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& El mar en la piedra Lucfa Laragione Nacié en Buenos Aires, en 1946. Escritora y redactora publictaria, ha publicado libros de poesia y teatro para adultos. Ente sus obras para nifios podemos mencionar La bicicleta voladovo, Llorar de risa'y El pirata 1y la Luna. En Alfaguara publicé Amores ‘que matan (Serie Azul) Fl mar en ta piedra es una aventura con cesclavos y piratas. Omayra, una nifa negra de una ciudad de América, es trasladada por ‘una magica piedra verde a otros tiempos y ‘su viaje se preguntars si es sticia en el mundo. ALFAGUARA saciones: TAANDERA tsa 950.5 9 Fragsost1 1343: 1993, Leta Laxacone Deen eid “ee” 1998, Agia Ae Tas Alfagura S.A, Bearley 38601437} Buenos Aire ISON 9505113039 ech el depo qo masa ey 1.733 Impreso en Argent, Prd in Argentina mere: hl de 1998 (Guin empresn marz de 2008 José Crespo, Rot Main, ee Sane ‘Una eto del gap Sanna gute en: ‘Spa Argenina Bolin Bras» Colombia (Cova Ria» Chile» eur ol Saad EEUU. (antenals Honars» Mexico «Pun = Pangusy Pri Porgals Puerta Rio» Replies Danian. ‘Urugay = Vere Todos os deren sera, Bu pablo ro cde ser proc, en edb senate vegies nose fou sera de reupercn de noi, tings rma po ign me. en reco, Fexogumac, eect, magn, elo, por feo, oealair or sin el rman vio presenta des ur af El mar en la piedra Esta vex a Camila, mi amor aque crece al otro lado del rio. ‘Ve el humo desde lejos. Algo se esté incen- diando, Tiene un presentimiento. Corre, corre. En- tre las lamas le parece adivinar las formas conocidas. ios mio, que no sea...” Pero entonces reconoce et inconfundible amarillo de la puerta... jEs su casa! ;Y sus hermanitos estin adentro! Corte, corte, corre. Con toda la desesperacién de sus piernas tan flacas, Un aliento ardiente la golpea, la envuelve, no la deja avanzar. Las mil lenguas de fuego lo devoran todo, Ciega, se lanza hacia las llamas, Entonces la ca~ sa se derrumba, Bafiada en sudor, gritando, Omayra se despier- ta, Esté en su cama, en su casa, Muy cerca, sus her- manos duermen, serenos. Es el alba. Aspira, en una bocanada profunda, el aire fresco. Ovillada sobre sf misma, recuerda, No puede olvidar lo que sucedié. ‘Una semana atrds, como todos los dias, Piedad salié a trabajar y dejé a sus hijitos de 3 y 4 afios encerra- dos, por temor a que les pasara algo si salfan a la ca~ lle, No se sabe cémo empezs el fuego. Pero la casilla 10 de madera, con los dos nifios adentto, ardié antes de que nadie pudiera hacer nada, Sélo quedaban ceni- zas cuando regtesé Piedad. Sus gritos, su llanto, to- davia desgarran los oldos y el corazén de Omayra. De qué injusta manera estin hechas las cosas. Para dar de comet a sus hijos, Piedad cuidaba a los de otros. Cuando Omayra pregunta: gpor qué?, gpor qué?, su papé menea la cabeza y dice que la injusti- cia es vieja como el mundo. A ella no le alcanza con esa respuesta. Su apd... Hace un mes que estd sin trabajo. Sale cada mafiana’a buscar y regresa cada noche con las manos vactas. Esta mafiana ya se ha ido. Y esta mafiana también, ella empezard a ayudar- lo. Hoy, 15 de febrero de 1989, saldré a trabajar ‘Ahora mismo ira al mercado a buscar los aguacates, que venderé en la ciudad. La mitad de lo que obten- ga serd para clla, Debe sali ya i llega antes que los rtros vendedores podré elegir los mejores frutos. Sus hermanitos quedarin solos hasta la hora de i ala escuela, —jArribat ;Vamos, arriba! ‘Tengo que irme, despierta a César. El chico abre los ojos y la mira sin verla, Lu- chando por despertarse, trata de entender las reco- mendaciones de su hermana mayor. Omayra le estd diciendo que se levanten. Que tome y que le dé Ia le- che a la nifia. Que no eguen tarde a la escuela. Y que, jpor favor, por favor! no se les ocurra jugar con fsforos. Baja corriendo la cuesta del cerro, La ciudad empieza a despertar. Las callecitas curvas llevan a Omayra hacia el rfo. Bordedndolo, llega hasta el mer- cado, Las frutas amontonan sus colores, su aroma. Busca a Oscat entre los cajones desbordantes, Pero es 41 quien la descubre: una nifia negra, de rulos apreta- dos y grandes ojos que interrogan. Graciosa con st pollera roja, menuda para sus diez. aos. —jOmayral=, oye que la llaman. Se acerca al hombre que levanta en sus manos tun gran aguacate, Nunca habfa visto uno tan enorme. —{No es increible? -le pregunta Oscar. —Po- drds venderlo en dos mil pesos o mds. Y, por ser la primera vez, te quedatés con todo el dinero. Brillan los ojos de Omayra. —;Podris llevarlo? ~pregunta el hombre depo- stand con eudadoy el enorme oem bans de Ella asiente y sonrfe: el peso del aguacate no es una carga sino un. motivo de felicidad 13 —Hasta mafiana, Oscar. ¥ gracias. Hasta mafiana. ;Y suerte! Con el fruto, como un bebé entre los brazos, se encamina hacia el centro. Aunque todavia es tem- prano, el calor aprieta y las gotitas de sudor corren por su frente, Pero a ella no le molesta: tiene ese fan- tstico fruto y todos, jtodos!, querrin compraclo. Quizas hasta pueda obtener més de dos mil pesos. iQué sorpresa para su papél Un tio de vehiculos avanza por la Sexta. Los mendigos se preparan, se disputan los lugares junco a los seméforos. Cuando los autos se detengan, se la arin como moscas pegajosas, ofteciendo sus miserias. Omayra los conoce a todos: el ciego y su lazarillo ena- ro, La mujer sin piernas sobre el carrito de ruedas. Y el mds impresionante de todos: el perro. Lo llaman ast porque tiene la espalda curvada y camina “en cuatro patas”, El perro es ef que’ més dinero recibe. Quizé porque la gente no tolera su presencia y le da para que se vaya rapido. Dicen que es millonario. Que tiene in- numerables casas y departamentos. “;Serd cierto?”, se pregunta Omayra. Y el rostro crispado de Piedad vuelve a su memoria. Pero enseguida el peso del agua cate, que le acalambra los brazos, la trae ala realidad. El reloj de la torre marca las diez en punto de la ma- ‘hana. Se apura. Faltan sélo un par de cuadeas para lle- gar al'centro, Alli encontrard a sus clientes. —iNifia, qué aguacate tan fantéstico! Te doy dos mil pesos por él dice una voz de mujer. 4 —jNo, ¢5 para mil {Te pago cuatro mill se apura otra Es mio! ;Ofiezco cinco mill-, grita un cercero. —iYo lo vi primero y aqui van siete mill Llevada por la escena que imagina, la nifia no ve la céscara de banana. La pisa, resbala, ef aguacare escapa de su abrazo y, con un estruendo que denun- cia su carnosa abundancia, se estrella contra ef piso. Las lagrimas nublan los ojos de Omayra, No la dejan ver que allf, en medio de la pulpa deshecha del fruco, algo brilla, En principio, fa nha lo confunde con el brillo de sus propias Higrimas. Pero luego se da cuenta que “eso” emana una luz intensa, Se inclina entonces para recogetlo, lo limpia: es una piedra. Y dentro se mueve, se agita, un agua luminosa, verde y turbulenta. Omayra la contempla hipnotizada, Den- tro de la piedra, el agua va y viente, vay viene, va y ne, La chica empieza a sentir que se hunde, se hhunde en ese agua misteriosa que la! rodea, fa mece en su vaivén y se la lleva cdénde? :Adénde? Et hombre, alto, de fuerte contextura, el pelo rubio largo hasta los hombros, otea el horizonte: no hay batcos a la vista. Suspiraaliviado, Ya han salido de la zona més peligrosa. Los piratas no atacarin. Hoy, 15 de febrero de 1788, se cumplen quince meses de navegacién, recucrda el capitén Van Nielsen. Quince meses desde que zarpaton de la hermosa Ho- landa. Navegaron sin difcultades hasta la costa de Aftica en busca de los negros © como los llaman los traficantes, la “madera de ébano”. Los caciques con los que comerciaron lograron reunir cuatrocientos belisi- mos ejemplares. En el traslado hacia las islas espaio- las murieron mas de la mitad, infectados por la peste Sin embargo, el capitan no puede quejarse. Los sobre- vivientes fueron vendidos a muy buen precio. Y aho- ra él regresa a su tietta con el oro y con cinco negros aque ha reservado para su servicio y el de sus amigos, El mar se aquieta en un verde transhicido. Bl cielo esté plécidamente azul, Por unos segundos, Van Nielsen se abandona a la belleza de lo que ve. 16 — Barco a la vistal ~grita el vigia. Un galeéa con una bandera blanca se aproxima. No ¢s ni la bandera de los barcos piratas ni la de una nacién co- nocida. Ostenta una leyenda que el capitin Van Nielsen trata de descifrar. “Por la justicia y la libertad”, alcanza a leer des- concertado. *;Quignes eligirian un lema y una ban- dera as(?” se pregunta con cierta inquietud. Pacifica, la nave se aproxima, No se advierte en ella ningiin movimiento amenazance, Pero en segundos todo cambia. Del vientre dornrido del galeén surge una multicud rugiente que se lanza al abordaje del batco holandés. “iPiratast” comprende Van Nielsen, empalide- ciendo. Sin disparar un solo tiro de arcabuz, los hom- bres del capitin Misson han logrado su propésito Una melodia de violines irrumpe. Rodeado por un grupo de misicos, vestido de seda, un hombre de clevada estatura, nariz achatada y sonrisa franica, se dirige al holandés. —Senor, desde ahora, su barco y todo lo que hay en dl pertenece a la justa causa de los hombres li- bres-, le dice en un espafiol con marcado acento galo. —Capitén, aqui hay unos negros ~anuncia una voz —Tidiganlos ~ordena Misson. Enceguecidos por a luz que no ven desde hace meses, atrastrando los pies encadenados, fos cinco negros destinados a la esclavitud son trafdos a cu- bierta, En una encendida arenga, el capitan pirata proclama: “El negocio de la venta de nuestros semejantes es un insulto a nuestra condicién de hombres. Nin- guno tiene derecho a privar a otro de la libertad Quien vende a un hombre como si se tratase de una bestia, se transforma a su vez en una bestia.” Aplausos, disparos de arcabuces, musica de violines se entremezclan para celebrar estruendosa- ‘mente las palabras del pirata. Cuando renace el silencio, Misson continia: “Estos hombres se diferencian de nosotros en el color de la piel, en la religidn y en las costumbres. Por lo demas son hombres como nosotros.” Nuevos aplausos. Esta ver, a los que aprucban ruidosamente, se suman algunos de los tripulantes holandeses. —iQuitenles los grilletes!