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kok AS Se open (SR ¥ C LA CUESTLON DE LA PEVA DE MUERTE POR MANUEL CARNEVALE DONATIVO ANGULO LAGUNA MADRID LA ESPANA MODERNA Cta. de Sto. Domingo, 16 & SESS COLECCION DE LIBROS BSCOCIDOS Te hecho el dendsilo que mar- ca la Ley. Agustin AvrtAt.—Impr. dela Comp, de Imp. y Libr ee) ___ 4, Bernardo, 2.—Teléfono num, 3.03 4. Es propiedad.— Queda LA GUESTION DE La PENA DE MUERTE ee 1 asunto de que vamos 4 ocuparnos ha sido ya trata- do tantas veces y con tanta extension, que, por regla general, todo nuevo trabajo acerca del mis- mo s6lo ofrece un interés muy es- caso. Por lo cual, si el nuevo tra- bajo de que se trata se propone conseguir fines especiales que lo den alguna utilidad, es indispensa- ble indicar estos fines desde luego. Y comprendiéndolo yo asi, voy 4 eae 4 6 DE LA PENA DE MUERTE PC ceeealarteio sie exponer los criterios en que se ins- “pira el presente estudio, aunque ya en el mismo titulo se indica la idea que pretendo desarrollar. Hoy en dia son muy pocas las personas que en el terreno cienti- fico defienden la pena capital; y este hecho, si no autoriza para de- cir que la cuestion esta completa- mente agotada—porque esto im- plicaria falta de respeto & personas eminentes que son muy merecedo- ras de él—por lo menos es un in- dicio de que la importancia de la controyersia , considerada en si “musma, ha disminuido mucho. Por donde se induce que, en general, no puede ofrecer utilidad grande un escrito que trate la materia con _ el método acostumbrado, y que para _ darle un cierto interés hay que mi- tar aquélla desde distinto punto de POR MANUEL CARNEVALE ef ee vista. Y, en efecto, este punto de vista existe. : Supongamos que existe un indi viduo que no tome parte en la con~ troyersia y que se halle decidido 4 no tomarla, y que lo que més le interesa no es la tesis que sostiene cada una de las dos partes conten- dientes, sino el hecho mismo de su disputa, considerado como un todo tinico, que el individuo en cuestion juzga ser digno de maduro y dete- nido examen. Hste individuo pro- curari, ante todo, defimir las rela- clones existentes entre el hecho que llama su atencién y otros hechos andlogos, y, por tanto, precisar el puesto que al primero corresponde entre lossegundos. Hn tal easo, vera que la misma cuestion que se ha puesto y debatido y que se debate “en nuestros dias por respecto 4 la DE LA PENA DE MUERTE : _ pena capital, puede, en lo futuro, ~ debatirse por respecto 4 otras pe- nas; y asi le sera facil advertir y __explicarse la amplitud con que se ha disentido el problema, porque esto representa para él la primera -disputa cientifica que ha tenido lu- gar acerca de la justicia de una - pena; disputa que ha de ejercer una grande influencia sobre las contro- versias que posteriormente se sus- - citen. De esta manera, del fondo de _ la cuestion especial surge una cues- ci tion general tocante A los criterios en que se funda el valor juridico de las penas que son suficientes para cada caso, y nuestro sujeto puede perlectamente ocuparse de la pri- Mera cuestidn, como tinico modo zi _concreto de examinar la segunda, Hste es precisamente mi punto de vista y mi propdsito. Para mi, POR MANUEL CARNEVALE 9 oe ee el tema dela pena de muerte no og sino la ocasién que considero még oportuna para desarrollar la teoria filos6fica de la juridicidad de las penas, y si me ocupo en el estudio de aquélla es en cuanto lo juzgo conveniente para conseguir mis in- tentos, y siempre en el grado y modo que mejor me sirvan para ello. Asi, por ejemplo, he reducido la parte expositiva 4 lo puramente necesarlo, para consagrarme con mas ahinco 4 la parte racional, en — la que he tenido que moverme con una cierta libertad é independien= - temente de prejtucios y de limites trazados de antemano; ora amplian- do mucho el campo de la investiga- cién hasta invadir el terreno de otras disciplinas, ora restringién- dolo tanto que a veces queda ence- rrada en confines estrechisimos,. NG) DB LA PENA DE MUERTE He renunciado casi por completo 4 exornar mi trabajo con la exposi- cién de las opiniones ajenas, 4 fin de atender mas directamente 4 la defensa de las mias, que bien lo ne- cesitan. No digo més acerca de esto; pero suplico al Jector que tenga pre- -sente la declaracién que acabo de hacer, cuando critique y ae _ este trabajo. Debo todavia ailadir que he pro- curado ser breye y aligerar cuanto me ha sido posible la extensién de “mil escrito, pues lo considero una ‘necesidad en los tiempos que atra- “yesamos, si bien no lo crea asi la _ mayor Dette: de los escritores con- temporaneos, al menos hasta donde _ yo puedo j Juzgar. Por esto, 4 aleu- nas indagaciones particulares no les _ he dado todo el desarrollo que ha- -deseado darles, pero tengo la F eer serm f POR MANUEL CANNEVALE i esperanza de que lo haré en lo su- cesivo. La obra se divide en tres partes, que tienden 4 un fin tinico: en las dos primeras , consagradas al estu- dio critico de las dos opuestas doc- trinas sobre la materia, desde un punto de vista general, se prepara el terreno para el desenvolyimiento de la tiltima. CAPITULO PRIMERO Cuando en el siglo xvm se ani- _ maban los estudios con un espiritu _ de reforma, digno atin hoy de pro- ~ funda meditacién, un noble milanés _ publicé un librito de poco volumen pero leno de conceptos atrevidos, - re ot: _ dad que esta afirmacion tenia sus precedentes en el curso de los siglos, justicia de la pena capital. Hs ver- .. & POR MANUEL CARNEVALB 43 pe a qué recordar aqui; pero esto no merma en nada la gloria de Becca- ria. Sostenia éste ademis que aque- lla pena no era necesaria ni itil, y, por consiguiente, pediaswabolicién, Como se ve, Beccaria distinguié, frente al extremo suplicio, la razon juridica de la razén politica, consi- derdndolas ambas como contrarias 4 aquél. Nosotros vamos ahora 4 considerar tan s6lo la primera, acep- tando la distincién referida, lacual, en general, ha sido'y es hoy mismo -admitida y conservada por la es- cuela enemiga del patibulo. El argumento de Bec aria era el siguiente: Puesto que la soberania y las leyes tienen su fundamento, en el pacto que se forma mediante la.cesion de poreiones minimas de la libertad privada, no es’ admisi- ble que al pactar, se aya. cedido = 4 DE LA PENA DE MUERTE _ también el derecho 4 la propia vida, derecho que, por lo demas, aun queriéndolo, no lo habria podido ceder el hombre (1). lim sustancia, el argumento se reduce a dos principios, el primero de los cnales ha sido combatido, qui- Za con exceso, y nadie lo acepta ya hoy, y el segundo, por estar muy controvertido, no podria servir de _ hase s6lida 4 una teoria; estos prin- _ Gipios son los siguientes: la sobera- . mia resulta de una cesién de dere- chos particulares; el derecho que se refiere 4 la vida no puede cederse; or tanto , no se ha cedido (2). De los delitos y de tas penas, § 16, alco. enz0. re _ Sobre la alienabilidad de la vida ha es~ rito 1 ecientemente, en sentido afirmativo, , en la monografia titulada Homicidio- if , 1884. El problema es real- er0, en mi humilde juicio, es POR MANU EL CARNEVALE 15 Pero, aun admitiendo como ya- ido el argumento, NO puede dedy- cirse de él la conclusion que se pre. tende. Filangieri lo demostra de un modo irre batible, Y conviene recor. darlo aqui porque parece que nolo ha juzgado con toda equidad un ree nombrado escritor. Prescindo aho- ra de aquella advertencia, que © rrara considera insidiosa (1), aun- que no ha parecido del mismo modo 4 otros notables eseritores (2), por a= preciso, para darle solucién, levarlo antes al campo de la moral; de una moral, se entien— de, renovada y extendida 4 otros confines Tadis amplios que aquellos en que, desgracia- mente, se halla todayia encerrada. A (1) Programa, § 661, nota 4, Luca, 1877. ~ (2) Romagnosi Ja hace enteramente suya: Memoria sobre las penas capitales,§ 11, en el _ libro de la Génesis, Prato, 1813, pag. 506.— Boyio reproduce el mismo concepto, aunque en forma mis breve: Husayo critico del dere- _ cho penal, Napoles, 1883, pag, 41. Gabba la 16 DE LA PENA DE MUERTE POR MANUEL CARNEVAL 17 medio de la cual se objeta que el “mo que cualquiera otra peng n are, Yaciocinio de Beccaria por probar depende de la cesign de log deredhne __ demasiado no prueba nada, 4 saber: que cada uno tenia sobre ¢i mismo «Que asi como nadie tiene el dere- sino de la cesién de los derechog cho de darse la muerte, tampoco que cada uno tenia sobre Jog dems, uene nadie el derecho de acelerarse la muerte, que es lo que acontece a aquellos que estén condenados 4 trabajos ptiblicos, 4 las minas , Alas galeras, etc. (1).» Pero si me pare- ce conveniente transcribir y reco- mendar las siguientes lineas , en las cuales se revuelve contra Beccaria la propia hipétesis que él invoca de la cesién de los derechos: «El dere- cho, pues, que tiene el soberano de infligir la pena de muerte, lo mis- : _ Al propio tiempo que yo he deposi _ tado en sus manos e] derecho que yo tenia sobre la vida de log demés, los demas le han transferido el de- recho que tenian sobre mj vida: y he aqui de qué manera los demas y yo, sin ceder el propio derecho 4 Ja vida, estamos expuestos 4 per- | derla, cuando cometamos aquellos excesos cuya comisién castiga la autoridad legislativa con la pena de ‘muerte (1).» Yo no digo que las _ anteriores ideas sean exactas; lo que \ wnicamente digo es que son sitficien- llama ingeniosa, y cree que no puede comba- — - tirse sino «con distingos vanos y pueriles»: El pro y el contra en la cuestion de la pena de muerte, Pisa, 1866, pag. 52. see Q) La Ciencia de ta legisiacién, Népoles, _ 1873, lib. II, parte segunda, pag. 21. (1) Obra citada, lib. TIT, parte segunda, pag. 32-34. : pag. 32-34. = 18 DE LA PENA DE MUERTE tes para probar que la teoria con- tractual no puede servir de funda- mento al abolicionismo. _ Con lo cual comprenderemos la necesidad de una nueva fase de la teoria abolicionista , fase nueva que se ha desenyuelto tan pronto como comenzo a perder su valor la teoria del contrato. Los modernos adeptos de Beccaria no aceptan la idea del contrato , y afirman que el derecho a la vida es inviolable por parte de la autoridad social, no por la sim- ple razon del hecho de que no ha sido cedido jamas, sino por su pro- pia naturaleza. Hste es, aunque de _ varios modos expresado, el canon fundamental de la escuela, pues todos los demas principios que se anaden, no se afiaden sino subsidia- _Tiamente y como para reforzar el primero. Para mejor expresar el POR MANUEI, CARNEVALE 19 I yen concepto » Teproduzco las siguientes hneas, muy enérgicas por cierto, qulza excesivamente, del ilustre Hillero: « Nosotros hegamos que para la seguridad social sea nece- saria la pena de muerte; pero aun suponiendo que lo fuese, es preciso (ue digamos que para nosotros el fin de la sociedad esta subordinado al fin del hombre; que la perso- nalidad colectiva de aquélla no pue- de en modo alguno absorber la per- sonalidad individual de éste; que jamas el hombre puede convertirse en instrumento del bien de agrupa- cin humana de ninguna clase, Re- rezca la sociedad (si esto es posible), _ pero quede 4 salvo el hombre (1).» Hay también abolicionistas qu> (1) Acerca del libro de César Cantu, Becca~ ria y el derecho penal, en los Optsculos crimi- sales, Bolonia, 1881, pag. 123, 26 DE LA PENA DE MUERTE no han aceptado esta forma de ar- gumentacién y se han servido de alguna otra distinta; pero el con- - cepto fundamental es para todos el mismo. La manera de argumentar de Ellero tiene la ventaja de que es la expresién més logica del sistema. es II Pasemos al estudio de la segunda razon, 6 sea de la llamada politica. Beccaria la consideraba en dos res- _ pectos, 4 saber: negando, en primer término, la necesidad de la pena de muerte, considerada desde el punto de vista de la intimidacion, y afadiendo después que dicha pena no es fitil porque produce perjudi- ciales efectos en la moralidad de los POR MANUEL CARNEVALE ai ciudadanos (1). Estas dos ideas ex- presadas por Beccaria acerca de la pena de muerte fueron aceptadas por Ja doctrina penal posterior 4 6]; pero se afiadieron algunas otras, como la de que dicha pena no es graduable para adaptarse 4 las ya- rias particularidades y circustan- cias de los criminales, que es irres- ponsable, que imposibilita la en- mienda, etc. Hllero dice acerca de esto lo siguiente: «Todas estas ra- zones demuestran que la pena de muerte, aunque fuese justa, no se- ria idonea; porque, 6 no consigue — el fin que debe proponerse la pena, 6 lo consigue mal, 6 lo consigue 4 muy alto precio; por consiguiente, tales razones deben ser otros tantos motivos que sirvan para persuadir (1) Obra y lugar citados, 92 Dr LA PENA DE MUERTE Pde que debe proscribirse 4 todos aquellos que, impasibles ante la justicia, no se ablandan sino ante consideraciones de utilidad (1).» De _ esta manera se confirma la distin- -cién entre el principio fundamental que hemos examinado y el orden de ideas que ahora nos ocupa. Para juzgar con acierto respecto de este ultimo punto, conyiene que hagamos dos advertencias. La primera es que no tienen igual valor todos los argumentos que se _ emplean contra la pena de muerte. _ ln efecto, no tiene gran fuerza el que se apoya en la no graduabilidad de dicha pena, si se considera que todos los legisladores admiten un tipo supremo y ultimo, el de mas gravedad, en los diferentes grados (1) Obra citada, pag. 126. POR MANUEL CARNEVALE 23 y matices de criminalidad , y que precisamente para este tipo ultimo es para el que reseryan el grado mas alto de la escala de penas. Tam- poco merece mucha confianza el otro argumento de la enmienda, porque, aparte de que lo han inyo- cado los mismos defensores del pa- tibulo (1), la verdad es que han de- bilitado mucho su fuerza las recien- tes conclusiones de la antropologia criminal, aun en el supuesto de que estas conclusiones se acepten con aquella reserva con que deben acep- tarse las doctrinas que todavia se’ hallan en el periodo de su forma- cién. Pero los restantes argumen- tos bien merecen un examen dete- (1) Hace mencién de él Weber: Sobre fa pena de muerte, trad. ital., Luca, 1874, pigi na 21. 24 pg LA PENA DE MUERTE nido. Veamos el que se refiere 4 la - irreparabilidad de la pena de muer- te: acerca de su necesidad y de los _ perjudiciales efectos que produce, _hablaremos con mayor amplitud - mds adelante. _ Tan luego como se admita que los jueces, como hombres que son, puedenalguna vez dictar fallos equi- yocados, y se admita asi bien (lo _ que no ofrece duda) que, en tanto que viva la victima del error, éste " puede repararse en todo 6 en parte, -¥ que ninguna otra pena imposibi- lita esta reparacion sino la pena de muerte, estamos en el caso de decir “que en dicha pena existe algo de anormal que nos deja tristes y pen- “sativos; sin que baste, segtin yo ereo, 4 devolvernos la tranquilidad 1 invocar aqui las leyes naturales, que es lo que hace el ilustre profe- POR MANUEL CARNHVALE 25 sor Gabba (1). Merece, no obstante, ge nos hagamos cargo de su opi- nidn. Gabba, teniendo en cuenta que en el orden mismo de la naturaleza existe una continua incertidumbre, que hace que nunca nos podamos ~ considerar completamente seguros de que el camino que hemos em- prendido sea el verdadero, piensa que, una vez que se hayan emplea- do los medios mas 4 propésito y mas idéneos para llegar 4 la pose- sion de la verdad, el ministerio re- presivo no puede quedar desarma- do, por-la sola consideracién de que siempre es posible que exista un error judicial. Hsta es «una de tantas fatalidades 4 que se hallan ex- puestos el individuo y la Sociedade (1) Obra citada, pag. 1-78. 26 DE LA PENA DE MUERTE Bsta manera de poner e! proble- ma es, sin duda alguna, atrevido, pero no parece decisivo ni exacto. En efecto, conviene notar que la posibilidad de incurrir en error es una cosa que nadie niega, y que es efectivamente muy posible el errar en la aplicacién de todas las penas; pero no es esto lo que se censura en la pena de muerte, como hace su- poner el razonamiento de Gabba, sino lo siguiente: que en tanto que el legislador puede perfectisima- mente oponerse 4 aquella futalidad, _remediando y reparando en todo caso el error cometido, tinicamente en lo que toca 4 la pena capital se priva deliberadamente de este me- _ dio de reparacion. Y por lo que se Tefiere 4 la aplicacion de las leyes de Ja naturaleza al organismo so- cial, nosotros la admitimos cierta-_ POR MANUEL CARNEVALR 27 mente; perorespecto delmodo como comprendemos esta aplicacion, ten- driamos que hacer varias adver- tencias. Y para hablar solo de una, diremos que, para nosotros, si estas leyes se desarrollan espontinea- mente en el mundo fisico, son un tanto modificadas por la voluntarie- dad en el mundo animal, y en alto grado en el mundo social. La idea parece obvia; pero acaso no se apre- cia hoy lo bastante. Profundizando en ella cuanto es posible, cambian de faz muchas y graves cuestiones: por ejemplo, en la afirmacion del pro- fesor Gabba, después de haber in- yocado la incertidumbre de las co- sas humanas, es preciso investigar. sino es una cosa propia del orga- nismo social el prevenirse contra los riesgos de esta jncertidumbre, en grado mucho mis eleyado de lo 28 DE LA PENA DE MUERTE que pueda y deba hacerlo el indivi- duo. Queda sentado, pues, que, no exa- gerandolo, el argumento de la zrre- parabilidad de la pena de muerte tiene un valor positivo. La segunda adyertencia 4 que me he referido deriva, en cierto modo, de la primera. Porque, aunque in- dicada apenas, basta para hacernos comprender que el grupo de moti- vos contrarios 4 la pena capital que aqui yenimos considerando no pue- de abarcarse bajo un solo y tnico juicio, sino que debe hacerse distin- cién entre unos y otros motivos, y disminuyendo asi su cohesion, dis- minuye también su fuerza. Y dado este primer paso, es facil el segun- do: al hacer la critica de tales mo- : tivos, no es dificil advertir que los motivos que tienen algin yalor, & POR MANUEL CARNEVALE 99 mas bien que politicos, son motivos estrictamente Juridicos, y de esta Manera vendria 4 faltarle al grupo de los motivos politicos su ‘propia raz6n de existir. Me ha parecido oportuno decir dos palabras acerca de las dudas que se ocurren respecto de la indo- le del grupo referido, con el fin de esclarecer mas y mas la idea del mismo en la mente del lector. Por consiguiente, desearia que se tuvie- ra presente en el curso de mi tra- bajo lo que sobre el particular dejo expuesto. Ul El abolicionismo, pues, en su forma ultima y mas completa, se 30 DE LA PENA DE MUERTE apoya ‘sobre el principio de la in- violabidad de la vida humana, que es su base juridica, y se circunda de algunos argumentos accesorios, * de naturaleza mds bien politica 6 utilitaria, como dice Hllero. Estos tiltimos aumentan la fuerza del pri- mero; pero, aun sin ellos, se con- serva éste firme, porque su vida y existencia no depende de aqué- llos. Hs una cosa verdaderamente atre- vida el querer compendiar en pocas palabras una doctrina tan extensa y tan variada, y que en tan diver- sos modos exponen y defienden sus partidarios. Por esta razon, nuestra formula no seria exacta ni adecua- da si se hubiera de entender como la expresién de un juicio cerrado y estrecho, dentro del cual se hubie- ran de comprender todos los demas. POR MANUEL CARNEVALE 93]. ee eee En efecto, quedan fuera de él aleu- nos autores que no son amigos del individualismo, y otros que, aun aceptando este sistema, dan’ al gru- po de los argumentos politicos, es- pecialmente 4 algunos entre ellos, una importancia bastante mayor de la que ordinariamente se les da. Por consiguiente, la que aqui expone- Mos es, para nosotros, la sintesis que mejor expresa y retrata la fiso- nomia general de la escuela, respe- tando las excepciones y particula- ridades. Como supuesto previo de la mis— ma, y 4 modo de introduccion, va- mos, ante todo, a estudiar la invio- labilidad de la vida humana, que, como se ha dicho, es el fundamento _ y el alma de la doctrina. 