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La Caballería
Espiritual
UN ENSAYO DE PSICOLOGIA PROFUNDA
Carlos X. Blanco.
Carlos X. Blanco: La Caballería Espiritual. 2
Prefacio
Por supuesto, cuando el cuerpo está dolido es preciso tomarse una pastilla,
acudir al doctor. Si el dolor afecta al alma, la cosa se complica. Tu alma puede
verse alterada por disfunciones del sistema nervioso, por el estrés social del
medio que te rodea. Hay factores congénitos y experiencias negativas que se
pueden tener en cuenta para el alivio de una dolencia, para la sanación de
aquello que funciona mal, en suma, para cuanto forma parte de lo que en
medicina y psicología llamamos enfermedad. Acude al especialista, cuando en
esa categoría te sientas incluido, la categoría del enfermo.
Pero tanto si estás enfermo (¿y quién no lo está, en algún grado?) como si no,
es de todo punto esencial que te hagas una pregunta. ¿Has pensado alguna vez
en el crecimiento? ¿Has enumerado en algún momento los factores que
recortan tu vida, que te menguan como ser íntegro y pleno? Si lo has intentado
alguna vez, ya te hallas a un paso del comienzo. La carrera del crecimiento.
Pero ¿en qué consiste semejante cosa? ¿Crecer? Tu ves que tus hijos crecen,
física y mentalmente. Eso es lo normal, la lógica de la vida siempre incluye una
dinámica del crecimiento. No confundas crecimiento con aumento del tamaño.
Este aspecto físico y espacial tan solo es una manifestación externa de las
cosas, que con toda lógica y bajo fines que se nos escaparán siempre,
constituyen la vida y el universo. Pero en tus hijos, o si no los tienes, en los
niños en general, se observa que desde su etapa de simples células, desde su
estado embrionario, como bebés o como mozalbetes, en ellos acontece un
sinfín de variaciones en su cuerpo y en su alma. Se transforman drásticamente
antes de que tu, como observador externo, te llegues a dar cuenta de tales
cambios continuos. La cantidad se transforma en cualidad. Crecer es cambiar
en cualidad, regenerarse bajo la forma de un ser nuevo. Crecer es tomar el
camino de la mutación, ser más amplio, mutación de uno mismo en nuevas
especies y nuevos géneros. Mutación desde uno mismo, para uno mismo.
No hace falta que te explique en qué clase de mundo vivimos. Tú, mi lector,
creo que eres ese ser humano normal y corriente, que vive envuelto en un
sinfín de prisas, agobios, compromisos. ¡Qué mundo! Apenas ese mundo nos
deja unos minutos para el encuentro del yo consigo mismo. No hay ratos para
ti, instantes en los que hacer las paces con el pasado, ordenar tu caos cotidiano,
proyectar un futuro feliz y razonable. El reloj parece tu tirano, pero el reloj
carece de culpa. La sociedad entera ha empleado ese instrumento del diablo
para tenernos apresados. Si creaste una familia, o bien dependes de ella, sientes
que tu individualidad se diluye en cargas, tareas, ocupaciones. El trabajo llena
el calendario, domina por completo la agenda, y el hogar solo se te representa,
las más de las veces, como un lecho y una oscuridad en la que poder
desaparecer unas horas. Vendrá luego el grito horrible del despertador, y vuelta
a empezar. No hay tiempo en tu vida para lo más sagrado, tu yo y ese mundo
que un día comenzó a orbitar en torno a ti. Pero en las más variadas religiones
lo que se dio en llamar mundo resultó ser un trasunto del diablo. El mundo más
o menos infernal que creemos que se nos vino como algo dado, es el infierno
que nosotros mismos nos hemos hecho. El mundo lo has hecho tú, querido
amigo. Eres un demiurgo (un “artífice”, en griego). Por supuesto hay unos
materiales previos, un barro que accidentalmente te viene ofrecido por las
circunstancias. No elegimos nacer en un país o en otro. Nadie te ofreció vivir
en tal siglo o en tal periodo determinados. No hemos escogido a nuestros
padres ni el color natural de nuestra piel o de los cabellos. Pero con los barros y
materiales externos nosotros somos los verdaderos creadores de un mundo
interior, el mundo de la vida que gira a nuestro alrededor y que, una vez puesto
a andar, necesitará atenerse a la lógica universal.
Una persona bonachona y simple, tendrá quizá por diablo, es decir, por mundo,
un simple y travieso espíritu burlón. Un ser humano retorcido y que no se ama
a sí mismo, vivirá en el más dantesco de los infiernos, y no tendrá por
enfermedad más que su propia esencia, su propio ser. La peor enfermedad es
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La estrategia de Pulgarcito
Solo deseamos lo que añoramos. Con el paso de los años te vas dando cuenta,
incluso si aún eres muy joven. Tu edad de oro, tu paraíso perdido, la infancia
feliz, la casa o el país donde te criaste y donde una vez fuiste feliz: todo eso te
es necesario de una forma absoluta. Y es que el hombre es un animal
desarraigado, y por ese mismo motivo trascendental, necesita tener raíz. El ser
humano es el animal de las encrucijadas y de la dialéctica. Lo que nos falta
siempre estuvo con nosotros. Se sepultó, se olvidó. Conocer, como ya
advirtiera el gran Platón, es ante todo rescatar. Y si precisáramos de ejemplos,
echa una ojeada al mundo de los sueños. ¿Cuántos seres queridos que ya están
muertos y enterrados se te aparecen en sueños para entrar en un plácido diálogo
con tu yo?. No lo dudemos: mientras se aparezcan en tu conciencia dormida,
están vivos. Hay una laguna Estigia que separa su mundo del inconsciente
mundo tuyo. Las palabras de amor o comprensión que te faltaron cuando ellos
estaban en vida, ahora se las puedes comunicar por medios oníricos. Tu
inconsciente sigue ofreciendo oportunidades para el diálogo con ellos. Un
diálogo con los muertos que, en lo más hondo, no se diferencia del vulgar
contacto con los vivos. Esencialmente los otros son tú. Lo que ellos te dicen, lo
dice una parte de ti. Y lo que tú les cuentas te lo cuentas a ti mismo. Eso no
quiere decir que el solipsisimo, es decir, la concepción metafísica según la cual
el mundo se reduce a tu conciencia encapsulada, sea un punto de vista correcto.
Tan solo indicamos que la vida es uno mismo, ante todo, sin negar otras
existencias. Y también, lo repetiremos aquí, se te quiere enseñar que los
problemas del mundo, o mejor decir, el mundo mismo, son el demonio.