-, ordena Misson. Con grandes gestos, los negros agradecen su. beracién. B] pirata se apodera del barco y del oro. Dispo- ne chalupas con agua y alimentos para que los ho- landeses puedan llegar a tierra sin inconveniences. ‘Algunos de esos hombres expresan su deseo de unirse a la causa de los hombres libres. La decisién es celebrada bulliciosamente. — Adelante, Caracciolit -ordena el pirata a su 18 segundo. ~Toma el gobierno de este barco y ponga- mos proa a Libertalia. iA Libertalia!-, corean decenas de gargantas. Y desplegando sus velas,allf van las dos naves, surcando las aguas infiniras. Roza tos tobillos donde ya no estén los grille- tes pero sf las heridas uleeradas. Acudlillado en cu- biesta, respira el aire marino, Siente, después de ta ta oscuridad, la caricialurminosa del sol. Es Shako, el guerrero. Shako, el hijo del mago. Ahora, mientras la nave surca el océano, él recuerda. Vuelve a su memo- ria aquel dia aciago en que el rey los convoc6: debtan ayudar a una tribu vecina devastada por el fuego. Se necesitaban hombres jévenes y fuertes que ayudaran a la reconstruccién de la aldea, les dijo. Sin descon- fiar, él y ottos veinte se oftecicron, Caminaron du- rante horas, Al atasdecer cazaron un cervatillo que asaron en un fuego lento. Bebicron agua de los co- cos. Fue en ese agua donde el rey traidor eché los polvos. Todos se hundieron en un suefo profundo, pesado, sin imgenes. As{ fue como Shako capa de adivinar atin dormido la cercanfa silenciosa del leo- pardo y de oir, atin en suefios, cl deslizarsesilencio- so de la serpiente, no advirtié nada. Despert6 al al- ba, con las manos atadas a la espalda y los pies stije- 20 tos por grilletes. El, un guerrero, fue hecho prisione- ro sin luchar. ‘Atados unos a otros para evitar una fuga en masa, las tiras de buey retorcidas, se les hundian en el cucllo lastiméndolos. Bajo el sol ardiente, con es- casos alimentos y menos agua, fueron conducidos hacia la costa en una marcha que se transformé en calvatio. ‘Alli, en el mar, esperaba el barco negrero. Alli eran amontonados hombres y mujeres de diferentes tribus traicionados y vendidos por sus reyes a cam- bio de cuentas de vidrio para adorno, aguardiente y armas, De pronto, otra imagen ocupa el recuerdo de Shako. El bello costco de Yamin se dibuja en el ai- te. Es Yama que fe sonie. Que debe esperar su re- greso. Es Yamma a quien no volverd a ver, Siente wn, tnudo en la garganta pero se contiene, El no debe llo- rat, Es un guettero, Es Shako, el hijo del mago. An- tes de motir, su padre le enctegs la piedra, La piedra, en cuyo interior, uin agua verde, turbulenta y lumi- nosa iba y venia, iba y venia. Como ahora van y vie~ nen las okas del mat en el que Shako hunde sus ojos. sta piedta —tecuerda que le dijo st padve viene del fondo de los tiempos. Es una piedea m: 2 que mantiene vives la fuerza y el valor de nuestta raza. A través de ella, nuestros mayores nos hablan, Te Ja doy en custodia porque no es mia ni tuya. Nos pet- tenece a todos. Y mientras la tengas, nada le pasar a nuestra gente. al Pero la piedra le fue robada por el traidor que lo entregé a los blancos: la arrancé de su cuello mientras él dormla, Al recordarlo, una puntada de dolor le atraviesa el pecho. Durante la horrible travesta, los hombres blan- cos los hacfan subir al puente y, a latigazos, los obli- gaban a cantar y a bailar. Pretendfan de ese modo que ély sus compafieros olvidaran la nostalgia de su tierra y el pesar de haber perdido la libertad. En su desesperacién, algunos de los cautivos se habian sui- cidado saltando al mar. Sin embargo, la mayorla mu- ¥ié por la peste. Hacinados en la bodega donde, pa- ra poder entrar, debfan echarse de costado, con poca comida y menos agua, se habjan ido infectando los tunos a los otros. El logré sobrevivir. Y ahora, otros hombres blancos lo han liberado. ;Adénde lo conducirén? No entiende su lengua. Pero’ ellos le quitaron los tes; lo tratan como a un igual. Contempla el mar: el agua tan verde lo apacigua, calma su dolor, De pron- {0,le parece ver una cabeza asomando entre las olas.. La ve y la pierde, la ve y la pierde. Se pone de pie, se yergue en toda su estatura. El cuerpo de ébano res- plandece bajo el sol. El es Shako, el guerrero. Ommayra flota en un agua tibia que la envuel- vey la mece. Es un agua sin limites, de verde trans- parencia. El cielo es profundamente azul. El sol luna naranja. Ella no siente frfo ni miedo. Ni siquie- ra extrafieza. Es como un sueiio. Plicido, bello. ‘Ahora, sus ojos enfocan el barco. Es antiguo. Algu- nna ver vio uno como ése en las liminas de un libro. La nave se desplaza lentamente. En el méstil, ondea tuna bandera blanca con jana leyenda que no alcan- za a leer, En la cubierta, en cambio, puede distin- guir una estatua de ébano, un gigante que, de pron- to, empieza a moverse y a agitar los brazos, También observa c6mo otros hombres se acercan y se asoman por ka borda. Ahora echan un bote al mar y vienen hacia ella. Sin temor, los ve aproximarse. Un rostto cenmarcado por una gran batba pelitroja se inclina y le dice algo que no entiende, Entonces, dos brazos poderosos la toman y la izan. Ella no quisiera aban- dlonar el agua pero ya los hombres la conducen tumbo ala nave donde otros esperan. A medida.que 5 se aproximan, Omayra distingue con mayor clari- dad la figura que antes le llamé fa atencidn: la del gigante negro. Por una soga que cuelga desde la borda, los hombres del bote suben al barco. Omayra queda so- la en la pequefia embarcacién. Entonces, agilmente, cl negro va en su busca. La toma de la cintura y, sin esfuerzo, trepa con ella. Debe ser un suefio, piensa la chica. —,De qué isla vienes? oye que le preguntan en un espafiol con acento extranjero. —No vengo de ninguna isla. Vengo del valle-, dice, como si esa respuesta pronunciada aqui y aho- ra, tuviera algiin sentido. —Esto es el mar. Aqui no hay valles. De qué valle? —insiste el hombre corpulento que la mira y le sonrle con simpatfa. —Del valle de Tobasco-, precisa ella. —{Tobasco? ~repite 4, Y sie con grandes carca- jadas, —La pequetia debe estar embrujada—, murmu- ra un marinero. Cuidado, capitén! ~advierte otro. Quiads se trate de un espiritu maléfico. Los monstruos del mar suclen tomar formas engafiosas para perder a las tri- pulaciones. La sorpresa de los piratas por la extrafia apari- cién de la nifia empieza a transformarse en sospecha. Shako no entiende lo que los otros dicen pero pue- 7 26 de adivinar el temor en los cuerpos. La nifia, peque- fia, graciosa, le habla a su corazén. Aunque no la ha visto nunca antes, siente que la conoce. El no permi- tird que le hagan ningun dafo. Se tensa, como un animal alerta, —Es s6lo una nifia-, afirma el capitén Misson en un tono que no admite discusién. —El demonio, sefior, suele valerse de las apa- riencias més inocentes-, insiste uno de los mas te- —Es sélo una nifia, venga de donde venga. Y estd bajo mi proteccién- responde el capitan miran- do desafiante a sus hombres. Y luego de un silencio, concluye: —Iré con nosotros a Libertalia. Nadie se atreve ya a discutir las palabras de ‘on, Pero Omayra puede percibir la hostilidad de esos hombres “Quiero despertarme”, piensa. “Quiero volver ami casa’. La imagen de sus hermanos la toma por asalto. Qué habré pasado con ellos? :Estarin ahora en el colegio? “Tengo que despertarme, tengo que despertarmel”, se esfuerza. Pero por més que lo in- tenta, sigue alli, en ese barco que se dirige hacia. “Libertalia?” Eso cree haber entendido. *;Qué es Libertalia? Dénde queda?” Quiza podria preguntarle al capitin, Buscan- dolo, su mirada se cruza con la del hombre negro. Entonces un ritmo, lejano y familiar, golpea en su cuerpo. Ese hombre es un extrafio pero algo en dl re- sulta conocido. El, a su vez, la mira hondamente co: mo si quisiera comunicarle-algo importante, Omay- ra comprende: el gigance es su amigo. Ahora, la nifia hunde los ojos en el agua ran verde y transparente. Como un rayo, la pieda vuel- ve a su memoria, ";Dénde esté? ;Dénde quedé?” Recuerda que la tenia en sus manos y que al contem- plarla sincié que se hundia y se hundia en un agua tan verde como ésta que surca. 