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e Weorroere Fue Fahne Seccién y planta del llamado Tesoro de Alreo, en Micenas. Planta de ta Diré, en primer lugar, que escribir sobre un tema como el de Io arquitectura griega casusta; se tiene la impresion de que todo es- 16 ya dicho y de que insistir, por tanto, es Sin embargo, animado por el hecho de we en todas las épocas, y sobre todo a par- tir de Winckelmann, el arte griego, o mejor dicho, la arquitectura griega ha suscitado el interés de quienes a ella se acercaban, me aireveré, aun a riesgo de repetir lo ya so- bido, a poner en limpio unas cuantas.no- tas, hijos las unas de un reciente viaje a Grecio, las otras de Ja lectura de las obras de Dinsmoor, Robertson y Lawrence, obras fundamentales para el conocimiento de lo arquitectura griega. No piense pues quien comience a leerlos que va a encontrar en ellas un estudio riguroso acerca de la arqui- tectura griega, y sec indulgente con quien es- to escribe, un arquitecto de oficio que ha cu- rioseado Un poco en forno a un momento de fundamental importancia en la historia de la cultura occidental. Ocurre con el arte griego, y més epura con la arquitectura, un fenémeno que dificulta sobremanera_nuestro_acercamiento a ella; me refiero a Ia idea preconcebida que todos tenemos de lo griego, que ha pasado a converfirse en un cliché, en un t6pico. Asi es que nuestro esfuerzo estara encami: nado a desmontar, en la medida de lo po- sible, fal cliché. Limitaremos nuestra torea al estudio de un determinado aspecto de la ar- uitectura qriega en, su periodo de plenitud, es decir, a los siglos VI y V a. de J. C., si bien a veces ‘seq preciso aludir a ejemplos que no estén precisamente encuadrados en dicho periodo. Si se nos pregunta en qué se concreta el iudadela de Tirinto. cliché que de la arquitectura griega tenemos, forzoso es contestar, sin titubeos, que se con creta en el femplo dérico, en el Partenén. En una forma-templo, para ser més exactos, que llega a parecernos como caida del cielo, co- mo si se tratase de una de esas ideas araue- tipo de que Platén hablaba. A disolver este equivoco contribuiria, sin duda, el entender el templo griego como conscients evolucién, @ través de personalidades creadoras con- creas, ce unas formas arquitectonicas que se Femontan a la cultura de la Edad de Bronce, E inmediatamente se planteo el primer pro- blema pues la forma-templo, la arquiteciura griega, olvida algunas de lds formas arqui- fecténicas vigentes en tierra griega tes. Pensamos en las obras capitales de la arquitectura micénica, en el, tesoro de Atreo yen el magnifico conjunto de tumbas que se encuentran en Micenas, en la acrépolis de Tirinto. Le. conquista espacial que represen- tan se olvida, por completo, en los templos griegos y el tastro de arquitectura mic4nica que cabe encontrar en ellos es, como han sefialado casi todos los historiadores, la sa- la hipéstila det megaron. Poca ayuda nos puede prestar la historia para resolver este problemo, pues lo que ‘gcurrié en Grecia al finalizar el segundo lenio a. de J. C,, y comenzar el primero no lo sabemos y como dice Rostovizeft la clave tal vez se encuentra en fuluras excayaciones. Una explicaci6n podria proporciondrnosla el admitir que los pueblos que a través de los Bolcanes ocuparon Grecia en aquellos afios trajeron consigo nuevas formos de da, nuevas ideas religiosas, olvidando las de sus antecesores. Sin embargo Homero, en al siglo Vill. de J.C, hola de la conquista de Troya, que fue una empresa micénica, y a i NOTAS SOBRE LA ARQUITECTURA GRIEGA el ombiente orquitecténico en que se desen- ‘elven los personajes de la Ilfada y lo Odi- sea, como recuerda Lawrence, son todavia micénicos, lo que parece indicar que la tra- dicién micénica se mantenia en tempos de Homero. BPor qué entonces se abandoné en el tem- plo yen la ordenacion de las acrépolis el co- mino que habian desbrozado los ‘arquitectos de Tirinto y Micenas? 2Por qué pare los nue- ‘vos pobladores una conquista espacial como ’l tesoro de Atreo, una de las impresiones més vives que Un arquitecto recoge hoy en un viaje a Grecia, cae en el mas profundo ‘alvido, aprovechando, sin embargo, ofros elementos micénicos menos rotundos cuando fratan de dar forma al templo? Pero conviene que, antes de otfa cosa, recordemos un poco cudl era la idea que los griegos ten‘an del templo, lo que nos obliga @ exponer, si bien sea con una brevedad ex- frema, sus ideas religiosas, pues dificil seré que podemos entender el templo sin asomar- nos siquiera al complejo mundo de {a religion griega, mundo que conocemos superficial- mente y a través de versiones fantésticas, cu- yas races hay que buscar mds en_ el Romanti- cismo que en fuentes veraces. Diremos, en primer lugar, que para los ariegos los dioses, la divinidad, tenfan un sentido completamen- te diverso del que tienen pora nosotros, edu- cados segin la tradicién cristiono-europea. Tos dioses, para los grieaos, «completsban» ‘el mundo, Bruno Snell, un flldlogo alemén, en su libro ela cultura griega y los origenes de! pensamiento europeor, nos dice: «.... cuando Jos cristianos Ilegoron a Ams 1. los dioses de los indios fueron para ellos Idolos 0 de~ monios; los hebreos consideraban enemigos de Yhavé a los dioses de tos pueblos vecinos. Sin embargo, cuando Herodoto visitd Egipto, Je parecio lo. mds natural encontrar alli a ‘Apolo, Dionisio y Artemisa bajo los nombres de Horo, Osiris y Bupastis.... ¢Quién, podria decir que no cree en Afrodita, la diosa del ‘amor? Puede uno olviderla, como ha hecho Hipélito, el cazador, pero Afrodita existe. y sus efectos se hacen sentir... Para los grie- gos, le existencia se refleja en los dioses.» fos" dioses de los pueblos vecinos se identi- fican asi con los dioses griegos, que presiden el orden del cosmos, orden que el