El Maestro Viajero
¿Quién enseña estas cosas? ¿Un filósofo? ¿Un Maestro Espiritual? El autor de
este librito, quien te habla, solo es un transmisor. Imagina, para no dar del todo
la verdad, ya que la verdad nunca debe ser entregada de golpe, imagina -te
digo- que un Maestro Oriental enseñó ciertas verdades a un reducido grupo de
iniciados. Era hombre avezado a las teologías asiáticas, pero también contaba
con una sólida formación académica occidental. Tras mucho sufrimiento
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Otro grupo está convencido de que esos seres ya han venido a la Tierra. Las
naves estelares, los platillos volantes aterrizan en este planeta con mucha
frecuencia, casi a diario. Dicen algunos que esto sucede al menos desde los
tiempos de la Atlántida. Están con nosotros desde siempre, lo que es como
decir “ellos son nosotros”. El mensaje es claro, y consiste en restablecer un
equilibrio: no estamos solos. La soledad resulta insoportable.
Y también están los que aman a la Tierra, sin más, a esa gran abstracción que
es la Naturaleza. Activamente, como ejércitos a la defensiva, bucólicamente,
como poetas refugiados en el rumor de los bosques y lagos, siguen buscando a
su dios.
El Maestro Viajero nos dejó, y yo me puse a caminar. Una vida corriente, una
existencia anónima, un domicilio bastante estable y una profesión vulgar... Y
sin embargo, toda mi vida se tiñó de una especial coloración. Los demonios
comenzaron a hacerse más visibles, nítidos. Las neurosis, los complejos, las
preocupaciones, todo aquello que tenga que ver con la inseguridad. El Viaje es
destructivo en gran medida. Consiste en acabar con todo ese género de basura.
La Gran Búsqueda
Mira a tu alrededor. Seguro que hay cosas que aprecias en tu casa. Algún
recuerdo, algún regalo o detalle heredado de quienes quisiste o todavía te
quieren. Mira en tu entorno: incluso si estás solo ¿crees que lo estás
verdaderamente, de forma absoluta? El problema de las sociedades modernas,
es cierto, consiste en engendrar las llamadas “muchedumbres solitarias”. Nos
apretujamos en un metro, en un estadio de fútbol, en un atasco. Pero nos
sentimos solos rodeados, como estamos, de cuerpos de otros seres humanos.
Pero es una soledad querida por nosotros, aunque lleguemos a detestarla.
¡Cuántos han descubierto que la locura colectiva llamada soledad se cura
rompiéndola, abriéndose! A la persona tímida, le hace falta valor, desde luego,
pero una vez dado el paso, se rompe el hechizo.
¿Se puede predicar el amor? Esto lo han intentado las religiones. Que en las
personas haya frialdad significa, precisamente, cerrazón a la prédica amorosa.
Quizá el amor mueva, como se suele decir, el mundo. Pero lo único que derrite
la frialdad es el análisis. Sólo descubriéndose cada uno a sí mismo, y sintiendo
una enorme curiosidad por los seres que te rodean se puede deshacer el
encantamiento. La atención es la facultad privilegiada a este respecto. El
Maestro Viajero estuvo, en cierta ocasión en que fui a su casa a visitarle, cerca
de dos horas observando el trajín de las hormigas que le acompañaban en la
terraza, una calurosa tarde de primavera. Sus ojos reían ante tantas idas y
venidas. No hace falta ser entomólogo para querer ponerse unas lentes de
aumento y ver las grandes pequeñeces que nos rodean. ¡Cuánto no habría
avanzado la humanidad si las universidades y los colegios, con tantos estériles
procedimientos, no hubieran aplanado la innata curiosidad de los niños! . Fíjate
en los niños, esos seres que también pueden observar durante horas las más
insignificantes criaturas del jardín, o las más diminutas estrellas del
firmamento! Ellos todavía no han aprendido conceptos para matar su atención
y curiosidad.
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Atender y ser curioso es una forma de amar lo que nos rodea. Forma parte de la
vida, que ama la vida. En ocasiones, el concepto es la muerte de la vida
exploradora. La mente curiosa es juguetona, gusta de ir lejos y explorar
mundos nuevos. La estructura social, fría como hemos dicho, mata todo tipo de
inclinaciones. La escuela y los programas burocratizados se encargan de ésta
asfixia. Las mentes estériles sólo pueden aprender a partir de plantillas
socialmente creadas. La ciencia moderna no ama ni está viva.
Jung sostiene que la psique es de una amplitud infinita. El hecho de que otros
conceptos de idéntica infinitud, como el Cosmos o Dios, sean candidatos a ser
coextensivos con la psique misma no puede ser casualidad. La psique ab
origene es el Cosmos mismo y la Divinidad misma, como ya intuyeron grandes
filósofos y místicos del pasado. En comparación con tal infinitud, nuestra
reducida parcela de luz, el yo consciente, viene a parecerse a esa farola del
conocido chiste del borracho que busca en plena noche sus llaves perdidas.
Haciéndolo únicamente dentro de círculo iluminado por la farola de la Ciencia
lleva a cabo un verdadero sin sentido.
El Maestro Viajero me dijo en una cierta ocasión: “en mí está Todo”. Acto
seguido me habló de la teoría de las Mónadas del filósofo Leibniz. La
posibilidad de que, no ya en el mar, sino en el simple estanque del parque
donde charlábamos, se escondiera una infinidad de seres vivos. Visibles e
invisibles. Además de hermosos cisnes y patos, y demás criaturas vivientes que
son compañeras palpables de nuestra existencia humana, habrá que contar con
millones de seres diminutos, incluyendo los microorganismos, que por doquier
posibilitan y acompañan la existencia de las criaturas más grandes. Pero es que
en una simple gota de agua puede acontecer justamente lo mismo. Esa gotita es
ya un cosmos viviente, un hervidero de infinitos seres que nos pueden saludar
desde el otro lado de la lente de un microscopio. La verdadera Ciencia, me dijo
el Maestro Viajero, no es patrimonio del racionalista estrecho actual que se
empeña por hacer encajar los fenómenos en sus esquemas pre-establecidos, en
sus “niveles de análisis”. La verdadera Ciencia, como ya afirmó Aristóteles, no
otra cosa es salvo Admiración y búsqueda de lo Universal. La gota de agua
bullendo en vida es el Cosmos. Mi ser, tan grande, qué digo grande, tan infinito
como es, apenas puede comprenderse salvo como Mónada de otras Mónadas
desbordantes.
Somos plantas
.
Es cierto. Ya no he vuelto a pasar de largo ante un viejo roble. Pongo más
atención en la belleza de una hoja seca, caída por el viento. Me admiro de la
brizna de hierba verde que pugna por salir entre las grietas del asfalto de una
gran ciudad. La sanación y el crecimiento forman parte de la vida. Son
procesos inherentes a la vida misma. En el ser humano, y más en el ser humano
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Una civilización surge de una fuente, que es una cierta cultura clásica que pudo
conocer su muerte precisamente por éxito. Una cultura en forma, como decía
O. Spengler, por ejemplo la grecorromana, cuyos sólidos cimientos se
generalizaron hasta llegar a rincones del mundo y contextos bien diferentes a
sus raíces. Jefes tribales africanos ciñendo coronas reales o imperiales al estilo
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Sanación y crecimiento
Arquetipo que el tiempo, el olvido, la futilidad del día a día ha podido dejar
enterrado. Todos podemos ser arqueólogos de nuestro propio ser, y desenterrar
gustosos lo que más brilla y más vale en lo oculto de nuestra alma. Pero
¡cuidado!, allá abajo también se agitan monstruos desconocidos, seres
adormecidos que pueden un día despertarse y llevarnos con ellos hacia lo más
profundo. No pocos genios, que se sintieron Demiurgos (Artífices, en el sentido
de Platón) acabaron siendo arrastrados hacia los niveles inferiores de su ser.
