You are on page 1of 71
JOSE KOROMPAI mle TE) Stvdivm 7 JOSE KOROMPAI Doctor en Sagrada Teologia DIOS EN LA ENFERMEDAD PENSAMIENTOS EN UN ENFERMO Versién espafiola del R. P. PEDRO RECUENCO, Sch, P. Licenciado on Filosofia y Letras EDICIONES STVDIVM ailén, 19 " MADRID-13 Es traduccion de la edicion hingara publicada con el titulo AZ OROK ELET ERETTSEGIJEN IMPRESO EN ESPANA 1965 ‘ NIHIL OBSTAT: D. Anronio Javier Lucfa, Censor.—IMPRIMASE: Juan, Obispo, Vicario General. — Madrid, enero 1965, Num, de Registro: 363-65. Depésito legal: M. 10776.—1965 © Julio Guerrero Carrasco, Ediciones Studivm. Madrid Gréficas HALAR, S, L—Anarés de la Cuerda, 4.——Madrid-15 INTRODUCCION A OY lUega a manos del lector espanol este li- brito que contiene ideas dignas de alcanzar la inmortalidad. Escritas por su autor en hin- garo y traducidas ya al inglés y a dos lenguas indias *, han podido, al fin, ser vertidas en la vastisima familia de la lengua espafiola. Cons- tituyen el producto de las fecundas meditacio- nes de un sacerdote paralitico, el padre Jézsef Korompai, quien, si bien no las vio ya publica- das, previd el bien inmenso que mediante su divulgacién podria aportar a las almas, princi- palmente, de aquellos que en la flor de la vida y cuando todo en ellos era ilusiones y proyectos Uenos de sonrisas y lisonjas, se vieron de re- penté condenados a causa de la enfermedad 1 una dolorosa inaccién en medio de los mds te- rribles sufrimientos fisicos y morales. Aunque a lo largo del librito el padre Korom- © Al tamil y al malayala. 6 JOSE KOROMPAI pai alude repetidas vects a su enfermedad y a sus gustos y aficiones, tanto deportisticas como intelectuales, no estard de mds suministrar aqui datos biogrdficos mds completos acerca de la persona del forjador de estas ideas inmortales. El padre Jozsef Korompai naciéd en Hungria el 17 de agosto de 1894. Cursé sus estudios ecle- sidsticos en el Pazmaneum, antiguo seminario hingaro de Viena, donde se distinguiéd por sus ° progresos en el campo de la Filologia, Sagrada Escritura y Liturgia. El Dia de Navidatl de 1916, a las edad de veintidés anos, subid por vez primera las gra- das del altar, con el fin de ofrecer el Santo Sa- crificio de la Misa. Poco después fue reclamado a Budapest, donde se consagr6 al cuidado de la juventud. El Padre Korompai se hizo pronto famoso entre los muchachos de ia capital htingara. Los congregantes marianos aumentaron en nime- ro. Pronto fue conocido en toda la didcesis por jévenes y ancianos. Dedicé especial interés al movimiento de los «Boys Scouts», tomando par- te en las miltiples actividades del escultismo. Dotado por Dios de excelentes cualidades para instruir a otros, utilizé su enorme influencia en Budapest para aumentar el ntimero de con- versiones al Catolicismo. Constituyen un ver- dadero ejército los conversos que fueron leva- dos al seno de la Iglesia por este celoso sacer- dote. Pasados diez afios en estas actividades, su DIOS EN LA ENFERMEDAD 7 arzobispo le destind, en*calidad de director es- piritual, al seminario hingaro de Viena. Pues- to al corriente de las necesidades de la ense- fianza moderna, llevé a cabo importantes cam- bios en los métodos de educacidén de los semi- naristas. Mostré especial interés por la ense- hanza practica de la Teologia Pastoral. Inculcé en el alma de los’ aspirantes al sacerdocio el amor a la Liturgia, y dio la debida importancia a las modernas teorias acerca de la formacién de los futuros ministros del Sefor. Quienes tuvieron el privilegio de estudiar bajo su di- reccion todavia conservan en la memoria y ci- tan las meditaciones y sermones del Padre Ko- rompai. , En 1932 fue atacado repentinamente por una dolorosa afeccién a la cadera y al nervio cidti- co. Tanto su padre como su madre habian muer- to ambos paraliticos. Por tanto, era muy pro- bable que esta enfermedad fuera hereditaria en su familia. Los médicos le recomendaron los aires del mar, y se le dieron toda clase de facilidades para que se trasladase a una parro- quia sita en la costa de Inglaterra. Poco después de haber llegado a este pais fue atacado de Ueno por la enfermedad que le amenazaba. Una tarde salid a pasear por el monte, y al anochecer se senté en uno de los confesonarios de la parroquia en que residia, con el fin de administrar el sacramento de la Penitencia, De repente, mientras oia la confe- sién de uno de sus penitentes, experimenté un 8 JOSE KOROMPAL horrible entumecimiento en sus piernas. Se traslad6, medio arrastrdndose, de la iglesia a la rectoria, y suplicé al pérroco le administrase la Uncidn de enfermos, tras lo cual cay6 al sue- lo fulminado por una hemorragia cerebral. Al cabo de unas pocas semanas, y tras una ligera mejoria, un hermano suyo le condujo de nuevo a Budapest, donde fue sometido a cons- tante observacién médica. Poco después comen- 26 a andar con la ayuda de un bastén, y, asis- tido por otros, llegé a poder celebrar el Santo Sacrificio de la Misa. Por este tiempo comenz6 a escribir los pensamientos que aparecen en las pdginas de este libro. No pudiendo servirse en modo alguno de su mano derecha, utilizd los dedos de la izquierda para ir tecleando despacio en su mdquina portdtil de escribir, con el fin de estampar sobre el papel la solucién a sus pro- pios problemas y servir de consuelo y aliento a cuantos experimentan las mismas dificul- tades. El Padre Korompai murié el 2 de julio de 1934. Fue enterrado en el cementerio Grin- zing, de Viena, donde una sencilla cruz de ma- dera muestra al visitante el lugar de su sepul- tura, En la obra del Padre Korompai, el lector po- dra observar cierta evolucién en la exposicion de las ideas acerca, principalmente, del fin de sus padecimientos. Que de ello se dio cuenta ya él mismo, lo prueba la divisién en tres partes o vias que hizo de la obra en cuestién—via pur- DIOS EN LA ENFERMEDAD 9 gativa, via iluminativa, via unitiva—. En la primera, sobre todo, atribuye sus dolores al castigo divino por sus propios pecados. Se nos muestra un sacerdote muy humano que no oculta el terror y la tristeza que le sobrecogie- ron al considerarse incapaz de hacer nada. Des- pués va descubriendo que su enfermedad pue- de tener otra significacién: la del sacrificio; con lo que va ya viendo un fin en su enferme- dad, y, por lo mismo, el papel que Dios le tiene asignado en su Iglesia. Finalmente, se da cuen- ta de que Dios le llama. a una unién, lo mds perfectamente posible, con El, y de que, me- diante la enfermedad, el Senor no ha querido mds que desasirlo por completo de la tierra, para que le ame mds desinteresadamente. De ahi que el lector podrd observar que, conforme se acerca el final del libro y, a la vez, el mo- mento de la liberacién del alma del Padre Ko- rompai, se va éste desnudando de todo interés terreno y transformando en otro Cristo. Pero no sélo fue el Padre Korompai conscien- te de esta evolucién, sino que pensé6, ademis, en aquellos que sufririan después que él. Y para ellos escribe estos pensamientos, con los que les dice que el dolor y la enfermedad cons- tituyen el camino mds répido para marchar ha- cia Cristo. Por lo demas, esta obra no fue escrita con los moldes ordinarios y convencionales de la ge- neralidad de los libros, sino que, desarrollada a manera de meditaciones y sobre las alas de 10 3OSE KOROMPAI la oracién, se eleva a las insospechadas alturas de la gran literatura de la propia experiencia espiritual. Tanto si rebosas salud, lector, como si te ha- las tendido en el lecho del dolor, tienes en tus manos un librito de oro. jQue sirva para lle- varte mds cerca de Cristo! EL TRADUCTOR. PREFACIO DEL AUTOR El Sefior me llam6é para someterme a un pro- fundo y detenido examen el 30 de julio de 1932, fecha en que, como rayo caido del cielo, un ata- que fulminante de hemiplejia me hiriéd de muerte. Este examen a fondo para la vida eterna con- tintia todavia. Creo que con él se pretende des- cubrir si soy digno del Sefior. Durante mi enfermedad he suplicado a me- nudo al Corazén misericordiosisimo del Sefior me ayude a comprender el verdadero fin de las preguntas que se me han dirigido, y a aprove- charme de la luz celestial de las divinas gracias por las que tan misericordiosamente me veo auxiliado. En estas paginas he resumido las importan- tes preguntas a que tengo que responder. Es- pero, y con este fin elevo preces al Sefior, que estos esfuerzos resulten a la vez ttiles para 12 JOSE KOROMPAL otros, que algun dia pueden hallarse frente a los mismos problemas. 2Quién puede saber cuando le va a llegar a uno su turno? ;Ignoramos el orden en que nuestros nombres figuran en el registro del Gran Examinador! He mostrado cémo he tratado de responder a las preguntas a que he sido sometido. No quiero ser mas que otro Simén de Cirene, que pueda servir de consuelo a otros hombres y mu- jeres que sufren mientras se retuercen bajo el peso de sus cruces. j Que logre, oh Sefior, ayu- dar a mis hermanos, los hombres, a reconocer la gracia que les envias mediante la enferme- dad! ;Que pueda confirmarlos en la fe y con- formarlos con su suerte! ;Que. consiga llevar a muchas almas mas cerca de Cristo! jSi algtin éxito se me concede en esta em- presa, oh Sefior, no habré trabajado en vano! jEn semejante éxito hallaré una razén mas para estarte agradecido por mi enfermedad! jConoceré que me ha valido la pena padecer estos sufrimientos! Desde el primer instante en que comencé a escribir estas lineas, pensé exclusivamente en cuantos tienen que sufrir como yo he sufrido. Pediré siempre al Sehor que cuantos lean este librito puedan hallar en él una ocasidn median- te la cual la Divina Gracia pueda derramarse en sus almas. PARTE PRIMERA VIA PURGATIVA MAS CERCA DE TI “Da cuenta de tu administracién.” (Le., 16, 2.) j;Oh Sefior!, en cierta ocasién dijiste que “no sabemos el dia ni la hora” (Mt., 25, 13) en que se cerrardn los libros de nuestra vida y comenzara el ajuste de cuentas. ;No sabia la hora de tu visita! No me avisaste cuando ven- drias. Esta tarde, libre de preocupaciones, estuve paseando por el monte. Al atardecer me senté en el confesonario, Tenfa planes para mafiana. Mientras susurraba las palabras de la absolu- cién sobre otros, no podia imaginarme que una hora mas tarde alguien