ideales
FRPROD³FXOWXUDGHFRQVXPR´³FRQVXPLVPR´\³VRFLHGDGGHFRQVXPR´OD³HVSDFLa-
OLGDGGHFRQVXPR´HVRWUDKHUUDPLHQWDGHDQiOLVLVVRFLDOHVSHFLDOPHQWHGHOa geogra-
fía cultural del consumo que orienta esta investigación.
La espacialidad del consumo como un tipo ideal weberiano, es una forma de apro-
ximación universal, por lo menos conceptualmente, al hecho de que los hechos socia-
les relacionados con el consumo son posibles en un espacio atravesado por un habi-
tus, campos y temporalidades concretas. No pueden darse las prácticas de consumo
sin un escenario de relaciones sociales en un contexto socioespacial y temporal dado.
Esta dimensión inteligible es el argumento básico para considerar la espacialidad de
consumo como una herramienta de análisis, en este caso de la geografía del consumo
y, por extensión, de la geografía cultural en general.
De otro lado, se parte de la idea que Mansvelt (2005) propone acerca de la geogra-
fía del consumo, para explicar cómo y porqué la economía y la cultura, lo simbólico
y lo material, chocan, mostrando de modo complejo las expresiones del consumo en
el lugar; a la vez, relacionando los espacios de consumo con otros espacios y escalas,
haciendo un aporte crítico a la relación sociedad-espacio. Pero se debe asumir además
que las culturas simbólica y material son singulares, a pesar de las formas homoge-
neizadoras de los procesos de transculturización históricos y contemporáneos. La cul-
tura es contextual, tiene rasgos propios que la dotan de significados únicos. Pero es
intersubjetiva, es un hecho social, producido por las múltiples relaciones sociales ob-
jetivizadoras del universo simbólico subjetivo. Esto hace que una cultura, una socie-
dad y unos espacios de consumo sean contextuales, i.e., tiene coordenadas sociocultu-
74
rales, que pueden reproducirse y se pueden encontrar en otros contextos, con diferen-
cias y particularidades, más no únicas.
A pesar de este testimonio, los centros comerciales son verdaderos universos sim-
bólicos al permitir la entrada como consumidores efectivos de bienes y servicios, pe-
ro también consumidores simbólicos de marcas. Una marca de un producto es tam-
bién una marca social como ya se comentó en el capítulo anterior, pero que podemos
resaltar como un elemento de distinción social, que define identidades (pero también
³RWUHGDGHV´HVGHFLUDTXHOORVTXHQRVRQ³PDUFDGRV´-RKDQQD\FDPLOR(entrevista-
dos durante la investigación) confirman lo anterior.
Detrás de esta exclusión en/de los espacios de consumo, permanece como matriz
social que estructura dichas relaciones socioeconómicas y espaciales, los habitus que
Bourdieu (1989a) reclamaba como mecanismos de distinción. Estos habitus objetivan
las estructuras sociales de clases, representadas en el acceso y capacidad de consumo
por estratos socioeconómicos, pero también hace referencia a la subjetivación por
76
parte de los consumidores, de esta misma condición, i.e., es la conciencia de su posi-
ción social dentro del mundo del consumo. La sociedad de consumo en Montería, se
articula por los habitus como formas de estructurar las relaciones socioeconómicas, y
de generación de mecanismos de percepción de los espacios de consumo.
A lo anterior se suma que en los espacios de consumo existe una violencia simbó-
lica que expresa una tensión natural de las relaciones sociales, lo que genera los espa-
cios sociales que Bourdieu (1989a) llama campos. Esta interacción como un juego,
disputa la apropiación de las formas de comunicación de distinciones sociales. En los
espacios de consumo se puede referir a que en los espacios existen marcas tipo mar-
cas mercantiles y marcas por estratificación social. La forma en que los consumidores
se incrustan o rechazan los espacios de consumo son campos sociales que denotan las
tensiones de las relaciones sociales. Por tanto, en los espacios de consumo de la ciu-
dad de Montería, juegan un papel importante los posicionamientos sociales por estra-
tificación socioeconómica, que definen la exclusión del consumo, como habitus, y las
interacciones sociales producidas en la misma exclusión socioespacial del consumo,
como campo o espacio social al estilo bourdiano. Lo anterior se sintetiza en una frase
SURQXQFLDGDSRUXQRGHORVHQFXHVWDGRV«los grandes almacenes y centros comer-
ciales no son para poEUHV«
Lo anterior es corroborado por Camilo, de 28 años, al enunciar que aquí son cosas
GHPDUFDV«lo cual asigna al centro comercial Alamedas un carácter distintivo por ser
XQHVSDFLRGH³PDUFD´FRQHOOH[HPD³aquí´DWUibuyendo un significado inmaterial y
simbólico al dicho espacio como punto de referencia social e identitario. Además,
este centro comercial queda ubicado en el norte de la ciudad, connotación espacial de
no pocas ciudades donde el norte es asociado con el sector exclusivo de estratos so-
ciales altos, o de entretenimiento y GLYHUVLyQQRFWXUQDWLSR³]RQDURVD´(VWRVHDMXVWD
a las referencias de distinción y exclusividad espacial del consumo en la ciudad de
Montería. Y, de igual modo, el sur de las ciudades, se asocia a peligro y pobreza, que
puede ejemplificarse con el testimonio de Juan Carlos, joven de 19 años entrevistado
en Suricentro, cuando dice que allá afuera a veces es peligroVR«El allá usado como
una metáfora espacial que ayuda a definir un posicionamiento geográfico, a la vez
que social. Connota una posición relativa de seguridad brindada por el centro comer-
cial Suricentro, un enclave de protección y de distensión.
