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–Puedo bajarme sola –insistió Pia, irritada, cuando Dragos metió la mano en la
limusina.
Él se inclinó para mirarla, con una de sus cejas negras arqueada. El hotel y casino
Bellagio bullía de actividad y ellos se habían estacionado de un lado de la entrada
principal. La mitad de la limosina quedó por fuera de la sombra del gigante y
ornamentado pórtico.
La luz brillante del sol demarcaba el enorme y broncíneo cuerpo de Dragos y su
oscuro cabello con un halo de luz blanca. Este sol desértico no era en lo más mínimo
como el sol del norte de New York. Era duro y despiadado, e incluso, a pesar de la
brillante ciudad desplegada bajo el, era potencialmente letal.
Dragos no parecía estar incómodo por la diferencia de clima, y jamás necesitaba
lentes oscuros para protegerse la vista; solo los usaba para mantener una barrera
clara entre el mundo exterior y él mismo.
Era la única criatura corpórea que Pia conocía que podía ver directamente al sol
y no quedar enceguecido. Siempre que era bañado por este, parecía más vigoroso y
brillante, como si el fuego dentro del dragón reconociera el fuego del sol y se
alimentara del mismo.
Él entrecerró sus ojos dorados. –Siempre has aceptado mi ayuda.
Ella sabía que sus sentimientos no estaban lastimados. Tenía la psique más
fuerte que Pia hubiese visto en su vida. De seguro podría atropellar su psique con un
camión de doscientas toneladas y dieciocho ruedas unas treinta veces antes de
hacerle un rasguño.
No, él estaba genuinamente sorprendido.
Dándose cuenta de que estaba siendo irracional, ella respiró profundo antes de
responder. –Aceptaba tu ayuda antes porque era sexy.
Pero ahora nada era sexy para ella. Ni siquiera él.
Él miró significativamente su prominente vientre. –Pero ahora estás tan grande
que de verdad necesitas mi ayuda.
–Estoy tan grande –repitió ella con voz monocorde. De haber habido una mesa
cerca, ella se habría sentido tentada a voltearla. –Gracias por señalarme eso, Dragos.
No había notado lo inmensa que estoy. De no ser por ti, jamás lo habría notado.
Ahora, si haces el favor de quitarte del medio, sacaré toda mi enormidad por mí
misma del auto.
Él ladeó la cabeza, con una expresión calculadora, pero entonces se enderezó,
apartándose un paso de la limosina.
Pia tuvo que mecerse un par de veces para obtener el impulso suficiente para
poder salirse. La brisa seca le trajo la humedad de las fuentes del Bellagio.
Gah. Eso debió verse horrible. Se sentía tan desmañada. Eso jamás le había
pasado, ni siquiera durante su primer embarazo. Durante su primer embarazo se
había sentido hábil y poderosa, como una diosa sexual y una diosa madre combinada
en un solo paquete.
Y lo que había compartido con Dragos durante ese primer embarazo… En ese
momento todo había sido sexual y atractivo. Recién emparejados, habían quemado
las sábanas con un deseo insaciable del uno por el otro.
Antes de que Dragos pudiera abrir la boca, alzó un dedo para silenciarlo. –Ni una
palabra. Logré bajarme, y eso es lo que cuenta.
Un par de pasos detrás de Dragos estaba Eva, sosteniendo el bolso Kate Spade
de Pia, con los labios apretados y mirando a todos lados a la vez. Luego de estudiar
las expresivas facciones de Eva, Pia decidió que no quería saber lo que pensaba.
Tomó el bolso antes de hablarle por telepatía. –Tampoco quiero ni una palabra
de parte tuya, ¿entendido?
–¡Yo jamás diría nada! –las cejas de Eva se alzaron de sorpresa.
El tono mental de Eva era tan piadoso y lo que decía una mentira tan grande que
Pia no pudo evitar reírse.
Se volvió hacia Dragos. –Lamento estar tan cascarrabias.
Los ojos de él brillaron discretamente. –Estás muy embarazada –le contestó. –Y
cómo bien sabes, he leído varios libros sobre el tema. He decidido considerarte
temporalmente demente hasta que nazca el bebé.
Estaban en Las Vegas para asistir a la boda de Rune y Carling, y para viajar él se
había puesto sus pantalones de mezclilla más sencillos y una camisa negra que se le
pegaba a los músculos del pecho y los brazos como una segunda piel. Estaba lo más
desarreglado que nunca.
Pero eso no significaba que pasara desapercibido. Con sus más de dos metros,
Dragos era más alto que todos a su alrededor. Su Poder era tan intenso que brillaba a
su alrededor en un halo invisible, como el calor alzándose del pavimento. Ella había
notado un efecto parecido en otros de la primera generación de las Razas Antiguas,
aquellos que habían surgido de la propia Tierra al formarse.
Pero, por alguna razón, el Poder de Dragos se sentía más fuerte y fiero que el del
más antiguos de los antiguos que Pia había conocido. Sospechaba que tenía que ver
con su forma Wyr. El dragón era una criatura de fuego, y todos comparados con él
parecían más pequeños y pálidos.
Detrás de él, una multitud de personas se apresuraban a hacer sus trabajos. La
camioneta Cadillac que transportaba a la Dra. Medina y a Aryal, una centinela Wyr,
acababa de aparcar tras la limosina y ellas acababan de bajarse. Aryal dirigía
impacientemente a los botones y valets que apilaban los equipajes de todos en sus
carritos.
Mientras Dragos, parado en el centro, los ignoraba, con toda la atención en ella,
ellos orbitaban a su alrededor, como satélites, mientras cumplían sus órdenes.
Ella se había estado mintiendo a sí misma. Su brutal guapura y cruda
masculinidad la atraía incluso cuando se sentía hecha polvo. Él siempre era y sería la
cosa más sensual y atractiva que había visto, y jamás sutil.
No, ella era la que ya no era atractiva. Se sentía enorme, gorda y torpe, como el
gigante de malvaviscos que arrasaba New York al final de Los Cazafantasmas, y la
única manera de disimular las ojeras que ahora parecían permanentes era con
grandes cantidades de maquillaje.
Vio a una rubia alta y atractiva pasar junto a ellos. Tenía pinta de supermodelo, y
llevaba un top y unos shorts tan cortos que dejaban ver atisbos de una ropa interior
de encaje purpura. Completando el look, la mujer llevaba aretes largos, botas de
vaquero y un sombrero. Se le quedó mirando a Dragos con un deseo tan evidente
que tropezó con un arbusto, le pidió disculpas distraídamente y no le quitó la vista
hasta desaparecer por la puerta.
Mientras tanto, Aryal se aproximó a Dragos y hablaron en voz baja. Dragos jamás
notó a la rubia y sus ridiculeces.
Pia no sabía si gruñir o reírse. ¿Ambos, quizás?
Se frotó el rostro, luchando por controlar sus emociones descontroladas. Dragos
era indisputablemente suyo. Estaban casados, y unidos de esa manera especial y
única que tenían los Wyr.
Aun así, la parte de ella que había perdido aparentemente todos los tornillos le
susurró que su unión solo aseguraba que estarían juntos por el resto de sus vidas. No
decía nada sobre fidelidad sexual o amor eterno.
Mientras tanto, el protocolo de medicamentos que tenía que tomar para poder
llevar a término seguro su segundo embarazo había hecho estragos con su sistema
inmune. Con su primer bebé, había ganado solo el peso estrictamente necesario.
Incluso a los ocho meses de embarazo, habría podido correr por kilómetros, un
talento particular de su forma Wyr.
Esta vez había ganado muchísimo más peso, y Apestosín ni siquiera nacía. El solo
pensar en correr la hacía querer echarse a dormir, y una ansiedad perpetua la
picoteaba a cada rato, como ratones mordiendo los cables eléctricos de una casa. Se
sentía deslucida y de un mal humor terrible. No tenía ni idea de lo mucho que su
autoestima estaba basada en su apariencia hasta que se le había desmejorado.
–Además –continuó Eva, con una chispa divertida en la voz. –De haber dicho
algo, habría sido en tu defensa. Estoy de tu lado.
Pia alzó la mirada, sorprendida. Había estado tan preocupada con sus propios
pensamientos miserables que había olvidado que conversaba telepáticamente con
Eva. Su memoria y atención también habían sido víctimas de este embarazo. –¿De
verdad?
Eva asintió discretamente. –Puede que se haya leído un montón de libros del
embarazo, pero eso no lo hace ningún experto. Nadie debería decirle a la mamá de su
bebé que está demasiado grande para bajarse de un auto por sí misma. Los hombres
realmente son de Marte, supongo.
–Puede que los hombres sean de Marte –dijo Pia. –Y puede que las mujeres sean
de Venus, pero Dragos es un planeta por sí mismo. Mira como todo gira a su
alrededor. En el Planeta Dragos, todo debe ser como él lo ordena, a menos que
decidas enfadarlo. Y si lo haces, que Dios te ampare, porque él no sabe cómo
retractarse ni rendirse.
Ella había estado intentando sonar despreocupada y graciosa, pero el
comentario terminó sonando un poco más duro de lo esperado.
–¿Todavía pelean? –preguntó Eva.
–Sip –pudo sentir como Eva trataba de estudiarle el rostro, pero se negó a
voltearse. –No quiero hablar al respecto.
Luego de un corto silencio, Eva respondió. –Bien, te entiendo, pero si alguna vez
quieres hablar, no olvides que estoy aquí.
–Gracias –Pia trató de sonreír, pero temió que saliera torcida.
Dragos le tocó ligeramente el brazo. –Tengo que hablar con Aryal, pero no hay
razón para que te quedes en el calor mientras resuelvo esto. ¿Por qué no vas adentro
donde está más fresco?
–Suena bien.
Pia volteó en la dirección en la que había desaparecido la supermodelo mientras
se dirigían a la puerta principal del hotel, pero la mujer había desaparecido por
completo.
Un brillo repentino llamó su atención. Alzó la mirada para ver la efigie de Dragos
en un cartel rodeado de luces de colores.
Espera, ¿qué?
Distraída de sus pensamientos oscuros, pudo estudiar mejor el cartel cuando
una afortunada nube cubrió el sol por un momento. La fotografía era de un lujoso
club nocturno, con luces blancas y doradas y ramos de rosas rojas.
La poderosa figura de un hombre se hallaba en el escenario. Tenía un traje negro
y estaba medio volteado. Miraba a la cámara por encima de uno de sus poderosos
hombros, con una mano extendida como si invitara al público a unírsele. En una
esquina decía: Ultimo Baile, The Midnight Lounge, Riverview Hotel & Casino.
No era Dragos. No podía serlo. Tenía el mismo cabello negro, pero era más
delgado. Lo único que podía realmente atisbar en su delgado rostro era el brillo de
sus ojos verdes.
–Qué extraño –murmuró. –Dragos, ¿sabes quién es ese? Se parece a ti.
Dragos había estado mirando distraídamente a Aryal, quien discutía
avivadamente con alguien por teléfono. Volteó inmediatamente a ver en la misma
dirección que Pia y frunció el ceño.
–No es nadie –dijo Dragos. –Ignóralo.
Aryal se le acercó entonces, pasándole el teléfono con un bufido. –Háblale tú, yo
ya no puedo más.
Dragos miró el cartel una vez más antes de tomar el teléfono e inclinarse para
besar la mejilla de Pia. Le dijo: –Esto puede tardar un rato.
–No hay problema –dijo Pia, alzando la cabeza hacia él. No había respondido
realmente a su pregunta, ¿verdad?
La sensación de sus labios cálidos perduró sobre su piel mientras él se llevaba el
teléfono al oído y caminaba hacia Aryal. La nube que tapaba el sol pareció hacerse
más densa.
Dragos pasó detrás de ella. Le susurró al oído. –¿Por qué no vienes a verme?
Espera, no. Esa no era la voz de Dragos.
Dragos ni siquiera estaba detrás de ella. Lo había visto alejarse mientras hablaba
con quien sea que hubiese sacado a Aryal de sus casillas.