Sucumbieron a la locura y al desgarro. En realidad, descender al Inconsciente
Colectivo sin tomar las debidas precauciones es algo así como pretender cruzar
a nado un océano, o descender a una fosa marina sin instrumentos especiales.
Que la vida psíquica es compensación, ante todo, fue muy bien visto por el
discípulo díscolo de Freud: Carl G. Jung. Ante todo, el yo que creemos ser
fundamentalmente, no es mucho más que el vértice de un cono cuya base es
infinita. Esto hay que explicarlo así debido a que Jung introduce un
Inconsciente Colectivo por debajo del Inconsciente Personal. Y este depósito
activo se identifica, a mi entender, con el universo en su conjunto. Es la cara
psíquica de toda la naturaleza infinita, entendida como sistema de seres físicos.
Por esto, el yo se podría comparar con la torre o pináculo de una casa que,
efectivamente, posee niveles más bajos, pre-conscientes, subconscientes y
finalmente el inconsciente personal (descubierto por Freud, pero ya intuido por
filósofos como Leibniz, Schelling, Schopenhauer). Pues bien, tal y como
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Únicamente la Tradición es
revolucionaria
Alguna de sus criptas quizá conserve estructuras de lo que fue una pequeña
iglesia prerrománica. Después llegan los añadidos del románico, la enorme
ampliación vertical del gótico. Y en pleno renacimiento y barroco, los nuevos
tiempos dejan su impronta, desdibujando su anterior aspecto innegablemente
medieval. Eso es crecimiento. La vida de una persona consta de un número de
etapas de muy desigual longitud. Algunas de ellas se hunden en la oscuridad
casi animal de la infancia. Todo en ellas en dependencia, fusión absoluta con
un vientre materno que todavía concentra en realidad el Universo. Después
viene el despliegue. El yo normal que se despliega, que extiende sus tentáculos
sobre el resto del medio físico y social y lo explora, lo construye, lo recrea,
pues hacer eso es la única clave de la realización del propio yo. Sin embargo,
como veíamos en el capítulo anterior, el edificio de nuestra vida siempre
contiene unos sótanos y unos gérmenes que nos ponen en contacto con el no-
yo. Si denominamos no-yo al Universo, que por medio de nuestra madre nos
trajo al ser, o si le damos el nombre de Inconsciente, en cualquier caso nos
hallamos ante el problema de la individuación, de la Separación a partir de una
matriz cuya extensión y profundidad abarca el Todo.
Una vez, el Maestro Viajero charlaba con un joven discípulo, aquejado de esa
suerte de problemas que suele recibir el nombre de “eróticos”. El Maestro le
recordó que el Eros de los griegos, el de Platón era, básicamente, una fuerza
unitiva de rango cósmico. El instinto de unión carnal que experimentamos los
seres humanos debe verse siempre como instinto de unión espiritual, la única y
verdadera unión. La unión más brutal y deshumanizadora, como la que puede
hacerse con instinto sádico o en el contexto de la prostitución, no es más que
un “vaciado” o desviación de la plena unión, de la cual la carnal es sólo una
subespecie o un aspecto del Todo. “No es la pulsión la que habita en ti” –le
dijo entonces el Maestro. “Muy al contrario, tu habitas dentro de la Pulsión,
ella te arrastra y tu carne se deja llevar. El objeto al que te ha de conducir
dependerá de cómo procedas en la navegación. Si amas de verdad con
nobleza, si te olvidas del cascarón de tu barco y piensas que lo de veras
resulta importante es el puerto, esa unión es noble y verdadera”.
deben ser favorables. Ese objeto, ese puerto al que anhela llegar el marinero es
una persona, en muchas de las ocasiones. Un ser que nos espera, acaso lo hacía
desde antes de nacer y sin ninguna conciencia de una tal espera. Acaso, es el
cosmos entero el que aguarda una respuesta de nosotros. Un pequeño jardín
olvidado que espera de tus cuidados. Barre sus hojas, quita las zarzas y
enredaderas. Dale agua y sol a sus rosales. Quién sabe cuántos huertos esperan
de ti una dosis pequeña de belleza. Se puede volver a descubrir a los tuyos, que
los tienes ahí tan cerca. Cuando el Maestro Viajero hablaba de puertos donde
atracar, con ello no se estaba refiriendo exclusivamente a seres lejanos y
difíciles de alcanzar. Los folletines románticos suelen hablarnos de amores
imposibles, pero ¿qué hay de los posibles, de los cercanos, de los que esperan
de uno cuando menos la sonrisa y la caricia que, no pocas veces, separan la
tenue frontera entre el suicidio y las ganas eufóricas de vivir siempre?
de nuestra vida. Pero sólo podemos agotar en acto las posibilidades que ya nos
venían trazadas de antemano.
Vive el Destino
No otra cosa es el Destino, el fatum. Como decía San Agustín, Dios es ajeno a
la sucesión de acontecimientos en el tiempo. Que nuestra mente distinga el
antes, el ahora y el después, sólo obedece a una limitación intrínseca de este
órgano humano. Para Dios todo fenómeno es co-presente. Cuando un teólogo
cristiano alude a la Providencia, tal palabra viene a ser otra manera de
denominar esa simultaneidad esencial de todas las cosas desde un punto de
vista supremo, omnisciente. Con quién habremos de compartir nuestra vida, a
quién debemos amar o qué cosas en el fondo nos corresponden buscar sin
descanso, eso que en suma llamamos “sentido de la existencia” está ya previsto
de antemano como conjunto de disposiciones que el Inconsciente colectivo
almacena y, eventualmente, puede revelarnos.
la vida. En su decisión hubo, sin duda, una dosis de renuncia a objetos que
siempre le habían parecido halagüeños. Pero a cambio, una nueva vida de
posibilidades se le abría de golpe. Como sucede en los cuentos y en los sueños,
al doblar insospechadamente una esquina o al entrar por una angosta
portezuela, un paisaje maravilloso, lleno de luz y esperanza, se le abría de
repente.