2Dénde la perdié? La piedta la trajo hasta aqui... Entonces, la necesita pa- ra. regresat, Con desesperacién, su mirada trata de abarcar el mar. Pero el mar parece no tener limites. Angustiada, piensa que, tal vez, nunca més, nunca mis la encuentre. Shako que la observa puede sentir en su propio cuerpo la angustia de la chica. La mis- ma angustia que lo asalté cuando se dio cuenta de que el traidor también lo habfa despojado de la pie- dea magica. Aparta los ojos de la nifia y los hunde, a su vez, en ese agua verde que fulgura y fulgura A manece, Una linea blanca se tiende sobre el horizonte, comienza a subir hacia el cielo, se tie de amarillo, vira hacia el naranja y estalla en un rojo in- candescente ‘Maravillada, Omayra asiste al especticulo de la aurora. a naturaleza nos habla de la magnificencia de Dios-, dice a su lado, una vor conocida. La chi- ca mira ahora a Misson. ‘Tiene un hermoso rostro,, noble. Sin embargo, ella experimenta, respecto del capitin, sensaciones encontradas. Siente que la pro~ tege, que puede confiar en él pero al mismo tiempo le despierta un respeto donde se mezcla cl temor. Una algarabia de voces, disparos de arcabuces y inisica de violines irraumpe desbordante. ~Libertalia, a la vista! -corean decenas de gargantas. Tluminada por un sol resplandeciente, la isla aparece ante los ojos de Omayra. Puede divisar sus altisimas palmeras, sus colinas de laderas rojas 30 En la playa se ha congregado un grupo de mu- jetes'y niios que corren y saludan con los brazos en alto. Echan los botes al agua. Algunos de los piratas saltan desde la borda y nadan hacia la orilla, Muje- tes de piel cobriza, el pelo adornado con flores, los reciben en sus brazos. Omayra llega a la costa en el mismo bote que trae a Misson y a Shako, el gigance negro. Apenas el capitin pone un pie en’ irra, una belisima nativa corte @ su encuentro, Menuda, proporcionada, la muchacha lleva los pechos desnudos, cubiertos por la seda del cabello. El pitata la estrecha amorosa- mente contra su corpachén Luego, de unos largos segundos la aparta y le dice: —Milany, ella es Omay- ra, La recogimos de las aguas y parece venir desde muy lejos. Quiero que ce encargues de ella. Vivird con nosotros, de modo que tendris que asignarle una area Al oft esas palabras, a Omayra se le estruja el corazén. No quiere quedatse a vivir aqut. Lo que de- sea es regresar a su casa con su padre y sus hermanos. Ellos la necesitan y a ella le sucede lo mismo. En ese momento, Milany la toma de la mano y le sonrie amistosamente. A la chica, los ojos se le lenan de ki- grimas. Abrazados a sus mujeres, levando a sus peque- fios hijos sobre los hombros, los piratas se encami- nan hacia Ia aldea que ellos mismos han construido. 31 ‘Misson convoca a Caraccioli, su segundo. —Luego de que todos hayamos disfrutado de los reencuentros ~le dice —haremos una asamblea. Es preciso hacer conocer a los holandeses las normas que nos rigen y asegurarnos de que van a cumplir- las.En cuanto a los africanos, habré que inciarlos ra pidamente en la navegacién, —Bien, sefior. As{ se hard. Esperaremos a que bbaje el sol para reunir a los hombres-. Y luego de un momento de indecisién, agrega: ~jAh, me olvidaba de preguntarle algo! {Qué haremos con la nifia? —Milany se ocuparé de ella-, responde con fir- meza Misson, Pero al notar la expresién de duda de Caraccioli, inquiere: —jPor qué? ¢Qué te preocupa? —Temo por ella, sefior. He ofdo habladurias, Algunos hombres creen que es un espiritu del mal, tuna bruja, Dicen que traeré una desgracia. —jTonterfas! -se encrespa Misson. —Es cierto que su origen parece misterioso. Pero es sélo una ni- fia y te aseguro que nadie le haré mal. Ella est bajo mj proteccién-, concluye en un tono que no da lu- gar a réplicas. —Lo sé, capitin, Pero conviene estar atentos. Y ahora, si me permite, me voy. La dulce Alay me es- td esperando. Con un peso en el corazén, Omayra sigue los pasos de Milany que camina como si danzara, Debe tener poco més de veinte aos, caleula la nifia. Qui- siera preguntarle sobre el capitin: saber de dénde viene, eémo llegé hasea aqui... Peso no se anima. ‘Atraviesan toda ln isla. La chica va reconocien- do los sembrados: aquello es mandioca. Alli hay co- mate. Mas alli, matz, patata dulce y tambien cultivos de atroz y frjoles.":Quiénes tabajarin la ciera?”, se pregunta en silencio, Como si le hubiera adivinado el pensamiento, Milany le dice: —Nosoteas, las muje- res, teabajamos la tierra, Mientras los hombres nave- gan, nos ocupamos de los cultivos y de los nifos, 2 cémo se reparten las areas? -quiere saber ahora Omayra —Alay, Melisa y Antana, a quienes ya conoce- vis, cuidan de los nifios mds pequeiios, Los que ya ti ren edad pata aprender a ler y escribir, van a la es- ucla del anciano Frangois, quien también los instru- ye en los trabajos manuales, Les ensefia de todo, des- 35 de coser ropas hasta fabricar utensilios. Y cuando los vatones alcanzan la edad de diez afios, se los inicia en fa navegacién. “Por qué @ las chicas no les ensefian?” piensa Omayra. A ella le encantarfa conducir un batco y es- td segura de que podria hacerlo muy bien. Mientras, tanto han llegado a una casa de troncosEntran a un ambiente amplio y fresco. Dos coloridos y vistosos papagayos saludan con chillidos el ingreso de las ‘mujeres. La mirada atenta de Omayta lo observa to- do. El piso de tierra, cubierto por estetillas. Los muebles que consisten en una mesa y algunos ban- cos. El coy que, sujeto entre dos postes, oficia de ca- ma, Sin embargo, lo que més llama su afencidn es la pincura que ocupa el centro de la pared. Es el retta~ to de un hombre, de peluca blanca, con rulos. Su mirada es aguda, como si pudiera penetrarlo todo y la nati, prominente. Los labios, finos, dibujan una semisontisa. Viste una camisa de cuello alto, con puntllas y una chaqueta que parece de terciopelo. — Es el padre del capién?-, pregunta, por fin, con curiosidad. —No-, responde Milany. Es un hombre sabio, del otro lado del mar grande, de la tierra del capitin. Se llama Rousseau! Tiene ideas muy buenas. T. Rousseau, Jean Jacques (1712-1778); fisofo y escrito faneés «que reviled el valor éico de las culturas no eucopeasy iid ls perversiones de la vida urbana de ls sociedades de su tiempo. 36 —,Cusles? ~quiere saber Omayra, este hombre sabio que la tierra no per- tenece a nadie pero que sus frutos, en cambio, son de todos. Cuando los hombres se apropian de la tierra -e~ nacen los pobres y los ricos, nace la injusticia. Por eso, aqui, en Libertalia, la tierra es de todos. WY el oro? -pregunta la chica pensando en el que Misson le artebaté a los holandeses. —Tambign el oro es de todos-, responde Jany-. Para las necesidades de todos. “No hay ticos ni pobres” repite Omayra para si. “La tierra y el oro son de todos...” {Cémo le gus- tarfa que su padre, sus hermanitos, Piedad, estuvie- ran aqui con ella! —;Tienes hambre? la pregunta de Milany la saca de sus pensamientos y le recuerda que hace va- rias horas que no prueba bocado. —2Cémo dijiste que se llamaba el hombre sa- bio? —Se llama Rousseau. “Rosseau, Rousseau, repite una y otra vez para {. jNo debe olvidarlo! ‘Tien que hablarle de él 2 su papa! Mientras se esfuerza por grabar el nombre en su memoria, se siente tan feliz que, por unos instantes, la piedra extraviada deja de pesar en su corazén, | Avrora estén los tres en a cabatta: Misson, Mi- lany y Omayra, El capitan ha venido a descansar an- tcs de la asamblea. Su mujer le sitve un plato de fru- tas cacnosas y le oftece, para beber, la frescura del agua de coco. La chica acaba de relatar su histor blado del aguacate y de la misteriosa piedta verde que la erasladé en el tiempo y en el espacio Observa a sus inerlocucotes y se da cuenta de que no le creen. Milany y el capitan fingen hacerlo pero, seguramente, piensan que algo la crastornd y por eso inventa historias fantasiosas. Y la verdad, tambien a ella le cuesta creer que esté aqul: en un tiempo pasado, en esta isla desconocida. —Ahora quieres ofr mi historia? —Ia pregunta inesperada de Misson la saca de sus pensamientos {Sil Claro que quiere oftla! Se moria de ganas de saber pero jamés se habria atrevido a preguntar. Con voz grave, el pirata inicia su relato: —Mi abuelo dice fre uno de los gloriosos sles ha ha- 38 generales del Rey Sol. Sabes quién fue ese rey? in- quiere. Omayra niega con la cabeza. Sontiendo, el ca- pitén explica: ~Asf se lo Hamaba a Luis XIV, que rei- rié en Francia entre 1661 y 1715. ¥ si bien yo pien- so que la monarquia es un sistema profundamente injusto porque decreta el privilegio de unos pocos y la miseria de la mayorla, también creo que no todos los reyes son iguales. Luis XIV era uno que amaba la grandeza, La grandeza de las armas, de la politica, de las artes. Bajo su reinado, Francia brillé en Europa. Mi padre, en cambio, a diferencia de mi abuelo, fue el general dé un monarca y un ejército derrorados. Vivid en una época en que todo se derrumbé: la glo- ria de las armas, la autoridad del rey, las virtudes mo- rales. El lujo y el placer fueron consagrados por la nobleza como la nueva religidn. Todo fue licito para conseguir el dinero que hacia posible esa clase de vi- da, Un nuevo sistema econémico favorecié la espe- cculacién financiera: en un da podian hacerse