Ese carácter simbólico representado en los discursos y las percepciones de los ciu-
dadanos es complementado por el consumo de objetos, i.e., un consumo de la cultura
material. Aunque la materialidad de los espacios es inherente a su carácter físico, en
la arquitectura se evidencia y conjuga la distinción de los espacios. Los centros co-
merciales de Montería: Alamedas, Plaza de la Castellana y Suricentro (fig. 2, 3 y 4
79
respectivamente) se distinguen por sus arquitecturas modernas de impacto visual,
comunicando una oferta física material y a la vez simbólica de distinción socioespa-
cial.
80
Figura 4. Centro comercial Suricentro.
81
.
Pero, contrario a los dos escenarios anteriores, las calles, zonas o áreas comerciales
se desarrollan sobre un espacio social y físico incrustado en la misma trama urbana,
82
pertenece de modo directo a la ciudad, son espacios públicos. De modo que no po-
seen estructuras materiales regulares y depende de las formas en que se han aglome-
rado almacenes y zonas de comercio formal e informal. Éste último es un aspecto
fundamental para aproximarse a las dinámicas de consumo de muchas ciudades del
orbe, y especialmente de ciudades latinoamericanas. Los comercios informales de
ventas permanentes o semipermanentes en calles comerciales, se concentran en la
zona cénWULFDGHODFLXGDGUHSUHVHQWDGRVHQ³SXHVWRV´GHYHQWDGHDUWtFXORVYDULDGRV
que incluye comida, ropa, electrodomésticos, misceláneas, y demás objetos de co-
mercio ambulante.
83
Figura 7. Zona céntrica y comercial de Montería Figura 8. Mercado del sur, Montería.
Las espacialidades del consumo son construidas a partir de las prácticas espaciales
de consumo y las rutinas de compra diaria, semanal y mensual, para adquirir bienes y
servicios básicos de la vida cotidiana. La empirización del tiempo consumido en las
prácticas y rutinas de consumo, es también el tiempo las temporalidades del consu-
mo. Las horas gastadas en el consumo material y simbólico hacen fluir rutinas y prác-
ticas espaciales de consumo, y constituyen el primer espacio de Soja, el espacio em-
pírico material producto de las prácticas y rutinas de consumo. Pero no puede ser sin
las motivaciones dadas por las percepciones y preferencias de los espacios de consu-
mo, por el consumo inmaterial, por el universo simbólico presente en los actos de
consumo. Es el espacio imaginario o segundo espacio que tributa al espacio de las
vivencias, integrado por los habitus, los campos, la materialidad, los universos simbó-
licos, las identidades y temporalidades del consumo descritas en páginas anteriores.
Las espacialidades del consumo de la ciudad de Montería definen entonces las di-
námicas socioculturales de identificarse, cosificarse, rutinizarse y temporalizarse en
un tejido que el Homo geographicus construye para poder existir. Quizás Soja llama-
86
ría a las espacialidades de consumo el tercer espacio del consumo. El terciar para di-
ferenciar (Soja 1996) es una forma de ser en algo que no es, es existir en un simula-
cro, en una hiperrealidad, es existir en una heterotopía, en el consumo.