hombre acepta naturalmente, Podria decirse que para fos ariegos, en un cierto sentido, no cuenta lo sobrenatural: el cosmos, lo natural, le com= prende todo; el orden del cosmos se admite fomo hecho inmutable e incluso los dioses estan sometidos a él. La presencia de divini dades opvestas, como Apolo y Dionisio, po- dria explicarse naturclmente recordando que tn los campos tras de lo tempestad viene lo calma. Puede comprobarse, con la llfada en fa mano, como hace Snell, lo veracidad de estas afirmaciones. Hay que sefialar, sin em- bargo, que lo religiosided griega sufrié del siglo, Vill cl V cambios que se reflejan_en la pléstica; Karl Schefold, en sv libro «El arte Griego como fenémeno religioso», se ha pro- puesto como torea el hacemos ver Ia cone- Kign existente entre pensamiento y creacién pléstica, volviendo asi a posiciones criticas Que dan més valor a los contenidos que a las intuiciones estrictamente formales. Pero estos. cambios, al menos en lo que se refiere a la arquitectura, se llevan a cabo modificando Una forma-templo que responda al sentimien- to religioso de que hemos hablado. El tempo fs, pues, fa morada de la divinidad, morada ve’ presidird el. pequefio cosmos de Ia ciu- dod griega desde la acropolis. El templo re- e.g Tonerats ow apreer te cuerda a los hobitanets de la civdad-estado la presencia de lo divinidad, uno divinidad que, como hemos dicho, xcompletas al cos- mos: sin ella la vida no tendria sentido. El templo es el homenoje confinuo que la ciu- dad rinde a los dioses que la tulelan, y a me- dida que la ciudad prosper, el temolo va cobrando mayor importancia, ‘mayor relieve. Las fiestas y las procesiones griegas poco te. nian que yer con lo que hoy entendemos por cult: suponion une integration, snl €osmos, algo que inevitablemente llegaba, como las aguas en el otofo o el renacer de la vide en la primavera. No es de extrafor, Por tanto, que cuando los cristianos tienen necesidad de un templo pongan sus ojos en las basilicas cristianas y no en los templos griegos: necesitoban la ecclesia», no el tem: plo. Diremos, pues, aunque solo cea de pasa- do, que la arquitectura cristiana, heredera de la ‘iradicién romana, es una arquitectura de espacios intemos, mientras que la arquitec- fura griega es fundomentalmente una arqui- tectura de espacios externos 0, si se prefiere, ‘una arquitectura enclavada en el poisaje. Las forres de una iglesio roménica 0 de una co. tedral gotica, protegiendo el poblade que se apifia en toro a ellas, sefialan, en primer lu- gar, la presencia de un orden moral; el tem- plo ariego. supone, sin embargo, la’ presen. cia de la divinidad en el cosmos y, tratando de que esta presencia dominase por comple. 0 sus vidos, los griegos construyeron sus tem: plos en lo clto de las acrépolis Si nos hemos detenido aqui es porque esta idea de templo no se abandonard ya oun cuando el adobe de los muros se convierta # Planta de temple de Apolo en ‘ermum. | primero. de ls templos Planta Hera, en Samos. en precioso mérmol. Pero volvamos a nues- fro tema. Dos pequefios modelos de tierra cocida que se encuentran en el Museo Nacional de Ale- nas pueden ayudornos a entrever cémo eran los templos en el oscuro periodo que va del comienzo del milenio al siglo VIII. & trate de modestas cellas, de adobe, con una incipiente columnata a la manera de un porche. El te- jado de ambas es.¢ dos aguas, y el material de cubierta debe haber sido una hierba seca, tol_y como hoy vemos todavia en algunas construcciones ruroles; hay que hacer notar, sin embargo, que en la cerdmica de aquellé speed gparecen también algunas cubiertas planas. En uno de ellos el muro se curva de- finiendo un volumen absidal. Aun recono- siendo que a pocas conclusiones dan lugar estos modelos, obligado es el citarlos como punto de partida. Los primerosiemplos conocidos que merecen cieramente este nombre son un templo dedica- do a Hera, en Samos, el templo de Thermum, un femplo dedicado a Artemisa en Esparta, los templos cretenses de Prinias y Dresos y ef lla- mado «Megaron» de Selinunfe. Datarlos no es facil, y los problemas que plantea su cronolo- gia se discuten hoy todavia. Para el templo de Hera, en Samos, se habla del afio 800 a. de C,; para el de Thermum, del 650 a. de C.; en el de Artemisa, en Esparta, es dificil precisar lo fe- cha, si bien se trata de un ejemplar del glo VIII; los templos cretenses son algo poste- riores, y otro tanto cabe decir del «Megaronp, de Selinunte. En el templo de Hera, en Samos, aparece por primera vez el -pteron © ambulacro, en- contréndolo también en el dedicado a Apolo, en Thermum, que ya estaba cubierto con tejas, hecho que conviene destacar y del que habla- remos més tarde, pues el tejado contribuiré decisivamente a configurar el templo. Los otros, sin embargo, no tienen -pteron y podriames encuadrarlos, tal vez con algunas feservas, dentro de lo que Vitruvio llamaba femplos «in anfiss: los pequefios modelos de terracota de que antes hoblamos eran templos de este tipo. Se nos permitiré. recordar | que de los templos da Vitruvio, quien comienzo ‘agrupandolos segin el tipo de columnata que {ot todecs despues, dando ya como admitide la presencia de la columnata, los clasifica en funcién del ndmero de columnas que presen- ton en fachada y, por ilfimo, estableciendo una refacién entre el didmetro de la columna en la base y la altura de la misma. Parece, por tanto, desprenderse de una tal closifico- £i6n que Vitruvio admitia una evolucién mor- fologica que nos lleva de una menor a una mayer complejided. Sin emborgo, el hecho de que el -pteron aparezca en un templo ten pri- merizo como el templo de Hera, en Samos, nos obliga a poner én duda la validez de un criterio exclusivamente evolutivo al estudiar la fipologia de los templos. En clave estrictamente racionalista el -pte- ron