La Vida no se mide
No quieres perder el tiempo. Desde luego es útil y da placer aprovecharlo, pero
¿tan malo es perder el tiempo? A veces perderlo parece malgastarlo. Como si se
tratara de un capital cuantificado de una manera limitada. Como si fuera, en
verdad, un tesoro finito, con el que hubiera que llegar a fin de mes o a término
de una “buena vida”. Medir mucho nuestro tiempo es un horror. La civilización
devino en barbarie en cuanto se inventó el reloj. La vida, por supuesto, tiene su
fin. Pero la vida no se mide. La cualidad de la existencia es única, no ya para
cada organismo que la lleva a cabo, sino para cada instante. El primer beso, el
primer llanto, cualquier instante significativo de nuestra existencia, y como tal
nuestro e imborrable, no admite medida de peso, duración, precio. El valor que
para nosotros tuvo, eso es su ser. La intensidad de esos instantes, pocos o
muchos, es lo que hace la vida, y ninguna vida es comparable a otra. Grandes
viajeros o exploradores se aburrieron como ostras. Anónimos bibliotecarios de
provincias llenaron sus instantes de ilusión, intensidad, de fuego. Nada de lo
que llamamos “valor de nuestra vida” admite una comparanza. Cada vida es un
universo herméticamente cerrado a otra, salvo que el amor, la amistad o la
compasión nos tienda puentes de contacto con las vidas de otros, y pasemos a
ser –como decía Schopenhauer- no sólo actores protagonistas sino figurantes
de las obras de los otros.
El tiempo puede y debe ser nuestro pero, repitámoslo mil veces, nunca es una
sustancia o patrimonio finito. El “nuestro” al que se alude aquí no guarda la
menor relación con la avaricia. Podemos usar el posesivo –mío, tuyo, vuestro-
a condición de que ello no implique exclusividad. Lo mismo sucede con las
cosas. El ser humano pleno, quien vive autoeducado, se posesiona de los
objetos más insospechados, a menudo con nulo valor de mercado, a condición
de que para él representen recuerdos, emblemas y signos de una vida. Son
objetos que nos gusta guardar, o en caso de paisajes, lugares o bienes
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Alguien me dirá que hay que ser filósofo o poeta para poder sentir de esa
manera las cosas. No penséis en especialistas de ningún tipo, en “hombres
superiores”. Cualquiera que inicie el camino del crecimiento y la sanación
podrá en efecto vibrar ante estas experiencias, podrá sentirse “real”, denso,
poseedor del tiempo y no consumidor de él.
El Todo Inconsciente
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El ser humano moderno ha de precaverse ante cualquier señal que indique que
está siendo poseído por el inconsciente. Este es un depósito de imágenes que se
agitan vivas y son dinámicas. Poseen su propia vis, su fuerza. Visitar nuestro
Inconsciente Colectivo no se parece en nada a entrar en una especie de Museo.
Aquí las piezas están formando parte de nosotros, porque nosotros somos la
Humanidad. Estas piezas o imágenes bullen dentro de nuestra alma y se pueden
apropiar, a través del Inconsciente personal, de nuestra propia y singular
individualidad, echándola a perder.
Podemos empezar de nuevo. Claro que sí. Esos campos a los que faltan
árboles, a los que se tala, asfalta y viola con brutal descaro tecnocrático... Esos
deben ser objetos de nuestro futuro amor y contemplación. Llénalos de retoños.
Sal fuera. Mira tu entorno más allá del asfalto. Hay que plantar miles de
árboles hasta que ahoguen las autovías y los raíles de la alta velocidad.
También hay que salir a hablar con nuestros mayores y con los que aún
mantienen una relación honesta con la Madre Naturaleza. Aprender el
Lenguaje de origen divino que todavía hablan. Hay que imitar lo sencillo, lo
sobrio, lo sano, lo fuerte. ¡Hay tanta costra de la cual despojarse! Un baño
lustral que dé brillo al poso del que venimos, a la madre que se agita en el
fondo, al tesoro que entre todos hemos violado y despreciado. Deberíamos
volver a caminar con los pies desnudos sobre la mullida pradera que un día fue
nuestro Jardín, y encerrar todos los ruidos de nuestras máquinas, empezando
por los coches, en un saco y arrojarlo a los abismos liminares: en el Fin del
Mundo ocuparán su lugar las tuercas, martillos, aviones y ordenadores
electrónicos.
prisas y relojes con el único fin de destruirnos y acabar con la civilización, así
como con la naturaleza. La medida más ecológica, de entre todas las leyes
conservacionistas que se podrían promulgar es esta: conservar el alma
humana. Si conserváramos lo más humano de nuestro ser, la existencia de las
demás especies animales estaría garantizada. Y para ello, sería higiénico arrojar
al fuego todos los relojes y medidas de productividad. Evidentemente, hacer
una cosa así habría de requerir unos cambios fundamentales en nuestra manera
de producir y en nuestra concepción de lo que es “riqueza”. Y ello implica una
clásica idea: autarquía. Los filósofos griegos sabían de lo que hablaban cuando
hacían mención a la autosuficiencia. Forma parte del saber vivir. La garantía de
toda supervivencia, no requerir de nadie y no crearse necesidades superfluas.
Estas pulsiones, evidentemente, si son superfluas no son necesidades. Hemos
de salir de todo el cúmulo de contradicciones y paradojas que ha creado el
capitalismo y, en general, el “desarrollismo”. La mentalidad desarrollista
nacida en Europa y exportada –a veces a cañonazos- a todas las demás culturas
del mundo es, curiosamente, la que más hambre y miseria, la que más
subdesarrollo ha creado a su alrededor. Culturas dignas, modos de vida nobles,
sanos y hermosos, han sucumbido en el altar del Progreso. El humo, la
contaminación, la basura, el expolio, el desierto, la esclavitud. Cuántas
miserias nos ha traído el Dios del Progreso. Y este Dios nace de un núcleo
fundamental: la medida del tiempo, la medida de cuanto hace un ser humano –
productivamente hablando- con el fin de hacerle dependiente de un pago por su
trabajo. La esclavitud del trabajo y la esclavitud del tiempo.
rechazo ante este engendro de la ciudad. Y éste a su vez, repele a ese Cosmos,
repele la fuente y el cauce de toda sanación. Hay un rechazo defensivo. Casi
diría inmunológico, que es, sin lugar a dudas, recíproco. El humano muere ante
la naturaleza, ya no sabe vivir con ella. Y la Madre Naturaleza se muere al
contacto con esta clase de ser urbano.
Y si las cosas están así ¿cómo volver a ser naturales? Hay mucho camino por
desandar. Antes de que todos los rascacielos se hundan en la arena, como
castigo por su soberbia babélica, y antes de que los arquitectos vanguardistas
sean condenados a una cura de humildad, labrando los campos y viviendo en
casas de piedra y madera, mucho antes, todos podríamos hacer diversas cosas
buenas. A nuestro entorno deberíamos darle mucho más de lo que tomamos en
prenda de él. El ser humano, como la planta y el animal, establece ciclos de
relación con el medio formando parte de él desde siempre y hasta el final.