32 DE LA PENA DE MUERTE ee IV Cuando surge la primera forma embrional de «agregado», el cual, en Ja mayoria de los casos, se de- termina y nace por efecto de las necesidades de la defensa y de la seguridad, el individuo que forma parte del mismo, cada vez que del agregado recibe algiin bien 6 algu- na ventaja particular, por lo que respecta 4 estos fines primitivos, tiene por fuerza que asociar, 4 la idea de las ventajas recibidas, la idea del agregado de quien las re- cibe. Lo cual vale tanto como decir que, por experiencia acumulada y transmitida hereditariamente , el concepto de laimportanciadel cuer- POR MANUEL CARNRVALE 33 ates ene CL EN ee po social llega 4 establecerse y fijar- se en la psiquis de un modo seguro, Expliquemos esto con un ejemplo. Supongamos que yarios indivi- duos, los cuales se ven obligados a Vivir en un lugar que ofrece pocas garantias 4 la seguridad personal, expuestos continuamente 4 las agre- Siones de enemigos peligrosos, for- man entre si una sociedad cuyo fin _ sea el de la defensa mutua. Hs na- tural que tan pronto como obten- gan las primeras ventajas, ora so- metiendo, ora rechazando, 4 los enemigos, se complacerin de ha- ber formado la sociedad y procu- raran hacerla cada vez més estable y mas fuerte. Y si el peligro que ha dado origen 4 la sociedad persiste durante un largo periodo de tiem- po, ésta adquirira, en un cierto momento, un grandisimo: valor, 34 DE LA PENA DE MUERTE © porque i los ojos de sus miembros representa el (mico modo de con- servar la propia personalidad. Y puesto que—menos en ciértos casos raros, que deben estudiar cuidadosamente otras disciplinas— no puede haber duda de que, du- rante un periodo larguisimo de tiempo, las comunidades de hom- bres tuvieron principalmente un fin militar y guerrero, ora defen- digéndose, como en el ejemplo que se acaba de aducir, ora ofendiendo, pero siempre movidas por la supre- ma necesidad de conservacién, es claro que, en este periodo, el indi- yiduo tiene del cuerpo social la mas alta idea que puede imaginar- se. Hsta idea se concreta, toda ella, en la persona moral que tiene 4 su cargo la defensa del cuerpo y le sirve de poder.regulador, esto es, POR MANUEL CARNEVAIE 35 ee en oe que la preocupacién de las necesidades externas no per- mite wn examen introspectiyo, me- diante el cual se enlace la obra del Estado con la energia propia del organisino social, y sirviéndose de ésta, explicar la primera. Kn este periodo, no sdlo desaparece y se absorbe en el Hstado el indivi- duo, como es uso decir, sino que se absorbe también la sociedad, ha- biendo ‘en el organo central una riqueza de vida grandisima, pro- ducto en su mayor parte de la ne- gacion y absorcién de la vida que Aen desarrollarse en la periferia. Este es el tiempo de la omnipoten- cia del Estado. Pero llega un momento en que NO el caracter belicoso de las socieda- - des humanas comienza 4 perder 36. Di LA PENA DE MUERTE fuerza, sin que nosotros vayamos ahora 4 indagar las razones de este hecho. ; Qué ocurre entonces? Facil es comprenderlo cuando se recuerden ciertos episodios de la guerra: frente al enemigo, cada uno de los combatientes se olvida de si mismo; pero tan luego como cesan las hostilidades, reaparece la conciencia de los intereses propios, frecuentemente hasta en antago- mismo con los de los demas. Hste es un hecho que no pertenece a la historia, sino 4 la psicologia, y, por consiguiente, no se encierra en limites determinados de tiempo: puede leerse en la I/ada, de Home- ro, y puede explicarse hoy, en nuestro mismo siglo, teniendo en ‘cuenta que gobiernos amenazados por graves discordias intestinas pueden buscar en la guerra un me- POR MANUEL CARNEVALR 94 SL dio vitil de distraer la atencion de los ciudadanos. El Principio que explica este hecho es el siguiente: tan luego como pierde importancia y urgencia el fin colectivo, aparece el fin individual, porque la menor cantidad de fuerza que se encuen- tra en el primero ha pasado al se- gundo. Y aplicando esto 4 nuestro caso, tendremos que, como las so- ciedades se van alejando del tipo militar, la accién del Hstado se impone cada vez menos al indivi- duo, aun cuando la diminucién de intensidad que esto supone ceda en ventaja de una mayor extension; y el individuo comienza entonces 4 distinguir la propia personalidad. A partir de este instante, se va formando un cierto sentimiento, segiin el cual, él socio adquiere cada dia mayor conciencia de su 38 DE LA PENA DE MUFRTE importancia en la sociedad y frente al poder central de ésta. Hsta for- macidn se yerifica con movimiento paulatino y desigual; con un movi- miento que solo aparece progresivo cuando se le considera en con- junto. Pero frente 4 este movimiento, y contrarrestandolo, tenemos siem- pre al Estado, con su fuerte orga- nizacion, obra de los siglos: al Estado, el cual, lejos de reducir y concentrar su poder dentro de los limites trazados por las nuevas ne- cesidades, lo extiende cada vez mas y acusa una usurpacién de fun- clones que reviste notoria erave- dad. Hintonces, el interés del indi- viduo no coincide ya con el del Hstado , sino que uno y otro llegan & contraponerse, 4 lo menos en parte; y el camino que sigue esta POR MANUEL CARNEVALE 39 contraposicién es el mismo que si- gue en su elaboracién el espiritu individualista. En un cierto grado y momento de su desarrollo, este tiltimo se ha- ce activo, bien en las especulacio- nes filosoficas, bien en el terreno de la vida practica. Sin embargo, todo ello no pasa de ser tentativas aisladas y de escasa importancia, que reprimen y sofocan ineludible- mente el Estado mismo y las doc- trinas dominantes. Mas tarde, es- tas tentativas se reproducen con mayor fuerza y adquieren consis- tencia y vigor con cada alteracion 6 desorden que se produce. De este modo. se entabla entre el individuo y el Hstado una lucha moral y po- litica que va haciéndose de dia en dia mas cruda. : _ Llega un punto en que él indivi- 40 DE LA PENA DE MUERTE ee duo vence en el terreno de la espe- eulacion y del estudio: en este caso el individualismo prevalece. Sera, por lo tanto, el individualismo un sistema de reaccién 6 de lucha; esto es, energia contraria que concurre a determinar la resultante 4 que damos el nombre de equilibrio, pero que no es el equilibrio mismo: no es la verdad, pero es una de las condiciones necesarias para produ- cirla. Los que se proponen combatir el individualismo como una, doctrina general filosdfica que ha ejercido su influjo sobre todas las ramas de ‘las disciplinas morales, emplean ordinariamente un procedimiento distinto; pues, colocandose en un punto de vista enteramente tedrico, determinan las relaciones existen- tes entre el indiyiduo y la sociedad, POR MANUEL CARNEVALE 41 y deducen de aqui que no se taelle x separar el primer término del se= | gundo, ni aun por razon de estus dio, y menos atin se puede poner esta separacién como base de una teoria. La utilidad y ventajas de este método no pueden ponerse en duda, por cuanto requiere su em- pleo una cierta amplitud de des- arrollo y mucha serenidad de dni- ~ mo; sin embargo, yo ereo que, bajo ciertos respectos, es preferible el que yo sigo. ln él, el escritor es casi enteramente ajeno 4 la discu- sion, y las conclusiones 4 que llega no son conclusiones preestableci- das, sino el producto natural del” propio examen analitico. Hl cami- no que nosotros seguimos es, sin duda alguna, mas breve; porque, aunque nuestro analisis se puede ampliar cuanto se quiera, la ver- 42 DE LA PENA DE MUERTE dad es que en sus lineas fundamen- tales queda siendo siempre el mis- mo. Ademas, el horizonte es més vasto y el resultado parece mas se- guro; porque, una vez que se haya logrado mostrar que la génesis del individualismo es la necesidad de reaccionar contra el excesivo poder del stado, y que tal doctrina es, efectivamente, una verdadera re- accion, se advierte desde luego el earacter propio de dicha doctrina, la falsedad de la misma.y al mismo tiempo su necesidad. Hs decir, que podemos ver claramente, no solo que es un error, sino que es un error necesario; con.lo cual nos ponemos en situacién de poder apreciarla con mayor equidad, por. cuanto comprenderemos como la _doctrina verdadera no puede venir ‘sino después de la erronéa, Ja cual POR MANUEL UARNEVALE 43 ‘es un antecedente imprescindible ; de aquella. Ante todo, conyiene advertir que Ja referida doctrina suele presentar dos fases muy distintas, 6 mas bien opuestas; tanto, que aquellos que se hacen solidarios de la segunda ereen, con completa buena fe, que profesan teorias diametralmente ‘contrarias 4 la primera. Hs ley que preside la vida del pensamiento la de que toda nueva idea, 6 conjunto de ideas, aun esfor- zandose por rebelarse contra otras que les hayan precedido, vienen, sin quererlo, 4 sufrir, por lo me- nos en parte, el influjo de éstas. Asi, el indiyidualismo, en su pri- mera forma, no niega aliertamen-— te la nocién del Estado, aceptada hasta su aparicion , sino que, por el - contrario, parece querer consoli=_ 44 DE LA PENA DE MUERTE darla, asentandola sobre bases me- nos discutidas. Su razonamiento es, en sustancia, el siguiente: «No se trata de disminuir en un apice la fuerza ni los derechos del poder social, pero bueno es que se le re- cuerde su génesis histérica, que es la voluntad individual contratante, El poder social debe, pues, funcio- nar para el individuo; y su autori- dad, en vez de disminuir por este medio, crece, porque se basa sobre el consentimiento de aquellos mis- mos & quienes manda.» Hin suma, esta teoria traslada la antigua idea del Estado al nuevo campo en que dominan los princi- pios de libertad. Y ahora compren- demos por qué la gran revolucién, preparada por dicha teorta , repre- senta una grave contradiccién, en cuanto que, por un lado, hizo la POR MANURI, CARNEVALR 45, declaracién de los der echos de] hombre : 1 Y por otro, construyé un Estado que no hubo de respetarlos con mucha fidelidad. Ni aun hoy mismo se ha librado completamen- te de esta contradiccién el pueblo francés. Al hablar del origen que la doc- trina del contrato asigna al poder social, he empleado la palabra Ais- torica, por una razon que no creo intitil exponer aqui. Entiendo que, en semejante doctrina, el proble- ma de la sociogénesis, lo mismo por respecto al total organismo que por respecto 4 sus centros regula- dores, ha sido estudiado desde un punto de vista exclusivamente his- torico 6 positivo; es decir, que se trata de poner de manifiesto la si- _tuacién de hecho, pero no el prin- cipio filoséfico que origina la socie- 46 DE LA PENA DE MUERTE Saas 5 Te GT a dad. Si varios individuos se ponen de acuerdo para formar una comu- nidad y la forman, el acuerdo re- ciproco de todos ellos es el motivo historico. Pero ;podian no ponerse de acuerdo? Y si no podian por menos de concertarse, ;cual es la necesidad que subyuga sus volun- tades? He aqui la indagacién del motivo racional. Y que la teoria contractual se funda sobre una hi- . potesis de hecho, lo prueba el que esta misma hipdtesis, que se ha de- mostrado ser falsa, ha sido el arma mejor que se ha empleado para combatirla. Con lo cual yo en este momento no la juzgo; no hago mas que explicarla. Por lo demas, mi opinion respecto de la misma es menos severa que lo es de ordinario - la de otros tratadistas. Vencido el individualismo en puede, por consiguiente, recha- POR MANUEL G SNE CARNEVALE 44 cco por otro cane Gd mee aa o: que ofreciera mas probabilidades de éxito. Hl h bre—se dijo—la criatura pr a ‘ predilecta, de los dioses, debe conseguir sus eEcoees fines, y la sociedad no es mas aoe un Instrumento idéneo de que él se sirve. La sociedad nace, pues, con el hombre y le eg nece- saria € imprescindible, como nece- sario é6 imprescindible es el medio para el cumplimiento del fin. La sociedad esta regida y determinada por la Ley suprema que le ha se- falado una meta, y hacia ella la guia, con sabiduria infinita, por el camino de los siglos. Ahora bien: presentada de esta roanera la doctrina, no necesita ya de la hipotesis de la convencién, y 48 DE LA PRNA DE MUERTE ——_____. zarla. Mas todavia: debe recha- zarla con tanto mayor motivo, cuanto que dicha hipotesis , por efecto de su ligereza, quebranta y debilita el mismo principio indivi- dualista. He aqui por qué los mis duros adversarios y contradictores ‘de ella fueron los escritores indivi- dualistas de esta segunda forma del individualismo, los cuales, en su fiera oposicién, no legaron 4 ver el fuerte vinculo de origen que los une 4 los defensores de la primera forma, 4 quienes combatian. Hxplicada de esta manera la na- turaleza del individualismo, vea- mos ahora su influjo en las disci- plinas penales. Para adquirir una idea, si bien sumaria, del asunto, basta esta sola reflexion. Si cuando la asociacién » : era el fin de todas las cosas—cuya — POR MANUEL CARNEVALR 49 poderosa unidad moral expresaba y representaba,—e] individuo, 9 derecho primitivo 6 cualquiera otra institucion juridica no figuraban gino como instrumentos de dicha asociaciOn ; cuando los Conceptos se invirtieron, todo adquiri el carac. ter de medio para el individuo: tal _ sucedio con la ciudad y con todas las funciones que dentro de ella se _ realizaban, entre las cuales estaba | Ja funcion penal. De esta Inversion ‘| de relaciones provenia una nume- _ rosa serie de consecuencias, todas éllaspdependientes del fin asignado _viduo. De consiguiente, si antes espondia tanto mejor 4 su fin la Jnstitucién penal cuanto con mayor erza ejercitaba la tutela, ahora 50 DE LA PENA DE MUERTE puede acontecer que, al realizar su funcién, conculque los derechos del individuo, que es 4 quien en tiltimo término debe servir. De aqui la necesidad de una nueva teo- ria que complete la ciencia penal: la teoria del limite juridico. He aqui, pues, explicado el ori- gen y justificada la aparicién de una nueva escuela de Derecho pe- nal, que ha tenido desplegada, de manera honrosisima, su bandera por espacio de muchos afios; escue- la que suele hoy llamarse cldsica 6 metafisica, si hen nosotros no es- tamos muy convencidos de la con- veniencia de estas denominaciones (por motivos que expondremos en su lugar oportuno) y prefeririamos que se IHamase escuela individua- lista. Asi se comprende también que si el individualismo se va ex- POR MANUEL CARNEVALE 51 tinguiendo, 6 al menos declina, es preciso que aparezca una nueva es- cuela. Y de este modo vemos que ambas parecen dominadas por una necesidad historica, cuya conside- racion nos obliga 4 ser més cautos en los juicios y mas Justos en la lu- cha, sean cuales sean, por lo de- naas, nuestras simpatias. Volviendo 4 la escuela que aplica el individualismo 4 las doctrinas penales, claro esté que su primer canon , su verdadero dogma funda- mental tenia que ser la znviolabili- dad de la vida humana. Si el hom- bre es el fin de toda institucion que | nace y existe en derredor suyo, y se desarrolla en el mundo social, es claro que él, ante todo y 4 costa de todo, es intangible, porque, faltan- do él, vendria a faltar el origen y la razon de todo poder de derecho, — 52 DE LA PENA DE MUERTE a ee Por consecuencia «perezca la so- ciedad (si es posible), pero quede 4 salyo el hombre». Asi que no pa- rece aventurado afirmar que no se concibe individualismo alguno que no consagre este dogma (1). SS (1) Me parece conveniente insistir en lo que dejo indicado en el texto y que también resulta del conjunto de la doctrina. Yo no pretendo hacer una confutacién directa del dogma de la inviolabilidad de la vida humana, ni del tndividuatismo, como base cientifiea de aquél, porque esto seria una cosa demasiado larga en relacién con los fines que ahora me Propongo. Lo poco que digo acerca del parti- cular, en este y en otros sitios, no responde, pues, al intento aludido. Yo pretendo unica- mente poner de relieve en el individualismo su cardcter de doctrinade reaccion 6.de lucha. Creo que esto es suficiente para probar sus errores, y acaso produzea mejor resultado que una discusién detenida. Yo quiero mos- trar la relacién de la inviolabilidad de la vida _faumana con el individualismo, de cuya doctri- na podria decirse que es una condensacién aquel principio; y con esto me parece que hay bastante para rechazarlo, eu + POR MANUEL CARNEVALE 53 Viceversa, Separado de dicho sis- meray el dogma no tiene razon de existir Y Se muestra como un error evidente, Una Tegla absoluta, que valga para todos log casos , ora por respecto ala conducta del indivi- duo, ora por respecto 4 la conduc- ta de la sociedad, se condena por si musma, por cuanto en este mundo natural no rige jamis una ley sola, sino la resultante de varias leyes. Ademas, la vida se regula en cada momento por la necesidad; por cuya razén se yergue robusta en el trabajador y declina en el holgazan, se rodea de todo género de precau- clones en aquella persona que es prenda moral de grandes intereses y se extingue con deliberado sacrificio en el martir, se conserya para cum— plir grandes deberes en el apéstol y se prepara para un proximo fin en 54 DE LA PENA DE MUERTE el hombre de ciencia. Decir que la vida es inviolable, sea cualquiera el sujeto de que se trate , vale tanto como poner un limite 4 la necesi- dad, vale tanto como afirmar, para un solo caso, el reinado del ciego arbitrio frente al destino universal que es el que impera en los fend- menos todos de la naturaleza. Por tanto, 4 los ojos del estudio- so, el individualismo y la inviola- bitidad de la vida humana son dos cosas que se encuentran entera- mente ligadas; y puesto que el ana- lisis nos ha mostrado que el prime- ro no puede ser una teoria exacta, resulta que tampoco puede serlo la segunda, y que, por consecuencia, debe rechazarse. De esta suerte viene 4 perder toda su fuerza el fundamento cardinal, el alma del abolicionismo, y cae por su base POR MANUEL CARNRVATR 56, a un soberbio edificio que hablan le- vantado magnanimamente algunas gentes de valor. : Por lo dems, no'parece ocioso poner de relieve, con algunas ob- servaciones, de qué manera quien se coloca en el punto de yista que nosotros hemos elegido, puede ad- quirir, sin grandes esfuerzos, una inteligencia demasiado clara y am- plia de la teoria contraria al pati- bulo; puesto que, segtn hemos mostrado, no solo comprende el es- piritu general de Ja misma, si que también advierte y estudia algunas de sus modalidades que, por regla general, no se tienen en cuenta. Mas atras hemos ya notado en dicha teoria dos fases que ahora conviene comparar y aproximar 4 las dos formas de individualisme anteriormente descritas. De la exis- 56 DE LA PENA DE MUERTE tencia de las primeras da testimonio su entera correspondencia con las segundas. Cuando se €onsidera la obra de la escuela abolicionista, se contem- pla un campo tan vasto y tan rico de actividad, que 4 primera vista sorprende. Ningin problema de ~ penologia ha adquirido jamds tanta importancia. Una razon de este hecho, que, por su parte, lo justifi- ca completamente, la encontramos al comienzo de este trabajo, cuando advertimos el especial valor que tiene la discusién referente al tilti- mo suplicio, por haber sido la pri- mera que se ha hecho (de un modo amplio y con seriedad cientifica) acerca de la juridicidad de las pe- nas. Otra razon de este hecho se deduce del estudio. anterior, y ya la hemos expuesto de un modo im- POR MANUEL. CARNEVALE 57 Sa eee plicito al mostrar que el Principio de la inviolabilidad de Iq vida hy, mana es el canon fundamental de la escuela del tndividuatismg pe- nal. Por consiguiente, puede de- cirse que en la teorla abolicionista se encierra y palpita el espiritu agitador del individualismo; yla- propaganda en favor de la primera * es una batalla que se libra en bene- ficio de la doctrina individualista en general. Histo explica, ademas, en parte, el entusiasmo con que ha sido de- fendida aquella teoria, entusiasmo que no puede compararse sino con el ardor con que se combate en las luchas politicas. Digo «en parte >, | porque la medida en que inter- viene el elemento afectivo parece que no es proporcionada 4 los mo- tivos de puro orden racional, por 58 DE LA PENA DE MUERTE graves que quiera Suponerse que sean. Hs muy posible que se hayan fijado pocos en esto, y sin embar- go, el transporte sentimental de que estaban poseidos los mas ilustres adversarios de la pena de muerte es un hecho singular y que merece especial consideracion. Hase dicho que la guerra al pa- tibulo se conyirtid para muchos en una cuestion de liberalismo; y esto se hace notar en un cierto sentido desfavorable para el abolicionismo. Sin duda que sacar el problema de su propia esfera es cosa que perju- dica 4 la dignidad de la ciencia y sirve de obstaculo para conseguirla verdad; por cuya razon, la censura de que hemos hecho mérito, y que ciertamente no es infundada, re- viste cierta gravedad. Pero 4 nos- 7 POR MANUEL CARNEVALE 59 ha 0. otros nos es facil comprender por qué la discusién ha adquirido ca. racter politico , por cuanto ya he- mos visto que los escritores adver sarios de la tiltima pena han Neva- do la cuestion al terreno de los de- rechos fundamentales del indivi- duo (1); terreno abierto 4 los mas fieros intereses del pueblo y 4 sus mas ardientes luchas. Vv Hxaminado el principio de la n= yiolabilidad de la vida humana, en (1) Es inutil poner ejemplos, porque el hecho no puede impugnarse. A este propdsi- to, es digno de notarse que el Parlamento de Francfort traté, en 1848, de establecer en la Constitucién federal la abolicién de la pena ~ de muerte, 60 DE LA PBNA DE MUERTE el cual se compendia la razon juri- dica del abolicionismo, y habiendo demostrado que dicho: principio debe rechazarse, no nos queda ya de la doctrina abolicionista mas que el grupo de los argumentos politi- cos 6 utilitarios, que mas arriba hemos indicado. Hemos puesto gran cuidado en definir bien la posicion de este gru- po, aceptando por ahora su existen- cia sin discutirla, y hemos dicho- que constituye un orden de argu- mentos secundarios 6 complemen- tarios. Lo cual vale tanto como de- cir que el referido grupo viene 4 for- mar un conjunto de ideas que por si solo no es suficiente para comba- ur la pena capital, pero que refuer- za el argumento juridico ya exami- nado cuando se desarrollan de con- formidad con él. Aqui puede ver- is POR MANUEL CARNEVALE 61 daderamente decirse que lo acceso- Fi0 sigue A lo principal. Cuanto mas pensamos acerca del particu- lar, ands exacta nos parece esta opinion: no todos los argumentos de aquel grupo deben despreciarse; algunos tienen un valor positivo, que podria aumentarse mediante un adecuado ulterior desarrollo; estos ultimos, aun Independiente- mente del fundamento principal, manejados por ingenios poderosos, se convierten en un arma eficaz para conmoyer la institucién de la guillotina; pero en la forma y enel estado en que se nos offecen no tienen bastante fuerza para echar por tierra dicha institucion, porque no representan una verdadera, teo- ria cientifica, que es lo que la ne- cesidad reclama. Y de nada sirye separar la cues- 62 DE LA PENA DE MUERTE tién teorica de la cuestion practica para colmar la deficiencia de que acabamos de hablar. Yo comprendo muy bien que un orador habil, para evitar las dificultades y los es- collos de la tesis que quiera soste- ner, prescinda de lo que se llama aspecto filoséfico 6 doctrinal y pro- cure llevar la discusién al terreno de los hechos; y comprendo tam- bién que, empleando este méto- do (1), llegue 4 obtener éxito en lo que se proponga. Pero, aunque fuese completamente afortunado en el seno del Parlamento, el eco de su triunfo se detendria al traspasar (1) Sabido es que Mancini empled este procedimiento ante la Cémara de los diputa- dos. También prevalecié en la Dieta federal dela Alemania del Norte, como recuerda Rol- lin: Za pena de muerte, trad. ital., Luca, 1877, pag. 37. POR MANUEL CARNEVALE 63 los limites del templo de la clencia; por cuya razon, deponiendo todo rasgo de orgullo, deberia entrar en dicho templo como un simple sol- dado y orientarse en aquello que le falta, Desde el instante en que ad- mite que el problema tiene dos as- pectos, uno que hace relacion a la Justicia (que es el aspecto filoséfi- co) y otro que se refiere 4 la utili- dad y oportunidad (que es el aspec- to practico) , y concibe ambas cosas como distintas entre si, es claro que su andalisis en el campo cienti- fico no puede ser parcial 6 incom- pleto, sino que debe abarcar los dos aspectos indicados, y probar que, tanto bajo el uno como bajo el otro, debe proscribirse de los c6- digos la pena de muerte. 