fortu- nas fabulosas... As{, quienes més tenfan se enrique- cicron atin mas a costa de los que tenfan menos. En- tonces se acentué la miseria, la injustici, la desigual- dad social. Omayra no entiende todas las palabras que Mis- son pronuncia, pero s{ puede percibir la pasibn de es- te hombre por Ia justicia y atenta sigue su relato, —Yo acababa de nacer -esté diciendo ahora el capitin ~cuando se alzé la voz de un hombre con 30 sentido de igualdad, con amor por la virtud y des- precio por la avaricid~. ¥ sefialando el cuadro que habia despertado la curiosidad de Omayra, afirma: —Era la vor de este hombre. La voz de Jean Jacques Rousseau. “La chica mira al del retrato, Tiene la impresin de que le sonrfe amistosamente. —Este hombre ~contintia el capitén— sostuvo que el primero que puso un cerco a una pareela de tierra y persuadié a quienes lo rodeaban que debfan ceerle, ése Funds la desigualdad, funds la injusticia Yo, que naci en un hogar de nobles y guerreros, to- mé como arma la palabra apasionada de Rousseau. Fue su palabra la que, finalmente, me impuls6 a la bisqueda de un lugar no contaminado por la civili- zacién, Un lugar donde empezar una nueva historia, fundando una sociedad més justa en la que los fru- tos fueran de todos y la tierra, de nadie. Omayra bebe ahora las palabras del capitin. Piensa en su papé: “;Ves?, ves que la justicia es po- sible?” le pregunta en su imaginacién, La vor de Misson la trae nuevamente a la rea- lidad. —Orros hombres y mujeres se sumaron a mi biisqueda-, sigue diciendo mientras mira lleno de amor a Milany. Ella le sonrie y él la atrae hacia sw cuerpo y la estrecha carifiosamente-. Y asf fue como nacié Libertalia-, agrega. El capitén hace un silencio: parece medica. 40 Luego, prosigue: ~Ningtin hombre es mas que otro Por eso, me siento feliz cuando logramos rescatar de manos de los negreros a los afticanos condenados a la esclavitud. Nada merece mAs respeto que la liber tad y la vida humana-, concluye, ‘Al ofr estas palabras, la mirada de Omayta se posa de manera involuncaria sobre el arma que Mis- son lleva en la cincura “Es posible respetar la vida y matar al mismo tiempo?” Sin quererlo, la pregunta se dibuja en la ca~ beza de la ni El capitén ha advertido la direccién de la mira- da y como si leyera el pensamiento, dice: ~Defender la vida y los ideales obliga a hacer cosas muy doloro- sas... Todos los hombres de Libertalia nos hemos vis- to alguna vez en la necesidad de matar.. Lo que acaba de ot, impacta como un pusieta- zo en el estémago de Omayra. Este hombre, tan en- cantadot es alguien que ha matado, Un escalofrio la recorre. Aparta de ¢l la mirada, Piensa en su papd, en sus hermanitos. {Qué lejos, pero qué lejos estan! Las voces de las campanas convocan a hom- bres y mujeres a la asamblea, Se rednen en la gran ca- sade troncos donde el maestro Frangois enseiia a los niios, También estin aqui los afticanos liberados y los holandeses que se han unio a los piratas Los ojos de Omayea se encuentran con ios de Shako y una sontisa amistosa se dibuja en los labios de lanifa, Una oleada de calidexrecorre el pecho del africano que le corresponde, a su ver, con una incli- nacidn de cabera De pronto, la algarabta de las voces se aquieca Han entrado en escena los mdsicos. Anuncian una melodia de Rameau, uno de los compositores fran- ceses preferidos del capitan, La misica fluye y todos se sumen en un silencioso religioso, Cuando la eje- cucién llega a su fin, la poderosa vox de Misson se eleva sobre codos los concutrentes: ~;Hombres y mujeres de Libertalia! ~proclama- estamos aqui reu nidos para celebrat una expedicién afortunada, No sélo hemos regresado con el oro. También hemos 42 arrebatado a los negreros la “madera de ébano”. Los cinco hermanos afticanos destinados a la ignominia de la esclavitud, han vuelto a ser libres. ¥ desde ma- fiana mismo, Caraccioli los iniciars en la navega- cién. De este modo, podrin decidir luego, si desean unirse a nuestra causa o prefieren intentar fa aventu- ra de regresar a su tierra. Pero mientras permanezcan aqui, ellos y, por supuesto, los holandeses que se nos han unido por propia voluntad, deberin conocer y cumplir nuestras reglas~. Y luego, dirigiéndose a Ca- raccioli, ordena: ~jAdelante! inscruye sobre nuestras normas a esta gente, Los holandeses, que se adelantan para oft la lee cura, cruzan miradas buslonas que Shako advierte Caraccioli lee con vor. clara y firme : “1, En Libertalia nadie es duefio de bienes, ‘Tanto los frutos de la tierra como el oro recuperado pertenecen a todos por igual 2. Esti prohibido blasfemar o insultar. El len- sguaje nos ha sido dado por Dios para hontarlo, ast como para honrar la raz6n, nica facultad que dis- tingue al hombre de la bestia. 3. Estin prohibidas las peleas. Los problemas y diferencias se tratan y se resuelven en asambleas. 4, Esté prohibido el alcohol en todo el territo- rio de la isla. 5. Quien transgreda una sola de estas normas, sera expulsado de la comunidad”, —Ahora les tomaré juramento ice Caraccio- 43 Ii dirigiéndose a los holandeses. Y solemne, les pre- gunca: —zJuran esperar, cumplir y defender nues- tras normas? —jJuramos! -responden al unfsono. “Estos hombres no parecen sinceros”, piensa ny que ha advertido la mirada pegajosa de uno volver insistentemente sobre ella. —No me gustan ~dice en voz baja Omayra —Hay que prevenir al capitin y mantenerlos vigilados -responde, a su vez, Milany. Shako, por su parte, no les quia el ojo de en- cima, Conoce sobradamente su crueldad. La asamblea termina y el aire se Hlena ahora de la muisica de las islas. Resuenan los tamboriles, Los cuerpos se animan: el titmo los sacude como el vien- to furioso a las palmeras. Aparecen bandejas con fru- tas canosas y perfumadas. Corre la frescura del agua de coco. Hombres y mujeres se entregan a una danza que se hace cada ver més frenética. Bria la luna. Res- plandece el mar, La fiesta ha estallado en la isla 10 —jDebemos hacetlo ahora! -dice uno de lon holandescs a sus compacts. “Apfovechemor mientras bailan y festejan. —zEstis seguro de que el aguardiente esté en el barco? ~pregunta oto. eo como que me llamo Beleebui y que yo mismo lo escondi -responde el primero. Una joven y bella nativa se acerca a los hom- bres y, amisrosa, les oftece agua de coco, Uno de ellos acepta, se lena la boca y en cuanto la mucha- cha gira para itse, la escupe con repugnancia, —No somos monos para beber esto ~exclama Y agrega: {Vamos por lo nuestro! —jEsperen! los detiene otco de baja estatura y cuerpo musculoso-. Si vamos todos, advertirin nucs- tra ausencia —Esed bien ~concede el que parece ser el jefe. ~lremos Hai, Peter y yo. Ustedes se quedarin aqui. Shako, que no les ha perdido pisada, se da cuen- ta de que tres de los hombres se han separado del resto w y se dirigen, sigilosos, hacia la playa, Ocultindose, va tras els. Los ve subir a uno de los botes y remar hacia cl barco holandés anclado mar adensto. Una luna enor- ime ilumina la eseena y favorece el propésito del aftica- tno. Ya han Hegado hasta la nave: divisa las siluetas we- pando por la escalerilla, Luego, desaparecen. Pasan lar- {gos mitiuros hasta que los vuelve a ver, Ahora regresan al bote Hevando unas eajas.¥ luego, remando silencio samente recornan a la costa, Yan la olla, bajan las ca jas y tambien palas com las que cavan al pie de una pal- mera, Qué es lo que quierca ocultar? La respues se hace esperat. Shako ve céme wna de los hombres sa ca una botella de ta caja, a empina largamente y hve {g0, se la pasa a oto. Entonees, el afticano comprende. Esa es el agua que los holandeses han encregado alos re- yes como parte de pago por los esclavos. Es un agua en: demoniada que mete el mal en el cuerpo. —jBsta es el agua de la vidal -exclama, euféri co, el jefe, —Tenemos que convidarla a nuestros nuevos amigos ~dice riendo otto. —Esti prohibido el aleohol en todo el territo- rio de la isla ~imita burlén a Caraccioli, un tercero, —Eso ser hasta que prueben nuestra excelen: te agua de la vida -afirma el lamado Hai. Y empi- nando nuevamente la botella, exclama-: jA la salud del noble y tonto capitin Misson! A la salud de su mujer que, pronto, sera la ~agrega el jefe as Shako ha visto lo suficiente, Sabia que estos hombres traerfan problemas, Debe avisar al capitan, Al retroceder, en el apuro, pisa una rama que se quiebra con estrépito. Qué fue es02-, uno de los holandeses gira vyeloz y reconoce al afticano. —jUno de los negros nos ha seguido hasta aqui! -alerea, ‘ —jAtrapémoslo! ~ordena el jefe. ¥ esgrimiiendo 1 cuchillo, amenaza-: ‘Yo mismo le cortaré la lengual Todos corren tras de Shako. Pero, répido como el rayo, él ha desaparecido, 2 ahora, qué hacemos? pregunta Peter —Tranquilos responde el jefe-. El negro no habla espaitol. Ni mucho menos, francés. Le costard hacerse entender. Simplemente, cambiemos las cajas de lugar. Cuando vengan a buscarlas, yano estarén, EI bueno de Misson pensar que el negro se ha tras- caynado. —Tiene razén el jefe rie Peter. Y con la luna como tinico testigo, trasladan el aguardiente a un sitio mas seguro, no sin antes reser- var algunas botellas para seguir celebrando, 1 Ey agua va y viene, vay viené, un mar en mi- niatura