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Muchos de notte pensamos que 2 diferenc MM. as imanidades, la ciencia es la responsable de la transforma 4n de nuestro mundo, de nuestro modo de vida. En cam 2, para este sabio humanista que fue Exwin Schrisdinger, remio Nobel de Fisiea en 1933,la ciencia no se diferencia + absoluto de otras disciplinas que contribuyen igualmente desarrollo de nuestro conocimiento, como la filosofia, la storia 0 la geografia, alas que ja nadie se le ocurriria atri ir, como nica finalidad, la mejora de las condiciones de la siedad humana! Schrddinger no solo nos recuerda que hay mncias tan ajenas a Ia sociedad como la sismologia o Ia astro: a, sino que cuestiona la idea de que la felicidad de la raza mana s6lo provenga de los adelantos tecnolégicos que la rncia aporta, @Para qué sirve, entonces, la ciencia? Su respuesta es tajan. «La finalidad de la ciencia, y su valor, son los mismos que s de cualquier otra rama del conocimiento humano, Nin “sna de ellas por sf sola tiene finalidad y valor. S6lo tos ti -2a todas a la vee», Y es que, segiin nuestro sabio, por enci 2 de cualquier otra cosa debemos'permanecer fieles a la “seflanza del dios délfico: «Conécetela ti mismo». Este pen: riento es el que rige este breve y stistancioso ensayo, refle ines que Erwin Schréndiger expuso en febrero de 1950 en + atro conferencias patrocinadas por el Dublin Institute de @ dios Superiores de la University College de Dublin, bajo el i ilo de «La ciencia como parte integrante del humanismo». rss CIENCIA Y HUMANISMO Erwin Schrédinger ll Jin Schrédinger 2 SQURS I 7236 | LIBROS PARA PENSAR LA CIENCIA BROWNS, sence ond tamer ) ene ronals oe ret eon wane Lue ¢ ediion ca Espana: mayo de 1985 1 eimpreson en Meson: eiembre de 1938, © 1981 bythe Syne Press the Unies of Cmte” ° © de a tradaccgn: Francisco Martin, 1985 Disc dela colecion Guillemot Navares Reservar tor lor derechos de esta icin pra (O'Tusquete Eaitores Mexico, SA. de CV. azar Allan Pos 91 16h, Polanco, Mesico, DE ‘TL OM sab Fa Sat S852 ISBN: 87225-9705 (Espana) ISBN: 988-7725645 (Meso) Fotocompoucion Foinsa Pasetge Gano 3-13, (5013. Barcelona, Espana Inmpresion Lioaite, Sade CN, ‘Sm rares Atte SLA SES10, Estado de México Inmpreso en Mesioo!Printed ie Mexico Indice Po u 1» 21 8 2 36 0 32 él o n ra 8 Prstogo Inluenciaespiritual de la ciencia en ka vida {Los Togros practcos de la cencia Wendem a ocultar $0 autentice sentido EE cambio radical en nuestro concepto de materia Forma —no sustancie~ el concepto fundamental [La natualeza de nuestos «modelose Deseripeén contin y exosaidad EL embrolio del continue El remiendo de fa mecinies ondulstoria Ta Supuesta brecha en ls barrera entre sujetoy objeto ‘Atomes 0 cuantos. Et antguo exorcismo para Soslayar el embrolio del continuum {.Oue posibiidades tiene cle albedro frente a fh inaeterminacion tics? El mpecimento dela prediccién segain Niels Bohr Bible a . egggremruceen peu 7 17H PNLION : ve: Sila inevitablemente al resultado que acabo de ex- pone: Qué duda cabe de que sobran razones hist6= ricas para que atin se den estas circunstancias. La influencia de la ciencia en el trasfondo idea. lista de la vida siempre ha sido importante, Wwiza, en la Edad Media cuando la ciencia europea era practicamente inexistente. Pero confesemos que también en los tiempos moder. ‘nos se produce un espejismo por el que se puede facilmente caer en la falacia de subestimar la ta. rea idealista de la ciencia, En mi opinidn el o1 gen de este espejismo se sittia hac mitad del siglo XIX, periodo de un auge cien- tifico sin igual, en el que la industria y la inge- hierfa ejercieron tan marcada influenci aspectos materiales de la vida que la mayoria de las personas olvidé todas las demas relaciones, Pero lo peor es que el tremendo desarrollo. rma terial produjo una perspectiva materialisia, su. Puestamente derivada de los nuevos descubri- mientos cientificos. Creo que estos aconteci- mientos contribuyeron en muchos aspectos a lo largo del medio siglo siguiente (periodo que ahora toca a su fin), al deliberado descuido de la ciencia por parte de la gente. Porque siempre se produce un desfase temporal entre la opin: de los individuos cultos y la opinién que el pi blico se hace de las opiniones de esa dlite culti- vada, No creo insensato afirmar que un pro medio de desfase de cincuenta aos sea exage. ado, Sea como sea, en los iiltimos cincuenta afios —primera mitad del siglo XX—, hemos sido tes tigos de un progreso cientifico general —y de la 20 : isica en. particular— que ha transformado, ome nunca niet lo hella hecho, It Hion oc cidental de lo que con frecuencia se ha dado en llamar Condicion Humana. No me cabe la me- nor duda de que tardaremos otros cincuenta afios aproximadamente para que el circulo de los, cultos se percate de este cambio. Naturalmente, no soy un sofiador idealista que pretende ace~ lerar mas de la cuenta el proceso por medio de unas cuantas conferencias, Pero, por otra parte, este proceso de asimilacién no es automatico. Debemos impulsarlo nosotros. Y yo