64 DE LA PENA DE MUERTE — VI Las indagaciones que hemos he- cho en esta primera parte de nues- tro trabajo, han sido muy breves; pero creemos que no seran del todo ineficaces. Su fuerza responde al. método que venimos empleando, que es el de ir avanzando gradual- mente en la investigacion de la ver- dad y el de seguir el camino mas breve. Por lo cual, algunas de las indagaciones hechas adquirirén un desarrollo mayor 4 medida que se vaya ensanchando nuestra esfera de observacién. Nosotros, por ahora, dejando ” aparte las excepciones, hemos con- siderado la doctrina contraria al — patibulo como una unidad, en la — POR MANU. EL CARNEVALE 65 que hemos distinguido la parte fun- camental (que al propio tempo es especifica) y la parte subsidiaria, remos que no puede aceptarse la primera, y en cuanto 4 la segun- da, la cual, precisamente en aten- cién 4 aquélla, no ha adquirido un desarrollo racional Y completo, nos parece que por si sola no basta para fundar una teoria cientifiea, Asi que, mirando sin prejuicios de ninguna clase esta doctrina, la opinion que respecto de la misma nos parece mis Justa y mas exacta, es que el individualismo (unido 4 al- gun otro motivo del orden sentimen- tal, que constituye para nosotros “un punto oscuro) ha sido la causa de la misma, 6 por lo menos la causa principal, y justamente el obstacu- lo que la ha impedido remontar- se a las altas cumbres de la Wonead CAPITULO SEGUNDO Hace muy pocos afios que la cuestién de la pena de muerte pa-_ recia hallarse verdaderamente ago- tada en el terreno de la ciencia. La defendia, sin embargo, un numero escaso de pensadores; pero casi to- dos ellos se fundaban mas bien en razones de oportunidad que en ri- gurosos principios clentificos. Pero, ‘cuando en los ultimos tiempos, y por obra, principalmente, de la escuela nacida en Italia, se han puesto en relacion y en contacto POR MANUEL CARNEVALE 67 2S ES oO inmediato las disciplinas penales con las ciencias naturales, las du- das acerca de la pena de muerte han yuelto 4 renacer y la contro- versia ha resucitado nuevamente. Mas eg preciso no exagerar sus limites, pues bien se comprende que semejante problema no puede hoy alcanzar la extensién que en otro tiempo tuviera, — La historia de los argumentos empleados en favor de la pena ca pital no tiene cabida en el presente trabajo, ni tampoco su critica con fin separado 6 independiente. Por consecuencia, no nos haremos car- go de aquellos que ya hoy estan abandonados, por haber perdido su fuerza con el progreso cientifico ; y concretaremos nuestro examen aquellos otros que son los tunicos ; “que se pueden invocar como yali- 68 DE LA PENA DE MUERTE dos en el actual estado de la cien- cia. Y puesto que de éstos precisa- mente es de los que se han servido los ilustres pensadores de la nueva escuela italiana que se han consti- tuido en defensores del tiltimo su- plicio, 4 ellos es a los que por modo especial se dirigiran nuestras ob- Servaciones, No es esto decir que vayamos 4 dar 4 nuestras inyesti- gaciones un cardcter estrecho y particularista, pues, por el contra- rio, deseamos siempre colocarnos en un punto de vista general: lo que queremos decir es que coloca- remos delante de nuestra vista un objeto no muy extenso, bien defini- do, en el cual concurran todas las ideas andlogas, y al cual puedan tener aplicacién las precedentes in- dagaciones. Bueno es adyertir desde ahora — POR MANUEL CARNEVALE 69 que los fautores de la escuela posi- tiva no estan de acuerdo en cuanto se refiere 4 este particular. Hs ver- dad que, segtin Ferri, se puede de- cir que entre sus doctores existe «unanimidad en considerar legiti- ma, en el terreno de los principios, la pena de muerte, y que sdlo en cuanto 4 su oportunidad y utilidad practica, unos la admiten y otros no (1)». Mas aparte de que, aun en el terreno de Jos principios, hay algan partidario de la nueva escue- la que considera injusta la pena de muerte, como sucede con Pu- glia (2), la divergencia notada no deja de tener su importancia; por- que, aun reduciendo la cuestion 4 — (1) Nuevos horizontes del Dereche y en cedimiento penal, Bolonia, 1884, ee 3 4 ae (2) Renacimicnto y porvenir Bue la crence criminal, Palermo, 1886, pag. 47. 70 DE LA PENA DE MUERTE los limites 4 que se contrae Ferri, es lo cierto que se forman dos co- rrientes contrarias entre si por respecto al tema de la abolicién. Y estas dos corrientes se habrian ma- nifestado de un modo terminante y claro en el primer Congreso de an- tropologia criminal, celebrado en Roma, cuando, puesto 4 discusion este tema por Lioy y Venturi, es- tuvo 4 punto de dar lugar 4 una lucha acalorada (a ete aussi sur le point de vous passioner, se dice en las actas del Congreso), si no hu- biese venido tan 4 tiempo la cues- ti6n prejudicial de Venezian, que ahog6 la otra en los mismos ins- tantes de su nacimiento. POR MANUEL CARNEVALE 7 a Il Puesto que las ideas que sostiene una parte de la escuela positiva cons. tituyen para nosotros la timica doc- trina con que hoy se puede defen- der con algtin fundamento la pena capital, bueno es que nos detenga- mos un poco 4 examinar si en la produccién de aquel movimiento tienen parte algunas cireunstancias propias de la escuela, las cuales se hayan afiadido 4 la fuerza y virtua- lidad de los principios. Hacemos esta breve investigacién con el solo propésito de considerar el problema bajo todos sus aspectos , y no con el fin (bueno es decirlo de una mane- ra explicita) de encontrar antes de 72 DE LA PENA DE MUERTE tiempo argumento alguno contra- rio 4 la teoria que vamos 4 exami- nar, y mucho menos con el intento de suscitar dudas acerca de la se- riedad de la misma, seriedad que nos parece completa é indiscutible. En la primera parte de este tra- bajo hemos visto que el individua- lismo aplicado 4 las disciplinas pe- nales ha dado lugar 4 una escuela que podria, muy oportunamente, tomar nombre de él, y que la dis- cusién acerca de la pena de muerte ha sido el terreno mis abonado que ‘ha encontrado dicha escuela para afirmarse , asi como la inviolabili- dad de la yida humana ha sido el lema escrito en su bandera. Por otra parte, hemos afirmado que, frente al individualismo, y 4 me- dida que este declina, y para co- rregir sus errores, debe nacer otra escuela que pueda elevarse (como hoy se dice) 4 la concepcién serena de la unidad organica del individuo y de la sociedad en las relaciones juridicas; meta que constituye el - mis alto punto 4 que puede llegar la idea del derecho. Msta nos pare- ce que es, en sus lineas generales, Ja misién de la nueva escuela que abora suele distinguirse comin- mente, por razon del metodo que emplea , llamandola positiva, y ha- cia el cumplimiento de aquella mi- sion se eneamina con paso no muy lento todo su trabajo. En un pri-~ mer periodo, que es el actual, la escuela positiva dirige toda su acti- vidad contra los excesos del indivr- dualismo penal, y, por lo tanto, debe rechazar el principio de la n- violabilidad de la vida humana. Lo ‘cual predispone el dnimo no muy 74 DE LA PENA DE MUERTE en favor del abolictonismo, que, como se ha visto, se apoya en su mayor parte sobre aquel principio. Ademéas de esta condicién, que podriamos decir que es inherente al caracter batallero de la primera fase porque la escuela esta pasan- do, hay que considerar otra, la cual sigue por el pronto el método posi- tivo aplicado 4 las ciencias mora- les, pero sin ser esta aplicacién un efecto propio de dichas ciencias, antes bien presentandose en ellas como una dificultad que se ira ven- ciendo 4 medida que aquéllas pro- gresen. Conyiene 4 este propésito tener en cuenta que siempre que en el estudio de determinadas discipli- nas se abandonan los antiguos me- dios y se sustituyen por otros nue- vos, lo primero que hay que hacer es un trabajo de revision y de eri- POR MANUEL CARNEVALE 75, tica de la precedente labor. Esto es lo que ha ocurrido en las ciencias morales en el instante en que se ha aplicado 4 las mismas el experi- mentalismo. Y al lado de esta exi- gencia, que era casi totalmente doc- trinal, existia una segunda, entera- mente practica y propia de nuestro tiempo, que es la siguiente: que 4 la especulacién tedrica se le exige imperiosamente que dé pronta res- puesta 4 los graves problemas de la época; pareciéndonos tanto menos digna de alabanza y de crédito - cuanto mas tiempo tarda en contes- tar. Quien, con austero sacrificio de la juventud, de la salud, de las cosas mas queridas, se ha consa- grado al culto de la ciencia, puede _querer resistirse 4 semejantes pre- _tensiones y no preocuparse con ellas; pero la verdad es que son tan 76 DE LA PENA DE MUPRTE imperiosas, que muy pocos son los que pueden sustraerse 4 ellas. De esta manera nos explicamos el que con frecuencia se interrumpe un provechoso trabajo de anilisis, para comenzar las sintesis, quizi muy _ verdaderas en el fondo, pero indu- dablemente prematuras. As! nos explicamos también por qué algunas grandes leyes, como la lucha por la vida, la seleccion natiural, la heren- cia, han adquirido tal importancia que, llevadas al terreno de una dis- -cusién cualquiera, prejuzgan la so- lucién en sentido favorable 6 ad- verso, segtin que dichas leyes sean consideradas en un sentido 6 en _ otro, y , por consiguiente, se limita y restringe mis el campo para otras investigaciones. Y puesto que pre- cisamente el principio de la selec- cidn les parecié 4 los crimindélogos POR MANUEL CARNEVALE ————— ay n ae positivos contrario al abolicionis- mo, algunos de éstos se preocupa- ron tanto por ello, que, cediendo 4 la exigencia de que poco mis atris hemos hablado (por lo demas , tan grave que no puede dar lugar 4 fi- ciles censuras), se apresuraron 4 llegar 4 una conclusién, sin adyer-* tir que el examen de aquel princi- pio no es tan completo ni profundo que pueda seryir de apoyo firme para deducir las consecuencias que se pretende, y en todo caso mos- trandose mas tranquilos de lo con-_ yeniente acerca de la aplicabilidad de dicho principio 4 la cuestion de ' la pena de muerte. Dicho esto, vengamos ya al es- tudio de la doctrina anti-abolicio- nista, dentro de los limites indi- cados. 78 DE LA PENA DE MUERTE II Un primer argumento nos le proporciona la teoria de la intimi- dacién. Tuyo este argumento un grandisimo valor en el terreno cientifico durante mucho tiempo; pero hoy lo he perdido casi por completo. No obstante, lo conser- va todavia entre las clases ignoran- tes y entre las personas mas timi- das de las clases ilustradas. Como nosotros no nos ocupamos de este tiltimo aspecto del problema, sino _s6lo del cientifico, vamos 4 consi- : £ derar el referido argumento en el orden racional , que es nuestro ex- clusivo terreno. POR MANUEL CARNEVALE = 79 Cuando las disciplinas Penales sq han encontrado ya un tanto avan- _zadas, puesta 4 discusién Ja pena p de muerte, se comenzé 4 dudar de su fuerza intimidadora, Y poco des- » pués se nego resueltamente, por i dos clases de razones. En la primera clase encontramos algunas consideraciones estadisti- cas que, aun no siendo decisivas, porque es preciso ponerlas en rela- cion con el examen de otros ele- “Inentos, sin embargo, tienen una _ gravedad indudable. Hstas conside- ‘raciones giran en derredor de una idea fundamental, que es la de que, salvo raros’ casos, que se explican por circunstancias anormales, los - delitos mas graves no han aumen- “tado en aquellos paises en que se ha abolido la ultima pena. A los datos estadisticos se afiadean gru- E> i ee ea 80. DE LA PENA DE MUERTE po de hechos, no muy numerosos (nosotros nos dejamos impresionar hoy mucho por el numero, sin ha- cer gran caso, 6 no dando la dehi- da importancia al peso), pero re- cogidos y comprobados con mucha diligencia. Para dar una idea de ellos, voy 4 citar dos. «En Old Bailey (esto lo cuenta Geyer (1), bajo el testimonio de Schaible) fué ajusticiado un falsificador de bille- tes de Banco, y su cadaver les fué entregado 4 sus parientes. Su mu- Jer continuaba, sin embargo, po- niendo en circulacién los billetes falsificados que habia recibido del marido, y cuando supo que iha 4 ser objeto de un registro por parte de la autoridad judicial, colocé los oye) Sobre la pena de muerte, trad. ital., ‘Luca, 1869" pag. 30. ; _ encontré la policia. » Rolin (1) ( ye POR MANUEL CARNEVALE 81 Ss ae hilletes falsificados en la boca desu marido, ya ajusticiado, donde los el hecho lo repiten otros) ae e ‘Jo siguiente: «De 167 condenados a muerte, asistidos en Bristol en sus Ultimos momentos por el limos- nero de las prisiones, Roberts, 16] declararon que habian presenciado -ejecuciones capitales. Hste hecho fué corroborado por el Parlamento inglés en 1840.» La segunda clase de razones la constituyen imtuiciones geniales “que se van comprobando y adqui- riendo el cardcter de verdaderas 4 medida que avanzan los estudios. Tos escritores que combaten el pa- tibulo, dando en este punto prue- (1) Za Pena de muerte, trad, ital., Luca, 1871, pag. 63. ae * _ $2. bg LA PENA DE MUERTE Fema i aes es Te bas de un gran sentido de la reali- dad practica que conviene poner de relieve, notaban que mas fuerza intimidadora tenia la certeza de la pena que la eravedad de la misma,’ que muy raras veces el delincuen- te piensa en la pena antes de come- ter el delito, y que, por lo que res- pecta 4 la pena de muerte, el de- lincuente piensa que se ha de librar de ella por medio del beneficio de Ja gracia. Aquise contiene en ger- men aquella teoria de la impre- vision en el delito, y muy espe- clalmente en sus formas mis ele- yadas, que ha puesto de relieve la escuela de antropologia crimi- nal y 4 la que Ferri ha consa- grado de propésito mucha activi- dad y gran cuidado (1). ; (ye Véase el Archivo de Psigquiatria, yo- — FOR MANUEL CARNEVALR 8 A estas dos especies de argumen- tos, la primera de las cuales no es sino una comprobacion de la se- gunda, se afiade hoy, y les da fuer- za, el estudio del hombre criminal, obra merecedora de grandes ala- banzas, y que, aun en el estado en que ahora se encuentra, nos acusa anomalias en el organismo de aquél, sean anomalias morfologicas, sean anomalias funcionales, en grado in- finitamente vario (1). Cuando este lumen VI, fase. 3.°: Za lmprevision en los ho- micidas comunes. (1) La literatura relativa 4 estas anoma- lias se ya haciendo muy extensa. La obra mas reciente, en el momento en que escribimos estas lineas, es, entre las mas dignas de men- cién, la del Dr. Antonio Marro, titulada Zos ~ Caracteres de los crimimales. Aunque de fecha “mis antigua, merece especial recuerdo el tra- bajo Gel ilustre profesor Sergi, Natwraleza y origen de la delincuencia, especialmente por os conceptos de grandisima importancia, que gon el atavismo prehumano y la pequena de- &4 pp LA PENA DE MUERTE grado es el mas alto que puede ima- ginarse, entonces se dice con Ferri que el delincuente es ato, 6 de indole criminosa, con Poletti, ¢nstintivo, con Garofalo, 6 de otra manera ana- loga; delincuente «contra el cual las penas como amenaza legislativa son lincuencia. Me importa advertir en este lugar que la discusién acerca de si el ¢tpo criminal representa un individuo enfermo 6 un anédma- Jo no tiene interés alguno para nuestro exa- ‘men concreto. En el reo instintivo de indole criminal, es organica, esto no sediscute, cual- quiera que sea el nombre que se le quiera dar. Y esto basta para que no se tenga ninguna confianza en la aenaza de la pena. En el fas- ciculo de Marzo de 1887 de la Revue philoso- phique, Garofalo ha vuelto 4 tratar esta cues- tion (*). @ (*) Esta nota la escribia el autor el afio de 1888. De entonces aca se han publicado una multitud de libros referentes 4 las materias 4 que la nota se refiere, y han surgido en el campo de la antropologia criminal al- gunos problemas nuevos. No yamos 4 hacer indica- cién de unos ni de otros, porque esto nos llevaria muy lejos; pero bueno es que dejomos consignado que Ins | cosas han cambiado bastante desde la época en que Carneyale escribid su libro hasta el dia de hoy. — P. D. POR MANUEL CARN EVALR 85 perfectamente iniitiles , porque no se apoyan sobre un sentido moral que las distinga de los Tiesgos na- turales inherentes al delito, lo mis- mo que hay otros peligros queacom- panan 4 las industrias lcitas (1)>. Ahora, aceptando, aunque sea con alguna reserva, esta teoria del de- lincuente nafo, no por si misma, sino para dar mas importancia al factor externo del delito, slempre resulta indudable que la pena como amenaza no tiene ningin valor, 0, si lo tiene, esen grado imperceptible contra el criminal de que aqui se _ trata. Hisdecir, que, aun suponiendo que el ambiente social pueda poner algunos frenos 4 la impulsion orgé- nica & delinquir que experimenta el delincuente nato, ordenando y dis- (1) Ferri: Vuevos horizontes, pag. 302. 86 DE LA PENA DE MUERTE " poniendo en él estos frenos 6 pro- duciéndolos en su psiquis, entre estos frenos no puede considerarse nunca que figure la amenaza de la pena, respecto de cuya eficacia no puede haber esperanza alguna. Y como la ultima pena deberia recaer precisamente sobre los de- lincuentes de la clase de natos, re- sulta que no podemos tener ninguna confianza en su fuerza ejemplar y que menos confianza que nadie pue- _de tener Ja escuela de antropologia criminal. No obstante, Garofalo la~ ha invocado (1) contra el abolicio- nismo (y he aqui el motivo de este breve examen); pero nosotros cree- mos que, bien miradas las cosas, Ot) De wn criteria positive de la penalidad, Niipoles, 1880, pig. 85.—Criminologia, Turin. 1885, pags, 112, 425 y 426, POR MANUEL CARNEVALE 87 no se puede insistir sobre tal’ar- gumento. Para completar las ideas expues- tas, atladiremos una adyertencia. La pena tiene wna fuerza intimida- dora especial y otra general. La “primera, que es aquella de que hasta ahora hemos hablado, y 4 la cual se atiende mas comiinmente, es una relacién que existe entre una de- terminada pena y la correspondien- te variedad del mundo criminal; la segunda, es una relacion que existe entre cualquier pena y cualquiera clase de criminales. Asi, en toda in- dividualidad penal, la primera es un caracter especifico y la segunda es un cardcter genérico; por lo que no puede faltar mi Ja una mi la ~ otra, sino que deben coexistir. Aho- ra bien: en el razonamiento que mas arriba hemos hecho, solo se mega 1 88 DE LA PHNA DE MUERTE SS eee - 41a pena de muerte la fuerza de in- timidacion especial, que es lo que interesa para nuestro fin. IV Un segundo argumento que forma casi el nticleo de la doctrina anti- abolicionista contemporanea, y que aceptan de buen grado los secuaces de la escuela positiva, es el ar- gumento que se funda en el prin- cipio de la seleccién natural (1). (1) No he querido advertir en el texto que, aun prescindiendo de toda otra discusidn, del principio de la seleccién natural no podria deducirse nunca Ja necesidad absoluta de la pena de muerte. Esta observacién la admite la misma nueva escuela criminal, por medio de dos de sus mas valerosos campeones, que son Enrique Ferri (Nuevos horizontes, pag. 522) y POR MANUEL CARNEVALE 89 Voy 4 exponerlos con las mismas palabras del eximio profesor Enri- que Ferri: Y n ge- E " el principio de la seleccién natural para resolver una cuestiOn juridica; mafiana podremos yerlo invocado "para otra, y asi sucesivamente. Por cuya razon, es necesarlo conocerlo mas de cerca, 4 fin de adquirir del 108 DE LA PENA DE MUERTE mismo un conocimiento bastante que nos sirva de guia en sus aplica- ciones. Y puesto que nos hemos en- contrado con él, por efecto de lagran preponderancia que tiene en la re- ciente doctrina anti-abolicionista, no podemos por menos de consa- erarnos 4 hacer un andlisis del mis- mo, por exigirlo asi la indole de nuestro trabajo. Haremos, no obs- tante, este andlisis todo lo breve que nos sea posible. Supongamos que no hemos hecho las investigaciones del paragrafo an- terior, y admitamos por un momen- to que la ley de la seleccion natural sea una ley juridica. Veamos qué es lo que de esta hipdtesis puede dedu- cirse en apoyo de la penade muerte. A este propésito, conviene, ante todo, hacer un ligero resumen del transformismo. POR MANUEL CARNEVALE 109 Sin remontarnos demasiado en busca de lejanos precursores, es ga- pido que Juan Lamark, cabalmente al finalizar el siglo décimo octayo, vid claramente que todos los infini- tos productos que se hallan en el campo de la naturaleza.proyenian de fuerzas naturales. Y tomando como objeto de estudio una parte de la misma naturaleza, el reino ani- mal, se propuso examinar mas de cerca la obra de estas fuerzas y su relativa eficacia; como resultado de lo cual y del mas profundo y orde- nado conocimiento que de ellas ad- quirié, vino 4 sentar la conclusion de que la naturaleza forma los or- ganismos mas simples por genera- cion espontanea y directa, y que de estos organismos se derivan, me- diante transformaciones lentas y continuas, los orgamismos mas com- ‘110 pe LA PENA DE MUERTE plejos. De esta manera quedé ya enunciada la teoria del transfor- mismo. Y queriendo después deter- minar las causas de variacién, La- mark, aun intuyendo poco 4 poco las otras causas que después de él han sido descubiertas y explicadas, se fijé principalmente en aquellas que traen su origen del ambiente fisico en que se desenvuelven los seres. Sin embargo, la nueva doctrina estaba todavia muy lejos de hallar- se amplia y completamente demos- trada; y precisamente el haber da- do esta demostracion (la cual, diga lo que quiera un nuevo adversario de ella, es, en nuestro concepto, irrebatible en sus lineas generales, sin que sean bastantes para destruir- Ja algunas particulares inexactitu- des), mediante el analisis mas mo- ‘ POR MANUEL CARNEYALE Li desto, mas constante é infatigable mas sereno ¢ imparcial que rece da la historia, dando ademas 4 la doctrina un desarrollo mucho mas extenso y profundo, es Jo que cons- tituye la gloria de Carlos Darwin, Claro esta que Darwin no podia concretarse 4 afirmar la existencia de las variaciones, sino que lo que debia procurar muy especialmente era explicarlas é indagar sus causas, Al hacer esta indagacién, que La- mark colocé en segundo término, “sus estudios recayeron, primera- mente, sobre las plantas cultivadas y sobre los animales domésticos, y- en este estudio no tardé en hallar que las causas de las variaciones, consisten en la eleccién que el hom- bre hace de los indiyiduos que des- tina 4 la reproduccién, y en la he- rencia, mediante la cual se conser- 112. DE LA PENA DE MUERTE Rienctaeototes van los elementos elegidos y se ha- cen permanentes en la especie, Es- te primer resultado hacia mas facil la solucion del problema, porque la causa de transformacion propia de una especie de plantas 6 de animales podia perfectisimamente hacerse ex- tensiva 4 todas las especies cuando se considerase que, 4 la fuerza del hombre, sustituye la fuerza de la naturaleza. Y he aqui cémo apare- ce la idea de la lucha por la eais- tencia, gracias 4 la cual se verifica la seleceion natural. A partir de este momento, se re- conocen como causas de la transfor- ~macioén de los organismos las si- guientes: las circunstancias fisicas externas, indicadas por Lamark, la lucha por la vida, la seleccion y la herencia, todas ellas estudiadas con gran amplitud por Darwin. Segin he indicado poco antes POR’ MA) NUEL CARNEVALE 13 » estas tilti- Mas NO pasaron del todo desaperci- bidas para Lamark: ;y, al contrario, el gran naturalista inglés vid con cla- ridad | as primeras, si bien le falté el tiempo necesario para hacer] Jeto de un estudio particular no de él, y no pudo, por lo apreciar en su justo valor lai tancia de las mismas. Por nuestra parte, debemos en este punto observar dos cosas. Kn rigor de términos, ni la se- leccién ni la herencia pueden con- siderarse como causas de variacion; por cuanto la primera, como hecho correlativo de la destruccién de los débiles, es ya una variacién reali- zada, y la segunda, que sirve para fijar la seleccion en la especie, pre- supone dicha seleccién. Entiéndase bien que aqui se habla de cane ab- as