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5.1. Introducción
1
pensar humano cuyo interés no se doblega ante la maximización de los beneficios del
mercado. Ciertamente, los filósofos actuales no debemos limitarnos a justificar una y otra
vez nuestra decisión filosófica ante la actitud –tan poco filosófica- de la ciencia que ha
claudicado frente al objetivismo y ha dejado de hacerse preguntas. Nuestra tarea sigue
siendo repensar esos problemas que todavía no han sido solucionados, a pesar de los
avances técnicos, ni podrán serlo si los dejamos al arbitrio de quienes ni siquiera se los
plantean. La filosofía, por el contrario, los aborda, porque constituyen lo que más nos
importa.
2
todas las relaciones con lo que nos rodea y lo que somos, a relaciones de subyugación.
Así acontecerá con el propio cuerpo que, en la Modernidad, todavía será abordado de
manera ambigua y dualista: por un lado, se asociará con la naturaleza y seguirá
provocando temor por la oscuridad de sus potencias; por otro, se intentará controlar
mediante el ejercicio y el cálculo, como si de otro objeto cuantificable se tratara.
Éste último arranca de las raíces naturales, pero no se reduce a ellas, sino que se
erige en un nivel de desarrollo genético, cultural, histórico-social y ético-político. El
pensamiento político de este periodo. Todavía vigente, se elabora tras la caída de los
grandes regímenes enfrentados y supone una evaluación de sus rasgos totalitarios, así
como la experiencia vivida de sus consecuencias. La filosofía que piensa críticamente
esta situación adquirirá unos tintes “post-modernos”, en el sentido de que el siglo XX se
inicia con una postura antirracionalista que se resume en la pérdida de confianza en la
razón, el progreso, la ciencia y hasta las virtudes del orden y del método. El pluralismo
que caracteriza a la postmodernidad, parece trocarse, a comienzos del siglo XXI en la
coexistencia de partidos políticos mayoritarios, sin apenas ideología en el ámbito
occidental, y un número extraordinario de movimientos sociales. Ellos han asumido el
papel de formar intereses y opciones políticas en un universo en el que las instituciones
se han devaluado hasta el punto de tener que plasmar legislativamente todos sus
mandatos. Sin embargo, la heterogeneidad de los distintos temas sociales y su aparente
irreductibilidad, han convertido en engañosa incluso la alternativa política entre reforma
o revolución.
3
sociedades postmodernas, el ámbito de los político no puede estructurarse desde una sola
perspectiva, aunque, en nuestra opinión, tampoco puede prescindir de la filosofía y del
pensamiento reflexivo-crítico o recurrir únicamente a él para dar legitimidad a sus
contextos heurísticos o discursivos, mientras la tecnocracia controla todas las esferas que
tomarán las decisiones que afectan a los ciudadanos.
En primer lugar debe reconocerse que en la filosofía del siglo XX –como en otras
épocas de la historia- conviven tradiciones filosóficas (corrientes, movimientos)
irreductibles entre sí que, de todos modos, pugnan legítimamente en torno a qué sea la
filosofía, es decir: cuál es su lugar y su papel en el conjunto del saber, etc. Cada una de
las corrientes se organiza en torno a cuestiones y problemas comunes y en su seno cada
autor representa una opción y una posición diferenciada. En este apartado nos
limitaremos a ofrecer –sin pretender se exhaustivos- un listado de autores y obras
agrupados en las corrientes o movimientos a las que pertenecieron y en las que
participaron. Distinguiremos cinco tradiciones (entre las que desde luego, ha habido a
veces cierta permeabilidad mutua): fenomenología y filosofía de la existencia;
neopositivismo y filosofía analítica; marxismo y teoría crítica; hermenéutica filosófica;
estructuralismo y filosofías de la diferencia 1 .
1
Con el fin de iniciarse en el estudio de la filosofía del siglo XX pueden recomendarse, por ejemplo,
estos libros: Luís Sáez Rueda, Movimientos filosóficos actuales, ed. Trotta y El conflicto entre analíticos
y continentales, ed. Crítica; Franca D’Agostini, Analíticos y continentales, ed. Cátedra; Ignacio Izuzquiza,
Caleidoscopios. La filosofía occidental en la segunda mitad del siglo XX, ed. Alianza; Francisco J.
Vidarte, José Fernando Rampérez, Filosofías del siglo XX, ed. Síntesis.
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Max Scheler –interesado por la ética, la sociología del conocimiento, la antropología
filosófica, etc.- publicó obras como El formalismo en la ética y la ética material de los
valores o El puesto del hombre en el cosmos. Y Matin Heidegger, por su parte, sostuvo
en sus comienzos que el “fenómeno” de la filosofía es la existencia (en tanto ser-en-el-
mundo) que comprende el ser de todo lo que es, bajo estas coordenadas publicó en 1927
Ser y tiempo; tras esta obra su pensamiento se centró en pensar el “ser” como
“acontecer” y llevar a cabo una crítica de la civilización tecnocientífica, entre otras
cosas.
Su origen más remoto se encuentra entre los fundadores de la lógica matemática (G.
Frege especialmente, también B. Russell) aunque su consolidación tuvo que ver con el
llamado “Círculo de Viena” en la segunda década del siglo XX; se caracteriza por
defender el “realismo” en gnoseología y el “monismo fisicalista” en ontología,
emprendiendo desde estas coordenadas un análisis –llevado a cabo gracias a la lógica-
del lenguaje de la ciencia. De esta primera etapa cabe destacar las obras de L.
Wittgenstein, Tractatus Logico-Philosophicus (1922) o de R. Carnap, La construcción
lógica del mundo (1928) o A. Ayer, Lenguaje, verdad y lógica (1946). Aquí cabe
mencionar también a K. Popper y tu teoría falsacionista de la ciencia (Conjeturas y
refutaciones). A partir de los años cincuenta –y ya plenamente instalada en el mundo
angloamericano- emprende una reorientación capitaneada por Wittgenstein
(Investigaciones lógicas), W. V. Quine (La relatividad ontológica y otros ensayos), N.
Goodman (Hecho, ficción y pronóstico), J. L. Austin (Cómo hacer cosas con palabras)
o W. Sellars (Ciencia y metafísica). Otros autores destacados han sido P. F. Strawson
(Individuos), D. Davidson (De la verdad y la interpretación), H. Putnam (Razón, verdad
e historia); J. Searle (Actos de habla), M. Dummet (Verdad y otros enigmas), R. Rorty
(La filosofía y el espejo de la naturaleza). Un panorama más amplio y matizado puede
consultarse en el libro Resistiendo el oleaje. Reflexiones tras un siglo de filosofía
analítica, A. López Cuenca (ed.), Cuaderno Gris, Universidad Autónoma de Madrid.
Dentro del marxismo filosófico de las primeras décadas del siglo XX cabe
mencionar a G. Lukács (Historia y conciencia de clase), Kart Korsch (Marxismo y
filosofía) y A. Gramsci. Profesando un marxismo heterodoxo se formó en la segunda
década del siglo XX la denominada Escuela de Francfort, en ella despuntaron M.
5
Horkheimer (Teoría tradicional y teoría crítica, Crítica de la razón instrumental) y T.
W. Adorno (Dialéctica negativa); juntos, en el exilio norteamericano, escribieron la
influyente obra Dialéctica de la Ilustración (1947). En su órbita se movieron autores
como W. Benjamin y H. Marcuse (Eros y civilización, El hombre unidimensional). La
segunda etapa de la Escuela de Francfort –ya muy alejada del marxismo- está
protagonizada por J. Habermas (Conocimiento e interés, Teoría de la acción
comunicativa); cerca de él encontramos a K. O. Apel (La transformación de la
filosofía). Entre los que hoy destacan de la esta peculiar “escuela” cabe mencionar a A.
Wellmer y A. Honneth. Más información al respecto puede consultarse, por ejemplo, en
los libros: A. Cortina, Crítica y utopía: la Escuela de Frankfurt, ed. Cincel, F. Comom,
Las caras del Leviatán. Una lectura política de la teoría crítica, ed. Anthropos.
6
de las estructuras simbólicas escondidas. Esto que podríamos denominar con Ricoeur
“hermenéutica de la sospecha” es un procedimiento crítico que caracterizará también la
revisión del marxismo desde el psicoanálisis ejercida por la Teoría Crítica de la Escuela
de Frankfurt.
2
Un análisis pormenorizado de este desarrollo en el artículo de Mª C. LÓPEZ SÁENZ, “La precaria
unidad de la razón. J. Habermas”, Contextos (1991), pp. 31-65.
3
ADORNO, Th. W., HORKHEIMER, M., Dialektik der Aufklärung. Trad. Cast. De J. Chamorro,
Dialéctica de la Ilustración. Obras completas, 3. Barcelona: Akal, 2007, p. 252. Se recomienda, al
menos, la lectura del prólogo (1944 y 1947) y “El concepto de Ilustración” de esta obra.
7
dominio separó por la fuerza a todos los hombres. En la medicina se vuelve productiva
la reacción psíquica a la reducción del hombre a cuerpo, y en la técnica, la reacción a la
cosificación de la naturaleza entera” 4 .
Bacon encarna este espíritu de la Ilustración que pretendía saber para acrecentar el
poder humano sobre la naturaleza liberándose de los ídolos. Sin embargo, en nuestros
días, la naturaleza no domeñada, el afán mismo de dominio, podría ser vencida también
por ese saber, pero la Ilustración anula esta utopía liberadora poniéndose del lado del
enmascaramiento y invalidando sus propios orígenes que le llevaban a buscar la
liberación de la minoría de edad y de los miedos de los hombres:
4
ADORNO, Th. W., HORKHEIMER, M., Op. Cit., p. 253.
5
ADORNO, Th. W., HORKHEIMER, M., Op. Cit., p. 19.
6
ADORNO, Th. W., HORKHEIMER, M., Op. Cit., p. 56.
8
“Pues la Ilustración es totalitaria como ningún otro sistema. Su falsedad no radica en
lo que sus enemigos románticos siempre le han reprochado: método analítico, reducción
a elementos, descomposición por medio de la reflexión, sino en que para ella el proceso
está decidido de antemano” 7 .
Por tanto, no sólo no logra la autonomía del individuo, sino que lo hace desparecer.
La exacerbación de la división del trabajo tenía como meta la autoconservación de los
seres humanos y acaba exigiendo la alienación consentida (introyectada) de los
individuos, su sometimiento al aparato técnico. Esto puede avistarse ya en las
contradicciones de la ilustración kantiana, que tiene como objeto la liberación de las
andaderas del hombre, su elevación a lo universal y acaba subsumiéndolo en lo
particular:
7
ADORNO, Th. W., HORKHEIMER, M., Op. Cit., p. 59.
8
ADORNO, Th. W., HORKHEIMER, M., Op. Cit., pp. 95-96.
9
ADORNO, Th. W., HORKHEIMER, M., Op. Cit., p. 44.
9
con lo universal está fuera de toda duda. La pseudoindividualidad domina por doquier,
desde la improvisación regulada en el jazz hasta la personalidad original del cine, …” 10 .
“La cultura es una mercancía paradójica. Se halla hasta tal punto sujeta a la ley del
intercambio, que ya ni siquiera es intercambiada; se disuelve tan ciegamente en el uso,
que ya no es posible usarla. Por eso se funde con la publicidad. Cuanto más absurda
aparece ésta bajo el monopolio, tanto más omnipotente se hace aquélla. Los motivos
son, desde luego, económicos” 11 .
Con la publicidad, la industria cultural pierde el residuo de aura que podría quedarle
después de su repetibilidad infinita (Benjamín). Aquélla integra cualquier rescoldo de
individualidad y creatividad que pudiera quedar:
“Las reacciones más íntimas de los hombres están tan perfectamente cosificadas a
sus propios ojos, que la idea de lo que les es propio y peculiar subsiste sólo en la forma
más abstracta: personality apenas significa para ellos otra cosa que tener los dientes
blancos, no tener las axilas sudorosas y no mostrar las emociones. Es el triunfo de la
publicidad y la industria cultural, la forzada actitud mimética de los consumidores ante
las mercancías culturales ya desenmascaradas en su significado” 12 .
10
ADORNO, Th. W., HORKHEIMER, M., Op. Cit., p. 168.
11
ADORNO, Th. W., HORKHEIMER, M., Op. Cit., p. 175.
12
ADORNO, Th. W., HORKHEIMER, M., Op. Cit., p. 181.