Antes de existir como individuos, ya había ciclos que nos precedían, por así
decir. Antes de la fusión de dos células germinales, la masculina y la femenina,
“ya éramos” en el sentido genérico: la Vida y una forma de vida (la especie)
nos precedieron. Y cuando seamos cadáver y luego, menos todavía que
cadáver, sino átomos desintegrados que se devuelven al infinito universo, la
Vida y la especie como forma de vida, seguirán con su continuo existir. Arthur
Schopenhauer supo muy bien ver este secreto de la Vida. Los individuos, en
cierto modo, somos apariencia que oculta una Realidad indivisible y ajena a
todo conocimiento, pues se trata ante todo de Voluntad. Todo el impulso de la
Vida que se manifiesta en una lucha incesante de las criaturas por escapar de la
muerte y alcanzar su propagación, aun a costa de mucha muerte, dolor y
absurdos anhelos, es algo que se puede explicar de forma radical y absoluta
apelando a esa Voluntad misma, a la Fuerza irresistible de la Naturaleza. Ella
ha creado individuos y dentro de ellos, especies de individuos con conciencia
de sí mismos (los humanos) sólo por seguir mejor su Impulso ciego
fundamental y esencial: continuar siendo.
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El Nuevo Panteísmo
No hay por qué ver una filosofía deprimente en todo esto. Al dejar este mundo,
el Impulso fundamental, el Ser, la Voluntad o como quiera denominarse,
seguirá su curso, acaso buscándose otros ropajes y formatos. Es claro que
destruir a otros seres equivale exactamente a destruirse a uno mismo. El
sadomasoquismo de la Civilización Occidental consiste precisamente en esta
relación perversa que el ser humano ha establecido con los demás y con la
Naturaleza, en suma, con el Cosmos. La Perversión consiste en una relación
inadecuada o dañada con el objeto. El Objeto Envolvente, en suma, el Cosmos,
debería ser objeto de nuestra más piadosa devoción. Ante tanta explosión de los
fanatismos e intolerancias religiosas, la mejor cura del ser humano moderno
consiste en este Nuevo Panteísmo (que algunos pueden interpretar como
Ateísmo, pues uno está a un paso del otro). Nadie ha mandado a las hogueras a
sus semejantes en el nombre de un Todo Cósmico al que se ama y se adora.
Imposible sería crear Iglesias y cleros en el que lo Divino hubiera de buscarse
por todas partes y sin Libro Sagrado alguno. Ese único Libro es la
multiplicidad pasmosa de lo que nos rodea, la belleza de un mundo que –a
pesar de muchas desgracias- nunca nos deja del todo de sonreír. Nos sonríe un
niño desconocido en la calle, nos deslumbra una flor que crece en una grieta de
la autopista, o un anciano nos da las gracias por llevarle la maleta hasta el
vagón de tren. Son muchas, muchas las risas con que el Dios de la Belleza, que
es siempre un Dios del Bien, nos alumbra el Camino.
reinos del contorno. El magnífico palacio que sus vasallos le habían alzado, a
medida de su tamaño colosal y de su gusto por el lujo esplendoroso, ya le
parecía una miserable choza donde tenía que entrar medio encogido. Un
aciago día, rompiendo la techumbre con su inmensa cabezota, bramó de forma
temible, y cuentan los ancianos que ese rugido llegó hasta la otra orilla del
mar. El gigante dejó atrás sus antiguos reinos y feudos, para alivio de las
pobres gentes que le servían, y cruzó el océano como si fuera un charco, pues
el nivel del mar le llegaba apenas a las rodillas. Cuando apareció en la otra
costa, en las playas de un exótico y lejanísimo reino, este ogro colosal había
crecido mucho entre tanto. Sus cuernos ya tropezaban con la luna, y a punto
estuvo de dejarla caer por el suelo. Varias estrellas se descolgaron al tropezar
con ellas, y algunas llegaron a caer sobre el océano o en mitad de los campos
y los bosques. Los ejércitos de arqueros querían acribillarle con sus diminutas
saetas, pero el gigante ya ni las veía ni sentía su débil pinchazo. Y llegó un
momento en que el gigante había tomado tal forma inabarcable que nadie lo
veía, igual que es difícil ver el mundo en su totalidad, porque es muy grande.
De la misma manera en que un horizonte da paso a otro horizonte y a otro más
y así muchas veces, durante la travesía del marino. Los sabios asiáticos que
recordaban esta historia eran muy conscientes que lo grande en exceso llega a
ser invisible o, por lo menos, poco de temer.
¿Por qué no hay que temer las grandes cosas del Mundo, como el Mundo
mismo, la Vida, la Muerte, el Ser de todo lo que nos rodea? Porque nuestra
pequeña existencia tiene ya bastante con crecer y sanar en el entorno que nos
ha tocado vivir, creando belleza y armonía en todo cuanto esté al alcance de
nuestras manos y pensamientos.
Ni un solo día de nuestra vida deberíamos dejar de meditar sobre este hecho
radical, sobre las que cosas que ahí están y que ahí son. Todas las alegrías y
tristezas de una persona se hacen a un lado, se diluyen en nada en comparación
con el dato incuestionable de que existen en el mundo cosas sólidas, duras,
grandes e inmensas. Uno podrá volverse muy escéptico ante la realidad de las
cosas si considera que la percepción de las mismas se lleva a cabo como bajo
una niebla donde se difuminan los contornos de cada una. Hay momentos en la
vida que sí parecen ser como los días de niebla espesa. Pero nuestro
inconsciente siempre está ahí, y sus raíces son de la misma estirpe que las
raíces de las que brotan las altas cumbres y las imponentes cordilleras. Uno
Carlos X. Blanco: La Caballería Espiritual. 53
La Vida es apertura
Una cierta ocasión, el Maestro Viajero se hallaba en lo más profundo del
bosque. Parecía a lo lejos un anciano bardo. Sus cabellos blancos relucían entre
la hojarasca. Muy quieto su cuerpo, sin embargo la brisa hacía ondear
constantemente su cabellera blanca y sus ropajes amplios y ondulados. Portaba
un gran báculo que culminaba en un par de antenas, y todo él era torneado. Una
estatua viviente de los antiguos druidas. Se sentaba él sobre una piedra grande.
Una piedra que alguien, tiempo ha, debería haber transportado desde lejos a tan
profundo rincón de la selva. Nadie más le acompañaba... Nadie más humano.
Pues el Maestro, en efecto, parecía hablar en un raro lenguaje, una extraña
música que emanaba de sus labios y se confundía con el propio rumor de las
hojas mecidas por el dios viento. Y esa propia deidad invisible también
hablaba, como todas las cosas de la naturaleza saben hacerlo, sin estridencias y
acoplándose las unas a las otras. Había animalillos errabundos que al pasar
casualmente se habían parado, y no desaprovechaban la ocasión, al parecer, de
recibir aquellas espléndidas lecciones de sabiduría, al igual que el viajero
fatigado se topa de repente con un cristalino manantial que le dice “¡bebe!”