ob- y dig- tanto, mpor- 414 DE LA PENA DE MUERTE 7 solutamente primarias, esto es, in- dispensables para determinar un cambio en un grupo dado de orga- nismos; pues, por lo demas, no ha- pra nadie que desconozca ni niegue que la herencia obra como causa se- cundaria y de una importancia grandisima. Hn efecto, la herencia, reproduciendo las variaciones ya conseguidas, yiene 4 reforzar la causa principal y concurre con ella 4 generar las sucesivas, y la varia- cién se contintia, no se repite. Después de Darwin, la idea de la seleccion natural va siempre unida, en nuestros habitos mentales, 4 la de la lucha por la vida; de tal ma- nera que entre ambas forman un todo organico inscindible. No suce- de lo mismo por respecto 4 las cir- cunstancias fisicas externas; puesto que no nos cuidamos de ellas, 6, POR MANUEL CARNEVALR 115 aun dandonos cuenta de su impor- tancia, no nos detenemos de propo- sito 4 considerarque también el in- flujo de las mismas determina en la naturaleza una seleccion, ora mas lenta que la primera, ora muchisi- mo mas rapida. También esto es una verdad evidente. Lo cual quiere decir (y he aqui como, sin esfuerzo ni dificultad de ningiin género, llegamos 4 colocar- nos en un punto de vista mds sim- ple, y, sino fuese audacia, me atre- veria 4 decir mas eleyado) que, en sustancia, la causa de variacién es una, 4 saber: la lucha entre los or- ganismos y los agentes del mundo exterior. Sean estos agentes otros organismos de la misma especie, sean las fuerzas fisicas de la natu- raleza, siempre tenemos una bata- lla por la vida, aunque de diferen- 416 De LA PENA DE MUERTE te forma. Hn todo caso, la lucha concluye siempre con la victoria de algunos, los cuales son, con respec- to 4 los compaiieros que sucumben, los organismos elegidos. Presentada en tales términos la doctrina; surge por si sola otra ob- servacion. Puesto que hablamos de lucha, no podemos descuidar nin- guna de las dos partes contendien- tes. Hs verdad que nadie niega, ni seria posible negarlo, que el efecto ultimo que se busca (que en nues- tro caso es la seleccién natural) de- riya de entrambas; pero no es esto todo lo que debe tenerse en cuenta en un estudio cientifico. Desde el momento en que nos detenemos 4 examinar y 4 explorar con el debi- do detenimiento el influjo de una de las partes, es preciso hacerlo también con respecto 4 la otra, POR MANUEL CARNEVALE 117 aunque sea de un modo menos am- plio; pues el silencio, 6 una indica- cion ligerisima y reservada , po- drian dar lugar 4 equivocos, 4 sa- ber, podria creerse que nosotros no tenemos confianza alouna, 6 la te- hemos muy escasa, en el influjo de la parte 4 que damos poquisima im- portancia. De aqui resulta que la _teoria genética de las transforma- clones orgémicas, en el punto en que ha quedado después de Darwin, parece una teoria incompleta; pues- to que al estudio amplio y concien- zudo de la influencia de uno de los” términos de la lucha, que es la energia del ambiente fisico 6 del ambiente moral, corresponde un completo 6 casi completo silencio acerca del otro término, que po- driamos llamar energia de resisten- cia orgdnica. Kl examen de este 118 DE LA PENA DE MUERTE eee ¢érmino dara lugar 4 una nueva doctrina cuyos preciosos materiales estan esparcidos por aqui y por allA. Yo ahora no hago otra cosa sino enunciar una idea, sobre la cual volveré a hablar dentro de poco: entonces quedara mas claro lo que no hacemos aqui mas que indicar. Como resumen de lo expuesto anteriormente , diré que he elimi- nado de las causas primarias de ya- riacion la seleccion natural y la he- rencia, y he anadido 4 la energia del ambiente fisico (Lamark) y del ambiente moral y social (Darwin) la resistencia orgdnica, y, ademas, he reducido estas tres especies de causas particulares 4 una causa unica y fundamental, que es la du- cha de los organimos con los agen- tes exteriores, He tenido que limi- POR MANUEL CARNEVALE 119 tarme, naturalmente, 4 la casi ex- clusiva enunciacién de las ideas, sin poder desarrollarlas con la am- plitud que seria necesario. Quiz se me acuse de demasiada audacia, por haberme ocupado, en la forma que dejo dicha, de problemas tan graves; sin embargo, espero que esta censura no ha de ser muy se- vera. Asi entendida y delineada la teo- ria transformista, es hora de que volyamos al estudio de la cuestion especial que nos ocupa. Y ante todo, precisemos bien qué es lo que se ha querido hacer al invocar y traer 4 la misma el principio de la se- leccion. Ya lo hemos advertido: la idea de este principio va unida, en el uso ordinario, 4 la de la batalla por la vida; tanto, que en el mismo len- 120. DE LA PENA DE MUERTE saan cae SN guaje estan casi siempre unidas, siendo verdaderamente raro el en- contrarlas separadas. Lo cual se ex- plica muy facilmente, teniendo en cuenta la manera como hasta aho- ra se ha hecho el estudio referente alos grandes principios del trans- formismo ; supuesto que la precipi- tacién en aplicar dichos principios ha impedido darles el adecuado des- arrollo. Por esto, la relacion de causa y efecto, el yinculo cronold- gico de sucesién que existe entre la lucha por la vida y una determina= da forma de seleccién natural, ha sido un descubrimiento ante el cual nos hemos detenido, con perjuicio de las indagaciones ulteriores. Al contrario, continuando el estudio, nosotros empezamos por precisar mejor los términos; y asi, cuando se habla de la /ucha por la vida, POR MANURL CARNEVALE 121 ri mis bien que decir, como eg co= rriente, que se corresponde con ella la seleccién natural, decimos, sirviéndonos de una frase que he- mos empleado poco ha, que se co- rresponde con una determinada for- ma de seleccién. Esta rectificacion da ya una di- recclon nueva 4 nuestro pensamien- to. Dando un segundo paso, adver- timos que es posible alguna otra forma de seleccién, é inmediata- mente nos acordamos de las cir- cunstancias fisicas externas, las cuales, en su accion y lucha con los organismos, deben producir una -seleccién bien distinta de la prece- dente. Hn un tercer paso, aun ob- servando que la lucha por la vida es la tmica manera, 6 Ja que al me- nos nos parece tal, en que hoy se conereta la lucha entre el organis- 122 pm LA PENA DE MUERTE PiiiasdieeRancpdivete seis a mo que se desarrolla y ef ambiente moral y social, hay necesidad de reconocer que no se excluye la po- sibilidad de otras formas de la lu- cha para el porvenir, tanto mas, cuanto que entrambos términos de la lucha se hallan sujetos 4 trans- formaciones continuas; y dada esta mueva manera de lucha, debe ad- mitirse que se corresponda con ella una determinada forma de selec- cion. Y dando un cuarto paso, creemos que, de las particulares ob- servaciones que hemos hecho, pue- de deducirse lo siguiente: que la seleccion natural proviene de cual- quiera forma de lucha, lo mismo de las formas conocidas que de las formas que se pueden imaginar, sin que prepondere ninguna de ellas. _ Y llegados 4 este punto, podemos _ perfectamente separar la idea de Ja POR MANUEL CARNEVALE 123 De anand Jucha por la vida, 6 de cualquiera otra forma de lucha, de la de la se= Jeccion natural ; con lo que nos ser4 dado comparar mejor los primeros hechos al segundo y poner de relie- ye esta gran diferencia que entre ellos existe, & saber: que los unos "son causa de variacion y el otro es la variaciOn misma ya efectuada. Ahora bien: cuando en la cues- tion que nos Ocupa se invoea el prin- cipio de la seleccién, se considera éste, conforme es uso considerarlo, en sus relaciones con la lucha por la vida; 6 en otros términos, se tie- “ne en cuenta y se aplica aquella ~ forma de seleccién natural que re- sulta de.la lucha por la existencia. Esta es una conclusion que se ve _pien clara en la doctrina anti-abo- _ licionista , tanto considerada en su conjunto, como en ciertos particu- 124 Dm LA PENA DE MUERTE lares; de tal manera, que si no se admitiesen las indicadas relaciones, no tendria sentido alguno el princi- pio de la seleccién. La seleccion na- tural es un género que comprende hoy mismo varias especies, alguna de las cuales es probable que ni si- quiera se sepa que existe, y 4 las que en lo futuro se iran sustituyen- do otras especies; por lo cual, si se invoca el género todo él, no puede darse contestacién alguna, puesto que cada especie tiene derecho 4 dar su contestacion especial, que acaso sea distinta y aun contradictoria con la contestacién dada por otras. Y, en efecto, los mas recientes adversarios del abolicionismo han mvocado, segtin queda dicho, una especie determinada , la que deriva de Ja lucha por la vida, por cuya razon, toda su fuerza se apoya, en POR MANUET. CARNEVALR {98 —————— -altimo término, en esta ley. 1) ra gonamiento que condensa sus ideas es muy sencillo: Puesto que la con- currencia vital existe en el orden mismo de la naturaleza, y por vir- tud de ella son vencidos los mas dé- biles y prevalecen los mas fuertes, Ja pena de muerte es conforme 4 la naturaleza, y lasecunda en cuanto que mejora la raza, pues no otra cosa representa la desaparicion que con ella se consigue de un grupo de débiles y la correlativa seleccion de los mejores. De aqui, pues, que nos veamos precisados 4 hacer el anélisis de la lucha por la vida, para darnos cuen- ta de su justo valor. Antes, sin embargo, conviene ha- cer una advertencia. Las leyes que regulan el-moyimiento general de la naturaleza son muy varias, pero, 126 pr LA PPNA DE MUERTE como causa de un determinado efec- to, se reducen 4 una sola, la cual obra en el momento causativo, y es una suma de eficacias si las leyes son concurrentes; una resultante, si son leyes contrarias. O con mas exactitud: en concreto, la ley es una, que es la que en efecto gobierna el fenémeno; las demas, 4 que tam— bién damos el nombre de leyes, no son sino las varias fuerzas en que se manifiesta aquélla, y las llama- mos asi porque constituyen los as- pectos particulares, bajo los cuales nuestro pensamiento considera y estudia la ley. Haciendo aplicacién de esto, decimos: lo que nosotros tenemos ahora ante la vista es el mundo social, del cual decimos que esta gobernado por la ley de la du- cha por Ja vida. Ksta ley se nos figu- ra en el caso presente un argumen- FOR MANUEL CARNRVATH {94 ee to de fuerza. Por consiguiente, en nuestro pensamiento debe existir la creencia de que aquel principio re- presenta una suma de energias, 6 bien que sea una sola fuerza, pero no limitada por otra contraria; por- que si admitimos la existencia de esta ultima, entonces la ley no se- ‘ra ya la que nosotros hemos inyo- ~ cado, sino la resultante de entram- bas. Y, en efecto, cuando para sos- tener el tiltimo suplicio se recurre 4 la idea de aquella seleccién natu- ral que deriva de la batalla por la vida, semejante batalla tiene para nosotros implicitamente una auto— ridad y un valor ilimitados é incon- trastables; pues si asi no fuese, nada podria probar en favor de nuestra afirmacion, por cuanto frente 4 ella, que aprueba la pena de muerte, existiria una fuerza contraria que * ale , 198 pe LA PENA DE MUERTE podria condenarla. Falta, por tanto, averiguar sl nos colocamos en el te- rreno de la verdad. Dicho esto, vengamos ya al exa- men indicado. Y para ello, hagamo- nos de nuevo cargo de la teoria de resistencia organica, que mas atras hemos apenas enunciado. Hemos dicho lo siguiente: Pues- to que la transformacién proviene de la lucha, es claro que se deriva al propio tiempo de los dos térmi- © nos que en ella intervienen. Hs de- cir, hemos empleado uno de aque- llos juicios que los légicos llaman condicionales—porque una vez ad- mitida la primera proposicion (acer- ca de la cual no hay disputa), no puede rechazarse la segunda, que esta condicionada por aquélla— para demostrar que entre las cau- sas de transformacion figura la re- 7 5 POR MANURL CARNEVATE 129 che eee oe S) sistencia orgénica , Y que, por tan. to, no puede descuidarse aste tér- mino. La ‘incontestable verdad de dicho juicio se establece ademas de un modo practico, 4 saber: obser- ' yando este nueyo elemento, y estu- diando su influjo. Para mayor cla- ridad, consideremos al hombre, el cual representa, por lo demas, el producto més elevado en la serie. Hn un cierto momento de su yi- da—que podemos imaginar aun en en el estado puramente animal—el choque de las fuerzas contrarias del mundo externo tiene una gran eficacia, y la reaccion que el hom- bre opone contra ellas es mds pe- quena. Si descendemos todavia mas, hasta un periodo remotisimo de la vida animal, encontramos que esta reaccion es minima, mientras que, por el contrario, la eficacia de las = 9 180 pr LA PENA DE MUERTE fuerzas opuestas es maxima, tanto,- que no se puede apreciar ficilmente la diferencia entre ellas y su ener- gia. Pero nosotros no podemos po- ner en duda el que, una vez dada la accién, no puede por menos de se- euirse la reaccién correspondiente, por insignificante, por inadvertida que esta reaccion sea. Y no es tam- poco dificil admitir que, en el mo- mento en que la reaccién se acta, debe aumentarse en cierta medida, si bien imperceptible, la fuerza del organismo, por efecto del movi- miento de tension que le imprime la excitacién externa. Cuando esta . excitacion cesa, una parte de la cantidad de fuerza que el organis— mo ha adquirido, se pierde; pero otra parte, por minima que sea, permanece en él y se compenetra con la fnerza primitiva. Lo cual ae POR MANUEL CARNEVALE | 191 ee Sere ocurre (téngase en cuenta) por vir- tud propia del ser organizado. Si eee que esta reaccion, por a. ay i nuestro soe ae ans : otra , tendremos Hrd a fuerza del organismo ait cart mentada ya, vuelv ane ya, € a aumentarge por el mismo motivo, yen virtud de idéntico proceso. Lo propio pue- de decirse por respecto 4 una ter- cera reaccion, a una cuarta, y asi sucesivamente, hasta el infinito. De donde se deriva el principio gene- ral, seotin el que, por continuos se- dimentos, la fuerza de resistencia organica, de pequefiisima é inad- vertida que era en un principio, se va poco 4 poco y gradualmente ele- vando, hasta aleanzar la altura ad- mirable en que hoy la vemos. En el fondo de todo este discurso “132 pe ia PRNA DH MUPRTE se ve claro como la transformacion evolutiva 6 progresiva de aquella fuerza (ad la que corresponde y acompana la del organismo entero), se realiza por una virtud propia en combinacién con la de los agentes exteriores que la excitan; es decir, se ve confirmada la verdad que ya el simple raciocinio nos habia ofre- cido. Si profundizamos un poco en el anélisis, esta confirmacién deviene mas persuasiva y se presenta clari- sima aun para el vulgo de los ob- -seryadores. Veamos lo que sucede cuando la fuerza que venimos estu- diando se halla muy adelantada en ‘su curso evolutiyo. Hn este periodo dicha fuerza se concentra, en su “mayor y mas eleyada parte, en la energia de la psiquis, la cual repre- genta, segtin ha demostrado Ser- POR MANUEL CARNEVALE 133 gi (1), una verdadera funcion pro- tectora del organismo, Ahora bien: en este estado, las comsecuencias de Ja lucha no se ocultan 4 nadie, "puesto que no son objeto de medic taciones en el terreno cientifico, sino de observacién comin en la vida ordinaria. En efecto, todos podemos observar cémo, para que el hombre pueda resistir la accion y las fuerzas contrarias del mundo externo, 0 para que no resulte ven- ~ cido en la concurrencia social, eg necesario que constantemente vaya empleando con mayor actividad sus facultades psiquicas. Este continuo esfuerzo que para ello tiene que ha- cer va realizando lentamente un progreso, el cualluego, gracias 4 () Origen de los fendmenos psiquiros y S% Significactdn biolégica, Milip, 1885, 134 pw LA PENA DE MUERTE la ley de la herencia, lo adquiere y se fija en la especie. Una contra- prueba de esto la tenemos en el he- cho de que los vencedores de hoy son con frecuencia los débiles de mafiana, precisamente porque, no teniendo ya que luchar, deja de realizarse en ellos aquel esfuerzo productivo 4 que deben su propia superioridad. Ahora conviene ver, particular- mente, cudl esla manera como obra la energia de resistencia orgdanica con relacién 4 cada uno de los dos términos con los cuales entra en lu- cha, 4 saber: la fuerza del ambien- te fisico y la del ambiente moral. Hn cuanto al primer término, no se ofrece dificultad alewna. Ante su influjo, reacciona el organismo hu- mano, aumentando sus propias fuerzas biologicas, y sisale victo- POR MANUEL CARNEVALE The rioso del choque, conquista, un es- tado de satisfaccién que se traduce en Un nuevo aumento de enereta, No sucede lo mismo cuando se oon sidera el segundo término. Aqui, Ja batalla no se da entre el hombre y los objetos inanimados del mundo entero, sino entre el hombre y sus semejantes, entre el hombre y sus -hermanos en humanidad: en este caso, el venéedor no puede gozarse y sonreir por su triunfo sin tener delante de su vista al hermano ven- eido. Por lo cual, si suponemos que los sentimientos altruistas se hallan algtin tanto desarrollados, esta pre- sencia del vencidoproducira una idea desagradable, que en un principio pasa inadyertida, por tener una eficacia muy escasa. Pero admi- tiendo (como hoy admite todo el mundo) gue dichos sentimientos se 136 DE LA PENA DE MUERTE hallen en un grado bastante ade- lantado de desarrollo, entonces la importancia de aquella idea sera bien distinta. Hl estado sentimental que se produce resiste, por un tiem- po mds 6 menos largo, « los estados contrarios, y si no preyalece mas que en contados casos, sin embar- go, contradice y amengua (en me- dida muy diferente, segtin el grado de altruismo de cada individuo) la victoria. Lo cual implica sin duda alguna, que, merced 4 la continua -produccion, en circunstancias ana- logas, del estado de que venimos hablando, y de la reproduccién de los anteriores, se va formando, de manera estable, en la psiquis, un ‘sentimiento de pena, por la victo- ‘Tia conseguida 6 que ha de conse- guirse, y, por tanto, un sentimiento de repugnancia hacia esta especie. a POR MANUEL CARNEVALE 1997 ee de lucha del ce Ga aa eee la lucha misma, a Por deliberada prudencia suspen- demos aqui nuestras investigacio- nes. A nosotros no nos Interesa exa- minar la medida en que concurre cada uno de los dos opuestos senti- mientos 4 formar aquel otro que llamaremos regulador de la conduc- ta, ni en qué relaciones habran de desarrollarse en lo por venir. Acaso seria mas conforme con los gustos de la época el que hiciéramos este — examen, pues cuanto mayor es la dificultad de los problemas, es ma- yor la prisa que tenemos por resol- ‘yerlos; asi que, por regla general, no se perdona la timidez cientifica. Pero, aun prescindiendo de la con- - sideracién de que esto no puede tur- i bar la tranquilidad de un espirity 138 DE LA PENA DE MUERTE eeeame fsa libre ni inducirlo 4 renunciar 4 su propio criterio , debemos tener en cuenta que aqui, en nuestro caso, Jas indagaciones aludidas no nos in- teresan directamente y por si mis- mas, sino por relacién 4 un fin muy especial ; y como este fin lo hemos conseguido ya, no tenemos para qué seguir la investigacion. En efecto, nosotros, después de una oportuna preparacién mediante el rapidisimo estudio que hemos hecho del transformismo, hemos examinado la razén que asiste 4 los que invocan el principio de la sedec- cion natural como arbitro para re- solver la cuestion de la pena de muerte. Y habiendo hecho notar " que, invocando semejante principio, lo que en sustancia se inyoca es el de la lucha por ta vida, 4 cuyo ani- _ lisis hemos dirigido, por lo tanto, fee at MANUEL CARNEVALE 139 a nuestros esfuerz ver como neice ee aoe ley natural en sentido pro ia oe cuanto la norma dinentie etits del concurso de dos fuerzas , ine de las cuales tiene su direccion en el sentido de la batalla por la vida, y la otra en direccion opuesta; y que dicha norma, aunque ge derive de aquellas dos fuerzas, es una cosa muy distinta de cada una de ellas. O diciéndolo en diferente lenouaje (sobre el cual tenemos que hacer ciertas reservas): hemos demostra- do que la batalla por la vida es una ley natural limitada por otra ley opuesta 4 ella; por consiguiente, en cualquier caso es inidonea para resolver la cuestidn que venimos examinando. Y lo que de Ja lucha por la vida digamos es aplicable, _ por consecuencia, al principio dela 140 Dg LA PENA DE MUERTE _ »séleccion natural que 4 aquélla se _ refiere. Hisperamos, pues, que no habran sido imiitiles nuestras indagaciones, “antes bien, confiamos en que pres- taraén un pequefio servicio, que no yedara limitado 4 las disciplinas aiticas, sino que ha de tener al- guna utilidad para otras aplicacio- “nes sociologicas Cy ‘ at (1) Deseo que esta nota sirya como de apéndice 4 las ideas desarrolladas en’ el _ texto, en lo que se refiere 4 la interpreta- __ cidn de la batalla por la vida y de la selec- idp natural (entendida esta altima al modo fin, esto es, como derivada de la pri- mas y mas dichas' ideas, por lo mismo que, segiin he dicho, interesan, no sdlo 4 cuestion que ahora tratamos, sino 4 ya- rias otras, y quiza mds grayes. El concepto de un limite puesto 4 la ba- talla por la vida y 41a seleccién natural i noes nuevo: el mismo Darwin fué el pri- ~ mero que lo indieé, como de ello dan fe las | t ae con ella), 4 fin de afir- POR MANUET, ¢ ARNEVALH 14] VI Bn el examen critico que. nos viene ocupando, sdlo nos’ resta ha- - 1 ] ee siguientes lineas que trascribo, toméndo' del Origen del hombre (tradueciéa it : na). En la pagina 124, dice: «Si bien civilizacién neutraliza de muchas maneras la obra de la seleccién natural....