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DESDE LA PELEA

DOCTOR EN DERECHO MIGUEL ÁNGEL RODRÍGUEZ HERRERA


En exclusiva para Vallarta Opina

Para que mejor se entienda, el concepto “ajeno” significa que algo, o alguien son
impropio o extraño; que no es ni mío, ni tuyo.
Por ahí andamos diciendo, tú y yo, que: este es mi casa, este es mi carro, es mi
vida ¿y qué?, es mi cuerpo y yo sabré si aborto o no. Todo lo hemos convertido en
un mí, mí, mí…hasta el infinito. Es el mundo del mí, donde todo es tuyo y es mío.
No podemos ni tan siquiera vivir un solo instante sin tener conciencia de que esto o
aquello es nuestro.
Ese mí nos ha ocasionado muchos dolores al tratar de defenderlo de la expoliación
de los demás. Por ese mí hemos vendido el alma al diablo, declarado guerras y un
sinfín de tropelías cuyo rastro en nuestras vidas es indeleble pues pasa a ser parte
de nuestro subconsciente. Por el mí, el mundo lo hemos transformado. Es el mí,
fuente absoluta de todo sufrimiento.
Estamos tan entretenidos con lo “nuestro”, con lo tuyo y con lo mío que no hemos
advertido un verdadero axioma: nada es nuestro, nada es de nuestra propiedad, no
somos propietarios, sino, simples poseedores de las cosas. La propiedad que tanto
alegamos no es más que un concepto jurídico meramente ideal, pero, jamás real.
Es un vínculo, creado por el hombre, que le dice que una cosa es de él.
Atiende y reflexiona: ni el cuerpo que usas, la casa que habitas, todos los bienes de
que dispones, del saber que dices tuyo, estado familiar, nacionalidad, nombre, sexo,
etc. Etc. Es, decididamente, tuyo, nada de ello te pertenece. Ni eso que le llaman
“yo” es tuyo. Ese yo que dices que eres tú, no es tuyo, tú no tienes ningún yo que
sea de tu propiedad. Tú no te perteneces; ese yo que dices tener, es ajeno, no es
tuyo.
No te diste tu vida ni tu existencia por lo tanto no puedes tener un yo como tuyo
porque no hay nada tuyo. Créemelo, nada te pertenece, ni siquiera te perteneces a
ti mismo. No hay un mí o un nuestro y si el mí se inventó es por razones de utilidad,
de mera referencia. Es atormentado el hecho de reconocerlo pero esa es la verdad.
Es más, ni aún la muerte es tu muerte porque tú no hiciste a la muerte.
Todo lo que hay en ti y fuera de ti es porque lo posees y la posesión es un mero
acto de ocupación, de tener en su poder algo. Eres tú en tanto que posees un yo,
pero no eres el dueño de tu yo. Todo, todo, inmensamente todo, te fue dado en
posesión para una finalidad. Elimina de tu vocabulario, de una buena vez, los
términos; “mío, tuyo, nuestro, de él, de ellos”.
Esta extrema, pero cierta, concepción de la relación con las cosas del mundo y de
la persona respecto del hombre, nos lleva a una causa más de padecimiento
existencial, porque estamos ciertos que ni tan siquiera la existencia nos pertenece
sino que nos fue dada en posesión. Todas las cosas y todas las personas son “para”
algo o alguien.
Pero el poseer al yo no significa que ese yo sea yo mismo, es un yo ajeno. Entonces;
carezco de yo, de existencia, de todo. Soy en tanto que poseo la existencia. Vivo en
tanto que poseo la vida. Soy, en tanto que…
Y así, llegamos a una estremecedora conclusión: no soy yo, porque “mi yo” no existe
y, por necesaria consecuencia, nada me pertenece. Pensamiento que nos pone al
borde de la locura pues nada es tan angustiante que la misma nada. Todo es
inanidad, esto es, todo es vacuo, fútil.
Reflexión, ésta, que lleva al torbellino del caos existencial y vivencial. Al absurdo y
a la insanidad, al desequilibrio, al abismo total.

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