13
Como J. A. Zamora ha puesto de relieve, sumándose a otros intérpretes de la Dialéctica de la
Ilustración, ésta persigue una crítica radical sociohistórica; no se limita, como Weber, a concebir el mito
como resto ineliminable de irracionalidad, como parte de un proceso de racionalización común a la
religión y a la ciencia, sino que va más allá de él (cfr. ZAMORA, J. A., Th. W. Adorno. Pensar contra la
barbarie. Madrid: Trotta, 2004, p. 168). Por otra parte, estamos de acuerdo con este autor en que la
Dialéctica de la Ilustración no nos aboca a una regresión a un estado de naturaleza originario: “No se
puede escapar al fetichismo de la mercancía retornando a un estadio previo a ella, sino sacando a la luz en
relación al tema de su desmoronamiento la posibilidad de su superación. Lo mítico del mundo de las
mercancías no puede verse como el índice de un estadio originario sin clases, que es conjurado
rememorativamente en las fantasmagorías de los que son explotados por el sistema capitalista, sino como
el carácter objetivo de la mercancía misma, en torno a la cual cristaliza el mundo capitalista como
infierno” (ZAMORA, J. A., op. Cit. P. 169).
10
naturaleza, que previamente ha sido desmitologizada, mediante un pacto de razón
estratégica, es decir, de coordinación entre medios y fines a corto plazo.
En la Dialéctica de la Ilustración, el canto duodécimo de la Odisea se interpreta
como si encerrara la conexión entre mito y ordenamiento racional del trabajo; narra el
paso del héroe ante la isla de las sirenas. Sus cantos invitan a perderse en el pasado,
pero el primer burgués ilustrado, no evita pasar por la isla. Es perfectamente consciente
del poder mítico de sus cantos, pero, para no sucumbir al mismo, se hace atar. De este
modo, goza de los sonidos, mientras frustra el objetivo de ese placer. Consigue pasar
con sus compañeros que se han tapado los oídos, neutralizando todo efecto a medio y
largo plazo del placer. El dominio de éste define a una civilización por el sufrimiento y
la renuncia que son los que marcan la mayoría de edad.
También Gadamer se opone a la oposición entre mito y logos, no tanto por haber
criticado la desmitologización ilustrada y su continuidad en nuestros días, como porque
descubre sus orígenes comunes. Su hermenéutica filosófica no es prioritariamente
crítica (ésta es un modo de la comprensión, no la finalidad de la misma). En cierto
sentido, se comporta como los románticos y denuncia los métodos analíticos y
abstractos impuestos por la Ilustración. Señala que la relación entre mito y razón es un
problema romántico, porque el romanticismo piensa que el orden no es un logro actual,
sino pasado y que el conocimiento no ha advenido en la Modernidad, sino que hubo
verdades antes:
14
ADORNO, Th. W., HORKHEIMER, M., Op. Cit., p. 57.
11
cerrado por un exceso de historia, esto es por haberse acostumbrado el pensamiento a
tablas de valor siempre cambiantes. Y, nuevamente, sólo es un pequeño paso el que
conduce desde esta valoración del mito hasta la acuñación de un concepto político del
mito, que resuena en el nouveau christianisme de Saint-Simon y que expresamente fue
desarrollado por Sorel y sus seguidores. La dignidad de una vieja verdad es atribuida a
la meta política de un orden futuro que debe ser creído por todos, como en otro tiempo
el mundo comprendido míticamente” 15 .
Gadamer concibe el mito como “lo dicho” cuyo objeto no es sino ser recibido, a
diferencia del logos que se dirige a la esencia de las cosas y proporciona un saber
constatable en todo momento 16 . Considera culpable de la crítica de la imagen mítica del
mundo al cristianismo. La imagen científica del mundo, a diferencia de la mítica,
convierte las cosas en calculables y, por tanto, excluye de verdad y de la razón al mito y
a la estética. El concepto de “razón” es Moderno y hace referencia, tanto a una facultad,
como a una disposición de las cosas. Según el filósofo, justamente es esta disposición
de las cosas en correspondencia con la conciencia es la que late en la idea originaria de
logos, que está en la base de la filosofía occidental.
“Los griegos llamaron nous a la sabiduría suprema en que lo verdadero está patente,
es decir, en que se hace patente en el pensamiento humano la disposición del ser con
arreglo al logos. A este concepto del nous corresponde en el pensamiento moderno el de
la razón. Ella es la facultad de las ideas (Kant). Su exigencia principal es la exigencia de
unidad en que se coordina lo disparejo de la experiencia. La mera multiplicidad del
´esto y esto`no satisface a la razón. Ésta quiere examinar qué produce la multiplicidad,
donde la haya, y cómo se forma” 17 .
Así pues, mito y razón tienen una historia y un objetivo común. No ha sido la razón
la que ha sustituido al mito desencantándolo y lo ha relegado a la imaginación lúdica,
sino una forma dominadora de la misma que se impuso como la sola Razón. Como dirá
Gadamer, esa concepción absoluta es una ilusión, pero no invalida a la razón como tal,
como tarea histórica no excluyente:
“La Ilustración radical del siglo XVIII resulta ser un episodio. Así pues, en tanto
que el movimiento de la Ilustración se expresa a sí mismo en el esquema ´del mito al
logos`, también este esquema está necesitado de revisión. El paso del mito al logos, el
desencantamiento de la realidad, sería la dirección única de la historia sólo si la razón
desencantada fuese dueña de sí misma y se realizara en una absoluta posesión de sí.
Pero lo que vemos es la dependencia efectiva de la razón del poder económico, social,
estatal. La idea de una razón absoluta es una ilusión. La razón sólo es en cuanto que es
real e histórica” 18 .
15
GADAMER, H-G., Mito y razón. Barcelona: Paidòs, 1997, pp. 15-16.
16
Cfr. GADAMER, H-G., Op. Cit. P. 17.
17
GADAMER, H-G., Op. cit, p. 19.
18
GADAMER, H-G., Op. cit, p. 20.
12
existencial. Tan sólo son fases de una historia que no avanza linealmente, sino hacia un
futuro y retroalimentándose de un pasado.
La libertad que caracteriza a la filosofía no se deja vencer por la división del trabajo.
Sólo en algunas de sus formas deviene nueva alienación, pero si sigue siendo crítica
desenmascara las mentiras que se imponen, primeramente esa que dice que la división
del trabajo es imprescindible,
“Al no dejarse hipnotizar por el poder, observa a éste en todos los rincones del
mecanismo social, que en principio no debe ser atacado ni dirigido hacia otros fines,
sino comprendido fuera del encantamiento que ejerce (…) La filosofía presta voz a la
contradicción entre creencia y realidad, y por eso se atiene estrictamente al fenómeno
condicionado por su tiempo (…) Es, al mismo tiempo, extraña a lo existente y capaz de
comprenderlo íntimamente. Su voz pertenece al objeto, pero sin que éste lo quiera; es la
voz de la contradicción, sin la cual la contradicción no se revelaría, sino que triunfaría
muda” 19 .
19
ADORNO, Th. W., HORKHEIMER, M., Op. Cit., p. 263.
20
Th. W. Adorno, “Der Artist als Statthalter”, en GS 11, p. 121.
21
ZAMORA, J. A., Op. Cit., p. 175.
13
modo, el dualismo antropológico resulta cuestionado, aunque no siempre superados sus
residuos. El cuerpo cobra ahora un estatuto filósofico que nunca antes había detentado.
1
SCHOPENHAUER, A., Sobre la voluntad en la naturaleza. Madrid: Alianza, 1987, p. 62.
14
“El cuerpo orgánico no es otra cosa que la voluntad dentro de la representación, la
voluntad misma intuida en la forma intelectual del espacio. Por eso decía que, así como
toda volición momentánea aislada se muestra inmediata e infaliblemente en la intuición
externa del cuerpo como una acción del mismo, así también el querer todo de cada
animal, el complejo de todas sus tendencias, tiene que tener su fiel trasunto en el cuerpo
mismo todo” 2 .
Como en Spinoza, la voluntad será también esfuerzo por conservar el ser propio 3 .
2
SCHOPENHAUER, A., op. Cit., p. 77.
3
Remito al lector a la investigación de SUANCES, M., “La corporalidad en Schopenhauer”, en El
Cuerpo. Perspectivas Filosóficas, editado por RIVERA DE ROSALES, J., y LÓPEZ SÁENZ, Mª C.,
Madrid: UNED, 2002, pp- 77-107. Allí encontrará un buen número de fuentes ilustrativas de esta
temática desde la interpretación de un especialista en este autor.
15
mal se sienta culpable y la voluntad de vivir y conservar la vida se vuelva contra ella
misma. De esa tradición devaluadota del cuerpo derivaba la vinculación de la filosofía
con la razón y la exclusión de las emociones.
Desde la nueva perspectiva abierta por Nietzsche, el cuerpo nos enseña valores
morales regenerados, porque nos suministra el modelo orgánico de la cooperación de
los miembros en una obra común.
En el cuarto discurso del libro primero de Así hablaba Zaratustra, rebate a los que
desprecian el cuerpo en nombre de la razón. Su osadía le llevó a identificar el cuerpo
con la Gran Razón, porque sabía que la vida siempre se da como cuerpo. Éste es la
mayor de las razones, porque es una multiplicidad dotada de sentido o una unidad de la
pluralidad y una orientación del movimiento corporal hacia un significado, de ahí su
afirmación:
4
NIETZSCHE, F., “De los despreciadores del cuerpo”, Así habló Zaratustra. Madrid: Alianza, 19808, p.
60
16
El espíritu se reduce a una simbología del cuerpo, a un instrumento de éste, en
contra de la tradición filosófica que, como hemos visto hasta ahora, considera al cuerpo
un instrumento de algo no corporal.
“Desde que conozco mejor el cuerpo –dijo Zaratustra a uno de sus discípulos- el
espíritu no es ya para mí más que un modo de expresarse; y todo lo ´imperecedero`- es
también sólo un símbolo” 5 .
“En primer lugar, la noción incomparable de Leibniz, con la que se le tuvo que dar la
razón, no sólo sobre Descartes, sino sobre todos los que habían filosofado hasta entonces,
que el estado consciente es un mero accidens de la representación, no su atributo necesario
y esencial, esto es que lo que llamamos conciencia no es sino un estado (acaso un estado
enfermizo) de nuestro mundo espiritual y psíquico, y en modo alguno este mundo
mismo” 6 .
La importancia que Nietzsche otorga al cuerpo no significa que este filósofo caiga
en el biologismo. Es muy conocida la oposición de Nietzsche al mismo, al positivismo y a
la objetivización de la vida, en general. Si el cuerpo es, para él, la gran razón, no lo es
como sustitutivo del espíritu, como otra entidad sustantiva, sino debido a que la lógica del
cuerpo subvierte la lógica abstracta; aquélla es genealógica, es decir, explica el desarrollo,
la génesis y la decadencia de la voluntad de poder.
Unida a esta determinada concepción de la razón como “la gran razón del
cuerpo”, está la crítica nietzscheana de la verdad. Como es sabido, Nietzsche afirma
5
NIETZSCHE, F., “De los poetas”, Así habló Zaratustra, p. 188.
6
NIETZSCHE, F., La Gaya Ciencia. Barcelona: Akal, 1988, p. 276.
17
que no hay verdad, sino interpretaciones. Su hermenéutica, sin embargo, no es tanto
textual como corporal, ya que la fuerza de la voluntad y la razón del cuerpo son la
condición de posibilidad de todas las interpretaciones. Como la verdad, la razón deja de
ser también incondicionada y se convierte en función vital y hasta corporal. Lo
verdadero, por su parte, el correlato de esa gran razón, ya no es un universal abstracto,
sino el conjunto de los poderes reales del cuerpo.
El cuerpo está dotado de una sabiduría integradora de los niveles conscientes, pero
también de los inconscientes; ambos dan forma a una conciencia que está por encima del
yo. Liberada de la unidad individual, la complejidad de este cuerpo se vive como
multiplicidad desbordante, no como cuerpo propio. Del mismo modo que no hay unidad
personal, no hay unidad corporal. Dios era la única garantía de la identidad del yo y de su
sustancialidad, pero Dios ha muerto.
7
NIETZSCHE, F., “De los trasmundanos”, Así habló Zaratustra, pp. 57-58.
18
“ … Cabe preguntarse si no ha sido la enfermedad la fuente que inspiró al filósofo.
