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Prólogo

Puerta del Diablo, Nevada.

Los desastres siempre venían de sorpresa, pensó Dragos.


Corría por el extraño bosque, sus latidos ensordecedores martillando en sus
oídos. Ramas de aquellas plantas y enredaderas que parecían traídas del espacio
exterior le arañaban los brazos y el rostro mientras las destrozaba como un misil
guiado.
Dragos tenía una visión bastante amplia, y sabía cómo jugar a futuro. Si veía que
algo se avecinaba, maniobraba con tiempo para evitarlo o enfrentarlo, aunque
faltaran décadas. A veces decidía ir a la guerra, pero cuando lo hacía, siempre llevaba
los costos calculados.
En siglos recientes, había empezado esa nueva herramienta que había
desarrollado, la diplomacia, y el dragón reía cínicamente para sí mientras trataba con
esas criaturas más pequeñas y débiles a su alrededor.
Estaban todos tan ansiosos de creer que eran importantes, tan crédulos al
pensar que él los consideraba iguales y tan increíblemente fáciles de manipular.
Mientras que en realidad lo único peligroso e importante de ellos eran su fuerza en
números y su habilidad de propagarse a un ritmo alarmante.
Esas situaciones no eran lo que él llamaría desastres. No, él sabía lidiar con eso, y
lo hacía muy bien.
Los desastres eran algo completamente distinto. Un desastre era un bebé
desaparecido de su cuna de repente, o una explosión en el rostro que te borraba la
mitad de los recuerdos.
O su pareja en peligro.
Ese. Desastre era una palabra demasiado pequeña para esa situación. Ese era un
apocalipsis a punto de pasar, porque si el dragón perdía a su pareja, no se limitaría a
encogerse a esperar que la muerte se lo llevara. No, el dragón incendiaría el mundo y
lo arrastraría al oscuro abismo con él, sin importarle destruir a las demás personas
que había amado alguna vez.
Dragos se castigó a sí mismo sin piedad. Esto era su culpa. Debió haber sabido lo
malo que resultaría todo y apenas lo vio venir. Las señales habían estado allí, pero él
había estado demasiado ocupado para prestarles atención.
Debió haber tomado a Pia y marcharse apenas había notado que la Muerte
rondaba Las Vegas.
La Muerte solo aparecía en persona para eventos extraordinarios.
Capítulo 1

Las Vegas, Nevada.


Dos días antes.

–Puedo bajarme sola –insistió Pia, irritada, cuando Dragos metió la mano en la
limusina.
Él se inclinó para mirarla, con una de sus cejas negras arqueada. El hotel y casino
Bellagio bullía de actividad y ellos se habían estacionado de un lado de la entrada
principal. La mitad de la limosina quedó por fuera de la sombra del gigante y
ornamentado pórtico.
La luz brillante del sol demarcaba el enorme y broncíneo cuerpo de Dragos y su
oscuro cabello con un halo de luz blanca. Este sol desértico no era en lo más mínimo
como el sol del norte de New York. Era duro y despiadado, e incluso, a pesar de la
brillante ciudad desplegada bajo el, era potencialmente letal.
Dragos no parecía estar incómodo por la diferencia de clima, y jamás necesitaba
lentes oscuros para protegerse la vista; solo los usaba para mantener una barrera
clara entre el mundo exterior y él mismo.
Era la única criatura corpórea que Pia conocía que podía ver directamente al sol
y no quedar enceguecido. Siempre que era bañado por este, parecía más vigoroso y
brillante, como si el fuego dentro del dragón reconociera el fuego del sol y se
alimentara del mismo.
Él entrecerró sus ojos dorados. –Siempre has aceptado mi ayuda.
Ella sabía que sus sentimientos no estaban lastimados. Tenía la psique más
fuerte que Pia hubiese visto en su vida. De seguro podría atropellar su psique con un
camión de doscientas toneladas y dieciocho ruedas unas treinta veces antes de
hacerle un rasguño.
No, él estaba genuinamente sorprendido.
Dándose cuenta de que estaba siendo irracional, ella respiró profundo antes de
responder. –Aceptaba tu ayuda antes porque era sexy.
Pero ahora nada era sexy para ella. Ni siquiera él.
Él miró significativamente su prominente vientre. –Pero ahora estás tan grande
que de verdad necesitas mi ayuda.
–Estoy tan grande –repitió ella con voz monocorde. De haber habido una mesa
cerca, ella se habría sentido tentada a voltearla. –Gracias por señalarme eso, Dragos.
No había notado lo inmensa que estoy. De no ser por ti, jamás lo habría notado.
Ahora, si haces el favor de quitarte del medio, sacaré toda mi enormidad por mí
misma del auto.
Él ladeó la cabeza, con una expresión calculadora, pero entonces se enderezó,
apartándose un paso de la limosina.
Pia tuvo que mecerse un par de veces para obtener el impulso suficiente para
poder salirse. La brisa seca le trajo la humedad de las fuentes del Bellagio.
Gah. Eso debió verse horrible. Se sentía tan desmañada. Eso jamás le había
pasado, ni siquiera durante su primer embarazo. Durante su primer embarazo se
había sentido hábil y poderosa, como una diosa sexual y una diosa madre combinada
en un solo paquete.
Y lo que había compartido con Dragos durante ese primer embarazo… En ese
momento todo había sido sexual y atractivo. Recién emparejados, habían quemado
las sábanas con un deseo insaciable del uno por el otro.
Antes de que Dragos pudiera abrir la boca, alzó un dedo para silenciarlo. –Ni una
palabra. Logré bajarme, y eso es lo que cuenta.
Un par de pasos detrás de Dragos estaba Eva, sosteniendo el bolso Kate Spade
de Pia, con los labios apretados y mirando a todos lados a la vez. Luego de estudiar
las expresivas facciones de Eva, Pia decidió que no quería saber lo que pensaba.
Tomó el bolso antes de hablarle por telepatía. –Tampoco quiero ni una palabra
de parte tuya, ¿entendido?
–¡Yo jamás diría nada! –las cejas de Eva se alzaron de sorpresa.
El tono mental de Eva era tan piadoso y lo que decía una mentira tan grande que
Pia no pudo evitar reírse.
Se volvió hacia Dragos. –Lamento estar tan cascarrabias.
Los ojos de él brillaron discretamente. –Estás muy embarazada –le contestó. –Y
cómo bien sabes, he leído varios libros sobre el tema. He decidido considerarte
temporalmente demente hasta que nazca el bebé.
Estaban en Las Vegas para asistir a la boda de Rune y Carling, y para viajar él se
había puesto sus pantalones de mezclilla más sencillos y una camisa negra que se le
pegaba a los músculos del pecho y los brazos como una segunda piel. Estaba lo más
desarreglado que nunca.
Pero eso no significaba que pasara desapercibido. Con sus más de dos metros,
Dragos era más alto que todos a su alrededor. Su Poder era tan intenso que brillaba a
su alrededor en un halo invisible, como el calor alzándose del pavimento. Ella había
notado un efecto parecido en otros de la primera generación de las Razas Antiguas,
aquellos que habían surgido de la propia Tierra al formarse.
Pero, por alguna razón, el Poder de Dragos se sentía más fuerte y fiero que el del
más antiguos de los antiguos que Pia había conocido. Sospechaba que tenía que ver
con su forma Wyr. El dragón era una criatura de fuego, y todos comparados con él
parecían más pequeños y pálidos.
Detrás de él, una multitud de personas se apresuraban a hacer sus trabajos. La
camioneta Cadillac que transportaba a la Dra. Medina y a Aryal, una centinela Wyr,
acababa de aparcar tras la limosina y ellas acababan de bajarse. Aryal dirigía
impacientemente a los botones y valets que apilaban los equipajes de todos en sus
carritos.
Mientras Dragos, parado en el centro, los ignoraba, con toda la atención en ella,
ellos orbitaban a su alrededor, como satélites, mientras cumplían sus órdenes.
Ella se había estado mintiendo a sí misma. Su brutal guapura y cruda
masculinidad la atraía incluso cuando se sentía hecha polvo. Él siempre era y sería la
cosa más sensual y atractiva que había visto, y jamás sutil.
No, ella era la que ya no era atractiva. Se sentía enorme, gorda y torpe, como el
gigante de malvaviscos que arrasaba New York al final de Los Cazafantasmas, y la
única manera de disimular las ojeras que ahora parecían permanentes era con
grandes cantidades de maquillaje.
Vio a una rubia alta y atractiva pasar junto a ellos. Tenía pinta de supermodelo, y
llevaba un top y unos shorts tan cortos que dejaban ver atisbos de una ropa interior
de encaje purpura. Completando el look, la mujer llevaba aretes largos, botas de
vaquero y un sombrero. Se le quedó mirando a Dragos con un deseo tan evidente
que tropezó con un arbusto, le pidió disculpas distraídamente y no le quitó la vista
hasta desaparecer por la puerta.
Mientras tanto, Aryal se aproximó a Dragos y hablaron en voz baja. Dragos jamás
notó a la rubia y sus ridiculeces.
Pia no sabía si gruñir o reírse. ¿Ambos, quizás?
Se frotó el rostro, luchando por controlar sus emociones descontroladas. Dragos
era indisputablemente suyo. Estaban casados, y unidos de esa manera especial y
única que tenían los Wyr.
Aun así, la parte de ella que había perdido aparentemente todos los tornillos le
susurró que su unión solo aseguraba que estarían juntos por el resto de sus vidas. No
decía nada sobre fidelidad sexual o amor eterno.
Mientras tanto, el protocolo de medicamentos que tenía que tomar para poder
llevar a término seguro su segundo embarazo había hecho estragos con su sistema
inmune. Con su primer bebé, había ganado solo el peso estrictamente necesario.
Incluso a los ocho meses de embarazo, habría podido correr por kilómetros, un
talento particular de su forma Wyr.
Esta vez había ganado muchísimo más peso, y Apestosín ni siquiera nacía. El solo
pensar en correr la hacía querer echarse a dormir, y una ansiedad perpetua la
picoteaba a cada rato, como ratones mordiendo los cables eléctricos de una casa. Se
sentía deslucida y de un mal humor terrible. No tenía ni idea de lo mucho que su
autoestima estaba basada en su apariencia hasta que se le había desmejorado.
–Además –continuó Eva, con una chispa divertida en la voz. –De haber dicho
algo, habría sido en tu defensa. Estoy de tu lado.
Pia alzó la mirada, sorprendida. Había estado tan preocupada con sus propios
pensamientos miserables que había olvidado que conversaba telepáticamente con
Eva. Su memoria y atención también habían sido víctimas de este embarazo. –¿De
verdad?
Eva asintió discretamente. –Puede que se haya leído un montón de libros del
embarazo, pero eso no lo hace ningún experto. Nadie debería decirle a la mamá de su
bebé que está demasiado grande para bajarse de un auto por sí misma. Los hombres
realmente son de Marte, supongo.
–Puede que los hombres sean de Marte –dijo Pia. –Y puede que las mujeres sean
de Venus, pero Dragos es un planeta por sí mismo. Mira como todo gira a su
alrededor. En el Planeta Dragos, todo debe ser como él lo ordena, a menos que
decidas enfadarlo. Y si lo haces, que Dios te ampare, porque él no sabe cómo
retractarse ni rendirse.
Ella había estado intentando sonar despreocupada y graciosa, pero el
comentario terminó sonando un poco más duro de lo esperado.
–¿Todavía pelean? –preguntó Eva.
–Sip –pudo sentir como Eva trataba de estudiarle el rostro, pero se negó a
voltearse. –No quiero hablar al respecto.
Luego de un corto silencio, Eva respondió. –Bien, te entiendo, pero si alguna vez
quieres hablar, no olvides que estoy aquí.
–Gracias –Pia trató de sonreír, pero temió que saliera torcida.
Dragos le tocó ligeramente el brazo. –Tengo que hablar con Aryal, pero no hay
razón para que te quedes en el calor mientras resuelvo esto. ¿Por qué no vas adentro
donde está más fresco?
–Suena bien.
Pia volteó en la dirección en la que había desaparecido la supermodelo mientras
se dirigían a la puerta principal del hotel, pero la mujer había desaparecido por
completo.
Un brillo repentino llamó su atención. Alzó la mirada para ver la efigie de Dragos
en un cartel rodeado de luces de colores.
Espera, ¿qué?
Distraída de sus pensamientos oscuros, pudo estudiar mejor el cartel cuando
una afortunada nube cubrió el sol por un momento. La fotografía era de un lujoso
club nocturno, con luces blancas y doradas y ramos de rosas rojas.
La poderosa figura de un hombre se hallaba en el escenario. Tenía un traje negro
y estaba medio volteado. Miraba a la cámara por encima de uno de sus poderosos
hombros, con una mano extendida como si invitara al público a unírsele. En una
esquina decía: Ultimo Baile, The Midnight Lounge, Riverview Hotel & Casino.
No era Dragos. No podía serlo. Tenía el mismo cabello negro, pero era más
delgado. Lo único que podía realmente atisbar en su delgado rostro era el brillo de
sus ojos verdes.
–Qué extraño –murmuró. –Dragos, ¿sabes quién es ese? Se parece a ti.
Dragos había estado mirando distraídamente a Aryal, quien discutía
avivadamente con alguien por teléfono. Volteó inmediatamente a ver en la misma
dirección que Pia y frunció el ceño.
–No es nadie –dijo Dragos. –Ignóralo.
Aryal se le acercó entonces, pasándole el teléfono con un bufido. –Háblale tú, yo
ya no puedo más.
Dragos miró el cartel una vez más antes de tomar el teléfono e inclinarse para
besar la mejilla de Pia. Le dijo: –Esto puede tardar un rato.
–No hay problema –dijo Pia, alzando la cabeza hacia él. No había respondido
realmente a su pregunta, ¿verdad?
La sensación de sus labios cálidos perduró sobre su piel mientras él se llevaba el
teléfono al oído y caminaba hacia Aryal. La nube que tapaba el sol pareció hacerse
más densa.
Dragos pasó detrás de ella. Le susurró al oído. –¿Por qué no vienes a verme?
Espera, no. Esa no era la voz de Dragos.
Dragos ni siquiera estaba detrás de ella. Lo había visto alejarse mientras hablaba
con quien sea que hubiese sacado a Aryal de sus casillas.
Pia miró a su alrededor, buscando al hombre alto de cabello oscuro que le había
hablado al oído.
No había nadie tan cerca. Eva no había notado que Pia se había detenido a
hablar con Dragos y había continuado a las puertas principales del hotel, donde
esperaba la Dra. Medina. Pia estaba sola en el pórtico.
El día volvió a aclararse. Al mirar arriba, solo pudo ver un perfecto cielo azul.
Quizás el calor desértico empezaba a afectarla. Quizás había alucinado todo.
¿Lo creía?
Sacudió la cabeza. Nope, claro que no.
Con los labios apretados, se dirigió hacia Eva y la Dra. Medina. –No tenemos
nada hasta la recepción de la boda esta tarde. Carling probablemente duerme en
este momento, y en todo caso no es de buena educación molestarla a mitad del día a
menos que sea una emergencia: a los Vampyres no les gusta eso. Estoy segura que
Rune anda por aquí, haciendo lo que sea que hacen los hombres en Las Vegas el día
antes de su boda. ¿Alguien quiere irse de paseo mientras tanto?
–Sabes que yo si –dijo Eva.
–Bueno, tú estás obligada a venir –Pia le dio a la otra mujer un empujoncito
amistoso con el hombro. –Eres algo así como mi guardaespaldas, ¿recuerdas?
Eva le devolvió el empujoncito con una sonrisa. A pesar de lo mal que se habían
llevado luego de conocerse, se habían vuelto buenas amigas.
La Dra. Medina las miró, sonriendo. –Yo paso. Luego de revisarte tengo que
llamar a algunos pacientes.
La sonrisa de Pia se desdibujó, pero revisiones diarias con la Dra. Medina y su
asistencia en este viaje eran parte del acuerdo al que había llegado con Dragos luego
de su peor discusión hasta la fecha.
Así que sonrió. –Bien, vamos a ello.
Dos de su guardia ya habían completado el proceso de check–in y habían subido
a revisar las suites, y Pia, la Dra. Medina y Eva se dirigieron a la Torre Spa. El Bellagio
era un lugar enorme, así que fue una buena caminata.
Luego de llegar a la lujosa suite del penthouse, la Dra. Medina revisó la presión
sanguínea de Pia, los latidos de su corazón, hizo un escaneo mágico del bebé y
entonces le suministró a Pia la dosis de medicina que indicaba su tratamiento.
–¿Todo bien? –preguntó Pia cuando terminó la doctora.
–Todo está perfecto. Diviértanse paseando, chicas –dijo la doctora con una
amplia sonrisa antes de marcharse.
–Gracias.
Aunque ya le habían dado el visto bueno, ella vaciló, dividida.
Carling y Rune habían reservado todo un piso de la Torre Spa para los invitados
de su boda, los cuales estaban llegando lenta pero seguramente.
De los centinelas originales de Dragos, Aryal había venido directamente con
ellos, y Bayne, Graydon y su esposa Beluviel llegarían en un par de horas. Los dos
centinelas nuevos, Alexander y el marido de Aryal, Quentin, se habían quedado en
New York, mientras que Tiago y su compañera Niniane, estaban en Adriyel y no
podían asistir.
Rune y Carling también tenían amigos de Florida que ya habían llegado o
estaban por llegar; Duncan y Seremela, Grace y Khalil, y Claudia y Luis pero Pia a ellos
no los conocía tan bien.
Parte de ella sentía que debía quedarse y socializar, pero la otra…
La otra parte no quería las caras que pondrían al ver lo mucho que ella había
cambiado.
Tendría que enfrentarlos de todas maneras esta tarde. Mientras tanto, se daría
permiso de evitarlo todo.
Le escribió una notita a Dragos en la papelería del hotel, dejándola en un lugar
prominente cerca de la entrada. Entonces agarró su bolso y se dirigió a Eva. –
Salgamos de aquí.
–¿A dónde vamos?
–Al casino Riverview.
Capítulo 2