> Y en la pagina 579: «Por muy importanteque haya — _ sido y que sea atin la lucha por la existen- — cia, sin embargo, en lo que concierne 4 la - parte mas elevada de la naturaleza huma- na, existen otros agentes mas importan- tes.» Por lo demas, este concepto nace también en la vida practica con el notable desarrollo del altruismo, el cual obra pre- cisamente como limite y se afirma 4 cada instante en nuestras zeae ee re Una parte de las instituciones actuales le — debe su origen, y la importancia de las mismas es tal, que para algunos comienza 4 ser un problema el examinar si dichas ‘instituciones traspasan 6 no los limites en que debieran conteuerse. aegis A pesar de esto, el concepto del limite \ 142 De LA’PENA DE MUERTE See eee pblar de un tiltimo argumento pre- ‘sentado y defendido por el barén de que nosotros hablamos, no ha sido, has- ta ahora, tomado en cuenta sino en muy escasa medida; asf que se ha exagerado el influjo de la lucha por la vida y de la se- leccién natural, mas quizd en Italia que en ningun otro sitio, si bien: no ha faltado en la misma Italia quien ha. hecho sus re- seryas sobre el particular. Pero dicho con- cepto de limite no alcanzé los honores de teorfa demostrada; por lo que ha sido mas facil la exageracién ya indicada. Sin em- bargo, hace poco tiempo emprendié este camino Colajanni, el cual se propuso dar 4 aquel concepto un desarrollo sistematico, con un libro (J Sociadismo, Catania, 1884) digno de todo encomio. Yo no he tenido ocasién de leerlo sino muy poco tiempo ha, ~ cuando ya habfa concebido, si no formula- ~ do, el razonamiento inserto en el texto. A ‘pesar de esto, no habrfa tenido dificultad en renunciar 4 mis lucubraciones y en re- ferirme sin més al contenido del libro de Colajanni, en lo referente 4 mi tema, si el razonamiento que yo habia ideado no lo hubiese creido atil. Me habré equivocado; pero, aun reconociendo su modesto valor, he tenido el atreyimiento de esperar de él POR MANtiar, CARNEVATH 149 (Me . Garofalo en su Criminologia Este autor justifica la pena de muerte =e ey una eficacia mayor qn : El hacer uso de motogp ean yo de la tesis formulada, (naan ni vida exterior Social que se desari ee . nuestra vista, es ciertamente muy titi] ante hacer mas clara la demostracién mg _ persuasiva para el sentir comin, Bete ke ~ hechos aducidos como prueba deben aa interpretados, y al hacer esta ean cién, surgen dos inconyenientes. Ei] primero es que, refiriéndose tales hechos 4 aquellas ideas que mas agitadas tienen las pasiones de la época , la discusién tiene que hacerse por necesidad en un ambiente no del todo tranquilo y sereno, en el cual, aun el es- eritor amante de la imparcialidad, como _ Colajanni, no puede por menos de mostrar un cierto interés por la tesis que defiende. Y el segundo es que, pudiendo dar lugar 4 discusidn cada uno de los particulares jui- cios que sobre los hechds se formulan, re- sulia acrecentada la materia objeto de con- troversia, y, por lo mismo, el conjunto de la prueba que se ofrece pierde algo de su fuerza persuasiva. Por el contrario, si de- jando 4 un lado toda consideragién practica nos limitamos 4 desentranar, con el solo 144 pr iA PENA DE MUERTE no ya con la teoria del ejemplo, ni con la de la seleccién natural, auxilio de la ldgica, el principio de la lu- cha y 4 descomponerle en sus varios ele- mentos, y la indagacidn psicolégica nos descubre en uno de éstos, frente al estimu- lo de la batalla por la vida (y de la selec- cidn natural, que es su consecuencia), un sentimiento de repugnancia que la limita y que contribuye 4 formar una entidad dis- tinta de aquélla, en este caso nos parece que la demostracidn gana en sencillez y en fuerza; y aunque no se admitan los corola- rios que de ella derivan, por lo menos hay que confesar que este método facilita la solucién del problema, concentrando en un solo punto toda la controversia. No se ne- cesita, por tanto, mas que cada uno reha- ga por su propia cuenta el andlisis que yo he expuesto, y vea si los resultados que de él se obtienen son los mismos que yo he obtenido. Por lo demés, mie parece una cosa util el mostrar, aunque breyemente, cémo los hechos que hace notar Colajanni se expli- can con la teorfa que yo he desarrollado, con la cual se relac man; y espero que el estudio de seme doctrina contenida en el tr ute relacién reforzaré la libro de aqueles- POR MANUEL CARNEVALE 145 sino con el de la reaccién elimina- tiva. clarecido pensador i ee eeu a ¥ = ideas formuladas ie 1) «Elorganismo social, 4 medida que : progresa, se desarrolla cada vez menos es- _ pontaneamente y deviene mas contractual.» "Cap. VIII, § XXXVI.) ; hai Debemos explicar este lenguaje, que ~quizé no es bastante claro, Aqui hay dos - eonceptos: el primero que afirma la evolu- __ cién cada vez menos espontdnea de la so- _ ciedad, 6, en otros términos, que, en la ley por la que ésta se rige, el elemento volun- tario adquiere cada d{a mayor influencia, mientras que la pierde el otro, que llama- remos edemento ftsica; el segundo es que dicha influencia aumenta en la direccién’ contractual. Ahora bien, es muy facil entender am- bos conceptos recordando, como prelimi- nar, la observacién que hemos hecho sobre laidea de dey (que en concreto no es sino, la resultante de varias fuerzas), y de la cnal resulta Jo absurdo de una ley social puramente fisica, 6 ne sentido es- _ tricto, tal como la } muchos parti- _ darios del darwi después, 1a teorfa - de la resistencia orgdnica , PS 146 be DA PENA DE MUERTE ~ Esta teoria puede resumirse en pocas palabras, en las cuales se con- 7” . 2 mente en el texto, viendo cémo esta resis- tencia, que ha ido creciendo poco 4 poco y que ha conseguido llegar 4 un grado muy elevado, se opone como fuerza yoluntaria Ala fuerza ciega y espontanea de la natu- raleza; y, por fin, la parte especial de di- cha teorfa, que sefala én el altruismo uno de los factores de la fuerza de que se trata, y precisamente aquel factor que imprime en los fendmenos sociales el sello cada vez mas acentuado de la contractualidad. Tl) «La guerra... en su esencia intima, va experimentando transformaciones en sentido humanitario... Lo mismo que ha tenido lugar con la guerra, forma la mas -genuina de la lucha por la existencia, sé va también efectuando en las otras formas derivadas.» (Cap. IV, § XYL.) También aqui son de notar dos concep- tos: uno que afirma el cambio y otro que _ indica la direccién del mismo. Hn cuanto al primero, diremos que no se limita 4 la especie 6 forma dela lucha que considera Colajanni, 4 saber: & la inter- humana, sino que puede también hacerse extensivo 4 la otra forma, 6 sea 4 la lucha entre el hombre y la naturaleza. Hl princi- POR MANUEL CARNEVALE 144” = . tiene su ‘concepto fundamental, La es pen os ea 7 5 4 00 €s mds que tna reaccidn plo es fnico y generalisimo: sea la forma que revista la lucha, ésta consta _ Siempre de dos términos, uno de los cua- _, les, la resistencia orgdnica, cambia conti- _nuamente, por lo cual el resultado de la cual sea ME “lucha tiene que Cambiar también 4 cada paso. Lo que hay es que, ena lucha inter- humana, este principio se presenta con mis evidencia, porque en ella varfan am- bos términos. bh Por lo que respecta al seoundo concepto, que hace relacién 4 esta tltima forma de la lucha, basta recordar lo poco que he- mos dicho acerca del sentimiento que la repugna, y precisar mas concretamente su funcidén. En la eficacia de este sentimiento, durante un larguisimo periodo de tiempo, & comenzar en las sociedades semi-civili- zadas, llegando hasta nosotros y exten- diéndolo hasta un porvenir no muy proxi- mo, pueden distinguirse tres grados (dis- .. tincién que también puede aplicarse 4 cada _ sociedad particular, segtin el diverso tem - peramento psiqiti¢o de sus miembros): el primero es aquel en que predomina el sen- timiento que impulsa hacia la lucha; el filtimo, por el contrario, es aquel en que Ee, = 148 pr LA PENA DE MUERTE pope SS contra el delito, y como éste no es otra cosa sino una falta de adapta- este sentimiento es tan {nfimo que no adver- timos signo alguno de su influjo en los efec- tos practicos; y entre estos dos, que son Jos menos extendidos y los menos frecuen- tes, como que representan la excepcidn, existe un grado medio 6 de eficacia nor- mal, en el que, siel sentimiento de repug- nancia no predomina sobre el sentimiento opuesto, es indiscutible que ejerce sobre él una influencia notable. Pero, como facil- mente se comprende, esta influencia yaria segtin el mayor 6 menor progreso de las facultades psfquicas; lo que vale tanto como decir que el grado medio que nos- otros consideramos puede 4 su vez distin- guirse en infinito nimero de subgrados, el primero y el ultimo de los cuales se con- fanden con los grados extremos. En todas las gradaciones medias debe advertirse que hay un hecho constante, 4 saber: que la repngnancia no es tal que sirva p»ra. apar- tar 4 las gentes de toda clase de lucha, sino tnicamente de aquella forma 4 cuya dureza son mds sensible; en un momento determinado. Y como cada vez se va pa- sando desde un grado inferior 4 otro supe- rior Aeipiate la forma de lucha que se POR MANURL CARNEVALE 144) SER DSS cion, absoluta 6 limitada, 4 la vida social, la pena es el medio de re- eige i a dia en dia mas suave. Asi se ex- Eee que sigue la lucha por la . S continuas transforma- ciones. Til) «Las instituciones protectoras de los débiles van tomando mayor incremento cada dfa, 4 medida que la humanidad pro- gresa.» (Cap. VIIT, § XXXV; vide § pre- cedente. ) Tocante 4 este hecho, mis apreciaciones no difieren de las de Colajanni, pues yo, lo mismo que él, lo justifico por el altruismo, cuya importancia y funcién he preconizado al exponer mi teorfa. Creo, sin embargo, que no puedo estar enteramente tranquilo y satisfecho de los razonamientos aducidos, pues me parece que en el fondo de los mis- mos existe un punto oscuro que podria dar lugar 4 discusién. Yo me imagino un ad- yersario que objete Jo siguiente : «No pue- de caber duda alguna acerca del altruismo como ley natural (6, segtin el lenguaje que - yo prefiero, como una fuerza componente de la ley), ni tampoco acerca de su impor- tancia para resolver la presente cnestion. Precisamente en nombre del altruismo ¢s como nosotros deploramoes! proteceién que 150 DE LA PENA DE MUERTE chazar de un modo parcial, 6 para siempre, al individuo que no se se presta 4 los débiles, por cuanto el acto altruista que se realiza en favor suyo se realiza 4 expensas y en perjuicio del acto altruista, beneficioso 4 los individuos fuer- temente organizados, 6 que pueden llegar dserlo. No estais, por tanto, ep lo cierto cuando creéis que nosotros pedimos una restriccién del altruismo, pues, por el con- trario, lo que queremos es que éste siga un Camino mas racional y més «itil. Y no vale decir que si la eyolucién es una necesidad provechosa , como la institucidn de que se trata es un producto de ella, resulta que el hecho se justifica por sf mismo; porque 4 esto podemos observar que ni siquiera yos- otros tenéis derecho para decir que la ins- titucién referida representa un progreso real en el curso eyolutivo, v no una exage- tacién del moyimiento que, por la ley del ritmo, en la cual vosotros mismos creéis, debe, mds pronto 6 mas tarde, venir 4 pa- rar 4 un equilibrio justo.» Como contestacién 4 este razonamiento, puede hacerse una observacién , con la cual no pretendo ciertamente decir la altima palabra en cuestién tan graye, sino sélo contribuir al estudio de la misma. Con este POR MANUEL CARNEVALE 151 ee eee adapta , eliminandolo del seno de la sociedad, temporal 6 perpetuamen- cardcter de contribucién se la propongo 4 Colajanni y la someto 4 su antorizado JuUicio. Todas las dudas que se ofrecen en lo to- cante 4 las instituciones protectoras de los débiles se refieren 4 la idea de un perjuicio que, como Consecuencia inevitable, se de- riva de tales instituciones. Por tanto, es preciso hacerse cargo desde luego de esta idea, para apreciarla en su justo valor. La idea puede enunciarse de dos maveras, una particular y otra general: por la primera se refiere 4 casos particulares de dano, pro- venientes de ciertas formas de altruismo; por la segunda 4 un dao en la especie, dao que se induce precisamente de aque- los casos particulares. Ahora, en cuanto 4 estos Gltimos, aun reconociendo que la im- poriancia de cada uno de ellos debe cir- cunscribirse dentro de limites més modes- tos, creo que no es posible negérsela del todo. Lo que sorprende es la extraordinaria importancia que les han dado pensadores eminentes, considerdndolos como hechos nueyos y de insdlita gravedad; cuanto 4 mf, no me parece dificil mostrar que heehos semejantes se repiten todos los dias en el 152 pm LA PRNA DE MUERTE a te. Y aplicando este razonamiento 4 la ultima pena, se dice que esta ‘eursode la evyolucién, para la cual son ne- cesarios como elementos funcionales, No toda yentaja queadquiere la especie es una suma de ventajas individuales, sino que es Ja diferencia de mas entre una suma de ntilidades otra .de perjuicios. Sin este principio, no tendrfamos motivo para estar satisfechos del grado presente de altruis- mo, del cual, sin embargo, todos estamos de acuerdo en esperar un mayor desarrollo. Por tanto, para llegar 4 una conclusién ge- neral, como la que se contiene en la idea de un perjuicio para la especie, no basta” ae en consideracién los casos particu- - lares de dafio, sino que antes es necesario aber probado que su influjo no es menor - que el de una suma de yentajas provenien- tes de la institucién misma de que provie- nen los hechos nociyos. Mientras no se dé “esta prueba, tendremos instituciones mas _6 menos felices, pero no razonamientos cientificos y exactos. La observacién que acabo de hacer, y _ que es susceptible de mas amplio desarro- lo, adquiere mayor valor cuando se consi- _ dera que las yentajas de que hablo no son meramente hipotéticas, pues muy pronto zy POR MANUEL CARNEV ALB pase RES ue 153 At Oe ET es cabalmente la tiniea manera la mas cier i imi as clerta de conseguir la elimi- puede adver tirlas quien i ! examine interés las 9 con agin Instituciones de que yenimos _hablando. Y como me es imposible dete- Ee a acerea de la materia manifestar un solo pensamij , dej al lector que masdits ccUEae a. El ee celo que se muestra en favor de los indivi- duos débiles no redunda en beneficio ex- clusivo de éstos, como ordinariamente se piensa. Si no existiera este celo, se dice, » voy 4 los débiles perecerian, y la sociedad se librarfa de aquellos de sus miembros que Je son nocivos. Pero esta eliminacién no inexorable de la naturaleza. Y en este _ caso cabe preguntar: gQué es lo que més” le conyiene 4 la sociedad, esperar tranqui- lamente 4 que la eliminacién se realice y sufrir mientras tanto la accién deletérea de sus miembros malsanos, 6 tratar de co— rregirla, de hacerla menos dafiosa, me- diante oportunos auxilios y sabias medidas? La cuestién es grave sdlo para ponerla ¢ independientemente de la manera como se resuelya. Afddase una segunda reflexién, “que en parte ya dejamos hecha. Todos re- conocemos hoy en el altruismo un factor podria tener lugar sino con la lentitud — 154 pe LA PRNA DP MUERTE ene nacion absoluta (1); y que, por tan- to, es indispensable para el ejerci- importante de la ciyilizacién actual, que tiende 4 hacerse més importante todavia en lo por venir. La tutela piadosa de que . hablamos es un modo de ejercitarse el al- truismo, el cual se refuerza con este ejer- cicio, y es el modo mis eficaz de todos, por _ ser el nico que esta en verdadera relacion de antagonismo con los remotos habitos guerreros del hombre, de los cuales siem- pre se conserva algiin resto en los més pro- fundos estratos del caracter humano. IV) «Transformacion del objetivo de la lucha.» (Cap. VI, § XXII; vid. § sig.); es decir sustitucién de la lucha inter-humana ‘por la lucha contra la naturaleza. _ Kste hecho es clarfsimo para nosotros. Lia tendencia impulsiva 4 la lucha, arrai- gada en el instinto de conservacién, es _ unica fundamentalmente. Esta tendencia se mauifiesta en dos formas, Y como una de ellas va de dia en dia reduciéndose, gra- cias 4 un freno moderador (la repugnancia altruista), la otra, por virtud de la ley de compensacién, ya ganando todo lo que la primera pierde. Q) Criminologta; Turin, 1885, pigi- na 45 y 46 POR MANUPL CARNEVALE 155 cio perfecto y completo dela defen- sa. social. Hliminando por este me- dio & los individuos que no ge adaptan , se depura y perfecciona la raza, y Se consigue el ejemplo; pero semejantes ventajas se obtienen como efectos espontaneos, no como fines preconcebidos, De todas las doctrinas que se han -formulado en favor de la pena de muerte, la que acabamos de expo- ~ ner nos parece la mas completa y la mas notable, porque tiene un cier- to rigor lé6gico: ademas parece ser la que se halla en conexion mas in- _ mediata con la formula dela defen- sa social (1). Pero considerandola (1) Esta formula ha sido combatida, desde un punto de vista bien distinto, por el ilustre profesor Lucchini (Los Sempliers- tas (antropdlogos, psicdlogos y socidlogos) del derecho penal, Turin, 1886, cap. T), y 156 bE LA PENA DE MUERTE Ra ———————————— en relacién con la teoria general de Ja reaccion eliminativa, de la cual forma parte, podrian muy bien sur- gir algunas dudas, al tratar de in- . yestigar si dicha teoria ha vencido todas las dificultades que presenta el principio de reaccién cuando se aplica al mundo superorginico, te- niendo bien presentes los caracte- res especificos; dudas que, como es natural, refluirian luego sobre la doctrina que ahora estamos exami- nando. Pero, puesto que no es este el sitio propio para juzgar el sistema por el abogado Balestrini (Sobre wn nuevo eriterio sociolégico de la penalidad, en el Archivio di Psichiatria, vol. 8.° fasc. I). Pero, 4 nuestro humilde juicio, la critica de estos escritores no ha logrado su fin, sin embargo de que ha contribuido al mismo apresurando cl momento de poder hacer una discusion, verdaderamente imparcial,: : acerca del valor de las f6rmulas cardinales - en la ieorfa filosdfica del derecho punitivo. me ny, POR MANUEL CARNEVALB 157 Fe de Garofalo, porque esto exige un ' analisis detenido y muy reflexivo y es mecesario por ahora prescindir de las dudas que dejamos indicadas “y, como sl no existieran, poner otra cuestion, con lo cual la de- mostracion tendré mas eficacia. Esta cuestién puede formularse de la manera siguiente: Consideran- do como exacta la teoria de la reac- cién eliminatiya, desarrollada en la Criminologia , y suponiendo que pueda aplicarse al caso presente, jse ha conseguido justificar con esto la pena de muerte? Nosotros creemos que no, y hasta creemos que lo que ge ha conseguido es precisamente lo contrario. La prueba de este. a -aserto no es dificil darla. Reproduzcamos, ante todo, una objecion que el ilustre Garofalo se hace 4 si mismo: «Puede observarse 158 - DE LA PENA DE MUERTE lo siguiente: Hl delito revela la existencia de un hombre que no se adapta 4 la vida social. Hay, por -consiguiente, que privarle de la so- ciedad, no de la existencia animal. Con la pena de muerte nos excede- mos en la reaccion (1).» Y he aqui lo que el mismo Garofalo contesta: «lista objecién estaria en su lugar haciéndosela 4 Rousseau, el cual se imaginaba un estado natural del hombre distinto del estado social. Pero hoy no es posible admitir nin- etin otro estado natural mas que el estado de sociedad, sea cual sea el grado 4 que haya llegado en su evo- lucién. Un hombre no puede ser privado de la sociedad de un modo absoluto sino con la muerte: trans- ' portado 4 una playa completamente () Criminologta, pigs. 45-46. i POR MANUEL aaNet 159 ee oS eee desierta, a las arenas del Sahara, 6 Jos hielos del polo, si se le deja alli solo enteramente, perecera por fuerza (1).» Pero, 4 mi juicio, las cosas no son tan corrientes como haca supo- ner el anterior razonamiento, Wn un trabajo que ya he recor- dado, procuraré hacer una distin- cién, por lo demas facil, en el con- eepto de sociedad, advirtiendo que con esta palabra se pueden expre- sar formas muy distintas de convi- yencia, desde la mas remota, en la que la conexion es muy dudosa, 6 “apenas si se nota, hasta la nuestra, “hasta la que existird en los siglos - yenideros. Hay, pues, infinitos mo- ' dos de vida social, algunos de los cuales se hallan entre si a tan enor— (1) Lugar citado. : Es MANUEL CARNEVALE 161 eS adaptarse es ]a de las Tas superiores, Lo cual pecs due es muy posible su adap- tacion 4 la vida social humanas inferior davia: precis POR incapaz de razas huma; - implica que me distancia, que patece:imposible incluirlos en un mismo genero. Por esto, el individuo que precisamente se adapta 4 una forma social deter- minada, 6 que puede adaptarse 4 Jas otras formas cercanas 4 ésta, sera inadaptable en absoluto 4 las formas lejanas, y al contrario. Estosupuesto, consideremos aho- ra el caso de un hombre condenado — 4 pena capital. Hste hombre—se dice—ha revelado una falta abso- luta de adaptacion 4 la vida social; debe, por lo tanto, ser expulsado . de ella. Ahora preguntamos nos- otros: ;A qué vida social? Garofalo : no lo dice. Sin embargo, del con-. texto de todo su sistema puede in- ducirse la siguiente contestacion, — que, por lo demés, es conforme dla verdad de las cosas. La vida social 4 4 que el condenado se ha mostrado de las razas es. Y aun mas to- ] amente porque la na- turaleza lo ha conformado de una manera especial para acomodarse 4 la vida de estas ultimas es por lo » que no se adapta 4 la de las prime- ~ Yas (1). Si, pues, su falta de adapta- - (1) Convieneadvertir aquf que la cuestion acerca de si el criminal tipico representa » al hombre prehistérico, si no es més que - un salvaje perdido en medio del progreso _ moderno—cuestién que ha adguirido una gran importancia desde que Tarde hizo sobre la misma sus sagacisimas observa- ciones—no prejuzga para nada ni merma el valor de nuestra argumentacién, Aun -negando que el delincuente sea una repro- _ duccién del salvaje, no puede dudarse que - se aproxima mas 4 él que al hombre civi- liza; por lu cual, si no se adapta 4 la vida de este tiltimo, no solamente ng celauics ra 162 DE LA PENA DE MUERTE Reece gion se refiere sélo 4 la primera for- ma de vida social y no tenemos pruebas seriamente cientificas para decir que no se adapta & otras for- mas sociales distintas de ésta, resul- ta que no tenemos derecho 4 elimi- narlo mas que de esta forma. Por el contrario, vosotros entregaréis muy luego este hombre al verdugo; y de este modo, no solamente le habréis expulsado de aquella forma deter- minada de vida social para la que ha mostrado que no es idoneo, 6 de las otras formas contiguas para las que teméis que no lo sea, sino tam- bién de todas aquellas en que su autorizados para juzgar que no se adapta tampoco 4 la del primero (lo cualserfa sufi- ciente para nuestro fin), sino que existen razones de no poco peso para creer lo contra- tio. Hn cuanto 4 la cnestién indicada, nos- _ otros tenemos nuestra opinién; mas no es este el lugar oportuno para exponerla. a MANUEL CARNEVALE 163 adaptacion era posible, da os autorice para negarla, Asi que venis a Violar viestros propios prineiplos: sin duda alguna que exacerais la x, SiN que na- eaccion. Podré equivocarme ( me alegraré quese me corrija); pe- ro me parece que 4 mi argumenta- clon No'se puede contestar nada, Por consiguiente, la teoria de la reaccion eliminadora , lejos de jus- tificar la pena de muerte, es un nuevo argumento contrario que puede oponérsele, por lo que Vil ‘Conviene resumir en pocas pala- bras los resultados obtenidos de las 164 Dx LA PENA DE MUERTE ——— x investigaciones criticas que hemos hecho en este segundo capitulo. a) Supuesto que la tinica doc- trina que, en Jas condiciones actua- les de la ciencia, puede considerar- se como idonea para defender la pe- na de muerte, es aquella que se ha yenido sosteniendo en los tiempos recientes , y que principalmente se condensa y se personifica en un mo- yimiento que ha tenido lugar den- tro de la nueva escuela criminal po- sitiva, nosotros hemos puesto de re- lieve algunas de las circunstancias fayorables 4 la produccién de aquel movimiento, ademas de las fuerzas intrinsecas que forman el contenido racional del mismo. 