estaria plenamente justificado: se trata tan s6lo de un elemento que protege los muros de adobe, pero no creo que tal_explic enteramente, satisfactoria. Quizé quepa ex carlo entendiendo el templo como presencia iento religioso en el paisaje: el -pte- ron contribuye definitivamente a la expresi dad del yolumen de! templo, subrayando, con lo supertluo, el homenaje que se rinde a la divinidad. Cabria tambien una interpretacién simbélico-seméntica de la columna, converti- da en emblema de lo sagrado: el -pteron per- mitiria en lo sucesivo una clara distincién en- tre la vivienda de los hombres y la morada de la divinidad; en busca de una forma perfecta, como correspondia ¢ la divinided, e! -pteron, al hacernos olvidar los elementos singulares, dando al templo une pluriequivalencia visual, supondrfa una notable conquista. Otra.justi- ficacién lo encontrariamos haciendo coincidir Ja aparicion del -pteron con la mayor impor- fancia, en lo que a dimensiones se refiere, del templo; a corroborer esta opinién podria con- bir el hecho de que, en el futuro, los tem- los «cin antis» los encontremos tan sélo en Construcciones. de pequefics dimensiones, como tesoros y pequefios templos votivos. Conviene también destacar las dimensiones del templo de Hera, en Samos, un templo de dimensiones notables, ya que su pédium me- dia unos treinfa metros de largo y unos diez de oncho; tal vez hayan sido consideraciones de orden psicolégico, el ndmero de pasos, ni muchos ni pocos, que el devoto debfa recorrer hasta clcanzar la imagen de la divinidad, las que han empujado al arquitecio a tales pro- porciones, Con el correr de los affos esta preo- ‘cupacién se olvida, las proporciones del tem- plo evolucionan hasta convertirse en un tolos. No podemos pasar por alto, por otra parte, la oporicion de las tejas en la cubierta del temple de Apolo, en Thermum, si bien, como dice Lawrence, no se irate de un ejemplar des- tacado. El hecho tuvo fundamental imporian- cio, contribuyendo definitivamente @ configu- far el templo, pues el mayor peso obligd a los constructores @ pensar en otras estructuras, re- gularizando el trazado y dando pie a lo apa- Ficién del frontén, en el que, en lo sucesivo, se pondré de manifiesto el talento y la geniali- Sad de los escultores griegos, El front6n, como ya seficlé Plinio, puede explicarse, pues, ra- Zionelmente, y lo encontramos plenamente de- finido en los templos construidos en piedra, de los que hablaremos ahora. Parece ser que fos griegos comenzaron « labrar la piedra es- cuiptendo imagenes de los dioses y constru- yendo templos en la segunda mitad del si- Blo Vil a. de J. C. Desgraciadamente no hen Quedado restos suficientes para reconstruir con fexactitud el aspecto de un templo anterior al 600 a. de J. C, fecha en que comienzan a ‘parecer los templos déricos. Para explicar lo repentina aparicién de una forma arquitecténica ton rotunda como el femplo griego los arquedlogos, baséndose en las representaciones que de los templos nos proporciona la cerdmica, han pensado que el Femplo dético nacié como traduccién en pie- dra de un modelo anterior, concebido estruc- juralmente en madera. A confirmar esta tesis conttibuye, con no poca fuerza, la propia morfologia dérica: dificil seria de otro modo justificar el nacimiento. de los triglifos, la apa- ficién de los gotas, el sentido que el capitel fiene; [a traduecién permite, sin embargo, ver en los triglfos las festas de las vigas de ma a del techo, en las gotas los pasadores, en los capiteles las zapatas, Pero esta tesis tradicional, sugestiva y clara, no resuelve muchos de los ‘aspectos formales del templo griego. Si, como deciamos ol principio, intentamos «a través de un breve recordatorio de lo que ha sido la evolucién del templo griego, des- montar el cliché que de lo griego tenemos, a mritir que el templo dérico es hijo de una for- mo anterior mucho mds madesta podria bas~ farnos e incluso, si ereyésemos con fe ciega en Jos principios que hey damos por buenos, lle- garlamos a ia conclusién, superficial cuanto abe, de que el templo dérico era una forma arquitecténica poco natural, arfificiosa. Asi, pues, la admisién de un tal nacimiento, sin formular algunas aclaraciones, nos obliga- ria a renunciar @ una interpretacion més posi- fiva. En primer lugar diremos que los motivos {gue empujaron a los griegos @_ un paso, tan decisivo debieron ser de muy diversa indole. No pocos historiadores hablan de una influen- cia egipcia, influencia, al margen de los posi- bles paraletos formales, mds que probable da- dos les relaciones comérciales existentes entre ambos pueblos; pero tal decisién, que coinci- n de con una época de enorme vitalidad econé- mica y social en Grecia, no puede achacarse, exclusivamente, 0 una influencia exterior. En un periodo, por tanto, floreciente, en el que el pensomiento griego ‘comienza @ plantearse problemas que los fildsofos de Occidente no olvidarén en lo sucesivo y en el que la técnica, sin duda, habja comenzado a desarroliarse, el paso del adobe a la piedra en la construc: cién de los templos debi6 suponer para los griegos una autoafirmacién més y un estimulo @ continuar el camino emprendido. 