Pia miró a su alrededor, buscando al hombre alto de cabello oscuro que le había
hablado al oído.
No había nadie tan cerca. Eva no había notado que Pia se había detenido a
hablar con Dragos y había continuado a las puertas principales del hotel, donde
esperaba la Dra. Medina. Pia estaba sola en el pórtico.
El día volvió a aclararse. Al mirar arriba, solo pudo ver un perfecto cielo azul.
Quizás el calor desértico empezaba a afectarla. Quizás había alucinado todo.
¿Lo creía?
Sacudió la cabeza. Nope, claro que no.
Con los labios apretados, se dirigió hacia Eva y la Dra. Medina. –No tenemos
nada hasta la recepción de la boda esta tarde. Carling probablemente duerme en
este momento, y en todo caso no es de buena educación molestarla a mitad del día a
menos que sea una emergencia: a los Vampyres no les gusta eso. Estoy segura que
Rune anda por aquí, haciendo lo que sea que hacen los hombres en Las Vegas el día
antes de su boda. ¿Alguien quiere irse de paseo mientras tanto?
–Sabes que yo si –dijo Eva.
–Bueno, tú estás obligada a venir –Pia le dio a la otra mujer un empujoncito
amistoso con el hombro. –Eres algo así como mi guardaespaldas, ¿recuerdas?
Eva le devolvió el empujoncito con una sonrisa. A pesar de lo mal que se habían
llevado luego de conocerse, se habían vuelto buenas amigas.
La Dra. Medina las miró, sonriendo. –Yo paso. Luego de revisarte tengo que
llamar a algunos pacientes.
La sonrisa de Pia se desdibujó, pero revisiones diarias con la Dra. Medina y su
asistencia en este viaje eran parte del acuerdo al que había llegado con Dragos luego
de su peor discusión hasta la fecha.
Así que sonrió. –Bien, vamos a ello.
Dos de su guardia ya habían completado el proceso de check–in y habían subido
a revisar las suites, y Pia, la Dra. Medina y Eva se dirigieron a la Torre Spa. El Bellagio
era un lugar enorme, así que fue una buena caminata.
Luego de llegar a la lujosa suite del penthouse, la Dra. Medina revisó la presión
sanguínea de Pia, los latidos de su corazón, hizo un escaneo mágico del bebé y
entonces le suministró a Pia la dosis de medicina que indicaba su tratamiento.
–¿Todo bien? –preguntó Pia cuando terminó la doctora.
–Todo está perfecto. Diviértanse paseando, chicas –dijo la doctora con una
amplia sonrisa antes de marcharse.
–Gracias.
Aunque ya le habían dado el visto bueno, ella vaciló, dividida.
Carling y Rune habían reservado todo un piso de la Torre Spa para los invitados
de su boda, los cuales estaban llegando lenta pero seguramente.
De los centinelas originales de Dragos, Aryal había venido directamente con
ellos, y Bayne, Graydon y su esposa Beluviel llegarían en un par de horas. Los dos
centinelas nuevos, Alexander y el marido de Aryal, Quentin, se habían quedado en
New York, mientras que Tiago y su compañera Niniane, estaban en Adriyel y no
podían asistir.
Rune y Carling también tenían amigos de Florida que ya habían llegado o
estaban por llegar; Duncan y Seremela, Grace y Khalil, y Claudia y Luis pero Pia a ellos
no los conocía tan bien.
Parte de ella sentía que debía quedarse y socializar, pero la otra…
La otra parte no quería las caras que pondrían al ver lo mucho que ella había
cambiado.
Tendría que enfrentarlos de todas maneras esta tarde. Mientras tanto, se daría
permiso de evitarlo todo.
Le escribió una notita a Dragos en la papelería del hotel, dejándola en un lugar
prominente cerca de la entrada. Entonces agarró su bolso y se dirigió a Eva. –
Salgamos de aquí.
–¿A dónde vamos?
–Al casino Riverview.
Capítulo 2
Quince minutos después, Pia y Eva entraron al Riverview. Como todos los demás
casinos y hoteles de Las Vegas, el Riverview brillaba con sus luces cegadoras y cosas
de lujo; pisos de mármol, techos altos, y obras de arte magníficas.
Pero a diferencia de los otros casinos y hoteles, el Riverview le pertenecía por
completo a una compañía de las Razas Antiguas, Northen Lights, perteneciente a la
Reina del Clan de los Fae de la Luz, Tatiana.
Mientras que en otros lugares las Razas Antiguas eran minoría, aquí eran la
mayoría. Meseros Demonkind les pasaron por al lado, llevando enormes bandejas de
bebidas. No muy lejos, una medusa jugaba en tres máquinas distintas, sirviéndose de
las serpientes en su cabeza para jalar de las palancas a la vez. Pia se le quedó
mirando, fascinada.
–Ah, Las Vegas –dijo Eva mientras cruzaban el salón. –El Cirque du Soleil, Cher,
Ricky Martin, Paul Simon… Tantas cosas divertidas que hacer y tan poco tiempo.
¿Sabes que a los Vampyres les encanta el cielo falso del Venetian Resort? Tienen
paseos en góndola por el Gran Canal y es todo bajo techo. ¿Quieres ir a jugar a las
máquinas?
–¿Qué? –al mirar a la otra mujer, Pia cayó en cuenta de que Eva se había fijado a
donde miraba. Probablemente estaba siendo maleducada al mirar de esa manera,
pero la medusa estaba completamente concentrada en su juego. –No me gusta
apostar.
–Oh, vamos. Vive un poco –la tentó Eva. –Podría conseguir algunas fichas para ir
a probar suerte en las mesas.
Pia se echó a reír. –Todavía recuerdo lo duro que era trabajar para ganarme el
dinero. No me sentiría cómoda desperdiciándolo en la ruleta o en el blackjack.
–Apuesto a que Dragos no estaría desperdiciando el dinero –Eva sonrió. –Me
encantaría ver a ese dragón jugando póker.
–Eso no pasará aquí –le dijo Pia. –Dragos tiene prohibido apostar en Las Vegas.
Es demasiado bueno contando cartas, y nadie con algo de sentido común se sentaría
a jugar póker con él. Solo puede ver los shows y asistir a la boda de Rune y Carling.
Eva se echó a reír. –Oye, jamás me dijiste por qué quisiste venir al Riverview en
lugar de pasear por el Bellagio.
–Busco el Midnight Lounge. Hay un show llamado Último Baile que quiero ver –
al mirar, encontró la señal adecuada. –Es por aquí, al final del pasillo.
Eva se apresuró a seguirle el paso. El entrar en el Midnight Lounge fue un poco
decepcionante. A pesar de que era sin lugar a dudas el lugar fotografiado en el cartel,
no tenía nada de la magia del retoque fotográfico. El lugar estaba vacío y oscuro, con
solo un par de ghouls limpiando la barra y trapeando el suelo.
–Puede que Las Vegas nunca duerma, pero tienen que trapear el suelo de vez en
cuando –Eva miró a los ghouls con una sonrisa.
Pia frunció el ceño. El maldito tratamiento no solo acallaba su sistema inmune,
también su habilidad de sentir magia, activa o residual. –¿Puedes sentir algo? –
preguntó. –¿Poder residual o magia?
–Nada fuera de lo normal. Chispas aquí y allá, gente, objetos mágicos. Viene y
va. Hay campos de contención mágica en todos los casinos para que los jugadores no
puedan comunicarse telepáticamente o hacer trampa con cualquier hechizo –Eva la
miró pensativa. –¿Por qué? ¿Qué buscas?
–Cualquier cosa –Pia se encogió de hombros. –Algo raro me pasó en el Bellagio.
Y había alguien parecido a Dragos en la publicidad de este show. Cuando le pregunté,
me dijo que no era nada y que lo ignorara.
Eva alzó una ceja. –Así que naturalmente viniste corriendo.
Al escucharlo así, Pia se sintió algo avergonzada. –También quería huir del hotel.
–Dijiste que algo raro te había pasado –Eva frunció el ceño, mirando a su
alrededor con los brazos en jarra. –Eso no me gusta, pero no veo ni siento nada de
peligro.
–Quizás no sea algo necesariamente malo. Mira nuestras vidas: son un momento
raro tras otro –Pia se dirigió al ghoul de la barra, quien estaba en ese momento
descargando el lavaplatos y colocando los vasos limpios en los estantes. –Disculpe,
¿todavía están pasando Último Baile?
Él se encogió de hombros. Como todos los ghouls, tenía un rostro alargado y
apesadumbrado. –Si. Quizás. La verdad no lo sé, acabo de regresar de mis
vacaciones. Luego de tanto tiempo trabajando aquí, los shows comienzan a
parecerse, ¿entiende?
–Supongo que sí –divertida, volteó a mirar a Eva, quien se había acercado al otro
ghoul.
–Hola, amigo –dijo Eva. –¿Hay alguien en los vestidores?
Él vaciló, apoyándose en su trapeador como si estuviese demasiado cansado
para enderezarse por completo. –Puede que si.
Eva le entregó un par de billetes de veinte. –¿Podrías mirar? Si queda alguien,
nos gustaría hablarle.
–Bien –respondió él, metiéndose los billetes en el bolsillo y arrastrándose tras
bastidores.
Mientras esperaban, Pia se subió al escenario para verlo mejor. Estaba decorado
como en la fotografía, con largas vasijas negras llenas de rosas. De manera impulsiva,
ella subió los tres escalones. Había una trampilla en el centro del gastado suelo.
Al contemplar el lounge desde su nuevo punto de vista privilegiado, las luces del
escenario se encendieron de pronto. La potente luz blanca la cegó, mientras que el
resto del lounge se vio envuelto en sombras.
–Perdón, ¿fui yo? –exclamó ella, alzando las manos para cubrirse los ojos.
Desde la cubierta de sus dedos pudo ver la silueta de Eva esperando junto a una
mesa. La figura ensombrecida de un ghoul se le acercó, y conversaron. Ambos
parecían estar muy lejos, y ninguno le prestó atención a Pia.
–¿Eva? –preguntó ella cautelosamente. Uno de los deberes de Eva era prestarle
atención a Pia todo el tiempo, especialmente cuando la llamaba. –¡Eva!
La otra mujer parecía no escucharla en lo absoluto. Y eso era muy raro, y muy
malo.
Oyó unas fuertes pisadas junto a ella, y un hombre alto se detuvo junto a ella. Al
mirarlo, a Pia se le aceleró el corazón.
Tenía un rostro severo, muy parecido al de Dragos, y tenía el mismo cabello
negro, hombros anchos y boca sensual y fuerte.
–Saludos, Pia Giovanni Cuelebre –dijo. Su voz era profunda y extrañamente
familiar.
Los músculos de sus piernas se tensaron, preparadas para echar a correr. No
podía sentir nada de él, nada de peligro, ni magia. Nada de Poder. Pero Eva no le
respondía, y este hombre sabía su nombre completo.
–¿Te conozco? –le preguntó, dando un cauteloso paso atrás.
–Yo te conozco a ti. Estuvimos muy cerca de conocernos una vez –volteándose a
mirarla, el hombre sonrió. Tenía los ojos verde brillante. –Estabas embarazada de tu
primer hijo entonces. Él te salvó la vida, casi a expensas de la suya propia.
Eso le aceleró aún más el corazón. Nadie, excepto Dragos, sabía lo que su
cacahuate había hecho en ese entonces, cuando ella había sufrido una herida casi
mortal. –¿Cómo sabes eso? –susurró.
Él era mucho más guapo que Dragos, para ser sincera. Con un extraño
magnetismo. Pero su sonrisa escondía el mismo tipo de peligro. –De la misma
manera en la que sé que tu madre te ama muchísimo. Te dijo que podías irte con ella
si querías, ¿recuerdas?
La impresión le adormeció las manos y los labios, como si los hubiese sumergido
en agua helada. –No le conté eso a nadie, ni siquiera a Dragos. ¿Quién eres?
–Puedes llamarme Rael, si quieres –él se metió las manos en los bolsillos,
volteándose a ver el lounge vacío.