Quince minutos después, Pia y Eva entraron al Riverview. Como todos los demás
casinos y hoteles de Las Vegas, el Riverview brillaba con sus luces cegadoras y cosas
de lujo; pisos de mármol, techos altos, y obras de arte magníficas.
Pero a diferencia de los otros casinos y hoteles, el Riverview le pertenecía por
completo a una compañía de las Razas Antiguas, Northen Lights, perteneciente a la
Reina del Clan de los Fae de la Luz, Tatiana.
Mientras que en otros lugares las Razas Antiguas eran minoría, aquí eran la
mayoría. Meseros Demonkind les pasaron por al lado, llevando enormes bandejas de
bebidas. No muy lejos, una medusa jugaba en tres máquinas distintas, sirviéndose de
las serpientes en su cabeza para jalar de las palancas a la vez. Pia se le quedó
mirando, fascinada.
–Ah, Las Vegas –dijo Eva mientras cruzaban el salón. –El Cirque du Soleil, Cher,
Ricky Martin, Paul Simon… Tantas cosas divertidas que hacer y tan poco tiempo.
¿Sabes que a los Vampyres les encanta el cielo falso del Venetian Resort? Tienen
paseos en góndola por el Gran Canal y es todo bajo techo. ¿Quieres ir a jugar a las
máquinas?
–¿Qué? –al mirar a la otra mujer, Pia cayó en cuenta de que Eva se había fijado a
donde miraba. Probablemente estaba siendo maleducada al mirar de esa manera,
pero la medusa estaba completamente concentrada en su juego. –No me gusta
apostar.
–Oh, vamos. Vive un poco –la tentó Eva. –Podría conseguir algunas fichas para ir
a probar suerte en las mesas.
Pia se echó a reír. –Todavía recuerdo lo duro que era trabajar para ganarme el
dinero. No me sentiría cómoda desperdiciándolo en la ruleta o en el blackjack.
–Apuesto a que Dragos no estaría desperdiciando el dinero –Eva sonrió. –Me
encantaría ver a ese dragón jugando póker.
–Eso no pasará aquí –le dijo Pia. –Dragos tiene prohibido apostar en Las Vegas.
Es demasiado bueno contando cartas, y nadie con algo de sentido común se sentaría
a jugar póker con él. Solo puede ver los shows y asistir a la boda de Rune y Carling.
Eva se echó a reír. –Oye, jamás me dijiste por qué quisiste venir al Riverview en
lugar de pasear por el Bellagio.
–Busco el Midnight Lounge. Hay un show llamado Último Baile que quiero ver –
al mirar, encontró la señal adecuada. –Es por aquí, al final del pasillo.
Eva se apresuró a seguirle el paso. El entrar en el Midnight Lounge fue un poco
decepcionante. A pesar de que era sin lugar a dudas el lugar fotografiado en el cartel,
no tenía nada de la magia del retoque fotográfico. El lugar estaba vacío y oscuro, con
solo un par de ghouls limpiando la barra y trapeando el suelo.
–Puede que Las Vegas nunca duerma, pero tienen que trapear el suelo de vez en
cuando –Eva miró a los ghouls con una sonrisa.
Pia frunció el ceño. El maldito tratamiento no solo acallaba su sistema inmune,
también su habilidad de sentir magia, activa o residual. –¿Puedes sentir algo? –
preguntó. –¿Poder residual o magia?
–Nada fuera de lo normal. Chispas aquí y allá, gente, objetos mágicos. Viene y
va. Hay campos de contención mágica en todos los casinos para que los jugadores no
puedan comunicarse telepáticamente o hacer trampa con cualquier hechizo –Eva la
miró pensativa. –¿Por qué? ¿Qué buscas?
–Cualquier cosa –Pia se encogió de hombros. –Algo raro me pasó en el Bellagio.
Y había alguien parecido a Dragos en la publicidad de este show. Cuando le pregunté,
me dijo que no era nada y que lo ignorara.
Eva alzó una ceja. –Así que naturalmente viniste corriendo.
Al escucharlo así, Pia se sintió algo avergonzada. –También quería huir del hotel.
–Dijiste que algo raro te había pasado –Eva frunció el ceño, mirando a su
alrededor con los brazos en jarra. –Eso no me gusta, pero no veo ni siento nada de
peligro.
–Quizás no sea algo necesariamente malo. Mira nuestras vidas: son un momento
raro tras otro –Pia se dirigió al ghoul de la barra, quien estaba en ese momento
descargando el lavaplatos y colocando los vasos limpios en los estantes. –Disculpe,
¿todavía están pasando Último Baile?
Él se encogió de hombros. Como todos los ghouls, tenía un rostro alargado y
apesadumbrado. –Si. Quizás. La verdad no lo sé, acabo de regresar de mis
vacaciones. Luego de tanto tiempo trabajando aquí, los shows comienzan a
parecerse, ¿entiende?
–Supongo que sí –divertida, volteó a mirar a Eva, quien se había acercado al otro
ghoul.
–Hola, amigo –dijo Eva. –¿Hay alguien en los vestidores?
Él vaciló, apoyándose en su trapeador como si estuviese demasiado cansado
para enderezarse por completo. –Puede que si.
Eva le entregó un par de billetes de veinte. –¿Podrías mirar? Si queda alguien,
nos gustaría hablarle.
–Bien –respondió él, metiéndose los billetes en el bolsillo y arrastrándose tras
bastidores.
Mientras esperaban, Pia se subió al escenario para verlo mejor. Estaba decorado
como en la fotografía, con largas vasijas negras llenas de rosas. De manera impulsiva,
ella subió los tres escalones. Había una trampilla en el centro del gastado suelo.
Al contemplar el lounge desde su nuevo punto de vista privilegiado, las luces del
escenario se encendieron de pronto. La potente luz blanca la cegó, mientras que el
resto del lounge se vio envuelto en sombras.
–Perdón, ¿fui yo? –exclamó ella, alzando las manos para cubrirse los ojos.
Desde la cubierta de sus dedos pudo ver la silueta de Eva esperando junto a una
mesa. La figura ensombrecida de un ghoul se le acercó, y conversaron. Ambos
parecían estar muy lejos, y ninguno le prestó atención a Pia.
–¿Eva? –preguntó ella cautelosamente. Uno de los deberes de Eva era prestarle
atención a Pia todo el tiempo, especialmente cuando la llamaba. –¡Eva!
La otra mujer parecía no escucharla en lo absoluto. Y eso era muy raro, y muy
malo.
Oyó unas fuertes pisadas junto a ella, y un hombre alto se detuvo junto a ella. Al
mirarlo, a Pia se le aceleró el corazón.
Tenía un rostro severo, muy parecido al de Dragos, y tenía el mismo cabello
negro, hombros anchos y boca sensual y fuerte.
–Saludos, Pia Giovanni Cuelebre –dijo. Su voz era profunda y extrañamente
familiar.
Los músculos de sus piernas se tensaron, preparadas para echar a correr. No
podía sentir nada de él, nada de peligro, ni magia. Nada de Poder. Pero Eva no le
respondía, y este hombre sabía su nombre completo.
–¿Te conozco? –le preguntó, dando un cauteloso paso atrás.
–Yo te conozco a ti. Estuvimos muy cerca de conocernos una vez –volteándose a
mirarla, el hombre sonrió. Tenía los ojos verde brillante. –Estabas embarazada de tu
primer hijo entonces. Él te salvó la vida, casi a expensas de la suya propia.
Eso le aceleró aún más el corazón. Nadie, excepto Dragos, sabía lo que su
cacahuate había hecho en ese entonces, cuando ella había sufrido una herida casi
mortal. –¿Cómo sabes eso? –susurró.
Él era mucho más guapo que Dragos, para ser sincera. Con un extraño
magnetismo. Pero su sonrisa escondía el mismo tipo de peligro. –De la misma
manera en la que sé que tu madre te ama muchísimo. Te dijo que podías irte con ella
si querías, ¿recuerdas?
La impresión le adormeció las manos y los labios, como si los hubiese sumergido
en agua helada. –No le conté eso a nadie, ni siquiera a Dragos. ¿Quién eres?
–Puedes llamarme Rael, si quieres –él se metió las manos en los bolsillos,
volteándose a ver el lounge vacío.
Algo se le ocurrió entonces, algo tan vasto e impresionante como un océano. No
podía ser, pero… tantas cosas en su vida eran descabelladas. Raras.
–Rael, como diminutivo… –le tembló la voz, y tuvo que tragar saliva para
continuar. –¿Cómo diminutivo de Azrael?
Él no lo negó, ni lo confirmó. Como una montaña, él solo existía. –¿Sabes? Todo
el mundo se sorprendió tanto contigo cuando Dragos te tomó como pareja. Era lo
último que todos esperaban. Le enseñaste a amar a otra cosa que no fuera él mismo,
pero hace mucho tiempo, y durante muchos siglos él fue conocido como la Gran
Bestia. La Gran Bestia se hizo de poderosos y longevos enemigos mortales, y ellos lo
recuerdan todo. Jamás olvides, Pia Giovanni Cuelebre: tú y tus hijos son su más
grande triunfo, pero también eres su más grande debilidad.
Si, eso ya lo había escuchado antes. Lo dejó de lado para enfocarse en lo más
importante ahora.
–Mi mamá –suspiró Pia. –¿Puedes… me dejarías por favor hablar con ella?
Él negó con la cabeza. –Ella no está aquí, Pia.
–Pero entonces si lo estaba.
–Entonces estabas lo suficientemente cerca de morir para escucharla.
–¿Es eso lo que necesito hacer para volverla a escuchar?
Volteándose, la Muerte le volvió a esbozar una de sus sonrisas peligrosas. –
¿Quieres volverte a acercar a la muerte para averiguarlo?
–Supongo que no –susurró ella.
Sus pensamientos se hicieron añicos. A menos que estuviese alucinando, estaba
realmente conversando con uno de los Poderes Primigenios del mundo. Las
preguntas y los miedos se agolparon unos encima de otros.
–¿Por qué? ¿Cómo es que eres una sola persona? ¿No hay gente muriendo por
todo el mundo?
Él alzó una ceja oscura. –No todos requieren de mi presencia personal.
Eso no respondía nada. –¿P… por qué te pareces a Dragos? ¿Y qué haces aquí,
hablando conmigo? –le preguntó.
–Oh, vamos –comentó él. –Tú más que nadie debería saber lo cercanamente
relacionados que están el dragón y la muerte. Y la razón de mi visita… eso lo sabrás
pronto. Tendrás que tomar decisiones desagradables, y mucho va a depender de lo
que tú y los tuyos decidan hacer justo ahora.
–¡Pia! –la penetrante voz de Eva la obligo a voltear. La otra mujer se había
acercado al borde del escenario. –Aquí no hay nadie. ¿Qué quieres hacer?
–Eso no es verdad. Estaba… –dejó la frase sin terminar al darse cuenta de que el
hombre junto a ella había desaparecido.
–¿Estabas qué? –Eva la miró, preocupada. –¿Qué pasa? Estabas como perdida.
Escuchó el sonido de su propia respiración. Le pareció que un parpadeo le
tomaba miles de años.
¿Qué pasa? Solo conversaba con la Muerte, quien aparentemente es pariente
cercano de mi marido. Nada fuera de lo normal.
No sabía que Dragos tuviese familia, más allá de sus centinelas. La Muerte jamás
se ha aparecido en alguna celebración familiar, o ha traído regalos a los niños.
Vamos, Pia, regresa.
Justo cuando Eva estaba a punto de subirse al escenario de un salto, Pia pareció
regresar a la realidad. Al recuperar el uso de sus extremidades, corrió a las escaleras.
–No es nada –dijo. El explicar todo lo que le había pasado tomaría demasiado
tiempo, y no estaba preparada para explicarlo con palabras. No todavía, y
probablemente no sin mucho alcohol encima. –Debemos regresar al Bellagio.
–Claro –Eva sonaba relajada, pero su mirada escudriñaba todo con atención. –
¿Estás bien? Parece que viste un fantasma.
–Quizás así fue. No quiero hablar de ello –lo único que sabía era que necesitaba
ver a Dragos.
Solo tenían un par de años juntos. Su matrimonio y relación en general era
bastante nueva, a pesar de que su hijo mayor, Liam, se había ido a la universidad
recientemente. Eso se debía a que él era un ser intensamente mágico que crecía a
pasos agigantados, casi como la primera generación de las Razas Antiguas. De ser un
chico normal, todavía sería prácticamente un bebé.
Aun así, ella y Dragos habían enfrentado más de un conflicto durante su corto
tiempo juntos, los suficientes como para que Pia se preguntara más de una vez
exactamente con quién demonios se había casado.
Ahora su pregunta había cambiado.
Ya no era cuestión de quién fuera él, sino qué.
La necesidad de conectarse con él fue tan intensa que intentó hacerlo de
manera telepática. La mayoría de los seres con telepatía solo podían comunicarse a
unos cuantos metros, pero Dragos podía hacerlo a casi un kilómetro a la redonda.
Solo recibió silencio. Ya se había olvidado de lo que Eva le había contado, lo de
los campos de contención mágica en los casinos.
Al dejar el lounge y recorrer el salón de apuestas del Riverview, un alto hombre
de cabello oscuro las acompañó.
La Muerte dijo: –Llámame cuando quieras. Considérame a tu servicio durante
estos días.
Sintió que los ojos le escocían al voltear. No había nadie junto a ella. Solo Eva,
quién caminaba demasiado cerca. Había una tensión en la mandíbula de Eva que
dejaba saber que no estaba tan relajada como aparentaba.
Pia se escuchó a sí misma decir. –Creo que no estoy bien.
La reacción de Eva fue cálida e inmediata. Rodeándole los hombros con un
brazo, le habló con dulzura. –Lo estarás. Apenas y abordemos un taxi, llamaré a la
doctora. Y a Dragos. Todo estará bien, cariño.
Eva creyó que su malestar era físico, y Pia no se molestó en corregirla. Quizás si
había algo mal con ella y acababa de alucinar todo lo demás. O quizás había una
explicación perfectamente razonable. Al aproximarse a las puertas del casino, se
permitió creer que todo realmente estaría bien.
Hasta que un nutrido grupo de personas atravesó las puertas, dirigiéndose a
ellas.
La líder era una alta y musculosa mujer Elfa. Una fea cicatriz blanca surcaba su
rostro espléndido. La acompañaban seis, todos en uniformes prácticamente militares
y armados.
–Esto no me agrada en lo absoluto –masculló Eva por lo bajo. –Ok, Pia, marcha
atrás. Hay que llamar a seguridad.
Pia trató de obedecer, sintiéndose como si nadara en fango. De lo que sea que
se tratara esta futura confrontación, ni ella ni Eva escaparían. Por el rabillo del ojo
pudo ver un logotipo en uno de los uniformes: Seguridad Puerta del Diablo.
Los seis soldados las rodearon casi inmediatamente. La mujer elfa se les acercó,
sonriendo. –¿Pia Cuelebre? Oh, mira lo embarazada que estás. Eso es maravilloso. Mi
día es cada vez mejor.
Con un movimiento demasiado rápido para el ojo humano, Eva desenfundó su
glock y la apuntó a la cabeza de la mujer elfa. –Atrás, imbécil.
Los soldados desenfundaron inmediatamente sus armas, todos apuntando a Eva.
El miedo se clavó como una estaca en el pecho de Pia. No estaban bromeando.
–Eva –susurró Pia. –Baja la pistola.
–Ni en sueños –la expresión de Eva se tornó hosca. Le gruñó a la elfa. –¿Quieres
hacerlo? Hagámoslo todos al mismo tiempo. Ellos me disparan. Yo te disparo a ti.
Claro, estaré muerta, pero tú también lo estarás. No sé quién eres, y no me interesa
averiguarlo. Nos regresamos al casino, así que salte de en medio.
–No tenemos tiempo para heroínas suicidas –dijo la elfa. Volvió a mirar a Pia y su
sonrisa se intensificó. –Guarden las armas –ordenó a los soldados.
Ellos obedecieron. Pia miró a su alrededor. Los soldados esperaban atentos, los
ojos fijos en la elfa, quien se dirigió a Pia. –Listo, ¿ves? No habrá nada de violencia,
solo decisiones.
Decisiones… justo como Azrael le había advertido. El corazón de Pia se aceleró.
Ignorando a Eva, quién no había bajado su arma, la elfa alzó un teléfono celular,
acercándose para que Pia lo viera mejor. –Me llevé a una amiga tuya, Carling
Severan. Puedes verla por ti misma.
No pensaba poder sentir más miedo del que ya sentía, pero al parecer era
posible. Contempló la pantalla ofrecida.
No era ninguna foto, sino un video en vivo. Miró a la hermosa mujer
inconsciente en el suelo desértico. Era indiscutiblemente Carling, con su brillante
cabello rojo despeinado. Estaba amarrada con algo que parecía alambre plateado y
tenía una flecha de plata clavada en el pecho.
Había por lo menos dos personas con Carling. Una era visible de la cintura para
abajo, apuntando a la cabeza de Carling con una ballesta, mientras que la otra
filmaba la escena con un teléfono.
–Si no vienes conmigo ahora –dijo la elfa en voz baja. –Él le disparará. ¿Salvarás
la vida de Carling o la verás morir?
Ninguna flecha ordinaria era capaz de lastimar a un Vampyre de la edad y la
fuerza de Carling, y la plata ordinaria no sería capaz de apresarla. Carling era una de
las hechiceras más poderosas del mundo, pero esta mujer había logrado capturarla.
Y Rune estaba emparejado con ella, indisputablemente emparejado de por vida.
Su boda en Las Vegas era simplemente la proverbial cereza del pastel. Si Carling
moría, Rune moriría con ella. Era así de simple.
Pia alzó la vista para enfrentar la mirada intrépida y casi felina de la elfa. Esa
mujer ya estaba muerta, por supuesto, pero quedaban algunas interrogantes. ¿Cómo
moriría exactamente y a cuantas personas estaba dispuesta a llevarse consigo?
–Iré contigo –dijo Pia.
–¡No! –le espetó Eva, apretándola contra sí. –¡De ninguna manera!
Mientras protestaba, uno de los soldados se le acercó por detrás, golpeándole la
sien con la cacha de su pistola. Eva se desplomó, inmóvil.
–Ok, quizás solo un poquitín de violencia –dijo la elfa, encogiéndose
despreocupadamente de hombros. Al teléfono, dijo: –No le dispares todavía. Drénala
para debilitarla en caso de que despierte.
Al Pia intentar caer de rodillas para auxiliar a Eva, dos de los soldados la
agarraron por los brazos, forzándola a permanecer de pie. Quiso gritar, furiosa.
En lugar de ello, dijo en el tono más seco que pudo. –Esto no terminará bien
para ti.
La elfa se echó a reír. –Bueno, veremos cómo van las cosas. Aquí en Las Vegas,
hay que saber lanzar los dados. Vamos al techo –le dijo a los demás. –¡Muévanse!
El techo. Eso quería decir que tenían un helicóptero esperando. A Pia se le fue el
alma a los pies.
Se volteó mientras caminaban a los elevadores. Un par de personas corrían hacia
la postrada Eva. Uno de ellos pidió ayuda a gritos y un guardia uniformado apareció
enseguida. Lo último que vio al cerrarse las puertas del elevador fue al guardia
hablando por su radio.
La confrontación había tomado un minuto o menos, y ninguno de los guardias se
había dado cuenta de que un secuestro estaba siendo llevado a cabo.
Pia miró el logo en el uniforme de uno de sus secuestradores. –¿Qué hay en la
Puerta del Diablo? –preguntó.
–Tu futuro –respondió la elfa.
Capítulo 3

La discusión de Aryal con el comisionado de infraestructura de New York escaló


al punto que Dragos tuvo que conversar con el alcalde, en un diálogo lleno de
dolorosa buena educación.
El alcalde había sido ameno a las iniciativas de Dragos en el pasado, incluso
presto a complacer. Su renuencia a asociarse públicamente con Empresas Cuelebre
en la construcción de un nuevo estadio deportivo denotaba que no todo iba tan bien
como de costumbre.
El alcalde no era precisamente una personalidad arrolladora, pero su experiencia
política lo hacía una veleta decente. Siempre volteaba en la dirección del viento, y
durante estos últimos meses el viento no había soplado en favor de las Razas
Antiguas.
No importaba que el estadio prometiera traer grandes cantidades de dinero con
sus eventos deportivos y de entretenimiento. El clima político entre los humanos y
las Razas Antiguas se había tornado frío y poco amigable.
–Necesitamos parar esta discusión de momento –dijo Dragos finalmente. –
Tengo otros asuntos que atender.
–No hay problema –dijo el alcalde, con un alivio mal disimulado. –Yo también
tengo una reunión urgente. Quizás podamos hablar de esto en otro momento, y ver
si hay algún otro grupo de inversionistas humanos interesados en el proyecto.
Dragos no se molestó en despedirse. Simplemente apretó el botón de Colgar y le
regresó el teléfono a Aryal. –Acaba con el proyecto –le dijo. –Terminé.
Escuchó lo que acababa de decir. Terminé. Tenía un cierto tono de finalidad, y le
pareció que cubría mucho más que el proyecto del estadio. Pero ahora no tenía
tiempo de analizarlo.
Aryal hizo una mueca. –¿Seguro? Invertiste mucho dinero en la planeación.
–No me importa.
Ella se encogió de hombros. –No me sorprende. El proyecto estuvo perdido
desde el momento en que me lo diste. Sabes que soy mucho mejor investigando. No
tengo la paciencia para toda esta basura política.
Dragos lo sabía, pero todos sus otros centinelas estaban cubriendo temas fuera
de su área de experticia, cubriendo el espacio dejado por la muerte de Constantine.
Ya habría seleccionado a un séptimo centinela, pero su hijo, Liam, le había suplicado
que le diera un año para prepararse para la competición. Y en contra de sus mejores
instintos, había aceptado.
–Ya no importa –le dijo secamente. –Así que olvídalo.
La verdad era que jamás había estado completamente comprometido con el
proyecto. En papel, parecía una oportunidad lucrativa, pero en realidad su mente
estaba ocupada con otro de sus proyectos.
Estaba mucho más interesado en su plan de construir una nueva comunidad en
la Otra tierra que se conectaba por el corredor al norte de New York. Había iniciado
ese proyecto para tener un lugar seguro para el clan Wyr en caso de que las
relaciones de la Humanidad y las Razas Antiguas se tornaran demasiado difíciles.
Pero lo que había comenzado como un plan de contingencia se había vuelto
rápidamente una obsesión.
Durante los últimos días, prácticamente no dejaba de pensar en esa extensión
de territorio virgen. Era inmenso, casi del tamaño de Groenlandia. Había enviado dos
expediciones, y de momento solo había hallado tres corredores más que conectaban
a otra parte de la Tierra y a Otras tierras.
En solo pensar en ese lugar le traía una sensación de libertad y oportunidad que
no había sentido en mucho tiempo. Pero en lugar de enfocarse en eso, se había
distraído con el proyecto del estadio.
No podía evitar sentir que había estado haciendo muchas cosas mal
últimamente, siguiendo hábitos y patrones de pensamiento antiguos. Trabajando en
las cosas equivocadas, perdiéndose de señales vitales. Diciendo las cosas
equivocadas. Frunció el ceño, mirando el cartel que le había señalado Pia antes, y
entonces miró a su alrededor. Su grupo ya había desaparecido.
–Ahora que ya acabó ese horrible asunto, voy a buscar a Rune –dijo Aryal. –
Tengo un antojo terrible de darle un puñetazo. Además que hay que decidir a donde
iremos por su despedida de soltero luego de cenar.
–Mándame un mensaje cuando decidan –respondió él. –Voy a la habitación.
Ella le dio un pulgar arriba. Al separarse, Dragos no pudo evitar sentir que algo
estaba terriblemente mal.
No es nadie, ignóralo. Respuesta equivocada.
Estás tan grande que ahora si necesitas de mi ayuda. Comentario equivocado.
No había necesitado ver el dolor que había oscurecido los ojos de Pia para darse
cuenta de que el comentario había estado mal. Lo había sentido apenas salieron las
palabras de su boca. Ella si estaba lo suficientemente gorda como para necesitar su
ayuda, y de hecho había estado bromeando al respecto durante los últimos días.
Ahora bien, aunque Dragos jamás ganaría ningún premio por su comprensión del
género femenino y su comportamiento, empezaba a sospechar que los chistes de Pia
sobre sí misma no eran chistes de verdad, sino un intento de ocultar algo más grave.
Este embarazo estaba acabando con ella; con ambos.
Quería gruñir y arrancarle la cabeza a alguien. Quería destrozar esa sensación de
malestar que parecía pisarle los talones, pero no tenía un cuerpo físico. Y más que
nada necesitaba abrazarla y disculparse por ser un idiota insensible. Besarle el cuello
y sentir su cuerpo apretado contra el suyo mientras escondía el rostro en su cabello.
Lo primero que notó al entrar a la suite fue una terrible sensación de vacío.
Había una nota doblada en la mesita de la entrada.
Me fui a pasear. Regresaré pronto. Diviértete con Rune :) Te amo. P.
Mientras la leía, mesó una esquina pensativamente. ¿Por qué le había dejado
una nota en lugar de escribirle directamente? Alzando el papel, inhaló. Olía a ella, y
su olor también estaba mal. La medicina que tenía que tomar diariamente para
salvar la vida del bebé había cambiado su química corporal.
Dobló la nota cuidadosamente y se la guardó en el bolsillo mientras trataba de
buscarla por telepatía. No hubo conexión. En Las Vegas eso no era de extrañarse,
pero a él jamás le había gustado tener alguna de sus habilidades suprimidas.
Sacó su teléfono y escribió, ¿Qué decidiste hacer? ¿Cuándo regresas? Y luego de
vacilar un momento, agregó, Y soy un imbécil. Lo lamento.
Entonces, mientras esperaba respuesta, salió de la suite y se dirigió a dónde
esperaban Rune y los demás.
Los encontró en unos de las lujosas habitaciones de apuestas privadas del
Bellagio. Aryal le mandó la información cuando estaba en el elevador. Al entrar, se
encontró con Rune, Aryal, Claudia, Luis y Duncan sentados en la mesa de póker.
Los atendían tres hermosas mujeres, dos de las cuales estaban pegadas a los
hombros de Rune mientras que la tercera repartía las cartas. La prometida de
Duncan, Seremerla, se sentaba junto a él, más no participaba en el juego.
Todos saludaron alegremente a Dragos. Este estudió más detenidamente el
rostro atractivo de Rune. El grifo tenía el cabello alborotado, como si alguien se lo
hubiese acariciado, y su piel se había oscurecido; parecía que… ¿estaba sonrojado?
–De verdad, no hay necesidad –le dijo forzadamente a las hermosas mujeres
aferradas a él. –Ambas son muy hermosas. Lo que sea que ella les haya pagado, yo
les daré el doble para que se detengan.
Aryal y Seremela se rieron con más fuerza.
–Oh, cariño –le dijo Aryal a la mujer más cercana, en tono seductivo. –Está bien
si él no te quiere. Yo si. Mi pareja está lejos, en New York y mi regazo se siente frío.
Dragos ahogó una sonrisa. –¿Qué sucede?
–No quieres saber –masculló Rune.
–Si, si quiero –Dragos se metió las manos en los bolsillos, meciéndose sobre sus
talones mientras esperaba una explicación.
–Pues yo no quiero hablar de ello –mientras Rune hablaba, una de las mujeres le
rodeó los hombros con un brazo. Él se lo sacudió, diciéndole. –¿Acaso eres un pulpo?
¿Cuántos brazos tienes, y dónde demonios estabas cuando yo era soltero?
Un Duncan risueño le explicó a Dragos. –Carling y Rune llegaron por separado.
Ella llegó anoche.
–También dormimos en habitaciones separadas hasta después de la boda –dijo
Rune, evidentemente frustrado. –Aunque no sé por qué accedí a eso… ¡señoritas,
por favor!
–Accediste porque creíste que algo de abstinencia sería sexy, pero ahora te
arrepientes –Aryal se echó a reír. Le dijo a Dragos: –Carling le dejó unas cuantas
trampitas a Rune antes de irse a dormir, har har har. Pagó a todas las camareras para
que se desvivieran por él. A donde sea que vaya, le llueven mujeres atractivas.
–He estado escondido jugando póker desde entonces –dijo Rune. Tenía el rostro
iluminado, y parecía más feliz que lo que Dragos lo había visto nunca. Tenía que
admitir que Carling sabía cómo mantener la naturaleza gatuna de Rune entretenida.
–¿Quieres que te guarde el puesto un rato? –preguntó Dragos.
–¡No, no! ¡Está bien! –dijeron todos a la vez.
–Nadie quiere jugar nunca al póker conmigo –murmuró mientras revisaba su
teléfono. No había respuesta. –Lástima, es mi juego favorito.
La repartidora le dijo: –Carling tiene también una ruleta aquí. Su prohibición de
apostar en Las Vegas también se aplica en el Bellagio, pero aquí tiene permitido jugar
a la ruleta.
–No, gracias –le respondió Dragos. Los juegos de azar no le gustaban. El
blackjack era interesante solo por un rato. No, lo que le gustaban era los cálculos y la
estrategia del póker, el mirar los rostros de sus oponentes y estudiarlos; para luego
hacerlos polvo. –Miraré el juego de cartas.
En unas pocas jugadas, tuvo una idea de las probabilidades. Ordenó un whisky
cuando una de las camareras se separó de Rune para servir bebidas a todos, y volvió
a revisar su teléfono. Todavía ninguna respuesta.
Una luz se encendió en su mente capaz.
Era por eso que le había dejado una nota en lugar de escribirle. Ella deseaba
poner algo de distancia entre los dos. No había querido que contestara al instante, lo
que habría hecho de haberle escrito.
¿Era por eso que no le había dicho a nadie más a dónde había ido?
No es nadie. Ignóralo.
Ah, por supuesto. La luz se hizo más brillante. Ella no le había dicho a dónde iba
porque sabía que él no estaría de acuerdo. Él había terminado la discusión de golpe,
después de todo.
–Maldición –dijo abruptamente, y la afable conversación en la mesa se detuvo.
Se tomó el whisky de golpe y se levantó. –Necesito salir un momento.
–¿Quieres compañía? –preguntó Aryal. Había convencido a una de las camareras
a que se sentara en su regazo y se veía completamente relajada.
–No –le dijo. –No estás de guardia. Quédate y disfruta.
–Guardia, guardia –masculló la arpía, encogiéndose de hombros, pero su mirada
gris estaba atenta. –Llama o escribe si me necesitas.
Aryal era una lunática, y tan sociable como una sierra circular, pero sus instintos
eran tan sensibles como una antena satelital. Eso siempre le había gustado de ella.
–Lo mismo digo yo –agregó Rune.
Dragos palmeó el hombro de Aryal y le asintió a Rune. –Eso haré.
Al salir y abrirse paso por el laberíntico casino, su humor se tornó cada vez más
sombrío.
¿Qué otra cosa había esperado que hiciera Pia? Había hecho exactamente lo que
habría hecho él. Al no obtener respuestas de él, había ido a buscarlas en otra parte.
Al salir de la recepción, su teléfono vibró. Lo sacó apresuradamente.
El mensaje era de Pia.
Claro que eres un imbécil. Siempre has sido un imbécil. Eres un asesino
monstruoso que debió haber sido cazado y exterminado hace siglos.
¿Qué. Carajos?
Dragos se quedó congelado en el sitio, los ojos fijos en la pantallita. El mensaje
no era de Pia. Un nuevo paisaje floreció delante de sus ojos y todo estaba quemado
hasta los cimientos.
Respondió rápidamente. ¿Dónde está mi esposa?
La respuesta llegó casi inmediatamente. Esposa. LOL, ¿no es lindo? Las bestias no
se casan, se aparean. Procrean. Hacen más monstruos horribles como ellos mismos a
menos que se les detenga.
Apretó el botón de Llamada, pero nadie contestó. Le temblaron las manos y sus
garras florecieron bajo sus uñas, mientras que su corazón desbocado amenazaba con
salírsele del pecho, de tal forma que casi no podía concentrarse para escribir. Solo
quería hacer trizas el teléfono, pero no se atrevía. Podría ser su única conexión con
Pia.
Y si este extraño tenía el teléfono de Pia, quizás ella ya estuviese muerta.
¿Pero no sentiría él algo si la asesinaban? ¿No sabría ya algo? Recordó al hombre
del cartel y no pudo evitar estremecerse.
¿Qué quieres?, logró escribir y enviar.
La respuesta volvió a llegar de inmediato. Buen chico. Ahora sentando, ¡quieto! Y
no sueltes tu teléfono. Te haré saber lo que quiero pronto. Aquí tienes una prueba de
vida. Parece cansada. No creo que hayas sido muy bueno con ella. O quizás sea el
cachorro monstruoso que trata de parir.
Era una foto de Pia, parada en el pavimento bajo la luz del sol. No estaba
amarrada o lastimada, por lo menos no de una manera obvia. Solo miraba a la
cámara, con los brazos alrededor del cuerpo, y el rostro tenso y preocupado. Unas
ojeras terribles le oscurecían la mirada.
Ciertamente se veía cansada.
Instintivamente trató de comunicarse por telepatía. ¿Pía? ¡Maldita sea, Pia,
CONTESTA!
No hubo respuesta.
Su teléfono no sonó.
Una agonía iracunda afloró en su interior. Era como una ola, imposible de
detener. Tenía que dejarla salir.
Echando la cabeza para atrás, el dragón soltó un rugido terrible.
Capítulo 4