El disfraz inconsciente de necesidades fisiológicas bajo el manto de lo objetivo (…)Y
muchas veces me he preguntado si la filosofía, en términos generales, no ha sido mera
interpretación y un malentendido del cuerpo. Tras los más altos juicios de valor que han
regido hasta ahora la historia del pensamiento se ocultan malentendidos de la constitución
física, sea de individuos, de clases o razas enteras. Todas estas audaces locuras de la
metafísica, en particular sus respuestas a la pregunta por el valor de la existencia, cabe
considerarlas por lo pronto, en todos los casos, como síntomas de cuerpos determinados;
(…) síntomas, repito, del cuerpo, de su medro o desmedro, su plenitud, poder y soberanía
en la historia o bien sus inhibiciones, cansancios empobrecimientos, su presentimiento del
fin, su voluntad de fin. Espero todavía que un médico filosófico, en el sentido excepcional
de la palabra –uno al que incumba dilucidar el problema de la salud colectiva de pueblo,
época, raza y humanidad- tendrá algún día la valentía de llevar al extremo mi sospecha y
aventurar la tesis de que en todo el filosofar nunca se ha tratado de la ´verdad`, sino de
algo muy diferente, digamos, de salud, porvenir, crecimiento, poder, vida …”8 .
La nueva filosofía, la filosofía higienizada deberá seguir este hilo conductor para
evitar seguir enmascarando la verdadera realidad.
8
NIETZSCHE, F., La Gaya Ciencia, p. 328.
9
SÁNCHEZ MECA, D., ”Psicofisiología nietzscheana del arte y de la decadencia”, en RIVERA DE
ROSALES, J., y LOPEZ SAENZ, Mª C., El cuerpo. Perspectivas filosóficas. Madrid: UNED, 2002, pp.
107-132, p. 107. Es recomendable la lectura completa de esta obra que analiza la fisiología de los
instintos artísticos como modelo interpretativo para una interpretaciòn de la cultura griega.
19
natural de la misma. Esta constatación de la diferencia deja indeterminada la relación
entre ambos.
De ahí el lento descubrimiento freudiano del cuerpo, el cual tiene que ver con el
progresivo convencimiento de que las lesiones somáticas no son la única causa, ni la
raíz originaria, de las enfermedades del alma. Entonces, Freud verá la necesidad de
liberar a ésta de un estudio puramente materialista y profundizar en el psiquismo
humano; en primer lugar, tratará a éste independientemente de su sometimiento
unívoco a una causalidad meramente corporal, pero también evitará trasladar ese
sometimiento al cuerpo. Por eso, cuando percibe que los trastornos somáticos en sus
pacientes histéricos son producidos por el inconsciente, no está refiriéndose con éste al
cuerpo físico-orgánico. El cuerpo ya no es origen, causa o sustancia opuesta al alma,
sino una expresión del inconsciente.
20
Algo semejante ocurre con el yo; es derivado del cuerpo, aunque primordialmente
sea una función general de la unión de procesos psíquicos. El yo es la superficie
corporal y la proyección mental de dicha superficie; en otras palabras, el yo es corporal
y, a la vez, es conciencia de lo corporal. En el cuerpo late también, naturalmente, el
deseo inconsciente. Freud lo explica paralelamente a la diferencia sexual, con su teoría
de la “primacía del falo”: la especificidad de la organización genital infantil que
consiste en que, para ambos sexos, sólo el órgano sexual masculino juega algún papel.
El cuerpo libidinal es aquél en el que la configuración anatómica está sujeta a fantasías
y, por ello, desarticula la estructura del cuerpo objeto. En la infancia, el falo es el
significante clave. Juega un papel determinante en la organización genital infantil
comprendida como estructura arcaica de la sexualidad adulta.
“El carácter principal de esta organización genital infantil es, al mismo tiempo, la
diferencia de la organización genital definitiva del adulto. Reside en que para los dos
sexos un solo órgano genital, el órgano masculino, desempeña un papel. No existe,
pues, primado genital, sino primado del falo. (…) La ausencia de pene es la
consecuencia de la castración como castigo. (…) Una primera oposición aparece con la
elección de objeto que, en efecto, presupone sujeto y objeto. (…) Lo masculino parece
ser el sujeto, la actividad y la posesión de pene; lo femenino perpetúa el objeto y la
pasividad. La vagina adquiere ahora valor como logis del plene, recoge la herencia del
cuerpo materno” 10 .
Al igual que Freud, Lacan (1901-1981) fue médico. Interpretará el falo como
distinto del pene (que sería el órgano anatómico real), como un símbolo que no sólo
designa una parte del cuerpo, sino también la diferencia entre lo masculino y lo
femenino, que es la razón del deseo del hombre por la mujer y a la inversa.
En un siglo como el suyo, en el que crece la atención concedida al cuerpo, Lacan
afirma paradójicamente que hay psicoanálisis porque no hay cuerpo. Su tesis es que eso
que llamamos “cuerpo” no es el cuerpo mismo, sino algo que funciona ante todo en el
lenguaje, o sea, en eso que media entre el ser humano y su propia realidad bajo la forma
de una segunda naturaleza que no obedece a las leyes de la naturaleza corporal.
“El fondo de la vida consiste en que todo lo que es de ella la relación de hombres
y mujeres, lo que se llama colectividad, no va, no va y todo el mundo habla de ella, y
gran parte de nuestra actividad consiste en ello. No impide que no haya nada serio si no
se ordena de otra manera como discurso. Hasta que no se ha comprendido esto, que esta
relación, la relación sexual, en tanto que no va, va al menos –gracias a un número de
convenciones, prohibiciones, inhibiciones que son el efecto del lenguaje y no se toman
sino de esta materia y en este registro. No hay la menor realidad prediscursiva, por la
razón de que lo que forma la colectividad y denomino hombres, mujeres y niños, no
quiere decir nada como realidad previa al discurso. Los hombres, las mujeres y los
10
FREUD, S., La vie sexuelle. Paris: Puf, 1969.
21
niños no son más que significantes. Una mujer busca a un hombre a título de
significante” 11 .
Denomino “mi cuerpo” a una totalidad ilusoria que creo aprehender como
representación de un conjunto, pero el cuerpo que vive es la imagen alienante de una
identificación constitutiva, mientras que el real no me pertenece, porque no puede
nombrarlo ni situarlo más que cuando muero y ya es sólo un cuerpo objeto.
Frente a los paralelistas, Bergson concibe la naturaleza como una fuerza interna,
naturans, haciéndose continuamente, atravesada por un élan (impulso) vital que la
impulsa a crear y a crecer, como pura duración que evoluciona.
“En Espinosa, brotaron intuiciones que hacen crujir el sistema. Pero si de esas
doctrinas se elimina lo que les da animación y vida, si se queda uno con su osamenta, se
tiene la misma idea que se obtendría mirando el platonismo y el aristotelismo a través
11
LACAN, J., Séminarie XX, en Écrits. Paris: Seuil, 1975, p. 34.
22
Remitimos para completar a estos autores a CASTRILLO, D., “El estatuto del cuerpo en el
psicoanálisis: del organismo viviente al cuerpo gozante”, en RIVERA DE ROSALES, J., y LOPEZ
SAENZ, Mª C., El cuerpo. Perspectivas filosóficas. Madrid: UNED, 2002, pp. 207-241. La autora
comienza desarrollando el pensamiento de Freud al respecto ilustrándolo con los textos centrales ;
continúa con el cuerpo en Lacan, analizado con la misma metodologìa de la hermenéutica de sus escritos
ilustrada con una gran cantidad de casos y ejemplos.
23
BERGSON. H., Matière et mémoire. Paris: F. Alcan, 1913, p. 246.
22
del mecanicismo cartesiano. Se está en presencia de un sistema de la nueva física,
sistematización construida según el modelo de la antigua metafísica.” 24 .
A Bergson le atrae más el esse est percipi de Berkeley, pero considera que, tanto
el idealismo como el realismo sólo tienen interés especulativo en la percepción y la
reducen a puro conocimiento. Olvidan su destino práctico. En cambio, él enlaza la
percepción y el movimiento; enraíza lo percibido en las sensaciones fisiológicas
vitalmente entendidas. La percepción no es instantánea, sino que tiene duración y exige,
por tanto, un esfuerzo de la memoria que prolongue una percepción en otras. La
memoria recoge y conserva todos los aspectos de la existencia. El cuerpo -y no
especialmente el cerebro- es el medio que permite recobrar los datos, haciendo aflorar
recuerdos de forma concomitante a percepciones, o de un modo más libre en los
sueños. El recuerdo no es, por tanto, resultado de un estado cerebral, sino que éstelo
prolonga, lo reactiva en el presente por la materialidad que le confiere, pero el recuerdo
puro es una manifiestación espiritual. Así pues, la memoria pertenece al dominio del
espíritu.
La vida, sin embargo, no arranca del órgano perceptivo, ni del cuerpo. Éste sólo
es uno de los instrumentos que la posibilitan. La vida excede al organismo; está en el
cosmos.
Percibimos imágenes que interactúan siguiendo las leyes de la naturaleza y el
Universo es el conjunto de dichas imágenes. Una de ellas es mi cuerpo:
“Él es una que contrasta con todas las otras en que no la conozco sólo desde fuera por
percepciones, sino también desde dentro por afecciones: es mi cuerpo” 25 .
24
BERGSON. H., La evolución creadora.Buenos Aires. Espasa-Calpe. 1973, p. 301.
25
BERGSON, H., Matière et mémoire, p. 1.
26
BERGSON, H., Op. Cit. P. 7.
27
BERGSON, H., Op. Cit. P. 50.
23
La totalidad de las imágenes percibidas es la representación 28 . Pero, como hemos visto,
la percepción tampoco es materia primera: siempre está impregnada de memoria,
exceptuando la percepción pura.
“El cuerpo viviente en general, el sistema nervioso en particular, no son más que
dos lugares de paso para los movimientos que son recibidos como excitación y
transmitidos como acción refleja o voluntaria” 30 .
28
Cfr. BERGSON, H., Op. Cit. P. 53.
29
BERGSON, H., Op. Cit. P. 68.
30
BERGSON, H., Op. Cit. P. 68.
31
BERGSON, H., Op. Cit. P. 56.
32
BERGSON, H., Op. Cit. P. 25.
33
BERGSON, H., Op. Cit. P. 255.
24
La percepción pura es la acción virtual 34 de las cosas sobre nuestro cuerpo y de
nuestro cuerpo sobre las cosas (en función de las necesidades). El cerebro (acción
iniciada) continúa esta percepción, que es nuestra acción virtual. El cuerpo no es el
órgano de la representación. El cerebro no es un almacén de recuerdos e imágenes: “es
instrumento de acción y no de representación” 35 ; no es el órgano del pensamiento y de
la memoria o su depositario, sino solamente un instrumento que permite traducir los
recuerdos en movimientos, y enlazar lo psíquico con lo corporal gracias a su relación
metafísica con la conciencia.
Tampoco hay hiato, sino paso gradual entre idea e imagen y entre imagen y
sensación. La memoria no es una regresión del presente al pasado, sino un progreso del
pasado al presente, porque venimos de un estado virtual hasta la materialización de una
percepción actual, un estado presente y actuante. Las sensaciones no son materiales con
los que se fabrica la imagen, sino impureza que se mezcla con ella, eso que
proyectamos de nuestro cuerpo en los otros. A medida que se aproxima a la acción, el
alma se acerca a la extensión. Sólo se independiza completamente de la materia en la
percepción pura. Puede unirse a ella y, sin embargo, distinguirse porque es memoria, o
sea, síntesis del pasado y del presente con miras al futuro. De este modo, junta los
momentos de la materia para manifestarse por las acciones, “que son la razón de ser de
su unión con el cuerpo” 36 . De nuevo vemos el carácter instrumental que el cuerpo tiene
para Bergson. Queda patente que el filósofo distingue el cuerpo del espíritu en función
del tiempo, no del espacio, como hicieron los que le precedieron:
Esto es lo que hacia el paralelismo. Era, por ello, incapaz de concebir una
psicología de la materia y una metafísica de la materia. Bergson, se da cuenta, en
cambio, de que la materia es una sucesión de momentos rápidos equivalentes. El
espíritu es memoria en la percepción, se afirma como prolongación del pasado en el
presente 38 ¿Se habrá limitado a sustituir la distinción espacial entre materia y espíritu
por otra temporal? Él lo niega, ya que asegura que se mantiene la diferencia de
“intensidad” entre ellas:
“Entre la materia bruta y el espíritu más capaz de reflexión hay todas las
intensidades posibles de la memoria, o, lo que viene a ser lo mismo, todos los grados de
la libertad” 39 .
34
La existencia virtual “es propia de las cosas del espíritu” (BERGSON, H., Op. Cit. P. 270)
35
BERGSON, H., Op. Cit. P. 69.
36
BERGSON, H., Op. Cit. P. 246.
37
BERGSON, H., Op. Cit. P. 247.