musitaria sobre mi esas mismas palabras y que no seria yo capaz de pronunciar sonido articulado alguno—ni si- quiera para confesar mis pecados. Ahora mis pensamientos se dan caza los unos a los otros en mi aterrorizado cerebro y espero el momento en que un nuevo ataque pueda 16 JOSE KOROMPAI apagar la ya débil lucecita de mi vida. Pronto puedo ser llamado para comparecer ante Tu tribunal y escuchar Tus palabras: “Da cuenta de tu administracién.” Hs ésta la hora en que tan a menudo he meditado? jEs éste el feliz desenlace por el que he rogado todos los dias? {Es éste el final de aquella incertidumbre que me ha llenado siempre de un temor saludable? jJamads me he sentido tan pequefio como en este momento! ;Cudnto pesa sobre mi el fardo de mis pecados! Pero “T%, joh Dios!, no des- denas un corazén contrito y humillado” (Sal., 50, 19). Mi coraz6n se halla contrito. Me veo re- ducido a nada en tu presencia, joh Sefior!, ja- mas he tenido horas tan dificiles. La vida con todos sus valores aparece ante mi como si fuera humo. Se me escapa y me hallo vacio, huero y desnudo. {Me aceptas, Dios mio? Me siento inmensamente débil, pero me adhiero a Ti con todas mis fuerzas. Me asgo fuertemente de Ti. No dejaré que te vayas, porque te necesito, joh Sefior! Arrojaré todo cuanto tenga en mis manos con el fin de po- derte asir mas tenazmente, ; Tu eres la unica realidad! Renuncio a todo cuanto me ha interesado en la vida, a todo aquello a que me habia apegado. ; Témalo todo de mi, toma mi posicién, mi repu- tacién, el aprecio y la benovolencia de los de- mas! Toma mis amigos, arrancame de mis se- res queridos, ;pero no me arrojes lejos de Ti! DIOS EN LA ENVERMEDAD 17 Me despojo de cuanto la vida me ha hecho do- nacion. Como un mendigo cubierto de harapos me arrastro a tus pies. No tengo otro deseo que el de ser aceptado por Ti. He aqui, joh Sefior!, que me parecié oir tu voz con toda claridad y que estabas diciéndo- me: “Si té% suspiras por Mi, también Yo suspiro por ti.” jAh, cédmo consuela ofr esto! Veo que Dios se halla al final de mi vida. Por tanto, todo aquello por lo que he vivido y suspirado a lo largo de mi vida parece estarme asegurado. ; De cuan buen grado sufriré si Ta lo has dispuesto asi, pues sé que serés mio! Ni este nuevo men- saje que me estas susurrando al oido: “Tienes que sufrir en esta vida o en la otra, si quieres merecerme”, me espanta. Ya no considero el sufrimiento como un mal, aunque tenga que pasar mi miserable vida sentado en una silla de ruedas. Lo importante es que Tu te me has prometido a Ti mismo. Venga lo que viniere, ya no temo. ;jNada me hace ya dafio alguno! Como un nifio en el regazo materno, “he logrado calmarme y sosegar mi espiritu” (Sal., 130, 2). DIOS FN LA ENFFRMENan —? AVE, CAESAR “Eres terrible, joh Dios!, en tu san- tuario. Es el Dies de Israel el que da a su pueblo fuerza y poderto. ;Bendito sea Dios!” (Sal., 67, 36.) Soy tu gladiador, joh Sefior!, y estoy dis- puesto a una lucha a muerte. Mi batalla ten- dré lugar contra una enfermedad asesina que puede derribarme a cada instante y matarme. El enemigo es formidable. Me di cuenta de su fuerza aquella noche en que me hizo rodar por el suelo. Y ahora, joh Sefior!, has encadenado a él mi vida y con él camino por el sendero de la mis- ma. A cualquier instante puede reducirme a polvo con su mano de hierro. Mas ya no pue- de venir como un ladrén. Ahora estoy alerta respecto a millares de cosas—cada una de las cuales puede serme peligrosa. ;Cémo nos cambias, oh Sefior! Aunque to- DIOS EN LA ENFERMEDAD 19 dos nos imaginamos ser gladiadores dispues- tos a morir, la realidad es que nos fiamos y que olvidamos el peligro cuando éste se halla todavia lejano. jLa imaginacién mas viva no puede suministrarnos mas que ideas tedricas acerca de la muerte! Mas ahora soy un gladiador muy distinto. Estoy conscientemente dispuesto a morir. Asi es, joh Sefior!, como nos ensefias a hacer reso- luciones y a aprender la santa indiferencia. jCudn grande es tu bondad! Me has forzado a servirte a Ti solo. ;Oh Dios mio!, para Ti vivo, para Ti muero, soy Tuyo en la vida y en la muerte. “jAve Caesar, morituri te salutant! jSalve, César, los que van a morir te saludan!” Estas palabras ya no me aterran. Ahora pue- do decir, incluso con mayor entusiasmo: “Ave Christe! ;Salve, Cristo!” La vida resulta mas facil si no vivimos mas que para Ti y somos indiferentes a todo lo de- mds. Aunque constantemente estoy déndome cuenta de que me hallo a la sombra de la muer- te, ya no me siento deprimido. He aprendido a mirar con tus mismos ojos. Me has mostrado las dimensiones reales de la otra orilla, del mis- mo modo que en cierta ocasi6n me formé idea de las auténticas proporciones de la catedral de Colonia una vez hube subido a su torre. Desde arriba todo parece completamente diferente de como se ve desde abajo. También las dimensio- nes aparecen de diferente manera. Nuestros ojos pueden engafarse. 20 JOSE KOROMPAI Con la vida ocurre lo mismo: Si tu gracia nos coloca en un plano mas eclevado, todo pare- cera diferente desde él. Si contemplamos la vida sobre la tierra desde tu plano, el hombre apa- rece pequefio y ridiculo con su orgullo y sus pugnas; pero cuando ha hecho de su vida una catedral en alabanza y honor de Dios, jcudn grande aparece! PURGATORIO “El Seftor ha echado su mirada desde su excelsa santa morada, y ha mirado desde los cielos a la tierra, para escuchar el gemido de los cautivos.” (Sal., 101, 20-21.) Mis sufrimientos, joh Sefor!, constituyen una de las mayores pruebas del Purgatorio. Cuando sufrimos nos damos cuenta de lo que las almas padecen en aquel lugar. Saben que les amas inmensamente, pero también saben que no son lo bastante puras para comparecer en tu santa presencia. Por lo mismo sufren ale- gremente, suspirando por Ti. Tiene que haber un equilibrio: la energia no puede perderse. Tui, joh Padre mio!, ves las innumerables lagrimas derramadas en el su- frimiento. Ta las cuentas todas. Se derraman con el fin de hacer descender los platillos de la balanza de la justicia en favor del que llora. El que ha cometido pecados y no los ha Ilorado 22 JOSE KOROMPAI atin, debe derramar lagrimas. Si esta alma tie- ne que Ilorar, su empecatado vecino tiene que © hacer lo mismo. ;Pues Tu, oh Sefior, aplicas a todos idénticas medidas! jTu no tienes acep- ci6n de personas! . Ahora comprendo, joh Sefior!, por qué un cuerpo enfermo necesita tantos afios para re- cobrar la salud. Mas, jcudntos precisaraé un alma enferma? ;Todavia mds que el cuerpo! Es necesario hacer desaparecer habitos profun- damente arraigados e inveteradas costumbres. Al comienzo de mi enfermedad, aun cuando creia que me hallaba preparado para la muerte después de haber puesto mi alma en paz con Dios, continué apegado a mis cosas de la tierra. Cuando mejoré un poco, comencé a hacer planes. Pensé que todo iba a seguir como antes. Mas cuando mi enfermedad continué alargan- dose mds y mas, principié a convencerme de que ya no seria capaz de hacer muchas cosas. Las muchas noches de insomnio empleadas en. reflexionar y los muchos y largos dias pasados en obligada ociosidad me sirvieron para acla- rar mis pensamientos y para arrojar luz sobre multitud de cosas. Durante una enfermedad grave ya no hace- mos planes para la vida en la tierra, pues to- dos ellos pueden quedar en nada. Fijamos mas y mas nuestra mirada en Ti. Nuestros pensa- mientos, sentimientos y deseos se tornan mas puros, como el metal en un horno ardiente. El horno, el fuego y el Purgatorio son necesarios DIOS EN LA ENFERMEDAD 23 para la purificacién. El sufrimiento tiene que ablandar la dureza del alma humana. Mediante el sufrimiento cambiamos y nos purificamos sin darnos cuenta. Poco a poco, nos vamos ha- ciendo semejantes a Ti. Esto requiere tiempo. El alma va descubriendo gradualmente la perfecci6n que tiene que alcanzar. Tenemos que estar bien peinados y vestidos si queremos asistir a una boda. Debemos despojarnos del hombre viejo y terrenal, y vestirnos del nuevo “que ha sido creado segtin Dios” (Ef., 4, 24). Tres veces preguntaste a Simdén Pedro si te amaba, pues un dia te negé tres veces. Estas tres preguntas le abrasaron como el fuego del Purgatorio. ;Parecieron durar toda una eter- nidad! jOh Padre mio!, Tu sabes que también yo te amo. Por tanto, no puedes arrojarme lejos de Ti. Pero Tu también sabes con cudanta fre- cuencia te he negado. Esta es la razén por la que me has preguntado tantas veces durante los horribles sufrimientos de los muchos meses pasados, si realmente te amaba. {JUZGAME, OH SENSOR! “Nada hay sano en mi carne... Estoy desfaliecido y sobremanera acabado, y la conmocién de mi corazén me hace rugir.” (Sal., 37, 4-9.) Soy un gusano, joh Sefior!, mi cuerpo se arrastra por el polvo de la tierra. Siento sobre mi el pie que holl6 una mitad de mi cuerpo. Como una oruga, voy arrastrando la otra mi- tad. A cada instante puedes volver a pisarme y a acabar con las conmociones de mi cuerpo. “Soy un gusano”, el salmista pone estas pala- bras en tu boca cuando describe tu agonia en la Cruz (Sal., 21, 7). Perdéname si también yo empleo estas mis- mas palabras, pues no puedo encontrar una expresién mas adecuada para describir mi mi- seria. No pretendo ser como Tt en virtudes, pero al menos puedo ser como Titi en el sufri- miento. ;Es una gloria ser como Tt en el su- frimiento! ;Oh Sefior, ten piedad de mi! DIOS EN LA ENFERMEDAD 25 Pilatos apelé a la compasién del pueblo cuan- do dijo: “Ahi tenéis al hombre.” Tu compa- sién busco cuando te imploro que veas en mi a un hombre, incluso con mi debilidad. ;No en- cajan bien en mi las palabras del salmista “soy un gusano”? Mis pecados y no los pecados de los demas me han reducido a este estado. ; Yo te desafié! Lucifer, el viejo enemigo, se movia dentro de mi cuando crei que, como persona, tenia el de- recho de proclamar mis propias ideas y de de- fenderlas a cualquier precio. Pero ahora Tu eres el vencedor y yo yazco delante de Ti en el polvo. Tt eres el Invenci- ble, el Poderoso, el Altisimo que humilla a cuantos confian demasiado en si mismos. He pecado mucho contra Ti, joh Sefior! Haz con- migo cuanto te plazca. No tengo otro deseo mas que el de que te apiades de mi, pecador. No tengo