2Pero qué sentido tiene entonces la tradue- cién de que nos hablan los arqueslogos? En el templo griego (ciguiendo en esto una fradicion critica que va de Viollet-le-Duc o Louis Kahn) uno de los primeros principios es el orden, orden que va estructurando y dando forma a todo el templo, del nédium a las acrd- eras. Pues bien, eso imperiosa necesidad de orden, 0 de armonia si se prefiere, que en- contramos en la médula de Ia pléstica griega no podria plantearse con vigor sin un pretexto formal que vitalizase Ia piedra, Entonces es cuando el arquitecto, falto de una motivacion constructiva, que hubiese resuelto no pocos de sus problemas formoles como ocu tarde, en la arquitectura aético, se si conterior experiencia constructiva en madera, No 6, por tanto, si iene sentido el hablar de traduccién: el templo dérico nace en piedra; ‘! crauitecto ariego se inspira, tel vez, en for- mas hiias de una estructura en madera, pero el templo dérico, su obra. tiene ya poco ave yer con sus predecesores. Es en la piedra don- de el arquitecto griego deia constancia de su yoluntad de orden, de crmonfa, de su deseo de llegar al uno, dé su afén de perfeccion, de belleza. La arquitectura se convierte casi en ontologia; el temple es lo més hermoso. que el hombre puede ofrecer a la divinidad: en el templo el hombre ha dominado el caos, ha sido, copaz de construir un pequefio cosmos, de definir un orden. Por otra parte que el orden seo, en ditima instancia, la ratz y la médula de un templo dérico no debe extratarnos, Solén en aque- los aos ordena, legislando con rectitud casi legendaria, la sociedad ateniense. Pitégoras, poco mds tarde, tratard de encontrar Ia razon de ser del universo en los numeros. El erqui- et Planta del templo de Apolo, en Corinto, ecto procuraba llegar a la perfeccién, a la plenitud de la forma mediante el orden. Pero no deben entenderse las palabras anteriores estrictamente como si al orden se debiese tan s6lo lo radiante belieza del templo griego; si hablamos de orden es simplemente porque puede ayudarnos @ penetrar en la forma tem- plo. Sin embargo, cl hablor del templo ariego, uno siente la pobreza de las palabras, fa fal- ta de rigor de las expresiones, écémo llegar 0 expresar todo lo, que sianifiea un templo grio- 90? ILa presencia, el contacto directo con la, ‘obra, elimina tantos circunloquios! Pero continuemos. Suponiendo que los pri- mergs temolos en piedra aparezcan en la se- gunda mitad del siglo VII, la forma templo recorre un larguisimo camino en el breve pla- zo de un siglo, pues a mediados del siglo VI (como lo cemuestran los templos de las civda- des coloniales de la Magna Grecia) el templo ha alcanzado ya la forma-cliché a que nos re- feriamos a] comenzar este articulo. El larao camino recorride nos habla, pues, de una vi talided sorprendente, de una capacidad de renovacién insospechada, de un consumo for- mal ave nada tiene que envidiar al de nves- tros dias. iQué trabaio el del arquitecto hasta dotar de sentido pldstico a unas formas hiias de otra estructura! El proceso, para nuestra desgracia, no lo conocemos; pero iaué interés encerraria estudiar el desarrollo formal de esta traduccién! ¢Habré sido una lenta susti- tucién de elementos la que ha dado lugar o este fésil maravilloso? o étal vez el genio de un arquitecto, como Ia critica parece hoy ad- itir cuando se habla del nacimiento de la ar- quitectura aética, ha sido capaz de intuir lo nueva forma definiendo el dibujo y las dimen- siones de! orden dérico? Si tomamos un elemento primordial en el templo, la columna, y vemos brevemente cuél ha sido su evolucién a través de los afios, nos encontromos con que la relacién existente en- fre el diémetro de lo columna en la base y sv altura varia de una extrafia manera: comienza en el primer templo de Atenec Pronaia, en Delfos, siendo de 6 34, para pasar a ser pronto del orden de 4 34, como en el temolo de Apo- lo, en Corinto, creciendo mas tarde, hasta al- canzar 554 en el Partenén, para convertirse en 6 4 en el nuevo templo de Atenea Pranaia, terminando, en pleno periodo helenistico, con relaciones que von mds alld de 7. Qué quiere decir esto? Si inferpretdsemos el fenémeno en clave es- trictamente racionalista podria explicarse de la siguiente manera: el arquitecto, al traducir @n pjedra la estructura en madera, comienza dando a la columna la dimensién que, més o menos, le correspondia en ésta, pasando mds tarde, tal vez por falta de costumbre en el mensionar la piedra, a secciones més robustas ora recuperar, pocd a poco, la realidad cons. fructiva que alcanzo, par ultimo, en el periodo helenistico. Pero !a explicacién no convence y nos ve- mos inclinados a reconocer Ja presencia de componentes ajenas ol racionalismo en el tra- Zado de los templos; dicho de otro modo, nos inclinamos a creer que la forma templo se ha medelado.voluntaria y consclentemente, en- tendiéndolo asi el robustecimiento de las co- Jumnas déricas se deberia a un deseo, o una Yolunfed expresa del arqutecto, quion hacién- dose eco de las necesidades formales de una sociedad vigorosa y en pleno desarrollo, des- mesura los volimenes hasta convertir el tem- plo en obra ciclopea, digna de los dioses. El Contenido figurative de los frontones de los templos, en los que los dioses libran sus slti- mas batallas con los gigantes, parece dar una cierta probabilidad a esta hipdtesis. Diriase Templo de Hera en Oli Columna del templo viejo de Athe- ronal, en Delphi que chore que la arquitectura griega se siente capaz de llegar a la forma, el templo expresa poderosa y alegremente esta capacidad. Sea cucl vase el proceso el hecho es que col comenzar el siglo VI se construyen una ser de templos en los que las formas déricas estén ya plenamente definidas y de los cuales el mas ‘antiguo parece haber sido el templo dedicado ‘a Artemizo, en Corcira (680 0. de J. C.); el tem- plo de Corcira es un ejemplar octéstilo muy inferesante en todos sus aspectos formales, y al lector deberé analizarlo cuidadosamente $i desea penetrar en la imagen de los templos cldsicos arcaicos. Subrayaremos, sobre todo, la decoracién, muchas veces resuelta con te- rracotas; puede ayudornos la enorme distan- cia que media entre la estatuaria del Partenon 12. de| fronton del templo de Corcira est lecer las diferencias existentes entre la anqui- tectyra de uno y otro templo. Tras del tomplo de Corcira obligado es hablar del de Hera, en Olimpia, del que hoy poco podrd gozat el viojero, pues