denero de la piedra verde, Esti ahi només, a sualeance, Sélo tiene que estirar la mano y la piedta serd suya. Y con ella regresaré a su casa, a reunirse con sit padte y sus hermanos, Pero en el momento cen que la toca, la piedra se deshace y el agua tan pli cida, se transforma en un corbellino amenazante que la envuelve y la arrastea, Grita, desesperada —jTranquila, nina, wranquila! Es s6lo un suefio le dice Milany abrazdndola contra su pecho. Luego, | mujer se queda junto a ella, hablindole dulcemen- te, acariciindole la cabeca. Pero Omayra ya no puede volver a dormisse. Entonces sale de la cabatia y cami na hasta la playa, El recuerdo de su padre y de sus her- manos la ha llenado de congoja, :Volveré a verlos al- guna ver? Nunca, muna, parecen dectle ahora las ‘oles del mar que van y vienen, van y vienen, Omayra sabe que no regresard a su casa mientras no encuentre la piedra. Arrodillada, con las manos unidas, ruega al ‘mae como si fuera un dios: 50 —jPor favor, por favor, tends que ayudarme a encontrarla! Tan concentrada esté en su plegaria que no ad- vierte la legada de los hombres. Son los tres holan- deses a quien Shako descubrié ocultando el alcohol. Vierten acompafiados por algunos de los piratas de Misson. Y se nota que todos han bebido. —:Qué hace el pequefio mico, solo, aqui y a esta hora? ~pregunta el que descubre la presencia de la chica. —Debe estar invocando a los demonios ~res- ponde otro, —En las islas espafiolas pagarfan buen oro por cella ~apunta un tercero. Uno de los piratas se acerca y tomindola por debajo de los brazos, la iza en el aire, Omayra grita y patalea, Excitados, los hombres rien. —Vamos a vér si el pequefio mico trepa a la palmera y nos trae el coco que est més alto —dice el que la sostiene. —jSi, que trepe, que trepe! ~gritan todos. Y, en vilo, la conducen hasta el arbol. Embriagados por Ia bebida y por la diversion que se procuran, no advierten que una fuerza ciega se lan- za contra ellos. El impacto furioso los derriba. Tam- bién Omayra cae sobre la arena y desde alli lo ve: Sha- ko yergue su cuerpo de ébano fiente a los hombres. —Otra vez el maldito negro! ~dice uno mien- tras intenta ponerse de pie. 51 —jfista ver te cortaré en tiritas! -amenaza el je- fe de los holandeses y con un cuchillo en la mano, se lanza contra Shako. Rapido, el afticano lo esquiva y el holandés vuelve a caer. —;Cuidado! ~alerta Omayra, Entonces, el gigante negro gira y el remo con que pretendian golpearlo, se hunde en la arena. —jlté a avisar al capitin Misson! ~geita la nia y corre en busca de ayuda, Los hombres, mientras tanto, intentan rodear al afiicano. Pero estan dema- siado borrachos para poder con él, Shako deja que se acerquen y, luego, con un salto de leopardo salea por ‘encima de sus cabezas. Se sience feliz, Si antes, al ser descubierto, cuvo temor de haber perdido su fuerza y su sigilo, ahora sabe que sigue siendo el mismo, Se yergue en toda su estatura y desafiante a los hombres, E es Shako, el guerrero 12 ‘Cavan. Con expresién cefiuda, Con odio. Ca- van en la arena bajo la mirada vigilante de Misson y sus hombres. Ahora las palas descubten las cajas que encierran las botellas de aguardiente. All est, ala vista de todos, el alcohol que los holandeses y algu- nos de los piratas habfan ocultado. —Carguen eso! -ordena el capitan. Los hombres obedecen. —Saben que en esta comunidad, la transgre- sién de una norma se paga con la expulsién —sigue diciendo-. El alcohol ya esti en el bote. ;Ahora les to- ca a ustedes! {Ya mismo deben abandonar Liber: Los compaiieros de los piratas expulsados im- ploran la clemencia del capitin pero él se mantiene inflexible. Shako que observa la escena siente el odio de los holandeses, Su mirada se cruza con la del hom- bre rubio que ya esté en la pequefia embarcacién y que, con un gesto de amenaza, le hace saber que le cortaré el pescuero. a — Qué pasard con ellos? ~pregunta Omayra. —Si tienen suerte, legardn a-una isla 0 serin recogidos por una nave -le dice Milany. 2 si no? ~insiste la chica. —Se los tragars el mar. Los holandeses y_piratas expulsados reman, empiezan a alejarse la costa. Desde la orilla, los com- paieros no les quitan los ojos de encima, —Sabla que la nifa traeria problema —murmu- ra, entre dientes, uno de ellos. —jLa pequetia bruja! -maldice otro~. ;Debe- mos arrojarla de aqui antes de que sucedan mas des- gracias! Omayra levanca la cabeza, mira y adivina en os hombres el deseo de hacerle dafio. Se le hiela la sangre, Entonces busca a Milany, corre hacia ella y se refugia en su abrazo. El cielo tan plicido hasta hace un momento, comienza a encapotarse. La oscuridad avanza desde el horizonte y se apodera de la isla. El fogonazo de un rekimpago ilumina por un breve instante los ros- tros tensos de los piratas. Luego, viento y Iluvia. Y el mar que crece en olas gigantescas. Sin embargo,.los hombres de Misson siguen alli en la playa. Se niegan a dejarla como se niegan a abandonar a su suerte a los expulsados. De cuando en cuando, la luz de los relimpagos, iJumina el mar donde los ojos obstina- dos tratan de adivinar la presencia del bote, su fragi- lidad librada a la furia de la tormenta. Avparece frente a ellos como brotado del vien- tre del océano, Iluminado por una luz sobrenatural en medio de la amenazante oscuridad de la tormen- ta. Los hombres, aferrados a la fragilidad del bore, se echan a temblar. —Es el galedn fantasma ~dice uno y los dien- tes le castafictean. —Quizés ya nos ahogamos y es el mismo dia- blo quien viene por nosotros ~agrega en un murmu- Ilo el jefe de los holandeses. Entonces lo ven, Exguido en la popa, a la luz de los relémpagos, un hombre muy pilido, de largos Y vizados eabellos. Viste de negro de pies a cabeza, sus ojos falguran y el estruendo de un trueno prece- de a su vor. —Soy el capitin Lewis ~dice. —EI capisin Lewis -repite para s{ uno de los hombres de Misson. Ha ofdo hablar de él. Se cuen- «2 que, siendo un nifio pequenio, aparecié misterio- samente una noche de tormenta en un barco pirate. 58 Que al descubrislo, lo desembarcaron pero que dl volvié una y otra ver al mar, Posee un rato don: el de lenguas. Puede hablar y entender todos los idiomas, Y, como todo el mundo sabe, cl don de lenguas s6lo €s otorgado por el Espiritu Santo 0 por el mismis mo Satan. Desde el galesn, lanzan una soga al bote ‘Suban! —ordena la voz. Y traigan el alcohol. Los hombres obedecen répidamente. —Bienvenidos ~dice Lewis y una sontisa hela- dase dibuja en sus labios. Los recign llegados lo observan con una mezcla de cutiosidad y temor. El capitén es alto, delgado, Sus rasgos revelan una belleza singular, ambigua, que produce, aiin en estos hombres familiarizados con el peligro, una profunda inquietud. —zAcaso el barco en el que navegaban naufra- inquiere, El jefe de los holandeses niega con la cabeza, No puede dejar de advertir que estin rodeados por sseres casi bestiales: son los piratas de Lewis, 4De dénde vienen entonces? —Hemos sido arrojados del paraiso, sefior. Una carcajada estalla: sale de una negra boca- za, Suena un tito de pistola y luego, un alarido, Un charco de sangre se forma sobre las tablas del puen- te, El holandés elava los ojos en la humeante pistola que Lewis sostiene —Quién més quiere visitar el infierno? -pre- ge? ” gunta el capicin, Quizds hay algyin otro que olvidé aque nadie tie en mi presencia a menos que yo To per- mita.. Los hombres permanecen quietos como esta~ tuas, Nadie se mueve hasta que el capitin da la orden de tirar al mar el cadaver. Mientras contempla como Jos tiburones se lo tiene una visién: imagina a los piratas de Lewis inva- diendo Libertalia, Imagina a Misson muerto, A st hermosa mujer, sola. Al negro, colgando de una soga. “Sefior dice dirigiéndose a Lewis ~gha ofdo hablar de una isla donde hay oto, mucho oro? El capitén le clava la mirada falgurance espe- rando que continte, —Ha oido hablar de Libertalia? -sigue insi- ruance, —jHabla, te estoy escuchando! ~exige ahora It ispucan y lo devoran, el holandés vou. Entonces, el holandés empieza a contar. Sabo- rea el placer de la venganza. 14 Después de la expulsin, la vida en Libertalia parecié seguir como siempre. Las mujeres cultivaban la ticrra, Los nifios aprendian con el maestro Fran- ois. Los hombres ensefiaban a los afticanos a nave- gat. ¥ los holandeses parecian respetar y cumplir las rhormas al pie de la letra. Sin embargo, la semilla del resentimiento, de la desconfianza y del vicio se habia instalado en la isl Los piratas expulsados eran muy queridos por sus compatieros a quienes, el castigo impuesto, les habia parecido excesivo, Los holandeses, por su pat- te, no perdian oportunidad de deslizar palabras insi- diosas: —El capitén protege a la pequena bruja y a los negros pero es capaz de condenar a muerte asus pro- pios hombres-, decian a quien quisiera oftlos, Y | go. agregaban: ~Quiad sea cierto que los negros tie- nen los mismos derechos que nosotros pero de ahi a compartir el oro con ellos .. Y ademas qué tiené de malo beber unos tragos o blasfemar de ves en cuan- 62 do? Todos los piratas lo hacen. Qué clase de pirata €s Misson entonces? ~inguirfan. Estas palabras se filtraban como un veneno, gota a gota, en los ofdos y en los pensamientos de los hombres de Libertalia —{No setfa mejor unirse a verdaderos piratas como Calico Jack o Lewis, que vivian exclusivamen- te del saqueo y, entre abordaje y abordaje, se dedica- ban al ocio y al alcohol? -se preguntaban algunos. —;Por qué compartir el oro entre tantos cutan- do podriamos set menos? -se decfan ottes. ‘Asi estaban las cosas aquella noche en que Bar- barroja y Rackan, acompafiados por tres holandeses, eran los encargados de vigilar un posible araque, La luna Hlena iluminaba el mar. Era ficil distinguir el bote que se acercaba a la isla —jPor las barbas de Belcebii! -exclamé uno de los viglas. Me parece a mi o esa es la inconfundible panza de Hai? —jEs Hail ~confirmé otro, arrancéndole el ca- talejo-. FY con él llegan Peter y Sharp! —jDebemos avisar a Misson! ~se apuré Barba- rroja —No -lo detuvo el jefe de los holandeses-. No conviene apresurarse, Antes consigamos el perdén para ellos. —Es cierto ~apoyé Rackan-. Si el mar los per- doné, el capitan tended que hacer lo mismo. 