Y esa escena, a la que comparecí furtivo, oculto como pude tras los troncos de
los robles y los espesos matorrales, fue la que me dio sentido a todo cuanto
había hecho y a cuanto debía seguir haciendo en la vida. Ninguna institución
Carlos X. Blanco: La Caballería Espiritual. 54
La Era de la Sencillez
Debes aprender a vivir sin rendir culto a ese dios. Huye de él en la medida en
que te sea posible. El Progreso es el enemigo irreconciliable de la Dignidad y
de la Espiritualidad. Comenzarás por pequeños actos, por renuncias poco
costosas. Deberás, al principio, aprender a vivir entre objetos que te resulten
imprescindibles y que nunca, en ningún momento y bajo ningún concepto,
supongan una alternativa a la lectura de obras serias y a la meditación en
soledad y silencio. Tus males y los de quienes zumban a tu alrededor son los
males de una raza alocada que gasta cuanto tiene en cachivaches ruidosos que
se han diseñado de manera perfecta para que no puedas leer, meditar y rumiar
como deben rumiar los animales intelectuales, los seres humanos de verdad.
Que tus conceptos, recuerdos y palabras más queridas se conviertan en la
Carlos X. Blanco: La Caballería Espiritual. 56
hierba fresca y tierna que crece en los pastos de la alta montaña. Haz que corra
el aire fresco y la más dulce aventura interior penetre en las cabañas humildes
de tu alma. Humildes sí, pero que saben alzarse allá en lo alto, donde solo
vuelan alciones y otras criaturas con fuertes alas y una mirada penetrante, la
que sabe llegar con sus ojos muy lejos.
En el más humilde paraje uno puede sentir el sentido de lo “Sublime”. Eso está
ahí, en un parque al que no se le han arrebatado las hojas del otoño, en un
atardecer de una playa solitaria, experiencia que te transporta a ese mismo
ocaso de cuando fuiste niña o niño. Sigue ahí, en un extraño “¡ya lo he visto!”,
que nos recuerda cada vez que la existencia no es un hilo recto y tenso, sino un
mandala o espiral que busca siempre el Centro, desde puntos y curvas donde
Carlos X. Blanco: La Caballería Espiritual. 57
accidentalmente nos engolfamos, pero que sin duda conducen a ese Todo que
hemos perdido.
manipulación ciega que busca ganancias a corto plazo. Así no hay teosis ni
dignidad humana. Solamente nos las vemos con un reflejo sin alma de una
humanidad esclava a la que también se le ha robado el alma. Los famosos
robots japoneses, con sus torpes movimientos y esa servil actitud hacia sus
creadores, no son sino el reflejo exacto de unos cuerpos humanos explotados y
alienados por el duro trabajo asalariado. Solo se pueden querer esclavos
electrónicos cuando ya existen de hecho esclavos humanos de carne y hueso.
Esta ciencia que dice buscar causas de hecho es la ciencia menos curiosa y
menos teórica de todas. Al construir sus rígidos entramados de relaciones
causa-efecto se vuelve ciega ante el verdadero tejido de la realidad, física y
psíquica al mismo tiempo.
Ciencia perversa
Pero el Mal no está solo del lado de esa (falsa) Ciencia. No habita únicamente
en las cabezas de los dictadores enloquecidos, en la Voluntad de Poder sin
límites de las Multinacionales y de los llamados brokers de las finanzas. El Mal
es una especie de sustancia positiva que se ha ido filtrando del casco de un
buque naufragado al poco de salir de puerto. El Mal es la antítesis antagónica
de un Dios que a fuerza de ser Infinitud, y por ende Infinitud de Bien, debe
entrañar al mismo tiempo el otro principio compensatorio y oponente. El Mal
es el Bien travestido que se escapa por las noches, que hace de las suyas al no
poder soportar infinitamente su carácter diurno, solar, cegador. El Mal es el
principio dionisiaco que cede lugar al otro, el apolíneo y diurno. No ya en la
vida misma, como subrayó Nietzsche, sino en el mismo Dios al que se le
imputa ser principio y fuente de Todo, allí habita ese Anti-Dios. El Anti-Dios
que ha diseñado un Paraíso del cual pueden cansarse sus no tan afortunados
moradores, pues en ellos habitaba la Curiosidad. Un Paraíso del cual su Ley
Suprema era un “¡No a la Curiosidad!”, era ya, desde el inicio, un Paraíso
Malsano.
Y ese Dios Omnisciente, un puro Ojo que Todo lo ve: ¡ha permitido la entrada
de la sierpe tentadora! Muchas cabezas teológicas han sospechado siempre que
ese reptil diabólico, causante de todas las desgracias y todos los males del
género humano, y a través de él, de toda la Naturaleza planetaria, ese Demonio
no podía ser otro que Dios mismo que, poniendo a prueba al ser humano se
probaba a sí, requiriendo espejos donde mirarse, en los que poder ver su propia
Sombra, el lado reprimido y arrinconado que sólo puede vivir así, a modo de
exteriorización y objetivación del Ojo Luminoso.
Carlos X. Blanco: La Caballería Espiritual. 60
“Incluso mientras dormía y soñaba esto, sabía que la mansión inmensa era mi
Inconsciente, con sus fuertes defensas interiores y la enrevesada acumulación
Carlos X. Blanco: La Caballería Espiritual. 61
de experiencias y complejos que una persona va adquiriendo con los años. Sin
embargo, el miedo a una desagradable aparición no se extinguía en mí. Por
ello, opté por refugiarme en una sola de las alas del castillo, aquella que más
familiar me resultaba. Y lo más curioso de todo fue la forma en que la aislé de
todo el resto. Acumulé miles de pequeños lapiceros y éstos, como si fueran
troncos de árbol tal y como se disponían en los antiguos fuertes del Oeste
americano, afilados en su extremo superior, dispuse de pequeñas empalizadas
que me aislaba de un peligro inconcreto y que, de ningún modo, debía ser de
índole físico sino más bien espiritual”.
“Medité en torno a mi singular medida defensiva. Sin duda tenía que ver con
la escritura y mis anteriores dotes intelectuales. El lapicero era el instrumento,
a veces el arma, de aquel que vive de su cerebro. Una existencia demasiado
cerebral es una existencia recortada, como dotada de un solo lado. Supe que
la muralla de lápices era puramente defensiva y apenas podía conjurar a
cierto tipo de intrusos, aquellos que por así decir llevan sus “ideas” por
delante, como instrumento de combate. Pero hay en el mundo enemigos más
simples y ancestrales. Fuerzas brutas para las que nuestras exiguas líneas
defensivas nada valen.”
que estos tres jinetes apocalípticos trotan sobre la Tierra desde siempre y nadie
hay quien les pueda hacer frente, ni con toda la ciencia ni con la mejor terapia
imaginable. No hay varitas mágicas. No hay guerras en tu proceso de teosis.
Aquí solo hay un proceso de Renacimiento continuo en el que uno mismo ha
de ser su Maestro, antes que Terapeuta. Se trata de un perfeccionamiento para
el que no existen modelos. El Dios que se le apareció en sueños al Viajero, es
un ser al que se le teme precisamente a causa de su “excesiva” perfección y su
condición de Causa Ejemplar que no puede dejar de ser Causa de Destrucción.