apenas si quedan en pie un par de columnas; tol ver se llevose a cabo en é el proceso de fosilizacién de que hablamos, pues hay testimonios que dejan entrever Ia presencia de elementos de madera en el fem- plo y pueden distinguirse los restos de otros dos templos anteriores, Posteriores son, sin embargo, los templos dedicados a Apolo, en Corinto, del que queda en pie un éngulo que a Templo de Neptuno, en Neptuno, Planta dol templo de we impresiona, y el también dedicado, a Apolo pr Dele debicocs ia generosidad de una fa- mnilia, los Alemaeonidas, y en el que hay que destacar el empleo, si bien parcialmente, de marmol. Durante el siglo VI, época especialmente floreciente para las colonias, se construyeron la mayor parle de los templos de Sicilia. y del. sur de Italic. En algunos templos de Si- ‘cilia —C, F-y G, de Selinunte, templo de Apolo en Siracuso— cabria destacar la trans- formacién que ha sufrido lo planta, dupli- edndose las columnas en fachada, con lo que se enriquece notablemente e! -pteron; la cella es, por lo general, larga y estrecho: el espacio interno debia ser impresionante, dra- matico, En el sur de Italia, sin embargo, los templos parecen conformarse mds a Ia tipo- logia arcaica e incluso en alguno de los tem- plos de Paestum, en el llamado la Basilica, se conservan una hilera de columnas en el cen- tro de la cella, como ocuria en el viejo tem- plo de Hera en Samos; en la Basflica hay que seialar, también, el nimero de columnas de purring 10 pnts la fachada, nueve, némero que supone una Slertacnomalio, pues los arguitectos del do. rico se han decidido, como hemos visto, por femplos exdstilos v octistilos, que dejan libre visvalmente, la puerta de entrada, desde la ue, a menudo, se entreveria la estatua de la livinidad. No debe creerse que los templos de Sicilia y_del sur de Italia son obras menores, provin- Giales. Se trata de obras fundamentales para el conocimiento del templo dorico pre-clésico, tan fundamentales como los que ya hemos ci- tado en tierra griega. Los templos de Sicilia y del sur de Italia son, hoy, para nosotros, en medio de un palsaje agricole, una vision fan- ‘Gstica que nos impresiona y nos subyuga, que nos hace sentir fa fuerza de toda una cultora que atin no ha llegado a su cénit, pero que intuye ya cud! va a ser su meta, Si_se nos permitiese una expresién a lo Wélfflin dirfamos que en los templos doricos de Paestum se siente, se vive, el problema de la arquitectura clésica, el peso, la masa, que levantada en vilo por el ejército de columnas, ’ , } b Columnas de la llamada, Basilica, fondo, el templo ‘de. Noptuno. que s2 multiplican con el juego de luces y de sombras de las estrias, se ordena, mediante friglfos y metopas, en el poderoso entable- mento, cuya imagen completan los frontones, dlaray sencillamente definidos por la cubierta. Por olra parte el tiempo ha dejaco en ellos lo huella de su paso, descarnando la arenis- a, que da la impresion de combatir fieramen- fo alos elementos: parece como si el tiempo no pudiese con ellos, enorgulleciéndose los hombres de su obra, A El nyevo paso adelonie coincide con el em pleo de un nuevo material en la construccion de los templos: el mérmol. : 'A pesor ce quo la piedra arenisca se estu- cobo'y al femplo, como es bien sabido, daba entrada al color. que diferenciaba los diver- Sor elementos del orden, el arquitecto griego Aecesitaba de un material que permitiese un Corte preciso, en el que dibujar con limpieza todos y cada uno de los detalles. ‘Unc’ de los impresiones més fuertes que recibe en Grecia es la luz; la luz griega define el paisaje con una nitidez sorprenden- te. El arquitecto griego buscaba un material en el que la luz dibujase, minuciosamente, los més pequefios pormenores; ese material fue el marmol. En el mérmol el iemplo dérico terminard gloriosamente su carrera. La primera vez que sre eramos el marmol es en al Tesora de los ‘Atenienses en Delfos, construido pocos ofios ‘antes de comenzar el siglo V. Mds tarde el Partenén y el Teseion, en Atenas, el templo de Apolo, en Delos, y el dedicado a. Posei- dén, en Sounién, se construyen también en marmol. Sin duda se trataba de templos cons- truidos sin escatimar medios, pues en ciuda- des menos poderosas se segvian construyen- do templos con materiales més modestos. "Asi ocurre en Egina, donde a principios del siglo V'se levania un templo hermostsimo, hoy bien restauredo y que, sin duda, impresiona~ 14 al vigjero, pues se encuentra emplazado ‘en lo més alto de un pequefio cerro, desde el que se domina el mar. el complejo poise ue define el litoral griego. El templo mereco, Gdemés, la atencién del estudioso, pues pue- % de decirse que en él se concentra y define la forma templo. Quisigramos que el lector ad- Virtiese lo importancia que en la cella tendria la doble hilera de columnas, que ya hemos encontrado en el templo de Apolo, en Corin- to, y en el templo G de Selinunte y que daria lugar a un complejo espacio. Lo cella en esta épeca cobra mds importancia y sus dimensio- nes sufren_un cambio, decisivo, perdiendo equella longitudinclidad de que habldbamos ‘en los templos déricos arceicos. Sin duda con Ja importancia de la cella, ereceria la de lo imagen de la divinidad qve llego a su apo- geo en la estatua criselefantina de Palas Ate Neo, que se enconiraba en el Partenén. Otro templo digno de ser citado, y en el que el mérmol se empled en la escultura, pero no como material de construccién, es ef templo de Zeus en Olimpia, debido al arquitecto Li- bon de Elis (de chora en adelante podremos dar a yeces el nombre de los arquitectos res. Ponsables del trazado de los templos) y dei que se conservan en el museo los frontones y algunas metopas, asombroso conjunto que he dado pie a frecuentes, dscusiones ene los arqueclogos, que no acaban de ponerse de acuerdo