Algo se le ocurrió entonces, algo tan vasto e impresionante como un océano. No
podía ser, pero… tantas cosas en su vida eran descabelladas. Raras.
–Rael, como diminutivo… –le tembló la voz, y tuvo que tragar saliva para
continuar. –¿Cómo diminutivo de Azrael?
Él no lo negó, ni lo confirmó. Como una montaña, él solo existía. –¿Sabes? Todo
el mundo se sorprendió tanto contigo cuando Dragos te tomó como pareja. Era lo
último que todos esperaban. Le enseñaste a amar a otra cosa que no fuera él mismo,
pero hace mucho tiempo, y durante muchos siglos él fue conocido como la Gran
Bestia. La Gran Bestia se hizo de poderosos y longevos enemigos mortales, y ellos lo
recuerdan todo. Jamás olvides, Pia Giovanni Cuelebre: tú y tus hijos son su más
grande triunfo, pero también eres su más grande debilidad.
Si, eso ya lo había escuchado antes. Lo dejó de lado para enfocarse en lo más
importante ahora.
–Mi mamá –suspiró Pia. –¿Puedes… me dejarías por favor hablar con ella?
Él negó con la cabeza. –Ella no está aquí, Pia.
–Pero entonces si lo estaba.
–Entonces estabas lo suficientemente cerca de morir para escucharla.
–¿Es eso lo que necesito hacer para volverla a escuchar?
Volteándose, la Muerte le volvió a esbozar una de sus sonrisas peligrosas. –
¿Quieres volverte a acercar a la muerte para averiguarlo?
–Supongo que no –susurró ella.
Sus pensamientos se hicieron añicos. A menos que estuviese alucinando, estaba
realmente conversando con uno de los Poderes Primigenios del mundo. Las
preguntas y los miedos se agolparon unos encima de otros.
–¿Por qué? ¿Cómo es que eres una sola persona? ¿No hay gente muriendo por
todo el mundo?
Él alzó una ceja oscura. –No todos requieren de mi presencia personal.
Eso no respondía nada. –¿P… por qué te pareces a Dragos? ¿Y qué haces aquí,
hablando conmigo? –le preguntó.
–Oh, vamos –comentó él. –Tú más que nadie debería saber lo cercanamente
relacionados que están el dragón y la muerte. Y la razón de mi visita… eso lo sabrás
pronto. Tendrás que tomar decisiones desagradables, y mucho va a depender de lo
que tú y los tuyos decidan hacer justo ahora.
–¡Pia! –la penetrante voz de Eva la obligo a voltear. La otra mujer se había
acercado al borde del escenario. –Aquí no hay nadie. ¿Qué quieres hacer?
–Eso no es verdad. Estaba… –dejó la frase sin terminar al darse cuenta de que el
hombre junto a ella había desaparecido.
–¿Estabas qué? –Eva la miró, preocupada. –¿Qué pasa? Estabas como perdida.
Escuchó el sonido de su propia respiración. Le pareció que un parpadeo le
tomaba miles de años.
¿Qué pasa? Solo conversaba con la Muerte, quien aparentemente es pariente
cercano de mi marido. Nada fuera de lo normal.
No sabía que Dragos tuviese familia, más allá de sus centinelas. La Muerte jamás
se ha aparecido en alguna celebración familiar, o ha traído regalos a los niños.
Vamos, Pia, regresa.
Justo cuando Eva estaba a punto de subirse al escenario de un salto, Pia pareció
regresar a la realidad. Al recuperar el uso de sus extremidades, corrió a las escaleras.
–No es nada –dijo. El explicar todo lo que le había pasado tomaría demasiado
tiempo, y no estaba preparada para explicarlo con palabras. No todavía, y
probablemente no sin mucho alcohol encima. –Debemos regresar al Bellagio.
–Claro –Eva sonaba relajada, pero su mirada escudriñaba todo con atención. –
¿Estás bien? Parece que viste un fantasma.
–Quizás así fue. No quiero hablar de ello –lo único que sabía era que necesitaba
ver a Dragos.
Solo tenían un par de años juntos. Su matrimonio y relación en general era
bastante nueva, a pesar de que su hijo mayor, Liam, se había ido a la universidad
recientemente. Eso se debía a que él era un ser intensamente mágico que crecía a
pasos agigantados, casi como la primera generación de las Razas Antiguas. De ser un
chico normal, todavía sería prácticamente un bebé.
Aun así, ella y Dragos habían enfrentado más de un conflicto durante su corto
tiempo juntos, los suficientes como para que Pia se preguntara más de una vez
exactamente con quién demonios se había casado.
Ahora su pregunta había cambiado.
Ya no era cuestión de quién fuera él, sino qué.
La necesidad de conectarse con él fue tan intensa que intentó hacerlo de
manera telepática. La mayoría de los seres con telepatía solo podían comunicarse a
unos cuantos metros, pero Dragos podía hacerlo a casi un kilómetro a la redonda.
Solo recibió silencio. Ya se había olvidado de lo que Eva le había contado, lo de
los campos de contención mágica en los casinos.
Al dejar el lounge y recorrer el salón de apuestas del Riverview, un alto hombre
de cabello oscuro las acompañó.
La Muerte dijo: –Llámame cuando quieras. Considérame a tu servicio durante
estos días.
Sintió que los ojos le escocían al voltear. No había nadie junto a ella. Solo Eva,
quién caminaba demasiado cerca. Había una tensión en la mandíbula de Eva que
dejaba saber que no estaba tan relajada como aparentaba.
Pia se escuchó a sí misma decir. –Creo que no estoy bien.
La reacción de Eva fue cálida e inmediata. Rodeándole los hombros con un
brazo, le habló con dulzura. –Lo estarás. Apenas y abordemos un taxi, llamaré a la
doctora. Y a Dragos. Todo estará bien, cariño.
Eva creyó que su malestar era físico, y Pia no se molestó en corregirla. Quizás si
había algo mal con ella y acababa de alucinar todo lo demás. O quizás había una
explicación perfectamente razonable. Al aproximarse a las puertas del casino, se
permitió creer que todo realmente estaría bien.
Hasta que un nutrido grupo de personas atravesó las puertas, dirigiéndose a
ellas.
La líder era una alta y musculosa mujer Elfa. Una fea cicatriz blanca surcaba su
rostro espléndido. La acompañaban seis, todos en uniformes prácticamente militares
y armados.
–Esto no me agrada en lo absoluto –masculló Eva por lo bajo. –Ok, Pia, marcha
atrás. Hay que llamar a seguridad.
Pia trató de obedecer, sintiéndose como si nadara en fango. De lo que sea que
se tratara esta futura confrontación, ni ella ni Eva escaparían. Por el rabillo del ojo
pudo ver un logotipo en uno de los uniformes: Seguridad Puerta del Diablo.
Los seis soldados las rodearon casi inmediatamente. La mujer elfa se les acercó,
sonriendo. –¿Pia Cuelebre? Oh, mira lo embarazada que estás. Eso es maravilloso. Mi
día es cada vez mejor.
Con un movimiento demasiado rápido para el ojo humano, Eva desenfundó su
glock y la apuntó a la cabeza de la mujer elfa. –Atrás, imbécil.
Los soldados desenfundaron inmediatamente sus armas, todos apuntando a Eva.
El miedo se clavó como una estaca en el pecho de Pia. No estaban bromeando.
–Eva –susurró Pia. –Baja la pistola.
–Ni en sueños –la expresión de Eva se tornó hosca. Le gruñó a la elfa. –¿Quieres
hacerlo? Hagámoslo todos al mismo tiempo. Ellos me disparan. Yo te disparo a ti.
Claro, estaré muerta, pero tú también lo estarás. No sé quién eres, y no me interesa
averiguarlo. Nos regresamos al casino, así que salte de en medio.
–No tenemos tiempo para heroínas suicidas –dijo la elfa. Volvió a mirar a Pia y su
sonrisa se intensificó. –Guarden las armas –ordenó a los soldados.
Ellos obedecieron. Pia miró a su alrededor. Los soldados esperaban atentos, los
ojos fijos en la elfa, quien se dirigió a Pia. –Listo, ¿ves? No habrá nada de violencia,
solo decisiones.
Decisiones… justo como Azrael le había advertido. El corazón de Pia se aceleró.
Ignorando a Eva, quién no había bajado su arma, la elfa alzó un teléfono celular,
acercándose para que Pia lo viera mejor. –Me llevé a una amiga tuya, Carling
Severan. Puedes verla por ti misma.
No pensaba poder sentir más miedo del que ya sentía, pero al parecer era
posible. Contempló la pantalla ofrecida.
No era ninguna foto, sino un video en vivo. Miró a la hermosa mujer
inconsciente en el suelo desértico. Era indiscutiblemente Carling, con su brillante
cabello rojo despeinado. Estaba amarrada con algo que parecía alambre plateado y
tenía una flecha de plata clavada en el pecho.
Había por lo menos dos personas con Carling. Una era visible de la cintura para
abajo, apuntando a la cabeza de Carling con una ballesta, mientras que la otra
filmaba la escena con un teléfono.
–Si no vienes conmigo ahora –dijo la elfa en voz baja. –Él le disparará. ¿Salvarás
la vida de Carling o la verás morir?
Ninguna flecha ordinaria era capaz de lastimar a un Vampyre de la edad y la
fuerza de Carling, y la plata ordinaria no sería capaz de apresarla. Carling era una de
las hechiceras más poderosas del mundo, pero esta mujer había logrado capturarla.
Y Rune estaba emparejado con ella, indisputablemente emparejado de por vida.
Su boda en Las Vegas era simplemente la proverbial cereza del pastel. Si Carling
moría, Rune moriría con ella. Era así de simple.
Pia alzó la vista para enfrentar la mirada intrépida y casi felina de la elfa. Esa
mujer ya estaba muerta, por supuesto, pero quedaban algunas interrogantes. ¿Cómo
moriría exactamente y a cuantas personas estaba dispuesta a llevarse consigo?
–Iré contigo –dijo Pia.
–¡No! –le espetó Eva, apretándola contra sí. –¡De ninguna manera!
Mientras protestaba, uno de los soldados se le acercó por detrás, golpeándole la
sien con la cacha de su pistola. Eva se desplomó, inmóvil.
–Ok, quizás solo un poquitín de violencia –dijo la elfa, encogiéndose
despreocupadamente de hombros. Al teléfono, dijo: –No le dispares todavía. Drénala
para debilitarla en caso de que despierte.
Al Pia intentar caer de rodillas para auxiliar a Eva, dos de los soldados la
agarraron por los brazos, forzándola a permanecer de pie. Quiso gritar, furiosa.
En lugar de ello, dijo en el tono más seco que pudo. –Esto no terminará bien
para ti.
La elfa se echó a reír. –Bueno, veremos cómo van las cosas. Aquí en Las Vegas,
hay que saber lanzar los dados. Vamos al techo –le dijo a los demás. –¡Muévanse!
El techo. Eso quería decir que tenían un helicóptero esperando. A Pia se le fue el
alma a los pies.
Se volteó mientras caminaban a los elevadores. Un par de personas corrían hacia
la postrada Eva. Uno de ellos pidió ayuda a gritos y un guardia uniformado apareció
enseguida. Lo último que vio al cerrarse las puertas del elevador fue al guardia
hablando por su radio.
La confrontación había tomado un minuto o menos, y ninguno de los guardias se
había dado cuenta de que un secuestro estaba siendo llevado a cabo.
Pia miró el logo en el uniforme de uno de sus secuestradores. –¿Qué hay en la
Puerta del Diablo? –preguntó.
–Tu futuro –respondió la elfa.
Capítulo 3
Pia despertó por partes. Lo primero que pensó fue: Último Baile. Ah, el nombre
del show de la Muerte en Las Vegas no era demasiado original. Aunque quizás su
simplicidad fuese efectiva. Lo analizaría mejor más tarde.
Le dolían el cuello y la cadera, y el bebé le pateaba la vejiga hinchada. ¿Por qué
la cama era tan dura, quién le había puesto piedras?