38
Cfr. BERGSON, H., Op. Cit. P. 247.
39
BERGSON, H., Op. Cit. P. 248.
25
está determinada por la necesidad, pero, en realidad, el pasado ya está en su presente.
La única manera de dar con aquél es estudiar cómo se ha depositado en el presente en
estado de recuerdo:
“La teoría del cuerpo, al unir percepción y memoria, revelará el conflicto del que
estamos hablando: ora el cuerpo es el lugar de paso del movimiento en sí, como si fuese
un elemento del mundo físico; ora es únicamente una representación, homogénea a las
imágenes de la memoria. Bergson juega con los dos sentidos –idealista y realista- del
término ´imagen`” 45 .
40
BERGSON, H., Op. Cit. P. 249.
41
BERGSON, H., Op. Cit. P. 271.
42
BERGSON, H., Op. Cit. P. 269.
43
Cfr. MERLEAU-PONTY, M., L´union de l´âme et du corps chez Malebranche, Biran et Bergson.
Paris: Vrin, 1978, p. 79.
44
MERLEAU-PONTY, M., op. Cit., p. 82.
45
MERLEAU-PONTY, M., op. Cit., p. 84.
26
Es decir, al separar la memoria de la percepción y asociarlas con el espíritu y la
materia, respectivamente, Bergson no ha conseguido superar el dualismo y hasta la
imagen participa de la ambivalencia de ambos: a veces es creación del espíritu desde la
nada (idealismo), a veces consiste en el mero recuerdo de percepciones pasadas,
(realismo). Bergson hace del cuerpo una de estas imágenes, aunque privilegiada,
aunque también lo conciba como un instrumento de la acción. Esto se debe a que
percepto puro y el recuerdo puro son elementos objetivos, en-sí, incapaces de sintetizar
la relación existencial del yo con el mundo que definirá la fenomenología de Merleau-
Ponty.
46
HUSSERL, E., Ideas II. México: FCE, 1997, p. 178.
27
(externas) para dar con las características esenciales de la vivencia y llegar a la
conciencia pura que va a constituir el campo de la fenomenología. En el párrafo 39,
establece la relación de dicha conciencia con la realidad natural. Busca la fuente de la
tesis general del mundo que llevamos a cabo en la actitud natural, es decir, de “lo que
hace posible que me encuentre bajo la forma de la conciencia con un mundo de cosas
que está ahí frente a mí, que me atribuya un cuerpo en este mundo y que, por ende,
pueda insertarme a mí mismo en él. Patentemente es esta última fuente la experiencia
sensible (…)
El percibir, considerado netamente como forma de la conciencia y prescindiendo
del cuerpo y de los órganos corporales, se presenta como algo carente de toda esencia,
como el vacío mirar de un ´yo` vacío al objeto mismo que se toca misteriosamente con
éste” 47 .
Los actos perceptivos siempre son corporales, pero no constituyen el cuerpo como
tal para el sujeto corporal; el cuerpo es constituido intencionalmente en la relación
reflexiva (sensaciones dobles) que mantiene consigo mismo cuando percibe uno de sus
47
HUSSERL, E., Ideas I. México: FCE, 1985, pp. 88-89.
48
Como señala A. Zirión, la primera edición de Ideas II aparece, después de muerto Husserl, en 1952,
aunque el manuescrito de la obra data de 1912 y, por tanto, de la época en la que Husserl publica Ideas I.
Los avatares de Ideas II, son relatados minuciosamente por Zirión, en “Presentación” de HUSSERL, E.,
Op. Cit. Pp. Pp. 5-17.
49
HUSSERL, E., Op. Cit, p. 187.
28
órganos actuando y lo hace mediante otro. Esta reflexividad intencional del cuerpo
depende del doble aspecto del sentido del tacto: éste puede tocar a la vez que se siente
tocado. Esto es lo que quiere decir Husserl cuando asegura que el cuerpo se constituye
originariamente en la tactilidad y en todo lo que se localiza en las sensaciones del tacto.
El cuerpo se convierte en cuerpo a través de las sensaciones en el tacto, sensaciones de
dolor y, en definitiva a través de la localización de sensaciones como sensaciones. No
es el sujeto corporal el que realiza dicha experiencia, sino que ésta tiene lugar en un
campo de localización de sensaciones dobles. También la conciencia forma parte de ese
campo; está ligada a su cuerpo, no como si se tratara de una posesión de un sujeto
absoluto constituyente, sino como campo de localización de sensaciones. Por
consiguiente, el cuerpo no se constituye ante una conciencia expectante y desencarnada,
sino por sí mismo, como portador de sensaciones localizadas o ubiestesias.
50
HUSSERL, E., Op. Cit, pp. 185-6. Es conveniente la lectura de todo el párrafo 36 en el que se enmarca
este fragmento para la mejor comprensión del alcance de estas ubiestesias. Asimismo, resultará
imprescindible, para una comprensión global del cuerpo en Husserl, el capítulo de J. San Martín,
“Apuntes para una teoría fenomenológica del cuerpo” en RIVERA DE ROSALES, J., y LOPEZ SAENZ,
Mª C., El cuerpo. Perspectivas filosóficas. Madrid: UNED, 2002, pp. 133-164.
29
época misma de Descartes, con Hobbes. Enseguida, como hemos mostrado, ésta fue
una psicología de un estilo totalmente extraño a la de épocas anteriores cuyo proyecto
era el de una antropología psicofísica en el espíritu del racionalismo.
Es preciso evitar aquí dejarse inducir a error por la habitual oposición, el contraste
habitual del empirismo y del racionalismo. El naturalismo de Hobbes pretende ser
fisicalismo y como todo ´fisicalismo`, tiene como modelo precisamente la racionalidad
física” 51 .
Sin embargo, Husserl tampoco cae en el materialismo, ya que lo que critica del
fisicalismo y de Descartes no es tanto la prioridad que ambos conceden a lo mental, al
pensamiento, como su incapacidad para llegar al nivel transcendental de la reflexión, a
la conciencia pura como dominio en el que los fenómenos adquieren sentido.
No obstante, en esta obra, el cuerpo propio parece seguir siendo, como en Ideas I,
el “medio” específico de la conciencia para entrar en el mundo real, es decir, el
instrumento que le permite abandonar su inmanencia y participar en la transcendencia.
Gracias a él, la conciencia deja de ser absoluta y se convierte en la conciencia de
alguien:
51
HUSSERL, E.,La crise des sciences européennes et la phénoménologie transcendentale. Paris:
Gallimard, 1962, pp. 72-73.
52
HUSSERL, E., Ideas I. Pp. 125-6.
30
conciencia y mundo exista un a priori universal de correlación. Conciencia y realidad
están separadas por un abismo de significado, a pesar de que la intencionalidad de la
conciencia y la re(con)ducción a ella impidan absolutizarla.
“Nuestra alma no tiene ventanas: esto quiere decir In der Welt Sein-
La armonía preestablecida, (como el ocasionalismo) mantiene siempre el en-sí y
simplemente lo une con lo que experimentamos por una relación de sustancia a
sustancia fundada en Dios, -en lugar de hacer de ella la causa de nuestros
pensamientos- pero de lo que se trata justamente es de rechazar completamente la idea
del En-Sí” 53 .
La percepción nos hace constatar esa armonía entre una mónada y las otras; el
hecho de Ser-en-el-mundo es percibir y no ser un alma sin ventanas. Siguiendo a la
psicología de la Forma, toda figura percibida se destaca desde un fondo que sería
nuestro cuerpo y, más allá de él, el mundo. Pero al mismo tiempo, lo característico del
cuerpo es que es él mismo el que percibe, es conciencia perceptiva. Merleau-Ponty
reintegra los dos términos de la percepción:
53
MERLEAU-PONTY, M. Le Visible et l´Invisible, Paris: Gallimard, 1960, p. 276.
31
“La percepción y lo percibido tienen necesariamente la misma modalidad
existencial, pues no puede separarse de la percepción la conciencia que ésta tiene o,
mejor, es, de captar la cosa misma. No puede tratarse de mantener la certeza de la
percepción recusando la de la cosa percibida (…) Ver es ver algo” 54
El cuerpo es una estructura perceptiva permanente que está más allá de los cinco
sentidos. Éstos funcionan conjuntamente gracias al esquema corporal, de manera que
las cinestesias, las cenestesias y la exterocepción son dos caras del mismo acto. Las
sinestesias que se producen entre los diferentes sentidos demuestran que la percepción
no está especializada, es holística.
Merleau-Ponty aborda, por tanto, el cuerpo propio más allá de la dicotomía (en mi
cuerpo se borra la diferencia entre lo subjetivo y lo objetivo); no hay dualismo entre la
mente y nuestra orientación perceptiva y fenoménica en el mundo. La experiencia del
cuerpo propio nos desengaña del dualismo alma-cuerpo y, al mismo tiempo, describe la
riqueza de las múltiples dimensiones (irreducibles) de la existencia humana.
“¿De dónde viene que yo de a mis manos, notamente, este grado, esta velocidad y
esta dirección del movimiento, que son capaces de hacer sentir las texturas de lo liso y
lo rugoso? Es preciso que entre la exploración y lo que me mostrará, entre mis
movimientos y lo que toco, exista alguna relación de principio, algún parentesco según
el cual no son solamente como los pseudópodos de la ameba, vagas y efímeras
deformaciones del espacio corporal, sino la iniciación y la apertura a un mundo táctil.
Esto sólo puede llegar si, al mismo tiempo que siento desde dentro, mi mano es también
accesible desde fuera, tangible ella misma, por ejemplo, para mi otra mano, si ella se
coloca entre las cosas que toca, en algún sentido es una de ellas, abre al fin a un ser
tangible del que también ella forma parte” 55 .
El cuerpo es un ser de dos caras; tiene, por tanto, una cara objetiva, pero, a
diferencia de los otros objetos, el cuerpo es lo que permite que haya objetos; nunca está
completamente constituido como ellos, pero tampoco es el único constituyente. No es
ni un objeto externo ni un sujeto interno. Somos perceptores corpóreos y, por ello, no
nos comprendemos a nosotros mismos como egos puros que posean un cuerpo, sino
que el cuerpo es el agente concreto de todos los actos perceptivos. Cuando percibimos,
no nos comprendemos como teniendo un cuerpo, sino como siendo un cuerpo.
Ciertamente, hay conciencia, pero ésta no está separada del cuerpo; sólo existe en
situación, encarnada, perceptiva. Sólo la abstracción las distingue artificialmente, pero
en realidad se viven conjuntamente. Es el cuerpo el que es nudo de significaciones
54
MERLEAU-PONTY, M., Fenomenología de la percepción. Barcelona: Península, 1985, p. 384.
55
MERLEAU-PONTY, M., Op. Cit., pp. 5-6.
32
vivientes y no la conciencia. Nuestro cuerpo no es el objeto de un ego cogito, sino un
conjunto de significados vividos y sentidos. Merleau-Ponty no sólo concede estatuto
filosófico al cuerpo y demuestra su primacía en la experiencia humana y en el
significado. Sus significaciones vividas culminan en la comunicación intersubjetiva y
en el lenguaje, pero la gestualidad y expresividad corporales serán su origen y tendrán
la misma primacía que el habla en el sistema de la lengua. En tanto gesto, el cuerpo es
ya lenguaje tácito y fundamento de la expresión. Como en la obra de arte, en el cuerpo
no es posible distinguir el modo de expresión de lo expresado, “cuyo sentido sólo es
accesible por un contacto directo y que irradian su significación sin abandonar su lugar
temporal y espacial. Es en este sentido que nuestro cuerpo es comparable a la obra de
arte. Es un nudo de significaciones vivientes, y no una ley de un cierto número de
términos covariantes” 56 .
En sus últimas obras, Merleau-Ponty hablará del cuerpo de carne y del mundo de
carne, es decir, desubjetivizará al cuerpo (el aquí y ahora concreto) a favor de la Chair
o dimensionalidad de la que participa todo ser. Como para Husserl, la carne será un
horizonte desde el que se destacan el sujeto y los objetos; además la carne será
reversibilidad siempre inminente entre sentiente y sentido.
56
MERLEAU-PONTY, M., Op. Cit., p. 168. Se recomienda la lectura de esta primera parte de la obra en
la que se inscribe este fragmento y que lleva por título, “El cuerpo”.
33
cuerpo y espíritu, porque entonces sería la unión de contradictorios, sino –decíamos-
como elemento, emblema concreto de una manera de ser general” 57 .
Al ser el medio formador, tanto del sujeto como del objeto, la carne toma el
sentido griego de “elemento”, eso que forma parte de todo, sin ser él mismo un
componente material determinado 58 .