87
CONCLUSIONES
Cabe resaltar del estudio presentado un tema emergente que merecería especial
atención en futuras investigaciones, y es lo referente a los espacios de consumo in-
formal, dada la importancia de esta actividad económica ya literalmente endémica en
nuestros contextos urbanos. La informalidad en las prácticas y economías de consu-
mo construye coetáneamente espacios informales del consumo. Los mercados y esta-
88
blecimientos informales transitorios o permanentes, generan una dinámica de consu-
PR DO ³PHQXGHR´ R DO SRU PHQRU FDUDFWHUtstico de muchas ciudades del mundo, a
través de las ventas en la calles, los Carboots, puestos ambulantes y ofertas miscelá-
neas. Es un síntoma muy expresivo de las economías urbanas latinoamericanas con
dinámicas muy activas de crecimiento urbanístico y económico. Parte del dinamismo
de las ciudades intermedias es la ampliación de su capacidad de consumo y la combi-
nación de formas de consumo, desde las superficies comerciales tradicionales como
los grandes almacenes de cadenas, almacenes, tiendas y centros comerciales, hasta las
formas de economías informales en espacios de consumo nómadas que se mueven
por la ciudad siempre buscando ofertas transitorias. El estudio de esta forma del con-
sumo debería ampliarse en futuras investigaciones y constituye una preocupación del
autor como futuro eje de reflexión y práctica investigativa.
Los centros comerciales de Montería son ahora sin duda el pivote sociocultural del
FRQVXPR\ODLQWHUDFFLyQ$OOtVHFRPSDUWHODH[SHULHQFLDGHOHQWUHWHQLPLHQWRHO³Yi-
WULQHDR´ OD GLVWHQVLyQ OD SDVDUHOD H LQWHUDFFLyQ Vocial, el anhelo de la moda como
forma de anclaje a estos espacios. Los cenWURVFRPHUFLDOHVFRPRORV³DFRUD]DGRVGHO
FDSLWDOLVPR´RODV³QXHYDVFDWHGUDOHVXUEDQDV´SDVDQDVHUXQHVSDFLRSDQySWLFRLn-
vertido, un espacio que es observado por todos porque en eso radica su naturaleza
pública que encumbra el control social a través de la dominación ideológica de la
moda. Un panóptico invertido es un espacio en el cual todos están presentes, con sus
subjetividades e historias, y al mismo tiempo es un espacio que construye y hace par-
te de los imaginarios urbanos.
89
Este carácter de centro de poder sociocultural de las ciudades, permite que sea ob-
MHWRGHGHVHR\KHGRQLVPRXQHVSDFLR³IHWLFKH´GHOFRQVXPR8QHVSDFLRTXHUHIOHMD
las conductas, percepciones y construcciones sociales de un mundo líquido y fugaz-
mente transitorio. De modo que los centros comerciales deben renovarse o reciclarse
para sujetar, irónicamente, las identidades transitorias de los consumidores ciudada-
nos.
Las espacialidades de consumo son las formas en que el consumo como hecho so-
cial, se vislumbra en el espacio. Son reflejos de las subjetividades y objetividades del
fenómeno del consumo urbano, y particularmente de Montería como laboratorio geo-
gráfico. De un lado, dichas espacialidades son construcciones objetivadas a partir de
los datos analizados en la investigación, que muestran comportamientos en aspectos
sociales del consumo, como las conductas y comportamientos, rutinas, percepciones,
estratificación socioeconómica y otras variables de interés en esta temática. Y, de
otro lado, las espacialidades son planteadas como derivaciones teóricas de la literatu-
ra revisada, en la cual se sugiere que el consumo debe su complejidad a la materiali-
dad de los objetos de consumo, pero, sobre todo, al carácter simbólico consturido al-
rededor de estos objetos, al punto de consideUDUVH XQD ³YLGD VRFLDO´ GH ORV SURSLRV
objetos que se consumen. Todo ello mediado, por supuesto, por un contexto socio-
económico que diferencia la forma de consumo de los grupos sociales. Pero este con-
sumo, material y simbólico, posee al unísono una dimensión temporal que advierte de
las rutinas de consumo, i.e., un tiempo dedicado al consumo, y el consumo del tiempo
en compras como otra forma misma de consumo. Ante esto, las espacialidades se
constituyen como otra coordenada sociocultural del consumo, desde el hogar como
90
lugares íntimos de consumo por tele ventas, tiendas de barrio en cada esquina de la
ciudad, calles y zonas comerciales, almacenes de cadena y los centros comerciales.
La ciudad de Montería, como todas, se vende y se consume. Por tanto, estas formas
de construir espacios de consumo, y toda su carga sociocultural, están caracterizadas
por los siguientes sentidos, susceptibles de universalización.
Las espacialidades de consumo existe una exclusión social muy marcada, estratifi-
cada y excluyente, en las posibilidades de acceso a los bienes y servicios. Las posibi-
lidades económicas se definen por su posicionamiento social en la división social del
trabajo y en las mismas relaciones sociales, en habitus bourdieano. Pero, además de
la exclusión socioeconómica, existe una exclusión sociocultural de espacios de con-
sumo fetiches como los centros comerciales, al objetivar, por procesos de socializa-
ción, imágenes y percepciones que permiten entrar y salir a los consumidores de estos
espacios imaginarios del consumo, solo como espectadores del artificio de la moda y
las marcas que también son sociales. De modo que hay grupos y personas que cargan
atuendos y accesorios de marcas famosas, y muestran de manera opulenta un cuerpo
de marca; y esto ocurre en centros comerciales donde se ofrece la posibilidad de
identificarse con la moda y las marcas. Aquí es donde radica la otra exclusión, la de
la promesa y el anhelo que estratos socioeconómicos bajos nunca podrán acceder.