Entonces recobró completamente la consciencia. Se levantó de un salto,
mirando a su alrededor. Lo último que recordaba era estar sentada en un helicóptero
con sus captores. La mayoría eran solo soldados que recibían órdenes.
A la que de verdad le tenía miedo era a la elfa con la cicatriz en la cara. Pia tenía
desde su enfrentamiento con Urien sin ver a los ojos de alguien capaz de hacer
cualquier cosa por obtener su objetivo. Cualquier cosa.
Entonces, oscuridad. Seguro la habían golpeado con algún hechizo.
Y ahora esto.
Estaba en una cueva llana, convertida en celda. En lugar de estar bajo tierra,
parecía estar a varios metros por encima del suelo, quizás unos diez o quince, en la
ladera de algún risco. Tenía una buena vista de un claro desértico, rodeado de una
densa pero extraña vegetación. Una multitud de tiendas coloridas y caravanas
rodeaban el claro y se perdían a la distancia.
La abertura de la cueva estaba cerrada con unas gruesas barras de metal,
aseguradas al suelo con una buena capa de concreto fresco. Afuera había un
estrecho saliente, como de unos cincuenta centímetros de ancho.
No había ninguna puerta en esas barras. No había ninguna salida visible.
El estómago se le hizo un nudo. No pensaban dejarla salir de este lugar.
Las únicas cosas en la cueva eran una cubeta en una esquina, y un cadáver
disecado en la otra. La presión en su vejiga se tornó urgente, así que se apresuró a
usar la cubeta mientras catalogaba el resto de sus alrededores a toda prisa.
La mitad de la celda estaba iluminada, mientras que la otra parte permanecía en
sombra. De momento, la brisa que entraba era caliente y seca, pero sin duda la
temperatura bajaría de noche.
Ella tenía una ancha camisa sin mangas que acomodaba su voluminoso vientre,
pantalones tipo pescador y sandalias sin tacón. Era un bonito conjunto para pasear,
pero no le ofrecería mucho abrigo de noche.
Afuera, el claro rebosaba de actividad. Docenas de trabajadores construían lo
que parecía una efigie en madera de un dragón, mientras que otros apilaban troncos
en la base.
La escena le recordó a lo que había leído del festival Burning Man que se
celebraba anualmente en el desierto de Nevada. Era un lugar para la creatividad libre
y la expresión personal. Aunque con los años se había organizado mejor y tenían
cuerpos de seguridad presentes, todavía tenía un toque de anarquía y cosas
sorprendentes podían pasar.
¿Acaso construían una enorme efigie para quemarla? ¿De Dragos?
Se apretó contra las barras, tratando de ver lo más que podía desde su prisión.
Las barras, expuestas a la luz del desierto, estaban demasiado calientes para
sujetarlas por mucho rato, y su piel era demasiado delicada para permanecer al sol
sin protección.
Frotándose el vientre ansiosamente, se refugió en la parte sombreada más
cercana al fondo de la cueva. Tenía el corazón desbocado, estaba cubierta de sudor y
tenía la boca seca. No tenía idea de cuánto tiempo había estado inconsciente, pero
con lo hambrienta y débil que estaba, podría haber sido un día completo.
Eso significaba que necesitaba tomar su dosis diaria del tratamiento, pero no la
tenía. La elfa se la había llevado junto con su bolso y su celular.
Cuando volvió a pasar junto al cadáver disecado, este se movió. –Pia –susurró.
Casi le da un infarto. Lo que había tomado por un cadáver era alguien vivo, y que
claramente la conocía.
Arrodillándose junto a la persona, la volteó lo más gentilmente que pudo.
Parecía una bolsa de ramas. Sintió una horrorizada compasión al ver el rostro
esquelético.
La piel estaba estirada sobre los huesos faciales, como una calavera, haciéndole
irreconocible. La ropa que llevaba parecía de buena hechura y muy femenina, pero
se le caían. Eso, aunado a la melena despeinada de suave cabello rojo la hizo caer en
cuenta de quién era.
–Oh, Dios mío, ¿Carling? –susurró.
La figura abrió los ojos. Eran carmesí.
–Eso me temo –la voz de la Vampyre era débil y acartonada. Estaba tan disecada
que había perdido todo rastro de su hermosa belleza. –Lamento tanto verte aquí.
Esperaba que fuese alguien que no me importara.
Pia la apoyó cuidadosamente contra la pared y retrocedió hacia la luz. Si Carling
hubiese sido humana, indudablemente estaría muerta. Solo el hecho de que era
Vampyre la había mantenido viva. O tan viva como podía llegar a estar un no muerto.
Pero las diferencias entre esta figura arruinada y la vitalidad y fortaleza normal de
Carling eran terribles de ver.
–Lamento verte también –susurró. –Escuché a la líder dar la orden de drenarte
mientras estabas inconsciente. ¿Fue eso lo que…?
–¿Lo que causó esto? Si, es un desangramiento severo –Carling se acomodó con
un crujido seco. –Es un método efectivo para debilitar a un Poderoso Vampyre para
mantenerlos a raya. También es un método efectivo de tortura. Con el
desangramiento, el sol y las barras hechizadas podrían mantenerme aquí
indefinidamente. ¿Cómo te atraparon a ti?
Pia le contó de su confrontación en el Riverview. –Estoy preocupada por Eva. La
golpearon con demasiada fuerza –vaciló, pensativa. –¿Cómo te atraparon?
–Me dispararon. Les di las buenas noches a Claudia y a Luis y me fui a la cama,
pero entonces recibí un mensaje de que me esperaba un paquete de parte de Rune
en recepción –sacudió la cabeza, disgustada. –No quería salir tan cerca del
amanecer, pero tampoco quería esperar demasiado a ver que me había enviado, así
que les pedí que lo subieran. Cuando abrí la puerta, me lanzaron la flecha de plata
que tenía algún hechizo potente. Tienen un buen hechicero.
–Ah, sí, esa soy yo.
La voz vino de detrás de Pía. Se volvió para ver a la elfa de la cicatriz al otro lado
de las barras junto a otro elfo que traía una bandeja.
La elfa apuntaba con una ballesta al vientre de Pia. Temblaba y lloraba de
emoción. –Luego de todos estos siglos –dijo. –Luego de ver como ese horrible dragón
prosperaba y obtenía cada vez más poder, por fin tengo la ventaja. Solo tengo que
dispararte para matarlo. No sabes lo maravilloso que se siente tener su vida en mis
manos. Estoy algo dividida, ¿te doy de comer o te disparo?
Pia se echó para atrás lentamente, apretándose contra la pared de fondo.
Carling se levantó con dificultad para pararse junto a ella.
–Piénsalo bien, no quieres hacer esto –dijo.
La elfa soltó una risotada explosiva. –No tienes idea de cuánto realmente quiero
hacer esto. ¡Ese monstruo asesinó a todos los que amaba!
¿A todos? Pia no necesitaba saber los detalles para saber que ella decía la
verdad. Dragos había ido a la guerra, o quizás los elfos. Su odio mutuo había durado
eones. Esta era una herida de una de esas batallas antiguas, que jamás había sanado.
No había ningún lugar a dónde ir, y no podía hacer otra cosa sino hablar. No se
molestó en tratar de convencer a la elfa de que Dragos había cambiado. De solo ver
su rostro implacable, sabía que no lo lograría ni en un millón de años.
Habló lo más calmada de pudo, forzándose a permanecer tranquila. –Mi madre
vivió otros dieciséis años luego de la muerte de mi padre. No creo que esto te traiga
los resultados que quieres. Puedo ver lo mucho que deseas ver a mi pareja muerto,
pero puede que él decida simplemente no hacerlo, mientras su voluntad pueda
mantenerlo aquí. Y si hay algo en lo que podemos estar de acuerdo, es en que
Dragos tiene una voluntad indomable.
La elfa apretó el gatillo.
Y eso fue todo, fue todo. Por un miserable segundo, Pia estuvo segura de que
ella y el bebé estaban muertos. Ni siquiera tuvo tiempo de tomar aire para gritar.
Pero al mismo tiempo, Carling se desdibujó a su lado y de pronto la Vampyre
sujetaba la flecha. Congelada, Pia contempló los fieros y brillantes ojos rojos a
milímetros de los suyos. Carling la había salvado. Había salvado a Apestosín.
Entonces la elfa se limpió el rostro con una risotada. –Bien, creo que son
suficientes emociones por ahora. Eres más fuerte de lo que esperaba, Carling
Severan. Deberías ser una inútil pila de huesos.
–Claramente sabes quienes somos –dijo Carling. –¿Tú quién eres?
–Soy Caerlovena. Gobierno este lugar y a todos los que viven en el –le hizo un
gesto a su acompañante y este deslizó la bandeja por una abertura entre las barras.
Le dijo a Carling: –Cuando me enteré de que vendrías a Las Vegas, supe que tenía
que capturarte. Esperé siglos por una oportunidad como esta. Podría chantajear a tu
Wyr para que matara a Dragos y él no se negaría. Un Wyr haría cualquier cosa por
proteger a su pareja –su mirada felina pasó entonces a Pia, y descubrió los dientes en
una tenebrosa imitación de una sonrisa. –Pero entonces me enteré de que tú
asistirías a la boda, y esa fue realmente una oportunidad que no pude resistir. Ahora
él morirá, de una forma u otra. Solo quiero saber que tanto dolor puedo infligirle
antes de que muera. Y de verdad quiero que sufra, así que supongo que gracias por
evitar que la matara.
–Bien –dijo Pia. A mitad del discurso de la Elfa Loca, la cabeza le había empezado
a latir. Pudo sentir que el corazón le latía demasiado rápido, y una debilidad acuosa
se apoderaba de sus miembros. –Las cosas están mal y solo empeorarán, entendido.
¿Me puedes por favor devolver mi bolso?
–¿Qué? –Caerlovena la miró con una sorprendida rabia, como si no creyera lo
que escuchaba.
Apretando los dientes, Pia repitió. –¿Me puedes por favor devolver mi bolso?
La elfa no se molestó en contestarle. –Tarde o temprano, la sed de sangre se
apoderará de ti –le dijo a Carling antes de voltearse para marcharse. –¡Disfruten su
tiempo juntas!
Entonces se marchó, seguida del otro elfo.
–Eso fue terriblemente malo –dijo Pia.
Carling miró la flecha que aún sujetaba. –Pudo haber sido peor.
El mundo empezó a darle vueltas. Pia se aferró a la pared para sentarse
lentamente. Todo a su alrededor se perdió en una blancura brillante. Dio un respingo
al sentir a Carling arrodillarse junto a ella.
Se apartó con el corazón en la garganta. El rostro de la Vampyre era como mirar
de frente una pesadilla, pero no pudo dejar de notar que los ojos de Carling, a pesar
de su tono carmesí, parecían tranquilos.
Forzó a sus labios resecos a hablar. –¿Qué tan mala es la sed de sangre? –Carling
se veía tan mal que tenía que ser mala.
Carling puso la mano en el hombro de Pia. –Escucha con atención –dijo. –
Caerlovena se equivoca. He pasado hambre antes. He sido torturada y sobreviví.
Puedo soportar la sed de sangre. No permitiré que me robe mis decisiones ni mi
personalidad. Estás a salvo conmigo, Pia.
Ella asintió. Sabía que Carling deseaba fervientemente que le creyera, y si lo
hacía, hasta cierto punto, pero las cosas podrían cambiar si entraba en labores de
parto. Dar a luz era algo… desastroso, por llamarlo de alguna forma. ¿Soportaría
Carling la sangre si eso llegara a suceder?
–Necesito mi bolso –dijo.
–Lo que necesitas es agua, pero desafortunadamente no puedo ayudarte con
eso –Carling miró la bandeja iluminada por la luz del sol. –Y tu pulso se siente
demasiado rápido y descontrolado para mi gusto. Tienes que agarrar esa bandeja,
¿puedes hacerlo?
Ella negó con la cabeza. –En un minuto.