“De modo que no hay que partir de ahí, sino de nuestra relación primera con el
en-sí: de nuestro ser-en-el-mundo. Sabido es que no hay, por una parte, un para-sí y,
por otra, un mundo, como dos todos cerrados cuyo modo de comunicación habría que
indagar después, sino que el para-sí es por sí mismo relación con el mundo; al negar de
sí mismo el ser, hace que haya un mundo, y, trascendiendo esta negación hacia sus
propias posibilidades, descubre los ´estos`como cosas-utensilios” 59 .
“En cierto sentido, pues, el cuerpo es una característica necesaria del para-sí: no
es verdad que sea producto de una decisión arbitraria de un demiurgo, ni que la unión
del alma y del cuerpo sea el acercamiento contingente de dos sustancias radicalmente
distintas, sino que, por el contrario, de la naturaleza misma del para-sí deriva
necesariamente que el para-sí sea cuerpo, es decir, que su nihilizador escaparse del ser
se haga en la forma de un comprometerse con el mundo. Empero, en otro sentido, el
cuerpo pone de manifiesto mi contingencia, e inclusive no es sino esta contingencia” 60 .
57
MERLEAU-PONTY, M. Le Visible et l´Invisible, p. 195.
58
Un desarrollo detallado del cuerpo y la carne en las distintas obras y periodos de Merleau-Ponty, en
LÓPEZ, Mª C., La existencia como corporeidad y carnalidad en la filosofía de M. Merleau-Ponty”, en
RIVERA DE ROSALES, J., y LOPEZ SAENZ, Mª C., El cuerpo. Perspectivas filosóficas. Madrid:
UNED, 2002, pp. 179-206.
59
SARTRE, J-P., El Ser y la Nada. Madrid: Alianza, 1984, p. 333. Es recomendable la lectura de todo el
capítulo II de este obra, que lleva por título “El cuerpo”.
60
SARTRE, J-P., El Ser y la Nada, p. 337.
34
J-P. Sartre se concentrará en el estudio de las estructuras de la corporalidad. Sus
últimos trabajos tendrán en cuenta, no obstante, que la conciencia no es plenamente
lúcida, sino que es opaca y contingente debido a la integración del cuerpo en su teoría
de la misma. En general, la transparencia de la conciencia contrasta con la opacidad del
cuerpo, con la facticidad y finitud del sujeto-en-el-mundo.
Este contraste se deriva del dualismo sartreano que se proyecta en sus alusiones a
la corporeidad 61 . En ellas, conciencia y cuerpo se oponen entre sí como el para-sí y el
en-sí, como el espíritu ordenador y la naturaleza inerte. Cuando aquél se desinteresa de
ésta, acontece la náusea ante lo carente de contornos y ante el abismo de la
contingencia.
Este cuerpo que es el medio de la descomposición del mundo, contrasta con el
cuerpo merleau-pontiano que compone el mundo con los otros y nos une con la
naturaleza que compartimos. En cambio, para Sartre, sólo nos une la escasez y la
necesidad que nos obliga a trabajar juntos y a someter la individualidad soberana a
proyectos colectivos.
No podía ser de otro modo para este pensamiento de los opuestos, incapaz de
pensar la conciencia corporal.
Que la tercera dimensión ontológica de mi cuerpo sea una relación dual y
cognoscitiva, refleja lo que llevamos dicho: que mi cuerpo es objeto y no conciencia
61
Para una idea general de la corporeidad en Sartre, véase ARIÑO, A., "Visión de la corporeidad en la
ontología y la literatura de J. P. Sartre", RIVERA DE ROSALES, J., y LOPEZ SAENZ, Mª C., El cuerpo.
Perspectivas filosóficas. Madrid: UNED, 2002, pp. 165-178.
62
SARTRE, J-P., Op. Cit., p. 377.
35
(sujeto). El cuerpo propio aparece ante los otros como el ajeno ante nuestra conciencia:
como una cosa:
"Mi cuerpo está ahí no sólo como el punto de vista que soy, sino como un punto
de vista sobre el que se están tomando puntos de vista que yo no podré alcanzar jamás;
me escapa por todas partes. Esto significa en primer lugar, que este conjunto de
sentidos que no pueden captarse a sí mismos se da como captado en otra parte y por
otros” 63
63
SARTRE, J-P., Op. Cit., p. 378.
64
CHIODI, P., Sartre y el marxismo. Barcelona: Oikos-Tau, 1969, p. 50.
36
pero en un horizonte antifenomenológico. Esto le llevará a incurrir en reduccionismos
nuevos.
Sin duda, Nietzsche fue quien determinó la concepción foucaultiana de la sociedad y
del poder. Se declaró nietzscheano hasta el fin de su vida. Nietzsche le enseñó a evitar los
sistemas metafísicos y a narrar pequeñas historias alrededor de los conceptos. De ahí
deriva la concepción foucaultiana de la filosofía como diagnóstico y su carácter
constitutivo de la historia.
Filosofía era, para Foucault, denuncia de las relaciones de poder ocultas,
provocación de resistencias, producción de saberes verdaderos que puedieran oponerse a
los dominantes, invención de nuevas subjetividades, transformación de nuestras vidas
mostrando que nada de las mismas es fatalidad. La provocación nietzscheana alienta estas
tareas asignadas al filosofar que ya no creen en el origen, ni en el fundamento, pero que
instan a inventar el porvenir desarrollando una pluralidad de ficciones y relatos.
La obra de M. Foucault suele ser descrita como post-moderna o post-estructuralista
por sus críticos contemporáneos. Aunque, en efecto, durante los años 60 Foucault se
relacionó estrechamente con el movimiento estructuralista, él mismo enfatizó su distancia
del formalismo de esta corriente. Por otra parte, rechazaba la etiqueta de “post-moderno”,
ya que le parecía más adecuado decir que pertenecía a la Modernidad.
Sus estudios se originan en la hermenéutica de la sospecha y pretenden construir otra
historia de la verdad y de la razón, no para narrar la génesis de ciertas instituciones
(manicomios, prisiones, cárceles, etc.), ni para evaluar epistemológicamente la psiquiatría
o la criminología rechazando o admitiendo su cientificidad mediante la reconstrucción
histórica de sus categorías, sino para pensar el presente, preguntándose ¿qué tipo de
racionalidad puede hacer aceptable que a los locos se los encierre para curarlos o que se
identifique la locura con la enfermedad de la psique? ¿Qué es lo que hace que percibamos
la locura de los otros y no la nuestra?
Con Descartes, la locura y los sueños eran considerados dos formas de error; a
diferencia del sueño, sin embargo, la locura queda excluida del sujeto que practica la duda:
el filósofo que duda no pone en cuestión la salud; ésta es tan indudable para él como el
hecho de pensar o existir.
Las narraciones foucaultianas muestran cómo se han constituido las formas
anómalas de subjetividad (el delincuente, el perverso sexual, el loco, etc). Trata de mostrar
cómo han incidido en ello las técnicas del poder y de saber. En las narraciones
foucaultianas prevalece la genealogía de Nietzsche. Su relectura lleva a Foucault a romper
con la fenomenología existencial de Sartre, Merleau-Ponty y con la psiquiatría existencial
alemana, corrientes con las que había estado estrechamente vinculado en sus comienzos.
A partir de 1961, deja de buscar fenomenológicamente las claves de la locura como
alteridad radical de la razón; abandona el estudio de las vivencias del enfermo y se centra
en el ámbito material de la experiencia históricamente constituida a través de prácticas
institucionales, procesos socioeconómicos y discursos.
En Vigilar y castigar (1975), Foucault emprende una crítica del hombre real. Estudia
el nacimiento de la prisión, de la transformación del sistema de castigo. El apartado I de
“Suplicio” se titula, “El cuerpo de los condenados”. Cuando Foucault analiza la progresiva
desaparición de los suplicios físicos que castigan directamente el cuerpo, en los siglos
XVIII y XIX afirma que sus sustitutivos, es decir, la prisión, trabajos forzados,
deportación, etc. siguen castigando al cuerpo, entendido ahora, ya no como espectáculo,
sino como intermediario instrumental de la libertad de obrar y los derechos fundamentales
de la persona:
37
“Pero la relación castigo-cuerpo no es en ellas idéntica a lo que era en los suplicios.
El cuerpo se encuentra aquí en situación de instrumento o de intermediario; si se
interviene sobre él encerrándolo o haciéndolo trabajar, es para privar al individuo de una
libertad considerada a la vez como un derecho y un bien. El cuerpo, según esta penalidad,
queda prendido en un sistema de coacción y de privación, de obligaciones y de
prohibiciones. El sufrimiento mismo, el dolor del cuerpo mismo, no son ya los elementos
constitutivos de la pena. El castigo ha pasado de un arte de las sensaciones insoportables a
una economía de los derechos suspendidos. Y si es preciso todavía a la justicia manipular
y llegar al cuerpo de los justiciables, será de lejos, limpiamente, según unas reglas
austeras, y tendiendo a un objetivo mucho más “elevado”. Como efecto de esta nueva
circunspección un ejército entero de técnicos ha venido a relevar al verdugo, anatomista
inmediato del sufrimiento: los vigilantes, los médicos, los capellanes, los psiquiatras, los
psicólogos, los educadores. Por su sola presencia junto al condenado cantan a la justicia la
alabanza de que aquélla tiene necesidad: le garantizan que el cuerpo y el dolor no son los
objetivos últimos de su acción punitiva”65 .
A mediados del XIX, la pena ya no se centra en el suplicio que hace sufrir, sino que
toma la forma de la pérdida de un bien o un derecho, pero todavía mantiene cierta
restricción corporal (privación sexual, celda, golpes, racionamiento de alimentos), así
como la remisión del cuerpo al alma, como su complemento vital, de ahí el giro que
tomará la pena:
“Si no es el cuerpo el objeto de la penalidad en sus formas más severas ¿sobre qué
establece su presa? La respuesta de los teorizantes –de quienes abren hacia 1760 un
periodo que no se ha cerrado aún- es sencilla, casi evidente. Parece inscrita en la pregunta
misma. Puesto que ya no es el cuerpo, es el alma. A la expiación que causa estragos en el
cuerpo, debe suceder un castigo que actúe en profundidad sobre el corazón, el
pensamiento, la voluntad, las disposiciones (…) el aparato de la justicia punitiva debe
morder ahora en esa realidad sin cuerpo” 66 .
La ejecución capital moderna suprime el dolor que le precede; afecta a la vida más
que al cuerpo, porque iguala la muerte para todos los condenados a ella. Pretende incidir
en el alma, a esa realidad incorpórea. Se juzga el alma del individuo y se intenta
reconstituir de otro modo. Sin embargo, el castigo no reconvierte las almas y sigue
castigando la identidad y la subjetividad corporales del individuo. Sobre él se impone el
discurso de la cárcel. Foucault por el contrario, explica la configuración del “alma” desde
el cuerpo. Se propone, entonces, una genealogía del alma moderna en la justicia penal, es
decir, el nacimiento de un saber científico en la práctica judicial a través de una tecnología
política del cuerpo en la que se lea una historia común entre las relaciones de poder y las
relaciones de objeto.
El sujeto psicológico nace del encuentro del cuerpo con el poder. Su alejamiento de
la filosofía de la conciencia, así como su anti-bergsonismo (la explicación de esta
construcción de la subjetividad no hay que buscarla, como hacía Bergson, en el tiempo,
sino en el espacio), determinan sus análisis del biopoder. Éste no actúa a través de signos o
de manipulación de las conciencias, sino moldeando los cuerpos (anatomía política). Ahí
puede verse, ya no sólo una práctica de la hermenéutica crítica, sino un anti-
hermeneutismo, puesto que se opone a la sublimación del sentido y prioriza lo espacial y
65
FOUCAULT, M., Vigilar y castigar. Madrid: Siglo XXI, 1994, pp. 18-19.
66
FOUCAULT, M., Vigilar y castiga, p. 24.
38
la visibilidad. De esta última proviene su análisis del panoptismo (Véase apartado III del
capítulo de Vigilar y castigar, “Disciplina”. Interesante el análisis del apartado I, “Los
cuerpos dóciles” sobre la construcción de los espacios por el poder para controlar el propio
espacio corporal y castigar al cuerpo con la reducción del mismo, para hacerlo útil al
engranaje), como estructura básica del poder moderno que tiene su reflejo en la propia
construcción de los centros de castigo. El estudio foucaultiano de la microfísica del poder
sobre los cuerpos en su materialidad y en su fuerza, enmascarados incluso por el alma,
resulta enriquecedor:
“No se debería decir que el alma es una ilusión, o un efecto ideológico. Pero sí que
existe, que tiene una realidad, que está producida permanentemente en torno, en la
superficie y en el interior del cuerpo por el funcionamiento de un poder que se ejerce sobre
aquellos a quienes se castiga, de una manera más general, sobre aquellos a quienes se
vigila, se educa, se corrige, sobre los locos, los niños, los colegiales, los colonizados, sobre
aquellos a quienes se sujeta a un aparato de producción y se controla a lo largo de toda su
existencia”67 .