Por encima de su cabeza, los cristales de la ornamentada entrada reventaron, y


el quejido cavernoso del acero y el concreto llenaron sus oídos, junto con gritos. Las
alarmas de varios autos se dispararon, agregando matices a la cacofonía.
Cuando volvió a abrir los ojos, tuvo que bajar la mirada para ver a las aterradas
criaturas huyendo de él. Había cambiado de forma sin darse cuenta. Jamás le había
pasado antes.
Había pilares de concreto rotos a su alrededor, como juguetes, y la entrada yacía
en ruinas a su espalda. El Bellagio en sí tenía roturas en toda su estructura, y la
mayoría de los edificios adyacentes tenían las ventanas rotas.
Varias personas emergieron de golpe de las puertas arruinadas. Rune y Aryal
cambiaron de forma mientras corrían, con Claudia, Seremela y Luis pisándole los
talones. Duncan se quedó atrás en las sombras. Al ser Vampyre, no podía salir a la luz
sin protección. En un parpadeo, Dragos tomó nota de los presentes y los hizo a un
lado.
El grifo y la arpía aterrizaron junto a él, ambos con expresiones salvajes.
Unas llamitas escaparon de la boca del dragón al sisear. –Pia fue secuestrada.
La sorpresa los congeló por un momento, y entonces el grifo rugió y la arpía
soltó un chillido espantoso. También estaban iracundos. Uno de los suyos había sido
raptada.
Dragos los miró, ignorando el caos que había causado. –Organícense.
Investiguen –esas fueron las únicas palabras que pudo mascullar a través del terror y
la furia quemándole el pecho.
–Grace y Khalil no han llegado –dijo Luis. –Los llamaré y haré que vengan
enseguida.
–Tampoco han llegado Bayne, Graydon o Beluviel. Haz que el Djinn los traiga
enseguida. ¡Y si trata de pedir un favor a cambio, le meteré un puño por el gaznate! –
agregó Aryal.
–Yo me encargo –dijo Luis. Él se había transformado solo parcialmente, y tenía
las garras listas para matar.
–Despertaré a Carling –Rune alzó el vuelo hacia la torre Spa.
–¿Alguien sabe de Eva? –preguntó Aryal.
–No. Puede que esté muerta –Dragos no pudo permanecer quieto un momento
más. Se sacudió los pedazos de concreto y alzó el vuelo. –Necesito cazar.
Se lanzó al aire, con la arpía siguiéndolo de cerca. Quizás no supiera a donde se
habían llevado a Pia, pero si sabía a donde había ido.
A donde se la llevaban. A dónde. No había pasado mucho tiempo del secuestro,
porque Pia no se había marchado hacía tanto. En la foto, Pia estaba parada sobre
pavimento. No había mucho que identificara el sitio, pero el pavimento era cosa de
ciudad. Estaba cerca. Podía sentirlo en sus huesos. Solo tenía que llegar a ella antes
de que los secuestradores lograran desaparecer realmente.
Volvió a tratar de comunicarse por telepatía. Pia. Vamos, amor, contesta.
Nada. Maldita ciudad con todos sus malditos campos de contención mágica en
todas partes.
–¡Aryal! –rugió. –¡Habla con la comisión de juegos y haz que levanten todas las
contenciones mágicas de los casinos! No dejes que discutan hablando de lo mucho
que les costará o como se verán forzados a cerrar; eso ya lo sé y les reembolsaré el
dinero. Eso no es problema.
–¡Estoy en eso, jefe!
Entonces, mientras ella se alejaba, Dragos escuchó el rugido mental de Rune.
¡Carling desapareció!
Bajó la velocidad, tratando de entender lo que oía. –¿Qué rayos dices?
–¡MI PAREJA DESAPARECIÓ! –la enfurecida agonía de Rune retumbó en su
cerebro. –Sus cosas están todas aquí, pero la cama está intacta. Ella no ha dormido
aquí, ¡no la encuentro!
La mente de Dragos empezó a funcionar a mil por hora. Casi todos los hoteles
importantes tenían habitaciones especializadas para Vampyres. Algunas estaban en
los sótanos, mientras que otros tenían persianas especializadas que se cerraban
automáticamente al amanecer.
Aparte de eso, eran iguales a las demás habitaciones. Era cosa de cada Vampyre
y su séquito colocar protecciones adicionales, si lo deseaban. Carling de seguro había
colocado protecciones. Quizás incluso había tomado precauciones adicionales.
–¿Entraron a la fuerza? –preguntó.
¡No! Por lo menos no percibo nada. Hay otros olores, pero podrían ser personal
del hotel –Rune sonaba salvajemente impaciente, como si las palabras no bastaran
para expresarse correctamente. Dragos lo entendía. –No llegué hasta el mediodía.
Puede que tenga horas desaparecida y yo no me haya enterado. Ella quiso llegar
antes para encargarse de los preparativos de la boda.
Pia estaba secuestrada y Carling desaparecida…
Dragos gruñó. –Esto no es ninguna coincidencia, ¿se han comunicado ya contigo?
–No. Ninguna llamada, ni nota, ni mensajes ¡Nada! Claudia y Luis vinieron con
ella. Dijeron que cuando la dejaron, ella estaba segura en su habitación. Trato de
buscar su rastro ahora. Duncan entrevista a los de seguridad del Bellagio.
Buscar el rastro de alguien en un lugar de las dimensiones del Bellagio sería una
pesadilla. El casino era de tamaño colosal, y tenían miles de habitaciones. Aunque no
todas las habitaciones estuviesen ocupadas a la vez, no todos los visitantes venían a
pasar la noche. Habría literalmente miles de olores distintos, entretejiéndose y
confundiéndose entre ellos.
Los dientes de Dragos chirriaron involuntariamente. –Mantenme informado.
Cuando terminaron de hablar, Dragos pudo ver el famoso jardín de la terraza y el
helipuerto del Riverview. Un camión de bomberos, una ambulancia y varios autos
policiales estaban parados al frente, donde una buena multitud se agolpaba.
Ah, una pista interesante. Había habido problemas en el casino.
La gente gritó y se echó a correr cuando él se lanzó en picada sobre ellos. Había
olvidado esconder su presencia. Regresó a su forma humana, corriendo a grandes
zancadas hacia el oficial de policía más cercano, una mujer, quien palideció y dio
unos pasos atrás al verlo antes de obligarse a detenerse.
–Mi esposa ha sido secuestrada –gruñó él. –¿Qué pasó aquí?
La policía tragó saliva antes de hablar. –L–lamento mucho escuchar eso, milord.
Escuchamos el ru–lo escuchamos antes. Tenemos una mujer desmayada que sufrió
un fuerte trauma craneal y la declaración de varios testigos que vieron a un grupo de
gente alejándose de ella. Las declaraciones preliminares son confusas e
inconsistentes. Estamos por revisar las cintas de seguridad del casino para ver que
pasó…
Él dejó de escuchar. Corrió a la ambulancia, asomándose a la parte de atrás. El
cuerpo inerte de Eva estaba amarrado a una camilla. Con ella había un paramédico,
quien le dijo: –Señor, no puede estar aquí.
Había un rastro de sangre proveniente de la nariz de Eva, y también de la
comisura de su ojo. Alguien la había golpeado con una fuerza excesiva. –No me digas
donde puedo estar y donde no –le gruñó al paramédico, descubriendo sus brillantes
dientes. –Ella es una de los míos. ¿Vivirá?
El paramédico se había apartado asustado, pero respondió con rapidez. –Tiene
una grave fractura en el cráneo. Necesitamos llevarla al hospital de inmediato.
Mientras más rápido la atendamos, mayores serán sus posibilidades de sobrevivir.
–¡Entonces anda! –se bajó de la ambulancia y corrió al casino. Habían
demasiadas personas concentradas, demasiadas… y un ligero rastro del aroma de
Pia. Pudo reconocerlo, extasiado. El seguirlo no sería nada fácil con tanta gente
alrededor. El Riverview no era tan grande como el Bellagio, pero tampoco era
pequeño.
Quizás pudiese obtener más información si conseguía el Midnight Lounge.
Atravesó la multitud, buscando el lounge. La cantidad de gente alimentaba el
salvajismo en su interior. Necesitaba gritarles que se apartaran, o aún mejor, que se
marcharan. Con cada paso tenía que controlar las ansias de quemarlo todo.
Un par de guardias uniformados se le acercaron rápidamente. Eran Fae de la Luz,
y tenían los colores del personal de Riverview.
–Milord –dijo uno, un hombre. –Escuchamos que causó daños significativos en el
Bellagio. No queremos problemas; vamos a tener que pedirle que se marche.
Dragos los fulminó con la mirada. Ambos palidecieron al instante. –No quieren
problemas –repitió él lentamente. –Ya los tienen. Mi esposa estuvo aquí. Uno de los
míos; su guardaespaldas, fue atacada aquí. Está de camino al hospital, y mi esposa
fue secuestrada, presuntamente en estas instalaciones.
El guardia palideció aún más. Tragó saliva. –Lo lamento tanto; no sabíamos que
estaba usted involucrado en esto. Todavía estamos tratando de averiguar que
sucedió realmente.
–Averigüen más rápido –masculló Dragos. –Es rubia, de seguro la han visto varias
veces en las noticias. Ella entró aquí con su guardaespaldas.
–Las cintas de seguridad muestran a una mujer rubia alejándose de la víctima
junto a un grupo –señaló el otro guardia. –Esa podría ser Lady Cuelebre. Se montaron
en uno de los elevadores de allá. Todavía revisamos el edificio, pero creemos que se
marcharon.
Dragos miró los elevadores uno a uno. –¿A dónde llevan?
–Pues… a todos lados –respondió el guardia. –Van desde el estacionamiento
subterráneo al techo.
El techo. Luz de sol. Pavimento.
Y el Riverview tenía un helipuerto.
Pudieron haberse marchado en un auto. Pero si se la habían llevado volando, ya
podrían estar a kilómetros de distancia, o más. Y cada vez irían más lejos.
La distancia él la podía remontar, pero sería difícil si no sabía en qué dirección ir,
y los cielos de Las Vegas estaban atestados de helicópteros y aviones pequeños.
–Consígueme la lista de todos los que solicitaron permiso que utilizar el
helipuerto el día de hoy –dijo, de golpe. –Quiero que las envíes a mi teléfono lo más
rápido que puedas, ¿entendido?
–Si, señor –dijo el primer guardia, anotando el número. –Me encargaré de
inmediato. ¿Algo más?
–Si. ¿Quién se presenta en el Midnight Lounge?
Si la pregunta sorprendía a los guardias, lo disimularon muy bien. –Uno de los
magos que visita Las Vegas cada cierto tiempo, Rael Malweth. Pero creo que su show
terminó hoy.
¿Terminó? ¿Hoy?
Cayó en cuenta de que hiperventilaba, y sus manos convulsionaban como si
quisieran ahorcar a alguien. Ambos guardias lo miraban con cautela, como si
estuvieran a punto de echar a correr. Aunque correr no les serviría de nada si Dragos
decidía abalanzarse sobre ellos.
–Gracias –se forzó a decir.
Ambos guardias dieron un respingo, como si los hubiera liberado de un hechizo,
retirándose rápidamente. –¡Le enviaré las listas de inmediato, milord! –gritó uno por
encima del hombro.
–Asegúrate de que así sea –respondió él. –No hagas que venga a buscarte.
Al voltearse, notó la cantidad de gente aterrada que lo miraba. Sabía que sus
acciones tendrían consecuencias, desde los daños al Bellagio, hasta el terror que
estaba generando en todos los que lo veían.
Solamente el costo de cerrar los casinos por completo ascendería a unos veinte
millones de dólares diarios. El público en general adoraba a Pia, lo cual quizás
mitigaría algo las cosas, pero no demasiado.
Debió haber sido más discreto luego de enterarse de la desaparición de Pia, pero
en lugar de eso estaba causando destrozos por doquier. No le importaba. Felizmente
destruiría la ciudad hasta sus cimientos con tal de recuperarla a salvo.
Pero quizás esa fuese la intención de los secuestradores: destruir la ciudad y las
relaciones de las Razas Antiguas con la humanidad. Recordó la pesadilla de
relaciones públicas que había resultado la última vez que había perdido el control de
su ira, cuando se enteró que habían entrado a su bóveda.
Chasqueó los dedos hacia los mirones, y dijo: –Que alguien me grabe.
Varios lo apuntaron con sus teléfonos al instante. Habló mientras giraba
lentamente. –He causado daños a esta ciudad, lo cual lamento, y prometo pagar la
indemnización necesaria a Las Vegas. Mi esposa, Pia Cuelebre, ha sido secuestrada.
Estoy ofreciendo una recompensa de cinco millones de dólares a cualquiera que nos
provea de información substancial para recuperarla. No es solo una; hablo de todas
las recompensas de cinco millones que sean necesarias para recuperar a mi esposa a
salvo. El clan Wyr de New York tiene una línea telefónica a la que pueden llamar –
dictó los números. –Si tienen alguna información del paradero de Pia, llamen ya.
Ayúdenme a recuperar a mi esposa y a nuestro hijo no nato a salvo.
Entonces les hizo señas para que dejaran de grabar. Contó a los que habían
alzado sus teléfonos, que eran doce en total, y aunque todavía lo miraban con
bastante aprehensión y cautela, había algo más de comprensión, e incluso simpatía
en sus rostros.
–Suban sus videos a las redes sociales –les dijo. –Llamen a los periódicos y a las
cadenas televisivas y ofrézcanselos. Les pagaré por cada lugar donde lo publiquen, y
mientras más importante sea el canal, más dinero recibirán. Cincuenta mil por
cobertura nacional, veinticinco mil por cobertura local. Les pagaré mil dólares a cada
uno por subirlo a su cuenta de Facebook y Twitter y hacer que se vuelva viral.
¡Vayan!
Todos se marcharon a la carrera, todos menos una jovencita menuda. Le dijo en
voz baja. –Yo lo haré gratis. Espero que la encuentres pronto.
Era humana. No era nadie. Pero lo miraba con tanta compasión que la ira en su
pecho se calmó por un instante, y entonces solo sintió un dolor agudo.
–Gracias –le dijo.
Ella asintió.
Con su siguiente latido, él volvía a estar en llamas y en movimiento. Sería
bastante simple llegar al techo y ver si lograba captar el aroma de Pia en el
helipuerto. Claro, si volaba en lugar de tomar el elevador. Salió, escondió su
presencia antes de transformarse y alzó el vuelo.
Mientras se elevaba, Aryal le hablo. –Khalil trajo al resto de los invitados a la
boda. Tenemos trece personas, dos de los cuales son doctores. Cuatro son luchadores
aéreos y centinelas; o bueno, Rune solía ser uno, y Khalil dice que se encargará de
transportar a quién lo necesite a dónde lo necesite. La comisión de juegos está
trabajando con los casinos para apagar los campos de contención. Deberían estar
apagados en los próximos minutos. Grace está tratando de usar su magia de Oráculo
a ver si logra vislumbrar algo. ¿Tú qué tienes?
Mientras ella hablaba, Dragos aterrizaba en el helipuerto. Apenas tocó el suelo,
sintió el olor de Pia, junto a varios otros. Cambió a su forma humana para poder
acercarse más al suelo.
Varios de los aromas le resultaron extrañamente familiares. Inhaló
profundamente, tratando de ubicarlos, pero los recuerdos eran muy antiguos. Lo
eludieron de momento.
–Se fueron volando –dijo. –Estoy en el helipuerto de Riverview, y conseguí el olor
de Pia. Y si tienen la suficiente magia como para llevarse a Carling, también tienen la
suficiente para esconderse de nosotros. Los perdimos.
–Oh, mierda –la voz de ella sonó realmente compungida. –Dragos, lo lamento
tanto.
–Cállate, las vamos a encontrar –le espetó él.
Ella rugió al instante. –¡Claro que sí! ¡Y se arrepentirán cuando les pongamos las
manos encima!
Enderezándose, él giró lentamente, mirando el límpido cielo.
–Sé que estás aquí –dijo, y esta vez no se dirigía a Pia o Aryal. Por primera vez en
muchos siglos, quiso comunicarse con esta persona voluntariamente. –El guardia dijo
que tu show en el Riverview ya cerró, pero no te has marchado. Puedo sentirte.
Lo siguió un silencio tan largo que Dragos creyó que no recibiría respuesta.
Pero entonces, Azrael contestó. –Tienes razón. Todavía no me marcho, pero
pronto lo haré.
Dragos apretó los puños. –¿Dónde está ella?
Azrael apareció de pronto junto a él. –No lo sé aún –le dijo a Dragos. –Pero eso
significa que no está al borde de la muerte, lo cual es bueno.
Dragos se volteó de golpe, sujetándolo por el cuello con un rugido. –Ella vino a
verte.
Unos calmados ojos verdes se enfrentaron a los suyos. –Si.
–¿Y tú sabías que esto pasaría? ¿Pudiste haber hecho algo para evitarlo? –sus
garras arañaron la garganta del otro hombre. Lo único que tenía que hacer para
matarlo era apretar el puño y arrancarle la tráquea. Azrael era la Muerte, pero
también era un hombre.
Pero, como todos los otros Poderes Primigenios, la Muerte no podía ser
asesinada o detenida, solo podía matarse a su manifestación actual. Si Azrael moría,
otra criatura nacería o se alzaría para tomar su lugar.
Azrael no luchó para liberarse. –Sabes que no funciona así. El universo se basa
en el libre albedrío y las probabilidades. ¿Acaso ella voltearía a la derecha o a la
izquierda? ¿Lucharía contra sus captores o se rendiría? Quizás sus secuestradores
tuviesen un cambio de planes y decidieran tenderle una trampa en otro lado. Quizás
cambiarían de parecer y se irían a casa, o quizás preferirían atacarte directamente.
¿Y qué harían los demás? Todas esas decisiones escapan a mi experticia, que es la
muerte, y no hemos empezado ese baile aún, pero pronto lo haremos. De eso estoy
seguro, hermano. Lo haremos.
–No me llames así –Dragos lo empujó hacia atrás.
Con una gracia inhumana, Azrael giró, enderezándose. Cuando volvió a hablar,
sus palabras fueron cortantes. –¿Y por qué no? Eso éramos; eso somos. Tú matabas y
yo recogía lo que cosechabas. Entonces dejaste de matar y empezaste a vivir, pero
jamás estuve molesto por eso. Como la muerte, la vida también es parte del Gran
Ciclo. Una no puede existir sin la otra. Lo que no entiendo es por qué te empeñas en
negar que aun soy parte de ti.
–¡No lo niego! –rugió Dragos, dando un giro mientras las terribles y violentas
emociones le hervían la sangre. Entonces, con más calma, agregó. –No lo niego, pero
no soy la misma bestia que antes. Como dijiste, empecé a vivir. No regresaré a esos
tiempos salvajes.
–No, a menos que ella muera –dijo Azrael, con gentileza. –Y no puedo salvarte
de ese dolor si llegara a suceder, aunque créeme que lo haría si pudiera.
Dragos se frotó el rostro con fuerza, luchando para controlarse. Cuando sintió
que podía hablar sin gritar, preguntó. –¿Qué sabes de Carling?
Cuando no recibió más que silencio por respuesta, se volteó.
Azrael se había marchado. Dragos estaba completamente solo en el techo.
Capítulo 5