Carling se sentó a su lado, manteniendo un huesudo dedo apoyado contra su
muñeca. Pia se lo permitió. Una sensación de indiferencia empezaba a apoderarse de
ella.
Se animó lo suficiente para decir. –De seguro están destrozando Las Vegas para
encontrarnos.
–Lo sé. Desafortunadamente no estamos en Las Vegas –la Vampyre golpeó
rítmicamente la muñeca de Pia con el dedo. –Caerlovena. Conozco ese nombre.
–Sus secuaces –dijo Pia, con voz pastosa. Tenía la lengua hinchada y le
cosquilleaba.
El rostro esquelético de Carling frunció el ceño. –¿Qué con sus secuaces?
–Tenían logos en sus uniformes. Seguridad Puerta del Diablo.
Carling chasqueó sus dedos huesudos. –Allí es donde estamos. Puerta del Diablo.
Dunca y Seremela vinieron una vez a rescatar a la sobrina de Seremela, cuando el
Djinn Malphas estaba aún con vida. Dijeron que había un montón de caudillos
peligrosos aquí en ese entonces, y Caerlovena era una de ellos. Debe haberse
deshecho de los demás de alguna manera. ¿Viste lo retorcida que está la vegetación
al borde del claro? Creo que trata de crear un bosque élfico en medio del desierto.
He escuchado que no hay mejor sistema de vigilancia que un bosque élfico que esté
despierto, consciente y en onda contigo, pero este no es el clima adecuado para ese
tipo de magia. Debe estar forzando el terreno a kilómetros a la redonda.
–Eso no me importa –dijo Pia, simplemente. Dejando caer la cabeza hacia atrás,
cerró los ojos. –¿Sabes que me importa? Que Dragos y yo hemos estado peleando las
últimas dos semanas, y esas puede que sean las últimas palabras que hayamos
intercambiado.
Esperó a que la Vampyre la consolara, que le dijera que no se preocupara, que
todo saldría bien, pero no lo hizo.
En lugar de ello, luego de un minuto, Carling preguntó. –¿Por qué han estado
peleando?
–Hace dos semanas nos informaron que Apestosín; es el mote del bebé, ya era
viable. Nos pusimos tan contentos que tuvimos incluso una pequeña celebración.
Pero ahora Dragos quiere inducir el parto, y yo le dije que no. Puede que el bebé sea
viable, pero eso no quiere decir que esté listo para nacer. Si estuviera listo, nos lo
haría saber; ya estaría aquí. Voy a aferrarme a él todo lo que pueda, para asegurarme
de que esté todo lo sano, fuerte y a salvo que sea posible.
–Este embarazo ha sido duro para ti –dijo Carling.
–No tienes ni idea –hizo una mueca. –Me ha jodido por completo. Y Dragos
detesta eso. Puedo sentir como me mira. Sé lo que hace y sé cómo piensa. Compara
estadísticas. Si el bebé es viable, entonces inducir el parto significa menos riesgo e
incomodidad para mí y entonces todos ganamos. Pero yo no lo veo igual –una
lágrima se le escapó del rabillo del ojo. –La cosa es que ninguno de los dos está
necesariamente equivocado… excepto que yo tengo la razón. Solo necesitamos dejar
de pelear por ello.
–No es bueno lidiando con oposición –dijo Carling, secamente. –No soy ninguna
adivina, pero imagino que esta no será la última vez que discutan.
Un pequeño resoplido escapó los labios de Pia. –Probablemente no. Yo soy
mucho más relajada que él, por lo que normalmente resolvemos las cosas sin tanto
alboroto. Creo que lo que más le sorprende es lo mucho que he insistido en esto.
–Bueno, anímate –le dijo Carling. –Una nube acaba de tapar el sol, así que voy a
buscarte esa bandeja mientras pueda, y vas a beber agua.
Pia la miró tambalearse hacia la bandeja y arrastrarla hacia ella. La velocidad
energética de Carling era cosa del pasado. Ahora se movía como una anciana
enferma y frágil.
En la bandeja había una botella plástica de agua, recalentada por el sol, una
manzana y un sándwich con alguna clase de carne. Pia se bebió la mitad de la botella.
Entonces devoró la manzana, con todo y corazón. No era suficiente comida, pero era
algo.
–Deberías comerte el sándwich también –le dijo Carling cuando terminó.
Negó con la cabeza. –No, a menos que quiera vomitar la manzana. Tiene carne.
Solamente el olor es suficiente para darme nauseas.
–¿Y si solo comes el pan?
–Jugo de carne –respondió con una mueca.
–Ok, bien. Es mejor que antes. Y otra cosa.
–¿Qué?
La Vampyre alzó la flecha. –Tenemos una herramienta que no teníamos antes,
con una fuerte punta metálica –miró las barras, entrecerrando los ojos. –El concreto
es lo suficientemente fresco. Quizás pueda rasparlo lo suficiente y soltarlas.
Pia recordó los lentos pasos de Carling. La Vampyre ni siquiera había podido
alzar la bandeja. Suspiró. –Tú también necesitas beber algo.
El rostro cadavérico y los brillantes ojos rojos voltearon a verla de golpe. –No
puedo –murmuró.
–Tienes que hacerlo. Ahora ni siquiera puedes caminar –Pia trató de sonar lo
más autoritaria posible. –Tengo bastante sangre ahora a causa del embarazo. Si
tomas solo un poco no me inducirás el parto.
No, eso sucedería por sí mismo y en cualquier momento. Sin el medicamento, el
cuerpo de Pia empezaría a rechazar al bebé.
Apresúrate, Dragos. O la mamá de tu bebé lo parirá en prisión.
–¿Segura? –preguntó Carling.
–Está bien –pudo oír la mentira en su tono, y estaba segura de que Carling
también podía. Lo último que quería era ofrecer su muñeca a la criatura de pesadilla
arrodillada junto a ella. Apretó los dientes y alzó el brazo. –De verdad. Toma.
La mirada carmesí de Carling no se apartó de sus ojos mientras tomaba su brazo.
Pia tuvo tiempo suficiente para arrepentirse de su oferta. Carling estaba sumamente
desnutrida, ¿y si no podía detenerse luego de empezar?
Entonces la Vampyre bajo la cabeza. Con un destello blanco de dientes, mordió
la carne blanda de la muñeca de Pia y bebió. Cuando terminó, lamió las heridas para
sellarlas, le dio las gracias y se apartó. No se veía mejor, había perdido demasiada
sangre como para reconstituirse por completo con lo poco que tomó de Pia, pero por
lo menos parecía moverse con más facilidad.
No había más que hacer. Pia bebió más agua, se acurrucó y trató de tomar una
siesta, pero el suelo era demasiado duro y ella estaba demasiado ansiosa para
relajarse. Cuando el sol bajó lo suficiente para no tocar ya las barras, Carling se
arrastró a la abertura. Usó la flecha para raspar el concreto fresco en la base de la
última barra. Ambas guardaron silencio.
Las contracciones de Pia empezaron poco después de ocultarse el sol.
Capítulo 6
Rodeó la mesita del patio, tomando el vaso medio lleno de whisky que él había
dejado allí y lo vació de un trago. Gracias a los dioses que las mujeres Wyr no tenían
que preocuparse por el consumo de alcohol durante el embarazo o mientras
amamantaban.
–Bien –ella dejó el vaso vacío en la mesa y se enderezó. Como parir, la única
manera de terminar con esto era llevándolo hasta el final. –Érase una vez un dragón,
que vivió lo suficiente para ver cómo el mundo a su alrededor se llenaba de
diferentes personas y criaturas, y no todas se llevaban bien. Pero el dragón era
inteligente, y bueno para adaptarse, así que creó su propio reino en este mundo
creciente, y lo gobernó bien.
Un dejo de orgullo masculino suavizó el rostro de él, quién se aproximó a la
mesa para recuperar su vaso y se dirigió a la licorera servirse más. –Lo hizo bien,
¿verdad?
–Sí, así fue. Era excelente tramando, pensando más allá de lo evidente y
venciendo a todos sus enemigos y competidores –ella le acarició la espalda. –Pero
entonces se encontró a esta criatura chiflada y, no me preguntes por qué, se casó
con ella. Entonces empezaron a tener bebés, y como otras parejas casadas, se
mudaron a los suburbios. De pronto había sillas de bebés y visitas a posibles jardines
de niños. Empezaron a hablar de la universidad. Y no era esto lo que el dragón
esperaba en su vida.
Él se echó a reír. –Puesto así, si suena estremecedor.
–Lo es –le dijo ella, con una sonrisa. –A la criatura chiflada también le dio mucho
miedo todo esto, ¿sabes? –calmándose, estudió su rostro. –Dragos, ¿cometimos un
error? Dejamos la ciudad por una buena razón, pero ¿esto es acaso demasiado
doméstico para ti? –señaló la casa y el patio. –Si es así, solo tienes que decírmelo.
Podemos cambiarlo todo, hacer lo que sea. Te seguiré a donde quieras ir.
¿Regresamos a New York? Podemos hacerlo. Nuestro penthouse sigue allí. ¿O…?
Lo siguiente. Oh, esto si sería difícil.
Tuvo que tragar saliva y esforzarse para pronunciar las palabras que tenía que
decir. –¿…si estar casado no es lo que necesita un dragón? ¿Y si necesita más libertad
para volar, y sería más feliz visitando a su pareja de vez en cuando en lugar de vivir
con ella tiempo completo? He escuchado de parejas Wyr que viven así y…
Él volteó de golpe a mirarla, los ojos ardiendo de ira, y le siseo. –¡Cierra la boca!
Jamás, en todo el tiempo que tenían juntos, ni siquiera en sus peores
discusiones, él le había hablado así. Quedó congelada, mirándolo con la boca abierta.
Una especie de emoción inexplicable lo tenía atrapado, y sus ojos ardían con un
fuego centelleante. Lenta, pero de una deliberada manera inexorable, la agarró por
los brazos.
–Pia –le gruñó. –Eres mía, y jamás te dejaré ir. Jamás te abandonaré. No me
importa lo que hagan otros matrimonios o como se las arreglen otras parejas Wyr.
Los labios de ella temblaron ligeramente. Había deseado su ferocidad sin
restricciones desde el principio, y eso aún se aplicaba, pero seguía siendo difícil de
enfrentar. –Solo trataba de decirte que te amo lo suficiente para hacer cualquier
cosa por ti, incluso eso.
–¡Eso no es lo que necesito! –el suelo bajo ella tembló con la fuerza de su
exclamación. Entonces él se enderezó, respirando profundo. Exhaló. Le acaricio el
cabello, apretando los labios contra su frente y luego besándola propiamente,
mientras ella le acariciaba las mejillas.
Estaba mucho más calmado cuando se volvió a enderezar. –No hay nada malo
contigo. Puedo decir, con la más absoluta certeza que tú eres lo único en mi vida que
está completamente bien. Eres el centro de mi universo, siempre.
–Lo mismo te digo –murmuró ella, cerrando los ojos.
Él volvió a respirar profundo, alzándola en brazos para sentársela en las rodillas.
Ella se acurrucó contra su pecho y él la rodeó con ambos brazos.
–Gracias por tu historia –dijo él. –Me dijo algunas cosas que necesitaba
escuchar. Ahora, deja que yo te cuente otra. Érase una vez un dragón malvado y muy
cansado, que se encontró un tesoro maravilloso. Tanto, que supo que tenía que
poseerla, para protegerla y amarla por el resto de sus días. Por este tesoro, trataría
de ser un mejor hombre. No siempre tendría éxito, pero por ella, lo intentaría.
–Y siempre sería suficientemente bueno. Siempre –murmuró ella contra su
cuello.
Él se había calmado lo suficiente como para sonreír. Pudo escucharlo en su voz.