El castigo del alma, es el sutil castigo del cuerpo, ahora de modo oculto, no
explícitamente. El alma real, a la que se refiere Foucault, no es sustancia, ni nace culpable,
como piensa el cristianismo. Es incorpórea, porque consiste en eso que articula los efectos
del poder y la referencia a un saber: alma es lo que habita al hombre, el poder sobre su
cuerpo, el efecto y el instrumento de la anatomía política. El alma sigue siendo, pues, la
prisión del cuerpo, ahora llevada a su grado más alto de empiria.
67
FOUCAULT, M., Vigilar y castigar, p. 36.
68
Se recomienda la lectura de “El cuerpo dentro de una ontología histórica de nosotros mismos. La
aproximación al cuerpo en la obra de Foucault”, de R. A. SANCHEZ-GODOY, en El Cuerpo.
Perspectivas Filosóficas, editado por RIVERA DE ROSALES, J., y LÓPEZ SÁENZ, Mª C., Madrid:
UNED, 2002, pp. 243-262. Su selección de textos sobre el cuerpo en el filósofo, la rigurosa interpretación
de los mismos y la importante bibliografía secundaria que ofrece, es de gran ayuda para profundizar en la
temática cuyo interés aquí hemos apuntado.
39
en la vivencia del cuerpo. Su determinante no son los atributos físicos, sin embargo. El
cuerpo sin órganos está compuesto por zonas de intensidad (más que de cantidad de
materia) generadas por una red de fuerzas invisibles que activan las diversas regiones
corporales.
Su interés por el cuerpo se prolonga cuando lee a Artaud y se aproxima a su
intuición del cuerpo sin órganos o a las sensaciones que le llevarán a escribir una lógica
del sentido. El cuerpo no es un organismo/los organismos son los enemigos del cuerpo.
Si Artaud entendía el cuerpo desprendido de sus funciones primeras, en el que los
órganos son indistintos, carecen de una función determinada, la desorganización
deleuciana entiende los órganos como conexiones entre órganos inadecuados para la
idealidad funcional del cuerpo. Se opone, en realidad, a la organización de los órganos
y no a éstos como tales.
“El cuerpo sin órganos no carece de órganos, sino de organismos, es decir, de esta
organización de los órganos” 69 .
El cuerpo, según Deleuze, tiene órganos, pero éstos están desorganizados por
fuerzas. Cuántas más le afecten, más vivo estará. Si el cuerpo las limita, se neutraliza en
él la libertad de expresión del deseo del cuerpo. El cuerpo sin órganos debe ser
fabricado, por tanto, por mor de la libertad.
El cuerpo sin órganos de Deleuze está vivo, justamente porque está
desorganizado. Esto diferenciará radicalmente su concepción del cuerpo de la
fenomenológica del cuerpo vivido. La carne fenomenológica es inseparable de la vida y
de la experiencia vivida y, por ello, no es capaz de servir de base a la vida anorgánica
de las fuerzas. Estas fuerzas caósmicas atraviesan el cuerpo desorganizándolo. Con
Guattari, echa de menos en la fenomenología la consideración del deseo que, en
cambio, fue puesta de relieve, como hemos visto, por el psicoanálisis. Para Deleuze y
Guattari, el deseo es la esencia del hombre. Deleuze adopta el término husserliano de
“corporeidad”, pero sin sus acepciones, es decir, separado de los significados
cognitivos y el idealismo que este término tiene en fenomenología y subrayando su
textura exclusivamente material.
Cuando el cuerpo es descodificado, ha de ser codificado de nuevo por eso que
llamamos rostro. Reaccionará contra las éticas del rostro (Levinas) por considerar que
la cara no es lo más humano, sino todo lo contrario: un primer plano que hace surgir el
afecto puro expresado. El primer plano no es simplemente un enfoque del rostro, sino el
rostro mismo.
“El primer plano del cine trata el rostro, ante todo, como un paisaje, se define así,
agujero negro y muro blanco, pantalla y cámara. También las otras artes, la
arquitectura, la pintura, incluso la novela: primeros planos que animan e inventan todas
las correlaciones. Y tu madre ¿es un paisaje o un rostro?” 70
69
DELEUZE, G., F. Bacon. Logique de la sensation. Paris: Editions de la Différence, 1981, p. 34.
70
DELEUZE, G., GUATTARI, F., Mille Plateaux. Paris: Minuit, 1980.
40
Proponer vivir entre los pliegues, es decir, entrar en relación con las fuerzas
primitivas de las microentidades perceptoras e internas a la materia que componen los
cuerpos. Intenta destruir el privilegio del cuerpo humano en la dinámica perceptivo. Se
aleja así otro paso de la fenomenología de la percepción. Para Deleuze, el polo
perceptor es el pliegue, en el que convergen el reino vegetal, animal y mineral. En este
sentido es en el que converge con los modos spinocistas y las mónadas de Leibniz, los
cuales valen para todos los existentes y no sólo para los humanos.
“Los aforismos de Nietzsche sólo rompen la unidad lineal del saber remitiendo a
la unidad cíclica del eterno retorno, presente como un no-sabido en el pensamiento. Lo
que equivale a decir que el sistema fasciculado no rompe verdaderamente con el
dualismo, con la complementariedad de un sujeto y de un objeto de una realidad natural
y de una realidad espiritual” 71 .
Puede observarse cómo, a partir de los años 50, la filosofía renueva el interés por
la filosofía del cuerpo, debido a su interés por la identidad personal, la investigación
sobre las diferencias entre seres humanos y ordenadores, la tematización de la
naturaleza como otro no humano, la continua interacción entre la filosofía
fenomenológica continental y la analítica y el desarrollo de la filosofía feminista con la
distinción entre el sexo biológico y el genero sociocultural.
Hubiera sido muy interesante abordar este tema aquí, sobre todo, porque daríamos
voz a otras pensadoras filósofas que en la era actual han cobrado relevancia y han
hablado con voz propia de la condición corporal y espiritual del hombre y de la mujer,
en su identidad y en su diferencia. Obviamente, esto es imposible en tan escueto
apartado. Ni siquiera hemos pretendido en él dar cuenta de todas las preguntas y
respuestas que ha suscitado en la filosofía el problema de las relaciones entre alma-
mente-espíritu y cuerpo-materia. Sólo esperamos que nuestra remisión a los textos de
71
DELEUZE, G., GUATTARI, F., Rizoma. Valencia: Pre-textos, 1977, p. 14.
72
Es recomendable leer, ”Cuerpo-Mente-Mente-Cuerpo en la filosofía de Pilles Deleuze” de Oñate, T. y
NUÑEZ, A., en El Cuerpo. Perspectivas Filosóficas, editado por RIVERA DE ROSALES, J., y LÓPEZ
SÁENZ, Mª C., Madrid: UNED, 2002, pp. 263-290.
41
los filósofos haya servido para comprobar que éste es uno de los problemas
característicos de la historia de la filosofía y que, como todos los problemas filosóficos,
está tejido con otros de tipo gnoseológico, político, ético, etc. Por ello, constituye un
núcleo vigente de nuestra historia filosófica desde el que podemos explicar, como hizo
Nietzsche tomándolo como hilo conductor, no sólo los orígenes de nuestra filosofía,
nosotros/as mismos/as, sino también como clave de nuestra filosofía futura.
“Pero la Economía política sólo conoce al obrero en cuanto animal de trabajo, como una
bestia reducida a las más estrictas necesidades vitales.
Para cultivarse espiritualmente con mayor libertad, un pueblo necesita estar exento de la
esclavitud de sus propias necesidades corporales, no ser ya siervo del cuerpo. Se
necesita, pues, que ante todo le quede tiempo para poder crear y gozar espiritualmente.
Los progresos en la organización del trabajo ganan ese tiempo” 1 .
1
MARX, K., Manuscritos Economía y Filosofía. Madrid: Alianza editorial, 19724, p. 61.
42
genérica y la vida individual, en segundo término convierte a la primera, en abstracto, en
fin de la última, igualmente en su forma extrañada y abstracta” 2 .
2
MARX, K., Op. Cit. P. 111.
43
Los fascismos exaltan la acción, a pesar de la doctrina que inculcan. La entienden
como disciplina y no como elección de un modo de comportamiento sobre el que se ha
deliberado. Su doctrina se reduce a un pequeño número de principios para la acción.
Nacen de la guerra, de las agrupaciones de antiguos combatientes y también de la
miseria y de la crisis. Primeramente aparecen como movimientos de desesperanza y
rebeldía contra el liberalismo. Una mística construye un jefe carismático, exalta lo
irracional y mantiene una concepción antiigualitaria de la sociedad y una defensa de las
elites. Exalta al Estado, concebido como instrumento de los fuertes y garantía de los
débiles. El Estado se presenta como un todo y subordinan la economía a la política.
El estado nacionalsocialista es ligeramente distinto. No desempeña más que un papel de
instrumento; la realidad fundamental es el pueblo o raza alemana. Aplica la pureza del
darwinismo y sus principios: la fuerza, la pureza de la raza y la consagración biológica
de la desigualdad, el belicismo. Un rasgo característico del fascismo es el
corporativismo, pero al servicio del Estado. En definitiva, el siglo XX está dominado por
la expansión del comunismo y el brusco desarrollo de los fascismos.
73
Un análisis pormenorizado de este desarrollo en el artículo de Mª C. LÓPEZ SÁENZ, “La precaria
unidad de la razón. J. Habermas”, Contextos (1991), pp. 31-65.
44
Marcuse (1898-1979) acusará al marxismo soviético de haber incurrido en los
mismos errores que la ideología del capitalismo, fundamentalmente, la integración
incluso del ocio de los individuos y hasta la falsificación de sus verdaderas necesidades.
En la sociedad capitalista no se ha producido el cambio cualitativo previsto por Marx;
prosigue la esclavitud del hombre en el trabajo, aunque de modo racionalizado y
burocratizado. Los medios son prioritarios con respecto a los fines, porque el socialismo
necesita competir con el capitalismo. Ambos dan origen a sociedades unidimensionales,
es decir, preocupadas únicamente por aumentar la productividad y evitar toda forma de
transcendencia ideológica.
74
MARCUSE H., El marxismo soviético, Madrid: Alianza editoria, 1984, pp. 90-1.
45
general` que tomará forma en las instituciones dirigidas hacia las necesidades
individuales (…) La pregunta subsiste: ¿cómo puede generar libremente la libertad la
civilización, cuando la falta de libertad ha llegado a ser una parte y una división del
aparato mental? Y si no es así, ¿quién está capacitado para establecer y fortalecer los
niveles objetivos?” 75 .
46
posibilidad de que el interés de un individuo pueda prevalecer sobre el de la comunidad,
o dicho de otra forma, ningún ciudadano puede invocar su interés particular para
“bloquear” decisiones que vayan en interés de la mayoría. Lo anterior, también redunda
en la necesidad, para los republicanos a diferencia de los liberales, de reinvindicar los
derechos junto a los deberes ciudadanos, el primero de ellos: la participación activa en
la vida política de la comunidad. Una de las principales diferencias entre republicanos y
comunitaristas radica en la forma de valorar e interpretar la historia y la tradición.
Mientras que para los comunitaristas el pasado constituye una fuente de refugio y
conocimiento de los modelos de virtud, los republicanos intentarán romper con las
ataduras del pasado, apelando a la “comunidad viviente y presente”, a través del diálogo
y la participación pública. De esto modo, el republicanismo a diferencia del
comunitarismo, no adscribe a priori a una concepción moral, sino a ciertas virtudes
públicas que garanticen que, cualquiera sea la concepción moral propia de los
ciudadanos, se preserve un compromiso con lo público y con el bien común de los
demás.
En sus últimas obras se echa en falta un mayor desarrollo y defensa del Estado
social, quizá porque se da por hecho, ya que en Alemania es una realidad. Son siempre
interesantes las consideraciones que dedica a Europa, como fiel defensor de la Unión
Europea y de sus instituciones, lo que no le impide hacer propuestas concretas de
reforma, para mejorar los cauces de participación política de los ciudadanos europeos.