6 Y comada la decisi6n, los vigfas corrieron a dar la bienvenida a los recién llegados. Lleno de felicidad, Rackan reconocié a Daniel, entre los que desembarcaban, £1 y Barbarroja se acercaron para abrazarlo. Pero en vex. de recibislos con los brazos abiertos, el ex compafiero les puso una pistola en la cabeza. —;Qué te pasa, Daniel? (Te volviste loco? -al- canzé a preguntar Barbarroja. —Nada de eso, mis mansos corderitos —res- pondié el otro sin dejar de apuntarles-. Simplemen- te cambié de bando. Ahora soy hombre de Lewis. —jLewis! -repitié Rackan, empalideciendo— AY dénde esté Lewis? Por coda respuesta, los recién Hlegados encen- dieron una fogata. Las llamas proyectaron su roja luz, sobre las aguas. : —Habré un bao de sangre ~dijo Daniel en un murmullo Minutos después, los que estaban en la playa vieron avanzar hacia la isla una hilera compacta de botes. El capitén Lewis respondia a la sefial. 15 Siente la respiracién profunda de Yamna, la sua- vidad de su piel. Se abraza a su calor y una sensacién de serenidad lo invade. De pronto, le parcce oft ruidos extrafos. Salta del Jecho y sale. Un calor sofocante lo recibe: un cftculo'de fuego rodea la aldea, Los cazadores de esclavos los han cercado. Baiado en sudor, se despierta, Todo se ha desva- necido: la dulce presencia de Yama y la oscura amena- za de los trafcantes. Shako sabe que no podré volver a dormirse. Se le- vantay sale en busca de are fresco, Caminando a paso apretado, se dirigeala playa. El mar que vay viene trae esperanza asu coraz6n, Pro, en cambio, lo que ve al le- gar, lo lena de espanto. jBotes, decenas de bores, con hombres armados hasta los dientes estén ya en a isl Corriendo con toda su alma se ditige a la escuela del maestro Frangois y echa a volar la campana, Liber- talia se despierta en un sobresalto de terror.. or Los atacantes los han sorprendido, En medio de la confusién, Misson da érdenes precisa. —jLas mujeres y los nifis alas eabaiias ms pro- tegidas! “decide. Y dirigiéndose a su mujer: Milany, debes ocuparte de que todos estén bien, Confio en ti. Y su'éspera mano acaricia con dulaura el rostro de la muchacha. Ella lo mira en su silencio y todo su amor va cen esa mirada. Luego, se encamina hacia su destino, —jCaraccioli, organiza la retaguatdia! -sigue el capitan. Yo, con los hombres més experimentados, tra- taré de detener el avance. —Sefior.. -dice el segundo, Misson lo mira. —;Cuuldese! -concluye emocionado Caraccioli. Los dos hombres se funden en un fuerte abrazo, Luego, el segundo retine a su grupo y sale. —jJonis! —convoca el eapitén-. Ti y tus hombres defenderin el flanco derecho, — Andrés, a irds con los tuyos hacia el iquierdo! [Ni uno solo se mueve. Los mira desconcertado, — Vamos! Qué les pasa? jNo hay tiempo que perder! —urge, Es la gruesa vor de Jonas la que rompe dl silencio, —Nadie is'a ninguna parte, capitin, No peleare- mos contra Lewis. Instintivamente, la mano de Misson va hacia el ar- ma, Pero un pensamiento, lo detiene: Jonas es su ami- go! ;Estos son sus compafieros! Suena un disparo. 68 Misson se desploma. La cara contra la tierra en medio de un charco de sangre, —Capitén, a usted lo han petdido los buenos sen- timientos —dice el holandés que acaba de disparatle. Luego, le pega el tito de gracia en la cabeza, Bl asesinato divide a los hombres que, ahora, se enfientan encarnizados. Lewis ya esté en la isla, Su tarea seré sencilla, Shako comprende que debe.actuas. Va en busca de Omayra a quien Milany ha resguardado en las caba- fias mis alejadas. Aterrorizada, la nifa vay viene sin sa- ber qué hacer. De pronto, la toman fuertemente de un brazo. Est a punto de gritar pero el afticano la tanqui liza con un gesto. Deben ir hacia la playa, le indica. Si- gilosos, van oculténdose tras la vegetacién, Ven emo Lewis y sus hombres se’adencran en la isla, Omayra se sobrecoge ante la bestalidad de esos rosttos. Finalmen- te, consiguen llegar hasta la olla. Se montan a uno de los botes de los atacantes. Oyen los disparos, los gritos y los lamentos. El africano empuja hacia el mar la embar- cacién. El ruido de la pelea crece, Surgen llamaradas. Los atacantes estén incendiande las cabatias ilany! ~grita con desesperacién la chica, que ve cémo cl fuego se agiganta. -Ay, Dios mio, los nifios! —gime ahora e intenta arrojarse al agua. Sujeténdola, Shako se lo impide. Ella lucha por li- berarse. Con ternura pero con firmeza, dl la retiene con- tra su cuerpo, Lentamente, el bote sc aleja Envuelta en llamas, arde Libertalia. 16 Lievan cinco dias con sus noches en el mar, Es cl alba del sexto dla, Omayra ain duerme, Shako, por su parte, ema. zHacia dénde? Nada hay que re- vele la proximidad de la costa. Lograron escapar del ataque. :Podrin escapar del mat? Si la suerte los con- duce, quizd lleguen a una isla, ¢Cudntos dias con sus nioches hace que lo arrancaron de su tierra? se pre- gunta el afticano. Ha perdido la cuenta, Alli el tiem- po era regido por los dioses. Ala estacién de Ogtn, dios de la caza segula la estacién de Ord, dios de la lluvia... Peto sus dioses estin lejos y él esté aqui, per- dido en este agua infinita. El bello rostro de Yamma vuelve vivido a su memoria. La dulce sonrisa, los profundos ojos negros. La vsién es tan clara e inten sa que agudiza el dolor de la pérdida. Shako clava su mirada en el mar que fulgura. Y entonces, all, sobre la cresta de una ola! le parece verla. Eso que brilla y emana esa luz tan verde, es la piedra2! Se frota los ojos y vuelve a mirar. La piedra sigue balancéandose sobre la ola que la sostiene, Fulgura y lo llama. Sha- 70 ko podria aleanzarla en dos brazadas. Y con ella, re- gresaria a su tierra, a sus dioses, al dulce amor de Yamma. Abandona los remos y se lanza al mar, Sus dedos rozan Ia dureza de la piedta pero cuando va a tomarla, desaparece. El africano se sumerge para buscarla, A su lado pasa un cardumen de bellos co- lores. Ve estrellas de mar, hipocampos, peces extraiit- simos. Peto no encuentra la piedra, ;Estaba verdade- ramente alli donde la vio o sélo fue el deseo de su coraz6n alucinado? Emerge del agua y lena los pul- mones de aire. Nada hacia el bote que ha quedado a la deriva, Y entonces, antes de poder evitarlo, una ola que nace y crece amenazante, se estrella contra la embareacién con una fuerza que tal que la parte en dos. Omayra cae al agua con un grito, Shako bracea desesperadamente hasta alcanzarla, La chica se ha desmayado. La toma del cuello y con el brazo libre se mantiene a flote. Inesperadamente, el mar viene en su ayuda devolvigndole una tabla que pertenecié al bore: Horas més tarde, agotados por el esfucrzo, Omayra y Shako yacen en la arena, Aunque todavia no lo sepan, han sido arrojados a una isla, Se entera- rin mas tarde, Cuando, al caer la noche, despierten rodeados por una jauria de perros y de cazadores que, buscando a un esclavo cimarrén, han dado, en cambio, con ellos, aa Presuroso, el conde de Jicaboa se dirige hacia el mercado de esclavos. Responde al anuncio del pre- gonero que hace saber que hoy, martes 6 de mayo, saldrén a remate 50 lotes de piezas de Indias! robus- ras y saludables, recién arribadas de la Costa de Oro. El conde es un riquisimo hacendado, duefio de un ingenio, cafetales y plantaciones de tabaco.Va en busca de negros fuertes, capaces de soportar el duro trabajo y el ritmo agotador que él es impone. Es in- dispensable aumentar el renidimiento de las plantar ciones, piensa mientras aprieta el paso, La ansiedad de Europa pot los productos de es- tas tierras crece dfa a dia. El azsicar, el café y el taba- co se han puesto de moda, Los franceses han conta- giado la pasidn por el desayuno “a la parisina” ~café con leche azucarado- al résto de sus vecinos. El con- de apura ain més el paso, mientras se dice, que los negros de la Costa de Oro son los més codiciados, 1, Se llamaba “pices de Indias” Jos negros mde alos y fueres. 