–La cosa con este tesoro era –continuó. –Que era tan milagrosa que había parte de
ella que tenía que esconder todo el tiempo, y eso despertaba todo los instintos
protectores del dragón. Más gente empezó a enterarse de su secreto. Y eso no se
sintió bien para el dragón. Su instinto era el de acumular y esconder. Y cosas les
pasaron, cosas malas, pero así es la vida. Cosas pasan. Lo realmente importante son
los niños y la familia. Esos eran los mejores tesoros. Pero el más pequeño de esos
niños será un milagroso desastre, debo decir.
Ella estalló en risa. –Lo será, ¿verdad?
–Apestosín tiene tu forma Wyr y lo que parecer ser mi temperamento –dijo
Dragos. –Dioses, ampárennos.
–Así que, ¿qué hacemos? –preguntó ella.
–Tú me seguirías a cualquier lugar –dijo él.
Ella asintió. –Y lo dije en serio.
Él guardó silencio por largo rato. –Cuando propusiste regresar a New York, todo
en mi interior rechazó la idea –le dijo entonces. –Cuando conversé con el alcalde, la
conversación se sintió innecesaria y mal. Perder el tiempo en el proyecto del estadio
se sentía mal. Y con respecto a vivir aquí; tienes razón, tampoco se siente
completamente bien. Pero hay otra opción.
Ella se enderezó para mirarlo a los ojos. –Quieres dejar New York. Quieres
mudarte a la Otra tierra.
Él no lo negó. En lugar de ello, sonrió pícaramente. –¿Acaso sería tan malo?
–No –suspiró ella, imaginándoselo por un momento. –Sería extraño, pero no
malo –y sería mucho mejor que vivir sin él. –Sería un reto.
Él rostro de él se iluminó. –Ciertamente lo sería.
–Todo ese espacio –dijo ella, contemplándolo con cuidado. –Los cielos
despejados, sin aviones ni control aéreo, solo con pájaros y Wyr aviares. Nada de
disputas fronterizas con otros clanes.
Él asintió al escuchar esa última. –Sin televisión ni teléfonos celulares –agregó. –
Nada de gobierno o de comunidad establecida; aún.
–Pfff –ella gesticuló desdeñosamente. –¿Cuántas personas hay allí ahora?
–Unos doscientos constructores con sus familias –dijo él, esforzándose por
recordar. –Un equipo de ingenieros civiles y algunos consultores de Adriyel.
–Dragos, doscientos constructores con sus familias son una comunidad –le dijo
ella. –Por lo menos el inicio de una. Y si nos mudamos, sabes que otros querrán
venir.
–Hay varias casas terminadas, y tú ya sabes que el prototipo de casa con el que
he estado experimentado estos últimos años es muy cómodo. También hay una
caravana que transporta provisiones cada dos semanas, y tengo peajes en cada lado
de los corredores para monitorearlo todo –él sonrió. –Nadie entra en nuestra tierra
sin mi permiso. Y el lago junto a donde construimos la ciudad principal es más grande
que el Lago Superior.
Ella pudo ver los engranajes moviéndose en su cerebro. Tendrían mucho trabajo
por hacer. Construir las ciudades. Construir la nación.
Y por primera vez en siglos, esa podría ser una tierra donde el domino de Dragos
serían indiscutido. No habría razón para hacer compromisos con la humanidad u
otras poblaciones, por lo menos no allí.
No solo florecería con el reto, sino también con el poder y la autonomía. Jamás
había sido bueno con los compromisos.
Ella frunció el ceño. –Pero tu partida dejaría un terrible vacío de poder en la
Tierra.
La expresión de él se tornó calculadora. –No necesariamente. No si dejo a
alguien que gobierne el clan Wyr en mi ausencia.
Ella ahogó un suspiro. –¿Liam?
–Vamos a no apresurarnos –él le dio un rápido beso. –No podemos hablar con
Liam mientras está en la escuela, en Glenhaven. Tendremos que ver lo que piensa
durante las vacaciones. No está listo para gobernar un clan, Pia; al igual que no está
listo para ser un centinela, sin importar lo mucho que crezca física y mágicamente
durante su año fuera. Mira la edad y la experiencia de todos los demás centinelas.
Liam no es capaz de obtener lo mismo en solamente un año.
–Pero le hiciste una promesa –le recordó ella, preocupada.
Él apretó los labios. –Le di una meta y un propósito a un chiquillo entristecido y
de luto. Eso no lo lamento. Pero jamás debí haberle hecho una promesa así, y he
estado esperando a que regrese para decírselo.
El recordar la promesa hecha la hizo sentir ansiosa. Se mesó el cabello. –No sé
qué decir. Tendrán que arreglarlo ustedes dos.
–Exacto –dijo él. –Es entre él y yo. Yo me encargaré. Tú y yo solo tenemos que
preocuparnos en decidir qué haremos.
–Quieres irte, ¿verdad? –dijo ella, mirándolo.
–Sí, quiero –respondió él. –No sería perfecto, porque nada lo es. Pero sería
mucho más seguro que incluso este complejo. Sería un buen lugar para protegerte y
criar al bebé, especialmente si tu secreto se cuela al público. Y tendríamos mucha
más libertad. Pero, a pesar de tu generosa oferta, esta decisión no es solo mía. Tú
también tienes que opinar.
–Bueno, siempre y cuando las caravanas traigan suficientes libros.
Dragos hizo una mueca. –Tendremos bibliotecas, teatros y todos los tipos de
música que puedas imaginarte.
–Bueno, creo que suena divertido –le dijo ella. –Y podremos conservar esta casa
y el penthouse si queremos venir de visita.
Ruidos extraños del monitor de bebé interrumpió lo que Dragos estaba a punto
de decir.
Muy extraños…
Tucutún, tucutún, ¡BAM!
–¿Qué diablos es eso? –Dragos puso a Pia en el suelo y se levantó.
Ella agarró el monitor. El bebé ya no estaba en el moisés.
El bebé ya no estaba en el moisés.
Ella y Dragos intercambiaron una mirada sombría. –Toma las escaleras –dijo él.
Ella asintió. Mientras ella corría a las escaleras, él saltó hacia el balcón. No había
nada ni nadie en las escaleras. Para cuando abrió de golpe la puerta de la habitación,
el corazón le latía desbocado de terror.
Lo que vio la hizo detenerse de inmediato.
Dragos estaba de pie, las puertas del balcón abiertas de par en par. Se había
tapado la boca con la mano mientras miraba a la criaturita correteando por el amplio
dormitorio.
La criatura broncínea era más o menos del tamaño de un perro pequeño, con
cabeza equina y patas que parecían demasiado largas para su cuerpecito. Era
exquisitamente hermoso, desde sus grandes y brillantes ojos dorados y delicadas
patitas hasta el delgado y grácil cuerno en medio de su ancha frente.
Cuando Pia entró de golpe a la habitación, se volvió a enfrentarla, con las patas
separadas y la cabeza agachada en un gesto amenazante. Oh, Dioses, quería tanto
echarse a reír que le dolían las costillas.
En lugar de eso, le dijo con mucha seriedad. –¡No me apuntes con ese cuerno,
jovencito!
Apenas habló, la actitud de la criaturita cambió por completo. Galopó hacia ella,
haciendo cabriolas de contento. Cuando pasó de la alfombra al suelo de madera, ella
pudo reconocer uno de los ruidos en el monitor.
Cayó de rodillas, abriendo los brazos. –Eres precioso.
Su hijo corrió alegremente a sus brazos. Ella lo cargó, apretándolo contra sí y él
se lo permitió por un rato, pero pronto empezó a retorcerse para que lo bajara.
Apenas lo soltó, galopó a su alrededor antes de enfrentar la esquina de la enorme
cama de Dragos y Pia.
Se abalanzó contra la misma, chocando su cuerno contra una tabla que ella pudo
ver, ya tenía marcas de ataques anteriores.
Tucutún, tucutún, ¡BAM!
Pia miró a Dragos con los ojos inundados. Ambos se echaron a reír al tiempo.
Agitando la cabeza alegremente, el potrillo galopó alrededor de la habitación
nuevamente. Tucutún, tucutún, ¡BAM!
¿Cómo lo había llamado Dragos? Un desastroso milagro.
–Eso lo decide –dijo ella apenas pudo hablar. –Tenemos que mudarnos.
Tenemos una responsabilidad moral de proteger a la Tierra de lo que sea que venga
luego.
***
Luego de consultar la idea con la almohada, volvieron a discutirla la mañana
siguiente, y la decisión de marcharse se solidificó.
–No hagamos demasiado alboroto –dijo Pia, encogiéndose de hombros. –Solo
hagámoslo. Si no nos gusta, siempre podemos regresar y hacer otra cosa.
–Estoy de acuerdo –Dragos sonrió. –Hagámoslo.
–Tendremos que ponerle nombre al lugar –comentó ella, tamborileando los
dedos contra su barbilla.
–Me gusta Rhyacia –le dijo Dragos. Al parecer no se cansaba nunca de su hijo, y
tenía a Apestosín acurrucado bajo el mentón mientras tomaba café. Luego de
cansarse correteando la noche anterior, el bebé había regresado a su forma humana
sin mucho problema. –Viene del período rhyaciano, que es una era geológica. La raíz
griega de la palabra significa lava.
–Huh –Pia no quería que él se enterara de que a veces dejaba de escucharlo
cuando se ponía científico. Se conformaba con mirarlo y disfrutar del gesto de interés
y concentración de su rostro.
Oh, esa sensualidad a fuego lento. Cielos, se hacía más caliente cada vez. Se
retorció incómoda en su silla, y pudo notar que él se daba cuenta. Sus hermosos
labios se curvaron en una sonrisa.
Pero no hizo nada. En lugar de eso se quedó acunando a su bebé, relajado en su
silla y mirándola. Cuando sus largas pierdas enfundadas en jeans rozaron la suya, fue
casi insoportable.
No hay prisa, decía su lenguaje corporal. Tenemos todo el tiempo del mundo.
Su propia respiración se sentía tensa, y cuando tomó su propia taza de café, sus
dedos la apretaron con más fuerza de la habitual. Esa actitud relajada de tenemos
todo el tiempo del mundo se había sentido bien cuando todavía no estaba preparada.
Ahora empezaba a molestarla.
Y un sutil estremecimiento en su rostro le dejó claro que él sentía lo mismo.
–Así que vamos a hacerlo –dijo él.
Mmm, hacerlo… Ella se dejó llevar por sensuales recuerdos.
–Pia –dijo Dragos en voz baja.
–¿Hm? –murmuró ella, frotándose el labio con el dedo índice mientras
recordaba la sensación de su musculoso cuerpo deslizándose sobre ella, dentro de
ella, y el ronco susurro de su voz en su oído.
La sonrisa de él se amplió. –¿Nos mudamos a Rhyacia?
Oh. Ella tosió, disimulando. –Si, si lo haremos.
–Perfecto. Avisaré a los centinelas.
Cuando él se levantó para pasarle al bebé, ella lo tomó de la mano. –Solo faltan
unas semanas para que Liam regrese. Asegúrate de decirles a todos que sean
discretos alrededor de él hasta que tengamos la oportunidad de decirle nosotros
mismos.
Sus cálidos dedos se cerraron sobre su mano gentilmente. –Lo haré.
Entonces se dirigió a su oficina. Pia lo miró marcharse. Todos podrían pensar lo
que sea de Dragos, pero tenía un trasero maravilloso.
–Mamá necesita que duermas muy profundamente esta noche, calabacita,
¿entendido? –le murmuró al bebé.
Pasar una tranquila noche juntos mientras la pasión hervía a fuego lento entre
ellos… Se dejó llevar por una feliz anticipación.
Pero entonces, dos horas después, llamaron a la puerta. Cuando Pia abrió, se
encontró a todos los centinelas, excepto uno. Siempre tenía que haber un centinela
de guardia en la ciudad, y Alexander de seguro se había ofrecido a quedarse.
Sintió sus fantasías de tiempo a solas con Dragos desvanecerse como una
humareda al verlos. Estaban todos: Aryal con su pareja, Quentin, Bayne, Graydon y
Grym. Graydon incluso había traído a su pareja, Beluviel.
Con un discreto suspiro, Pia abrió la puerta para dejarlos pasar. –Entren,
muchachos.