ni en la cronologia, ni en la perso- nalidad del autor. Hoy el vigjero encventra el templo completamente arruinado; los te- rremotos y las repetidas invasiones que han ezolado el recinto sagrado de Olimpia, han ransformado por completo el paisaje y los terrenos cultivados, ocultan y enmascaran las ruinas que los arquedlogos alemanes descu- bren y cuidan con esmero. iQué diverso debié ser Olimpia en sus pe- rlodos de esplendor, cuando se celebrabon en ella aquellos juegos olimpicos que hoy debemos evacor leyendo a Pindaro! Impresio- na en Grecia el estado en que se encuentran los lugares sagrados: Delfos es un villorrio profanado diariamente por millares de turis- fas para quienes las companias y agencias de viaje han construido hoteles y restaurantes sin el menor respeto para con el paisaje; Eleus!s es un erial en el que los humos de un fabrica de cemento se hacen sentir, empolvando los fuinas y malogrando las plantas; tal vez sea (Olimpia el que conserva un aspecto mas plo- entero: las ruings se levantan timidamente en medio de los campos cultivados, entre vie jias y pinos, Del femplo de Bassae hablaremos mds tare de cuando nos hayomos encontrado con la fortisima personalidad de Ictinos. Terminemos citando otros dos templos del siglo V construidos con materiales locales, greniscas de origen marino, para ocuparnos después de los templos construidos en mar- mol que, como ya hemos dicho, sefialan el pogeo. del dérico; estos templos son el tem- Pl plo de Neptuno en Paestum El templo de Zeus Olimpico en Agrigento, que no legs a terminarse nunca, es la mayor ventura constructiva en que se emboreé la arquitectura griega. Su colosalismo sélo es explicable en clave manieristica y en realidad fo sé si deberiamos hablar de él, en estas pa- ginas dedicedas cl templo dérico, pues si bien esté concebido a la manera dorica, no se trata de un templo dérico, sino de une crea- cién fantdstico, colosal, en’la que lo delicade- 2a y la precisi6n dal dérico poco cuentan. Es una obra que anuncia lo que serd el helenis- mo y en la que admiramos, sobre todo, la capacidad técnica que supone, Quedard’ sin duda el viajero sorprendido cuando se en- cuentre ante la enorme plataforma (52,74 me. tros por 110,09), en la que debia levantarse quella enorme masa cerrada y en la que las columnas déricas adosadas, nos recuerdan aquellos érdenes giganies que Miguel Angel usard siglos después para vitalizar su pesada arquitectura; los restos de triglifos y los tam. bores asustarfan hoy al constructor que de- biera Tevantarlos, El templo de. Agrigento yuelve una vez més a plantear un problema exiremamente interesante: con frecuencia ob- servamos que en las épocas de decadencia (llamémosias ‘asi por enfendernas) el hecho écnico es mds complejo, si bien se hayan ol- vidado los primores eslilisticos; la observa: cién me parece valida en todo él periodo he. lenistico, en la arquitectura tardo-romona y en el barroco, El femplo de Neptuno, en Paestum, un tem- plo exéslilo con catorce columnas laterales, lo de Zeus Olimpico en Agrigento y el tem- oO a ae A le ee, | he aE a fe I era el homenaje que los hombres rendian a su dios protector, dedicéndole el lugar més destacado. El templo terminabo y completa- ba el paisaje, como ocurre en Sounion, donde aquel paisaje impresionante, en el que los montofias acobon por hundirse en las aguas del Egeo, se modifica en virtud de un peque- Fro acento, del templo. Zeyi ha subrayado el valor del espacio que media entre lo cella y las columnas, y aun cvando esto no justifica un entendimiento del templo en clave, exclusivamente espacial, es preciso darle la razén; el pcisaie desde el femplo debia sobreconer, realmente era en- fonces cuando se tomaba a conciencia de es- tar cercanos a la divinidad, Ueaamos nor fin al Partenén, a la Acrén0- lis. Los temores aue confesshamos al comen- zara escribir estas modestas notas vuelven de nuevo. 8Cémo atreverse a ofrontar un te- ma cule cuenta con una bibliaarafia ton co- piosa? 2Cémo ser capoces de transr a quien lea estas lineas alao de la emocién que, indudablemente, se siente ol encont s0 entre aquellas, justamente, veneradas rui- nas? Diré, sin rodeos, aure me limitaré a plan- tear alqunos de los problemas que proponen el Portenén y In Acréoolis, problemes que més de una vez hon sido puestos de gue serén por tanto nara quien me siaa, no un descubrimiento, simplemente un recorda- torio, Asi, pues, el primer problema con que nos encontramas nos lo propone el trazada de la Acrépolis, y tal vez Ins conclusiones a ave Meguemos sean anlicables a mds de uro de los recintos sasrados, pues no pocos estabon concebidos en funcidn de idénticos principios. Sorprende a quien Ileaa nor primerc vez a la Acrépolis, la libertad con ave los temolos estin emplazados. entendiendo por libertad simplemente, Ia falta de un claro esavema or- togonal que los situe. Nuestra sororesa co- mienza con el acceso, con la escalinata ziq- zaaiieante que da paso a los Propileos, acos- tumbrados como estamos, sducados en la tradicién urbanistica europea, ove arranca del Renacimiento, a los ejes y a In persoecti- va. El problema no esté claro y los araued- Jogos que se han ocunedo de la Acrépolis no siemnre estén concordes cuando trotan de dar forma, en sus hipotéticas reconstruccio- nes, @ dicha escalinata. Pero un acceso mds o menos irreqular no tendria importancia si la incégnita plonteada se resolviese en el recinto; sin embargo, lejos de resolverse la incégnita se plantea con ma- yor fuerza. ¢Cémo unos hombres que eran copaces de resolver nos problemas de or- den, ave entran de Ileno en el reino de la aritmetica, sin que esto suponge menospr cio de lo plistico, olvideban su moestria cuando trataban de ordenar una estructu- ra urbanistica compleja, una Acrépolis? Sin duda no se trataba de un