ningtin pensamiento, ningtin plan, nin- gun querer. Deseo tan sélo descubrir tus pen- samientos, acatar tus planes y cumplir tu vo- luntad. Ya no deseo ser hombre libre. Haz de mi un siervo que no espera mas que tus 6rde- nes. j;Yo no soy “yo”! ;Dependo enteramente de Ti! Nos hallamos equivocados cuando pensamos que somos importantes. Estamos llenos de pre- suncién cuando tratamos de Ilamar la atencién de los demas sobre nosotros en vez de apuntar, como hizo San Juan Bautista, hacia Ti, “el aini- co a quien se debe todo honor y gloria”. Soy la 26 JOSE KOROMPAI “hierba seca” que Tt has segado. Quedamos re- ducidos a nada, si Tu, joh Sefior!, soplas no mas que un poco sobre nosotros. Nos has crea- do para que te sirvamos, no para que defen- damos nuestras -propias opiniones. “A medio camino quebranté mis fuerzas, abrevié mis dias.” (Sal., 101, 24). Ya no tengo mas opiniones propias, sdlo pue- do hacer una cosa: decir “j;Oh Senor, ten pie- dad de mi! Sana mi alma, que pequé contra Ti” (Sal., 40, 5) y “Una cosa pido al Sefior, y ésa procuro: habitar en la casa del Senor todos los dias de mi vida” (Sal., 26, 4). MEA CULPA “Merecemos sufrir estas cosas, porque hemos pecado contra nuestro hermano.” (Gén., 42, 21.) Los hijos de Jacob pronunciaron estas sin- ceras palabras de varonil arrepentimiento: “Merecemos sufrir estas cosas.” Los muchos sufrimientos, privaciones y tra- bajos les indujeron a hacer esta confesidn que despert6 la misericordia, el perdén y el amor en el alma del hermano a quien habian ofen- dido. Este episodio de la Biblia se repite en mi juicio. Pequé contra Ti, joh Dios mio!, cuando negué que eras mi hermano, cuando mis pen- samientos no se hallaban inflamados por tu amistad, cuando mis palabras no reflejaban tu mansedumbre, cuando te vendi a los mercade- res por la despreciable moneda de los intereses 28 JOSE KOROMPAL terrenales y de las viles conveniencias. Verda- deramente, he merecido esta enfermedad. Esta confesién es la nota ténica de mi enfer- medad. En ella encuentro una fuerza maravi- llosa. Ella me ayuda a hacerme mas Ilevaderos mis sufrimientos, pues sé que en ellos no hay nada de tragico. No soy ni el héroe de una tra- gedia griega ni la victima del hado ciego. Tu misericordiosa justicia me impuso esta peni- tencia. En la providencia de tu paternal bon- dad deseabas descubrir, mediante esta prueba, si me habia vuelto lo suficientemente reflexi- vo y maduro para mirar dentro de tu corazén. Por tanto, no sufro sin un fin determinado. Al contrario, estoy seguro de que cada grito de dolor me lleva mas cerca de Ti. Ofrezco como consciente expiacién de mis pe- cados cuanto la Divina Providencia ha dispues- to sobre mi. Cada pecado constituye una ofensa tan grande que, sin tu gracia, aun los mas horribles sufrimientos de toda una vida no se- rian suficientes para restablecer el equilibrio en la balanza eterna de Ia justicia. Pero sé que en tu infinita misericordia, to- do sufrimiento sobrellevado por Ti y en Ti tie- ne un valor sobrenatural. Sé que el sufrimien- to reduce a cenizas cuanto hay de nocivo en mi y lava cuanto se halla sucio. Estoy convencido de que todo dolor conscientemente sufrido de- rriba un nuevo muro de separacién entre Ti y yo. Un dia, tu misericordioso Corazén hard que tus ojos derramen ligrimas de compasién DIOS EN LA ENFERMEDAD 20 y perdén, del mismo modo que José no pudo contener su Hanto cuando abraz6 a sus desca- rriados hermanos. Sin embargo, tu misericor- dia no es la de José; jes la infinita misericor- dia de Dios! ;Oh Sefior!, gme equivoco al buscar una ra- zon moral en todo mal fisico? La muerte y el pecado constituyen la consecuencia del pecado original. Y si tras estos males hay un fondo moral, la raiz de toda otra miseria participa de él. Tu Santisimo Hijo sufrid tanto porque tomé sobre Si los pecados del mundo. ;Oh Se- fior!, no es necesario que yo asuma los pecados de los demas; bastante me pesan ya los mios. Parece ser que el pecado leva consigo no sdlo males morales, sino también males fisicos. Consiguientemente, las penas fisicas entran a formar parte de los castigos de la Eternidad. jOh Sefior!, el sufrimiento me resulta mas llevadero cuando sé que lo he merecido. La deuda que tengo contraida contigo disminuye con cada pena. Aqui me tienes inmévil y mu- do, como un pecador que ha sido sorprendido en su pecado. No protesto; no apelo a Ti, por- que no tengo derecho a hacerlo. jEn modo alguno pretendo defenderme! Simplemente, di- rijo una mirada hacia tu misericordioso Co- razon y digo con el publicano: “Oh Dios, sé propicio conmigo pecador.” (Lc., 18, 13.) Me golpeo el pecho con una piedra, como hacia San Jerénimo, y mis labios musitan por lo bajo: Mea culpa! ; Por mi culpa! ME RODEAN LAS OLAS DE LA MUERTE “Me rodeaban las olas de la muerte y me aterrorizaban los terrores del Aver- no, me aprisionaban. las ataduras del se- pulcro, me habian cogido los lazos de la muerte,” (Sal, 17, 5-6.) Parecia como si las olas de la muerte me hu- biesen rodeado por todos los lados y como si pasasen sobre mi cabeza. ;Oh Sefior, ten mise- ricordia de mi! {Que pueda caminar sobre las aguas que amenazan con anegarme! Como a San Pedro, se me ha invitado también a mi a llegarme a Ti caminando sobre las crestas de las olas del mar. Persistentes rafagas de vien- to hacen vibrar discordantemente los débiles nervios de tu siervo. Cudn a menudo se halla en mis labios el desesperado grito: “;Sevor, sdlvame! jQue perezco!” Sin embargo, las palabras de reproche que dirigiste a tus discipulos con ocasién de aque- DIOS EN LA ENFERMEDAD 31 lla tempestad me contienen. Sé que perder la confianza seria sefial de poca fe. Dame fuerza, porque la noche esta oscura, el viento ruge, el mar se halla alborotado y la tarea que me has encomendado no es nada facil. Sé que todo te obedece, pero a veces parece como si los lazos del Infierno me hubiesen cogido, y que todo conspira contra mi. Cada mes trae consigo una nueva anormalidad en un nuevo érgano de mi cuerpo, cosa que me era enteramente descono- cida al comienzo de mi enfermedad. La Huvia me resulta un enemigo, pues hace afluir en ex- ceso la sangre a mi cabeza. El viento norte agarrota mis nervios y me zarandea, del mis- mo modo que las olas zarandean al barco sin rumbo en el mar. El viento sur me coloca en tan desesperada situaci6n que siento como si los abismos del mar se hubiesen abierto ante mi. La ansiedad me anega con negros pensamientos; la conver- sacién y la lectura me fatigan. A duras penas puedo concentrar mis desperdigados pensa- mientos cuando rezo. Mi lengua medio parali- zada no se halla capaz de articular las palabras de mi oracién vocal. Escasamente puedo recor- dar unos pocos versiculos de salmos con que dar forma de voz a mis gritos de dolor. “De- rrémanse sobre mi tus furores y me oprimen tus espantos. Continuamente me invaden como aguas, y todas a una me sumergen.” (Sal., 87, 17-18.) No obstante, quiero caminar en medio de las 382 JOSE KOROMPAI tinieblas porque Ti me has llamado. Y tu Ila- mada se percibe a través de las aguas que ru- gen espantosamente. Si Tu me has llamado, me dards gracia suficiente para poder seguirte. Continua ayuddndome, joh Sefior!, para que no desfallezca en el camino. VISION DEL INFIERNO “Dios mto, Dios mio! gPor qué me has abandonado?” (Sal., 21, 2.) jDios mio, Dios mio!, el firmamento se ha oscurecido casi por completo. La noche que se cierne sobre mi es mas oscura que hace un afio, cuando esta pesada cruz fue colocada sobre mis hombros. Estoy sobrecogido de un espanto tan grande que tiemblan todos mis miembros. Mis nervios se hallan destrozados. El presentimien- to de la muerte hace aparecer en mi frente go- tas de sudor. Mi corazén late de tal modo que parece fuera a estallar. jOh Dios mio, no me abandones! ;Vas a per- mitir que experimente los horrores del Infier- no? A menudo he experimentado el peligro de muerte, pero jamas he sentido miedo. Mas aho- ra todos los pecados de mi vida acuden a mi mente y me llenan de terror. Aunque rezo el acto de contricién, no me siento tranquilo, ios PN TA ENEPPYEnin 2 34 JOSE KOROMPAI pues mis palabras de contricién se pierden en- tre los siniestros acentos del salmo, “Si guar- das, joh Sefior!, los delitos, gquién, oh Sefior, podré subsistir?” (Sal., 129, 3.) Todos los peca- dos de mi vida pesan sobre mi cual ingente montafia. iCristo, Tu que levaste el fardo de los pe- cados de todo el mundo, ten misericordia de mi! Ese fardo debe haber sido tan pesado que te hizo exclamar en la Cruz: “jDios mio, Dios mio! ¢Por qué me has abandonado?” El Infierno tiene que ser horrible porque el alma experimenta incesantemente que ha sido abandonada por Ti y que no hay esperanza al- guna de liberacién. Mis pecados aparecen ante mi como sombras espantosas y no puedo librar- me de ellas. Pero Tu, joh Sefior!, puedes sal- varme otorgandome tu gracia. j;Oh Sefior, aparta de mi esta visién! Expe- rimento la misma sensacién de horror que San- ta Teresa de Avila. Cuando se le concedié la vision del Infierno te suplicé que se la quitases de delante. éPOR QUE TEMO? “Espera en Dios, que atin le alabaré.” (Sal., 42, 5.) iOh Sefior!, quizi en ningtn otro senti- miento se insista tanto en los salmos como en la esperanza y en la confianza. Asimismo, en el Evangelio nos invitas repetidamente a con- fiar en Ti y a no temer. Asi consolaste a los pecadores, sanaste a los enfermos y confortas- te a los apéstoles después de tu resurreccidn. Estés habituado a nuestra debilidad y com- prendes cudn facilmente el temor y la descon- fianza pueden envenenar las almas, especial- mente cuando nos hallamos gravemente enfer- mos, El demonio sabe cudn fAcil le es utilizar la desesperaci6n como cebo. ;Oh Sefior, facil- mente podriamos condenarnos al caer en se- mejante trampa! En peligro de muerte no sélo debemos rezar el acto de contricién, sino también el acto de 36 " José KOROMPAI esperanza. Debemos levantar nuestras almas. “¢Por qué te abates, alma mia, y te turbas den- tro de mi?” (Sal., 42, 5.) ;Acaso el buen ladrén no levant6 su alma y dijo con confianza: “Se- for, acuérdate de mi cuando entres en Tu rei- no.” (Le., 23, 42.) {Esta profesion de confian- za fue suficiente para salvar a un