Quentin, Beluviel y Graydon la saludaron con un abrazo y un beso. Una furiosa
Aryal se le plantó delante. –¿De verdad, Pia?
Ella abrió los ojos, sorprendida. –¿De verdad qué?
–No estuvo bien avisarnos por mensaje de texto que tú y Dragos se mudan a
Rhy… a como mierdas sea que lo bautizó Dragos.
Ay, Dios. Pia suspiró. –No me dijo que haría eso.
–¿Dónde está? –exclamó la arpía.
Ella señaló inmediatamente la oficina y todos desfilaron delante de ella, excepto
Bel, quién la miró con una compungida sonrisa. –No sabías que veníamos, ¿verdad?
–Está bien –le dijo Pia. –Son grandes noticias, y Aryal tiene razón. No debió
decírselas por mensaje de texto.
–Bueno, yo estoy muy emocionada por ustedes –la elfa esbozó una sonrisa
brillante como la mañana.
–Gracias, igual yo –Pia le devolvió la sonrisa. Fuertes voces emergieron de la
oficina de Dragos hasta que alguien cerró la puerta con firmeza. –Me alegra no tener
que ser parte de esa conversación.
Bel se echó a reír. –A mí también.
–Hablemos de bebés –dijo Pia.
La felicidad en el rostro de Bel era contagiosa. –Eso me encantaría.
Capítulo 11
Eran casi las cuatro de la mañana cuando Dragos pudo por fin irse a la cama.
Luego de una ducha rápida y de cepillarse los dientes, se deslizó silenciosamente a la
habitación en sombras. Pia había acostado al bebé en su moisés.
Trató de acostarse sin molestarla, pero apenas y se apoyó en la cama, ella se
volteó, quejándose adormilada. –Casi amanece. Me despedí de Bel hace horas.
Ustedes hablan demasiado.
Él resopló. –Lo sé.
Ella estaba usando su camisón rojo favorito. El encaje se veía bellísimo contra su
piel cremosa. Había extrañado desearla así.
Apretó los labios contra la curvatura de sus senos antes de murmurar. –De haber
sabido que usarías esto, habría tratado de zafarme antes.
Ella se rió, rodeando su cuello con los brazos antes de enderezarse de golpe. –
¡Ah! Estaba soñando, y el bebé me dijo por fin su nombre. Es Niall.
–Niall Cuelebre –a Dragos le gustó. Sonrió hacia el moisés en sombras. –Buen
chico.
–A mí me encanta.
Él le rodeó la cintura con un brazo, haciéndola recostarse junto a él. Ella se
acurrucó inmediatamente, en una de sus posiciones favoritas: con una de sus largas
piernas alrededor de su cintura.
La sensación de sus curvas contra él, el aroma de su cabello, no había nada
mejor ni más completo que momentos así.
Se endureció por completo, su erección hinchada apretándose contra su muslo,
pero él ya había pasado dos semanas deseándola sin poder hacer nada al respecto,
así que se preparó a ser paciente, incluso mientras ella le acariciaba el pecho con la
yema de los dedos.
–¿Cómo estuvo la conversación? –preguntó ella. –¿O debería llamarlo pelea?
Él se rio. –Es algo complicado, pero resumiendo, creo que Graydon y Beluviel
están dispuestos a venir con nosotros. Él sabe que ella solo tolera la ciudad para
estar a su lado.
–Wow –murmuró ella. –Eso sería genial, pero dejaría solo cinco centinelas en
New York, sin líder.
–Lo sé –él vaciló. –Contactaré a Rune y a Carling a ver si aceptarían venir a New
York, por lo menos mientras Liam decide que hacer. Rune sería un buen líder
interino; incluso permanente, si Liam decide marcharse con nosotros. Si Liam decide
quedarse en New York, Rune y los demás tendrían la experiencia necesaria para
ayudarlo a tomar las riendas. Aún les faltaría personal, pero podrían defenderse bien.
–Creo que es una excelente idea –dijo ella.
–Hablaré con Rune en la mañana. Liam llegará en un par de semanas –él asintió,
complacido. –Es posible mudarnos el mes que viene; no es obligatorio, solo una
posibilidad.
Ella apretó los labios contra su hombro. –Maravilloso.
Sus labios cálidos contra su piel, el sensual camisón rojo. La paciencia era una
virtud, pero la suya estaba llegando a su límite.
–Suficiente sobre ellos –susurró él en voz baja, empujándola contra la cama y
cubriéndola con su cuerpo. El cansancio había desaparecido finalmente de su rostro.
Se veía sana y vibrante. Le acarició el cuello hasta llegar al borde del camisón y miró
profundamente en sus ojos iluminados por la luna. –Esperaré todo el tiempo que
necesites, pero me gustaría que me dijeras hasta donde podemos llegar ahora.
¿Besos, abrazos y a dormir, o estás lista para más?
–Me puse tu camisón favorito –le sonrió sensualmente mientras acariciaba su
erección. –Estoy lista para mucho más. No tienes idea de lo frustrada que me sentí
cuando abrí la puerta y me encontré con todos tus centinelas esperando con cara de
pocos amigos.
–De haberlo sabido, me habría deshecho de ellos antes –él movió las caderas
contra sus dedos, disfrutando su atención. –Dioses, Pia, te amo.
Ella vaciló un momento antes de desgranarse en una placentera relajación, y él
volvió a recordarse que tenía que decirle más seguido lo mucho que ella significaba
para él. No era bueno expresando sus emociones con palabras, y se contaba entre las
criaturas más afortunadas ya que ella lo sabía y lo amaba de todas maneras.
Besó las apetitosas líneas de su cuello, chupando y mordisqueando las partes
más sensibles mientras amasaba gentilmente sus pechos. El apareamiento y el
matrimonio eran como una sinfonía que se hinchaba y bajaba. Mientras más vivía
con Pia, más llegaba a apreciarlo.
Había momentos para sexo salvaje y posesivo, para dejarse embargar por el
hambre apasionada, y había momentos para ser delicado e ir despacio.
Esta vez había que ir despacio. El cuerpo de Pia acababa de superar las últimas
secuelas del parto, y sus pechos estaban henchidos de leche. Él sabía, de su primer
embarazo, que eso significaría que estarían dolorosamente sensibles.
Así que la masajeó con delicadeza, besando la piel alrededor mientras ella
masajeaba su miembro. Él volvió a explorar los recovecos de su cuerpo, revisitando
esos lugares que él sabía que le traían placer, besando, lamiendo, mordisqueando y
besándola, penetrando su boca con la lengua, en una imitación erótica del acto más
íntimo.
El cuerpo de ella unduló bajo sus lánguidas atenciones. A él le encantaba como
ella se abría poco a poco a él. Ella jamás se había tornado en una voluptuosa
experimentaba que dejaba de observar las pausas necesarias, como una atleta
profesional que sabía correr una maratón.
Le asombraba como cada experiencia con ella resultaba a la vez nueva y familiar,
y completamente autentica.
Podría ser la mejor mentirosa honesta que conocía, pero él había llegado a
conocerla por dentro y por fuera.
Ese suspiro, la manera en la que se arqueaba bajo las gentiles y sabias caricias de
sus fuertes dedos, el gesto en su rostro, todo revelaba sus verdades más recónditas.
El hundirse en sus emociones era el tesoro más preciado en la horda del dragón.
Trazando un caminito de besos, él separó sus fabulosas piernas. Ambos lo había
hecho muchas veces antes, y ella sabía lo que venía. La anticipación ya la tenía
mojada.
Lenta y cuidadosamente, él la lamió, acariciando los pétalos de su intimidad. Un
gemido roto escapó de sus labios. Con un vistazo alarmado al moisés, ella agarró una
almohada y se la puso sobre la cara.
Él escondió el rostro contra su muslo para acallar su risa, y eso también fue un
tesoro milagroso. Adoraba como la risa se había abierto paso a su vida amorosa.
–¿Todo bien, amor?–le preguntó telepáticamente.
–No te preocupes por mí –respondió ella con un quejido. –Continua.
Así que lo hizo. La besó y lamió, perdiéndose en el exótico perfume de su
cuerpo, deleitándose delicadamente mientras la mantenía apretada contra la cama
con una mano. Ella se retorció bajo sus atenciones, una delgada capa de sudor
cubriendo su piel mientras él jugaba con la sensible perla del centro de su placer.
Introdujo uno de sus dedos, solo un par de centímetros, explorando. –¿Está bien
si llego al fondo?
–¡Dios, si! –ella ahogó un gruñido en la almohada.
Con una risita acallada, él introdujo su dedo hasta el fondo. Aunque ella había
dado a luz apenas unas semanas atrás, había sanado por completo, estaba tan
apretada, tan húmeda, tan completamente deliciosa. Él consiguió un ritmo
satisfactorio, hasta que pronto ella estuvo retorciéndose y arqueándose. Sus
músculos internos aferraron el dígito que la penetraba, y cuando él creyó que estaba
lista, agregó un segundo.
Eso la hizo llegar al clímax. Con un rápido suspiro, ella apretó con más fuerza la
almohada contra su rostro para ahogar el gruñido tembloroso que se le escapó
mientras era sacudida con la fuerza de su orgasmo, y fue hermoso, hermoso. Sin
poder controlar sus emociones primitivas, él mordió la piel blanca de su muslo.
–Mía –susurró, repleto de la noción de que era cierto. –Mia.
Eso fue suficiente para causar un segundo clímax. Temblorosa, le agarró la mano
para detenerlo. –Demasiado –masculló en voz baja.
–Está bien –él besó sus dedos. –Tenemos todo el tiempo del mundo para mí,
cuando estemos listos.
Todo el tiempo del mundo. Casi se les había acabado.
El salvajismo de su miedo había sido terrible. Recordándolo, la cubrió con su
cuerpo, apartando la almohada de un tirón para poderla besar con todo el
remanente de su ira y su terror. Captando rápidamente el cambio de gentileza a una
urgente oscuridad, ella lo rodeó con brazos y piernas y se aferró a él.
–Necesito penetrarte ahora –murmuró él contra sus labios.
Ansiosa, ella lo guió. Él retuvo el control suficiente para recordar que su pene era
mucho más grande que sus dedos y empujó con gentileza, penetrándola un poquito
más con cada movimiento mientras ella le mesaba el cabello con dedos tembloroso.
Finalmente estuvo enterrado en ella hasta el fondo, finos temblores
estremeciendo su tenso cuerpo. Murmuró en su oído. –Si ese bebé despierta ahora,
voy a tener que salir a romper muchas cosas.
–¡Shh! –lo regañó ella.
Él dejó escapar una suerte de risilla, acompañada de una tos. Pero no era una
risa. Los ojos se le aguaron. –Maldición, Pia. Maldición.
–Te amo tanto que me vuelves loca –dijo ella. –Todavía. Siempre.
–¿Qué tanto cuidado necesitas que tenga? –masculló él, sensaciones conflictivas
recorriendo su cuerpo.
Ella negó con la cabeza. –Nada. Nada. El que seas tan cuidadoso me está
volviendo loca.
Era todo lo que él necesitaba saber. Con un suave gruñido, él la aferró por la
cadera y empujó hacia adelante con fuerza. La fricción resultante casi lo hace
estallar. Y lo repitió una, y otra, y otra vez.
Pronto estuvo corcoveando con abandono, mientras que ella se alzaba con cada
movimiento y hundía los dientes en su bíceps.
Cuando tensó sus húmedos músculos internos, él llegó a un clímax poco
elegante. Le subió de golpe por la espalda, haciéndolo arquearse. Con un pesado
suspiro, él se abandonó a la sensación, mientras ella lo acunaba con su cuerpo.
–Eso terminó demasiado rápido, maldita sea –suspiró él mientras regresaba a la
normalidad.
Ella le sonrió pícaramente. –Qué bueno que lo podremos volver a hacer pronto,
ya que somos adultos y viviremos para siempre. Eso quiere decir que podemos hacer
el amor cuantas veces nos venga en gana.