Pia despertó por partes. Lo primero que pensó fue: Último Baile. Ah, el nombre
del show de la Muerte en Las Vegas no era demasiado original. Aunque quizás su
simplicidad fuese efectiva. Lo analizaría mejor más tarde.
Le dolían el cuello y la cadera, y el bebé le pateaba la vejiga hinchada. ¿Por qué
la cama era tan dura, quién le había puesto piedras?
Entonces recobró completamente la consciencia. Se levantó de un salto,
mirando a su alrededor. Lo último que recordaba era estar sentada en un helicóptero
con sus captores. La mayoría eran solo soldados que recibían órdenes.
A la que de verdad le tenía miedo era a la elfa con la cicatriz en la cara. Pia tenía
desde su enfrentamiento con Urien sin ver a los ojos de alguien capaz de hacer
cualquier cosa por obtener su objetivo. Cualquier cosa.
Entonces, oscuridad. Seguro la habían golpeado con algún hechizo.
Y ahora esto.
Estaba en una cueva llana, convertida en celda. En lugar de estar bajo tierra,
parecía estar a varios metros por encima del suelo, quizás unos diez o quince, en la
ladera de algún risco. Tenía una buena vista de un claro desértico, rodeado de una
densa pero extraña vegetación. Una multitud de tiendas coloridas y caravanas
rodeaban el claro y se perdían a la distancia.
La abertura de la cueva estaba cerrada con unas gruesas barras de metal,
aseguradas al suelo con una buena capa de concreto fresco. Afuera había un
estrecho saliente, como de unos cincuenta centímetros de ancho.
No había ninguna puerta en esas barras. No había ninguna salida visible.
El estómago se le hizo un nudo. No pensaban dejarla salir de este lugar.
Las únicas cosas en la cueva eran una cubeta en una esquina, y un cadáver
disecado en la otra. La presión en su vejiga se tornó urgente, así que se apresuró a
usar la cubeta mientras catalogaba el resto de sus alrededores a toda prisa.
La mitad de la celda estaba iluminada, mientras que la otra parte permanecía en
sombra. De momento, la brisa que entraba era caliente y seca, pero sin duda la
temperatura bajaría de noche.
Ella tenía una ancha camisa sin mangas que acomodaba su voluminoso vientre,
pantalones tipo pescador y sandalias sin tacón. Era un bonito conjunto para pasear,
pero no le ofrecería mucho abrigo de noche.
Afuera, el claro rebosaba de actividad. Docenas de trabajadores construían lo
que parecía una efigie en madera de un dragón, mientras que otros apilaban troncos
en la base.
La escena le recordó a lo que había leído del festival Burning Man que se
celebraba anualmente en el desierto de Nevada. Era un lugar para la creatividad libre
y la expresión personal. Aunque con los años se había organizado mejor y tenían
cuerpos de seguridad presentes, todavía tenía un toque de anarquía y cosas
sorprendentes podían pasar.
¿Acaso construían una enorme efigie para quemarla? ¿De Dragos?
Se apretó contra las barras, tratando de ver lo más que podía desde su prisión.
Las barras, expuestas a la luz del desierto, estaban demasiado calientes para
sujetarlas por mucho rato, y su piel era demasiado delicada para permanecer al sol
sin protección.
Frotándose el vientre ansiosamente, se refugió en la parte sombreada más
cercana al fondo de la cueva. Tenía el corazón desbocado, estaba cubierta de sudor y
tenía la boca seca. No tenía idea de cuánto tiempo había estado inconsciente, pero
con lo hambrienta y débil que estaba, podría haber sido un día completo.
Eso significaba que necesitaba tomar su dosis diaria del tratamiento, pero no la
tenía. La elfa se la había llevado junto con su bolso y su celular.
Cuando volvió a pasar junto al cadáver disecado, este se movió. –Pia –susurró.
Casi le da un infarto. Lo que había tomado por un cadáver era alguien vivo, y que
claramente la conocía.
Arrodillándose junto a la persona, la volteó lo más gentilmente que pudo.
Parecía una bolsa de ramas. Sintió una horrorizada compasión al ver el rostro
esquelético.
La piel estaba estirada sobre los huesos faciales, como una calavera, haciéndole
irreconocible. La ropa que llevaba parecía de buena hechura y muy femenina, pero
se le caían. Eso, aunado a la melena despeinada de suave cabello rojo la hizo caer en
cuenta de quién era.
–Oh, Dios mío, ¿Carling? –susurró.
La figura abrió los ojos. Eran carmesí.
–Eso me temo –la voz de la Vampyre era débil y acartonada. Estaba tan disecada
que había perdido todo rastro de su hermosa belleza. –Lamento tanto verte aquí.
Esperaba que fuese alguien que no me importara.
Pia la apoyó cuidadosamente contra la pared y retrocedió hacia la luz. Si Carling
hubiese sido humana, indudablemente estaría muerta. Solo el hecho de que era
Vampyre la había mantenido viva. O tan viva como podía llegar a estar un no muerto.
Pero las diferencias entre esta figura arruinada y la vitalidad y fortaleza normal de
Carling eran terribles de ver.
–Lamento verte también –susurró. –Escuché a la líder dar la orden de drenarte
mientras estabas inconsciente. ¿Fue eso lo que…?
–¿Lo que causó esto? Si, es un desangramiento severo –Carling se acomodó con
un crujido seco. –Es un método efectivo para debilitar a un Poderoso Vampyre para
mantenerlos a raya. También es un método efectivo de tortura. Con el
desangramiento, el sol y las barras hechizadas podrían mantenerme aquí
indefinidamente. ¿Cómo te atraparon a ti?
Pia le contó de su confrontación en el Riverview. –Estoy preocupada por Eva. La
golpearon con demasiada fuerza –vaciló, pensativa. –¿Cómo te atraparon?
–Me dispararon. Les di las buenas noches a Claudia y a Luis y me fui a la cama,
pero entonces recibí un mensaje de que me esperaba un paquete de parte de Rune
en recepción –sacudió la cabeza, disgustada. –No quería salir tan cerca del
amanecer, pero tampoco quería esperar demasiado a ver que me había enviado, así
que les pedí que lo subieran. Cuando abrí la puerta, me lanzaron la flecha de plata
que tenía algún hechizo potente. Tienen un buen hechicero.
–Ah, sí, esa soy yo.
La voz vino de detrás de Pía. Se volvió para ver a la elfa de la cicatriz al otro lado
de las barras junto a otro elfo que traía una bandeja.
La elfa apuntaba con una ballesta al vientre de Pia. Temblaba y lloraba de
emoción. –Luego de todos estos siglos –dijo. –Luego de ver como ese horrible dragón
prosperaba y obtenía cada vez más poder, por fin tengo la ventaja. Solo tengo que
dispararte para matarlo. No sabes lo maravilloso que se siente tener su vida en mis
manos. Estoy algo dividida, ¿te doy de comer o te disparo?
Pia se echó para atrás lentamente, apretándose contra la pared de fondo.
Carling se levantó con dificultad para pararse junto a ella.
–Piénsalo bien, no quieres hacer esto –dijo.
La elfa soltó una risotada explosiva. –No tienes idea de cuánto realmente quiero
hacer esto. ¡Ese monstruo asesinó a todos los que amaba!
¿A todos? Pia no necesitaba saber los detalles para saber que ella decía la
verdad. Dragos había ido a la guerra, o quizás los elfos. Su odio mutuo había durado
eones. Esta era una herida de una de esas batallas antiguas, que jamás había sanado.
No había ningún lugar a dónde ir, y no podía hacer otra cosa sino hablar. No se
molestó en tratar de convencer a la elfa de que Dragos había cambiado. De solo ver
su rostro implacable, sabía que no lo lograría ni en un millón de años.
Habló lo más calmada de pudo, forzándose a permanecer tranquila. –Mi madre
vivió otros dieciséis años luego de la muerte de mi padre. No creo que esto te traiga
los resultados que quieres. Puedo ver lo mucho que deseas ver a mi pareja muerto,
pero puede que él decida simplemente no hacerlo, mientras su voluntad pueda
mantenerlo aquí. Y si hay algo en lo que podemos estar de acuerdo, es en que
Dragos tiene una voluntad indomable.
La elfa apretó el gatillo.
Y eso fue todo, fue todo. Por un miserable segundo, Pia estuvo segura de que
ella y el bebé estaban muertos. Ni siquiera tuvo tiempo de tomar aire para gritar.
Pero al mismo tiempo, Carling se desdibujó a su lado y de pronto la Vampyre
sujetaba la flecha. Congelada, Pia contempló los fieros y brillantes ojos rojos a
milímetros de los suyos. Carling la había salvado. Había salvado a Apestosín.
Entonces la elfa se limpió el rostro con una risotada. –Bien, creo que son
suficientes emociones por ahora. Eres más fuerte de lo que esperaba, Carling
Severan. Deberías ser una inútil pila de huesos.
–Claramente sabes quienes somos –dijo Carling. –¿Tú quién eres?
–Soy Caerlovena. Gobierno este lugar y a todos los que viven en el –le hizo un
gesto a su acompañante y este deslizó la bandeja por una abertura entre las barras.
Le dijo a Carling: –Cuando me enteré de que vendrías a Las Vegas, supe que tenía
que capturarte. Esperé siglos por una oportunidad como esta. Podría chantajear a tu
Wyr para que matara a Dragos y él no se negaría. Un Wyr haría cualquier cosa por
proteger a su pareja –su mirada felina pasó entonces a Pia, y descubrió los dientes en
una tenebrosa imitación de una sonrisa. –Pero entonces me enteré de que tú
asistirías a la boda, y esa fue realmente una oportunidad que no pude resistir. Ahora
él morirá, de una forma u otra. Solo quiero saber que tanto dolor puedo infligirle
antes de que muera. Y de verdad quiero que sufra, así que supongo que gracias por
evitar que la matara.
–Bien –dijo Pia. A mitad del discurso de la Elfa Loca, la cabeza le había empezado
a latir. Pudo sentir que el corazón le latía demasiado rápido, y una debilidad acuosa
se apoderaba de sus miembros. –Las cosas están mal y solo empeorarán, entendido.
¿Me puedes por favor devolver mi bolso?
–¿Qué? –Caerlovena la miró con una sorprendida rabia, como si no creyera lo
que escuchaba.
Apretando los dientes, Pia repitió. –¿Me puedes por favor devolver mi bolso?
La elfa no se molestó en contestarle. –Tarde o temprano, la sed de sangre se
apoderará de ti –le dijo a Carling antes de voltearse para marcharse. –¡Disfruten su
tiempo juntas!
Entonces se marchó, seguida del otro elfo.
–Eso fue terriblemente malo –dijo Pia.
Carling miró la flecha que aún sujetaba. –Pudo haber sido peor.
El mundo empezó a darle vueltas. Pia se aferró a la pared para sentarse
lentamente. Todo a su alrededor se perdió en una blancura brillante. Dio un respingo
al sentir a Carling arrodillarse junto a ella.
Se apartó con el corazón en la garganta. El rostro de la Vampyre era como mirar
de frente una pesadilla, pero no pudo dejar de notar que los ojos de Carling, a pesar
de su tono carmesí, parecían tranquilos.
Forzó a sus labios resecos a hablar. –¿Qué tan mala es la sed de sangre? –Carling
se veía tan mal que tenía que ser mala.
Carling puso la mano en el hombro de Pia. –Escucha con atención –dijo. –
Caerlovena se equivoca. He pasado hambre antes. He sido torturada y sobreviví.
Puedo soportar la sed de sangre. No permitiré que me robe mis decisiones ni mi
personalidad. Estás a salvo conmigo, Pia.
Ella asintió. Sabía que Carling deseaba fervientemente que le creyera, y si lo
hacía, hasta cierto punto, pero las cosas podrían cambiar si entraba en labores de
parto. Dar a luz era algo… desastroso, por llamarlo de alguna forma. ¿Soportaría
Carling la sangre si eso llegara a suceder?
–Necesito mi bolso –dijo.
–Lo que necesitas es agua, pero desafortunadamente no puedo ayudarte con
eso –Carling miró la bandeja iluminada por la luz del sol. –Y tu pulso se siente
demasiado rápido y descontrolado para mi gusto. Tienes que agarrar esa bandeja,
¿puedes hacerlo?
Ella negó con la cabeza. –En un minuto.
Carling se sentó a su lado, manteniendo un huesudo dedo apoyado contra su
muñeca. Pia se lo permitió. Una sensación de indiferencia empezaba a apoderarse de
ella.
Se animó lo suficiente para decir. –De seguro están destrozando Las Vegas para
encontrarnos.
–Lo sé. Desafortunadamente no estamos en Las Vegas –la Vampyre golpeó
rítmicamente la muñeca de Pia con el dedo. –Caerlovena. Conozco ese nombre.
–Sus secuaces –dijo Pia, con voz pastosa. Tenía la lengua hinchada y le
cosquilleaba.
El rostro esquelético de Carling frunció el ceño. –¿Qué con sus secuaces?
–Tenían logos en sus uniformes. Seguridad Puerta del Diablo.
Carling chasqueó sus dedos huesudos. –Allí es donde estamos. Puerta del Diablo.
Dunca y Seremela vinieron una vez a rescatar a la sobrina de Seremela, cuando el
Djinn Malphas estaba aún con vida. Dijeron que había un montón de caudillos
peligrosos aquí en ese entonces, y Caerlovena era una de ellos. Debe haberse
deshecho de los demás de alguna manera. ¿Viste lo retorcida que está la vegetación
al borde del claro? Creo que trata de crear un bosque élfico en medio del desierto.
He escuchado que no hay mejor sistema de vigilancia que un bosque élfico que esté
despierto, consciente y en onda contigo, pero este no es el clima adecuado para ese
tipo de magia. Debe estar forzando el terreno a kilómetros a la redonda.
–Eso no me importa –dijo Pia, simplemente. Dejando caer la cabeza hacia atrás,
cerró los ojos. –¿Sabes que me importa? Que Dragos y yo hemos estado peleando las
últimas dos semanas, y esas puede que sean las últimas palabras que hayamos
intercambiado.
Esperó a que la Vampyre la consolara, que le dijera que no se preocupara, que
todo saldría bien, pero no lo hizo.
En lugar de ello, luego de un minuto, Carling preguntó. –¿Por qué han estado
peleando?
–Hace dos semanas nos informaron que Apestosín; es el mote del bebé, ya era
viable. Nos pusimos tan contentos que tuvimos incluso una pequeña celebración.
Pero ahora Dragos quiere inducir el parto, y yo le dije que no. Puede que el bebé sea
viable, pero eso no quiere decir que esté listo para nacer. Si estuviera listo, nos lo
haría saber; ya estaría aquí. Voy a aferrarme a él todo lo que pueda, para asegurarme
de que esté todo lo sano, fuerte y a salvo que sea posible.
–Este embarazo ha sido duro para ti –dijo Carling.
–No tienes ni idea –hizo una mueca. –Me ha jodido por completo. Y Dragos
detesta eso. Puedo sentir como me mira. Sé lo que hace y sé cómo piensa. Compara
estadísticas. Si el bebé es viable, entonces inducir el parto significa menos riesgo e
incomodidad para mí y entonces todos ganamos. Pero yo no lo veo igual –una
lágrima se le escapó del rabillo del ojo. –La cosa es que ninguno de los dos está
necesariamente equivocado… excepto que yo tengo la razón. Solo necesitamos dejar
de pelear por ello.
–No es bueno lidiando con oposición –dijo Carling, secamente. –No soy ninguna
adivina, pero imagino que esta no será la última vez que discutan.
Un pequeño resoplido escapó los labios de Pia. –Probablemente no. Yo soy
mucho más relajada que él, por lo que normalmente resolvemos las cosas sin tanto
alboroto. Creo que lo que más le sorprende es lo mucho que he insistido en esto.
–Bueno, anímate –le dijo Carling. –Una nube acaba de tapar el sol, así que voy a
buscarte esa bandeja mientras pueda, y vas a beber agua.
Pia la miró tambalearse hacia la bandeja y arrastrarla hacia ella. La velocidad
energética de Carling era cosa del pasado. Ahora se movía como una anciana
enferma y frágil.
En la bandeja había una botella plástica de agua, recalentada por el sol, una
manzana y un sándwich con alguna clase de carne. Pia se bebió la mitad de la botella.
Entonces devoró la manzana, con todo y corazón. No era suficiente comida, pero era
algo.
–Deberías comerte el sándwich también –le dijo Carling cuando terminó.
Negó con la cabeza. –No, a menos que quiera vomitar la manzana. Tiene carne.
Solamente el olor es suficiente para darme nauseas.
–¿Y si solo comes el pan?
–Jugo de carne –respondió con una mueca.
–Ok, bien. Es mejor que antes. Y otra cosa.
–¿Qué?
La Vampyre alzó la flecha. –Tenemos una herramienta que no teníamos antes,
con una fuerte punta metálica –miró las barras, entrecerrando los ojos. –El concreto
es lo suficientemente fresco. Quizás pueda rasparlo lo suficiente y soltarlas.
Pia recordó los lentos pasos de Carling. La Vampyre ni siquiera había podido
alzar la bandeja. Suspiró. –Tú también necesitas beber algo.
El rostro cadavérico y los brillantes ojos rojos voltearon a verla de golpe. –No
puedo –murmuró.
–Tienes que hacerlo. Ahora ni siquiera puedes caminar –Pia trató de sonar lo
más autoritaria posible. –Tengo bastante sangre ahora a causa del embarazo. Si
tomas solo un poco no me inducirás el parto.
No, eso sucedería por sí mismo y en cualquier momento. Sin el medicamento, el
cuerpo de Pia empezaría a rechazar al bebé.
Apresúrate, Dragos. O la mamá de tu bebé lo parirá en prisión.
–¿Segura? –preguntó Carling.
–Está bien –pudo oír la mentira en su tono, y estaba segura de que Carling
también podía. Lo último que quería era ofrecer su muñeca a la criatura de pesadilla
arrodillada junto a ella. Apretó los dientes y alzó el brazo. –De verdad. Toma.
La mirada carmesí de Carling no se apartó de sus ojos mientras tomaba su brazo.
Pia tuvo tiempo suficiente para arrepentirse de su oferta. Carling estaba sumamente
desnutrida, ¿y si no podía detenerse luego de empezar?
Entonces la Vampyre bajo la cabeza. Con un destello blanco de dientes, mordió
la carne blanda de la muñeca de Pia y bebió. Cuando terminó, lamió las heridas para
sellarlas, le dio las gracias y se apartó. No se veía mejor, había perdido demasiada
sangre como para reconstituirse por completo con lo poco que tomó de Pia, pero por
lo menos parecía moverse con más facilidad.
No había más que hacer. Pia bebió más agua, se acurrucó y trató de tomar una
siesta, pero el suelo era demasiado duro y ella estaba demasiado ansiosa para
relajarse. Cuando el sol bajó lo suficiente para no tocar ya las barras, Carling se
arrastró a la abertura. Usó la flecha para raspar el concreto fresco en la base de la
última barra. Ambas guardaron silencio.
Las contracciones de Pia empezaron poco después de ocultarse el sol.
Capítulo 6

La espera a escuchar de los secuestradores era terrible.


La parte de la mente de Dragos que era buena en cálculo y estadísticas no
dejaba de calcular frenéticamente las probabilidades de supervivencia de Carling y
Pia. Mientras más tiempo pasaba, peores eran los resultados.
La persona que le había escrito claramente tenía intenciones sádicas. La mayoría
de los secuestradores estarían ansiosos por hacer sus demandas de inmediato, ya
que mientras más tiempo tuvieran a sus cautivos en su poder, mayor era la
posibilidad de ser descubiertos.
No, esta persona quería hacerle daño a él. Quizás estuviese torturando a las
mujeres en este momento.
Dragos y el resto de los invitados a la boda barrieron la ciudad en busca de
pistas, conformando un equipo coherente. Todos los casinos en Las Vegas accedieron
a retirar sus campos de contención y cerrar las puertas. La policía asignó un equipo
de enlace para que trabajara con Dragos y los demás.
Llegaron noticias de la condición de Eva. Había necesitado cirugía y estaba en un
coma inducido hasta que bajara la inflamación de su cerebro, pero los doctores
tenían fe en que su recuperación sería completa. Fue una buena noticia en esa larga
y oscura noche.
Tatiana, la Reina de los Fae de la Luz, les cedió el uso de todas las instalaciones
del Riverview, y convirtieron uno de los salones de conferencias en el centro de
operaciones.
–No me olvido de la invaluable ayuda prestada por tu centinela Graydon durante
el secuestro de mi hija –le había dicho a Dragos durante una rápida llamada
telefónica. –Tampoco de la asistencia que tú y Pia nos brindaron durante el ataque
de mi hermana Isabeau. Si hay algo más que los Fae de la Luz podamos hacer por ti,
no dudes en pedirlo.
Era una oferta significativa. El hecho logró atravesar las capas de ira ardiente
alrededor del corazón de Dragos.
Incluso los dueños del Bellagio se mostraron indulgentes con respecto al daño en
su propiedad. Enviaron un grupo de inversionistas a discutir reparaciones, pero no
armaron alharaca.
Noticieros locales y nacionales mostraron el impulsivo video de Drago
ofreciendo recompensas, y la central telefónica Wyr se vio inundada por cientos de
llamadas. Pronto serían miles. La mayoría eran inútiles, pero todas las que sonaban
prometedoras debían ser verificadas.
Al progresar la investigación, fueron arrestadas varias personas y traídas para ser
interrogadas. Quince trabajadores del Bellagio habían sido sobornados para reportar
las actividades de los organizadores y asistentes a la boda, lo que sin duda explicaba
la indulgencia de los dueños con respecto al daño causado por Dragos.
Y mientras la noche se tornaba otro caluroso día desértico, analizaron la cinta de
seguridad del Riverview, cuadro a cuadro.
Dragos y Rune estudiaron la cinta del secuestro de Pia obsesivamente. No había
evidencia del secuestro de Carling. Con un programa de reconocimiento facial,
pudieron manipular ciertos cuadros para obtener fotografías parciales de los rostros
de los secuestradores. Vieron algo que podría ser un logotipo en sus uniformes, pero
se desdibujó al tratar de ampliarlo.
Tenían varias imágenes de una elfa quien claramente era la líder, pero la cicatriz
que cruzaba sus rasgos hacía que el programa no pudiese analizar sus facciones
correctamente para obtener algún resultado de las bases criminales. Eso, o la mujer
había logrado evadir ser atrapada y catalogada hasta ahora.
Esa mujer. Dragos delineó su rostro con una de sus garras, que se rehusaban a
ser retraídas. El aroma de esa mujer era el más familiar en ese techo. Podía sentirlo
en sus huesos.
Rune estaba tan sombrío y retraído como Dragos, pero, dejando de lado el
estrés de la situación, fue increíble lo fácil que les resultó volver a trabajar juntos.
En un momento, Dragos dejó de hacer lo que hacía para mirar a su compañero. –
Te he extrañado.
Rune alzó la vista para mirarlo. Tenía los ojos desencajados por el dolor.
Entonces asintió ligeramente. –Lástima que tuvo que ser así.
Dragos le palmeó el hombro. Era una verdadera lástima.
Los teléfonos de ambos sonaron al unísono cuando llegó el siguiente mensaje.
Alzando su teléfono, Dragos vio una fotografía de Pia y una Vampyre esquelética,
ambas inconscientes en lo que parecía ser una cueva convertida en celda.
Entonces llegó otro mensaje. ¿Me pregunto qué pasará cuando las compañeras
de celda despierten?
Su rabia y terror contenido rugieron en su cabeza. Pia estaba atrapada con una
Vampyre que había sido tan drenada que ya no parecía humana.
Rune apretó los dientes. –Malditos sean –masculló.
Dragos gruñó, incapaz de hablar. La necesidad de golpear, destruir, matar le
quemó las entrañas. Cuando Rune alzó la vista, su expresión cambió.
En dos zancadas estuvo junto a Dragos, espetándole. –¡Ella es incapaz! Dragos,
ella no lo haría. ¡No, no pierdas el control!
Sus palabras no penetraron su consciencia. Dragos miró a su alrededor, a la
habitación llena de computadoras, papeles, teléfonos, y comida sin tocar en
contenedores plásticos. Todo le pareció extraño y ofensivo a su naturaleza animal.
Solo podía pensar en quemarlo.
Entonces recibió un fuerte golpe en el pecho, que lo hizo trastabillar varios
metros hacia atrás. Rune volvió a golpearlo antes de que recuperara el equilibrio. El
rostro del grifo se tornó duro, su mandíbula de acero apretada con fuerza.
–Escúchame –le gruñó. –Carling moriría antes de hacerle daño a Pia o al bebé.
Dragos apartó a Rune de un manotazo. –La sed de sangre –le espetó. –La han
empujado a sus límites.
–¿Acaso crees que no puedo ver lo que le hicieron? ¡Lo sé! –rugió Rune, con
lágrimas cayéndole por las mejillas. Se acercó más a Dragos. –¡Siempre has tenido
prejuicios contra Carling! Es demasiado astuta y manipuladora para tu gusto; porque
es igual a ti. Pues, todos nosotros de alguna manera encontramos formas de amarte,
hijo de perra, y ¿sabes por qué? Porque vemos algo en ti que merece la pena, y lo
mismo va por Carling. Puedo apostar la vida en ello. Conozco a esa mujer por dentro
y por fuera. Y ella. No. Lastimará. A Pia. Así que contrólate. Tenemos que planear
como vamos a responder.
Dragos se calmó gradualmente, procesando las palabras de Rune. –Tienes razón
–dijo finalmente. –No he sido justo con Carling.
–Así es –le espetó Rune. El grifo volvió a mirar el teléfono que apretaba en su
mano. Se limpió la cara con rabia. –Están muertos. Los voy a hacer pedazos uno a
uno por lo que hicieron.
Dragos cayó en cuenta de que casi todos habían abandonado la habitación,
excepto Aryal, Graydon y Bayne, quienes observaban la confrontación con una fría
atención. Con sus parejas en peligro, Rune y Dragos eran inestables, y los centinelas
los estudiaban buscando alguna señal de peligro.
Dragos les envió la foto. –Vean si Grace o alguien más puede obtener alguna
lectura psíquica de esto. Averigüen si Khalil es capaz de transportarnos a este lugar.
–¿No sería genial si el Djinn pudiese simplemente dejarnos caer en medio de
todo eso? –dijo Bayne. –Yo me encargo.
Mientras el enorme centinela se marchaba, Dragos se volvió a Rune. –Si los
provocamos, puede que les hagan más daño.
–Cierto –masculló Rune.
Dragos escribió, ¿Listo para negociar?
Silencio. ¿Qué podía decir o hacer para romper el gélido silencio del otro lado?
Eres un asesino monstruoso que debió haber sido cazado y exterminado hace
siglos.
Todo esto tenía que ver con él. No con Rune, no con Carling, y no con Pia. Rune
ni siquiera había recibido mensaje de los secuestradores hasta ahora.
Escribió, Es a mí a quién quieres. Déjalas ir y tómame en su lugar. Podemos
arreglar un intercambio.
La respuesta llegó al momento. Estamos casi listos. Espera mi señal.
¿Qué espere tu señal? Pensó Dragos. Una sonrisa feroz le curvó los labios. Nada
de eso.
Finalmente comprendió por qué Azrael había venido a Las Vegas. No había
recibido con regocijo la presencia de la Muerte antes, pero si ahora.
El dragón regresó su atención a la cacería.
Bayne regresó. Khalil lamentaba informar que no podía transportarse al lugar.
Había algo que bloqueaba su magia.
Grace tenía un problema similar, pero su mensaje fue mucho más críptico, por lo
que vino a entregarlo en persona. Era una jovencita agradable, de cabello castaño
rojizo y una cojera permanente a causa de una vieja herida. Khalil, su amante,
caminaba protectoramente junto a ella.
–Esto puede que no sea útil –dijo la joven Oráculo. –Por lo que no quiero
quitarte demasiado tiempo, pero hay algo respecto a nosotros que está… fuera de
foco.
Del otro lado de la mesa de conferencia, Dragos se paseaba mientras escuchaba.
–¿Qué quieres decir?
–Estoy tratando de ponerlo en palabras –parecía frustrada. Señaló una de las
pizarras blancas que colgaba de la pared. –Ellos están allá; donde sea que sea allá, y
no los podemos ver correctamente.
–Eso no es noticia –escupió Rune.
–Lo sé –ella lo miró, compasiva. –Un poco de paciencia. Creo que el concepto es
importante. Lo único que tenemos que hacer para verlos mejor es… ajustar la lente.
No están solamente ocultos. Eso es de su lado de las cosas. Hablo del nuestro.
Dragos frunció el ceño. –No estamos haciendo algo que podríamos estar
haciendo para verlos mejor.
–Exacto –dijo el Oráculo. –Hay algo que no estamos viendo y podríamos estarlo
viendo. Sigo recibiendo la imagen de una cámara cambiando el enfoque. Cambiando
como vemos el enfoque. Quizás incluso cambiando quién ve el enfoque. El punto es
que tenemos información o una imagen de algo que no estamos viendo
correctamente.
Dragos miró a Rune. –Eso es diferente a no tener nada de información.
–Si, es correcto –Rune se mesó el cabello. –¿Pero qué es lo que no estamos
viendo?
Dragos miró Grace. –Dijiste tres cosas. Cambiar el enfoque, cambiar como vemos
el enfoque y cambiar quién ve el enfoque. Y todo tiene que ver con la cámara.
Ella dejó escapar un suspiro frustrado y alzó las manos. –Eso es todo lo que
tengo. Lamento no ser de más ayuda.
–¿Todos los invitados a la boda han visto el video que tenemos de los
secuestradores? –preguntó él. La pareja de Graydon, Beluviel, quien estaba también
embarazada, era una anciana del clan élfico de Carolina del Sur y había sido su líder.
Aunque había comunidades élficas por todo el mundo, y era poco realista esperar
que Bel los conociera a todos, la cicatriz en el rostro de la mujer era distintiva, y valía
la pena intentar. –Colectivamente todos tenemos bastante información. Llamen a
todos. Quiero que revisen los videos y las fotos con detenimiento.
Tomó alrededor de una hora que todos los invitados de la boda dejaran sus
tareas individuales y convergieran en el salón de conferencia, incluyendo a la Dra.
Medina. Bel había estado en el hospital, monitoreando el estado de Eva, y fue una de
las últimas en llegar.
Dragos tuvo que controlarse para no alzarla en brazos y sentarla en una silla.
Apenas llegó, dijo: –Inicien el video y pasen las fotos.
–Esto es probablemente una pérdida de tiempo –masculló Rune
telepáticamente.
Fulminó al grifo con la mirada. –No tenemos otra cosa que intentar.
Contemplo a Bel intensamente. Cuando llegaron a la parte del video donde se
veía a un secuestrador propinando el devastador cachazo a la sien de Eva, la
hermosa mujer ahogó un grito.
–Concéntrate –le dijo él. –¿Reconoces a la elfa?
–No, lo lamento. ¿Te molesta si le envío la foto de ella a algunos de los míos? Mi
hijastro, Ferion, puede saber algo.
Ferion era ahora el Señor del clan élfico de Carolina del Sur, y a pesar de que no
le guardaban especial cariño a Dragos, Pia era bastante popular con ellos. Les
preocuparía su bienestar.
–Por favor, hazlo –le dijo Dragos a Bel. –Pero solo a aquellos en los que confíes.
Si estas fotos se hacen públicas, puede que decidan maltratar aún más a Pia y
Carling.
–Entendido –ella lo miró con seriedad.
Mientras ella tomaba fotos del material para enviarlo, él se volvió a los demás. –
¿Y ustedes? ¿Ven algo?
–Vamos a volverlo a ver –dijo Rune.
Nadie se quejó. Todos se volcaron a estudiar atentamente los videos y fotos.
Incluso Grace.
Dragos envió a todos los Wyr al techo, a ver si alguno reconocía algún aroma. La
noche no estaba lejos cuando llamó a la Dra. Medina.
–Ella tenía un par de dosis de emergencia, pero su bolso no está en ninguna de
las fotos –dijo en voz baja.
Medina jamás endulzaba la verdad, y eso era algo que a Dragos normalmente le
gustaba de ella. Le dijo: –Reuniré a un equipo médico de emergencia para que esté a
la espera. Si alguna vez has sentido la necesidad de negociar el favor de un Djinn,
este sería el momento.
Cerró los ojos. Al parecer no había límites a los que no tuviera que llegar ese día.
–Entendido. ¿Khalil?
El Djinn apareció inmediatamente. –¿Si?
–Necesitamos a otro Djinn. Tu ayuda es invaluable, pero necesitamos a alguien
que permanezca exclusivamente con el equipo médico de Medina.
La forma física de Khalil era la de un hombre alto e imponente, con largo cabello
negro y los ojos diamantinos de los Djinn. Frunció el ceño. –Mi hija está de viaje.
Encontraré a alguien disponible.
–Diles que el Señor de los Wyr les deberá un favor –dijo Dragos.
–No –dijo Grace, uniéndoseles. –Tengo tantos Djinn que me deben favores que
jamás lograré usarlos todos en mi vida. Déjame hacer esto por ti.
–Gracias –le dijo Dragos. –No lo olvidaré –alzó la voz para dirigirse a todos los
presentes. –No olvidaré lo mucho que han ayudado todos.
Un rato más tarde, mientras él contemplaba el atardecer por una de las enormes
panorámicas, Beluviel se levantó de un salto, tan rápidamente que hizo que la silla
cayera. Dragos se volteó.
Ella agitó el teléfono en el aire. –¡Tengo su nombre! Un miembro del consejo de
Ferion la reconoció. ¡Se llama Caerlovena!
Duncan y Seremela intercambiaron miradas, emocionados. Duncan habló: –
Conocemos ese nombre, aunque jamás la conocimos directamente. Ella estaba en la
Puerta del Diablo cuando fuimos.
–¿Dónde está la Puerta del Diablo? –Rune corrió a la computadora y empezó a
teclear.
–Está en el noreste de Nevada. Hay una especie de fiebre del oro moderna en
esa zona; pero en lugar de oro, la gente busca un tipo de plata sensible a la magia.
Negociamos con Malphas allí para salvar a la sobrina de Seremela de un grave
problema.
Del otro lado de la habitación, Luis se frotó la boca y dijo: –Esa “fiebre del oro”
está desde que Claudia y yo descubrimos a los esclavistas que minaban en Nirvana.
He escuchado que están construyendo un pueblo de verdad en la Puerta del Diablo.
Dragos también había escuchado de eso. Siempre prestaba especial atención a
todo lo que tenía que ver con metales y piedras preciosas. Pero de momento nada de
eso importaba. Solo importó la sensación que tuvo al todo caer en su lugar. Ahora
comprendió lo que quiso decir Grace al hablar de enfoque.
–Tengo las coordenadas –rugió un triunfante Rune.
–Caerlovena –murmuró el dragón, una humareda saliendo de sus nariz y boca,
enroscándose alrededor de su cuerpo.
En ese momento, no hubo nada más dulce que el nombre de su presa en sus
labios.
Capítulo 7