3 por su fortaleza y resistenci#y que, por lo tanto, es preciso llegar antes que los demas para poder elegir las mejores piezas. Sdlo unos metros més y ya estard en la plaza del mercado, * Los africanos han sido divididos en lotes de a cinco. Hay que examinarlos cuidadosamente, se di- ce el conde, porque los tratantes aprovechan para mezclar los ejemplares més robustos con otros que suelen ser viejos 0 enfermos, tinico modo de poder venderlos. Llama su atencién, un negro que sobresa- le por su estacura, Se acerca al lore: esté compuesto por el magnifico ejemplar que lo atrajo, por otros tres individuos pequefios pero fibrosos y por una ni- fia de unos diez afos, A ella no la quiere. No le ser- viria para nada en sus plantaciones. Pero el negro, en cambio, es verdaderamente extraordinario. —jTendré todos Jos dientes? —se pregunta. Y aproximindose al ejemplar, intenta abrirle la boca, Shako tiene Jas manos atadas a la espalda y los pies sujecos pot los odiados grilletes. Pero cuando el blanco quiere examinarlo como se hace con los ani- males, inclina la cabeza, arremete ‘como un toro y le pega un fuerte golpe en la mandfbula. Atontado, el conde cae sentado, Inmediatamente, los corpulentos guardianes rodean a Shako y con un fuerte garrota- zo en la cabeza, lo derriban. Los hombres lo sujetan y lo obligan a inclinar la orgullosa frente hasta hun- dirla en la tierra, Palido, el conde se incorpora. «Quiero a ese negro ~dice silbando las palabras. a —jSi sefior, st sefior! se apuran los cracantes que conocen la riqueza y el poder del blanco. —Me llevaré el lore ~contimtia el conde ~pero quiten a la nia. No hay lugar para ella en mis plan- taciones. Pueden cambiarla por un negro enfermo, si quieren, -Y sonriendo, agrega: —Yo lo curaré. ¥ en cuanto a ti -se ditige ahora a Shako ~jya eres mio, negro! ~¥ extendiendo el hierro con sus inciales, or- dena a los hombres~: ;Mérquenlo! El hierro es calentado al fuego sin que llegue a enrojecer. Con sebo fratan el hombro izquierdo de Shako y sobre el mismo colocan un papel accitado, Luego, le aplican ahi el hictro ardiente. El afticano apriera las mandibulas, con toda sus fuerzas, para no gritar. Ahora la carne matcada se hincha. Cuando pasen los efectos de la quemadura, las iniciales del amo quedardn para siempre, Muda, sin proferir palabra ni queja, Omayra asiste a la horrible escena. Sus ojos, llenos de légri- mas, se cruzan con los de su amigo. Adivina el odio {que siente por el blanco. Pero también puede leer en la mirada de Shako la resolucién feroz de vender ca- ra su libertad 18 Bamboléandose dentro del coche que lo con duce de regreso al ingenio, el duque de Calvo Zamo- ra se siente satisfecho. Ha cumplido felizmente con cl encargo de su mujer. Ella queria una negrita sana y despierta que pudiera cuidar y entretener a los fos. Y él la consiguié. Si bien el mayoral se habla oftecido a iral mercado de esclavos para cumplir con el pedido de la duquesa, él prefiris encargarse perso, nalmente del tema, Y se siente recompensado de la molestia de haber tenido que abandonar la finca con el intenso calor. La negrita no esté nada mal, Sut mu- Jer se pondré contenta. Sentada en el pescante, junto al cochero, Omayra no sabe dénde la llevan. Sabe, en cambio, que ha tenido mejor suerte que Shako, Su amo —u amo? no quiso que Ia marcaran con el hierro ar- dente, Se ha salvado del dolor y la vergiienza. Pero, aun asf, es una esclava, La han comprado, ‘Como en un torbellino, las imagenes pasan por su cabera: la cata de dormido de César cuando in- 76 tenté despertatlo; Oscar y el inmenso aguacate y lue- g0, el fruto estrellindose contra el suelo y la piedra La pieda con el mar en miniatura. Y el mar de ver- dad adonde la piedra la condujo. Ahora es el noble rostro de Misson encendido por uno uno de sus apa- sionados discursos, el que viene a su memoria, Y en- seguida, la dulce sonrisa de Milany que, en un se- gundo, se transforma en la expresién bestial de los piratas de Lewis. La nifia vuelve a oft los disparos, los gritos. ¥ otra vez, ve las llamas devoréndolo to- do. Una vex més, arde Libertalia “zAlguien habré logrado sobrevivir o todos es- tarén muertos” se pregunta en silencio, Las ligrimas ruedan por las mejllas de Omayra. El cochero, un negro ya anciano, la mira de reojo. —No tengas miedo, nitia le dice-. Los amos son muy buenos. Si obedeces, te tratarin bien Pero ella, surida en sus pensamientos, no lo oye. ‘Ahora recuerda la huida en el bore. Y luego, la ola'es- trellandose con toda su potencia contra la frégil embar- cacién, Finalmente, Shako y ella, despercindose en una playa, a salvo del mar pero rodeados de perros y hom- bres feroces. Cazadores de negros. Buscaban a uno que habfa hufdo del ingenio pero, en cambio, los encontra- ron allos. Y al medir la estatura y la fuerza de Shako y dl dinero que podian obtener por él, festejaron su suerte. Asi fueron a parar al mercado de esclavos don- de la separaron de su amigo. La imagen de Shako do- blado por el dolor y la humillacién del hierro ardiente WT vuelve a arrancar légrimas de los ojos de Omayra que no advierte que el coche se ha detenido. Una dama jo- ven y bella, vestida con un hermoso vestido blanco adornado con puntillas, sale a recibir a los que llegan. ira lo que te he traido ~dice el duque. —Es una linda negrita -aprueba la dama, son- riente, Y luego pregunta-t zqué nombre le has puesto? Vo me llamo Omayra —dice la nia en vor baja pero firme, La dama y el caballero la miran con severa sor- presa, —Tu no tienes nombre atin. Nosotros te dare- mos uno —dice el hombre. —Me llamo Omayra ~se empecina ella, El viejo cochero la observa con reprobacién y temor. —Te Ilamards Juana -decide la mujer. Es un bonito nombre. Un nombre cristiano. —Me llamo Omayra ~repite quedamente la nifa —jOlvidalo! ~ahora el tono es imperativo. Te lla maris como nosotros dispongamos ~se irzita el duque. —jAlgin problema sefior? Es el mayoral quien se acerca, golpeando -en un gesto amenazante- la bota con el mango del Litigo. —No, Benito, ningiin problema —contesta la dama. Yo me arreglaré con la nifia, —Quizds necesite algunos azotes para enten- der quién manda —insiste el hombre, y golpea cada vex més fuerte con el mango del litigo. : —No ser necesario. :No es cierto, Juana? ~in- juiere la duquesa, see Omayra guarda silencio, Siente en todo su cuerpo los golpes de! Iétigo contra la bora. El ritmo se acelera, se vuelve mas y més amenazante, —No, sefiora dice finalmente, en vor. muy baja, —Ama -corrige ella, No, mi ama, Asi es co- mo debes llamarme. ¢Has comprendide? —Si, mi ama responde la nifia, Y la tiltima mirada de Shako, la detetminacién feroz de luchar a su memoria, por su libertad retorna, vi 19 Pronto comprende Omayra que ella, destina- da a cuidar a los nitios de los amos, es una privile- giada. Amparo y Rodrigo tienen 2 y 3 aos y la chica encuentra en ellos, en sus risas, en sus juegos y abra- 9s, un consuelo y un dolor. Junto a las efiaturas puede olvidar, por momentos, la horrible condicién a la que esta sometida, Pero estos nifios también le recuerdan, dolorosamente, a sus hermanos a quienes 110 sabe si volver a ver. Al mismo tiempo, no puede dejar de pensar en Piedad. Se pregunta por qué mis- teriosos caminos del azar se encuentra ella, Omayra, cuidando a estos nifios ajenos que, sin embargo, son lo més préximo y consolador que tiene, Sabe que sracias ala tatea asignada y a diferencia de los denis ‘sclavos, puede dormir en un lugar agradable y co- «ner bien, Por otra parte, nada de esto alivia el dolor y la humillacién de oitse lamada “Juana” por sus mos. Para la mayorfa de los esclavos del ingenio, la 81 vida es muy dura, Se levantan antes de la aurora, dlespertadas por'el chasquido del létigo del mayoral. “Trabajan hasta bien encrada la noche en el campo y en el erapiche. Durante la época de cosecha de la ca fia, el molino y las calderas donde se elaboran el aztt car y el ron, funcionan las 24 horas. Es necesario ali: mentar permanentemente los cilindros que muelen las caiias as{ como el fuego de las calderas. Ello obli ga los esclavos a trabajar, dia por medio, en turno completo. Los que trabajan desde la mafiana en ef trapiche, a la noche pueden descansar unas horas. Y son reemplazados por los que trabajaron durance el dia en el campo. El ritmo agotador al que estin so- metidos convierte al trabajo en muy peligroso. Pocos, dias atris ha sucedido un horrible accidente. Habia en el ingenio, una joven y bella negra que hacfa palpitar los corazones de todos los escla- vos. Tenia 20 afios, se lamaba Gertrudis. Adornaba su largo cuello con collares de cuentas de vivisimos colores. Llevaba siempre argollas en las orejas y, en. Jos labios, una permanente sonrisa. Cantaba cuando tumbaba la cafia. Cantaba cuando hacia el haz de yerba. Y cuando apaleaba el anicar en los secaderos.. Caminaba por la dureza de su vida de esclava como si estuviera sembrado de flores. La noche en que sucedis el accidente, se halla ba Gertrudis metiendo cafa en el trapiche. Agotada, se quiedé dormida. Una de sus manos fue mordida por los cilindeos. El mayoral corrié a la compuerta 82 para detener el trapiche, Los negros, para atorarlo, echaron, al mismo tiempo, enormes cantidades de cafia, Pero los cilindros continuaron girando por al- gunos instantes. ¥ ello basté para que el brazo y to- do el cuerpo de Gertrudis fueran hortiblemente des- trozados. Un rato después, los cilindros del erapiche fun- cionaban nuevamente. “La injusticia es vieja