ladr6én! No precisamos, pues, mas que levantar nues- tros ojos a Ti, joh Sefior!, y lo demas corre de tu cuenta. ;Cudntas veces reprendiste a las almas de poca fe! Quien haya leido el salmo 102 y haya advertido la confianza que trata de comunicar al alma, depondra todo temor: “jBendice, alma mia, al Senor, y no olvides ninguno de sus favores! El perdona tus peca- dos, El sana todas tus enfermedades. El res- cata tu vida del sepulcro y derrama sobre tu cabeza gracia y misericordia. El sacia tu boca de todo bien... El Senor es piadoso y benigno, tardo a la ira, es clementisimo. No esté siempre acusando y no se aira para siempre. No nos cas- tiga a la medida de nuestros pecados, no nos paga conforme a nuestras iniquidades. Cuan léjos estd el Oriente del Occidente, tanto aleja de nosotros nuestras culpas.” (Sal., 102, 1-12.) ;No es un hombre quien dice esto, sino Tu, oh Sefior, pues la Biblia es tu palabra! Y estas palabras de aliento que ahuyentan todo temor de nosotros, poseen la mayor autoridad. Tu eres misericordioso porque conoces nuestra fragilidad, “Pues él conoce bien de qué hemos DIOS EN LA ENFERMEDAD 37 sido hechos: sabe que no somos mds que pol- vo”, contintia diciendo el mismo salmo. Santa Teresa de Lisieux dijo que Tt eres misericordioso porque eres justo. No quieres segar donde no sembraste. No nos haces res- ponsables de los actos que provienen de nues- tra fragilidad humana. Tt solo sabes los limites de nuestra responsabilidad. ; Qué admirable es que seas justo y no trafiques con nuestros pe- cados como un usurero! Durante las ceremonias de un funeral, la Iglesia implora tu misericordia porque la per- sona que ha muerto esperé y creyé en Ti du- rante su vida. Creo firmemente en tu miseri- cordia, pues Ti mismo has dicho: “Qué padre entre vosotros, si el hijo le pide un pan, le dard una piedra? 20 si le pide un pez, le dard en vez de un pez una serpiente? {0 si le pide un huevo le daré un escorpién?” (Lc., 11, 11-12) Sé, joh Sefior!, que me mirards con amor si levanto mis ojos hacia Ti en actitud de su- plica y de contricién. Repito con frecuencia las palabras de tu salmo y te miro como miré el siervo a su misericordioso amo que le ha- bia perdonado toda su deuda (Mt., 18, 27). PADRE NUESTRO “Cuan benigno es un padre para con sus hijos, tan benigno es Dios para con los que le temen.” (Sal., 102, 13.) jPadre Celestial, la primera y mas sublime leccién de tu Santisimo Hijo tenia por fin en- sefiar a los hombres a considerarte como Pa- dre! Esta fue una dificil leccidn para los judios, porque estaban habituados a considerarte co- mo un tirano vengativo. También a nosotros nos resulta dificil des- pojarnos de ese temor pagano y supersticioso que mostramos hacia Ti. A menudo el pueblo trata de aplacar tu ira en la que cree haber incurrido a causa de errores incidentales o por un desliz de la lengua, mediante practicas su- persticiosas. Cuan pocos advierten que nos amas no me- nos que un buen padre ama a sus hijos. Si te DIOS EN LA ENFERMEDAD 9 hemos ofendido, con toda seguridad sobrepu- jards a un padre en el perdon. Ya no te mira- mos como a un juez despiadado. Desgraciadamente, en nuestras oraciones en- contramos dificil expresar nuestra relacién de filiacién para contigo. Ciertamente, ésta debe manifestarse mediante la confianza mas bien que con el temor. San Pablo nos ensefia a diri- girnos a Ti con la palabra “Abba-Padre” (Gdl., 4, 6). Nos falta espiritu infantil. Vivimos en un mundo escéptico donde se exige pruebas para todo. Estamos inficionados por ese espiritu en nuestras relaciones para contigo. Debemos mirarte, joh Padre nuestro!, como un hijo mira al padre que le instituye por su tinico heredero. Debemos andar por tu reino como principes herederos, con ta cabeza ergui- da. No debemos manifestarnos como hijos ile- gitimos que gimen de temor ante un porvenir incierto. Debo acordarme, joh Padre mio!, de que soy tu hijo y el heredero de todas las prome- sas que has hecho a tus hijos. Debo orar con este espiritu. Sobre todo, en el peligro, debo sentir asi. Debo saber que tienes de mi el mis- mo cuidado que un matrimonio real tiene de su tinico hijo. Ciertamente, no es esto querer presumir de- masiado. Ti mismo me has invitado a condu- cirme asi en la parabola del hijo prdédigo. Me has ensefiado esta leccién en muchos otros pa- 40 JOSE KOROMPAI sajes de la Sagrada Escritura, con el fin de que no creyera que me llamaba a engafio. Fi- nalmente, te hiciste hombre para poner tu se- Ilo a esta verdad. jOh, mi buen Padre, de ahora en adelante no temeré, sea cual fuere el peligro que me ame- nazare! LA ZOZOBRA ESPIRITUAL “Echa sobre el Seftor el cuidado de tt, y El te sostendrd.” (Sal., 54, 23.) jMediante el Evangelio, que quiere decir “buena nueva”, has disipado nuestras triste- zas! Sabes que los cuidados causan rapidisi- mamente la ruina de nuestra felicidad. Incluso pueden aniquilar toda nuestra vida espiritual, puesto que paralizan nuestras energias ,y nos Nlenan de temor. j;Cuantos cuidados superfluos surgen en el - corazon de una persona enferma! Pero Tt co- noces nuestras ansiedades. Tii conoces nuestras aflicciones y nuestras necesidades. También supiste que Lazaro se hallaba enfermo, y en- fermo de muerte. Sin embargo, fingiste no dar oidos al mensaje de sus hermanas que te en- viaron llamar. Tenias en proyecto grandes pla- nes con ocasién de su muerte. En vano se des- vivieron por él sus hermanas. En el Sermén de la Montafia nos advertiste, 42 JOSE KOROMPAL “Por esto os digo: No os inquietéis por vuestra vida sobre qué comeréis, ni por vuestro cuerpo sobre qué vestiréis” (Mt., 6, 25). Deberiamos estar convencidos de que un Padre amoroso tiene cuidado de nosotros, pues nuestra feli- cidad le era tan preciosa que no tuvo a menos el hacerse hombre para poder sufrir por nos- otros. j;Oh Sefior, pongo todos mis cuidados en tus manos! No sélo sabes qué es lo que necesito, sino también el momento oportuno en que intervendras con tu auxilio. Hasta tu Santisima Madre tuvo que aprender esta lec- cidén durante la celebracién de las bodas de Ca- nd, ya que tu hora atin no habia Ilegado (Jn., 2, 4). No se nos pide mds que una cosa: confian- za absoluta. Después quizd entendamos los grandiosos designios de la Divina Providencia. A menudo nos conducimos como si tuviéramos que resolver solos todos nuestros problemas. No deberiamos preocuparnos acerca de las co- sas que vas a resolver Tu mismo cuando llegue el momento oportuno. Nos ahorrariamos una buena dosis de temor y de ansiedad durante la enfermedad, si tu- viéramos una fe mds firme. j;En qué gran paz podriamos vivir si nos hiciéramos algo mds como nifios! “Aunque hubiera de pasar por un valle os- curo y tenebroso, no temeria mal alguno, por- que Ti estds conmigo. Tu clava y tu cayado son mi consuelo.” (Sal., 22, 4.) A LA SOMBRA DE DIOS “Ningtin mal se acercaré a tu tienda." (Sal., 90, 10.) En medio de los muchos peligros que cons- tantemente me rodean, hallo consuelo pensan- do que Tu, joh Sefior!, sabes mi situacién y que tu paternal corazon no es indiferente a la muerte de tu siervo. Estoy convencido de que conoces todos mis problemas y de que nada me sucedera sin tu consentimiento. jPor la noche no estoy seguro de si desper- taré al dia siguiente! Sin embargo, el pensa- miento de que puedo asirme de Ti como un nifio se ase de su madre, me tranquiliza. Estoy seguro de que no serds menos carifioso conmi- go que una madre. Que venga, pues, lo que vi- niere. Seguramente que no rechazards la mano que tan tenazmente se ase de Ti en tan gran desamparo. Yo no podria ser tan despiadado como para 44 JOSE KOROMPAI arrojar al agua al cochinito de San Anton que en busca de refugio viniese a posarse sobre mis dedos. jCiertamente, Ti no me rechazaras cuando me refugie en Ti con igual confianza! No permitirads que se vea defraudado ninguno de aquellos para quienes Tti eres el tinico y Ultimo refugio de salvacién. Cuando pienso que el instante de mi muerte se aproxima y que estoy a punto de caer en un tenebroso abismo, no me espanto, porque tengo mis manos en las tuyas. Mientras me hallo asido de tu mano, no me importa dénde caiga, ya que caeré contigo. “Si bajare a los abismos, alli estés presente.” (Sal., 138, 8.) Don- de estas TG ahi esta el Cielo. El salmo que la Iglesia recita por boca de sus sacerdotes como oracién vespertina se halla llena de consuelo: “Teniendo al Sefior por refugio tuyo, al Altisi- mo por fortaleza tuya, no te llegard la plaga ni se acercaré el mal a tu tienda, pues te encomen- daré a sus dngeles para que te guarden en todos tus caminos, y ellos te lUevardn en sus manos, para que no tropieces en las piedras. Pisards sobre dspides y viboras, y hollards al leén y al dragén.” (Sal., 90, 9-13.) {OH SENOR, YO NO SOY DIGNO! “Imprime en mi coraz6n los vivos sen- timientos de fe, esperanza y caridad.” (De la Oracién a Jesucristo Crucificado para después de recibir la Sagrada Co- munion.) j;Oh Sefior, vas a venir a mi! Mi suerte de- pende de Ti. Mi enfermedad y mi curacién se hallan en tus manos. No tienes mas que decir una sola palabra y sanaré. Mas también serds mi juez y tendré que dar- te cuenta de toda mi vida. La balanza de tu inescrutable justicia decret6 mi enfermedad. Ahora voy a recibir al Dios Todopoderoso “en cuyas manos estén las profundidades de la tie- rra, y suyas son también las cumbres de los montes” (Sal., 94, 4). El hecho de que yo no pueda verte no es causa de que la llama de mi fe sea menos ar- diente. Durante mi enfermedad me he dado cuenta mejor que nunca de lo limitado del co- nocimiento humano. Hay muchas cosas que 45 JOSE KOROMPAI ejercen una influencia decisiva en nuestra sa- lud, y que no conocemos. Frecuentemente, ni siquiera podemos dar con la causa real de nues- tra enfermedad. En la naturaleza y en el mis- mo cuerpo humano obran muchas fuerzas, y nosotros no sabemos nada acerca de ellas. Sa- biendo tan poco, ,cémo podremos diagnosticar una enfermedad? Ni tenemos esperanza alguna de llegar a for- marnos una idea de tu bondad. Pero todo es posible contigo, joh Sefior! El hombre que no entiende esta verdad es verdaderamente estu- pido. Siendo fragiles e inexpertos, nes conside- ramos muy a menudo el centro del universo, Yy