El arañar constante de la flecha contra el concreto estaba sacando a Pia de sus


casillas. Pero no se atrevió a quejarse porque Carling estaba aparentemente
haciendo algo de progreso.
La Vampyre barría los pedacitos que lograba sacar con una de sus esqueléticas
manos a un costado. Parecía tener algún tipo de uso para ello, y luego de ocultarse el
sol pareció tener más energía.
Pia respiró profundo, tratando de contar el tiempo que pasaba entre contracción
y contracción mientras miraba a Carling trabajando. Era imposible medirlo
exactamente sin un reloj, pero el contar los rítmicos arañazos le ayudaban a dar un
estimado.
Quizás eran contracciones de Braxton–Hicks. Los últimos días habían sido
realmente estresantes. Puede que no estuviese en trabajo de parto todavía.
Se había aferrado a esta posibilidad hasta que el bebé le dio una patada
monumental. De pronto no pudo soportar las ganas de orinar, y se levantó
dificultosamente para correr a la cubeta. Un fuerte chorro de líquido emanó de ella
al agacharse.
Carling se volteó de golpe, escrutándola con atención. –Rompiste fuente,
¿verdad? –preguntó. –Puedo oler sangre.
Pia asintió, a punto de llorar mientras se arreglaba la ropa. Había tenido suerte:
la mayoría del líquido había terminado en la cubeta, pero estaba húmeda en muchas
partes. –Creo que ya tengo un par de horas en trabajo de parto.
Se tambaleó al enderezarse. Carling se levantó de un salto, agarrándola por el
codo.
Luego de ayudarla a sentarse nuevamente, exclamó: –¿Por qué no me dijiste?
–No había nada que hacer –Pia se acurrucó de costado. –Tenía la esperanza que
fuesen contracciones de Braxton–Hicks –ya se había acostumbrado un poco a la fiera
mirada carmesí de la Vampyre, pero no demasiado.
–Quizás pueda convencer a alguien de que nos traiga provisiones –dijo Carling,
pensativa. –Toallas, agua. Quizás agua caliente.
Antes de que Carling pudiese levantarse, Pia la agarró del brazo. –¡No, espera! La
última vez que llamé la atención de Caerlovena, me disparó. La única razón por la
que el bebé y yo estamos con vida es porque tuvimos suerte. ¿Y si no hubieses
podido atajar la flecha? ¿Y si la próxima vez trae una pistola y nos la vacía encima?
Carling miró la cueva vacía. Además de media botella de agua, no tenían
absolutamente nada. El escucharla chirriar los dientes fue una experiencia macabra.
–Bien –dijo. –Entendido. Cortaré algunas tiras. Necesitamos suficiente para
cubrir al bebé. Quizás tengamos suficiente para hacerte un apósito luego.
–Ambas tenemos pantalones largos. Y yo llevo sostén. Puedo prescindir de mi
túnica sin quedar completamente desnuda –Pia se enderezó para quitársela.
–Yo tampoco necesito mi camisa, y carezco del sentido moderno de la modestia.
No me importa ir desnuda si es necesario. ¿Cuánto tiempo entre contracciones?
–No lo sé, pero no es mucho –se frotó el rostro con una mano temblorosa.
Carling le habló en voz firme. –Vamos a salir de esta, Pia. Las mujeres dan a luz
incluso durante la guerra. Dan a luz en campiñas y en cunetas. He atendido muchos
partos y sé lo que hago. Entiendo que no es lo que hubieses querido, pero todo
estará bien.
–Entendido –el discurso de Carling si ayudó. Se aproximaba otra contracción. Pia
apretó los dientes. –Si ellas pueden, yo también. Sobreviví a la amnesia de Dragos y a
un apocalipsis zombie. Puedo parir a Apestosín en una cueva si es necesario.
–Esa es mi chica –usando sus afilados colmillos blancos, Carling hizo tiras de su
camisa. Luego tomó la de Pia. –Necesitamos tener suficientes para enrollar al bebé y
para amarrártelo al pecho. Quiero que puedas echar a correr de ser necesario.
Pia soltó una carcajada seca. –Vas a tener que cavar bastante para sacar mi
gordo trasero de esta celda. Por lo menos tres barras.
La Vampyre esbozó una sonrisa. –Creo que, como estoy ahora, solo necesito
quitar una. O quizás ninguna, si al menos pudiese doblarlas. Si logro sacar la cabeza,
puedo deslizarme fuera.
Pia cayó en cuenta de que había pasado de temerle a Carling a sentirse
agradecida de su presencia. El dar a luz no era una experiencia limpia o dignificada.
Pronto estaría a la merced de su propio cuerpo y las condiciones en las que estaban
eran miserables, pero de alguna forma el pragmatismo de Carling había tornado la
pesadilla en algo desagradable pero tolerable.
Entonces algo particularmente asqueroso se le ocurrió y tuvo que suprimir una
arcada. Carling estaba muriéndose de hambre. No había tiempo para ser sutil. Miró a
la otra mujer a la cara. –Habrá mucha sangre luego del parto.
–Cierto –la Vampyre sonrió aprobatoriamente.
–Si logras soltar una de las barras, tienes que marcharte sin mí –dijo Pia. –No te
quedes, no si puedes evitarlo. Podrías alimentarte y recuperar tus fuerzas. Podrías
buscar un teléfono.
–También podría lanzar hechizos si me alejo de estas barras encantadas –Carling
enrolló las tiras de tela. –Todos son buenos puntos. Necesito volver a cavar. Tu
descansa todo lo que puedas, camina si te ayuda, y avísame cuando las contracciones
se hagan demasiado frecuentes o no puedas soportar las ganas de pujar.
–Bien.
Contempló como Carling regresaba al trabajo.
Dentro de la cueva, estaba cada vez más oscuro. Afuera había algo de luz,
todavía no caía la noche. Ya se había acostumbrado al ruido de la gente martilleando
y trabajando. En algún punto trajeron una grúa para alzar la parte superior del
dragón de madera y colocarla en su sitio. La cabeza estaba casi al mismo nivel de la
cueva.
Cuando se detuvo la actividad, el silencio fue casi ensordecedor. Pero no duró
demasiado.
Pronto otro ruido se elevó, el zumbido de muchas voces hablando a la vez. De
pronto, Carling barrió el polvo y las piedrecillas producto de su trabajo de regreso al
agujero que había logrado hacer. Se apartó de la entrada rápidamente.
La razón de su proceder se hizo clara un momento después. Caerlovena apareció
en el saliente fuera de la celda, con un megáfono. Tenía puesta una armadura ligera
y estaba armada con una pistola a la cintura y una larga espada colgada entre sus
anchos hombros. Le daba la espalda a la celda y estaba flanqueada por dos
asistentes, cada uno llevando una lámpara.
Pia se levantó dificultosamente, siéndole imposible el soportar estar tirada en el
suelo con Caerlovena tan cerca. Al hacerlo, notó el cambio en Carling. En lugar de
verse como la amistosa pesadilla a la que casi se había acostumbrado, la Vampyre
sujetaba la flecha como una lanza, con el cuerpo tenso como un arco.
¿Acaso pretendía lanzarle la flecha a Caerlovena?
Pia la enfrentó, parándose frente a ella. –No –le susurró. –Necesitamos esa
flecha.
La Vampyre suspiró. –Si tuviese todas mis fuerzas, podría hacerlo.
–Pero no lo estás –le recordó Pia. –Y aunque pudieras hacerlo, y estuvieses
preparada para lidiar con las consecuencias, yo no podría. A la única que matarías
sería a Caerlovena, y todavía hay una multitud allá afuera. Necesito que mi bebé
salga de aquí con vida.
Carling se relajó lentamente. –Tienes razón, por supuesto.
Pia suspiró aliviada, al mismo tiempo que Caerlovena alzaba su megáfono para
hablar. –¡Pueblo de la Puerta del Diablo, bienvenidos a la quema del dragón! Cada
uno de ustedes es importante. Todos están aquí por un propósito. Al estar presentes
aquí hoy, están haciendo un convenio; están de acuerdo en que el dragón tiene que
morir. Ha sido una peste sobre esta tierra por demasiado tiempo. He capturado a su
pareja embarazada y no tiene más opción que venir a nosotros. Prepárense, y
recuerden, ¡vamos a la guerra!
Mientras la elfa hablaba, Pia y Carling se apretujaron discretamente contra las
barras para ver lo que pasaba. El corazón de Pia se encogió al ver la enorme cantidad
de gente reunida alrededor de la efigie del dragón.
Tenía que haber más de mil personas allí: Elfos, Vampyres y otros Nightkind,
trolls, ghouls, Demonkind y humanos.
–No tenía idea de que tanta gente lo odiara –susurró.
Carling apoyó una mano consoladora en su espalda. –No te dejes engañar por
esta puesta en escena. Caerlovena no guía una comunidad, esto es un culto. La
mayoría en la multitud son elfos y esos están todos locos. Dragos también tiene
gente que lo apoya. Además, aunque estas barras encantadas no me permiten
percibir bien la magia, creo que ella está usando una especie de hechizo carismático.
Mientras ellas hablaban, Caerlovena se paseaba por el saliente, empujando a sus
seguidores a un paroxismo salvaje. La multitud rugía aprobatoriamente luego de
cada declaración.
Incluso Pia tuvo que admitir que era un espectáculo estremecedor e
impresionante. Caerlovena definitivamente tenía a su público encantado, estuviese
haciendo magia o no. La amaban.
–¡Y ahora, préndanle fuego! –gritó Caerlovena. –¡Véanlo arder!
Abajo, en el claro, varios elfos corrieron a la efigie portando antorchas. Debieron
tratar la madera con algún tipo de combustible, pues se incendiaron con una caricia
de las antorchas, y el fuego se esparció con una impresionante rapidez. Pronto
alcanzaron la efigie.
Santos dioses, incluso alguien en la multitud tenía tambores. Un ritmo tribal se
alzó de pronto, y la multitud empezó a bailar con un abandono salvaje. Caerlovena
rió, contemplándolos. Toda la escena parecía sacada de una película de James Bond
de los setenta.
Mientras Pia contemplaba la escena con una mezcla de horror y fascinación,
sintió como si una prensa le apretara las entrañas. Aferrada a las barras, jadeó,
tratando de soportar la contracción. Era difícil imaginar que las cosas empeorarían.
Pero entonces, pudo ver a un hombre alto, vestido de negro entre la multitud,
cerca de la efigie. Tenía los ojos verdes, y sus rasgos eran una versión más
clásicamente atractiva que los de Dragos.
La Muerte había llegado.
Pia se echó a temblar. Le dio un discreto codazo a Carling. –Mira abajo, cerca de
la efigie. ¿Ves al hombre?
La Vampyre escudriñó la multitud. –¿Quién? El fuego es demasiado intenso para
que alguien se le acerque.
Azrael miró en dirección a la cueva. Quizás fuese un truco de la luz, pero parecía
estar mirando directamente a Pia.
Estaba equivocada. Las cosas estaban a punto de ponerse peor.
Las llamas llegaron a la cima de la efigie. Emitía tanto calor que Pia podía sentirlo
claramente desde donde estaba, y al caer la noche, la luz roja iluminó el claro y todo
a su alrededor.
El muslo empezó a picarle horriblemente. Entonces la picazón le subió hasta el
hombro derecho y el brazo. Al rascarse, pudo sentir dolorosos bultos en su piel.
Tenía urticaria. Momentos después, empezó a sentir nauseas. Sin el medicamento
para suprimir su sistema inmune, su cuerpo empezaba a rebelarse por completo.
Abruptamente corrió a la cubeta para vomitar. Una vez que hubo vaciado el
contenido de su estómago, se sintió marginalmente mejor. Al limpiarse la boca con el
dorso de la mano, cayó en cuenta de que Carling estaba a su lado, sujetándole el
cabello.
–No te sientes muy bien, ¿verdad, querida? –dijo la Vampyre en voz baja.
–Mi cuerpo rechaza al bebé, al mismo tiempo que trato de dar a luz –explicó Pia,
su voz casi monocorde. La amenaza de un escenario igual o parecido había estado
rondándola durante todo su embarazo. –Ahora que empecé, la única manera de
terminar con esto es continuar.
Cuando pudo enderezarse, Carling le tendió la botella de agua. Ella tomó dos
sorbos, uno para limpiarse la boca y otro para calmar el ardor de su garganta
abusada.
Tapando la botella, se volvió a la entrada de la cueva a tiempo para ver como un
enorme meteoro broncíneo chocaba contra la efigie, haciendo llover pedazos de
madera ardiente sobre todo el claro.
Dragos había llegado.
Con un rugido, el dragón giró, sorprendentemente rápido para un animal de su
tamaño, y escupió fuego a su alrededor. Por encima de sus cabezas, una enorme
arpía chilló antes de lanzarse al ataque. Tres magníficos grifos se le unieron de
inmediato, cada uno del tamaño de una camioneta grande. La multitud chilló
enloquecida mientras pedazos de madera ardiente llovían sobre sus cabezas.
Pia miró, impresionada. La escena era tan magníficamente apocalíptica que
olvidó su miseria por un momento.
–¡Alto! ¡Alto! –gritó Caerlovena por su parlante. Desenfundó su arma y le apuntó
a Pia. –¡Dragón, si no te detienes ahora, le disparo!
El tiempo se ralentizó. Pia miró el cañón de la pistola y luego a Dragos. ¿Estaría
demasiado ido para escuchar a Caerlovena?
Carling se interpuso deliberadamente entre ella y el arma, pero su cuerpo
esquelético no ofrecería gran protección a las balas, especialmente si recibía un tiro
fatal y se volvía polvo.
Fijando su penetrante mirada dorada en Caerlovena, el dragón se detuvo.
Un sonido retumbó por el claro, inverosímil en la situación. Caerlovena se reía.
La elfa se dirigió al dragón. –Llegaste un poco antes de lo planeado, pero nada
que no se pueda arreglar. Dile a tu gente que se vaya; todos menos la pareja de la
Vampyre. Los quiero lejos, del otro lado de mi bosque.
Dragos alzó su enorme cabeza hacia los demás Wyr y gruñó. –Váyanse.
Uno a uno, alzaron el vuelo. La arpía se marchó chillando de ira, mientras que
Rune aterrizó de golpe junto a Dragos. El grifo parecía tan fiero e iracundo como Pia
se sentía al alzar la cabeza hacia la cueva donde estaba su pareja.
Con los dos Wyr quietos en el centro, la multitud empezó a calmarse y
organizarse.
–Así me gusta –dijo Caerlovena. Su voz sonó aguda, quizás porque se sentía
triunfante. –Ahora… regresen a sus formas humanas.
El aire se estremeció alrededor de ellos, y tanto el dragón como el grifo
desaparecieron para ser reemplazados por dos hombres, uno junto al otro. Estaban
vestidos de manera similar, pantalones, franelas y botas, con sendas espadas
guindadas a la espalda y pistolas en los cinturones, pero allí terminaban las
similitudes.
Físicamente eran distintos. Rune tenía la musculatura y la gracia de un
espadachín, con su maravilloso metro ochenta y sus cabellos rubios, mientras que
Dragos, más alto, parecía más rudo, con sus cabellos negros como las plumas de un
cuervo. Pedazos de madera incendiada los rodeaban. La única otra figura
medianamente cerca de ellos era Azrael, quien parecía una estatua, contemplado la
escena.
Rune no parecía haber notado a la Muerte, pero Pia notó que Dragos sí. Miró
largamente a Azrael antes de voltearse a fijar nuevamente la mirada en la cueva. Su
rostro carecía de expresión, pero sus ojos brillaban con la intensidad del oro
derretido. Podía estar en forma humana, pero en este momento quien lo controlaba
era el dragón.
–¡Vean lo fácil que controlo a la Gran Bestia! –gritó Caerlovena.
Señora, si crees que lo controlas, te equivocas, pensó Pia mientras miraba a
Dragos. Esta era la calma antes de la tormenta. Solo está esperando.
Pero había otra cosa respecto a Caerlovena que Pia empezaba a comprender. A
la elfa realmente no le importaba las consecuencias de sus acciones. No era una
villana de Bond, envanecida por su propia confianza. Probablemente ya sabía que no
sobreviviría a este encuentro. Demasiadas personas sabían lo que había hecho.
Lo único que le importaba era asesinar a Dragos, y ese descuido a su propia
seguridad conllevaba su propio peligro. La dejaba dispuesta a hacer cualquier cosa.
Otra contracción la hizo retorcerse mientras Caerlovena instigaba a sus
seguidores por el megáfono. Cuando se enderezó, notó que el rostro de Dragos ya no
carecía de expresión.
–Haz tu trabajo. Permanece con vida –le decía, sin proferir sonido.
Limpiándose la frente húmeda con el dorso de la mano, ella asintió,
respondiendo: –Y tú has el tuyo. Sácanos de aquí.
Él asintió.
Fue un intercambio miserablemente corto. Ella deseaba recostarse contra su
pecho como cuando dio a luz a Liam. Quería que la abrazara y la ayudara
pacientemente con cada contracción. Demonios, quería a la Dra. Medina y una
habitación de hospital privada.
Pero nada de eso sería posible ahora.
–Qué bueno que ya sabemos que eres un alborotador –le susurró al bebé
mientras se frotaba el vientre. –Parece que somos tú y yo, chiquillo.
–Y yo.
El comentario no había venido de Carling, quién todavía estaba aferrada a las
barras mirando a Rune.
Pia se volteó lentamente, los ojos abiertos en una sorpresa total. Azrael estaba
de pie junto a ella.
Mientras se apartaba, le dijo con voz ronca. –Aléjate de mí. Ninguno de nosotros
va a morir.
Él la siguió. Cuando ella llegó al fondo de la cueva, él apoyó uno de sus anchos
hombros contra la pared. –La gente siempre se lo toma personal cuando llego.
Actúan como si los persiguiera a propósito –comentó Azrael. –Aplaudo tus ganas de
vivir. Puede que te ayuden a superar esto.
–Haz algo útil. Tráeme agua caliente y toallas.
–No puedo interferir con los vivos –le dijo él. –Pero puedo facilitar tu muerte, si
llegamos a eso.
–¿Estás físicamente aquí? –jadeó ella. Una llamarada de rabia le llenó el pecho y
lo cacheteó.
El rostro de él cedió bajo su mano, y la miró sorprendido.
Le dolió la mano. La sacudió. Le habían arrebatado tantas opciones que el
cachetear a alguien se sintió muy bien. Quiso hacerlo otra vez.
–No te quedes ahí parado, en el mundo físico, y me digas que no puedes hacer
nada –le siseó. –Oh, wow, eres la Muerte, genial. Pero la muerte es tan común como
el polvo. Dragos vive en el mundo físico. Toma acción y se sumerge en él. ¡Tú solo
estás usando tu estatus elevado para mantener una barrera entre tu pomposo
trasero y todos los demás!
–Dragos hace lo que dicta su naturaleza, como todos los demás –le espetó
Azrael. Su actitud fría desapareció por completo. Estaba furioso.
–Bueno, tu naturaleza apesta, imbécil –le gruñó en respuesta. –Y si vas a seguir
siendo un inútil, salte de mi camino. Tengo un bebé que parir.
Él alzó una mano hacia su vientre con un iracundo suspiro. Al ella apartarse, él le
espetó, impaciente: –¿De verdad crees que tengo que tocarte para que tu bebé
muera, o que quiero matarlo? Como dije antes, todos creen que los persigo a
propósito. Dijiste que querías ayuda, ¡así que quieta! No te haré daño.
Temblando y jadeando, ella logró no gritar aterrorizada al verlo tocar su
hinchado vientre. Su mano estaba caliente, no fría como lo temía.
Un adormecimiento floreció desde donde él la tocó. Algo asustada, ella se
pellizcó. Pudo sentirlo. Más que adormecimiento, era una falta de dolor. Cuando
llegó la siguiente contracción, solo sintió que se le tensaban los músculos.
–Muy bien –dijo, a regañadientes. –Eso es útil, así que gracias, supongo. Aunque
si de verdad quisieras ser útil, me traerías unas putas toallas y algo de agua caliente.
Después de todo, estoy segura de que no alargarían mi vida de manera poco natural.
–Te sorprendería de lo mucho que un pequeño cambio puede lograr –dijo él,
alzando una ceja. –Se llama Efecto Mariposa, por si no lo sabes.
Ella puso los ojos en blanco. –Supongo que tendré que ser comprensiva si la
posibilidad de crear cambio es demasiado para ti. Sin duda no podrás arriesgarte a
ensuciar tu reputación actuando como alguien a quien de verdad le importa algo.
Azrael la miró, apretando los labios. –Eres realmente imposible, ¿lo sabías?
–Oh, por favor, díselo a alguien que le importe –le espetó ella.
Como antes, en el Midnight Lounge, ni Carling, ni Caerlovena, ni ninguno de sus
asistentes, pareció caer en cuenta de la presencia de Azrael. Estaban enfocados en el
claro bajo sus pies.
–Tendremos nuestro propio campeonato, como el Señor de los Wyr y sus
centinelas –dijo Caerlovena con una sonrisa salvaje. –Fórmense, patriotas, y
prepárense para luchar. Solo que, a diferencia del torneo del dragón, no lucharemos
uno a uno. No, pelearemos contra el dragón y su grifo mascota todos juntos –señaló
a los dos hombres. –Y ustedes dos permanecerán en sus formas humanas. No usaran
magia durante la pelea, o si no haré que mis hombres disparen sobre la cueva hasta
que no quede nadie vivo adentro. ¿Queda claro?
–Como el cristal –le espetó Dragos. Él y Rune desenvainaron sus espadas,
pegándose espalda contra espalda mientras la multitud los rodeaba.
Pia ya se había acostumbrado a la sensación de terror en su estómago. Le habló
a Azrael. –Dragos es como tú. No puede morir, ¿verdad?
–Todos pueden morir –respondió Azrael. –Incluso esos de nosotros a los que
llamas Poderes Primigenios pueden morir. Si Dragos muere, otra Gran Bestia
simplemente se alzará para tomar su lugar.
Otra bestia. ¿Liam?
No. Sencillamente no.
–Eso no era lo que quería escuchar –masculló ella.
Pero Azrael ya no estaba. Había realizado su truco favorito y había desaparecido
de la cueva.
Cerró la mano con la que lo había cacheteado en un puño. Menos mal que
todavía le latía, o creería que todo había sido una alucinación.
Pero una vez que lo pensó, no pudo olvidarlo.
Lo único que sabía realmente era que había golpeado algo con la mano que le
latía. Entonces un montón de preguntas se agolparon en su cerebro.
¿Y si había estado alucinando realmente? ¿Y si había golpeado la pared?
¿Y si esa falta de dolor no era un regalo de la Muerte, sino una advertencia?
Capítulo 8

El ejército de Caerlovena se abalanzó sobre Dragos y Rune.