olvido, sino de una expresa voluntad de un orden diverso, no-eu- clidiano, empleando la nomenclatura pro- puesta por Moya en su discurso de ingreso en la Academia de Bellas Artes. Tol vez pudiese ayudarnos a penetrar en esta idea urbai ea de que los griegos hacen gala an el traza- do de los recintos sogrados, 2! entender los templos como obietos, como formas cerradas, plenamente dafinidas, que los ojos de! espec- tador descubririon al caminar y a los que lo singular de su posici6n haria reforzar aque- Ilo su eobietividads. Esta miltiple contemolarién aue el arau fecto qrieqo nronone al observador ha sido puesta de monifiesto, con claridad, por A. Choisy. y a confirmar esta oninién nodria contribuir incluso el emplazamiento del Par- fendn, ane obligaba al espectador, como ex bien sahido, a recorrer un larao camino si aver'a llegar ante In estatua de Atenea, de manera ave el templo cobraba ante sus ojos perfiles bien diversos. Podfamos decir, en ciet 40 modo, que los templos y lo: tesoros. los santuarios y las iméaanes de la divinidad, definfan wn nequefio firmamento al que no faltaba el orden, como. no falta tomooco el orden en ta béveda celeste. si bien nos va- rezca ave estrellas y consteinciones salpican los finiablas sin ajustarse a él. La libertad. nor vitimo, podrfa iustficarse en clove historicista, afirmando que un eshi- dio ane sioviese naso a paso lo vida de ta Acrénolis, desde los oscuros fiempos en aie fue, ciudadela micénica a nuestros dias, per- mifiria exolicar Jas sinaulares alineaciones, la comoleiidad de las alfimetries. las anomalfas de lo planta. sin necesidad de caer an suno- siciones e hipétesis més o menos arbitrarias. El pronio trazado del Partenén podria expli- carse de este modo, Pero sea. cual fuese el principio ordenador ave los arieaos siauieron en la Acrénolis, ef hecho es ave el descubrimiento del Partenén. ave el viaiero hacia, tras de cruzar ta hete- radoxa mole de los Provileos, debfa. imore- sionarle ol menos tanto como a nosotros. Gierto ave Iq Acrépolis oresentaria un as- ecto bien diverso cuando en su época de plenitud santuarios, iméaenes v templos com- petian formalmente buscando la atencién de los devotos. Pero la mole enorme de aquel templo, con aauel su color y con el vigor de los frontones, debio, sin duda, cnutivor a los olenienses que se sentian orqullosos de la ‘obra aye hablan sido capaces de llevar a cabo, sin lamentarse por los tremendos gas- os ave habia llevade consigo. Antes de sequir adelante, queria destacar dos hechos ave me parecen especialmente in- feresantes. El primero es que, tras el Partenén hay, ofortunadamente, el nombre de un ar- avitecto. Ictinos, @ quien debe atribuirse la obra, E! seaundo se refiere o Ia cnlaboracién aue le prest6 un artista genial, Fidos, tal vez el mds arande de los que ha dado Ia cultura occidental, Que tras el Partenén haya un arquitecto oyuda decisivomente a echor por tierra la opinion de aquellos que quieren hacer de lo { ot Planta de le Acrépolis de Atenas. EARLY 5710 ‘me J. - erInus's mRoyeer + x Ae aon ‘arquitecturo un mecdnico reficjo de la estruc- jura de la sociedad, sin contar con la presen- cia de un creador, que es quien, en ditima instancia, es responsable de la obra. El con- far con ‘un arquitecto concreto nos ayuda también a desmontar el cliché, el mito, que haco de lo griego,el reine de lo canonic, La personalidad de Ictinos mereceria algo més que un pequefio comentario. Su capaci- dad y sus conocimientos estén puestos de re- lieve en el Partenén, en el que los estudiosos han encontrado fantas sutilezas, tanta sabi- durio, que la obra se creyese diving si de su existencia nada supiéramos. No me detengo en citar uno. por uno todos los efectos épticos que el arquitecto ha tenido en cuenta al di- bujar el templo, pues supongo que el lector ya los conace, y si esté interesado en el tema puede encontrar excelentes. publicaciones. La perfecci6n constructiva, el rigor, por ejemplo, con que se colocaban los tambores, nos asom- bra. Sin duda, Ictinos, si bien recogiese la ex- periencia de una sabia iradicién constructiva, era un hombre de un talento genial. Si nos defenemos a observar la planta, el talento del save rit century arquitecto y el conocimiento que te resultados © que se habla llegado en otros templos vuelve a ponerse de manifiesto. En el Partenén, y no en vano debio al- bergar a Pallas Atenea, la cella cobra une tal importencie que obliga al erquitecto a huir del modelo exéstilo; el Partenén es un tem- plo octastilo con diecisiete columnas laterales. Dirfase que los elementos del orden, al cu- mentar el némero de las columnas, cobron mayor importancia, indudablemente el devo- to, que forzosamente debia ver el Partenén desde puntos de vista muy diversos, puesto gus cl cso o la cela estobo| més dlstante le los Propileos que la puerta del opisthodo- mos se senfiria vivamente impresionedo ante quella compleja estructura. Uno a uno, to- dos los elementos del Partendn, del podium @ la cubierta, merecerian un anélisis. Es una verdadera léstima que el libro que, segin lo fradicion, Ietinos escribio acerca dei Partenén se haya perdido. Pero el talento de Ictinos se manifests también en otras obras de no menor impor- tancis, como el templo de Bassae (que se debe a él si hemos de creer a Pavsonias) y el Telesterium de Eleusis. Se nos permitird una pequehisima lusién a ambas obras, si bien sea salirse del tema, pero nos ayudard, sin dude, a completar un poco el perfil de arquitecto ton destacado. El templo de Apolo en Bassce es un extra- fio ejemplar, bien conservado en una zona rural que se encuentra en el corazén del Pe- loponeso, al sur de Olimpia, Lo planta llamaré en seguida la atencién del iector, pues encon- trard en ella anomalias que siguen siendo hoy un enigma para los arquedlogos. Por una parte