6) Hntrando luego en el exa- men de este contenido, lo hemos dividido en tres argumentos, rela- tivos a las teorias de la tntimida- _ tiene fuerza de ejemplari POR MANUEL CARNEVALE 165 ct6n, de la seleceign Natur reaccion eliminating. Hl nos ha parecido ineficay, pa der la pena capital, porgqu aly dela primero ra defen- & ésta no dad sobre los grandes delincuentes , que es pa- ra los que se halla destinada , y la que puede tener sobre el mundo criminal en general no es bastante, en modo alguno, para Justificarla cumplidamente (1) (1) Nose dice en el texto—porque me parecia inatil decirlo—que, aun demostra- da la fuerza de ejemplaridad de la pena de “Muerte, no por esto se sigue que sea legf- tima, La éntémidacién es para mf una fir- _ mula especifica necesaria para dejar com- pleto el estudio de la pena, diferencidndola de las demas instituciones que realizan el orden jurtdico. Por consiguiente, la intimi- dacion no sirve sino en el filtimo perfodo — del estudio de que se trata, y presupone otra cosa, que es la férmula genérica. _ No separandolas, quedan formando ambas una unidad que es suficiente para dar el 166 DE LA PENA DE MUERTE c) Del segundo argumento nog hemos ocupado con una. cierta ex- tension, indicando las razones en que se apoya. Lo hemos considera- do desde dos puntos de vista. Desde el primero hemos visto como, aun concediendo que tenga un valor concepto cientifico de la pena, y en cuya unidad y concepto se hallan incluidos el principio justificativo de la pena, sus li- mites y sus criterios practicos. Mi propésito al escribir estas palabras, es tan sdlo evitar interpretaciones equivo- cadas; pero no pretendo contestar 4 las cor- teses obseryaciones criticas que me ha he- cho Balestrini, con su sagacidad y talento (en el Archivio di Prichiatria, vol. 17.°, fasc. VI, y vol, 8.°, fasc. 1), observaciones de que me haré cargo, dandoles la impor- tancia que merecen, en un libro de préxi- _ ma publicacién. Ahora, y para concluir, le diré que me parece muy dificil poder ence- trav en una sola férmula: la nocién cientifi- _¢a de la pena; cosa que me parece muy andloga al pensamiento del ilustre Holtzen- dorff, segvin lo que me escribié él mismo en Diciembre de 1886, POR MANUET, CARNEVALR 167 TOplo, noes apli 4 + Bias, sania pie Yy de la naturaleza, no por eso puede decir. se que sea también una ley del de- recho, antes bien hay muchos mo- tivos para creer lo contrario, Y, en cuanto al segundo, esperamos ha- ber demostrado que el principio en que se funda no es una ley de la naturaleza, en el sentido que nos- otros hemos fijado. En efecto, re- montandonos 4 la lucha por la vida, que es, en sustancia, el principio que se invoca, hemos mostrado c6- mo la lucha, llamese fuerza 6 Ild- mese ley, no es absoluta, sino limi- tada por otra opuesta, con la cual -concurre 4 dar la resultante, que es la verdadera norma reguladora, y que, por consiguiente, la lucha por si sola no puede resolver la presey- te cuestion, 168 DE LA PENA DE MUERTE d) Por fin hemos examinado el - tercer argumento , y nos ha pareci- do que la teoria de la reaccidn eli- minadora, més bien que favorable, es contraria 4 la pena de muerte, porque solo justifica la expulsion del criminal de determinadas for- mas de la vida social, mientras que condena, como una exageracién y un exceso, la expulsion de todas las demas formas posibles, que es _ precisamente lo que ocurre con la ultima pena. Refiriendo ahora los resultados ‘que acabamos de exponer 4 los ob- _tenidos en el primer capitulo, te- ‘hemos una primera conclusion bien clara y bien determinada, 4 saber: "que aunque las dos opuestas doctri- has que se disputan el campo, en lo que hace al problema de la pena de Muerte, merecen una gran consi- POR MANUEL CARNEVALE 169 deracién, sin embargo, ninguna de ellas puede tenerse como verdade- ra. Una Segunda conclusion podia explicarnos por qué no han conse- guido la verdad, y al Propio tiempo me indicaria a mi el camino que eg necesario seguir; pero no es conye- niente formular aqui tal corolario, porque es dificil expresar en pocas palabras el nexo que mantiene con nuestras investigaciones, en cnan- to que no se deriva de una mi de otra en particular, sino dela armé- nica fusion de todas ellas y del es- piritu que las anima. Facil sera ad- _ vertirlo mas adelante, al conside- ‘rar y ver la via que hemos elegido. CAPITULO TERCERO Al exponer ahora la doctrina que nos parece racional acerca de la pena de muerte, conyiene recordar algunas ideas que hemos indicado desde el comienzo de este escrito é - insistir un tanto sobre las mismas. Kn esta materia deben advertir- se dos cosas: Todo el que se proponga discutir el tema que viene siendo objeto de nuestra consideracion debe, ante todo, formarse un concepto claro POR MANUEL CARNEVALR 17) ae de su naturaleza J darse cuenta da su importancia dentro de limites precisos. Haciéndolo asi, se ad- vierte que no tiene nada de extra- ordinario, sino que es un problema de la penologia que debe examinar- se en la misma disposicion de ani- mo y con el mismo criterio con que se examine cualquier otro, Hl Hs- tado emplea diferentes medios de la serie penal en su lucha contra el erimen; de estos medios, los que primero desaparecen envueltos en Ja comin execracién, son los mis feroces; luego, en épocas de gran civilizacién , y cuando parece ha- llarse definitivamente establecida la escala de las penas, comienza 4 du- darse de la legitimidad de la mas elevada de ellas y se hacen las oportunas investigaciones para po- ner en claro la verdad. La discu- 172 Dr LA PENA DE MUERTE ee sion, entonces, gracias al periodo histérico en que surge, tanto por respecto 4 la vida practica como por respecto a la vida especulatiya, adquiere unas proporciones grandi- simas y se hace con un ardor yer- daderamente sorprendente; ante ella, desaparecen casi por completo y se olvidan los ataques que antes se habian dirigido contra otras for- mas de penalidad; y asi se explica el que la lucha que actualmente se sostiene en el campo de ésta contra el ultimo suplicio, aparezca como un hecho nuevo y extraordinario. Durante mucho tiempo se ha con- siderado de este modo la cuestién, aunque sin decirlo, y acaso hoy mismo la consideran asi muchos. Pero reflexionando sobre ella con dmimo sereno y exento de prejui- 6108, vemos que, en sustancia, toda POR MANUEL CARNEVALp 178 Ja cuestion se reduce tmicamente 4 a. examinar la justicia de una pena Hoy le ha tocado el turno 4 la pena capital; mafana podra ponerse en cuestion cualquiera otra (y ya vet remos mas adelante cudn fundada y razonable es esta hipotesis), luego otra, y asi sucesivamente, Por tanto, el presente problema, no ‘sdlo no es un problema de libera- lismo 6 de humanitarismo, el cual nada tiene que ver con la politica, sino que, perteneciendo al dominio exclusivo de la penologia, ocupa en él un lugar ordinario, en manera alguna excepcional. Ksta es la primera cosa que que- riamos explicar. La segunda es que, dando lugar el desarrollo de esta -doctrina, segtin ya deciamos al co- mienzo de nuestro trabajo, 4 la pri- mera discusion cientifica que se ha 174. pm LA PENA DE MUERTE 5 hecho hasta el presente acerca de la juridicidad de una pena, este tra- bajo sera el que ha de establecer el eriterio directiyo 4 que en adelante habran de someterse las discusio- nes de esta clase; por cuya razon su importancia aumenta por lo to- cante 4 estas tiltimas, y los limites en que ha de moverse deben ser mucho mis vastos de lo que hasta aqui han sido los en que se han en- cerrado discusiones andlogas. En resumen, teniendo en cuenta los dos aspectos indicados, el tema de la pena de muerte, considerado en si mismo, es una cuestidn espe- cial que tiene un valor ordinario, — como cualquier otro problema de penologia, y, por el contrario, con- siderado en sus relaciones genéri- cas, esto es, en la serie de los ar- gumentos analogos, es una cues- POR MANUEL. CARNEVaLE 15 ] i tion general, de una importancia i proporcionada 4 la que tienen las cuestiones generales. ji] presente estudio se ha venido - desarrollando hasta ¢ aqui en. confor- miidad con estas ideas , que son tam- _ pién las que deben eniaros en la par te de camino quemos queda atin _ por recorrer. Tl Hn el periodo de cultura por que ahora atravesamos, nuestra aten- ein se fija en una determinada pena, que es la pena de muerte, y ' nos preguntamos: ; Hs justa? Para satisfacer esta pregunta es necesario determinar previamente en qué consiste la justicia de las 176 DE LA PENS DE MUERTE penas, lo cual puede hacerge hoy mucho mejor que podia hacerse en los tiempos pasados, porque ya hoy se ha completado la idea del dere- cho, anadiendo al elemento formal de la misma, que es cabalmente el principio juridico en el sentido de las antiguas escuelas, el elemento sustancial, qué es la utilidad. Conviene que desarrollemos un tanto esta observacién. Hn las so- ciedades inferiores, la norma supre- ma es la utilidad colectiva. Sin nin- guna otra apariencia, sino por pura y simple utilidad, se exige el cum- plimiento de ciertas reglas que el Jefe del grupo impone como medios conducentes 4 un fin que todos per- siguen y quieren. Mas tarde, cuan- © do dichas reglas se han fijado de una manera estable en la concien- cia social, el fin se sobreentiende POR MANUEL CARNEVALR 4H "casi se olvida, Y aquell _ cumplen por si misma deracion alguna 4 sy aS Teglas ge S$, SIN congij- utilidad in- > con la abstrac- 4 todas ellas, se forma un tipo ideal que se llama ef principio juridico, _ cuyo nexo con el principio utilita- TIO, que es siempre su iinica base, no sé advierté ya. Signiendo este camino, podemos llegar hasta nues- tro tiempo y explicarnos claramen- _ te las ideas de la escuela que se I]a- “ma juridica en sentido exclusivo: _arrancado y separado el derecho de sus propios y verdaderos origenes, dicha escuela tenia que hacer con él “una cosa que existiese por si mis- ma, absoluta, superior 4 las con- tingencias humanas, 6 investigar, aun con algunos de sus mas recien- tes doctores, el origen primero del 178 DE LA PENA DB MUERTE derecho en principios de orden y caracter metafisico. De esta observacion se derivan tres corolarios: La mejor prueba de las aberra- ciones 4 que conduce el estudio de Jos fenémenos sociales, hecho con prescisién de sus origenes empiri- cos, nos la ofrecen aquellas personas que todavia se obstinan en ver un divorcio que no existe entre la doc- trina utilitaria y la juridica. Por el contrario, completamente juridica es la doctrina utilitaria, entendida en el sentido que hemos indicado, por cuanto reintegra el principio juridico, reuniendo en el mismo el elemento formal, esto es, el ser la ley reguladora de las acti- vidades sociales , y el elemento sus- tancial , 6 sea, el procurar el mayor bienestar de los asociados. Segiin esta doctrina, puede cono- cerse més fundadamente la justicia - ee POR MANUEL CARNEVALE 179 de las penas (y he aqui explicado lo que hemos anunciado mas atpis porque existe un punto estable y bien determinado Con el que se ie de parangonar, que es el ene litario de las mismas, Ahora bien 1 2&0 qué consiste este valor? Nosotros mismos, en otro sitio (1), al observar que la socie- dad es una condicién de existencia del individuo que pertenece 4 ella hemos afirmado la necesidad biold- gica de que dicha sociedad se de- fienda; necesidad, no slo respecto 4 la sociedad misma (lo cual ya se habia advertido, y la mayor parte de los tratadistas lo admitian sin dificultad), como organismo, sino también por respecto al socio, cuya a (1) La pena en la escuela clasica y em la cri- “ minologta positiva y su fundamento racional, en la Revista de filosofia cientifica, fase. de Agos= to, 1886. % 180 DE LA PENA DE MUERTE ee vida habria de sufrir perturbaciones ‘por cada ataque que se dirigiese contra la sociedad. Hsta no puede defenderse, sea al presente, sea para un tiempo bastante largo en lo por yenir, sin el magisterio punitivo; por lo cual este tltimo esta en la relacién de instrumento necesario con la defensa social, que es su fin, y en tanto es witil en cuanto con- serva esta relacién. Por tanto, la necesidad, para la defensa social, de la funcién punitiva en general y de todas las penas en especial, es el yalor utilitario 6 el fundamento Juridico de las mismas: son justas en tanto que conseryan este valor, injustas , si lo pierden. _ Hste es el criterio que ha de guiar- Nos en nuestras indagaciones. Desde ahora se vislumbra una consecuencia, que nos limitamos 4 _indicar, en la confianza de que ha _ de afirmarse mas claramente. Pues- . POR MANUEL CARNEVALE 18] e to que la sociedad no tiene siempre precision de defenderse de una mis- ma Manera, podria ocurrir que una pena que es necesaria para su de- fensa en una época no lo sea en otra: esta pena, segin el criterio que dejamos sentado, sera injusta. It Si 4 este criterio afladimos otro, tendremos los elementos necesarios para resolver la cuestion que trae- mos entre manos. Hn efecto, ha- biendo determinado cual es la sefial por la que puede reconocerse cudn- do es justa una pena, 4 saber, la necesidad de la misma para la de- fensa social, no nos queda ya mas que determinar el criterio con arre- glo al que ha de apreciarse esta ne- cesidad. 182 py LA PENA DE MUERTE « Analizando con un cierto detenj- miento la pena, he aqui lo que en ella encontramos al primer golpe de vista: un hecho moral, justo, 4 que da vida el Hstado, para prote- ger 4 la sociedad y para oponerse al delito, hecho que se halla revido en sus yarias manifestaciones por re- glas juridicas preestablecidas. Di- cho con mayor brevedad: no vemos sino una forma determinada de de- fensa social. Ahora bien ; esta idea comprende dos elementos , 4 saber : que la pena tiene como base un caracter defen- sivo (lo que constituye un aspecto genérico), y que tal caracter se dis- tingue de los otros de igual natura- leza por el fin particular que tiene que cumplir (lo que forma un as- pecto especifico). Semejante distin- cién nos indica, no bien la hemos advertido, que el estudio de la pena, si bien debe comenzarse por consi- POR MANUEL CARNEVALE 183 eee ne ns Oe derarla en su conjunto como unidad operante, porque ésta es precisa- mente la realidad que se ofrece ante nuestra vista, no debe detenerse aqui Tl contentarse con esto, por- que es imposible, 6 muy dificil por lo menos, que en este examen ge- neral se detenga y fije el pensamien- to todo lo necesario en el caracter defensivo, que constituye el elemen- to fundamental de la pena, y que lo aprecie en su justo valor. Hs, por tanto, preciso un examen especial, que han descuidado los criminalistas, tanto los antiguos como los modernos, y sin el cual no puede decirse, 4 mi entender, que se halla completo el estudio de la pena. No es ahora oportuno in- sistir sobre esta opinién: por lo de- mas, yo espero que ha de resultar confirmada y aclarada después que hayamos hecho las investigaciones que vamos a emprender para con- 184 DE LA PENA DE MUERTE seguir el fin que nos hemos pro- __ puesto. ; Tratando de profundizar un tanto en el conocimiento del caracter de- fensivo, considerado independien- temente de su particular funcidn, conviene considerarlo como desem- _petiando otro papel distinto, mas sencillo y menos elevado; con lo cual, eliminando muchas dificulta- des que son inherentes 4 una am- plia investigacion, es més facil com- prender su naturaleza. Asi, si 4 la _ forma de defensa social, en que se acttia la pena, contraponemos la defensa humana, en este caso nos colocamos en condiciones mas fa- ‘yorables para acometer el indicado examen. Hagamoslo, pues, y limi- _ témonos 4 aquellas solas investiga- clones que ahora nos interesan, _ Supongamos un caso concreto. En un lugar cualquiera se encuen- tran dos individuos, uno de los cua- POR MANUEL CARNEVALE 185 = cane : ———___ les ataca, el otro se defiende y ven- ce al primero. ;Oudles Son las con- secuencias de esta defensa? No pu- diendo ahora estudiarlas con el de- tenimiento que merecen, como yo desearia, me voy 4 limitar 4 indi- earlas, reuniéndolas en los cinco grupos que siguen. Dos de ellos se refieren al ofen- _ dido. Hn el uno se pueden incluir los efectos utiles que 4 éste le re- sultan de su defensa, y que son los siguientes: a) el haberse librado, en todo 6 en parte, del daio prove- niente del ataque actual; b) el ha- ber evitado, con un grado mayor 6 _ menor de probabilidad, otros nue- vos ataques en lo por venir, no sdlo por respecto al individuo que ha _ cometido la agresién, sino por res: _ pecto 4 otros mal intencionados; c) el haber fortalecido, mediante el ejercicio, sus energias fisicas y psi- quicas de proteccion. Hn otro gru- 186 DE LA PENA DE MUERTE po se comprenden los efectos noci- vos que le resultan al agredido mis- mo (y que aunque, por lo general, no los notan los pensadores, no por eso son menos reales), 4 saber: d) una impresion desagradable, por el mal infligido al agresor (mal nece- sario, pero mal al fin) , siempre que los sentimientos altruistas se hallen suficientemente desarrollados en el ‘ofendido; ¢) si estos sentimientos no existen, 6 no tienen mds que un valor pequefio é incalculable, re- ‘sulta un aumento de los egoistas y brutales (1); /) se perpettia, 6 4 lo (1) Como complemento de lo dicho en el _ texto, y para evitar confusiones, me parece oportuno observar dos cosas en la nota pre- _ sente. Cuando se distingue la impresién produci- da sobre una naturaleza egoista de la produ- cida sobre una naturaleza en que el altruis— mo esta bastante desarrollado, se atiende tan 86lo al efecto preponderante ; pues aun el hombre de los mas elevados y piadosos senti- POR MANUEL CARNEVALR 187 I menos persiste durante cierto tiem- po, un estado de antipatia , y con mientos tiene un cierto grado de egoismo, como también delos estratos més profundos de su caracter surge 4 veces el espiritu de yenganza: por esto, una cierta complacencia en el mal producido al ofensor no falta siem- pre en aquél; pero esta complacencia es yen- eida y sofocada por el estado psiquico contra- rio, en que aquel mal se deplora. Dos de los efectos que yo enumero en el tex- to, y que estan incluidos en el segundo grupo, podrian Ilevarse al primero, si se consideran desde un punto de vista distinto, La impre- sion desagradable (efecto nociyo) que ‘experi- menta el indiyiduo altruista al inferir unmal — a su adversario, eleva y vigorizaen éllossen- timientos piadosos (efecto util); aquel mal tealizado por una naturaleza enteramente egoista, la refuerza en este mistno sentido (efecto nocivo), pero causa en ella, sin duda alguna, un estado de complacencia (efecto Util). La exactitud exigia que esto lo dijéra- mos en el texto; pero yo he preferido decirlo “en una nota, porque no me parece muy im- portante y porque temia que el deseo de una mayor exactitud pod{a perjudicar 4 la clari- dad, siempre nécesaria, pero mas que nunca en la discusién presente. 188 pi LA PENA DE NUERTE eee frecuencia de abierta enemistad del agresor rechazado hacia aquella persona que se ha defendido. Otros dos grupos de efectos se re- fieren al ofensor. Ein el primero de- ben comprenderse las consecuencias nocivas, que son: g) el dato que experimenta en el momento de la lucha, y el que proviene de la de- rrota, él cual puede también hacerse extensivo 4 las personas que viven con él; 4) en su naturaleza, si es feroz, un embrutecimiento mayor, que la mayor parte de las veces se -™manifiesta en odio hacia aquel 4 quien deseaba ofender, y por el cual ha resultado vencido; 7) si, aun siendo normal, es un caracter muy débil, el peligro que lo amenaza, disgustandolo, y el rencor, conclu- yen por pervertirlo. Hn el segundo grupo se comprende el tinico efecto titil que se puede esperar, que es: 4) cuando los malos instintos no estan POR MANUEL OAKNEVALE 189 a RET A Tr es ee ee muy arraigados, lamemoria del per- juicio experimentado es un freno muy eficaz para contenerlo en la eo. _ mision de nuevas agresiones, Por tiltimo, viene el quinto eru- po, en el cual reuniremos todos los efectos, titiles y nocivos, de la de- fensa, que hacen relaci6n 4 las per- sonas que han sido testigos de ella, 6 que, por la identidad de lugar, por proximidad, 6 por cualquier otro motivo, estan interesados en la mis- ma. Entre estos efectos conviene no- tar uno, que no deriva inmediata- mente de la defensa, sino de las con- secuencias que aquella ha producido 4 los dos individuos que lucharon; puesto que dichas consecuencias im- plican un cambio en el conjunto de la existencia y condiciones de estos ‘individuos, cambio que, 4 su vez, debe tener alguna eficacia en la su- cesion y en el desarrollo de las re- laciones que éstos mantienen con 7 190 DE LA PENA DE MUERTE Mice see otros individuos. Poniendo 4 un lado este efecto, los demas no son otra cosa, en su mayor parte, que aquellos mismos que ya dejamos : apuntados, aunque considerados des- deun punto de vista diferente. Hélos aqui: 2) el acto de aquellos indivi- duos que se defienden de los turbu- lentos, y los vencen, hace 4 estos tiltimos menos temibles, y tranqui- liza, por consiguiente, 4 los habi- tantes de aquel lugar; m) los cua- les, ademas, esperan que el dajio producido al agresor lo contenga de producir nuevos ataques y sirva de ejemplo para aquellos otros indivi- duos que tengan iguales tendencias que él; 7) si tales personas tienen ‘muy desarrollado el altruismo, sien- ten una impresién desagradable por el mal causado al agresor; 0) si, por el contrario, son egoistas y de fero- ces instintos, se gozaran en él y for- taleceran su propio caracter; p) POR MANUEL CARNEVALR 191 cuando el dafio de que se trata es "grave, afecta también indirectamen- | te 4 la familia del agresor, y esto _ puede perjudicar & la quietud y 4 la Te prosperidad del lugar; 7) este daiio, _ que frecuentemente no se soporta _ gin sentir rencor hacia el que lo ha Ee producido, por un lado, acentia la - enemistad del ofensor hacia el ofen- ' dido, y por otro, suele perjudicar 6 _ pervertir el cardcter del primero; con lo cual se echa la semilla de 4 nuevas perturbaciones para la tran- _quilidad de las personas que viven en el lugar de la lucha. _ En un estudio completo de peno- | logia, después de haber explicado | suficientemente estos efectos, seria preciso pasar desde la defensa hu- mana 4 aquella forma de defensa social en que se encarna la pena, y examinar si todos los efectos dichos se dan en ella, y si se dan en los mismos modos 6 con cuales altera- 192 DE LA PENA DE MUERTE Bepeccnincee ener ieee SS Fl ciones y cambios. Un pequeiio en- sayo de este examen resultara de lo que vamos 4 exponer. Consideremos los efectos seiiala- dos con las letras, 0, p,q, y vea- mos si se dan en la defensa social primitiva. Para proceder con orden, haga- mos una hipdtesis. Supongamos por un instante que se encuentren los efectos en cuestidn en esta forma de defensa. En tal caso, la pena presentard un aspecto particular, que no sera grato para los ciudada- nos que la ven 6 la conocen actua- da, y ademas, en atencion al mal que forma su contenido, producira : en la psiquis un estado de disgusto. En otros términos: si también la pena produce los efectos indicados en las letras n,0, p, q, esto signi- fica que 4 aquel conjunto de estados intelectivos y sentimentales que nos la hacen apreciable y grata, se ee AE Cekeevaia 98 c «La pena debe ser nece- Sarita para ser justa (2). > Hl profesor Mnrique Ferri, el cual en la presente cuestién piensa con tanto acierto, cree que la pena de muerte no repugna «de un modo absoluto al derecho, porque cuando la muerte de un hombre es absolu- tamente necesaria, entonces es per- fectamente justa, como sucede en el caso de legitima defensa, bien sea individual, bien sea social (3).» Hn estas breves lineas se encuentra. todo cuanto es preciso. Si la corte- sia y benevolencia del ilustre es- critor me lo consiente, voy 4 ex- plicar en pocas palabras su pensa- miento. Kn cuyo caso tenemos que (1) Genesis del derecho'penal, Prato, 1843, § 53. (2) Idem, § 326. (3) Los nuevos horizontes del derecho y del procedimiento penal, Bolonia, 1884, pag. 520, 246 DE LA PENA DE MUERTE Ja pena capital (lo mismo que toda otra pena) no es ni justa ni injusta en sentido absoluto, sino que es una cosa ti otra solo atendiendo 4 su ne- cesidad. Hsta explicacién me pare- ce util, porque con ella adquieren mis ideas un curso mas derecho y mas seguro. En efecto, si después de lo dicho pudiésemos admitir, como lo hace Ferri (1) que la pena de muerte ya no es hoy necesaria, deberiamos concluir que es entera- mente injusta; y en este caso ten- dremos que disentir modestamente de aquella unanimidad en conside- rarla como «legitima en el terreno de los principios», que Ferri (2) atribuye 4 la escuela positiva. Me ha parecido conveniente afia- dir 4 la posicion del problema estas (1) Zos nuevos horizontes, Bolonia, 1884, 521 ¥ 522. 