–Aquí vamos –masculló Rune. –¿Alguna idea brillante?
–¿Aparte de masacrarlos a todos? –respondió Dragos. Ese plan le parecía bien,
pero sabía que al disminuir sus fuerzas, Caerlovena dispararía sobre la cueva de
todas maneras, para asegurarse de que nadie sobreviviera. –Estoy pensando.
La Muerte se paseó por el terreno entre los atacantes y los dos hombres, con las
manos en los bolsillos. Azrael parecía pensativo, hasta que Dragos lo perdió de vista
entre los atacantes.
Entonces se dedicó a la tarea de matar.
Rune giró, corrió y saltó por toda la multitud. A donde iba, caían guerreros. El
grifo era la perfección en movimiento, rápido y grácil como un bailarín, pero lo
suficientemente poderoso como para aplastar todo a su paso.
El verlo por el rabillo del ojo le recordó a Dragos por qué lo había elegido como
su Primer Centinela hacía tantos años.
–Ok, bien –le dijo telepáticamente. –Quizás Carling no sea tan mala, después de
todo.
Rune apenas evitó que un troll le aplastara la cabeza con un martillo. Lo fulminó
con la mirada. –¿Quieres ponerte conversador AHORA? Diablos, siento lástima por
Pia.
Dragos echó a correr, saltando y aterrizando en la espalda del troll. Le clavó la
espada en uno de los pliegues de su rugoso y pétreo cuello. El troll emitió un ruido
como el de un elefante moribundo. Ya estaba muerto, pero tardaría un minuto en
caer.
No esperó a eso. En lugar de ello saltó al suelo, tomando el martillo de guerra
del troll. Luego de sopesarlo en la mano, lo lanzó con fuerza a otro troll parado a
unos quince pasos. Se estrelló contra su rostro, haciéndolo trizas, y al caer, ese
segundo troll aplastó a otros cinco que estaban demasiado cerca.
Daño máximo. Justo como le gustaba.
Si tan solo pudiera usar todas sus habilidades, le mostraría a esa perra elfa lo
que era capaz de hacer. No quedaría más que restos carbonizados en el claro. Eso
era lo que le había pasado al equipo de ella, hace casi un milenio atrás.
La había recordado apenas la había visto en persona y escuchado su voz. Ella no
era parte del pasado que había perdido con el accidente, sino que formaba parte de
recuerdos más antiguos. Su encuentro había sucedido años antes de que los
humanos rondaran la Tierra.
Caerlovena y su tribu habían venido a matar al dragón, y no les había salido bien.
De hecho, la cicatriz en su rostro era de esa antigua batalla con Dragos. Las heridas
por fuego de dragón no se curaban nunca por completo, ni con la más poderosa
magia.
Ella lo había atacado a él y había arrastrado esa ira durante miles de años
porque las cosas no habían salido como ella quería. Malditos elfos.
Ahora los tenía a los cuatro encerrados en una trampa. Él y Rune podían cuidarse
bien las espaldas en el campo de batalla porque, a pesar de ser miles contra dos, las
limitaciones del combate cuerpo a cuerpo hacían que solo pudiesen enfrentar siete o
diez guerreros a la vez, lo que no era problema alguno para los Wyr.
El problema era que mientas más duraba la batalla, más daño recolectaban.
Rune ya tenía varias cortadas y moretones, al igual que Dragos. Si no usaban ninguna
de sus otras habilidades, el ejército de Caerlovena ganaría gradualmente,
agotándolos hasta matarlos.
Mientras tanto, Pia estaba dando a luz. Ella y el bebé necesitaban estar en un
hospital con sanadores Wyr. Carling también necesitaba atención médica, claro, pero
Pia era el verdadero problema urgente a los ojos de Dragos.
Mantuvo un ojo en Caerlovena y sus asistentes mientras luchaba. Esta se
paseaba por el saliente, gritando alicientes a sus guerreros. Dragos quiso de pronto
hacerle tragar ese megáfono.
–Oh, nos estamos divirtiendo bastante, ¿verdad? –gritó ella.
Dragos miró la creciente pila de cadáveres que los rodeaba a él y a Rune. Eso fue
demasiado.
–No lo sé, Caerlovena –le gritó en respuesta. –Me parece que no eres más que
una maldita cobarde incapaz de venir y pelear por sí misma. ¡Lo único que has hecho
es secuestrar a una mujer embarazada, quedarte en donde es seguro y hacer que
todos los demás hagan el trabajo sucio por ti!
La intensidad de la pelea a su alrededor se calmó ligeramente cuando algunos de
los soldados de Caerlovena se detuvieron, dudando momentáneamente.
Caerlovena fulminó a Dragos con la mirada, su poderoso cuerpo tenso de rabia.
–Pareces creer que se te debe una pelea justa, dragón. ¡Nada más lejos de la verdad!
¿Acaso alguno de los míos tuvo una pelea justa?
–Ustedes me atacaron –le gruñó él. Sangre humeante le goteaba por el brazo.
Tenía tanta ira reprimida que su sangre hervía. Azotó el brazo, salpicando los rostros
de sus enemigos más cercanos. Estos se tambalearon, gritando de dolor.
–¡Porque tú nos cazaste primero! –gritó ella. –¡Alguien tenía que matarte!
–Mi punto es el mismo, ¡eres demasiado cobarde para venir a pelear tú misma!
–gritó con la suficiente fuerza para proyectar su voz a todos en el claro mientras
señalaba los cuerpos a su alrededor. –En lugar de ello, los envías a su muerte.
Si las miradas pudieran matar, él caería fulminado por los ojos de la elfa. –
Retírense –dijo por el megáfono. –¡Todos, retírense!
Sus seguidores obedecieron, mirando a Dragos y Rune con cautela mientras se
apartaban al borde del claro.
Caerlovena esperó a que su ejército estuviese quieto y a la expectativa. Entonces
habló con calma y frialdad. –Mi punto también es el mismo. Pareces creer que se te
debe una pelea justa. Esto no lo es, es solo la primera ronda. Déjame decirte cual es
la segunda, dragón. Tú y tu grifo mascota tendrán un duelo a muerte.
–No –dijo él, sin vacilar.
Ella sonrió fieramente. –Sí. Si no luchan, mataré a sus parejas aquí y ahora. Si
luchan, solo uno de ustedes tiene que morir.
Dragos gruñó. –Caerlovena, ambos sabemos que es mentira. No tienes intención
alguna de dejar vivir a ninguno.
La sonrisa de ella se amplió. –¿Qué otra opción tienes, y que estás dispuesto a
hacer por unos minutos más de vida?
Él intercambió una mirada sombría con Rune. El sudor oscurecía el cabello del
grifo, y su franela estaba cubierta de sangre. Cuando Dragos miró a la cueva, tanto
Pia como Carling habían desaparecido. El estómago se le hizo nudos. La única razón
por las que ambas retirarían su atención de la pelea era que algo más importante las
requería.
Uno de sus asistentes tocó el hombro de Caerlovena. Dragos pudo escucharlo
perfectamente al susurrarle. –Milady, mire.
Al ella voltearse a mirar dentro de la cueva, Dragos percibió un rastro del olor de
la sangre de Pia. A pesar de la carnicería que los rodeaba a él y a Rune, reconocería
ese olor en cualquier parte. El terror se apoderó de él.
–¿Quién hizo eso? –exclamó Caerlovena. Entonces lanzó un grito más poderoso
e iracundo. –¿Quién hizo eso? ¿Cómo llegó eso allí? ¡¿QUIÉN ENTRÓ A LA CUEVA?!
Su otro asistente volteó también.
Por un segundo, ninguno de los tres parados en el saliente prestó atención a lo
que pasaba en el claro.
Dragos aprovechó el momento.
Presionándose como jamás lo había hecho, echó a correr hacia el escarpado.
Mientras corría, lanzó un hechizo de pánico que estalló desde su interior como una
bomba. Cuando alcanzó al ejército que lo rodeaba, todos estallaron en una
aterrorizada y caótica cacofonía.
Al mismo momento, él saltó con ambos brazos estirados. No hubo tiempo para
cambiar de forma o lanzar otro hechizo. En lugar de ello, se estiró lo más que pudo,
tratando de alcanzar, alcanzar y logró llegar lo suficientemente alto como para
aferrar el tobillo de Caerlovena y el de uno de sus asistentes.
Mientras lo hacía, un grifo le pasó como una bala por al lado, abalanzándose
sobre el segundo asistente con un silencio mortal. Rune había actuado al mismo
tiempo que él.
Caerlovena y el asistente que Dragos había aferrado perdieron el equilibrio al él
jalarlos. Con un grito de rabia, ella desenfundó su arma y se volteó a enfrentarlo. Él
plantó ambos pies con fuerza contra la pared y pateó.
Arrastró a sus dos presas con él al suelo mientras caía.
Mientras caían, Caerlovena lo apuntó con su arma y haló del gatillo. Las balas se
clavaron en el cuerpo de Dragos. Él no supo cuántas, no las contó. No le importaban.
Lo único que le importaba era el rostro aterrorizado de ella.
Los tres se estrellaron contra el suelo a la vez. A pesar del dolor casi
insoportable, Dragos se volteó para aterrizar sobre el cuerpo de la elfa.
Ah, espléndido. No estaba muerta aún. Él le quitó el arma de un golpe y la agarró
en una llave.
Luchando contra su peso, ella tosió, tratando de arañarle el rostro y sacarle los
ojos.
Apartando la cara de sus dedos, él apretó los brazos alrededor de su cuello. Todo
pensamiento civil desapareció de su mente, vaporizado por la ira del dragón. Solo
una regla permanecía vigente en su mente, la más antigua en el reino de la Gran
Bestia. Matar o Morir.
La tenía. La tenía y podía hacer que todo terminara rápido.
–Eres una cruel cobarde –le susurró al oído. Ella continuaba luchando, su cuerpo
arqueándose por el esfuerzo de respirar, y su ropa se anegaba con la sangre caliente
de él. –Solo un verdadero monstruo trataría a una mujer embarazada de esa manera
tan cruel. No mereces morir rápido.
Ella ya no podía hablar, pero podía usar telepatía. –Estoy encantada con mi fin,
ya que pude traerte conmigo. Te disparé a bocajarro.
Vagamente notó que unas barras de metal retorcidas caían tras él. No tuvo que
alzar la vista para saber que Rune había destrozado la celda para llegar a su pareja.
Nada de eso importaba. Dragos estaba rodeado de silencio, lleno de el, en este
momento puro y singular.
El sudor le goteó en los ojos, emborronándole la visión. Creyó ver a Azrael
acercarse, con Pia de la mano.
Ella parecía salida de una película post–apocalíptica. Tenía solo el sostén y unos
pantalones rotos. Estaba cubierta de polvo y sangre. Tenía el cabello despeinado y
sucio, y unos grandes círculos oscuros le rodeaban los ojos enrojecidos. En un brazo,
sostenía un pequeño bebé.
Su hijo.
Pia le tendió el bebé a la Muerte, tomando una de las barras de metal y
dejándola caer como un bate de beisbol sobre la cabeza del hombre a punto de caer
sobre Dragos.
El tipo cayó como una piedra.
Dragos soltó el cuerpo de Caerlovena. Había muerto en algún momento, pero la
llegada de Pia lo había distraído y descubrió que no le importaba.
Cayó de espaldas, tratando de no perderse ni un momento de lo que pasaría.
–Te ves terrible –logró mascullar.
El rostro de ella se desencajó de ira. Pateó al hombre que acababa de golpear,
gritando. –¿Por qué no pueden dejarme ser pacifista, hijos de perra?
Se dejó caer de rodillas junto a Dragos, contando agujeros de bala. Él miró por
encima de su hombro, y le gruñó a Azrael. –Si le llegas a hacer algo a mi hijo, te haré
pedazos.
–¡Solo estoy sosteniendo al bebé! –le espetó Azrael. –Todos siempre creen que
los estoy cazando.
–¡Ay, ya cállate! –le gruñó Pia por encima del hombro. Estaba realmente fuera
de sus casillas. Dragos jamás la había visto así. –¿Qué pasa contigo? Todo es oh,
pobrecito yo, nadie me entiende.
–Tu esposa es una verdadera arpía cuando está de parto –le informó la Muerte a
Dragos, quien intentó tomar aliento para echarse a reír.
–¡Dragos! –exclamó Pia, golpeándolo. Él regresó su atención a ella con un
quejido. –¡Pide ayuda!
Oh. Claro.
Llamó telepáticamente a los que esperaban al borde del bosque. Mayday,
mayday.
Inmediatamente sendos ciclones aparecieron en el claro. Los dos Djinn que
habían estado esperando trajeron las dos doctoras, Seremela y Medina, junto a su
equipo y a un grupo seleccionado de luchadores: Graydon, Bayne, Aryal, Duncan,
Claudia y Luis.
Y eso fue todo.
Algunos de los soldados de Caerlovena se recuperaron del hechizo de pánico lo
suficientemente rápido como para pelear con los recién llegados, pero Dragos sabía
que todo terminaría con la muerte de Caerlovena. La fortuna estaba firmemente de
su lado.
Se aferró a la consciencia hasta que vio a Medina caer sobre Pia y Apestosín. De
alguna forma Dragos no había notado a Azrael devolviéndole el bebé a Pia. De hecho,
notó que la Muerte ya no estaba entre ellos.
Mejor así.
Seremela cayó de rodillas junto a él, las serpientes de su cabello siseando
alarmadas, y él se dejó caer en una aterciopelada inconsciencia.
Despertó momentáneamente un minuto después, cuando lo movieron. Aryal le
sostenía la mano. La arpía lloraba.
–Te disparó seis veces –le dijo. –No deberías estar vivo, mucho menos
consciente.
El hablar le resultó un poco más difícil de lo que esperó. –Estoy muy ocupado
para morir –trató de voltear a mirar donde estaba Pía mientras hablaba.
Aryal le dijo: –Ella y el bebé ya se marcharon al hospital con Medina. Me hizo
prometer quedarme contigo y tomarte de la mano.
–Los médicos saben que no es bueno separar a parejas Wyr malheridas –
masculló él.
Seremela apareció en su línea de visión. El rostro de la medusa era amable. –
Resiste, Dragos –le dijo. –Ellos necesitaban irse al hospital de inmediato, y nosotros
necesitábamos estabilizarte antes de moverte. Iras con Pia y el bebé pronto.
Él miró a Aryal, quién asintió. Solo entonces se relajó. –Quiero que este jodido
bosque sea completamente arrasado.
–Tranquilo, ya estamos en eso –dijo Aryal en tono sombrío. –Bel dijo que la
tierra aquí lloraba de dolor, lo cual da algo de miedo, para ser sincera. Alexander y
Quentin ya peticionaron al Consejo de Ancianos para tomar una acción decisiva
sobre Puerta del Diablo. O ponen presencia policiaca aquí, o sacan a todo el mundo.
No puede seguir siendo un criadero de vagos y maleantes…
Hablar en voz alta era demasiado problema.
–Aryal –dijo por telepatía. –Silencio.
Ella detuvo su diatriba de golpe. –Bien –sonó tímida, o todo lo tímida que podía
sonar. –Solo no te preocupes por nada. Estamos ocupándonos de todo –antes de
perder la consciencia otra vez, pudo escucharla decirle a la medusa. –De verdad
quiero mucho a este estúpido dragón.
Entonces permaneció inconsciente por un largo rato. Más tarde se enteró de
que lo habían transportado al hospital Wyr al norte de New York, donde había
pasado horas en cirugía.
De haber podido cambiar de forma, su cuerpo de dragón habría derretido las
balas antes de que lo tocaran. Pero en lugar de ello, una de las balas se había alojado
peligrosamente cerca de su corazón. De haber sido humano, estaría muerto, pero su
corazón era más resistente que el de un humano, recubierto por una membrana
resistente al fuego.
Le habían dado otros dos tiros en el pecho. Uno le había roto el pulmón derecho.
Kathryn Shaw, la cirujana especializada en heridas de centinelas Wyr, le había
prohibido transformarse y volar por un mes.
Las otras tres heridas eran relativamente poco importantes en comparación.
Caerlovena había empezado a disparar mientras alzaba la pistola, y sus heridas
seguían esa misma trayectoria: muslo, cadera y justo bajo sus costillas. Esas balas no
habían tocado ningún órgano ni hueso importante.
Pero de eso se enteró mucho después.
Cuando volvió a recobrar la consciencia, estaba acostado en su propia cama, en
su hogar al norte de New York. La habitación estaba en sombras, pero pudo ver un
atisbo de color en el cielo nocturno por una de las ventanas.
Pia estaba profundamente dormida junto a él, acurrucada alrededor del
pequeño bebé entre sus brazos. Los miró, maravillado. Ambos estaban limpios y
descansando tranquilamente. Juntos y a salvo en casa. Pia tenía una mano en el
brazo de Dragos.
No le gustaba el haber sido transportado sin su conocimiento. Tampoco le
agradaba el olor remanente a antiséptico y sangre que lo rodeaba, pero prefería
estar en su propia cama que en un hospital, así que decidió no quejarse.
El ver a Pia respirar lo enloqueció de alivio. Absorbió todos los detalles. Protegía
al bebé mientras mantenía contacto con su marido… para alguien profundamente
dormido, ella parecía sumamente ocupada. Una sonrisa le curvó los labios.
Él no se había movido, pero sin aviso alguno, ella abrió los ojos. Como era común
en las parejas Wyr, ella había sentido su atención. El verla sonreír fue como ver el
amanecer luego de una terrible pesadilla.
Los sanadores habían hecho un buen trabajo. Le tomaría un tiempo a su sistema
inmune recuperarse por completo del embarazo, pero por lo menos sus bonitos ojos
ya no estaban tan enrojecidos o vacíos.
Entonces miró al pequeño entre ellos y su sonrisa se desdibujó un poco.
Caerlovena le había robado el nacimiento de su hijo y había hecho que Pia
viviera un infierno. Un dejo de su ira pasada hizo eco en su mente y quiso volver a
matar a la perra elfa unas mil veces más.
–¿El bebé? –murmuró. Su voz sonó algo oxidada.
–Está perfecto –le dijo ella por telepatía.
Con un gran esfuerzo, él le tomó la mano y se la llevó a los labios. También
cambió a telepatía. –¿Y tú?
–Me recuperaré, y tú también –la sonrisa de ella había desaparecido también. Se
veía en calma pero seria. –Tenemos mucho que hablar, pero no tiene que ser ahora.
Eso era cierto. Él disfrutó de la calidez de sus dedos contra sus labios. –Pon al
bebé sobre mi pecho.
Ella se enderezó, alarmada. –Claro que no. Acaban de hacerte una cirugía para
sacarte seis balas. La mitad penetró tu torso.
Él logró soltar un resoplido. –Me han lanzado tantos hechizos curativos que
podrías estacionar una camioneta sobre mi pecho.
Ella lo miró con ojos entrecerrados. –En tu caso puede que sea literalmente
cierto.
Él insistió. –Un bebecito bonito y pequeñito no hará ningún daño. ¿Cuánto pesa?
–Dos kilos y ochocientos gramos –murmuró ella, mirando al bebé. Había tanto
amor en su voz mental que Dragos se sintió como iluminado. –Realmente es un
bebecito bonito y pequeñito.
Todos esos detalles que se había perdido. Dijo roncamente: –No estuve allí para
él. No estuve allí para ti.
–¡No digas eso! –le espetó ella con fiereza. –Si estuviste allí, Dragos. De la
manera más importante.
–Pero no como me habría gustado –respondió él, con lágrimas en los ojos.
Ella cerró los ojos, apretando su mano. Entonces se enderezó por completo,
alzando cuidadosamente al bebé y colocándolo sobre el pecho de Dragos.
Un exquisito placer y liviandad se asentaron en los viejos huesos del dragón al
sentir el ligero peso de su hijo sobre su pecho. Acariciándolo con la yema de sus
dedos, Dragos memorizó su olor.
Pia se acurrucó junto a él, apoyando la cabeza en su hombro. Él le besó la frente.
Luego de tanta violencia, esta sensación de paz era indescriptiblemente maravillosa.
Pero entonces él frunció el ceño, y sencillamente tuvo que preguntar. –¿De qué
tenemos que hablar?
Pia alzó la cabeza. Lo miró largamente, con los ojos entrecerrados y la boca
apretada. –Oh, no lo sé, Dragos; ¿De qué crees que tengamos que hablar? –le
susurró. –Una pista: probablemente tiene que ver con tu hermano.
Entrecerró los ojos antes de voltearse a mirar el techo. –No quiero hablar de eso.
–¿Ah, no?
Él conocía ese tono de voz. Por el rabillo del ojo pudo verla rabiar, sacudiendo la
cabeza. –Pues tú no decides eso. ¿Por qué no ha venido a visitarnos en Acción de
Gracias o Navidad?
–Somos una mala influencia el uno para el otro –masculló él. –Confía en mí, es
mejor evadirlo por completo.
–Bah –ella solo volvió a acurrucarse contra él.
Él casi no podía mantener los ojos abiertos. Casi, entonces preguntó. –¿Te estás
escondiendo otra vez?
Ella respiró profundo antes de responder. –Un poco.
El tratamiento había devastado su cuerpo en más de una forma. Él se sintió más
aliviado de lo que se había sentido desde que ella había colapsado durante su viaje a
DC.
–Muéstrame –le pidió.
Mirándolo a los ojos, ella sonrió traviesa, retirando el hechizo que la cubría, y allí
estaba. Su piel brillaba débilmente con un brillo lunar.
Desde la primera vez que la vio, sabía que miraba un verdadero milagro.
Ahora, había recibido una paliza. No brillaba tanto y no estaba completamente
recuperada, por lo menos no todavía.
Pero su luz seguía brillando.
Capítulo 9