Somos plantas
Para ello, nada mejor que fijarse en las plantas. Admiremos como crecen.
Todas las plantas arraigan en un suelo, y buscan el cielo. En muchas de ellas
crecer y reproducirse son funciones que se confunden. No piensan en ser
mejores: ya lo son. Son agentes de su propio crecimiento junto con el sol, los
nutrientes del suelo, la bendita lluvia y el rocío de las mañanas. En cada
fragmento minúsculo de ellas suele contenerse el Principio Homeopático que
puede curar analógicamente otras enfermedades cualesquiera, males de seres
que, sin ser plantas, comparten con ellas un parentesco, una propiedad quizá
rara en la Galaxia, siempre enigmática: la Vida.
La intuición del Gran Alma del Mundo fue dada, en un principio, a unas pocas
mentes privilegiadas. Los seguidores de Platón, y tras ellos, una pléyade de
místicos y de poetas. Esa intuición podía verse hasta ahora como un capricho o
locura (la divina locura, o manía de los griegos) de sectas minoritarias o
individuos marginales, amén de geniales. Hoy debería ser una cuestión crucial
para la gente corriente. Pues es un tema de vida o muerte. Estamos a punto de
convertir nuestro planeta en un pozo inmundo, lleno de basura, un lugar
inhóspito en el que no podremos rectificar todo el cúmulo de errores que
hemos ido acumulando a lo largo de los siglos. Llegaremos pronto (¿no
habremos llegado ya?) a un punto de no retorno. El antropomorfismo de la
tradición judeocristiana y el afán positivista de la ciencia moderna por dominar
y vejar la naturaleza, han cruzado sus terribles hebras y nos dejan delante este
espectáculo dantesco. Especies desconocidas, y algunas que no lo son,
desaparecen para siempre. Comunidades humanas, naciones enteras, obligadas
a desplazarse en busca de agua, en busca de suelo, por causa de los terribles
efectos de la desertificación, la sequía crónica, la deforestación, la guerra étnica
y la lucha por el pan. Nuestros hermanos los animales desaparecen, y tras ellos
vamos nosotros, derechos a la extinción, y ésta, no se olvide, siempre es
definitiva.
La violación de la Naturaleza
campesino honesto, que al arar su campo y cuidar sus bestias sabe que él
mismo, junto con su pareja y sus retoños, no son más que una manifestación de
la misma anima mundi, que todo lo llena.
Alguien dijo “¡es tan difícil ser sencillo! El Maestro Viajero se lo había
escuchado a Jung, el psicólogo. En su torreón de Bollingen había prescindido
de la luz y del agua corriente. Partía troncos y hacía muchas cosas con las
manos. El hombre de la ciudad, el intelectual, mono que teclea ordenadores y
no puede vivir sin conexión a internet, ya apenas sabe hacer nada esencial con
sus manos. Aprender a teclear y dar órdenes a través de la pantalla es algo que
nos aleja profundamente de ese Alma del Mundo. Sólo en las grandes
soledades, sintiendo la música del mar, de los pájaros o del propio pensamiento
que es uno mismo el que siembra la tierra y recoge sus dones, sólo en esos
contextos uno puede intuirla, más allá de cualquier intento de análisis.
Arquetipos
Una ojeada a nuestro propio cerebro, tal y como las neurociencias actuales nos
lo permite hacer, da buena cuenta de todo esto. El cerebro humano, semejante a
un árbol en su estructura, posee un tronco y una región inferior, sepultada bajo
una frondosa capa neocortical, que poseen una notable antigüedad y un “aire”
ciertamente primitivo. No nos es dado escapar de nuestro pasado. El repertorio
de antiguas conductas de reptiles, de monstruos sin alma aparente y sangre fría,
sigue ahí dentro, enterrados bajo capas de tejido cortical recién llegado en
términos evolutivos y que no cesan, noche y día, de vigilar y tomar control
sobre unos impulsos ancestrales. Al igual que algunos impulsos inconscientes
son completamente necesarios para nuestra supervivencia animal, y se limitan
a una esfera de acción puramente fisiológica (hambre, temperatura, sexo,
sueño), otros impulsos –o más bien, estructuraciones a priori de impulsos-
penetran en la esfera de lo mental, pues allí tienen su diana, su telos. La psique
humana recibe, pues, un sinfín de estructuraciones que no se han aprendido
dentro de ningún marco cultural o social, plenamente innatas y que aguardan
desde el principio mismo de la vida orgánica a ser completadas con un
contenido empírico que sí dependerá del desenvolvimiento ontogénico del
Carlos X. Blanco: La Caballería Espiritual. 67
Entre esas estructuras recibidas deberíamos contar también aquellas que, por
culpa de una cierta orientación histórica o cultural, han caído en desgracia y se
suponen como inclinadas hacia el lado oscuro de la vida psíquica. Pero, no nos
engañemos: no hay luz sin lado oscuro. En nuestra mente aparecen
configuraciones que rechazamos, vivencias que conforman aquello que Carl G.
Jung denominó la Sombra. El mayor consejo terapéutico ante esta clase de
realidad no ha de ser otro que aceptar la Sombra, reconciliarse con ella. En
modo alguno no es lícito dejarnos llevar por su influjo, ser arrastrados por su
inercia, caer en ese abismo desfondado. Muchas personas bienintencionadas no
han sabido resistirse y, buscando el mayor Bien han acabado sepultados en el
mayor Mal. Muchas almas ingenuas creyeron que la reconciliación con el Lado
Oscuro representa una suerte de rendición al mismo. La Sombra habita en una
parte de cada uno, igual que habita en una parte del Todo de la especie humana.
En la parte está el Todo, y cuantos horrores y tendencias oscuras habitan en la
Carlos X. Blanco: La Caballería Espiritual. 68
psique colectiva del ser humano, también se puede hallar en uno solo de sus
representantes, sin excepción.
Sin duda el Mal y lo Oscuro son potencias que ejercen sobre todos nosotros un
enorme atractivo. Dentro de la experiencia numinosa, esto es, aquellas
vivencias que suponen un contacto (fenomenológico o mental, no físico) con lo
divino, desde siempre han ocupado un lugar preponderante las experiencias
diabólicas y el influjo atrayente de la Maldad y el Horror. No nos podemos
dejar engañar por la evolución reciente del cristianismo, en el sentido de ir
convirtiéndose poco a poco en una especie de ética filantrópica, en un
humanismo centrado en el Amor del que habrá que desterrar –como
mitológicos- los conceptos de Demonio, Infierno, Mal. Es un hecho en la
mayor parte de la historia del cristianismo y de buena parte de las demás
religiones que el Mal y sus agentes ocupan un lugar central del culto y del
mito. En la religión de la antigüedad, así como en muchas religiones que hoy
calificamos de “primitivas”, nos encontramos con que las divinidades y los
espíritus que reciben adoración de pueblos y naciones enteras nada tienen que
ver con un “padre” benévolo o una deidad amorosa. Los más inquietantes
monstruos, devoradores de hombres e insaciables torturadores de la vida y la
belleza, deben ser aplacados con ritos y sacrificios que, por su propia esencia,
nos parecen –desde un punto de vista racional y moderno- la más loca entrega
al desenfreno del Mal. La Sombra ha sido conocida desde siempre por la
Humanidad, y hasta hace muy poco ésta ha ideado mecanismos, a veces torpes
y crueles, para mediar con ella, ponerle freno, asignarle un debido espacio
dentro del conjunto de la experiencia colectiva. No otra es la función de los
conceptos de Diablo e Infierno dentro de la tradición judeocristiana. Más allá
de haber sido utilizados como mecanismos para aterrorizar a las gentes
sencillas, fueron una representación de la Sombra del ser humano.