2) Idem, pig. 520, POR MANUEL CARNEVALE 247 indicaciones aclaratorias, no sélo para afirmar mas y mas la verda- dera indole del mismo (donde siem- pre surge el caracter de la teoria juridica de las penas, que es en la que se funda), si que también para mostrar la necesidad de que dicho problema sea enunciado de un modo claro y preciso. Yo creo que el no haberse dado cuenta exacta de esta necesidad, asi como el haber acep- tado la cuestion, sin beneficio de in- ventario, de las escuelas preceden- tes, y en los mismos térmimos en que éstas la habian pucsto, ha sido una de las principales razones que han impedido 4 la nueva escuela el desplegar toda su virtual energia en esta materia y el formar una doctrina aceptable y concorde con sus principios. 248 DE LA PENA DE MUERTE VI Apliquemos ahora & la pena de muerte la doctrina que hemos ex- puesto. Y puesto que ya hemos ex- plicado bien claramente cémo debe entenderse el problema de su justi- cla, para resolyerlo es preciso que sepamos si dicha pena es hoy nece- saria 6 no. Hs decir que, aplicando el criterio que hemos sentado, no nos queda més que hacer una Ulti- ma indagacién, concerniente 4 la repugnancia que puede resultar de la pena de que se trata. _. lista indagacién vamos 4 hacerla por grados. _ Y, ante todo, determinemos cual es la indole del ultimo suplicio. _ Yo, que leo siempre con gran in- POR MANUEL CARNEVALE 249 terés las paginas mas elocuentes de aquellos hombres yenerandos que por tanto tiempo estuvieron en la brecha combatiendo la pena de muerte, creo que he discutido el grave problema con mucha calma y serenidad de animo; y creo, ade- mas, firmemente que no peca de sentimentalismo (palabra que em- plearia con mucha cautela) aquel que, después de haber tenido en cuenta todas las cosas y todas las razones, y no se preocupa sino de la investigacién de la verdad, afir- me que en la pena de muerte hay, respecto de las otras, algo de anor- mal y de excepcional. Hl infligir un mal 4 un hombre, por razon de los fines sociales, sea cual sea la du- racion y la gravedad de dicho mal, _y el hacer que el hombre mismo desaparezca de la tierra, son, cler- tamente, dos cosas muy distintas. Cuando Diderot escribia: «el mal- 250 DE LA PENA DE MUERTE hechor es un hombre que hay que suprimir, no castigar (1) >», acaso pensaba que 4 la muerte dada al- delincuente no le convenia el nom- bre de pena, sino mas bien el de matanza juridica, como Carmigna- ni se complacia en Ilamarla. EH] ba- ron de Garofalo, que es actualmen- te uno de los mas fuertes defenso- res del ultimo suplicio, cree que éste es el tinico resto que queda del -antiguo talion (2). Y es indudable (1) Este pensamiento de Diderot lo men- cionan los Nuevos horizontes , de Ferri, el cual loha tomado de la obra de Mazi Estudios y retratos, Bolonia, 1881. (2) Ob. cit., pig. 57. También Bovio pien- sa del mismo modo en su Husayo critico de Derecho penal, Nipoles, 1883, pig. 41, como asi bien otros escritores, especialmente de los abolicionistas. Cito 4 Boyio porque ofrece _ esta singularidad: que la unica refutacién 4 posible para él de la pena de muerte consiste en que dicha pena reproduce las leyes del talion. POR MANUEL CARNEVALE 5] aaa que el ver cémo, aun en tiempos Menos compasivos que los actuales, la pena de muerte ha sido objeto de repugnancia y de protestas, confir- ma mas y mds la idea de que es una pena que se separa del tipo comin de las penas. Los atenienses «cuan- do tuvieron noticia de que los ha- bitantes de Argos habian condena- do 4 muerte 4 quinientos de sus conciudadanos, eleyaron publicas plegarias 4 los dioses para que apartasen de su corazon un pensa- miento tan funesto», En el Egipto antiguo , un rey «habiendo recibi- do en suefios una orden de los dio- ses para dar muerte 4 uno de sus subditos, interpreté este suefio como un mandato del cielo para abando- nar el trono (1)». «Cuando el mun- do se hallaba amenazado de quedar (1) Oarmignani, Zeccién académica sobre la pena de muerte, Pisa, 1836, pigs, 20 y 21. 252 DE LA PENA DE MUERTE sumergido en la barbarie, Isaac, el angel, Juan Commeno, Zenén el filésofo, ilustraron 4 la pirpura im- perial, en su anhelo de hacer cesar la pena de muerte (1).» Del examen de muchas leyes del Codigo teo- - dosiano se deduce que «los eclesi:is- ticos emplearon frecuentemente la fuerza para librar del patibulo 4 los condenados (2)». Atendgoras, en el siglo im, hace constar la repug- nancia general de los eristianos en asistir 4 tales espectidculos. Tertu- liano los disuade de intervenir en ellos é insiste en el peligro que se corre de inmolar a los inocentes. Y San Cipriano pronuncia estas nota- bles palabras: Hn otro tiempo los tnfieles morian bajo el peso de la se- gur; hoy los orgullosos y los sober- bios perecen bajo la segur espiritual (1) Idem, pag. 21. @) Megapte- 120, nota 18. + POR MANUEL CARNEVALE 253 de la Iglesia, cuando esta los arro- ja de su seno. Solo a Dios incumbe el romper los vinculos que nos ligan & la tierra (1). A su vez, Lactancio escribe: «Poco importa que se mate con el hierro 6 con la palabra, pues esta prohibido sin excepeién, como nefando, el matar 4 un hombre 4 quien Dios quiere santo (2).» Mu- chos otros pasajes y textos se po- drian citar, especialmente en lo que se refiere 4 la aversion que ha- cia la pena capital sintié la Iglesia eristiana primitiva (3). (1) A. Rolin: Za Penade muerte, traduc- cién italiana, Luca, 1871, pag. 18. (2) Ellero: Sobre «Beccaria y el Derecho penal», de César Cantt,, en los Opisculos cri- minales, Bolonia, 1881, pag. 119. = (8) Si alguno observase que Ja comunion de lus cristianos estaba obligada, mas que ninguna otra sociedad, 4 repugnar la pena de muerte, tanto por su origen como por sus tradiciones, por el espiritu de las leyes y por los ritos, diria una cosa exacta y digna 254 DE LA PENA DE MUERTE Porconsiguiente, nosotros, echan- do una primera ojeada al caracter de esta pena , comenzamos 4 admi- tir como razonable el que no se la acepte con simpatia en algunos lu- gares y por alguna clase de perso- nas. Hs decir, que la idea de repug- nancia se forma momenténeamente en nuestro dnimo, pero muy débil, sin contornos determinados, y por esto no permanece en él mucho tiempo. Veamos, pues, de adquirir, si es posible, un conocimiento me- nos imperfecto. ‘Bonneville de Marsangy dice: «La historia nos muestra la con- tinua diminucién de la pena de muerte 4 medida que se realiza el progresivo é incesante desarrollo de ser tenida en cuenta en un trabajo pura— -tente histdrico. Pero con esto, lejos de des- truirse la anormalidad de la pena, quedaba, da. a -comprobi POR MANUEL CARNEVALE 255 AE a de la civilizacién (1).> Y, en efecto, dificil es dudar de que ésta sea pro- piamente la ensefianza de la histo- ria acerca del particular; sélo resta explicarla é indagar su significacién cientifica. Cuando se dice «dimi- nucién» de la pena capital se em- plea una palabra muy amplia, que incluye la idea de un menos en la extension y en la intensidad; pues se afirma que se ha restringido el dominio practico de aquélla, esto es, el numero de casos 4 que da lu- gar su aplicacion, y al propio tiem- po su contenido dolorifico, que for- ma de la pena de muerte una va- riedad bien distinta de todas las otras. No sé si este es el concepto completo del ilustre escritor; pero ‘sus palabras asi lo indican, y yo lo (1) Traduceién italiana de la Revisia de dis- ciplinas carcelarias, ano XVI, fasc. 1-2, pa- gina 86, 256 DE LA PENA DE MUERTE acepto con esta interpretacién, Nj podria ser de otro modo; pues ye- mos que, 4 través del Ca evolu tivo de la sociedad, no sélo se ap}i- ca la pena de muerte cada vez con menos frecuencia (excepto en épo- eas anormales , en que la marcha se altera), si que también tiene lugar una continuada sucesién de formas de ejecucién cada vez menos crue- les (1). Asi se observa que, aun siendo las formas que se emplean en nuestra época bastante déhbiles, no obstante se trata de busear nue- vos medios, con cuya aplicacién se prive al condenado de la vida de la manera menos inhumana. Pues (1) En la conferencia de Weber sobre Ja pena de muerte, y en las piginas 7-10 de la traduccion italiana (Luca, 1874), se enume- “ran muchisimas formas de ejecutar Ja altima pena, las cuales han estado en uso, pero que el progreso de la civilizacién ha ido relegan- do, una por una, 4 los dominios de la historia. “= ~ guillotina por un modo mi, POR MANUEL CARNEVALD 257 atios ha, M. Charton Propuso al Senado francés la Sustitucién de la S rapido, ; por tanto, menos doloroso ;yen - elmomento en que escribo estas ies neas en América se aplica Ja electri- cidad. Coloeando, pues, en la misma linea el desarrollo del sentimiento social (empleo la palabra en el sen- tido mas completo) y el de Ja pena de muerte, tenemos que se mueven ‘en direccién contraria: el primero -avanza, el segundo retrocede; el “primero gana terreno, el segundo lo pierde. Podemos, por tanto, formar un _ corolario que comprende unanocién _ bastante exacta del hecho que veni- _ mos examinando, y es que el senti- miento de repugnancia hacia la pena de muerte aumenta con la ci- vilizacion. Determinando cual sea el valor _ practico del corolario, se completa a 17 258 DE LA PENA DE MUERTE Pease anera tee esta nocion y se indica el puesto que Je corresponde en la teoria filosfica de las penas. Por lo que al pasado se refiere, ya sabemos lo que nos interesa, esto es: que en virtud del principio de repugnancia y de aver- sion, el ultimo suplicio dismunuye constantemente. Pero gmarchamos oe ~ jyacia un resultado definitivo en lo por yenir? ;Oual sera este resultado? al Entre las consideraciones que el jlustre Charton hacia en apoyo de : la proposicion de que mas arriba queda hecho mérito, me interesa ‘ notar la siguiente: «Dentro de cien anos, cuando las gentes lean que en nuestros dias se cortaba la cabeza en nombre de la-ley, el estupor de nuestros mietos sera tan grande como el que A nosotros nos causa _ hoy el pensar que hace cien anos se ~ dudaba en abolir el tormento (1).» + — @) Gareiale, ebra vitads, pag 449, — POR MANUEL CARNEVALE 959 ae Ahora, desarrollando més amplia- mente la idea en que se inspira esta observacion, podremos decir nos- otros que, dentro de otroscien anos, los hombres mas libres y mas cultos tendran que hacerse violencia para comprender que ha habido una épo- ca en la cual sociedades llenas de yida y de energia se sintieron tan débiles enfrente de pocos irreconei- lables enemigos, que creian que no pedrian gozar de tranquilidad si no los mataban. Con lo cual quiero advertir que la solucion del proble- ma que se acaba de poner se en- cuentra contenida en. los mismos principios que hemos expuesto, y, por consiguiente, no.es dificil. Si admitimos que la civilizacién , por su propia indole, exige en cada mo- mento de su vida progresiva formas cada vez menos duras, y que con esto va poco 4 poco y siempre qui- tando algo 4 aquella unidad primi- 960 DE LA PENA DE MUERTE a a a a tiva que se llama pena de muerte, tendremos que venir 4 la conelu- sion de que llegara un dia en que aquélla se reducira 4 cero. Y en este punto, y sin pretension alguna, reclamo la atencién de los estudio- sos. Pero antes conyiene referir el fendmeno de que hablo 4 su propia Jey. Dado un ser que llamaremos A, el cual varia continuamente de for- mas, tiene que llegar un puntoen que deja de existir como A para dar vida 4 otro ser que llamaremos B. Hsta ley le es necesaria al pensamiento _ humano para explicarse la infinita produccién de los individuos cés- micos y el principio continuativo que los une en una armonia supre- ma y marayillosa. Ahora bien, creo que no estamos mal preparados para poder exami- nar la relacién que en nuestro tiem- po existe entre los sentimientos mo- rales y la pena de muerte. POR MANUEL CARNEVATE 6] eee nL Aquel que tuviese prisa por le- gar 4 una conclusién, podria decir que el resultado de la Investigacion esta ya previsto y prejuzeado, en cuanto que del complexo de las ideas desarrolladas antes resulta que, si existe un sentimiento de re- pugnancia, es mds bien hacia la forma de la cosa que hacia la cosa misma. Pero, prescindiendo de la observacién que podria hacerse 4 quien discurriera de este modo, di- eiéndole que tenia un concepto erroneo de la forma, derivado de otro, mas erréneo todavia, de la sustancia (quizi no tan raro como se cree), debemos, ante todo, negar que las ideas que hemos expuesto prejuzguen la cuestion en el sentido indicado. Al contrario , excluyen el prejuicio de que se habla, en cuanto que se establece que los cambios continuos de forma comprimen cada vez mas la idea de la tltima pena, 262 DE LA PENA DE MUBRTE Cee eee ea EEE hasta que la hacen desaparecer to- falmente. Y, en efecto, dejando aparte la ley filosdfica que antes hemos recordado, y descendiendo “al terreno de la realidad material, tenemos que no ha habido una épo- ca en la historia, ni puede haberla, _ni puede, por consiguiente, imagi- narse, en que la pena de muerte, 6 cualquiera otra institucion , nos re- pugne por si misma, por su propia fntima naturaleza, precisamente porque nosotros no percibimos los objetos del mundo externo sino en — Jas varias formas que reciben, ni ‘nos es dado percibirlos de otro modo. Por tanto, si en un periodo _histérico determinado creemos que Sa! " Ress a Ranh se siente aversion al extremo supli- cio en su forma y no en su sustan- cla, y separamos una cosa de la ‘otra, esto tiene lugar: primero, we este modo de concebir es un. _ habito mental nuestro que la clen- POR MANUEL CARNEVALE 263 eee ia ee cia rechaza, aunque lo explica: se~ gundo, porque cuando decimos que en su sustancia no nos repuena, sin darnos cuenta de ello nos lo repre- sentamos en una nueva forma que no choca contra nuestros senti- mientos morales. Y, en efecto, si ‘Mlegamos 4 una época en que no se puede adoptar ni elegir una forma mas suaye y restringida que las hasta entonces empleadas, en este _ caso ya no hacemos la acostumbra- da distincion entre forma y sustan- cla, sino que decimos sencillamente que la pena de muerte nos repugna. Entendidos de esta manera los principios sentados, la inyestigacién que nos hemos’ propuesto viene 4 quedar reducida 4 dos tinicos pun- tos, pues no se trata de otra cosa que de saber si la forma actual 4. que la civilizacion ha limitado la pena de muerte, podra ser sustituida en lo futuro por otra forma atin més 964 DE LA PENA DE MUERTE restringida y suave, y si dicha for- ma choca, hiere a los sentimientos morales. ‘Comenzando por el primer pun- to, conviene recordar que nosotros hemos empleado y empleamos la pa- ~ labra forma en un sentido amplio, que, en nuestro caso, es el mas com- ~ pleto; por eso hemos considerado como dos elementos inseparables en el concepto de la misma la variedad de medida y la variedad en el modo _de aplicacién. En cuanto a la pri- mera, no se ofrecen dudas, su- _ puesto que todo el mundo admite, sin que haya ninguna voz discorde, “que los limites dentro de los cuales se aplica hoy la pena de muerte no pueden ser mas restrictos (1). An- z (1) El profesor Ferri reproduce algunos © datos tomados de una publicacién dada 4 luz m el aio de 1831, por la sociedad Howar. ~ (V. Los nuevos horizontes, pig. 526-527, nota.) POR MANUEL CARNEVALE 265 ae eee tes bien, cierto escritor bien repu- tado confiesa que, como estos limi- tes deben conservarse, porque el retroceso 4 las grandes proporcio- mes en que la pena de muerte se aplicaba en otros tiempos, ha lle- gado 4 ser «una verdadera imposi- bilidad moral» (segtin él dice con frase feliz), el mejor partido que po- dria tomarse seria el de suprimir totalmente aquella pena. Y es bueno adyertir que, en el fondo, esta es la nica razon que le hace declararse abolicionista (1). Y en cuanto al De ellos resulta que los diferentes paises pueden dividirse en dos clases: en la primera —4 la que pertenecen Francia, Espana é In- glaterra—las condenas 4 pena capital se cum- plen povas veces; en la segunda—por ejem- plo, en Italia, Austria y Bayiera—se cum- plen fan raras veces, que, sin duda alguna, la institucidn punitiva va perdiendo su fuerza y su autoridad. (1) Los nuevos horizontes, Bolonia, 1884; pag. 530. 266 Du LA PENA DE MUERTE modo como se realiza 6 ejecutala ii]- - tima pena, no hay duda que puede ' introducirse en él alguna pequefia _ -mejora; y ya hemos visto mas arriba como, en efecto, se piensa en susti- tuir la decapitacién con otros me- dios més rapidos y menos dolorosos, _ He dicho = a ee que no me he equivocado, Por lo demas, como nadie somos infalj_ bles, me interesa advertir que Jo que yo hehechoes una simple apre- iacion de hechos que pueden dis- ceutirse cuanto y como se quiera ; y aunque se llegase 4 demostrar que era erronea (cosa que me parece imposible), esto no afectaria en lo mas minimo 4 la teoria de la pena capital que he desarrollado, antes bien esta teoria quedaria intacta, Porque yo no me Propongo en ella sostener la tesis abolicionista, ni esia tesis me preocupa en lo mas mimmo (tengo la grata confianza de que habré convencido de ello al lector), sino que mi intento es po- ner el problema de la justicia de di- cha pena en su verdadero terreno, enearecer su importancia y dar los criterios con los cuales puede resol- Yerse. Tales criterios no perderian hada de su fuerza, si otros publi- POR MANUEL CARNEVALE 28] aaa ate cistas que los acepten como exactos y adecuados llegasen 4 resultados diferentes de los que yo he obte- nido. Pero ahora se presenta de nuevo una pregunta que mas atras hemos puesto 4 un lado, y es la siguiente: jBasta con el examen de una parte determinada de la sociedad? ; Basta con haber puesto en claro que, por lo tocante 4 esta parte, la repug- nancia existe? La contestacién supone algunas ideas que, aunque sumariamente, vamos 4 exponer en parrafo aparte. 