Esa fue, de hecho, la única razón que lo hizo relajarse en sus brazos nuevamente.
–Santos Dioses, mujer –le susurró al oído. –Eres mi todo.
Todavía. Siempre.
***
No hagamos demasiado escándalo, había dicho Pia, encogiéndose de hombros.
Dragos estaba contento de que hubieran decidido no perder energías haciendo
escandalo al respecto de su inevitable mudanza, porque los centinelas estaban
haciendo suficiente ruido por todos. Apenas escucharon las noticias, habían
comenzado a hablar y discutir sobre los cambios que necesitaban implementar en el
clan de New York y como lograrlos.
Graydon y Bel decidieron mudarse con ellos, lo cual no sorprendió a nadie
realmente. A Pia le emocionó mucho la noticia, y Dragos se sintió safisfecho.
Apenas y todos estuvieron lo suficientemente recuperados como para que
Dragos se sintiera cómodo dejando a Pia y al bebé solos por un rato, él viajó a Florida
para reunirse con Rune. Luego de pasear por la playa un rato y conversar, Dragos
informó a Rune de su decisión de mudarse a la Otra tierra.
Rune lo escuchó atentamente, con el rostro fruncido en concentración.
–Es un gran cambio –dijo el grifo. –Pero creo que te queda bien.
–Lo mismo creo –Dragos miró el brillante mar con los ojos entrecerrados. –Este
mundo necesita cada vez más paciencia y diplomacia de la que soy capaz. Y me
agrada la idea de enfrentarme a los retos en Rhyacia –Se detuvo, volteándose a ver
al otro hombre. –Regresa a New York. Manda en mi lugar hasta que Liam esté
preparado, o… solo quédate mandando.
El otro hombre se quedó pensativo. –Nos gusta lo que hemos construido aquí.
Tenemos libertad, y con nuestra agencia podemos tener todas las aventuras que
escojamos tener.
–Puedo entender por qué te agradaría esto, pero no es lo mismo –dijo Dragos, y
pudo ver que Rune lo estaba considerando realmente.
Finalmente dijo: –Lo hablaré con Carling a ver qué opina.
–Es todo lo que pido –le dijo Dragos. –Solo avísame pronto. Liam viene a casa
por vacaciones y quiero ofrecerle sus opciones claramente.
–Seremos decisivos –dijo Rune.
Y cumplió su palabra. Para cuando Dragos estuvo de vuelta en casa y encendió
su celular, le esperaba un mensaje de voz de Rune. Al presionar “play”, la voz de
Rune le llenó los oídos. –Lo haremos, por lo menos hasta que Liam decida lo que
quiere. Entonces decidiremos que hacer a largo plazo.
La tensión se levantó de los hombros de Dragos. Su muchacho estaría bien
cuidado si decidía quedarse en New York.
Luego de que Eva accediera a ir con ellos, Pia se desconectó completamente de
todo el asunto. –No empacaré nada –le dijo a Dragos. –Queremos dejar esta casa
completamente equipada, además, podemos contratar gente para que compre y
transporte lo que necesitemos. Ya hice todo el trabajo duro que me tocaba de
momento. Jamás tendremos otro hijo, así que en este momento el bebé es mi
prioridad.
Dragos sonrió. –Y así es como debería ser.
Los días se sentían demasiado largos, pero al mismo tiempo volaron. Había que
tomar miles de decisiones, pero él tampoco deseaba verse avasallado por ellas.
También necesitaba pasar tiempo con su bebé. Pero parte de él esperaba ansioso y
en silencio. Su dragón estaba listo para partir.
Entonces llegó el día en que Liam regresaría a casa. Pia se pasó la mañana en la
cocina preparando sus platillos favoritos. El dragón blanco llegó volando temprano
en la tarde. Dragos estaba sobre aviso, así que salió a ver como Liam descendía en la
campiña aledaña, el sol brillando en sus enormes alas extendidas.
El dragón blanco cambió de forma, revelando a un joven alto, de cabello rubio
oscuro, hombros anchos y la musculatura de un delantero de futbol americano.
Cuando vio a Dragos, su rostro se iluminó con una sonrisa.
Dragos se le acercó, contemplando a su hijo acercarse. Liam se movía con la
fluida confianza de un predador, y había diferencias marcadas en su postura actual,
comparándolo con la última vez que lo vio. Había cierta confianza en su haber. Había
crecido por completo.
Se abrazaron con fuerza. Pia dio un grito y Dragos y Liam voltearon a tiempo
para verla correr hacia ellos. Se lanzó sobre Liam, y soltó una carcajada cuando él la
atrapó en el aire y la hizo girar.
–¿Dónde está tu perro? –preguntó ella. –¿Y Hugh?
–Hugh está cuidando de Rika para que yo pueda concentrarme en mi hermanito
–Liam sonrió complacido. –¿Dónde está?
–Está tomando una siesta; debería despertar pronto –Pia le dirigió una sonrisa
brillante. –¿Tienes hambre? ¿Quieres algo de comer?
Liam se echó a reír. –Siempre tengo hambre.
–Pues vamos, preparé suficiente comida para un ejército.
Entraron. Apenas Liam puso los ojos en Niall, el rostro se le suavizó. –Yo jamás
fui así de pequeño, ¿verdad?
–Si lo fuiste –le dijo Dragos, mirando al bebé. –Más o menos. Eras un par de kilos
más gordo.
Pia le enseñó a Liam como cargar a un bebé, y fueron inseparables por el resto
del día. El único momento que Liam aceptó entregar Niall fue a la hora de comer. Y lo
pidió de vuelta justo cuando Pia terminó de alimentarlo.
Era un día maravilloso, perfecto. Dragos contempló a su familia y disfrutó del
bienestar. Liam les contó todo sobre su año en Glenhaven; las cafeterías en todo el
campus, la mezcolanza de diferentes Razas Antiguas con humanos mágicos, la
comunidad de gárgolas que comandaba el pueblo.
Pia lo escuchó con toda su atención. Durante una pausa, preguntó: –¿Y ya has
salido con alguien?
Una pequeña sonrisa curvó los labios de Liam, toda llena de orgullo masculino. –
Un par de personas. Nada serio –admitió.
Y así era como debía ser. La escuela era para experimentar y aprender. Nadie
debería enseriarse demasiado en la universidad. Dragos puede que no fuese muy
bueno en relaciones interpersonales, pero incluso él lo pensaba.
Finalmente, cuando el sol comenzó a ocultarse, intercambió una mirada con Pia
antes de levantarse. –Vamos a caminar –le dijo a Liam.
La expresión del muchacho se tornó algo reservada y nerviosa, pero se levantó y
siguió a su padre sin protestar. Juntos caminaron en silencio hacia el lago.
–¿Recuerdas las conversaciones que teníamos aquí? –preguntó Dragos.
–Claro. Nunca las olvidaré –Liam sonrió, mirando el paisaje. –¿Qué sucede,
papá?
Siempre había sido un muchacho muy brillante.
–He bautizado a la Otra tierra como Rhyacia –dijo Dragos, mirándolo
cuidadosamente. –Tu madre y yo hemos decidido mudarnos allá –al ver la expresión
de Liam cambiar de reservada a sorprendida, agregó: –Queremos que vengas con
nosotros. Puedes volar todo lo que quieras sin tener que esconderte. Todo necesita
ser construido allá, Liam; nuevas leyes, y una nueva comunidad. Hay más que
suficiente espacio para hacerte tu propio nicho.
–Mierda –murmuró Liam. –¿De veras te marcharás del clan Wyr de New York así
como así?
–No completamente –respondió Dragos. –Graydon y Beluviel vendrán con
nosotros. Rune y Carling regresarán a New York. Habrá muchos cambios, ajustes y
decisiones que tomar. Y lo más importante, más espacio para crecer.
Vaciló, estudiando a su hijo. Liam parecía impresionado, lo cual no era sorpresa,
pero Dragos pudo ver como la mente del joven dragón empezaba a correr.
–¿Qué hará Rune cuando regrese? –preguntó Liam.
Dragos sonrió para sí. Liam empezaba a ver todas las implicaciones. –Eso
dependerá bastante de ti –respondió. –Voy a tener que romper la promesa que te
hice. A cambio, tendrás más posibilidades de las que imaginamos luego de la muerte
de Constantine. Puedes quedarte en New York y mandar en mi ausencia, y Rune será
tu Primer Centinela. Pero si vienes con nosotros a Rhyacia, te nombraré mi Primer.
Ahora la población es pequeña e íntima, y tendrás tiempo de aprender y crecer con
el tiempo. Aquí, si tomas la posición de Señor del clan Wyr, tendrás la experiencia, el
apoyo y el consejo de todos los centinelas que queden, incluyendo a Rune. Lo único
que no puedo hacer realmente es nombrarte centinela aquí en New York, porque
todavía creo que no puedes alistarte en solo un año. Si tomas cualquier otra decisión,
tendrás mi bendición.
–Papá, n–no sé qué decir –Liam se frotó el rostro. –Es mucho que procesar de
golpe.
–Tienes razón –dijo Dragos inmediatamente. –Y deberías tomarte tu tiempo para
pensarlo. Es una de las decisiones más importantes que tomarás en tu vida. Si
decides venir con nosotros a Rhyacia, no habrá regreso. Las estructuras de poder
aquí crecerán para llenar el vacío y el nuevo mandamás no apreciará que ninguno de
los dos regrese a tratar de tomar el control otra vez. Sé que yo no lo haría.
Liam resopló. –Creí que estaría comiendo como cerdo y durmiendo hasta tarde
durante mis vacaciones.
Dragos se echó a reír. –Puedes hacerlo. Puedes regresar a la universidad y unirte
a nosotros en Rhyacia cuando estés listo. Hay mucho tiempo para eso, pero New
York necesitará de una respuesta más rápida.
Mientras hablaba, Dragos notó a un hombre vestido de negro apoyado en un
árbol cercano. Azrael masticaba una brizna de hierba mientras miraba al lago.
–¿Qué piensa mamá? –preguntó Liam.
–¿Por qué no vas y le preguntas? –sugirió Dragos, sin apartar la vista de la
Muerte.
–Lo haré –luego de un impulsivo abrazo, Liam regresó por el camino a la casa.
Luego de que se marchara, Dragos se acercó a la Muerte. –¿Qué haces aquí?
–Solo mirando el paisaje. Siendo testigo del cambio –dijo Azrael, sus brillantes
dientes blancos sosteniendo la brizna sin despedazarla. –El chico tiene grandes
ambiciones. En Rhyacia, solo sería tu Primer para siempre. Elegirá quedarse en New
York.
–Lo sé. También lo vi –Dragos entrecerró los ojos.
Y la Muerte solo aparecía en persona para los eventos más extraordinarios.
Entonces cayó en cuenta. –Creí que estabas en Las Vegas y en la Puerta del
Diablo por Pia y Niall, pero no era así, ¿verdad? –y solo habían muerto alrededor de
mil personas en la batalla, lo cual, aunque no era precisamente poco, era mucho
menos de los que morían en otras guerras. –Estabas allí por mí.
Azrael se encogió de hombros. –Pia y Niall estaban asustados, incómodos y muy,
muy miserables, pero tú si que estuviste en peligro de morir. Una bala casi roza tu
viejo y testarudo corazón. Un milímetro más a la derecha y todo habría acabado.
Pero recuerda que no estoy aquí solo para la Muerte. También vengo a los
renacimientos, y las cosas verdes que crecen del suelo.
–No eres muy conocido por eso –repuso Dragos secamente.
–No –Azrael sonrió. –Has gobernado aquí por siglos, pero ahora el Señor de los
Wyr se marcha. Larga vida al Príncipe de los Wyr y larga vida al Señor de Rhyacia.
¿Cómo se siente?
Dragos respiró profundo, contemplando el lago. Había tanto por lo que vivir,
tanto por lo que emocionarse. Casi pudo sentir como se expandía para tomarlo.
–Se siente muy bien –admitió.
Fin.
¡Gracias!
Thea Harrison.