Durante el curso de la semana siguiente, Dragos y Pia se dieron permiso de


dormir y descansar lo más que pudieron. Y eso hicieron, solo con pausas para
atender al bebé.
–Tenemos que empezar a llamarlo de otra manera –dijo Dragos una mañana,
mientras descansaban en la cama. –¿Segura que no ha dicho nada de su nombre?
Pia sacudió la cabeza, acariciando el tobillo de Dragos con su talón. –Segura. He
estado esperando y vigilando. Hemos tenido varios sueños juntos. Normalmente solo
correteamos en el bosque, y le encanta tomar el sol, pero no… aún no me dice su
nombre. Creo que lo hará cuando esté listo. Después de todo, Liam nos dijo el suyo.
–Supongo que nos tocará seguirte llamando Apestosín –le dijo Dragos al bebé,
haciéndole cosquillas. –Uno de estos días vas a entender lo que significa realmente y
no te gustará tanto como parece gustarte ahora.
Al disolverse las medicinas en el sistema de Pia, la comida volvió a saberle bien.
No era que antes le supiera mal, pero al recuperar su balance y sus fuerzas, notó
realmente lo adormecidos que habían estado sus sentidos.
Devoraba alegremente platos llenos de vegetales y ensaladas frescas. Entonces,
salía a pastar en su forma Wyr. Luego de unos días, empezó a salir a trotar, solo por
el placer de sentirse en movimiento. Las sombras bajo sus ojos desaparecieron, el
peso extra se evaporó y sanó con rapidez.
Eva era una enorme fuente de preocupación, y Pia desesperó hasta que su amiga
pudo regresar a casa. Luego de mantener a Eva en el coma por un par de días, los
médicos lograron acelerar su recuperación. Pia conversó con ella varias veces por
teléfono mientras estuvo hospitalizada, y cuando Eva regresó a New York, le insistió
que se quedara con ellos para que la atendiera su personal privado.
Eva aceptó, luego de una protesta nominal. Pasó largas tardes durmiendo en su
canina forma Wyr en la cocina hasta que se volvió costumbre evitar pisarla para abrir
el refrigerador.
Poco después de regresar, Dragos y Pia conversaron por Skype con Carling y
Rune desde la oficina de Dragos. Todos los invitados habían abandonado Las Vegas
para entonces y se habían ido a casa, así que la pareja estaba de vuelta en Florida,
recuperándose.
Ya Carling se veía milagrosamente mejor. Le tomaría unos meses recuperar
todas sus fuerzas, pero aunque todavía se veía delgada, ya no era el horror
esquelético de la cueva.
–Me aterraba al principio, pero después estuve agradecida de tenerla conmigo
en ese lugar –le había dicho Pia a Dragos antes de llamar. –Me prometió que no me
haría daño, y yo le creí. Podía ver la verdad en sus ojos. Estaba en completo control
de sí misma. No sé cómo describirlo.
–Creo que entiendo lo que dices –Dragos pareció pensativo, como solía hacerlo
estos días.
–Caerlovena hizo sonar a la sed de sangre como algo terrible –Pia miró a Dragos
por el rabillo del ojo. –Pero Carling no le dio importancia, a pesar de lo mal que se
veía.
–De acuerdo a lo que he leído, la sed de sangre es una de la peores cosas que
puedes padecer –le dijo Dragos. –Te hace sentir como si tus venas estuviesen en
llamas y tengo entendido que muchas criaturas encuentran eso muy doloroso.
Además, Carling estaría muriéndose de hambre. La sed de sangre puede llevar a un
Vampyre a masacrar indiscriminadamente. Pierden el control completamente y no
son capaces de detenerse cuando han tenido suficiente. Siguen bebiendo y matando
hasta que se les detiene por la fuerza.
Ella no se dio cuenta de que contenía la respiración hasta que él dejó de hablar.
Finalmente tomo aliento para decir. –Ew.
–Exacto –respondió Dragos, arqueando una ceja oscura. –Ew.
–No lo mencionemos durante la llamada, entonces.
Y no lo hicieron. En lugar de ello, Dragos puso al bebé en cámara para que Rune
y Carling pudieran verlo, y los cuatro hablaron de las consecuencias de la batalla. Las
cuentas empezaban a llegar, y el monto final sería astronómico.
Pero Dragos era uno de los multibillonarios más ricos del mundo. Rune también
tenía una buena cantidad de dinero propio, y Carling, siendo una de las Vampyre más
antiguas en existencia, también tenía una buena cantidad de riquezas.
A nadie le dolía pagar. Todos habían sobrevivido, y eso era lo importante.
Pia dijo: –Solo lamento que arruinara la boda.
Rune y Carling intercambiaron una sonrisa íntima. Rune dijo: –No íbamos a
permitir que Caerlovena nos quitara eso. Tuvimos una ceremonia privada apenas
regresamos a Florida. En unos meses, celebraremos una fiesta para todos.
–Felicitaciones –les dijo Dragos.
Pia contempló el rostro de Dragos. Su desconfianza pasada hacia Carling había
desaparecido por completo, y hablaba con sinceridad.
–Gracias –contestó Carling, con una sonrisa.
Llegando al final de su conversación por Skype, Carling miró a Pia. –He querido
preguntarte algo por un tiempo, sobre lo que pasó al final en aquella cueva. Estabas
hablando mucho, incluso discutiendo, como si creyeras que había alguien más allí,
aparte de mí. Asumí que alucinabas, pero entonces terminamos con una enorme pila
de toallas limpias y bidones de agua caliente. ¿Tienes idea de dónde vino todo eso?
Me alegra que lo tuviéramos al llegar el bebé, además de que nos proveyó de una
distracción que permitió que Dragos y Rune actuaran; pero, con los hechizos en esas
barras, Khalil dijo que ni siquiera la magia de un Djinn sería capaz de entrar, así que
es un misterio.
Pia no estaba segura de cómo responder al momento, y Dragos no la ayudó. Solo
la miró con una expresión impenetrable, mientras ella vacilaba. Entonces solo alzó
las manos y se encogió de hombros.
–Estoy igual que tú –respondió al final, y era cierto de algún modo. –También
creí que alucinaba. Recuerdo creer que hablaba con alguien parecido a Dragos.
–Oh, bueno –murmuró Carling, intercambiando una mirada sorprendida con
Rune. –Si alguna vez averiguas que pasó, avísame.
–Claro que sí –prometió Pia.
Luego de desconectarse, Dragos se inclinó hacia ella. –Eres la mejor mentirosa
honesta que he conocido.
Ella aprovechó para besarlo. Entonces dijo: –Todavía no hablamos de lo que
pasó. De él. Ni de ninguno de los otros. ¿Cuántos Poderes Primigenios hay? Las Razas
Antiguas solo tienen siete en el panteón.
–No tengo ni idea –respondió Dragos, encogiéndose de hombros como ella lo
había hecho durante la sesión de Skype. –En realidad no tengo mucho que ver con
ellos, excepto que solía tener una… llamémoslo una “relación especial” con Azrael.
Y Azrael le había dicho, Tú más que nadie debería saber lo cercanamente
relacionados que están el dragón y la muerte.
Pia estudió a Dragos con ojos entrecerrados. Era su esposo, su pareja, su
amoroso amante y su más fiero protector, pero de muchas maneras era todavía todo
un misterio.
–¿Eso es todo? –insistió ella. –¿No quieres hablar de lo estresante que es la
divinidad?
Sus ojos dorados brillaron, y pareció divertido y exasperado a la vez. –Pia, ¿qué
significa la divinidad? Tiago es un pájaro de trueno. Más de la mitad de mis
centinelas han sido adorados como dioses en el antiguo Egipto. Mira a los Djinn y lo
que pueden hacer. Mírate al espejo; cuando estés en tu forma Wyr. A menos que
algo o alguien te mate, vivirás indefinidamente, y tu sangre puede curar cualquier
herida. Eso es bastante milagroso para mí. Hay muchos de las Razas Antiguas que
han sido llamados dioses en algún momento de la historia, y muchos otros que han
sido llamados demonios.
Ella frunció el ceño, pero su lógica era infalible. –Está bien, tienes un buen punto
–le concedió a regañadientes. –Pero…
–Sin peros –le respondió él con firmeza. –¿Querías hablar de esto? Cosas raras
pasan. Y hay gente rara por todo el mundo que puede hacer cosas raras. Eso es todo.
Fin de la historia.
Ahora fue ella la que lo miró exasperada. –Bien, ¿y si lo invito a cenar?
Dragos se levantó. –No –le gruñó.
Ella lo siguió fuera de la oficina. –¿Qué hay de Acción de Gracias? ¿Navidad?
¿Los cumpleaños de los niños? –cuando él se volteó a mirarla, ella se echó a reír. –
Solo bromeo. No quiero darle de comer.
Él la abrazó, rodeándole la cintura con un brazo. Pia se apretó contra él con un
ronroneo. No había nada más sensual en el mundo que Dragos paseándose con ese
bebecito pequeñito y bonito al hombro. Y ahora, finalmente, ella lo volvía a sentir.
Mientras que su cuerpo había sanado por completo al resurgir su naturaleza
Wyr, ella no estaba emocionalmente preparada para tener intimidad. Luego de
algunas invitaciones gentiles, Dragos había decidido esperar también. Se tomaron su
tiempo acurrucándose y sanando. Dejaron que el alivio de haber sobrevivido a otra
crisis los embargara.
Dejando que la sensualidad hirviera a fuego lento. Mmmm.
Además, Pia se preocupaba por Dragos, y estaba segura de que no había
hablado de todo.
A pesar de que siempre tenía una sonrisa dispuesta para ella y el bebé, cuando
descansaba su rostro se tornaba sombrío y pensativo. Podía ver que pensaba en algo,
y lo dejó pensar tranquilo un buen rato.
Una tarde, cuando el bebé tenía casi dos semanas de nacido, estaban sentados
junto a la chimenea. Dragos jugueteaba con un vaso de whisky mientras Pia bebía té
caliente. Ella pretendía leer mientras el bebé dormitaba sobre su pecho. En realidad
disfrutaba del calor, el olor a hierba fresca que se deslizaba por una de las ventanas y
la milagrosa criaturita acurrucada contra ella.
–Somos muy afortunados –susurró.
Dragos dejó su libro de lado. –Lo somos –concordó.
Allí estaba otra vez, esa expresión pensativa y oscura. Ella se inclinó para
tomarlo de la mano. –¿Qué puedo hacer para ayudarte?
Él sacudió la cabeza y apartó la mirada. –No lo sé.
Ella le dio algo de tiempo, pero cuando él siguió guardando silencio, le dijo con
gentileza. –Dame un momento. Pondré al bebé en su moisés y regresaré.
Dragos asintió, dándole un sorbo a su whisky mientras ella iba escaleras arriba.
Pia normalmente estaba unida al bebé como por un cordón umbilical invisible,
pero ya que Apestosín estaba profundamente dormido, el colocarlo en su moisés no
fue nada difícil.
Tomó el monitor de bebés antes de volver abajo, donde encontró a Dragos en el
patio, paseándose intranquilo. Ella vaciló en la puerta, mirándolo por un momento.
Al notar la frustración en las líneas de su largo y poderoso cuerpo, no pudo evitar
sentir una ola de ansiedad y tristeza.
Cuando la miró, ella salió. Mientras él se paseaba un poco más, ella caminó hacia
la pequeña chimenea exterior que tenían, encendiéndola y alimentando las llamas.
La velada era extrañamente fría, para estar en verano.
No escuchó a Dragos acercársele, pero supo que estaba tras ella antes de que él
le pusiera una mano en el hombro.
–Lo lamento –le susurró él al oído.
Ella sacudió la cabeza, apoyándose contra su hombro. –¿Qué? No tienes nada
que lamentar.
–Si, si lo tengo –él frotó la nariz contra su cuello. –Cuando llegamos a Las Vegas,
lastimé tus sentimientos.
Tanto había pasado desde entonces que a ella le costó recordar. –Es fue… –dejó
la frase sin terminar, sonrojándose. –Eso ya no importa.
Él la rodeó con sus fuertes brazos. –Nada de eso. Dije algo que no debía, no fui
cortés, y por eso me disculpo.
Ella apoyó la mejilla contra su bíceps. –Para ser honesta –dijo, cuidadosamente.
–No estoy segura de que hubiese algo que hubiese sonado correcto en ese
momento. Estaba realmente algo desquiciada.
Él apretó sus cálidos labios contra su cuello. –Podría haberte dicho que estabas
hermosa.
Recordó todas las preocupaciones y dudas que la habían atormentado entonces,
y frunció el ceño. –No te habría creído –suspiró. –Habría sido bonito escucharlo, pero
no me sentía hermosa. Me sentía como un globo y me veía como una bruja. No
quiero ser una persona vanidosa, consumida por lo bien que se ve. No debería haber
importado, pero no me sentí igual durante mi embarazo con Liam. Esta vez fue
realmente diferente.
Él también suspiró. –Tenemos una relación tan compenetrada, y normalmente
eres tan sabia con respecto a los demás, que a veces se me olvida que aún no
cumples treinta. Creías que te veías horrible, pero te digo la verdad; eras y continúas
siendo la mujer más hermosa que he conocido.
Ella luchó con lo mucho que necesitaba escuchar eso hasta que lágrimas le
corrieron por las mejillas. –Gracias por decirme –le dijo, con voz ahogada.
Él apoyó una mejilla contra su cabello. –Estaba muy al tanto de las sombras bajo
tus ojos. Los cambios en tu cuerpo eran como cicatrices ganadas en el campo de
batalla, y para mí, cada cambio era una marca de belleza; un tipo de belleza distinta,
pero belleza igual. Denotaban tu fuerza, y tu empeño a llevar a término un embarazo
peligroso. Estaba preocupado por ti, y molesto porque te negabas a inducir el parto,
pero eso no quiere decir que no estuviese sumamente orgulloso. Gracias a ti, nuestro
hijo es sano y fuerte. De hecho, todo lo bueno en mi vida te lo debo a ti.
–Dragos –susurró ella, volteándose para esconder el rostro en su pecho. –Yo
siento lo mismo.
Él la tomó suavemente por la nuca. –No he terminado –le dijo. –Cuando
preguntaste por el hombre del cartel, no debí darle vueltas. Ese fue otro error: debí
decirte. Lo siento.
Ella alzó la cabeza para leer su expresión ensombrecida. –Para ser justa, estabas
lidiando con otras cosas importantes.
–Lidiaba con basura –dijo él sin vacilar, con los ojos brillando de rabia. –Era solo
un maldito proyecto de construcción repleto de estupideces políticas, prejuicios y
burocracia. Cuando colgué, luego de hablar con el alcalde, solo podía pensar en que
había terminado. Terminé con esto.
Ella le frotó la espalda mientras escuchaba. –¿Y qué significa eso, exactamente?
–No lo sé –masculló él, soltándola. Se apartó para volver a pasearse. –No lo he
desentrañado todavía.
Siempre se pasea por el borde el patio, pensó ella. Jamás alejándose demasiado,
pero viéndose atrapado, como un animal enjaulado.
–No estás muy feliz, ¿verdad, cariño? –le dijo, con el corazón en un puño.
Al escuchar eso, él gesticuló impacientemente a su alrededor antes de resumir
su caminata.
Ella se cruzó de brazos, tapándose la boca para ocultar su sonrisa. –¿No quieres
hablar de sus sentimientos? Vaya sorpresa. Pero la felicidad no es ninguna ñoñería,
¿sabes?
–Ñoñería –repitió él, como si jamás hubiese escuchado el término. Vaciló en su
paseo, echándole una mirada escrutadora.
Él siempre sería astuto y peligroso, pero esta simple confusión le hizo sentir una
oleada de ternura que casi la hace tambalear.
–La felicidad es algo poderoso –le dijo con gentileza. –O por lo menos, puede
serlo. Tú también tienes derecho a ser feliz, Dragos. ¿Está bien si te digo lo que creo?
Él asintió. –Por favor.
Ahora que tenía la oportunidad, se sentía nerviosa. Las palabras eran algo
sumamente poderoso. Ciertas palabras, dichas en el momento correcto y de la
manera correcta podían romper relaciones, abolir tratados, empezar guerras,
cambiar el mundo.
Solo esperaba encontrar las palabras correctas para decir lo que creía que él
necesitaba escuchar.
Capítulo 10

Rodeó la mesita del patio, tomando el vaso medio lleno de whisky que él había
dejado allí y lo vació de un trago. Gracias a los dioses que las mujeres Wyr no tenían
que preocuparse por el consumo de alcohol durante el embarazo o mientras
amamantaban.
–Bien –ella dejó el vaso vacío en la mesa y se enderezó. Como parir, la única
manera de terminar con esto era llevándolo hasta el final. –Érase una vez un dragón,
que vivió lo suficiente para ver cómo el mundo a su alrededor se llenaba de
diferentes personas y criaturas, y no todas se llevaban bien. Pero el dragón era
inteligente, y bueno para adaptarse, así que creó su propio reino en este mundo
creciente, y lo gobernó bien.
Un dejo de orgullo masculino suavizó el rostro de él, quién se aproximó a la
mesa para recuperar su vaso y se dirigió a la licorera servirse más. –Lo hizo bien,
¿verdad?
–Sí, así fue. Era excelente tramando, pensando más allá de lo evidente y
venciendo a todos sus enemigos y competidores –ella le acarició la espalda. –Pero
entonces se encontró a esta criatura chiflada y, no me preguntes por qué, se casó
con ella. Entonces empezaron a tener bebés, y como otras parejas casadas, se
mudaron a los suburbios. De pronto había sillas de bebés y visitas a posibles jardines
de niños. Empezaron a hablar de la universidad. Y no era esto lo que el dragón
esperaba en su vida.
Él se echó a reír. –Puesto así, si suena estremecedor.
–Lo es –le dijo ella, con una sonrisa. –A la criatura chiflada también le dio mucho
miedo todo esto, ¿sabes? –calmándose, estudió su rostro. –Dragos, ¿cometimos un
error? Dejamos la ciudad por una buena razón, pero ¿esto es acaso demasiado
doméstico para ti? –señaló la casa y el patio. –Si es así, solo tienes que decírmelo.
Podemos cambiarlo todo, hacer lo que sea. Te seguiré a donde quieras ir.
¿Regresamos a New York? Podemos hacerlo. Nuestro penthouse sigue allí. ¿O…?
Lo siguiente. Oh, esto si sería difícil.
Tuvo que tragar saliva y esforzarse para pronunciar las palabras que tenía que
decir. –¿…si estar casado no es lo que necesita un dragón? ¿Y si necesita más libertad
para volar, y sería más feliz visitando a su pareja de vez en cuando en lugar de vivir
con ella tiempo completo? He escuchado de parejas Wyr que viven así y…
Él volteó de golpe a mirarla, los ojos ardiendo de ira, y le siseo. –¡Cierra la boca!
Jamás, en todo el tiempo que tenían juntos, ni siquiera en sus peores
discusiones, él le había hablado así. Quedó congelada, mirándolo con la boca abierta.
Una especie de emoción inexplicable lo tenía atrapado, y sus ojos ardían con un
fuego centelleante. Lenta, pero de una deliberada manera inexorable, la agarró por
los brazos.
–Pia –le gruñó. –Eres mía, y jamás te dejaré ir. Jamás te abandonaré. No me
importa lo que hagan otros matrimonios o como se las arreglen otras parejas Wyr.
Los labios de ella temblaron ligeramente. Había deseado su ferocidad sin
restricciones desde el principio, y eso aún se aplicaba, pero seguía siendo difícil de
enfrentar. –Solo trataba de decirte que te amo lo suficiente para hacer cualquier
cosa por ti, incluso eso.
–¡Eso no es lo que necesito! –el suelo bajo ella tembló con la fuerza de su
exclamación. Entonces él se enderezó, respirando profundo. Exhaló. Le acaricio el
cabello, apretando los labios contra su frente y luego besándola propiamente,
mientras ella le acariciaba las mejillas.
Estaba mucho más calmado cuando se volvió a enderezar. –No hay nada malo
contigo. Puedo decir, con la más absoluta certeza que tú eres lo único en mi vida que
está completamente bien. Eres el centro de mi universo, siempre.
–Lo mismo te digo –murmuró ella, cerrando los ojos.
Él volvió a respirar profundo, alzándola en brazos para sentársela en las rodillas.
Ella se acurrucó contra su pecho y él la rodeó con ambos brazos.
–Gracias por tu historia –dijo él. –Me dijo algunas cosas que necesitaba
escuchar. Ahora, deja que yo te cuente otra. Érase una vez un dragón malvado y muy
cansado, que se encontró un tesoro maravilloso. Tanto, que supo que tenía que
poseerla, para protegerla y amarla por el resto de sus días. Por este tesoro, trataría
de ser un mejor hombre. No siempre tendría éxito, pero por ella, lo intentaría.
–Y siempre sería suficientemente bueno. Siempre –murmuró ella contra su
cuello.
Él se había calmado lo suficiente como para sonreír. Pudo escucharlo en su voz.
–La cosa con este tesoro era –continuó. –Que era tan milagrosa que había parte de
ella que tenía que esconder todo el tiempo, y eso despertaba todo los instintos
protectores del dragón. Más gente empezó a enterarse de su secreto. Y eso no se
sintió bien para el dragón. Su instinto era el de acumular y esconder. Y cosas les
pasaron, cosas malas, pero así es la vida. Cosas pasan. Lo realmente importante son
los niños y la familia. Esos eran los mejores tesoros. Pero el más pequeño de esos
niños será un milagroso desastre, debo decir.
Ella estalló en risa. –Lo será, ¿verdad?
–Apestosín tiene tu forma Wyr y lo que parecer ser mi temperamento –dijo
Dragos. –Dioses, ampárennos.
–Así que, ¿qué hacemos? –preguntó ella.
–Tú me seguirías a cualquier lugar –dijo él.
Ella asintió. –Y lo dije en serio.
Él guardó silencio por largo rato. –Cuando propusiste regresar a New York, todo
en mi interior rechazó la idea –le dijo entonces. –Cuando conversé con el alcalde, la
conversación se sintió innecesaria y mal. Perder el tiempo en el proyecto del estadio
se sentía mal. Y con respecto a vivir aquí; tienes razón, tampoco se siente
completamente bien. Pero hay otra opción.
Ella se enderezó para mirarlo a los ojos. –Quieres dejar New York. Quieres
mudarte a la Otra tierra.
Él no lo negó. En lugar de ello, sonrió pícaramente. –¿Acaso sería tan malo?
–No –suspiró ella, imaginándoselo por un momento. –Sería extraño, pero no
malo –y sería mucho mejor que vivir sin él. –Sería un reto.
Él rostro de él se iluminó. –Ciertamente lo sería.
–Todo ese espacio –dijo ella, contemplándolo con cuidado. –Los cielos
despejados, sin aviones ni control aéreo, solo con pájaros y Wyr aviares. Nada de
disputas fronterizas con otros clanes.
Él asintió al escuchar esa última. –Sin televisión ni teléfonos celulares –agregó. –
Nada de gobierno o de comunidad establecida; aún.
–Pfff –ella gesticuló desdeñosamente. –¿Cuántas personas hay allí ahora?
–Unos doscientos constructores con sus familias –dijo él, esforzándose por
recordar. –Un equipo de ingenieros civiles y algunos consultores de Adriyel.
–Dragos, doscientos constructores con sus familias son una comunidad –le dijo
ella. –Por lo menos el inicio de una. Y si nos mudamos, sabes que otros querrán
venir.
–Hay varias casas terminadas, y tú ya sabes que el prototipo de casa con el que
he estado experimentado estos últimos años es muy cómodo. También hay una
caravana que transporta provisiones cada dos semanas, y tengo peajes en cada lado
de los corredores para monitorearlo todo –él sonrió. –Nadie entra en nuestra tierra
sin mi permiso. Y el lago junto a donde construimos la ciudad principal es más grande
que el Lago Superior.
Ella pudo ver los engranajes moviéndose en su cerebro. Tendrían mucho trabajo
por hacer. Construir las ciudades. Construir la nación.
Y por primera vez en siglos, esa podría ser una tierra donde el domino de Dragos
serían indiscutido. No habría razón para hacer compromisos con la humanidad u
otras poblaciones, por lo menos no allí.
No solo florecería con el reto, sino también con el poder y la autonomía. Jamás
había sido bueno con los compromisos.
Ella frunció el ceño. –Pero tu partida dejaría un terrible vacío de poder en la
Tierra.
La expresión de él se tornó calculadora. –No necesariamente. No si dejo a
alguien que gobierne el clan Wyr en mi ausencia.
Ella ahogó un suspiro. –¿Liam?
–Vamos a no apresurarnos –él le dio un rápido beso. –No podemos hablar con
Liam mientras está en la escuela, en Glenhaven. Tendremos que ver lo que piensa
durante las vacaciones. No está listo para gobernar un clan, Pia; al igual que no está
listo para ser un centinela, sin importar lo mucho que crezca física y mágicamente
durante su año fuera. Mira la edad y la experiencia de todos los demás centinelas.
Liam no es capaz de obtener lo mismo en solamente un año.
–Pero le hiciste una promesa –le recordó ella, preocupada.
Él apretó los labios. –Le di una meta y un propósito a un chiquillo entristecido y
de luto. Eso no lo lamento. Pero jamás debí haberle hecho una promesa así, y he
estado esperando a que regrese para decírselo.
El recordar la promesa hecha la hizo sentir ansiosa. Se mesó el cabello. –No sé
qué decir. Tendrán que arreglarlo ustedes dos.
–Exacto –dijo él. –Es entre él y yo. Yo me encargaré. Tú y yo solo tenemos que
preocuparnos en decidir qué haremos.
–Quieres irte, ¿verdad? –dijo ella, mirándolo.
–Sí, quiero –respondió él. –No sería perfecto, porque nada lo es. Pero sería
mucho más seguro que incluso este complejo. Sería un buen lugar para protegerte y
criar al bebé, especialmente si tu secreto se cuela al público. Y tendríamos mucha
más libertad. Pero, a pesar de tu generosa oferta, esta decisión no es solo mía. Tú
también tienes que opinar.
–Bueno, siempre y cuando las caravanas traigan suficientes libros.
Dragos hizo una mueca. –Tendremos bibliotecas, teatros y todos los tipos de
música que puedas imaginarte.
–Bueno, creo que suena divertido –le dijo ella. –Y podremos conservar esta casa
y el penthouse si queremos venir de visita.
Ruidos extraños del monitor de bebé interrumpió lo que Dragos estaba a punto
de decir.
Muy extraños…
Tucutún, tucutún, ¡BAM!
–¿Qué diablos es eso? –Dragos puso a Pia en el suelo y se levantó.
Ella agarró el monitor. El bebé ya no estaba en el moisés.
El bebé ya no estaba en el moisés.
Ella y Dragos intercambiaron una mirada sombría. –Toma las escaleras –dijo él.
Ella asintió. Mientras ella corría a las escaleras, él saltó hacia el balcón. No había
nada ni nadie en las escaleras. Para cuando abrió de golpe la puerta de la habitación,
el corazón le latía desbocado de terror.
Lo que vio la hizo detenerse de inmediato.
Dragos estaba de pie, las puertas del balcón abiertas de par en par. Se había
tapado la boca con la mano mientras miraba a la criaturita correteando por el amplio
dormitorio.
La criatura broncínea era más o menos del tamaño de un perro pequeño, con
cabeza equina y patas que parecían demasiado largas para su cuerpecito. Era
exquisitamente hermoso, desde sus grandes y brillantes ojos dorados y delicadas
patitas hasta el delgado y grácil cuerno en medio de su ancha frente.
Cuando Pia entró de golpe a la habitación, se volvió a enfrentarla, con las patas
separadas y la cabeza agachada en un gesto amenazante. Oh, Dioses, quería tanto
echarse a reír que le dolían las costillas.
En lugar de eso, le dijo con mucha seriedad. –¡No me apuntes con ese cuerno,
jovencito!
Apenas habló, la actitud de la criaturita cambió por completo. Galopó hacia ella,
haciendo cabriolas de contento. Cuando pasó de la alfombra al suelo de madera, ella
pudo reconocer uno de los ruidos en el monitor.
Cayó de rodillas, abriendo los brazos. –Eres precioso.
Su hijo corrió alegremente a sus brazos. Ella lo cargó, apretándolo contra sí y él
se lo permitió por un rato, pero pronto empezó a retorcerse para que lo bajara.
Apenas lo soltó, galopó a su alrededor antes de enfrentar la esquina de la enorme
cama de Dragos y Pia.
Se abalanzó contra la misma, chocando su cuerno contra una tabla que ella pudo
ver, ya tenía marcas de ataques anteriores.
Tucutún, tucutún, ¡BAM!
Pia miró a Dragos con los ojos inundados. Ambos se echaron a reír al tiempo.
Agitando la cabeza alegremente, el potrillo galopó alrededor de la habitación
nuevamente. Tucutún, tucutún, ¡BAM!
¿Cómo lo había llamado Dragos? Un desastroso milagro.
–Eso lo decide –dijo ella apenas pudo hablar. –Tenemos que mudarnos.
Tenemos una responsabilidad moral de proteger a la Tierra de lo que sea que venga
luego.
***
Luego de consultar la idea con la almohada, volvieron a discutirla la mañana
siguiente, y la decisión de marcharse se solidificó.
–No hagamos demasiado alboroto –dijo Pia, encogiéndose de hombros. –Solo
hagámoslo. Si no nos gusta, siempre podemos regresar y hacer otra cosa.
–Estoy de acuerdo –Dragos sonrió. –Hagámoslo.
–Tendremos que ponerle nombre al lugar –comentó ella, tamborileando los
dedos contra su barbilla.
–Me gusta Rhyacia –le dijo Dragos. Al parecer no se cansaba nunca de su hijo, y
tenía a Apestosín acurrucado bajo el mentón mientras tomaba café. Luego de
cansarse correteando la noche anterior, el bebé había regresado a su forma humana
sin mucho problema. –Viene del período rhyaciano, que es una era geológica. La raíz
griega de la palabra significa lava.
–Huh –Pia no quería que él se enterara de que a veces dejaba de escucharlo
cuando se ponía científico. Se conformaba con mirarlo y disfrutar del gesto de interés
y concentración de su rostro.
Oh, esa sensualidad a fuego lento. Cielos, se hacía más caliente cada vez. Se
retorció incómoda en su silla, y pudo notar que él se daba cuenta. Sus hermosos
labios se curvaron en una sonrisa.
Pero no hizo nada. En lugar de eso se quedó acunando a su bebé, relajado en su
silla y mirándola. Cuando sus largas pierdas enfundadas en jeans rozaron la suya, fue
casi insoportable.
No hay prisa, decía su lenguaje corporal. Tenemos todo el tiempo del mundo.
Su propia respiración se sentía tensa, y cuando tomó su propia taza de café, sus
dedos la apretaron con más fuerza de la habitual. Esa actitud relajada de tenemos
todo el tiempo del mundo se había sentido bien cuando todavía no estaba preparada.
Ahora empezaba a molestarla.
Y un sutil estremecimiento en su rostro le dejó claro que él sentía lo mismo.
–Así que vamos a hacerlo –dijo él.
Mmm, hacerlo… Ella se dejó llevar por sensuales recuerdos.
–Pia –dijo Dragos en voz baja.
–¿Hm? –murmuró ella, frotándose el labio con el dedo índice mientras
recordaba la sensación de su musculoso cuerpo deslizándose sobre ella, dentro de
ella, y el ronco susurro de su voz en su oído.
La sonrisa de él se amplió. –¿Nos mudamos a Rhyacia?
Oh. Ella tosió, disimulando. –Si, si lo haremos.
–Perfecto. Avisaré a los centinelas.
Cuando él se levantó para pasarle al bebé, ella lo tomó de la mano. –Solo faltan
unas semanas para que Liam regrese. Asegúrate de decirles a todos que sean
discretos alrededor de él hasta que tengamos la oportunidad de decirle nosotros
mismos.
Sus cálidos dedos se cerraron sobre su mano gentilmente. –Lo haré.
Entonces se dirigió a su oficina. Pia lo miró marcharse. Todos podrían pensar lo
que sea de Dragos, pero tenía un trasero maravilloso.
–Mamá necesita que duermas muy profundamente esta noche, calabacita,
¿entendido? –le murmuró al bebé.
Pasar una tranquila noche juntos mientras la pasión hervía a fuego lento entre
ellos… Se dejó llevar por una feliz anticipación.
Pero entonces, dos horas después, llamaron a la puerta. Cuando Pia abrió, se
encontró a todos los centinelas, excepto uno. Siempre tenía que haber un centinela
de guardia en la ciudad, y Alexander de seguro se había ofrecido a quedarse.
Sintió sus fantasías de tiempo a solas con Dragos desvanecerse como una
humareda al verlos. Estaban todos: Aryal con su pareja, Quentin, Bayne, Graydon y
Grym. Graydon incluso había traído a su pareja, Beluviel.
Con un discreto suspiro, Pia abrió la puerta para dejarlos pasar. –Entren,
muchachos.
Quentin, Beluviel y Graydon la saludaron con un abrazo y un beso. Una furiosa
Aryal se le plantó delante. –¿De verdad, Pia?
Ella abrió los ojos, sorprendida. –¿De verdad qué?
–No estuvo bien avisarnos por mensaje de texto que tú y Dragos se mudan a
Rhy… a como mierdas sea que lo bautizó Dragos.
Ay, Dios. Pia suspiró. –No me dijo que haría eso.
–¿Dónde está? –exclamó la arpía.
Ella señaló inmediatamente la oficina y todos desfilaron delante de ella, excepto
Bel, quién la miró con una compungida sonrisa. –No sabías que veníamos, ¿verdad?
–Está bien –le dijo Pia. –Son grandes noticias, y Aryal tiene razón. No debió
decírselas por mensaje de texto.
–Bueno, yo estoy muy emocionada por ustedes –la elfa esbozó una sonrisa
brillante como la mañana.
–Gracias, igual yo –Pia le devolvió la sonrisa. Fuertes voces emergieron de la
oficina de Dragos hasta que alguien cerró la puerta con firmeza. –Me alegra no tener
que ser parte de esa conversación.
Bel se echó a reír. –A mí también.
–Hablemos de bebés –dijo Pia.
La felicidad en el rostro de Bel era contagiosa. –Eso me encantaría.
Capítulo 11