nos comportamos como si estuviésemos en posesién de toda clase de conocimientos. jCuan confortante y alentador es saber que estés presente en la Sagrada Eucaristia! Has escogido esta clase de presencia con el fin de que las almas no se acerquen a Ti ni con miedo ni con temblor. Mas no te humillaste tanto en vano. Ni siquiera esperamos llegar a compren- der el amor y la misericordia que hay en tu condescendencia. Soy como un leproso, mas no sanaste a los leprosos? ; TU no los aborrecias! Soy como un mendigo, pero ino recibiste al hijo prédigo y le besaste en la frente sin reparar en sus ha- rapos? Nada tengo para darte, mas Tu viniste a predicar el Evangelio a los pobres. Soy un pecador, pero he aqui que fuiste enviado a la oveja perdida. Me hallo enfermo, pero recurro DIOS EN LA ENFERMEDAD AT a Ti conforme me invitaste a hacerlo cuando dijiste: “No tienen necesidad de médico los sa- nos, sino los enfermos.” (Ms., 2, 17.) Por tanto, joh Sefior, “sé quieres, puedes sanarme”! (Mt., 8, 2.) Confiando en tantas palabras de aliento, me acerco a Ti. Imagino que me hallo entre en- fermos en torno a la piscina de Betsaida, sus- pirando por tu llegada. Mi fe en Ti hace que siga yo viviendo. ;De quién me asiré, de quién esperaré, sino de Ti, oh Sefior? ;Quién puede darme aquello por lo que suspira un enfermo desvalido? Mi desamparo e impotencia no son impedimentos para el cumplimiento de tus pro- mesas. ;Cudn bueno es tener esperanza en Ti, Dios Todopoderoso! Me han sido otorgadas miles de pruebas de amor; ahora vienes a mi personalmente. No eres un extrafio, ni te miro como a tal. Ya nos hemos tratado durante mi enfermedad, y he experimentado tu mano amorosa. Sabia que estabas junto a mi. Lo que me sucedié es un misterio. ;La muerte también es un misterio! El escenario de tu visita es el cuerpo, de ahi que sea rociado con agua bendita después de muerto. Mi cuerpo es también un lugar que Dios visita, por lo mismo debo contemplarle como Moisés contemplé la zarza ardiendo, “pues el lugar en que estds es tierra santa” (Ezod., 3, 5). Quisiste purificar este lugar de tu visita. Este castigo me fue enviado con semejante fin. Quisiste hacerme limpio porque fui escogido 43 JOSE KOROMPAI por tu amor. Tu divina mirada esta fija en mi. Cuidas de mi como el hombre que cuida de la obra de la nueva casa que se estA cons- truyendo y suefia con la comodidad que en ella piensa encontrar. Hoy vas a venir a mi de nuevo en la Sagra- da Comunién. Quieres saber si tu futura mo- rada es lo suficientemente sdlida. Quieres for- talecerme con tu gracia y animarme a perse- verar. ;{ TU, oh Sefior, eres el tinico objeto de mi amor! ;Dios mio, quiero vivir y morir para Ti! EXTREMAUNCION “Levdntate y vete, tu je te ha salvado.” (Le., 17, 19.) La Iglesia ensefia que la Uncién de enfermos comunica muchas gracias actuales que capaci- tan al alma para sobrellevar heroicamente los sufrimientos, y para librar con éxito “la ultima batalla”. jOh Sefior Jesucristo!, has instituido este admirable sacramento tanto para el enfermo como para el moribundo. La Uncién de enfer- mos es el tinico de los siete sacramentos que tiene relacién directa con el cuerpo. Tu virtud curativa se ha perpetuado en la institucién de este sacramento que nos ha sido dado para la salud tanto del cuerpo como del alma. ;Segura- mente, Tu, que tuviste cuidado de los enfermos con un amor tan tierno mientras viviste en este mundo, no quisiste que la Iglesia, que fue fun- dada por Ti, se desentendiese de ellos! plos EN LA ENFERMEDAD.—4 50 JOSE KOROMPAI Si, Tu quisiste sanar nuestras enfermedades. Las oraciones de la Iglesia para la administra- cién de la Uncidn de enfermos prueban este aserto. Tu admirable virtud curativa obra es- pecialmente cuando no hay auxilio humano a mano 0, mejor, cuando la ciencia humana falla en absoluto. Es verdad que, en algunos casos, el enfermo no sana; pero es porque tienes otros planes en los decretos de tu Divina Providen- cia. Incluso durante el tiempo de tu vida en este mundo permitiste que muriesen muchos de tus amigos. Permitiste que San José, tu padre pu- tativo, cerrase sus ojos para dormir el suefo de la muerte, una vez hubo cumplido con su misi6n en este mundo. Murié confortado con tu asistencia. La fe es lo primero que se exige a aquellos que han sido destinados a recobrar la salud. “Levdntate y vete, tu fe te ha salvado.” Esta fue la condicién para que TU sanases a un en- fermo. ;Oh Sefior!, has devuelto la salud a in- numerables enfermos mediante este sacramen- to de la Uncién de enfermos. ;He aqui que el efecto de este sacramento alcanza hasta al mun- do fisico! | El enfermo no sélo se llena de paz, sino que incluso sana! El mundo ateo y materialista rechaza este sacramento con cinico escepticismo. j;Si no ha sido mayor el ntiimero de los que han recobra- do la salud, ello ha consistido en que tampoco ha habido muchos que hayan crefdo en su DIOS EN LA ENFERMEDAD 51 virtud! {Oh Sefior, ayiidanos a vencer nuestra falta de fe! El enfermo que, segin Tu has decretado, no ha de recobrar la salud, necesita de este sacra- mento, porque esta destinado para sufrir du- rante muchos afios. Quienes no se hallan en peligro inminente de muerte, necesitan de este sacramento, porque con frecuencia la enferme- dad se prolonga y el sufrimiento continua du- rante muchos afios. En la enfermedad, el su- frimiento moral es a menudo mas. destructor que la agonia fisica. ; Durante una larga enfer- medad los sufrimientos morales se multiplican! Estén fuera del alcance de la medicina y de la cirugia. jOh Jests, sdlo Tu gracia puede aliviar al que sufre! Este, a menudo, necesita més fuer- za que el moribundo, cuya vida concluye tras un doloroso pero breve combate. Cuando el trabajo nos resulta imposible, nos vemos obligados a llevar a cabo un cambio radical de vida. Las actitudes de afios enteros, quizd de toda una vida, tienen que ser ajus- tadas de nuevo. Semejante tarea requiere un auxilio sobrenatural. La enfermedad puede ser en la vida espiri- tual lo que un terremoto en la naturaleza: los estratos de la vida quedan removidos. La de- presién espiritual comienza a hacer su apari- cién, como el agua que socava un terreno, y, si no se pone remedio, puede conducir al des- aliento y aun a la desesperacién. Consiguien- 52 JOSE KOROMPAI temente, necesitamos el auxilio de tu gracia. Somos criaturas frdgiles y desvalidas. jTene- mos necesidad de un nuevo espiritu que se adapte a la nueva situacién! Asi como median- te el Bautismo el nuevo hombre nace de un sacramento, del mismo modo, aqui, en la Uncién de enfermos, el nuevo hombre tiene que nacer de una simiente depositada por Dios en este otro sacramento. El Bautismo, la Confirmacién y el Sacramen- to del Orden imprimen en el alma un cardacter indeleble que permanece en ella para siempre. Del mismo modo, los efectos de la Uncién de enfermos perduran durante todo el perfodo de Ja enfermedad. jAquellos tres sacramentos de consagracién cristiana son fuentes inagotables de gracia para todo el tiempo de la vida! La Uncién de enfermos continia derramando las abundantes y trasparentes aguas de tu asisten- cia hasta el mismo término de la enfermedad. Cuando se ha recobrado la salud, esa fuente se seca, puesto que su especial auxilio ya no se necesita. Esto es lo que he experimentado, joh dulce Jesis!, durante mi enfermedad. Paciencia, he- roismo, optimismo, serenidad, buen humor, fle- xibilidad en adaptarme a las nuevas situacio- nes, saber comprender tu voluntad santa y re- conocer tus gracias: jhe ahi todo cuanto me ha venido del manantial de este Sacramento de la Uncién de enfermos! DIOS EN LA ENFERMEDAD 53 jJestis, maravilloso y celestial médico, Tt puedes curarnos cuando la ciencia humana fa- lla! j;Concédeme que las gracias que has de- rramado sobre mi mediante el Sacramento de la Uncién de enfermos, se renueven todos los dias! ; Tanto necesito de tu gracia! SENORA Y MADRE MIA “Muestra que eres mi Madre.” (Det himno “Ave maris stella”.) “Te elijo este dia para que seas mi Reina, mi Abogada y mi Madre”, declaré el dia en que me hice congregante mariano. Si mal no recuerdo, he renovado todos los afios esta pro- mesa. En estas palabras hallamos una buena dosis de aliento, cuando nos encontramos cara a cara con la muerte. Estoy seguro de que la Santisima Virgen sa- be que llevo al cuello su escapulario con filial confianza. Algunos sonrien con aire de burla cuando oyen hablar de los sacramentales, pero yo es- toy seguro de que la Santisima Virgen no des- defia esta manifestacién de confianza filial. Los sacramentales constituyen la demostracion pal- pable de nuestra fe y devocién ardientes. La Santisima Virgen atiende al grito de un hijo DIOS EN LA ENFERMEDAD 55 suyo que implora en el peligro el auxilio de su Madre, haciendo uso de los sacramentales. jLos escapularios son insignias que procla- man la gloria de Maria! Es imposible que Ma- ria permita que nadie que ponga toda su con- fianza en Ella se vea defraudado en sus espe- ranzas. No hay pecador tan empedernido que se halle fuera del alcance de la intercesién de Maria. jElla dispensa tu misericordia, oh Se- fior mio Jesucristo! jCudnto conforta saber que una tal Madre cuida de mi! ;Con cudnta paz me entrego al suefio después de haber rezado esta breve ora- cién: Oh Sefiora y Madre mia, acuérdate de que te pertenezco! jSdlvame y protégeme co- mo posesién y propiedad tuyas! jCudén pobres serfamos sin Ti, oh Madre mia! PARTE SEGUNDA VIA ILUMINATIVA jBENDICEME, OH SENOR! “Has hecho misericordia a tu ungido.” (Sal. 17, 51.) Tu bendijiste a Jacob después que hubo lu- chado a brazo partido contigo durante toda una noche. No queria dejarte pasar hasta que no le hubieses bendecido. Entonces le tocaste el tendén de su muslo y la articulacién de éste qued6 relajada (Gén., 32, 21). Habiéndose mos- trado leal y fuerte en cumplir tus promesas, derramaste sobre él tu bendicién. Pero le fue manifestado que habia recibido toda su fuerza de tu gracia. Qued6 cojo hasta el fin de su vida, Hevando sobre si las huellas de su encuentro contigo. Fue hecho el padre de tu pueblo escogido y el poseedor de tus promesas, pero tuvo razon para acordarse de que dependia de Ti en todo, y de que sin tu auxilio