el templo tiene cilgo de la vieja mane- ra (se trata de un ejemplar exdstilo con quin- ce columnas laterales), por olra el acceso a Ta cella, las columnos adosadas, que recuer- dan los futuros conirafuertes y' la columna central que, coronada por un capitel corin- fio, el mas antigue que conocemos, rompe la unidad espacial de la cella, suponen atrevi- mientos que un arquitecto podia petmitirse en un ambiente provincial, no en Atenas. El tem- plo de Bassae es, pues, extremadamente inte- Fesante, y el viajero que llegue ante él no se sentira ‘defraudado tras el penoso viaje. El otro edificio atribuido a Ictinos es el Te- lesterium, en Elousis, es decir, el lugar donde se reunian los iniciados en los misterios eleu- sinos. El edificio nos interesa en cuanto que se trata de uno de los pocos ejemplos de ar- quitectura concebida en funcion del espacio inferno que encontramos en la Grecia clé- sica, La planta se tee con facilidad, si bien se adiving en ella el comienzo de un compromiso entre la columnata y el espacio interior, com- promiso, ave mas tarde encontraremos con ecuencia en la arquitectura romana. Des- graciadamente el estado en que hoy se en- cuentra el Telesterium no nos permite formu- lar un juicio, y cualquier comentario entra en el campo de las conjeturas. Con lo dicho se comprenderd 1a categoria de un arquitecto como Iclinos, quien en el Portendn estuvo ‘ayudado por otro arquitecto de gran talento, Chiicrates? a quien se atrbuye ef pequefio y delicioso templo de la Niké Aptera. La pre- sencia de arquitectos, al que tras de cada obra hoya un arquitetto, nos ayuda a enjv ciar debidomente la arquitectura griega, sin caer en un error tipolégico que nos levaria © enfender el femplo como el desarrollo de una forma intuida, conseguida sin esfuerzo; los hechos, sin embargo, parecen afirmar lo contrario. Pero no podriamos hablar de Ictinos olvi dando el trabajo de un arlisia genial: Fidias. ‘Afortunadamente la obra de Fidias no necesi- ta de apologias y hasta me atreverfa a decir ue ests por encima de cular iio eco reo firmemente que c quienquiera que lleqve tuna imagen de la procesion de los Panateneas © de las rotundas figuras del frontén del Par- tenon sentird la presencia de la obra de arte, el aliento de un genuino artista, Nos interesa, sin embargo, subrayar de qué manera el trabajo del escultor se incorpora a la arquitectura, posondo a ser elemento funda- mental que de ningun modo puede ser olvi- dodo. Si debisramos limitarnos a una férmula diriamos que la escultura ocupa en los templos él lugar preciso, Nunca una figura destruye el perfil de una moldura, el significado de un elemento constructivo: las caridtides podrian entenderse como tremendas paradojas. La es- cultura no ocups, por tanto, aquellos lugares a. que nos tiene icostumbrados el romanico y el gotico; ocupe, sin embargo, otros secunda- Tios en los que él orden pierde su preponde- rancia. Asi ocurre en los frontones que se con- Vierten en auténficas obras de arte en las que e| escultor lleva a cabo su trabajo con entera libertad; no son muy diversos en cuanto a pro- porcién el fronton del templo de Zeus, en Olimpia, y el Partenén, sin embargo. iQué di- versa concepcion de Ia figural Otro tanto, po- drfamos decir de las metopas y de los frisos. A menudo se oye comentar que la escultura perdfa valor «in situs; no creo que deba ha; erse caso de tales ofirmaciones. Si hoy al Partenén es hermoso, icudnto mds lo debié ser en todo su esplendor, cuando las potentes figuras de Fidias recordaban o los hombres Jas hazaiias de los dioses desde lo alto de los frontones y cuando entre jas columnas adivi- ndsemos en torno a la cella el delicado dibu- jo del friso, que conmemoraba la procesién de las Pancteneas! Lo escultura, por tonto, pudo vivir libre, ale- e y confiada en el momento de esplendor de [a arquitectura griega, sin limitaciones, sin alardes expresivos; la arquitectura, justo es re- conocerlo, no sufrié.el mds ligaro’ menoscabo con la presencia de la escultura; vivieron, pues, en perfecta armonia sin que la una de- pendiese de Ia otra; el problema, tan debati- do hace unos afios de la integracién de los ‘artes en Ja arquitectura, no se planiecba en ‘aquellos tiempos: estaba resuelto. ‘Quisiera también sefialar un hecho que, a mi entender, es profundamente aleccionador dica, mejor que ningin otro, la extraordi~ naria vitalidad de Atenas en el siglo V antes de Jesucristo. Es el siguiente: quien se acerca a la Acré- lis pronto da como admitido, y hasta le liega @ parecer lo més natural, que frente a la serena belleza del Partenén se levante otro pequefio templo que, sin embargo, propone Una visién del espacio, de la arquitectura, de la vida, en una palabra, radicolmente opues- ta; me refiero, claro esté, al Erecleion, Cuando $2 piensa que entre los'dos median tan s6le flgo més de veinte afios uno queda sorpren- dido, aturdido por aquel consumo formal de que ya hemos hablado y que nos hace recupe- rar Una idea del arte griego bien distante de equella estatica, inmutable, a la que los ma- nuales y los prejuicios nos han acostumbrado.. Diriase que el Partendn es el canto del cisne de la arquitectura dérica que escribe en la ‘Acrépolis la dima y,més hermosa de aie pé= ginas. Poco mds tarde el arquitecto de! Erec- Yeion echard por tierra todos los principios que Ictinos ha tan rotundamente planteado aquella forma cerrada que era el templo déri- co se romperd, se quebrard, en busca de una poética més a la medida del hombre, como diria Protégoras, pero ya lejos de aquel alier to de divinidad, de aquella sublime tranquili- dad religiosa que respiraba la cultura griega en aquellos dias en que no conacfa fe, Revie: tud en la fe. No olvidemos que poco falta para que a Sécrates se le condene

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