como el mundo”, Omay- ra vuelve a ofr la vor de su papa. El capitén Misson, en cambio, no se habia re- signado. ;Y ella? Ella tiene que regresar a su casa, a su lugar, a su tiempo... {gPet0, c6mo?! Inalcanzable, la piedra verde brilla en su me- moria, 20 La despierta ef ladtido de los perros. Omayra se incorpora en la cama, Cerca, Amparo y Rodrigo duermen plicidamence, Se levanta yen puntas de pie, va hacia la ventana, La luna ikumina al grupo de hom- bres con perros y armas, Répidamente comprende: cazavon a un fugitivo, Distingue al mayoral que suje- ca al negro y lo obliga a arodillarse ante el amo.Este asiente on la cabeza. Entonces, dos de los hombres arrancan la nistica camisa del esclavo y lo echan boca abajo, El ltigo del mayoral golpea la espalda desnu: da, arranca tas de piel, hace salar la sangre. ‘Omayra se aparca de la ventana, Una sensaci6n de néusea la invade, Alcanza a llegar hasta el bao y allt vomita. Con agua fiesca se lava la cara. Quisiera salita respirar el aite de la noche pero si los nifios se despiertan y ella no esté, la castigarén. Regresa al cuatto, No quiere volver a mirar por la ventana, no quiere pero lo hace. El flagelado no profiere ni una queja, Ahora, sobre la lagas que dejaron los ltigazos, el mayoral sh arroja orines a los que, de antemano, hau echade sal y tabaco. La nifia sabe que esto cumple una doble funcién: agrega al suplicio, el ardor que genera la sal Pero también desinfecta y previene el peligro del é- tanos. Finalmente, colocari en el cuello de la vietima, tun collar, Es un aro de hierro del que sobresalen una suerte de cuernos de los que cuelgan dos campanillas, Estas suenan cuando el esclavo se desplaza y denun- cian su presencia. Y si aun asi, logra escapar, los cuer- nos de hierto se enredan en las ramas dificultando la hhuida, Luego, cierran el collar con un candado y, a Md rastta, se llevan al castigado. Lo pondrin en el cepo y alli permanecerd varios dias, sin comer, para escar- miento de todos los que suefien con escapar. ‘Ajenos al drama que ella acaba de presencia, los ninos de los amos siguen durmiendo phicidamente. ‘Omayra los mira y siente el impulso salvaje de hacer~ les dao. ;Que suftan como sus padres hacen sufrir a Jos otros! Inmediatamente se attepiente y se asusta de su crueldad, ,Acaso se esti contagiando? El rostro de Milany, su dulce sontisa, vuelve a su memoria. En la muchacha, reencontré el carifio maternal que ella ha- bia perdido siendo muy pequefia. Su mam murié al dar a luz a su hermana menor, cuando Omayta tenia solamente cuatro afios. Y ahora también Milany debe haber muerto defendiendo como una leona a los ni- fios de Libertalia, Al moverse, Amparo y Rodtigo se han destapado, Los cubre. Y con el coraz6n estrujado de pena, se echa en la cama ¢ intenta dormir. 21 Bajo el sol abrasador de las dos de la tarde, lo que més lo tortura es la sed, Los pies aprisionados en el cepo, entumecido de estar sentado porque las heridas de la espalda no le permiren acostarse, sueia con unas gotas de agua. iSi por lo menos loviera! El vaho del calor desdibu- ja la figura de alguien que se acerca. Distingue la po- Hera roja. Es una nifia, La que cuida a los hijos de los amos. Decidida, viene hacia él, se inclina a su lado y Je da a beber el agua de un coco. Bendita seat ‘Omayra aprovechs el descanso de los patrones y el momenténeo abandono de la vigilancia sobre el esclavo, Pero no debe demorarse. Tiene que regresat al cuarto donde los nifios duermen una breve siesta, Ya se estéalejando cuando oye algo que la detiene en seco. —Escaparé para reunirme con Shako. Gira para mirar al castigado, :Ha pronunciado cl nombre de su amigo? Ella logré enteratse que Sha- ko estaba en una plantacién préxima a la finca. Oy6 88 también ciertos rumores sobre una rebelién. Pero no pudo confirmatlos. El guardia que retorna a su puesto de vigilan- cia, se cruza con la nifia y la mita con sospecha, Apu- ra el paso. Cuando todos duerman, volverd, Quiere saber si Shako consiguié escapat. Bl resto de la tarde se escurre lento, demasiado para su impaciencia. Juega con Amparo y Rodrigo acechando la cafda del sol. Los nifios corren, rien, la reclaman, Ella responde como una autémata. En su cabeza, dan vuelta esas palabras: “escaparé para reu- nirme con Shako...” “Transcurren el bafio, la cena, los cuentos que no acaban. Por fin, los nifios se duetmen. Atenta, espera a que la casa se suma en el silencio, La luna no asomé y la noche, muy oscura, favorece su propésito. Silen~ ciosa, amparada en las sombras, se desliza afuera. Adi- vvina la silueta del esclavo en el cepo. Ya estd casi jun- to a él, Entonces, violentamente la toman del brazo. —jAdénde vas, negra del demonio2! Antes de verlo, reconoce la vor. del mayoral. Amenazante, el létigo golpea la bota. El terror la pa- raliza, Inesperado, potente, irrumpe el canto: Blan la yo qui sott en Frans, job jel su! Yo pran madam yo servt sorellé jPu yo caresé negués.! 1, Canto Festvo en dialeeto aftcano: Blanc esque ste de Foti oh grad! Taman ao seins para que sean de almobadas Pann acariciar alas negra! 0 Como un rayo, el hombre suelra a la nifia y gi- ra hacia el otro: iu - —jgTodavia te quedan ganas de cantar, negro betraco?! {Te parto ln bemba! ~ruge. Y con el mango del litigo, le descarga un gol- pe en mitad de la boca, Ernfurecido con el insoles te, parece haber olvidado a Omayra que corre, vuela hacia Ja casa. Ya en el cuarto, temblando todavia piensa que, para salvarla de los azotes, ese hombre se hizo golpear. Generosamente le ha pagado el agua con que ella alivié su sed, Se deja cacr en la cama y, en silencio, se echa a llorar. oe 22 jShako escapé! jLa rebelién esté en marcha! Oyendo frases suctas, atando cabos, Omayra lo su- po. Su amigo y otros rebeldes incendiaron el ingenio del cruel y odiado amo y huyeron, Los cazadores y sus pertos los buscan indtilmente. Cotze el tumor de que los fugitivos se han unido a los piratas de Mor- gan y que todos juntos atacarén la isla, Los blancos jemblan. Los esclavos ruegan para que sea cierto. SabalG, por su part, ha sido liberado del cepo y devuelto al trabajo. Si bien no le quitan el ojo de encima, él y Omayra encuentran algin momento para decitse unas palabras. Asi, ella pudo confirmar la huida de Shako y el propésito del esclavo de reu- nitse con él. Y para su sorpresa, al contarle su histo- ria, Omayra comprobé que Saba sabta de la exis tencia de la misteriosa piedra verde. —Eaa piedra vay viene. Como el mar que le- va adentro —le dijo el muchacho. Pertenece a nuestra raza y puede aparecer en cualquier momento y en cualquier lugar para recor- ry darnos a todos que, nunca jamas, debemos abando- nat nuestro desco de libertad y de justicia, El tiene 20 afios y ha nacido en la isla, Su ma- dre, en cambio, fue traida def Africa en una penosa travesfa, En su transcurso, los cautives encabezados por un guerrero llamado Tamango, intencaron reb larse, El lider africano Mevaba, colgada del cuello, la piedra verde que parecia docarlo de una fuerza sobre humana, Los esclavos triunfaban sobre sus opreso- res, Pero, en un momento de la lucha, la piedra se desprendié del cuello y cay6 al mar. El guertero sin- ti8 que los dioses lo abandonaban y, a su vez, se abandond. Su desinimo se contagié a los dems. Los nnegreros se dieron cuenta de lo que sucedia y, en un furioso contraataque, dominaron la rebelién, EL caierpo de Tamango fue cortado en trescientos peda- 208 que los sobrevivientes fueron obligados a comer. —No importa lo que hagan. Seguiremos lu- chando por nuestra libertad ~dice Sabali. ‘Mientras acompafia a los nifios en sus juegos, ‘Omayra piensa en la piedra verde, gLa que encontré dentro del aguacate seria Ja misma que Tamango lle- vaba colgada del cuello? Su nuevo amigo asegura que si. “ZY por qué” se pregunta “se le habré aparecido a ella” Sabaltt que pasa cargando un haz de cafia, la sa~ ca de sus pensamientos, El la mira como si quisiera decitle algo. Pero el mayoral que vigila, se lo impide. 94 El muchacho continiia su camino. Omayra lo sigue con los ojos tratando de adivinar lo que quiso pero no pudo decirle, 23 Shako extiende hacia ella la mano con el pus fio certado. Lentamente lo abre y entonces, en la palma, Omayra ve brillar la piedra verde. La con- templa azorada: dentro el agua va y viene, va y vie- ne, Ahora mira a su amigo, él le sonrie, También sonriente, ve acercarse a Misson, Corre a su encuen- tro. Peto entonces el rostro del pirata se transforma en otto, bestal. Ella grita y se vuelve hacia Shake. No est. Desaparecié levandose la piedra. Un fragor conocido la saca del suefio angus- tiante. Ladridos de perros, ruido de armas, Se levan- ta como un resorte y va hacia la ven"ana. El mayoral dda drdenes, organiza a los hombres. Omayra com- prende: salen a buscar a uno que huy6. El corazén Te da un vuelcot ;Sabali! (Sabali debe haber escapa- do! gEra eso lo que quiso y no pudo decirle? ‘Amparo y Rodrigo que acaban de despertarse, la reclaman. Los acompatia a lavarse, los ayuda a ves- titse. Mientras peina los largos y rubios cabellos de la nifia, su pensamiento vuela. Habré averiguado 96 Sabalii dénde se oculta Shako?

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