no hubiera sido nada. Fue hecho tu escogido y se le dio una sefial 60 JOSE KOROMPAL indeleble de eleccién. Le fue mostrado tu po- der antes que le hubiese sido confiada tu gran obra. j También a mi me ha sido mostrado tu po- der, oh Sefior! Me has marcado con una sefial que me recordara hasta el fin de mi vida que también yo he luchado contigo. Te has mostra- do misericordioso conmigo al permitirme se- guir viviendo, Un ataque ligeramente mds fuerte no sélo podria haberme dejado totalmen- te paralitico, sino que me habria hecho com- parecer ante tu tribunal sin preparacién de nin- guna clase. La historia de Jacob me anima, joh Seiior!, a no dejarte marchar hasta que no me hayas bendecido también a mi. ;También he sido yo elegido, como Jacob? ;,Qué planes tienes acer- ca de m{? . iMe estas recordando tu absoluto e irresis- tible poder? ;Me estds ensefiando a ser humil- de? ;Me estas purificando y enriqueciendo con la experiencia de mi enfermedad, con el fin de devolverme a tu vifia para trabajar por la gloria de tu nombre? ;O tengo que cumplir tu voluntad haciendo penitencia? ;Debo ser pu- rificado con el fin de ser mds digno de poner en ejecucién tu santa obra? iNo lo sé, oh Sefior! jSélo sé que estoy lleno de indignidad! Sin embargo, estoy dispuesto a hacer cuanto me ordenares. “Habla, Sefior, que tu siervo escucha.” (1 Reyes, 3, 9.) Distinguiste a Jacob con tu amistad, y la DIOS EN LA ENFERMEDAD 61 amistad lleva consigo una doble afinidad. jCuenta, oh Sefior, con mi lealtad! Prometo sobrellevar con alegria cuantos trabajos me en- viares. Haré cuanto pueda para no defraudarte con el mas ligero acto de infidelidad. Quiero permanecer en tu amistad. ;Oh Sefior, puedes confiar en mi! ijGRACIAS A DIOS! “Sefior, el que amas estd enfermo.” (Gn. 11, 3.) Gracias, joh Sefior!, por mi enfermedad. Ahora conozco, sin que me quede el menor gé- nero de duda, que soy el objeto de tu atenta y amorosa mirada. No me hallo desamparado. Los ojos de Aquel que cuida de los lirios del campo y de las avecillas del cielo, se hallan fijos en mi; aun los cabellos de mi cabeza se hallan contados. . jCudnta paz he recibido desde que me he convencido de que mi enfermedad es un medio de conseguir algtin bien que Ti, mi Creador, has proyectado otorgarme! Puesto que eres in- finitamente bueno, tus designios acerca de los hombres son buenos. Si Ta no tuvieras planes acerca de mf, hu- biera sido llamado a Ti en seguida. No hubie- ra podido recibir la gracia de comprender que DIOS EN LA ENFERMEDAD 63 mi enfermedad es un medio mediante el cual puedo identificar mi voluntad con la tuya. j;Cudn bueno es experimentar que el Escul- tor todopoderoso esta trabajando en mi con su cincel! Ahora estoy seguro de que entre los innumerables modelos de su gran estudio ha liegado el turno al mio. Sé que el Maestro hace uso especial de mi, porque sus golpes son fuer- tes. Desea hacer de mi algo sumamente her- moso. jCincélame, oh Sefior, cuanto quieras! No opondré resistencia. Ni siquiera me atrevo a orar por mi salud, no sea que te veas obligado a dar oidos a mis plegarias, si insisto demasia- do. No quisiera oirte decir: “Esta bien, dejaré de cincelarte si es ése tu deseo. Volveré a de- jarte en el rincdn.” jOh Sefior, cuanto mejor es mi suerte que la de aquellos modelos que tienes abandonados y olvidados en el rincén! j;Con gratitud beso tu mano de artista, oh Sefior! Me moldeas con el dedo de tu paternal mano derecha, “digitus paternae dexterae”. Eres el Espiritu creador, “Creator Spiritus”. Te reconozco, Espiritu de Dios. Me siento feliz al saber que necesitas de mi, que tus ojos de artista me han juzgado apto para ser moldeado por Ti. Me has escogido de entre los materiales ol- vidados en el rincén de tu estudio y me has sacudido el polvo que me cubria. Has conti- nuado sacudiéndome ese polvo, no satisfecho con una primera y superficial limpieza. ; Atin 64 JOSE KOROMPAI necesito mds limpieza! “Emitte Spiritum tuum. Envia tu santo Espiritu y la faz de la tierra quedaraé renovada.” Hagase en mi segtin tu pa- labra, Ahora conozco que el Espiritu del Sefior esta en mi. Veo que me amas como amaste a Lazaro, tu amigo. “Sefior, el que amas esta enfermo.” Ahora entiendo la paradoja de que Dios en- vie una cruz al que El ama. jOh Sefior, qué feliz me has hecho! Deo gratias! ;Te doy gracias! SOLEDAD “Seftor, bueno es estarnos aquf.” (Mt. 17, 4.) iRecuerdas, oh Sefior, cuanto me desagra- daba la soledad cuando me hallaba sano? El silencio de mi retiro anual constituia un gran sacrificio para mi. Nunca me senti con fuerzas para asistir a un retiro de treinta dias de du- racién. La vida agitada y la incesante actividad me arrastraban de tal manera que casi legaba a reprochar a las contemplativas Marias el que se hallasen siempre sentadas en silencio a tus pies. ;Segtin mi modo de pensar, no trabaja- ban! No comprendia que Tui nos hablas en la santa paz y silencio del alma. Tui no descubres las recénditas profundidades de tu Sagrado Corazén a aquel que jamds encuentra tiempo para escucharte. Semejante persona lleva cons- tantemente sobre sus ofdos los auriculares de ning ey 1A ENEPRMENAD 66 JOSE KOROMPAI su agitada vida. Es incapaz de esperar pacien- temente a que tus palabras vayan practicando poco a poco, como el constante gotear del agua, un hoyo profundo en la dura piedra de su co- raz6n humano. Ahora, tu providencia me ha Nevado violen- tamente lejos del ruido del mundo. Me has di- rigido la misma advertencia que hiciste en cierta ocasién a Marta, a saber, que “sdlo una cosa es necesaria” (Lc., 10, 42), pues tenias mu- chas que decirme. Haciendo que el hablar me resultase dificultoso, me has obligado a vivir en la soledad. Ahora no tengo mas remedio que huir de los hombres, porque la conversacién me fatiga lo indecible. Hasta la lectura se me ha hecho imposible. Ahora no puedo menos que prestar oidos a tus inspiraciones. Me has apremiado para que me dedicase en absoluto a tu servicio, joh Sefior! ;Quién soy yo para que me hayas distinguido tanto con tu amor y tu amistad? Digo con los apéstoles, “Sefior, bueno es estarnos aqui” (Mt., 17, 4). Te dirijo la misma stplica que te hicieron tus discipulos de Ematis: “Quédate con nosotros, que anochece,” (Le., 24, 29.) HAGASE TU VOLUNTAD “Padre mio, si es posible, pase de mt este cdliz.” (Mt., 26, 38.) jEl fin de toda criatura es hacer tu volun- tad, oh Sefior! Los seres irracionales cumpien tu voluntad inconscientemente con su mero existir. El hombre cumple con su fin unica- mente cuando ve la voluntad de Dios en todo y se conforma conscientemente con ella. Esta- mos elevados sobre el resto de la creacién me- diante los dones de la inteligencia y de la liber- tad. Nuestra dignidad es a menudo la fuente de nuestro orgullo, En vez de servirte y de serte obedientes, tra- tamos con frecuencia de rivalizar contigo, pre- firiendo nuestra propia voluntad aun cuando ‘sea contraria a la tuya. Nos buscamos a nos- otros mismos, no a Ti. A menudo perdemos el mérito de nuestras buenas acciones por culpa de nuestra vanidad y de otras consideraciones 68 JOSE KOROMPAI humanas, Siempre que tenemos ante nuestros ojos nuestro propio interés, te privamos de la gloria que te es debida. Por lo mismo, si te considero como mi tinico fin en la tierra, esta enfermedad no constitui- ra ningun obstdculo para el cumplimiento de mi vocacién. No tengo otro deber en la tierra que el de hacer tu voluntad. jNo soy yo quien determina tu voluntad, sino Tu, oh Sefior! Mi enfermedad presente es tu voluntad. Aceptando tu voluntad en este respecto, cum- plo con mi vocacién. Quizd la estoy cumplien- do ahora mejor que nunca, porque ya no in- fluye en mi consideracién humana alguna. Ni la vanidad, ni la simpatia, ni ningtin otro in- terés influyen ahora en mi. Estoy haciendo en absoluto tu voluntad santisima. Soporto el su- frimiento de cada dia, convencido de que estoy Hevando a cabo un servicio divino. Todos los demds méviles los tengo completamente ex- cluidos. ;Quiz4 sea yo ahora lo que siempre has querido Ti que fuera! jDe cudn distinto modo rezo ahora el Pa- drenuestro: “Hagase tu voluntad, asi en la tierra como en el cielo!” Mi tinico deseo y am- bicién es hacer la voluntad de mi Padre celes- tial. No tengo otro fin en este mundo. jCudnto mas facil me resulta ahora este mo- do de obrar que cuando me hallaba sano! Me has hecho imposible cualquier otro objetivo. Porque estoy enfermo, no tengo ninguna otra ambicién. Me has purificado como purificaste DIOS EN LA ENFERMEDAD 69 en cierta ocasién con un carbén encendido los labios del profeta Isaias. Perdéname, joh Sefior!, si alguna vez sien- to deseos de recobrar la salud. Semejantes de- seos surgen en mi del mismo modo que surgié en Ti durante tu agonia aquel otro deseo tu- yo. Entonces dijiste: “Padre mio, si este cdliz no puede pasar sin que Yo lo beba, hdégase tu voluntad.” (Mt., 26, 42.) jOh Dios, también afiado yo siempre con toda sinceridad: “Hé- gase tu voluntad”, no la mia! Me va ahora tan bien el vivir asi que mi Unico deseo es el de hacer siempre tu voluntad. ;Cualquiera que ella sea, mi tinica alegria se cifra ahora en el cumplimiento de tu voluntad! Asi me has ensefiado, joh mi buen Sefior!, a querer lo que TU quieres. Sdélo asi tiene la vida sentido. Sdlo de este modo puedo vivir una vida abundante. ;Cudl es la esencia de la vida? ;Conocer tu voluntad! La vida es como el capullo del gusano de seda: Tu voluntad es ese hilo de seda en que se envuelve el gusano que lo fabrica. Por tu bondad he hallado ese hilo, j{Haz que jamas lo deje de la mano! AYO PARA LLEVARNOS A CRISTO “Os di a beber leche, no comida, por- que atin no la admittais, porque sois to- davia carnales.” {1 Cor, 3, 2.) San Pablo llama al Antiguo Testamento “nuestro ayo para llevarnos a Cristo” (Gdl., 8, 24). Tu, joh Sefior!, has hecho de mi enfer- medad un ayo que me educa y me lleva cada vez mas cerca de Ti. Tu destreza en suminis- trarnos tus ensefianzas es admirable. Durante mi enfermedad me has guiado con el mismo tacto y prudencia que se requieren para ense- fiar a los nifios pequefios. Un nifio de pecho no puede alimentarse mds que de leche; con- forme va creciendo, puede ir tomando otros alimentos mas sélidos. TG, joh Sefior!, me