Carlos X. Blanco: La Caballería Espiritual. 69
Un sistema de integraciones
Un cierto día apareció en el jardín del Maestro Viajero una dama aquejada de
ciertas dolencias, entre ellas el cansancio crónico, problemas en la piel y
dificultades circulatorias. Acudió al Maestro diciéndole: “Ya sé que no eres
médico, pero sé que mis males pueden curarse con otra orientación”.
Entonces, el Viajero la observó despaciosamente y dijo: “En efecto, no
abandones los consejos de un médico en quien confíes, pero todos estaríamos
a salvo de enfermedades con otra orientación en la vida, como bien dices. Tú
misma has de convertirte en tu doctora, y en tu propia sabiduría se encuentra
escondido el tratamiento. Corre, ve a tu propio jardín, retírate en él durante un
plazo considerable de tiempo, y luego procura ponerlo en práctica. Tú
solamente sabrás lo que te conviene”.
Carlos X. Blanco: La Caballería Espiritual. 72
Mala practica es aquella de quien pasivamente cree que va a curarse con solo
ponerse en manos de alguien. No hay que ser pasivo, uno debe ser rector de su
propio viaje en la vida. Los demás pueden ayudarnos, pero indicar el camino a
un amigo no es lo mismo que conducir un rebaño de ganado. Al parecer, esta
señora notó un alivio en su estado físico tras hacer lo que el Maestro le pidió,
pero fue libre en su elección, y eso mismo constituyó clave para la mejoría.
Lejos está la medicina oficial de otorgar esta capacidad de autodominio en sus
pacientes. Estos entran en consulta como cuerpos inertes, y su voluntad se
reduce a cero, una nulidad completa, ante las posibles manipulaciones de los
doctores. Y entonces el poder de estos se vuelve poco más o menos que
sagrado y omnímodo. En muchos países del mundo los médicos parecen los
nuevos dioses, con soberanía absoluta sobre los cuerpos pasivos de quienes
entran en consulta y, en aras de su salud, deben “dejarse hacer”.
Hace ya muchos años que un experimento al que unos monos fueron sometidos
atestiguó el carácter mortífero del estrés. Sometidos a un continuo bombardeo
de estímulos estresantes, que equivale en nuestra vida moderna a una lluvia de
datos, citas, compromisos, objetivos exigentes, los monos del laboratorio
desarrollaron unas úlceras estomacales que, como se sabe, llegan a ser
mortíferas. Nosotros todos somos ya esos “monos ejecutivos” sumergidos en
una inmensa jaula que es el mundo del trabajo y la economía de tipo
competitivo. Atestamos las ciudades, como hormigas en los hormigueros,
respirando polución, dejando nuestra vida en transportes a la fábrica o a la
oficina. Mientras tanto, gran parte del campo se muere, porque en él, donde de
verdad se respira y donde de seguro se puede producir comida directamente sin
explotar a nadie y sin dar ganancias a una empresa explotadora. En el campo, y
solamente allí donde la vida podría volver a ser vida digna y realmente
humana. En el campo es donde se esconde la salvación, allí donde la población
podría ser redistribuida de acuerdo con la cercanía a las fuentes de energía y
alimento.
Pero luego tenemos la otra vía: la que deja a las cosas seguir su propio curso, y
que permite que la Naturaleza ciegamente aplique su fuerza curativa sin
importarle en ello el coste que en vidas humanas, en dolor y tragedias va a
suponer a los miembros de esta especie convertida en “plaga”. Una plaga
efímera según los patrones de medida de que hace gala la propia Naturaleza. El
hombre lleva, a fin de cuentas, unos pocos miles de años de historia civilizada
en algunas regiones del Planeta. Y tan solo en los siglos más recientes la
escalada de destrucción ha tomado indicios preocupantes, pues puede ser
irreversible en gran medida, a efectos de la supervivencia de esta especie
“racional”, que es la nuestra.
Este libro pretende, entre muchas otras cosas, edificar una Ecología de la
Persona. Seguí la senda que me trazó el Viajero, y en pos de él fui buscándome
a mí mismo, entendiendo mi ser como un entramado de interdependencias e
integraciones. Algo así debes buscar en tu propia complejidad. El mar más
profundo es como tú. Solamente la superficie es como un lienzo que sin cesar
se arruga y se encrespa. Pero hay que fijarse en el hecho de que bajo esa
superficie de arrugas y olas hay otro mundo oculto a la vista, lleno de criaturas,
con sus cordilleras, valles, planicies y simas. Bosques de algas y praderas
sumergidas, muchedumbres de peces, toda una explosión de vida. Deberías ser
buzo de ti mismo, explorador del inmenso océano que siempre llevas en tu
interior. No sabes cuánta energía cabe en cada pequeña fibra de tu ser. Si
supieras canalizarla, podrías mover montañas.
Carlos X. Blanco: La Caballería Espiritual. 75
En este sentido, puede que resulte ilustrativo el siguiente cuento que el Maestro
me narró en cierta ocasión.
Índice
Prefacio............................................................ 2
La estrategia de Pulgarcito................................... 5
El Maestro Viajero............................................... 7
Sanación y crecimiento........................................ 23
La búsqueda de las raíces: el Inconsciente............ 25
Únicamente la Tradición es revolucionaria............ 29
Hacia una Gran Ciencia de la Psique.................... 32
Vive el Destino.................................................... 36.
La Vida no se mide.................................... ......... 39
El Todo Inconsciente................................................. 42
El sadomasoquismo que envenena el alma..................... 44
Debemos aprender de nuevo a mirar............................ 45
El nuevo Panteísmo.................................................... 49
Soberbia humana, demasiado humana.......................... 50
El Templo de la Nueva Ciencia.................................... 51
La Vida es apertura...................................................... 54
Carlos X. Blanco: La Caballería Espiritual. 79
La Era de la Sencillez................................................... 56
Puentes sobre el Tiempo.............................................. 58
Ciencia perversa.......................................................... 60
Somos plantas............................................................. 64
La violación de la Naturaleza........................................ 66
El alma del Todo......................................................... 67
La fascinación del Horror............................................ 69
Nuestro propio agujero negro..................................... 71
Un sistema de integraciones........................................ 72
La propia orientación de la dolencia............................. 73
La Nueva Caballería Espiritual...................................... 76