Eran casi las cuatro de la mañana cuando Dragos pudo por fin irse a la cama.
Luego de una ducha rápida y de cepillarse los dientes, se deslizó silenciosamente a la
habitación en sombras. Pia había acostado al bebé en su moisés.
Trató de acostarse sin molestarla, pero apenas y se apoyó en la cama, ella se
volteó, quejándose adormilada. –Casi amanece. Me despedí de Bel hace horas.
Ustedes hablan demasiado.
Él resopló. –Lo sé.
Ella estaba usando su camisón rojo favorito. El encaje se veía bellísimo contra su
piel cremosa. Había extrañado desearla así.
Apretó los labios contra la curvatura de sus senos antes de murmurar. –De haber
sabido que usarías esto, habría tratado de zafarme antes.
Ella se rió, rodeando su cuello con los brazos antes de enderezarse de golpe. –
¡Ah! Estaba soñando, y el bebé me dijo por fin su nombre. Es Niall.
–Niall Cuelebre –a Dragos le gustó. Sonrió hacia el moisés en sombras. –Buen
chico.
–A mí me encanta.
Él le rodeó la cintura con un brazo, haciéndola recostarse junto a él. Ella se
acurrucó inmediatamente, en una de sus posiciones favoritas: con una de sus largas
piernas alrededor de su cintura.
La sensación de sus curvas contra él, el aroma de su cabello, no había nada
mejor ni más completo que momentos así.
Se endureció por completo, su erección hinchada apretándose contra su muslo,
pero él ya había pasado dos semanas deseándola sin poder hacer nada al respecto,
así que se preparó a ser paciente, incluso mientras ella le acariciaba el pecho con la
yema de los dedos.
–¿Cómo estuvo la conversación? –preguntó ella. –¿O debería llamarlo pelea?
Él se rio. –Es algo complicado, pero resumiendo, creo que Graydon y Beluviel
están dispuestos a venir con nosotros. Él sabe que ella solo tolera la ciudad para
estar a su lado.
–Wow –murmuró ella. –Eso sería genial, pero dejaría solo cinco centinelas en
New York, sin líder.
–Lo sé –él vaciló. –Contactaré a Rune y a Carling a ver si aceptarían venir a New
York, por lo menos mientras Liam decide que hacer. Rune sería un buen líder
interino; incluso permanente, si Liam decide marcharse con nosotros. Si Liam decide
quedarse en New York, Rune y los demás tendrían la experiencia necesaria para
ayudarlo a tomar las riendas. Aún les faltaría personal, pero podrían defenderse bien.
–Creo que es una excelente idea –dijo ella.
–Hablaré con Rune en la mañana. Liam llegará en un par de semanas –él asintió,
complacido. –Es posible mudarnos el mes que viene; no es obligatorio, solo una
posibilidad.
Ella apretó los labios contra su hombro. –Maravilloso.
Sus labios cálidos contra su piel, el sensual camisón rojo. La paciencia era una
virtud, pero la suya estaba llegando a su límite.
–Suficiente sobre ellos –susurró él en voz baja, empujándola contra la cama y
cubriéndola con su cuerpo. El cansancio había desaparecido finalmente de su rostro.
Se veía sana y vibrante. Le acarició el cuello hasta llegar al borde del camisón y miró
profundamente en sus ojos iluminados por la luna. –Esperaré todo el tiempo que
necesites, pero me gustaría que me dijeras hasta donde podemos llegar ahora.
¿Besos, abrazos y a dormir, o estás lista para más?
–Me puse tu camisón favorito –le sonrió sensualmente mientras acariciaba su
erección. –Estoy lista para mucho más. No tienes idea de lo frustrada que me sentí
cuando abrí la puerta y me encontré con todos tus centinelas esperando con cara de
pocos amigos.
–De haberlo sabido, me habría deshecho de ellos antes –él movió las caderas
contra sus dedos, disfrutando su atención. –Dioses, Pia, te amo.
Ella vaciló un momento antes de desgranarse en una placentera relajación, y él
volvió a recordarse que tenía que decirle más seguido lo mucho que ella significaba
para él. No era bueno expresando sus emociones con palabras, y se contaba entre las
criaturas más afortunadas ya que ella lo sabía y lo amaba de todas maneras.
Besó las apetitosas líneas de su cuello, chupando y mordisqueando las partes
más sensibles mientras amasaba gentilmente sus pechos. El apareamiento y el
matrimonio eran como una sinfonía que se hinchaba y bajaba. Mientras más vivía
con Pia, más llegaba a apreciarlo.
Había momentos para sexo salvaje y posesivo, para dejarse embargar por el
hambre apasionada, y había momentos para ser delicado e ir despacio.
Esta vez había que ir despacio. El cuerpo de Pia acababa de superar las últimas
secuelas del parto, y sus pechos estaban henchidos de leche. Él sabía, de su primer
embarazo, que eso significaría que estarían dolorosamente sensibles.
Así que la masajeó con delicadeza, besando la piel alrededor mientras ella
masajeaba su miembro. Él volvió a explorar los recovecos de su cuerpo, revisitando
esos lugares que él sabía que le traían placer, besando, lamiendo, mordisqueando y
besándola, penetrando su boca con la lengua, en una imitación erótica del acto más
íntimo.
El cuerpo de ella unduló bajo sus lánguidas atenciones. A él le encantaba como
ella se abría poco a poco a él. Ella jamás se había tornado en una voluptuosa
experimentaba que dejaba de observar las pausas necesarias, como una atleta
profesional que sabía correr una maratón.
Le asombraba como cada experiencia con ella resultaba a la vez nueva y familiar,
y completamente autentica.
Podría ser la mejor mentirosa honesta que conocía, pero él había llegado a
conocerla por dentro y por fuera.
Ese suspiro, la manera en la que se arqueaba bajo las gentiles y sabias caricias de
sus fuertes dedos, el gesto en su rostro, todo revelaba sus verdades más recónditas.
El hundirse en sus emociones era el tesoro más preciado en la horda del dragón.
Trazando un caminito de besos, él separó sus fabulosas piernas. Ambos lo había
hecho muchas veces antes, y ella sabía lo que venía. La anticipación ya la tenía
mojada.
Lenta y cuidadosamente, él la lamió, acariciando los pétalos de su intimidad. Un
gemido roto escapó de sus labios. Con un vistazo alarmado al moisés, ella agarró una
almohada y se la puso sobre la cara.
Él escondió el rostro contra su muslo para acallar su risa, y eso también fue un
tesoro milagroso. Adoraba como la risa se había abierto paso a su vida amorosa.
–¿Todo bien, amor?–le preguntó telepáticamente.
–No te preocupes por mí –respondió ella con un quejido. –Continua.
Así que lo hizo. La besó y lamió, perdiéndose en el exótico perfume de su
cuerpo, deleitándose delicadamente mientras la mantenía apretada contra la cama
con una mano. Ella se retorció bajo sus atenciones, una delgada capa de sudor
cubriendo su piel mientras él jugaba con la sensible perla del centro de su placer.
Introdujo uno de sus dedos, solo un par de centímetros, explorando. –¿Está bien
si llego al fondo?
–¡Dios, si! –ella ahogó un gruñido en la almohada.
Con una risita acallada, él introdujo su dedo hasta el fondo. Aunque ella había
dado a luz apenas unas semanas atrás, había sanado por completo, estaba tan
apretada, tan húmeda, tan completamente deliciosa. Él consiguió un ritmo
satisfactorio, hasta que pronto ella estuvo retorciéndose y arqueándose. Sus
músculos internos aferraron el dígito que la penetraba, y cuando él creyó que estaba
lista, agregó un segundo.
Eso la hizo llegar al clímax. Con un rápido suspiro, ella apretó con más fuerza la
almohada contra su rostro para ahogar el gruñido tembloroso que se le escapó
mientras era sacudida con la fuerza de su orgasmo, y fue hermoso, hermoso. Sin
poder controlar sus emociones primitivas, él mordió la piel blanca de su muslo.
–Mía –susurró, repleto de la noción de que era cierto. –Mia.
Eso fue suficiente para causar un segundo clímax. Temblorosa, le agarró la mano
para detenerlo. –Demasiado –masculló en voz baja.
–Está bien –él besó sus dedos. –Tenemos todo el tiempo del mundo para mí,
cuando estemos listos.
Todo el tiempo del mundo. Casi se les había acabado.
El salvajismo de su miedo había sido terrible. Recordándolo, la cubrió con su
cuerpo, apartando la almohada de un tirón para poderla besar con todo el
remanente de su ira y su terror. Captando rápidamente el cambio de gentileza a una
urgente oscuridad, ella lo rodeó con brazos y piernas y se aferró a él.
–Necesito penetrarte ahora –murmuró él contra sus labios.
Ansiosa, ella lo guió. Él retuvo el control suficiente para recordar que su pene era
mucho más grande que sus dedos y empujó con gentileza, penetrándola un poquito
más con cada movimiento mientras ella le mesaba el cabello con dedos tembloroso.
Finalmente estuvo enterrado en ella hasta el fondo, finos temblores
estremeciendo su tenso cuerpo. Murmuró en su oído. –Si ese bebé despierta ahora,
voy a tener que salir a romper muchas cosas.
–¡Shh! –lo regañó ella.
Él dejó escapar una suerte de risilla, acompañada de una tos. Pero no era una
risa. Los ojos se le aguaron. –Maldición, Pia. Maldición.
–Te amo tanto que me vuelves loca –dijo ella. –Todavía. Siempre.
–¿Qué tanto cuidado necesitas que tenga? –masculló él, sensaciones conflictivas
recorriendo su cuerpo.
Ella negó con la cabeza. –Nada. Nada. El que seas tan cuidadoso me está
volviendo loca.
Era todo lo que él necesitaba saber. Con un suave gruñido, él la aferró por la
cadera y empujó hacia adelante con fuerza. La fricción resultante casi lo hace
estallar. Y lo repitió una, y otra, y otra vez.
Pronto estuvo corcoveando con abandono, mientras que ella se alzaba con cada
movimiento y hundía los dientes en su bíceps.
Cuando tensó sus húmedos músculos internos, él llegó a un clímax poco
elegante. Le subió de golpe por la espalda, haciéndolo arquearse. Con un pesado
suspiro, él se abandonó a la sensación, mientras ella lo acunaba con su cuerpo.
–Eso terminó demasiado rápido, maldita sea –suspiró él mientras regresaba a la
normalidad.
Ella le sonrió pícaramente. –Qué bueno que lo podremos volver a hacer pronto,
ya que somos adultos y viviremos para siempre. Eso quiere decir que podemos hacer
el amor cuantas veces nos venga en gana.
Esa fue, de hecho, la única razón que lo hizo relajarse en sus brazos nuevamente.
–Santos Dioses, mujer –le susurró al oído. –Eres mi todo.
Todavía. Siempre.
***
No hagamos demasiado escándalo, había dicho Pia, encogiéndose de hombros.
Dragos estaba contento de que hubieran decidido no perder energías haciendo
escandalo al respecto de su inevitable mudanza, porque los centinelas estaban
haciendo suficiente ruido por todos. Apenas escucharon las noticias, habían
comenzado a hablar y discutir sobre los cambios que necesitaban implementar en el
clan de New York y como lograrlos.
Graydon y Bel decidieron mudarse con ellos, lo cual no sorprendió a nadie
realmente. A Pia le emocionó mucho la noticia, y Dragos se sintió safisfecho.
Apenas y todos estuvieron lo suficientemente recuperados como para que
Dragos se sintiera cómodo dejando a Pia y al bebé solos por un rato, él viajó a Florida
para reunirse con Rune. Luego de pasear por la playa un rato y conversar, Dragos
informó a Rune de su decisión de mudarse a la Otra tierra.
Rune lo escuchó atentamente, con el rostro fruncido en concentración.
–Es un gran cambio –dijo el grifo. –Pero creo que te queda bien.
–Lo mismo creo –Dragos miró el brillante mar con los ojos entrecerrados. –Este
mundo necesita cada vez más paciencia y diplomacia de la que soy capaz. Y me
agrada la idea de enfrentarme a los retos en Rhyacia –Se detuvo, volteándose a ver
al otro hombre. –Regresa a New York. Manda en mi lugar hasta que Liam esté
preparado, o… solo quédate mandando.
El otro hombre se quedó pensativo. –Nos gusta lo que hemos construido aquí.
Tenemos libertad, y con nuestra agencia podemos tener todas las aventuras que
escojamos tener.
–Puedo entender por qué te agradaría esto, pero no es lo mismo –dijo Dragos, y
pudo ver que Rune lo estaba considerando realmente.
Finalmente dijo: –Lo hablaré con Carling a ver qué opina.
–Es todo lo que pido –le dijo Dragos. –Solo avísame pronto. Liam viene a casa
por vacaciones y quiero ofrecerle sus opciones claramente.
–Seremos decisivos –dijo Rune.
Y cumplió su palabra. Para cuando Dragos estuvo de vuelta en casa y encendió
su celular, le esperaba un mensaje de voz de Rune. Al presionar “play”, la voz de
Rune le llenó los oídos. –Lo haremos, por lo menos hasta que Liam decida lo que
quiere. Entonces decidiremos que hacer a largo plazo.
La tensión se levantó de los hombros de Dragos. Su muchacho estaría bien
cuidado si decidía quedarse en New York.
Luego de que Eva accediera a ir con ellos, Pia se desconectó completamente de
todo el asunto. –No empacaré nada –le dijo a Dragos. –Queremos dejar esta casa
completamente equipada, además, podemos contratar gente para que compre y
transporte lo que necesitemos. Ya hice todo el trabajo duro que me tocaba de
momento. Jamás tendremos otro hijo, así que en este momento el bebé es mi
prioridad.
Dragos sonrió. –Y así es como debería ser.
Los días se sentían demasiado largos, pero al mismo tiempo volaron. Había que
tomar miles de decisiones, pero él tampoco deseaba verse avasallado por ellas.
También necesitaba pasar tiempo con su bebé. Pero parte de él esperaba ansioso y
en silencio. Su dragón estaba listo para partir.
Entonces llegó el día en que Liam regresaría a casa. Pia se pasó la mañana en la
cocina preparando sus platillos favoritos. El dragón blanco llegó volando temprano
en la tarde. Dragos estaba sobre aviso, así que salió a ver como Liam descendía en la
campiña aledaña, el sol brillando en sus enormes alas extendidas.
El dragón blanco cambió de forma, revelando a un joven alto, de cabello rubio
oscuro, hombros anchos y la musculatura de un delantero de futbol americano.
Cuando vio a Dragos, su rostro se iluminó con una sonrisa.
Dragos se le acercó, contemplando a su hijo acercarse. Liam se movía con la
fluida confianza de un predador, y había diferencias marcadas en su postura actual,
comparándolo con la última vez que lo vio. Había cierta confianza en su haber. Había
crecido por completo.
Se abrazaron con fuerza. Pia dio un grito y Dragos y Liam voltearon a tiempo
para verla correr hacia ellos. Se lanzó sobre Liam, y soltó una carcajada cuando él la
atrapó en el aire y la hizo girar.
–¿Dónde está tu perro? –preguntó ella. –¿Y Hugh?
–Hugh está cuidando de Rika para que yo pueda concentrarme en mi hermanito
–Liam sonrió complacido. –¿Dónde está?
–Está tomando una siesta; debería despertar pronto –Pia le dirigió una sonrisa
brillante. –¿Tienes hambre? ¿Quieres algo de comer?
Liam se echó a reír. –Siempre tengo hambre.
–Pues vamos, preparé suficiente comida para un ejército.
Entraron. Apenas Liam puso los ojos en Niall, el rostro se le suavizó. –Yo jamás
fui así de pequeño, ¿verdad?
–Si lo fuiste –le dijo Dragos, mirando al bebé. –Más o menos. Eras un par de kilos
más gordo.
Pia le enseñó a Liam como cargar a un bebé, y fueron inseparables por el resto
del día. El único momento que Liam aceptó entregar Niall fue a la hora de comer. Y lo
pidió de vuelta justo cuando Pia terminó de alimentarlo.
Era un día maravilloso, perfecto. Dragos contempló a su familia y disfrutó del
bienestar. Liam les contó todo sobre su año en Glenhaven; las cafeterías en todo el
campus, la mezcolanza de diferentes Razas Antiguas con humanos mágicos, la
comunidad de gárgolas que comandaba el pueblo.
Pia lo escuchó con toda su atención. Durante una pausa, preguntó: –¿Y ya has
salido con alguien?
Una pequeña sonrisa curvó los labios de Liam, toda llena de orgullo masculino. –
Un par de personas. Nada serio –admitió.
Y así era como debía ser. La escuela era para experimentar y aprender. Nadie
debería enseriarse demasiado en la universidad. Dragos puede que no fuese muy
bueno en relaciones interpersonales, pero incluso él lo pensaba.
Finalmente, cuando el sol comenzó a ocultarse, intercambió una mirada con Pia
antes de levantarse. –Vamos a caminar –le dijo a Liam.
La expresión del muchacho se tornó algo reservada y nerviosa, pero se levantó y
siguió a su padre sin protestar. Juntos caminaron en silencio hacia el lago.
–¿Recuerdas las conversaciones que teníamos aquí? –preguntó Dragos.
–Claro. Nunca las olvidaré –Liam sonrió, mirando el paisaje. –¿Qué sucede,
papá?
Siempre había sido un muchacho muy brillante.
–He bautizado a la Otra tierra como Rhyacia –dijo Dragos, mirándolo
cuidadosamente. –Tu madre y yo hemos decidido mudarnos allá –al ver la expresión
de Liam cambiar de reservada a sorprendida, agregó: –Queremos que vengas con
nosotros. Puedes volar todo lo que quieras sin tener que esconderte. Todo necesita
ser construido allá, Liam; nuevas leyes, y una nueva comunidad. Hay más que
suficiente espacio para hacerte tu propio nicho.
–Mierda –murmuró Liam. –¿De veras te marcharás del clan Wyr de New York así
como así?
–No completamente –respondió Dragos. –Graydon y Beluviel vendrán con
nosotros. Rune y Carling regresarán a New York. Habrá muchos cambios, ajustes y
decisiones que tomar. Y lo más importante, más espacio para crecer.
Vaciló, estudiando a su hijo. Liam parecía impresionado, lo cual no era sorpresa,
pero Dragos pudo ver como la mente del joven dragón empezaba a correr.
–¿Qué hará Rune cuando regrese? –preguntó Liam.
Dragos sonrió para sí. Liam empezaba a ver todas las implicaciones. –Eso
dependerá bastante de ti –respondió. –Voy a tener que romper la promesa que te
hice. A cambio, tendrás más posibilidades de las que imaginamos luego de la muerte
de Constantine. Puedes quedarte en New York y mandar en mi ausencia, y Rune será
tu Primer Centinela. Pero si vienes con nosotros a Rhyacia, te nombraré mi Primer.
Ahora la población es pequeña e íntima, y tendrás tiempo de aprender y crecer con
el tiempo. Aquí, si tomas la posición de Señor del clan Wyr, tendrás la experiencia, el
apoyo y el consejo de todos los centinelas que queden, incluyendo a Rune. Lo único
que no puedo hacer realmente es nombrarte centinela aquí en New York, porque
todavía creo que no puedes alistarte en solo un año. Si tomas cualquier otra decisión,
tendrás mi bendición.
–Papá, n–no sé qué decir –Liam se frotó el rostro. –Es mucho que procesar de
golpe.
–Tienes razón –dijo Dragos inmediatamente. –Y deberías tomarte tu tiempo para
pensarlo. Es una de las decisiones más importantes que tomarás en tu vida. Si
decides venir con nosotros a Rhyacia, no habrá regreso. Las estructuras de poder
aquí crecerán para llenar el vacío y el nuevo mandamás no apreciará que ninguno de
los dos regrese a tratar de tomar el control otra vez. Sé que yo no lo haría.
Liam resopló. –Creí que estaría comiendo como cerdo y durmiendo hasta tarde
durante mis vacaciones.
Dragos se echó a reír. –Puedes hacerlo. Puedes regresar a la universidad y unirte
a nosotros en Rhyacia cuando estés listo. Hay mucho tiempo para eso, pero New
York necesitará de una respuesta más rápida.
Mientras hablaba, Dragos notó a un hombre vestido de negro apoyado en un
árbol cercano. Azrael masticaba una brizna de hierba mientras miraba al lago.
–¿Qué piensa mamá? –preguntó Liam.
–¿Por qué no vas y le preguntas? –sugirió Dragos, sin apartar la vista de la
Muerte.
–Lo haré –luego de un impulsivo abrazo, Liam regresó por el camino a la casa.
Luego de que se marchara, Dragos se acercó a la Muerte. –¿Qué haces aquí?
–Solo mirando el paisaje. Siendo testigo del cambio –dijo Azrael, sus brillantes
dientes blancos sosteniendo la brizna sin despedazarla. –El chico tiene grandes
ambiciones. En Rhyacia, solo sería tu Primer para siempre. Elegirá quedarse en New
York.
–Lo sé. También lo vi –Dragos entrecerró los ojos.
Y la Muerte solo aparecía en persona para los eventos más extraordinarios.
Entonces cayó en cuenta. –Creí que estabas en Las Vegas y en la Puerta del
Diablo por Pia y Niall, pero no era así, ¿verdad? –y solo habían muerto alrededor de
mil personas en la batalla, lo cual, aunque no era precisamente poco, era mucho
menos de los que morían en otras guerras. –Estabas allí por mí.
Azrael se encogió de hombros. –Pia y Niall estaban asustados, incómodos y muy,
muy miserables, pero tú si que estuviste en peligro de morir. Una bala casi roza tu
viejo y testarudo corazón. Un milímetro más a la derecha y todo habría acabado.
Pero recuerda que no estoy aquí solo para la Muerte. También vengo a los
renacimientos, y las cosas verdes que crecen del suelo.
–No eres muy conocido por eso –repuso Dragos secamente.
–No –Azrael sonrió. –Has gobernado aquí por siglos, pero ahora el Señor de los
Wyr se marcha. Larga vida al Príncipe de los Wyr y larga vida al Señor de Rhyacia.
¿Cómo se siente?
Dragos respiró profundo, contemplando el lago. Había tanto por lo que vivir,
tanto por lo que emocionarse. Casi pudo sentir como se expandía para tomarlo.
–Se siente muy bien –admitió.
Fin.
¡Gracias!
Thea Harrison.

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