has tratado del mismo modo. ; Eres un maestro ma- ravilloso! Al principio no tenfa idea alguna acerca de lo que iba a durar mi enfermedad y de lo que DIOS EN LA ENFERMEDAD 7 iba a traer consigo. No hall4ndose mi alma lo suficientemente disciplinada, me consolaba el pensamiento de que semejante carga se me iria haciendo cada vez mas ligera. En ese tiempo cref que mi habitual modo de vivir quedaria interrumpido tinicamente durante unos pocos dias. No sabia que se me iba a exigir que re- nunciase al ejercicio de mi ministerio, a mis distracciones y al uso de mis talentos. Pensé que no se trataba mds que de que la marcha de mi vida hiciera un alto. Pero poco a poco me fui dando cuenta de que se me exigia aban- donar en absoluto, una a una, todas las cosas que mas querfa. En tu misericordiosa sabiduria fuiste ense- fiando gradualmente y con lentitud a mi alma esta leccién de generosa renuncia. ;Hubiera sido incapaz de renunciar a todo de una vez! Asi, poco a poco, conforme aumentaban mis males, hallé la fuerza suficiente para abando- nar mi trabajo, mi casa y todo lo demas... Ahora, joh Sefior!, si es ésa tu voluntad, estoy dispuesto a renunciar aun a las activida- des propias de mi vocacién. Al principio, con- taba las semanas de mi enfermedad no sin ho- rrorizarme. No pensaba en que iba a durar - meses, por no decir afios. Recuerdo la tristeza que me invadié cuando se me aseguré que iba a restablecerme en el noventa por ciento de mis males. ;No me quedarfa mds que una li- gera cojera al andar! Mads de un dorado suefio se me desvanecié cuando oi esto. Siempre fui 72 JOSE KOROMPAI muy aficionado a paseos y excursiones. Ya no podria aspirar a contemplar el mundo de los glaciares. ;Cudn segtin el mundo era mi modo de pensar, oh Sefior! Siempre es mas dificil hacer un acto de re- nuncia cuando todavia nos creemos capaces de hacer algo; dejdndonos initiles por completo, nos haces mas facil el renunciar a todo y el de- dicarnos en absoluto a Ti. No somos dignos de Ti mientras no nos hallamos dispuestos a aban- donarlo todo por Ti (Mt., 10, 37). Has hecho de mi enfermedad un instrumento para mi educacién. Pero Ti eres bueno y nun- ca tientas a nadie mas alld de sus fuerzas. A todos se les da gracia suficiente. j;Oh Cristo, enséfiame a sufrir y a morir contigo, a fin de que algtin dia pueda resucitar también conti- go! (Rom., 6, 5.) jOh Dios, mi ayo para llevarme a Cristo!, enséfiame a acatar tus érdenes de buen grado y sin quejarme. ;Que jamas entorpezca el cur- so de tu divina tutoria! {NO JUZGUEIS! “No juzguéis y no seréis juzgados.” (Mt, 7, 1) Los médicos me dicen que mi sistema ner- vioso es muy sensible, y que las paredes de mis venas son demasiado delgadas. Por lo mismo, toda impresién irrita sobremanera mis vasos sanguineos, El conjunto de todos estos factores fisicos ocultos juega un importantisimo papel en nuestro modo de obrar. Influye en el tono mo- ral de nuestros actos. Podemos hallarmos fre- cuentemente muy equivocados, bien cuando damos crédito a algo que juzgamos bueno en nosotros, bien cuando condenamos a otros por acciones cuyo origen desconocemos. jLa cons- tituci6n de nuestros nervios es completamente diferente en cada uno de nosotros! Criticamos a los demas porque no conocemos sus méviles al obrar. 74 JOSE KOROMPAI iTU solo, oh Sefior, que nos has creado a todos, conoces los mds pequefios detalles de nuestros caracteres! Nuestros corazones te es- tan siempre abiertos. Sabes cudn diferentes son las constituciones de los distintos seres humanos. Dos personas pueden ejecutar una misma accién y, no obstante, estas dos accio- nes pueden llegar a ser enteramente diferentes. Nuestro gran error consiste en pretender que los demds piensen como nosotros. Tendemos a valorar a nuestros semejantes aplicando me- didas apropiadas sdélo para nosotros. Lo que es ajeno a nosotros puede ser connatural a otros. Este hecho explica a menudo la injusticia, la superficialidad y aun la crueldad de nuestros juicios. Somos presuntuosos cuando tratamos de hacer de nuestra conducta ley universal, e intentamos convertirla en patrén para los de- | mas hombres. Tu, joh Sefior!, conociendo la mezquindad de nuestro pensar, nos has amonestado para que seamos cautos en nuestros juicios. Cuando juzgamos a los demas, podemos obstaculizar tu labor. Quienes creen hallarse muy adelan- tados en la vida espiritual son muy inclinados a este pecado. Por esta razén dijo el Apédstol: “Asi, pues, el que cree estar en pie, mire no caiga.” (1 Cor., 10, 12.) LOS AMIGOS DE CRISTO “Es Dios quien me defiende, es el Se- flor el sostén de mi alma.” (Sal, 53, 6.) Generalmente, en la sociedad ocupan los puestos mds elevados quienes han frecuentado una escuela superior y han seguido estudios de especializaci6n. Me equivoco, oh Sefior, si pienso que has dispuesto el Reino de los Cielos de un modo parecido? ;No distribuyes los pues- tos mds préximos al tuyo, aplicando este mis- mo principio? Un dia, la madre de Santiago y de San Juan te dirigié la siguiente stiplica: “Ordena que es- tos dos hijos mios se sienten uno a tu derecha y otro a tu izquierda en tu reino.” (Mt., 20, 21.) Tu le dijiste: “Sentarse a mi diestra o a mi si- niestra, a Mi no me toca otorgarlo, sino a aque- los para quienes mi Padre lo ha dispuesto.” (Mt., 20, 23.) Con esta ocasién les diste a conocer el requi- 76 JOSE KOROMPA] sito indispensable para conseguir lo que pe- dian, y les preguntaste si estaban dispuestos a beber tu caliz. No sabiendo que se trataba del caliz de los sufrimientos, respondieron: “gg “No sabéis lo que pedis”, les dijiste. jOh Sefior, ésta es la condicién indispensa- ble que has exigido a cuantos desean obtener tu favor! La escuela del sufrimiento es la aca- demia que deben frecuentar tus amigos predi- lectos. De ello estoy convencido desde que, por tu sabia disposicién, me matriculé en la escue- la del sufrimiento. Cuando ahora me encuen- tro con una persona que sufre, le miro como a quien ocupa un puesto de distincién en tu rei- no. Merece ese honor. Quienes han sufrido més que yo, merecen un puesto mds elevado que el mio. Ahora reverencio al paralitico, al deforme, al cojo, al que padece cancer y a todos aquellos cuya enfermedad los hace repulsivos. ;Son los aristécratas del Cielo! Durante tu vida en la tierra esos tales se vieron distinguidos por tus favores. ; Cuando recibo la Sagrada Comunién, siento que vienes a mi de mejor grado que an- tes, pues ahora me he convertido en uno de tus amigos predilectos! j;Haz, oh Sefior, que este sentimiento no se convierta en un instrumento de vanagloria! jHaz de él un lazo de mas estrecha unién con- _ tigo! jOtérgame la gracia de poder escuchar los latidos de tu corazén, como San Juan, que DIOS EN LA ENFERMEDAD W reclinéd su cabeza sobre tu pecho! jSi asi lo deseas, llévame atin mds cerca de Ti! j Envia- me mas sufrimientos, con tal que me concedas al mismo tiempo la gracia de saberlos sobre- llevar! jAh!, cudnta razén tenias cuando dijiste: “Venid a Mi todos los que esidis fatigados y cargados, que Yo os aliviaré.” (Mt., 11, 28.) EL MOLOC DE LA CIENCIA “Y dieron culto a sus fdolos que fue- ron su rutna.” (Sal., 105, 36.) El Moloe de Ja ciencia es un {dolo terrible y cruel como cualquier otro fdolo. Destruye a quienes se constituyen en esclavos suyos y le ofrecen sacrificios. Y atin es mds peligroso que los demas idolos, porque sus servidores, al igual que los tuyos, joh Dios!, deben llevar un ro- paje de piedad. Un sentimiento de vergiienza nos mantiene a menudo alejados del servicio a los demds ido- los, pero el culto al Moloc de la ciencia es ad- mirado y ensalzado por quienes no saben atis- bar por bajo la superficie de la vida. El verda- dero mévil que empuja al hombre hacia este fal- so culto es la vanidad, juno no debe quedarse detras de los demas en conocimientos! El estu- dioso se pone triste cuando descubre un campo de la ciencia que no ha dominado todavia. ; Tie- DIOS EN LA ENFERMEDAD 19 ne que saber mds que los demas! Y por lo mis- mo trabaja de dia y de noche al servicio de Moloc. Lee, estudia y se fatiga a riesgo de per- der la salud. jSus nervios sanos son arrojados en sacrificio al fuego del altar de Moloc! Esta pobre victima es como el caballero del viejo cuento de hadas que, tras muchos e inutiles es- fuerzos por escalarla, cayé muerto al pie de la montafia de cristal. Los alrededores de este Moloc son como los cementerios que se ven por los Alpes y que con frecuencia son mayores que los de las mismas aldeas. ;Las tumbas de quienes fueron encan- tados y muertos por el Espiritu de las Monta- fias han poblado esos camposantos! jOh Sefior!, jno nos recuerda esto la tragi- ca caida de Adan? El fruto del arbol de la cien- cia que habia en el Paraiso, de tal modo le des- lumbr6, que desobedecié tus 6rdenes de no co- merlo. ; De ese modo llegé a conocer su horrible miseria! iSi aprendiéramos a consagrarte nuestros conocimientos a Ti solo, oh Dios, podriamos de- jar de ampliarlos mas alla de los limites de la naturaleza! ;Serfamos lo suficientemente hu- mildes para confesar con franqueza que no so- mos sabios en ningtin campo de la ciencia! jNos contentariamos con unos pocos conoci- mientos! Entonces podriamos aprender a en- tregarnos por entero a Ti y a buscar tu glo- ria en todas las cosas. £1 orgulloso afan de saber puede llegar a ha- 80 JOSE KOROMPAI cerse tan absorbente como cualquier otra pa- sion, que arrastra al hombre poco a poco hacia su destruccién. ; Cuadnto mejor es ofrecer nues- tra salud a Ti que a Moloc! No intentaré competir con nadie en conoci- mientos. “Prefiero ser un necio por Cristo” (1 Cor., 4, 10), pues tu amor, joh Sefior!, so- brepuja todo conocimiento. GRATITUD EN LA ADVERSIDAD “Alabad al Sefior, porque es bueno, porque es eterna su misericordia.” (Sal., 117, 1.) j Tengo contraida una deuda de gratitud con- tigo, oh Sefior! Podria estar peor de lo que es- toy. Has sido misericordioso conmigo y me has librado de sufrimientos que no habria sido ca- paz de soportar. j;Cuando ahora me encuentro con tantos en- fermos, comprendo cudnto peor podria haber sido mi condicién! Casos como el mio termina- ron con frecuencia de un modo mas tragico. Hay muchos que sufren dolores mucho mas atroces. ;Al