47
Habermas defiende así un modelo de política dialógica. Para él, en la sociedad
actual no es posible repetir el modelo de la democracia directa, pero se debe buscar
otros cauces en los que se dé una mayor participación directa, por ejemplo, la opinión
pública. Esto es aplicable también a la política europea. El ciudadano europeo siente
que muchas de las decisiones que le afectan directamente se toman no en el contexto de
una política nacional, sino en el contexto supranacional de los órganos de la Unión
Europea.
48
exterioridad. Por lo que respecta a la clase social, en Sartre es más un acto que un
conjunto de intereses. Paralelamente, la conciencia de clase no es tanto conciencia de
una situación común, como conciencia de sentirse mirados por terceros. Por su parte,
Merleau-Ponty entiende la conciencia de clase como un fenómeno cultural mediatizado
por la situación, es decir, por los significados sedimentados.
77
MERLEAU-PONTY, M., “Marxismo y filosofía”, en Sentido y sinsentido, Barcelona: Península, 1977,
pp. 200-201.
78
Cfr. SARTRE, J-P., Critique de la raison dialectique I. Paris : Gallimard, 1985, pp. 340-341.
79
Cfr. SARTRE, J-P., Situations IV. Paris: Gallimard, 1964, p. 243. E. Bello también ha calificado así el
marxismo de Merleau-Ponty. Véase BELLO, E., “El marxismo heurístico de Merleau-Ponty”, en
Pensamiento, nº 131 (1976) pp. 269-296.
49
aventuras de la dialéctica (1955), tras las decepciones experimentadas con el
comunismo de hecho 80 .
“El marxismo no es una hipótesis cualquiera, reemplazable mañana por otra; es el simple
enunciado de las condiciones sin las cuales no habría humanidad en el sentido de una
relación recíproca entre los hombres, ni racionalidad en la historia. En este sentido no es
una filosofía de la historia, es la filosofía de la historia, y renunciar a ella es trazar una
cruz sobre la Razón histórica. Después de lo cual no hay más que ensueños y
aventuras” 81 .
80
Véase, LÓPEZ SÁENZ, Mª C., “Fenomenología y marxismo. El compromiso político de Merleau-
Ponty”, en Daimon (en prensa).
81
MERLEAU-PONTY, M., Humanismo y Terror, Buenos Aires: Pléyade, 1968, p. 201.
50
finalizado su attentisme marxista para alcanzar la independencia 82 . Esta reacción contra
el comunismo fáctico culminará en la defensa de un nuevo liberalismo que, en ningún
caso, se rendirá al capitalismo.
Merleau-Ponty busca una tercera vía basada en una comprensión dialéctica que
intente entender la situación actual como una totalidad y con todas sus implicaciones,
pero renunciando a una meta final en la Historia. Todavía se alimenta de los escritos
juveniles de Marx y lo considera el mejor exponente de la dialéctica entre la conciencia y
la historia; lo que ha quedado obsoleto es la pretensión de acabarla, proclamando –como
hacen algunos comunistas- el fin de la Historia (sea ésta la dictadura del proletariado, del
Partido o la revolución permanente). Frente al liberalismo cartesiano y conciencialista,
suficientemente criticado en 1947, en 1955 se declarará partidario de una izquierda no
comunista o un nuevo liberalismo que no es practicado en ninguna parte, ya que acepta
la lucha de clases y no reduce la historia social a un conjunto de conflictos de opinión.
Este nuevo liberalismo no se presenta de modo oportunista: ni como compromiso entre
ideologías dadas, ni como justo medio entre extremos. Tal vez no sea la opción ideal,
pero, “es más bien la resolución de tener en la mano los dos cabos de la cadena, el
problema social y la libertad. El único postulado de esta actitud es que la libertad política
no sea sólo y necesariamente una defensa del capitalismo. No hay dialéctica sin libertad,
decíamos. Pero, ¿la hay con la libertad? La hay si el capitalismo ha cesado de ser un
aparato rígido, con su política, sus ideologías, sus imperiosas leyes de funcionamiento, y
si, en el entramado de sus contradicciones es posible otra política que la suya. Una
izquierda no comunista no está más ligada a la libre empresa que a la dictadura del
proletariado” 83 .
82
MERLEAU-PONTY, M., Les aventures de la dialectique, Paris: Gallimard, col. “Idées”, 1991, pp.
336-337.
83
MERLEAU-PONTY, M., op. Cit., p. 329.
84
MERLEAU-PONTY, M., op. Cit., p. 328.
85
MADISON, G., “The Ethics and Politics of the Flash”, en DAVIS, D., (ed.) Merleau-Ponty´s. Later Works
and ther Practical Implications. New York: Humanities Boks, 2001, pp. 161-188, p. 174.
51
perentorios los temas con los que se comprometió el filósofo, especialmente a partir de
los años 50: el reino de la libertad, la democracia parlamentaria, los derechos humanos y
hasta la ecología. Sin embargo, no hemos de olvidar que, desde 1989, también se ha
producido el dominio universal del mercantilismo y la identificación de la libertad con el
poder adquisitivo.
A finales del sigo XX, con la caída del muro de Berlín y la de la mayor parte de
los regímenes comunistas, el triunfo del capitalismo parece ser absoluto y triunfan las
políticas cuyos programas económicos lo incorporan y gestionan.
“Que esto es mucho más que una posibilidad teórica queda probado por el
´fascismo postmoderno` de Le Pen. Para Le Pen, el Holocausto, sobre el cual
estilísticamente argumenta agnosticismo, si en realidad ha ocurrido, es una cuestión
menor cuya evaluación depende en nuestra interpretación más general de los métodos de
guerra” 87 .
86
HELLER, A., FERENC, F., op. Cit. P. 152.
87
HELLER, A., FERENC, F., op. Cit. P. 160
88
Cfr. HELLER, A., FERENC, F., Políticas de la postmodernidad. Ensayos de crítica cultural,
Barcelona: Península, 19942, p. 151.
52
El pluralismo que caracteriza a la postmodernidad, parece trocarse, a comienzos
del siglo XXI en la coexistencia de partidos políticos mayoritarios, apenas con alguna
ideología en el ámbito occidental, y el gran número de movimientos sociales. Ellos han
asumido el papel de formar intereses y opciones políticas. Sin embargo, la
heterogeneidad de los distintos temas sociales y su aparente irreductibilidad ha
convertido en engañosa incluso la alternativa política entre reforma o revolución.
La posmodernidad incluye todos los modos de vida: apenas hay grupos que
representen intereses y, por consiguiente, resulta casi imposible plasmarlos en
instituciones o en gobiernos representativos.
“En este punto sigue sin quedar claro si la relativización cultural y la pluralización
llevarán a la desaparición de la manera racional de hacer política o si, en cambio, serán el
preludio de una forma, o formas, más democráticas y racionales de acción política, una
combinación del sistema parlamentario con un tipo de democracia directa” 89 .
P. Lanceros, considera insuficentes los debates entre liberales políticos, que todavía
viven de las figuras de la Modernidad y de la razón ilustrada, y los comunitaristas, que
incluyen planteamientos inquietantemente premodernos. Frente a ambos, se hallarían los
verdaderamente postmodernos:
89
HELLER, A., FERENC, F., Políticas de la postmodernidad. Barcelona: Península, 19942, p. 244
90
LANCEROS, P., Verdades frágiles, mentiras útiles. Guipúzcoa: Hiria, 2000, p. 187.
91
Cfr. LANCEROS, P., Op. Cit., pp. 187-8.
53
proponiéndose como marco integrador de diferencias, como proyecto –siempre
inacabado- de implicación, convivencia, cooperación y reconocimiento” 92 .
Tal vez esta sea una propuesta que haya que matizar y en la que tengamos que
seguir reflexionando, pero lo que es cierto es que en las sociedades postmodernas, el
ámbito de los político no puede estructurarse desde una sola perspectiva, aunque, en
nuestra opinión, tampoco puede prescindir de la filosofía y el pensamiento reflexivo-
crítico y recurrir únicamente a él para dar legitimidad a sus contextos heurísticos o
discursivos.
92
LANCEROS, P., Op. Cit., pp. 197-8.
93
Como veremos más adelante en el plano gnoseológico se inclina hacia el “realismo” y en el ontológico
hacia el “monismo fisicalista” o el “monismo materialista”.
94
El libro de J. López Positivismo y neopositivismo, Vicens-Vives, 1988, estudia los nexos entre ambos
planteamientos.
95
El positivismo inglés está representado por autores como J. Stuart Mill, H. Spencer o T. H. Huxley; el
alemán por E. Laas, W. Schuppe, G. T. Fechner, H. L. F. von Helmholtz, O. Liebmann, R. Avenarius, E.
Mach. Aunque con sus innegables peculiaridades el “pragmatismo americano” (W. James, Ch. S. Pierce,
etc.) comparte algunas características con el positivismo europeo.
96
La revolución industrial (sostenida sobre la alianza entre la ciencia y la técnica) y la revolución
francesa (con sus “antecedentes” inglés y norteamericano).
97
«El positivismo, considerado como corriente histórico-cultural, representa en buena medida una
reacción frente al idealismo. No sorprenderá por eso ni que el idealismo organizara en círculos filosóficos
su “reacción contra la ciencia positiva” ni que, allí donde el idealismo ha tenido mayor arraigo, éste fuera
criticado con más dureza si las ideas positivistas, o algo parecido, quisieran instalarse», Julián Pacho,
Positivismo y darwinismo, ed. Akal, 2005, p. 28. De todos modos, como veremos más adelante, a pesar
de esta mutua hostilidad hay un importante punto de coincidencia entre idealismo y positivismo.
98
J. Navarro Cordón, T. Calvo Martínez, Historia de la filosofía, ed. Anaya, 1990, p. 355.
54
De la obra de Comte estudiaremos con brevedad su concepción de la Historia
Universal, su definición y clasificación de las ciencias y su concepción sobre la función
social de la ciencia.
Comte sostiene que la Historia Universal está evidentemente gobernada por una
ley única; según ésta la Historia está organizada por la necesaria sucesión de tres
estadios de tal manera que cada nuevo estadio supera al anterior representando respecto
a él un invencible Progreso. La Historia, pues, dibuja una clara y nítida línea
ascendente. El tercer estadio –“ese en el que comenzamos a entrar nosotros”, afirma
Comte- es el estadio final, el definitivo: el que supone la cima, la cumbre, ese en el que
la máxima perfección a la que cabe aspirar se satisface de una vez por todas y para
siempre (“happy end”, pues, y amén). ¿Qué caracteriza a este estadio último y superior?
La prioridad –que debe imponerse poco a poco en todas las esferas de la vida- de la
ciencia. ¿En qué consiste, entonces, el estadio final? En un mundo gobernado en todos
sus rincones por la ciencia y su único aliado fiable: la técnica 99 . En esto se resuelve la
Historia Universal de la Humanidad: al estadio religioso sucede el metafísico y a éste,
por fin, el “estadio positivo”, ese que, poco a poco, se va concretando y afianzando en la
modernidad 100 . ¿Qué es, por cierto, lo que legitima y prueba la absoluta prioridad de la
ciencia y la técnica? ¿Qué demuestra sin lugar a duda que ella debe ocupar el lugar
central o que sea el foco principal del que irradia la luz que todo lo ilumina? El Progreso
de la Historia, nada más y nada menos.
Sentado esto, Comte emprende dos tareas: definir la ciencia y ofrecer una
clasificación las ciencias. Veamos qué dice al respecto.
99
«Es un lugar común, justificado, que el positivismo, aunque no en todas sus versiones, alberga una
confianza ingenua y casi ilimitada en la misión histórica de la ciencia. Pero esta confianza es también la
que alimenta el entusiasmo de la sociedad decimonónica sobre el progreso. El positivismo es en este
sentido la actitud intelectual del siglo XIX, la conciencia de una cultura que, sin poder sospechar siquiera
lo que en este campo depararía el futuro próximo, asiste entusiasmada a lo que considera el advenimiento
de la época científica», J. Pacho, op. cit., p. 11.
100
«Modelo decisivo para operativizar cualquier cambio será el proporcionado por las ciencias … La
ciencia, exaltada “románticamente”, asume ser punto obligado de referencia: cualquier aspecto de la
realidad será valorado desde lo científico o incluso reducido a lo científico, ya que el destino del hombre
y de la historia depende directamente de la dinámica y de los logros de las ciencias», J. I. Morera,
“Revisión del concepto de filosofía en Comte”, M. González (comp.), Filosofía y cultura, ed. Siglo XXI,
1999, p. 321.