982 DE LA PENA DE MUERTE —— VIL Bueno es recordarlo. Nuestra te- sis era que la pena, cuando ya no es necesaria, resulta injusta. Ahora para buscar los medios con los cua- les poder determinar en la practica esta necesidad, nos ha parecido el _mas idéneo el estudio de la repug= nancia que proviene de la pena, y hemos tratado de hacerlo con el més exquisito cuidado. El razonamiento de que hemos partido es el siguien- te: El examen de la pena nos da 4 conocer algunas de las cualidades de ésta, de cuyo complexo debe na- cer un estado de aversidn hacia ella aun en aquellos que se sirven y aprovechan de la misma; pero mien- tras la pena es necesaria, la idea de ES in 9 Ge hacia Ree POR MANUEL CARNEVALE 283 EE Se SY ce esta necesidad sobrepuja y compri- me 4 aquel estado, y, por el contra- Tio, si aquel estado se desarrolla, se afirma y predomina, es porque ya no hay necesidad de la pena, Hi estudio, pues, de la repugnan- cla en si Misma no entra en nuestro propésito, como entraria seoura- mente en el de aquel que tratase de saber si una pena determinada te- nia en su favor el voto de la opinion publica, no pudiese por menos de hacer extensivas sus indagaciones y observaciones 4 las diferentes clases de la sociedad. Para nosotros, por el contrario, aquel estudio sdlo nos sirve para saber si la ultima pena es 6 no es necesaria actualmente; asi que tan Juego como hayamos conseguido este fin, nuestro trabajo debe darse por coneluido. Ahora bien: el hecho de la nece- dad de la pena 6 de su no necesi- sidad es independiente del consenti- 284 DE LA PENA DE MUERTE a _ Miento universal, 6 del de la ma- yoria: ésta podra ser uno de los Jue- ces de aquel hecho , ciertamente; pero no hay motivo alguno para Suponer que sea el mejor y mas competente. Nineuna razon hay, por consiguiente, para vincularnos al consentimiento universal, puesto que lo que nosotros debemos buscar es Umicamente el Juez mas idoneo: Y iqué es lo que ha resultado del paragrafo anterior? Lo siguiente: que la parte de la sociedad que, por Tazon de sus cargos piblicos 6 de Sus estudios, se halla m:is interesa- da que nadie en la Cuestion de la pena de muerte, siente repugnancia hacia esta pena; con lo cual hemos _demostrado que no la juzga ya nece- _ Saria. Sélo una cosa hay, por tanto, que averiguar: si debemos conten- tarnos con la opinion de esta parte de 4 sociedad, 6 si debemos exten- T mas nuestras’ mvestigaciones. FOR MANUEL CARNEVALE 285 Se ea A mi me parece que, entre las varias clases de la sociedad, no hay ninguna tan competente como ésta, para dar su yoto acerca de la cnes- tion, y hasta creo que todas las de- mas clases, 6 no tienen mas que muy eseasa aptitud para el caso, 6 son completamente ineptas. De- mostraremos el segundo aserto, Y Con esto quedard también, con mejor razon, demostrado el pri- mero. La cuestion de la necesidad de la pena no es tan facil como 4 primera vista pudiera creerse, por cuanto en ella concurren una infinidad de elementos que no sdlo hay que to- mar en cuenta sino que hay que | apreciarlos en su precisa importan- cia. De estos elementos’se ha hecho una enumeracion rapidisima y com- pleta al decir que es preciso tener conocimiento del grado de fuerza que, considerado cada uno en si, y 286 DE LA PENA DE MUERTE a ee en la media, adquieren los senti- “mientos antisociales , y muy espe- cialmente los antijuridicos, y, por lo contrario, del grado de fuerza que tienen todos los frenos que A aquellos se oponen, ora provengan de las leyes, ora resulten de la na- turaleza misma de la asociacion hu- mana. Pero con este veloz resumen, se da también una idea de las gran- des dificultades que existen para re- solver tan arduo problema, Verdad -©S que n0 se trata aqui de resolver- Jo con un estudio especialmente de- dicado 4 esto (pues, en tal caso, seria intitil el criterio de la repug- _ hancia), sino sdlo de formar res_ pecto del mismo una opinion sinté- tia, que se traduce Y casi se mues- Ta en un estado sentimental: opi- —nidn que, si admite la necesidad, . _ comprime la repugnancia, y si nie- 8a aquélla, deja libre A ésta, Sin embargo, me ha Parecido conye- ~~ POR MANUEL CARNEVALE 287 To = sl niente indicar aquellas dificultades, afin de explicar como los estratos inferiores 6 medios del cuerpo social no estan en disposicion de formarse exactamente la opinion de que se habla y cémo la clase social que es mas apta para el caso es la que nos- otros hemos estudiado. Basta, pues, el sentimiento obte- © nido. La repugnancia que hacia la pena de,muerte siente la clase re- ferida, prueba suficientemente que esta pena no es ya necesaria. Una vez que hemos dado contes- tacion 4 la pregunta con la que he- mos cerrado el anterior paragrafo, me parece oportuno detenerme un poco para echar una mirada retros- pectiva 4 mi trabajo, al propio tiempo que para ver si puede toda- via surgir y presentirsele delante alguna nueva dificultad. Y en ver- dad que, en lo tocante 4 los princi- pios de que parte y al método con ee 7 _ 288 DE LA PENA DE MUSRTE ae arreglo al cual se viene desarro~ Jando, yo no encuentro por ‘el pre- sente, ninguna; pero en cuanto 4 las aplicaciones que pueden darse- le, creo muy probable que pue- — da nacer la siguiente dificultad. - Podria decirse : — Enhorabuena, nada clase social; pero, ,no véis 4 donde os conduce esto? Os conduce al absurdo de admitir que una pena ~ se puede abolir por el solo voto de - una minoria exigua (aunque sea muy respetable), y contra el deseo de la mayoria, 6 al menos sin el consentimiento expreso de ésta: es decir que, en iérminos mas amplios, s lleva 4 negar el dogma de la so- berania popular. Ahora bien: este resultado ,no conmueve grande- mente yuestra teoria? i _ Por mi parte, antes de dar un ( contestacion , observo: que si es "que, segiin vuestra teoria, os deten- — _ gadis en el examen de una determi- POR MANUEL CARNEVALE 289 Ere ASSES Tal A este ea verdad que mi teoria, tropezando en la practica con un escollo de aquel género, resulta grandemente somovida, también es verdad que si dicha teoria marcha perfecta- mente sin tropezar con aquel esco- llo, Negara al puerto con mayor so- lidez que antes tuviera y doblemen- te confirmada con exactitud. Ademas, debo rectificar la obje- cién. Yono he dicho que la pena de muerte se deba borrar de los cé- digos por el voto de una pequeta minoria; yo he dicho tnicamente que este voto la considera injusta. Lo cual no es lo mismo, como po- dra creerse, para los efectos prac- ticos que ha de producir. Porque interesa que yo restrinja la conclu- sidn que saco al terreno cientifico. lin el cual expreso mi opinion de ae que, dado aquel voto, no por su “propia fuerza, ndtese bien, sino como prueba de la no necesidad de eek 19 290 DE LA PENA DE MUERTE Ja pena (distincién que no es capri- chosa, y de la cual resulta que, para mi, la cuestién no es de minorias ni de mayorias) queda por él condena- do el extremo suplicio , aunque los legisladores son muy duenos de no seguir las inspiraciones de aquél. Por cuya razon yo no invado el te- rreno de éstos, ni menos atin el de la soberania popular: Atm debemos rectificar otra in-— exactitud. Yo no he visto que frente 4 la opinion de aquel pequeilo nu— mero se haya presentado la de la ~ gran mayoria; antes bien, me he contentado con la primera, porque _ no conocia la ultima, y parecerme que no tenemos al presente medios de conocerla con seguridad com- pleta. Solo después de indagar la * opinion del pequefio nttmero, y su- puesto que con esta opinidn me era — forzoso contentarme he tratado de | dagar el valer del resultado que POR MANUEL CARNEVALE 291 he obtenido y he podido convencer- me de que, para mis fines, bastaba con lo que habia hecho. Por tanto Ja objecion, formulada en los ter minos en que hemos visto que podia formularse, no tiene gravedad al- guna y se presenta desde luego como desprovista de fundamento, Sise pretendiera darle una forma mis modesta, pero verdaderamente seria, me parece que podria presen- tarse de la manera siguiente ; — Segtin vuestra doctrina, la pena de muerte se podria abolir aun en el caso en que no se sepa si el senti- miento ptiblico aprueba la aboli- _ci0n; pero jno se lastima con esto el principio, hoy generalmente ad- mitido, de que no puede existir re- forma alguna, politica 6 civil, que no se corresponda con aquel senti- miento? Esta objecién es digna de atento examen, y nos ofrece ocasion de pre- 992 pE LA PENA DE MUERTE sentar, como complemento 4 la teo- ria de lajuridicidad de las penas, que brevemente hemos delineado, un til- timoimportante criterio, implicitoen ella, pero que conviene desarrollar para dar satisfaccion 4 ciertas exi- gencias de la practica, ademas de que el caracter de este trabajo re- quiere que no lo pasemos en silen- cio. Por ahora, sin embargo, no quiero hacer mas que breves indica- clones, reservandome el derecho de yolver 4 tratar este punto con mejor amplitud, si lo creyese oportuno. No niego que sea una opinién muy generalizada y ademas tenida casi como canon indiscutible, la de creer que toda reforma que se lleve 4 cabo en el Estado debe realizarse de conformidad con el sentimiento publico (es decir, con el de la ma- _yoria de los ciudadanos) ; lo que si me permito dudar es que esta opi- midn sea yerdadera. Yo creo que POR MANUEL CARNEVALE 293 ee aquellos que van repitiéndola, unos en pos de otros, no tienen por regla general una idea bastante clara de la misma, ni tengan voluntad de seguir los pasos de quien les invita- se 4 proporcionarsela, mediante un examen critico de la que al presente tienen. Esta opinion me parece 4 mi que es de aquellas que, echadas volar en determinado momento, in- mediatamente encuentran el univer- sal asentimientopor unainfinidad de motivos que no pueden ser entera- mente estudiados y que se incluyen y comprenden todos ellos en la frase «oportuno estado de los 4nimos». Hstas opiniones pasan de unos 4 otros, sin beneticio de inventario, y el ponerlas en discusién es un tra- bajo que molesta y repugna. Hl es- critor que por cumplir con su deber se halla en la precision de hacerlo, bien puede decir que atraviesa uno de los momentos mas dificiles de su 294 DE LA PENA DE MUERTE ee trabajo. Hn el caso presente, hay ademas dos motivos sobre los eya- Jes conviene fijar la atencién, Habiéndose conquistado en Jog iltimos tiempos un gran tesoro de libertad, mediante luchas heroieas grandes sacrificios que nos lo hacen doblemente estimable, mira- mos con desconfianza toda cosa que, aunque sea remotamente y de un modo vago, amenace destruirlo, Por lo que, cuando se trata de resolver una cuestién en que aleuno de los — dos bandos puede lastimar, aunque sea poco, aquella preciosa conquis- ta, se turba nuestra calma, nuestro pensamiento pierde su sensatez y su libertad y casi siempre con- eluimos por elegir el partido opues- — to. Quizi por estos motivos no se ha hecho todavia una discusién se- rena acerca de la institucién del jurado, si bien sea muy frecuente el deseo de hacerla y no falten tam- — POR MANUEL OARNEVALE 295 poco los datos necesarios para ello. Hste fenomeno de que yo hablo no se explica tan sélo con el estado que se acaba de describir, en que se encuentran nuestros sentimien- tos con respecto al sumo bien de la libertad, sino también con el es- caso desarrollo que ha adquirido la sociologia, pues no habiendo conseguido ésta hasta el presente establecer con claridad las relacio- nes entre la sociedad y el individuo, no puede habernos dado el concep- to verdadero de la libertad civil. jCosa extrana!: creemos que nos hemos librado para siempre del in- diyidualismo, y cabalmente por su influjo es por lo que no adelanta- mos un solo paso en la solucién de los mas arduos problemas de la mo- ral y de la politica. Pero dejando esto 4 un lado por ahora, lo que aqui nos interesa es notar como esta misma preocupacion de animo que 996 DE LA PENA DE MUERTE ————— rey os hace rechazar toda cosa que nos parezca contraria a la libertad » es causa de la precipitacién con que ~ aceptamoslo que 4 primera vista pa- rece que es favorable 4 dicha liber- tad. Y por lomismo que el principio seotm el cual toda reforma en el Estado debe realizarse en corres- pondencia exacta con el sentimien- to puiblico se presenta como una garantia de la libertad , nosotros lo aceptamos con simpatia, poco dis- puestos 4 discutirlo 6 4 interesar- nos en la discusién que alguno se proponga hacer de él. Hste es uno de los motivos que reclaman nues- tra atencidn. Hl segundo motivo hay que bus- earlo en aleunas ideas muy exten- didas hoy y que tienen su funda- mento en una particular direccién — cientifica. Hubo un tiempo en que Se €xageraba sobremanera el influ- jo de las instituciones politicas en — POR MANUEL CARNEVALE 297 la Vida social, y casinadiese cuidaba del Influjo que esta tltima ejer- ciera sobre aquéllas. Contra seme- Jante habito intelectual , que Spen- cer ha denominado prejuicio politi- co, explicindolo en uno de sus li- bros (1), ha recobrado la clencia moderna, poniendo en completa evidencia que las leyes, la forma de gobierno y toda otra institucién se hallan condicionadas, tanto en su génesis y en sus comienzos, como en el progreso de su vida, por un conjunto de causas relativas 4 la actividad de los asociados. De don- de resulta que aquéllos son consi- derados no de otra manera que como el producto relativo, en cada época, de estas causas, las cuales hay que tener presentes para enten- der y juzgar con acierto las institu- (1) Introduccién al estudio de la Sociologia, trad. ital,, Milén, 1831, 298 DE LA PENA DE MUERTE SEM Meee eS POR MANUEL CARNEVALE 299 ciones referidas. Esto constituye lo que nosotros Jlamaremos prejurcio antipolitico, que al presente se ha- lla muy extendido, y del cual se de- riya, como indeclinable corolario, la opinion de que Jas reformas po- liticas y el sentimiento ptiblico de- ben marchar paralelamente. FE] fundamento de esta opinion, y con el fundamento la seguridad con- que la opinion se sustenta, queda- rian en el aire no bien el estado afectivo é intelectual de que hemos hablado se borrasen de nuestro ani- mo y dejasen de preocuparlo. Suce- deria entonces como si se cayera un velo, esto es, nos apercibiriamos de Ja existencia de una cosa que tenia- mos delante de los ojos y que hu- ‘biéramos podido advertir con sdlo- mirar. Hs decir que nos apercibi- riamos de lo siguiente: de que el principio de que se habla, cuya ver- dse acepta casi como indiscuti- __ ble, ha sido siempre rechazado en la prictica, y lo es atin hoy, y lo re- _chazamos nosotros mismos, 4 pe- sar de declararnos sus secuaces y _ ereyentes. No voy yo 4 detenerme aqui en hacer una minuciosa, indi- cacién de hechos; porque amante de la brevedad, no |pretendo ni deseo otra cosa mas que interesar al lec- _ tor é inducirlo 4 que por si mismo someta 4 examen y medite un poco _ Jas ideas que voy exponiendo. Con- crétese 4 Italia y al corto periodo transcurrido desde que es nacién in- ‘dependiente, y vera si, en efecto, toda institucién ha nacido 6 no en perfecta consonancia con el senti- miento publico, comenzando por la __unidad de gobierno, averiguando el modo como se entendid y establecié enun pais cuyas tradiciones regiona- les estaban tan vivas, que atin hoy ubsisten, y pasando después 4 con- lerar todas las demas institucio- ‘ 800 DE LA PENA DE MUERTE ———————————E— nes, como, por ejemplo, el jurado, la extensién del derecho de sufragio, Ja educacién militar nacional, etc. -Quando hayan desaparecido las causas que producen el error por lo tocante al principio que nosotros examinamos , entonces podremos discutirlo con toda amplitud. Y no solo encontraremos que no se ha realizado jamds en la practica, si que también veremos que es com- pletamente inaplicable. Nuestras observaciones, en tal caso, serian poco mds 6 menos las siguientes: Al hablar, poco antes, de la im- portancia de las instituciones poli- ticas, hemos visto que existen frente a frente dos corrientes de ideas; la vieja y la nueya: para aqueélla, las instituciones dichas se conside- Tan, principalmente, como causa; para ésta como efectos de todos los — demas fenémenos sociales. Hste ul- o modo de consideracién, que es POR MANUEL cARNEVALE 301 el que defiende la ciencia moderna, tiene un yalor incontestable: en teoria, porque eslabona y refiere 4 las leyes que gobiernan 4 la socie- dad los poderes y las instituciones que en el seno de la misma se for- man, con lo cual da una direccién nueva, mas amplia y segura, al es- tudio de las mismas; en la practica, porque disminuye la confianza \en las disposiciones burocraticas y au- menta la confianza en nuestras pro- pias energias , elevandonos, en todo caso, desde aquéllas, 4 formular juicios mas imparciales y mas jus- tos. Pero si, 4 su vez, no se com- pleta este modo de consideracion, resulta tan erroneo como el prece- dente y da origen 4 otro prejuicio que yo, imitando la nomenclatura de Spencer, he llamado antipolitico. Y como parece que el complemento de que he hablado no se ha hecho todavia, 6 al menos no se ha hecho todo; pero ellas, 4su vez, condi- — 302 DE LA PENA DE MUERTE en manera explicita, es convenien- te para nuestros fines que indique- mos su sustancia en pocas pala- bras. No puede negarse que toda socie- dad sea la causa determinante de sus proplas instituciones , las cuales son un producto de aquélla; pero es natural que, una vez formadas las instituciones, ejerzan también su influjo sobre el ser 4 que pertene- - cen como partes de un todo. La idea es elemental, y, sin exagerar las analogias, se encuentra en el cuer- po humano una explicacién y com- probacion de ella; pues, en dicho cuerpo, las potencias psiquicas tie- nen su origen y 4 cada momento son condicionadas por el organismo cionan 4 éste en todos los instantes. _tida en la practica; pues sin tenerla, presente, es irracional el valor que Esta idea esta ya, en parte, admi- POR MANUEL CARNEVALE 303 atribuimos 4 las instituciones del Estado. Digo «en parte», porque, generalmente, la limitamos 4 la ac- cion del gobierno, al paso que 4 la accion educativa, tomando la pala- bra en su mas amplio sentido, no damos mas que una importancia se- cundariay enteramente inadecuada, Asi, para explicarme mejor con un ejemplo, cuando vemos un gobier- no inmoral 6 inepto, nos sentimos muy inclinados 4 considerarlo como necesario fruto de las condiciones del pais en que se halla establecido Y poco dispuestos 4 admitir que la causa principal de tales condiciones sea el propio gobierno. Hs, por con- siguiente, preciso que haya mas cla- ridad y precision en el punto que tra- tamos; para lo cual basta con que la clencia moderna, después dé haber -mostrado, en contra de las viejas ideas, como y cudnto influye lana- _ turaleza de un pueblo sobre sus ins- 804 DE LA PENA DE MUERTE ee tituciones, no deje en la sombra una segunda parte del trabajo, que consiste en mostrar el lado bueno de la teoria que se combate, y ed- mo este lado bueno forma un sdlo todo con la teoria nueva, comple- tandola. Hn otros términos: basta con que la ultima palabra de la ciencia moderna se reduzea 4 un teorema como éste: «entre el agen- te regulador y los elementos regu- lados existe una relacion de influjo reciproco». Pero (no es intitil que se insista en ello) conviene que el teorema sea formulado expresa- mente y no se sobreentienda, 6 casi se acepte en manera implicita, por- que entonces se pone en mayor evi- — dencia el aspecto que se refiere 4 la eficacia de los elementos regulados — y resulta la erronea pareialidad de puntos de vista que mas arriba he- — _ mos puesto de relieve. a Asi establecida la doctrina, el i= POR MANUEL CARNEVALE 305 I ee flujo que pueden ejercer las institu- ciones de gobierno adquiere todo su valor y se puede hacer con mas cla- ridad y més acertadamente el estu- dio de cualquier fenémeno social que en su evolucién discrepe algo de la marcha ordinaria. Daremos una idea de este estudio aplicando- la 4 las indagaciones que hemos tratado de hacer acerca del senti- mento piblico y exponiendo ahora brevemente sus resultados. Este sentimiento se forma, no solo por virtud de las energias de los ciudadanos, sino también por accién continua de las instituciones que losrigen: son dos fuerzas igual- mente necesarias para el fin, De donde resulta este principio: «el sentimiento piblico es un producto uno de cuyos factores es la maqui- ‘na gubernativa». Los varios ele- mentos de ésta responden al fin co- - mun de la siguiente ae cada 306 DE LA PENA DE MUERTE —————_—__—_—————— ee uno determina un efecto especial y refuerza los efectos que determinan los otros elementos, con una fuerza de irradiacién que se extiende des- de los mas proximos hasta los mas remotos, y va disminuyendo de fuerza en proporcién del camino re- corrido. Ahora, el efecto especial consiste en provocar cada elemento respecto de si mismo la formacién del sentimiento publico que 4 él se adhiera, de suerte que entre uno y otro se establezca una perfecta con- sonancia. Si, después de lo dicho, todavia esperamos que , para crear una ins- titucién 6 realizar una reforma haya de formarse el progreso necesario — en la totalidad 6 en la mayoria de los ciudadanos , lo que queremos es - sencillamente un imposible; porque _ a aquella institucién 6 aquella refor-_ ma son justamente una fuerza indis- — pensable para empujar el progreso POR MANUEL CARNEVALB 307 eco RE y extenderlo, de una pequemia parte del pueblo, 4 confines cada vez mas vastos, hasta que, en iltimo tér- mino, comprenda ya 4 todos los cludadanos. He aqui, en el fondo, la res- puesta que dariamos 4 la supues- ta objecién y el criterio 4 que ms arriba nos hemos referido. Criterio que se refiere al tiempo en que una reforma cualquiera debe levarse 4 cabo, estableciendo que este tiempo debe preceder 4 aquel otro en que el sentimiento piblico apruebe la tal reforma, y esto en razon de un alto fin educativo. Tal criterio (1) (1) No resulta favorable 4 este eriterio, ni a las conclusiones que anteriormente hemos hecho acerca de la pena de muerte, la idea del profesor Gabba de que, para borrar esta pena. de loseédigos, debe repugnar «ila mayoria de la poblaciény. Vide Bl pro y el contra en la cuestion dela pena de muerte, Pisa, 1886 » pagi- na 156. 308 DE LA PENA DE MUERTE eee as hace que para mi no tengan yalor -para sostener y mantener la exis tencia de la pena capital, «aquellos estallidos de la indignacién popu- lary de que habla el mismo Garo- alo (1), y que indica que ciertas turbas quieren que aquella pena se_ aplique, 6la aplican ellas mismas- antes bien yo creo que estos movi- mientos indican la necesidad de abolir aquella pena. _ Y no deja de complacerme el que, al terminar las investigaciones que me he propuesto hacer en este tra- bajo, me venga 4 resultar verdade-— Ta wna idea que he sostenido en otro escrito anterior (2), ya recor- dado en varias ocasiones, y 4 la (1) Obra citada, pags. 47 y 124. (2) Sobre la pena en la escuela clisica y en la erimmologia positiva, y sobre su fundamento ra- mal, en la Revista de pilosofta cientifica, fas ulo de Agosto de 1886. Vider alicia Baa 3 POR MANUEL CaRNEVALE 309 cual, por tanto, me atengo, por dife- rentes consideraciones. Histo me da ciertatranquilidad respecto al acier- to con que he recorrido mi camino. En el escrito aludido, puse yo de relieve los dos fines de la pena, uno realy otro ideal, demostré que el limite propio de la misma es el se- eundo, que consiste en la conse- cucion de un porvenir mejor; y ad- verti que esto significa que la pena, atendiendo 4 proveer 4 la realidad actual, debe conformarse con ésta, de tal modo, que haga posible una realidad futura, mds elevada en la escala del progreso. La funcion pri- mitiva, pues, entre sus varias exi- gencias, tiene que atender 4 algu- nas que no hacen relacion al pre- sente, sino que son propias del por- yenir: y ahora resulta claro que esto no podria conseguirlo sino con el criterio que mas arriba dejamos nosotros establecido. Hste criterio 310 DE LA PENA DE MUERTE lo hemos obtenido mediante zonamiento que es distinto de } doctrina tocante al Principio sq, 7 de la pena; pero tal relacién tiene con esta doctrina, que parece a ‘ dedu- cido de ella como un gj i n Simple im ple corola~ — POR MANUEL CARNEVALE 311 un Ta por sentar una teoria de Ja juridi- cidad de las penas, con método en- teramente positivo. KH] examen eri- tico que anteriormente habiamos he- cho nos advertia, por una parte, la urgente necesidad de seguir aquel método, y por otra nos ensefiaba _ que no era muy facil su aplicacion. En medio de tales dificultades, pro- curamos colocarnos en el verdadero terreno, y hemos hecho estas tenta- tivas con gran cuidado y diligen- cla. Una vez establecida la teoria, y con sujecién a los principios que nos proporcionaba, hemos resuelto la cuestion del tltimd suplicio, lo mis- mo que habriamos resuelto la cues- tidn relativa 4 cualquiera otra pena. De este modo, al propio tiempo que se daba solucién al problema pro- puesto, se demostraba de una ma- “nera practica, y se confirmaba la teoria de la juridicidad de las penas. VIII Hemos llegado al +6 nuestros afanes. Después de haber considerado en el primero y en el Segundo capitulo las dos doctrinas contrarias 4 la pena de muerte, y después de haber _ visto cudnto se separan _ dad una y otra, Y por qué motivos ho legan 4 aleanzarle, hemos for- mulado en este tiltimo capitulo una — hueva doctrina, z rmino de de la ver- 5 Al hacerlo, hemos comenzado POR MANUEL CARNEVALE 312 Nos hemos consagrado, con pa- ciente y cuidadoso celo, al estudio que se acaba de hacer; pero nuestra vista la tenemos puesta en un sitio mas alto: en un ideal de principios y de método que tenga, si, por base, el experimentalismo, pero libre, so- bre todo libre y austero, como rée- quiere la indole de la nueva cien- cla. FIN

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