menos, yo he disfrutado de treinta y ocho afios de salud! El tullido de junto a la piscina de Betsaida habia sufrido toda su vida. ; Yo he disfrutado de muchos y muy felices dias, exentos de todo dolor, durante los treinta y ocho afios de mi 82 JOSE KOROMPAI vida! He tenido muchisimos mas dias felices que desgraciados. He conocido la alegria del poder creador que tiene el trabajo, porque mis esfuerzos eran bendecidos por Ti. Si he aceptado las cosas buenas que vienen de Ti, ;por qué no he de aceptar también las adversas? ;Por qué he de esperar tener buena suerte toda mi vida? ;No he tenido oportuni- dad de gozar del amor, de la bondad y de la gratitud de los demas? Porque he recibido tanto, quiz4 me has des- tinado una cruz muy pesada, aunque con abso- luta separaciédn de todos los lazos que me han tenido hasta ahora atado a los demas. Muchos jovenes caen enfermos sin tener la ocasién de poner en ejecucién ni siquiera una minima parte de sus suefios y proyectos. ; Mu- chos enfermos no se ven compadecidos por los demas, no advierten en los demas signo algu- no de gratitud, no reciben muestras de simpa- tia ni de consuelo! Muchos no tienen un sitio donde reclinar su cabeza. Por falta de amor y de comprensiédn, muchos, convencidos de que sirven de estorbo para los demas, llegan a creer que todo el mundo espera con impaciencia su muerte. jOh Sefior!, meditando acerca de todo esto, seria seguramente reo de negra ingratitud, si profiriese la mds minima palabra de queja o de impaciencia. Mas bien te deberia preguntar por qué te has mostrado tan compasivo conmi- go. ¢Por qué me has tratado con tanta ternu- DIOS EN LA ENFERMEDAD 83 ra? ; Tanto si echo una mirada retrospectiva a las pasadas gracias recibidas como si pondero las circunstancias de mi presente enfermedad, me ruborizo en tu presencia y siento que te debo gratitud infinita por haber usado conmigo de una solicitud tan tierna! COMPASION “Bienaventurado el que piensa en el pobre... El Seiior le sostendrd en el lecho de la enfermedad. En la enfermedad ti le aliviards.” (Sal., 40, 2-4.) Cuando disfrutaba de salud, me imaginaba que comprendia a quienes sufrian, y por lo mismo trataba de consolarlos. Una vez, sin em- bargo, un enfermo, no sin cierta ironia, me dijo lo siguiente: “jEs facil consolar a otros cuan- do se disfruta de buena salud!” Recuerdas, oh Sefior, cudn humillado me senti al oir estas palabras? Incluso llegué a de- sear que me enviases grandes sufrimientos, con el fin de sentir lo que aquel pobre hombre sen- tia. j Ahora has hecho que se cumpliera aquel deseo temerario mio! Te doy gracias por ello. Estoy seguro de que mi manera de pensar se- ria hoy la misma que la de aquel pobre enfer- mo, si no me hubieras otorgado gracias espe- ciales. DIOS EN LA ENFERMEDAD 85 En muchos casos, el consolador deja que sus pensamientos vuelen hacia otros asuntos tan pronto se aleja del lecho del enfermo. Luego, tras muchas y variadas experiencias, se volve- ra una vez mas hacia el enfermo que ha perma- necido en el mismo lecho todo el tiempo, su- friendo sin esperanza alguna de curacién. jHa tenido muchas noches de insomnio desde la ultima vez que se le visit6! jSe ha visto opri- mido por la angustia! ;Ni siquiera la noche le ha proporcionado la tan deseada paz! jHa es- tado dando vueltas a su cabeza, tratando de descubrir la causa de su enfermedad! ;j El pen- sar que no puede poner en practica sus planes ha sido para él con frecuencia causa de tormen- to, y ha experimentado la desesperacién, como el pajaro herido e incapaz de echar a volar, por- que le han cortado las alas! Es posible que otros lleguen a comprender su dolor fisico, pero ;pueden comprender su verdadero estado de animo? ;Cémo podria apreciar una persona sana el sufrimiento de una joven de veintitin afios que estaba para contraer matrimonio y que ha quedado de re- pente paralitica de sus dos piernas? ;Quién podria comprender su desamparo, al no atre- verse nadie a proporcionarle consuelo ni siquie- ra mediante la promesa de un eventual resta- blecimiento? jOh Sefior!, a menudo he criticado a los en- fermos llenos de desesperacién cuando, estan- do sano, daba por sentado que practicar el as- 86 JOSE KOROMPAI cetismo cristiano tenia que ser tan facil como aprenderse de memoria una leccién. Los po- bres que sufrian no eran los impacientes, jel impaciente era yo! i Qué facil es criticar a los demas! j Qué bien hizo Dios en no contentarse con contemplar los afanes y sufrimientos de hombres y mujeres a través de los ojos de nuestros impacientes e intolerantes tratadistas de ascética! Se hizo hombre y sufrié dolores en su cuerpo y en su alma. Mi experiencia me ha enriquecido. Aho- ra me acerco a los enfermos de diferente ma- nera. Asimismo, trato de consolarles de modo distinto al de antes. Nadie halla dificil meditar en la Providencia de Dios cuando disfruta de salud excelente, cuando se encuentra en una habitacién bien caldeada, después de haber pa- sado toda la noche en medio de un suefio con- fortador. La teoria es clara y sencilla, pero, iqué dificil y complicada es la practica! Gracias, joh Seyior!, por haberme adiestra- do en la escuela del sufrimiento. ; Me has he- cho mas humano y a la vez mds humanitario! SACERDOTE ETERNO “TG eres sacerdote eterno, segtin el or- den de Melquisedec.” (Sal., 109, 4.) Soy un sacerdote postrado en el lecho, un paralitico. Cuando fui ordenado, el obispo me dijo: “Sacerdotem oportet offerre, praedica- re... La obligacién del sacerdote es ofrecer el sacrificio, predicar.” Por lo mismo, estoy obli- gado a ofrecer sacrificios aun cuando no pueda celebrar la Santa Misa. Puedo unir mi sacrifi- cio con el tuyo, joh Senior! Mi sacrificio es esta enfermedad que me has enviado. Lo hago mio mediante una aceptacién voluntaria del mismo. Si es mio, puedo dispo- ner de él. Te lo ofrezco, joh Sefior! No obstan- te, no puedo darte nada que no sea tuyo de algun modo. “Porque mias son todas las bes- tias de los bosques, y las millones de animales de los montes. Y en mi mano estdn todas las aves del aire y todos los animales del campo” (Sal., 49, 10-11). 88 JOSE KOROMPAI Por lo mismo, me llego a Ti todos los dias con este sacrificio en mis manos. Ha recibido su valor del sacrificio mas santo. ;Acepta be- nignamente, oh Senor, este mi sacrificio que yo, tu sacerdote, te ofrezco todos los dias sin reservas de ninguna especie! Un sacerdote tiene que predicar. ; Ciertamen- te, no puedo descuidar este deber! Puedo anun- ciar tu bondad y la sublimidad de tus gracias a todos aquellos con quienes me ponga en con- tacto. “Quiero siempre cantar las misericordias del Sefior y dar por mi boca a conocer a las ge- neraciones todas tu fidelidad” (Sal., 88, 2). No puedo predicar con mi boca. Mi voz se ha vuelto débil e imperceptible. Tui has hecho de mi lecho de dolor un pilpito. Creo que las almas me entienden cuando predico de esta manera. No hay palabras altisonantes en mis sermones, pero seguramente que ahora con- mueven mas que cuando me hallaba sano. Pre- dico acerca de tu providencia, bondad, pacien- cia y acerca de tus bienes eternos, en silencio, sin palabras, simplemente reflejando la paz in- terior que he hallado en Ti. Hablo en estilo sencillo, pero digo la verdad. jHe aqui que me he vuelto un predicador efi- caz, precisamente cuando mi rostro ha sufrido una pardlisis! Cuando se me fue haciendo cada vez mas dificil hablar sin tartamudear, comen- cé a ser mds elocuente que nunca, pues enton- ces me converti en el intérprete de un gran Pre- dicador. Ya no predico con mi propia autori- DIOS EN LA ENFERMEDAD 89 dad: Tu, joh Sefior!, me has proporcionado este medio de ser elocuente. ;Todavia puedo cumplir con los deberes de mi vocacién! Seguiré predicando mientras viva. “Quiero, ioh Senor!, darte gracias con todo mi corazén, cantar tus maravillas” (Sal., 9, 2). Y aunque mi salud se halla en ruinas, todavia puedo hacer mucho con tu auxilio. Jacob llevé a cabo su gran misiédn a pesar de su cojera. Asimismo, enviaste a Moisés, que era tartamudo, al pode- roso faraén para defender la causa de tu pue- blo en Egipto. “Con nuestros oidos, joh Sefior!, hemos oido; nos contaron nuestros padres la obra que Ti hiciste en sus dias, en los tiempos antiguos... No se apoderaron de la tierra por su espada, ni les dio su brazo la victoria. Fue tu diestra, tu brazo, la luz de tu rostro, porque te compla- ciste en ellos” (Sal., 43, 2-4). iOh Sefior, mi poderoso Aliado, heme a tu disposicién! NO ACUSO A NADIE “No es un enemigo quien me afrenta; eso lo soportaria.” (Sal, 54, 13.) ;No acuso a nadie! Jamas he mirado a per- sona alguna como a mi enemigo. Sin embargo, algunos me trataron como si yo lo fuera de ellos. Mis destrozados nervios se irritan cuan- do pienso en aquellas personas, pero Tu, joh Sefior!, sabes que esa irritacién es una mera reaccién nerviosa; no es un acto de agresién espiritual. No acugo a semejantes personas, pues fuiste Tu, joh Sefior!, quien me las en- viaste. Actuaron como simples instrumentos de tus manos. Permites que cl sufrimiento nos aflija para evitar que el orgullo crezca en nuestras almas. Si todas las cosas obrasen segin nuestra vo- luntad, llegariamos a convertirnos en verda- deros tiranos. Dios permite que se nos contra- diga, pues jqué seria de nosotros si todo el DIOS EN LA ENFERMEDAD ol mundo nos alabase? La ceguera espiritual y el engafio acerca de nosotros mismos llegarian a anegarnos. Envias obstaculos a manera de oposicién personal a aquellos a quienes amas, con el fin de que puedan merecer multitud de gracias. jCuan admirables son tus caminos, oh Se- for! Has permitido que haga progresos en la vida espiritual para que pueda mirar con mas penetracién que nunca a tus ojos. Mis enemi- gos han procedido con buena intencidn, Tam- bién ellos han promovido tu gloria y han be- neficiado a tu Santa Iglesia. No dudo de que sus intenciones eran buenas; trataban de ayu- darme. jDeberia darles gracias por su enigma- tica amabilidad! San Andrés, apéstol, besé la cruz en que iba a ser martirizado y dijo: “Ave crux! ,Te salu- do, oh cruz!”... Asi pues, también yo os salu- do a todos vosotros, quienes, como instrumen- tos del Senor, me habéis ayudado a cargarme la

You might also like