Este juego de los posicionamientos que otorga el habitus, se contextualiza en el cam-
po, como la pugna de fuerzas ejercidas desde las posiciones socioeconómicas.
Como se acaba de anotar, en las espacialidades del consumo está presente una car-
ga simbólica, los espacios están marcados por símbolos y significados de distinción,
exclusividad, pero también de exclusión social. Además, el performance de la vida
transitoria del comercio genera imágenes de espacios líquidos, al estilo de Bauman,
en donde se puede disfrutar del ocio nómada que deambula por los centros comercia-
les buscando gastar el tiempo libre en las variadas ofertas de bienes y servicios de los
espacios de consumo. Al final, los sujetos son consumidores de símbolos como nom-
91
bres de restaurantes, de tiendas de ropa, de marcas de accesorios para el cuerpo y de
los lugares.
92
Se evidenció una notable relación entre los estratos socioeconómicos y los espacios
de consumo, en la cual, las tiendas de barrio, calles y centros de mercado popular (ca-
lle principal al sur de la ciudad, zona céntrica de ciudad y el mercado del sur) son es-
pacios de consumo donde predominan como clientes habituales los estratos 1, 2 y 3.
Compárese con los grandes almacenes, donde predominan los estratos 4 y 5, pero in-
cluyendo un gran presencia del estrato 3. En los centros comerciales participan todos
los estratos, incluyendo el 6, aclarando lo siguiente: los estratos medios y bajos asis-
ten a los centros comerciales como visitantes pero no implican que sean compradores,
en comparación con los estratos altos que si son efectivos consumidores de productos
y servicios que ofrecen los centros comerciales de Montería.
De otra parte, esta vida fugaz de las mercancías también se expresa en las identida-
des socioculturales transitorias de la sociedad de consumo. Las espacialidades de
consumo adquieren sentido en esta capacidad de crear identidades de paso o transito-
rias en los sujetos consumidores, en las personas que perciben y experimentan senti-
mientos de arraigo e identidad con estos espacios de consumo. Espacios de identida-
des transitorias. Espacialidades de un consumo líquido y transitorio.
93
De otro lado, parte de la identidad de los consumidores con sus espacios de con-
sumo lo dan las rutinas de las prácticas de consumo. El tiempo invertido a diario, se-
manal o mensualmente en compras, hace que estas prácticas de consumo se convier-
tan en parte de la vida cotidiana, lo que sedimenta con el tiempo y con la interacción
con otros sujetos las identidades subjetivas y colectivas con hipermercados, centros
comerciales o tiendas de barrio. Por tanto, las temporalidades del consumo hacen par-
te constitutiva de las espacialidades de consumo.
Lo anterior demuestra por lo menos tres cosas. Uno, la ciudad manifiesta una de-
manda alta de bienes y servicios, aunada a una creciente capacidad adquisitiva capaz
de sostener una oferta variada y abundante por grandes almacenes y centros comer-
ciales. Dos, el consumo como hecho socioeconómico es un eje vertebral de la socie-
dad monteriana y de la ciudad. En otras palabras, la ciudad de Montería se está defi-
niendo económica y socialmente como una ciudad de consumo. Una ciudad que es
dinámica comercialmente y con un fluido consumo de bienes y servicios variados. Y,
tres, este dinamismo comercial jerarquiza la ciudad a nivel regional, como centro
urbano proveedor de funciones asociadas al comercio y los servicios. La ciudad se
convierte así en un centro regional de consumo. Pero también está influyendo noto-
riamente a nivel interno en las transformaciones urbanas asociadas a valorización del
suelo, construcción residencial anexa a estas superficies comerciales, el propio dina-
94
mismo del paisaje urbano de una ciudad comercial con grandes infraestructuras dota-
cionales de la actividad comercial y del consumo.
Estos hechos pueden ser muy expresivos de ciudades intermedias como la que se
ha estudiado, que se transforman rápidamente por la fuerte influencia del comercio y
los servicios. De este modo, este trabajo geográfico demuestra la importancia y perti-
nencia del tema y enfoque explorados para entender los cambios urbanos y sociales
en honesta transformación de fuerzas globalizadoras de todo tipo. Un tanto de refle-
xión teórica y metodológica para el abordaje de este complejo fenómeno geográfico,
social y cultural, junto a una intuición investigativa que resultó más que acertada y
pertinente, justificaron el esfuerzo.
96
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