101
Convencionalmente el asunto se explica y expone en los siguientes términos: «En todo conocimiento
hay un sujeto cognoscente y un objeto conocido. Se trata de una relación entre los dos. ¿De qué tipo? Se
pueden dar dos interpretaciones extremas que graficamos así: S → O y S ← O. En la primera, idealismo,
55
Pero la ciencia aunque reposa sobre la pura y desnuda observación de los hechos
no se limita a esto. La ciencia debe conseguir reflejar sin distorsiones las leyes de los
hechos. Éstas leyes registran conexiones causales entre los hechos recogidas –al menos
en las ciencias más firmes y solventes- en fórmulas matemáticas. El horizonte de la
ciencia –afirma Comte- es, pues, el “determinismo”: las leyes –ellas mismas fijas e
inmutables- deben expresar lo constante y permanente de los hechos. Es por esto que la
ciencia alcanza –refleja en su pulido espejo- la realidad de verdad. Además lo que
caracteriza a la ciencia es que emplea un método: un procedimiento infinitamente
reiterable que permite asegurar la verdad de las hipótesis a través de la programación de
experimentos. El método es, así, una garantía infalible de la validez de los resultados de
la ciencia. Cuando algo está “metódicamente comprobado” sólo cabe el unánime
asentimiento: cualquier duda o pregunta sobra, está de más. En definitiva Comte define
a la ciencia como el conocimiento de los hechos bajo leyes explicativas obtenidas a
posteriori comprobando metódicamente hipótesis.
Una vez definida Comte lleva a cabo una clasificación de las ciencias. Consigue,
así, introducir entre ellas una determinada jerarquía y un reparto de funciones. Ocupará
la cúspide –erigiéndose en la ciencia modélica y ejemplar- aquella cuyos objetos sean
los más simples y sus leyes las más universales; la ciencia inferior, en cambio, será esa
cuyos objetos sean los más complejos y sus leyes las más particulares. Felipe Martínez
Marzoa expone qué resulta de aplicar la pauta que acabamos de señalar: «La primera
tarea, en orden a conseguir esta organización total, es la de hacer una “clasificación” de
las ciencias que revele el efectivo orden de dependencia entre ellas, el cual es a la vez el
orden de sucesión en el que las ciencias entran en el estado positivo. Ocuparán el primer
lugar aquellas que versan sobre objetos más generales y más simples, los cuales están
supuestos en los más particulares y más complejos. La ciencia de los cuerpos
inorgánicos (“física inorgánica”) tiene un objeto más general y más simple que la de los
cuerpos orgánicos (“física orgánica”); dentro de aquélla, siguiendo también el orden de
simplicidad y generalidad decreciente, habrá primero una “física celeste” (física de los
cuerpos celestes) y, luego, una “física terrestre”, la cual, a su vez, será (también por este
orden) “física” propiamente dicha y “química”; por su parte la física orgánica será, en
primer lugar, “física fisiológica” y, en segundo lugar, “física social”. La “enciclopedia”
de las ciencias quedará, pues, de menor a mayor complejidad, organizada así:
Astronomía, Física, Química, Biología, Sociología. No están incluidas las matemáticas,
porque no son ninguna ciencia particular, sino el fundamento de toda ciencia» 102 . Se ve
así que lo óptimo en la óptica de Comte es la cuantificación de las leyes explicativas, es
decir: una ley lo es cuando se expresa en una fórmula matemática.
es el sujeto el que crea o construye el objeto. La idea o concepto predomina sobre la realidad exterior …
En la segunda es el objeto el que domina en la relación. La realidad se impone sobre nuestra mente. Su
postura extrema es un realismo ingenuo exagerado, conocemos las cosas tal cual son, y nuestro acto de
conocer no las toca ni cambia para nada», M. Trevijano, En torno a la ciencia, ed. Tecnos, 1994, p. 87.
Ya en la segunda década del siglo XX, por cierto, José Ortega y Gasset proclamaba la necesidad de
plantear y desarrollar una filosofía “ni idealista ni realista” –que algo así se haya logrado plenamente
puede ponerse en duda aunque interesantes pasos se han dado para conseguirlo, pero el reto está ahí para
quiénes se atrevan a recoger el guante del filósofo madrileño-.
102
F. Martínez Marzoa, Historia de la filosofía, ed. Istmo, 1994, volumen II, pp. 227-228
56
antropológico” 103 . El primer paso de este giro consiste en “tecnificar la ciencia”: según
Comte la ciencia, para serlo, deber ser “aplicada técnicamente” (propugna así una
alianza entre la tecnociencia y el sistema productivo); explica sobre esto J. I. Morera:
«Ciencia y técnica, teoría y práctica deben conjugarse con el fin de evitar en todo
momento y en cualquier ámbito la dispersión que representa tener, por ejemplo, un nivel
de positividad en el campo técnico pero estar en una instancia teológico-metafísica en al
campo teórico. La técnica permite que la teoría llegue a la acción y resulte útil, de otro
modo, como ocurre con frecuencia, las teorías carecen de interés práctico y son
estériles» 104 . Gracias a la aplicación técnica de la ciencia se logra el control de los
objetos 105 . Felipe Martínez Marzoa lo subraya diciendo: «Para Comte toda ciencia es
teoría … pero el sentido profundo de esto es –según el propio Comte- que no es este o
aquel contenido de la ciencia, sino el sentido general de la ciencia misma, lo que es
dominio de las cosas» 106 . ¿Por qué, a partir de aquí, cabe hablar de un “giro
antropológico” del y en el positivismo? Porque la alianza entre la ciencia y la técnica
propugnada por Comte afirma que todo debe subordinarse en último término “al
hombre y sus necesidades” 107 . Partiendo de esto resulta importante, sin duda, averiguar
cuáles son las genuinas “necesidades del hombre” y esto sólo puede hacerlo –entiende
Comte con coherencia- la propia ciencia. ¿Cuál de ellas? Nada menos que la
“sociología”. Dos autores nos concretan los detalles de esta respuesta:
103
Este es el punto de coincidencia entre idealismo y positivismo al que aludimos en una nota anterior. A
ambas posiciones le es común una radical opción antropomórfica y antropocéntrica; si J. P. Sartre escribió
un ensayo titulado “El existencialismo es un humanismo” Comte podría haber redactado otro sosteniendo
que “El positivismo es un humanismo”.
104
Juan Ignacio Morera, op. cit., p. 328.
105
La tecnificación de la ciencia y la defensa del determinismo son la cara y la cruz de la misma moneda.
106
F. Martínez Marzoa, op. cit., pp. 228-229.
107
Comte, para exponer esto, acuñó un lema o una máxima: “conocer para prever, prever para proveer”.
108
F. Martínez Marzoa, op. cit., p. 229.
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en el mundo. Por otra parte, es la clave que da explicación y sentido a las demás
ciencias dirigiéndolas según el valor que poseen en orden a solventar las necesidades
humanas. La función teórica de unificación e integración de las ciencias se conjuga
ahora ya con la función práctica, reformadora de lo social. El conocimiento previo de
las leyes que configuran lo social permitirá su necesaria reorganización, pues sólo
controlando el entorno se puede dinamizar con éxito la renovación progresiva» 109 .
Surge así una curiosa paradoja: la ciencia inferior es, al final, y en razón del
“giro antropológico” del que estamos hablando, la ciencia directiva, la ciencia llamada a
gobernar en el estadio positivo. Si en la utopía platónica los gobernantes tenían que ser
“los filósofos” en la propuesta de Comte se los sustituye por “los científicos”, más
concretamente por “los sociólogos”, entendidos como “ingenieros sociales”. En
definitiva: Comte sostiene que el fin de la Historia Universal, la culminación del
Progreso, la constituye la era científico-industrial 110 a la que corresponde un régimen
político “tecnocrático”. ¿Qué tiene entonces la primacía y la prioridad en el “estado
positivo”? Lo útil, lo eficaz, lo eficiente, lo rentable, lo funcional, es decir: todo lo que
depende de la “razón instrumental”. Expresado en vocabulario hegeliano: “todo lo real
es racional” –según el positivismo- cuando todo está bajo el gobierno de la ciencia y la
técnica, es decir: allí donde la tecnociencia moldea todos los rincones del mundo.
109
Juan Ignacio Morera, op. cit., p. 330.
110
Dice sobre esto J. I. Morera: «Por último, se alcanza el estado definitivo de positividad en el que se
consolida la ciencia, el ámbito de los hechos y de sus relaciones, y se combina la razón con la observación
haciendo posible el establecimiento de las leyes efectivas … El orden social que le corresponde es el
científico-industrial, que afecta a la humanidad entera y que, con el surgimiento de la sociología,
posibilitará la superación de la crisis y el establecimiento de la convivencia pacífica. Colaboran en esta
empresa los sabios, los directores de producción y los ingenieros, siendo estos últimos los auténticos
organizadores de la relación entre teoría y práctica, entre la ciencia y la industria, por cuanto son ellos los
que poseen el dominio sobre la técnica. La época industrial inaugura la época de la tecnología, que
canaliza y activa cualquier teoría científica permitiendo la eficaz transformación de la naturaleza y la
sociedad», op. cit., p. 325.
111
Esta es una de las ideas centrales del citado libro de José María Atencia.
58
3.- La filosofía debe refundir los resultados de las ciencias en una “concepción
(científica) del mundo”.
4.- La filosofía tiene que volcarse en llevar a cabo análisis lógicos y/o
metodológicos de los conocimientos científicos.
Sea cual sea la opción adoptada en todas ellas la filosofía aparece siendo “ancilla
scientiae”, tal como en la Edad Medio fue “sierva” de la teología cristiana.
De todos modos el cientificismo –algunos de cuyos rasgos hemos delineado
gracias al positivismo- ha sido tema de “crítica filosófica”. Enfocaremos el asunto –por
seguir con el ejemplo adoptado- con algunos argumentos críticos dirigidos contra el
positivismo (tanto en su versión decimonónica como en las versiones que –con nuevos
matices- han proliferado en el siglo XX).
Importa resaltar, de entrada, lo siguiente: la crítica al cientificismo no implica
tanto un cuestionamiento de la propia ciencia como la puesta en tela de juicio de una
errónea concepción –muy extendida sin duda, muy influyente también- de la misma.
¿Qué decir aquí? Para empezar que una fe ciega en la ciencia no es otra cosa que un
puro dogmatismo incompatible con la “actitud crítica” consubstancial a la filosofía. Por
paradójico o contradictorio que pueda parecer cuando el positivismo se presenta como
el remedio contra el dogmatismo de la metafísica lo hace impulsando una “metafísica”
de nuevo cuño 112 . ¿En qué elementos suyos puede localizarse el rígido dogmatismo de
la posición positivista? Por ejemplo en los dos siguientes:
1.- Por una lado el positivismo considera que la ciencia –y sólo ella- es un fiel y
exacto reflejo del “mundo verdadero”, de la “realidad en sí” (postula pues –
como la vieja metafísica- que la “realidad” es ya siempre y definitivamente todo
lo que es y nada más que lo que ya es –constituyendo entonces una pura
“actualidad” sin potencialidad o virtualidad alguna-). De este modo se convierte
a la ciencia (se de facto o de iure) en un “saber absoluto” (completo, exhaustivo,
definitivo, infalible).
Por cierto –y lo señalamos sin entrar en los detalles de la cuestión- la crítica del
positivismo (firme matriz del cientificismo) es inseparable de una crítica del mundo
moderno pues ha sido en él donde ha brotado y donde ha arraigado. Esta crítica, desde
luego, puede ser conducida por distintos derroteros en los que no vamos adentrarnos
ahora.
De la mano de unos pocos textos, señalaremos algunos puntos críticos del
positivismo. Por ejemplo Felipe Martínez Marzoa pone en duda uno de los principales
pilares del positivismo: su creencia en que sea posible un acceso puro y desnudo a “los
hechos”; dice así: ç
112
Esta es una de las ideas centrales del citado libro de José María Atencia.
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“positivismo” haya quedado para designar aquella actitud de “atenerse a los hechos”
que se cree libre de supuestos por el hecho de que, habiendo decretado la ausencia de
supuestos, lo que en realidad ha prohibido es toda averiguación acerca de lo que hay
supuesto en la misma actitud neutral y objetiva presencia de los fenómenos, y lo que de
este modo ha conseguido es que sus propios supuestos permanezcan desconocidos, por
lo tanto no criticados y, por lo tanto, pedestremente constituidos» 113 .
113
F. Martínez Marzoa, op. cit., p. 228.
114
J. M. Navarro y T. Calvo, op. cit., p. 355.
115
J. Mª Atencia, op. cit., p. 17.
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