contribuyo a ello en el convencimiento de que otros también, aportardn su esfuerzo. Forma parte de nuestra tarea en la vida, Elcambio radical en nuestro concepto de materia Hablremos ara de its temas onzrctos Lo expuesto hasta agut pocde parece ago ef: gos ot interesanio cu si ny no pude emtatlon Hlabte, edcmds, que aclavar ig stuscion ni ts boners ae Bee pacec i teal pesto ib fetid gonoral bound va chliaciog a Jag ante Cualquor inento di sates Ge alls ‘Vayamos por pasos. Esté el problema de la materia. {Ou e la materia? ;Cusl es muesttO equema menial Ge la maiena Ta primera pregunia es ridiula, ({C6mo va- ros deci gu ela materia =a; pr pee RIAD De clewCMS POUT 1 "anrasiRAcion Pucca Fe am ne nocumarny are qué es la electricidad— si se trata de fenomenos Observables una sola vez?) La segunda trasluce ya un cambio radical de actitud: la materia es tuna imagen de nuestra mente —por lo tanto la jente 5 anterior a la materia (a pesar de la ci riosa dependencia empfrica de nuestros procesos mentales a los datos fisicos de determinada por- cin de materia: a nuestro propio cerebro). En a segunda mitad del siglo XIX, la materia parecia ser algo permanente, perfectamente al- canzable. jHabria una porcién de materia que jamais habia sido creada (al menos, que lo su pieran los fisicos) y que nunca podria ser des- ttuida! Se podia agarrar con la seguridad de que no se esfumaria entre los dedos Ademis, los fisicos afirmaban que esta ma- teria estaba por entero sujeta a leyes en lo que se refiere a su comportamiento y a su movi- miento. Se movia con arreglo a lis fuerzas con que actiian sobre ella, segtin sus posiciones re- lativas, las partes de la materi Podias predecir el comportamiento, estaba rigi- damente predeterminado para todo el futuro por las condiciones iniciales Todo esto era muy cémodo, al menos en cien- ia fisica, mientras se tratara de materia externa inanimada. Pero, si lo aplicamos a la materia que constituye nuestro cuerpo, 0 la que consti- tuye el de nuestros amigos, o incluso el de nues- tro gato 0 nuestro perro, se plantea la consabida dificultad en lo que respecta a la aparente liber- tad de los seres vivos para mover sus miembros a voluntad. Hablaremos de ello mas adelante (véase pig. 72 y ss.). De momento trataré de explicar ef cambio radical de ideas que sobre la 2 materia ha tenido lugar durante el ditimo medio siglo. Se dio paulatina ¢ inadvertidamente, sin que nadie lo deseara. Creiamos seguir movién- donos dentro del antiguo marco «materialista» de ideas cuando, en realidad, nos habiamos sa- lido ya de él. Nuestras concepciones sobre la materia han resultado ser «mucho menos materialistas» de lo que lo eran en la segunda mitad del siglo XIX. Son atin muy imperiectas, muy vagas, en varios aspectos adolecen de claridad, pero puede de- cirse que la materia ha dejado de ser ese algo rudimentario y tangible en el espacio al que se puede seguir mientras se mueve, corroborando fas leyes precisas que rigen su movimiento. La materia esta compuesta de particulas, se- paradas por distancias relativamente grandes; Feposa en el espacio vacio. Este concepto se re~ monta a Leucipo y Demécrito, quienes vivieron ‘en Abdera en el siglo V a. de C. Este concepto de particulas y espacio vacfo (&rpor xcti xevov) sigue vigente hoy (con una variante que es pre- cisamente la que ahora voy a explicar) —y no s6lo eso sino que existe una total continuidad. historica: cuando quiera que se haya recuperado Ia idea, se hizo en todo caso con plena concien- cia de que se estaban recuperando conceptos de filosofos de la Antigtiedad. Obtuvo ademas en la investigacién moderna increfbles triunfos que dificilmente aquellos filésofos habrian podido imaginar en sus suefios mas desorbitados. Por ejemplo, O. Stern logré determinar la distribu- cin de velocidades entre los atomos en un cho- rro de vapor de plata de la manera més sencilla y natural, como puede verse esquematicamente 23 esbozado en la figura 1. El circulo exterior (se- fialado por las letras A, B y C) representa la sec- ion transversal de una caja cilindrica cerrada, en la que se ha creado el vacio absoluto. Fi punto S indica la secci6n transversal de un alam- bre de plata incandescente que discurre a lo largo del eje del cilindro y que evapora con uamente dtomos de plata que vuelan siguiendo, trayectorias rectilineas, 0 —en términos gene- rales— direcciones radiales. Sin embargo, el es- A Figura 1 24 cudo cilindrico $h (cfrculo interior), concéntrico aS, s6lo permite su paso por el orificio O, que es una estrecha ranura paralela al alambre 8. Sin mas presimbulos, los étomos pasan directamente. 2A, donde quedan retenidos, formando al cabo de cierto tiempo un precipitado en forma de es- trecha linea recta (paralela al alambre S ya la ranura ©). Pero en el experimento de Stern. como si de un torno de alfarero se tratara, todd el aparato gira a gran velocidad en torno al eje S (en la direecion que indica la flecha). Con ello, se logra que los atomos que se dlesprenden —a los que, naturalmente, no les afecta la rota- cidn— no se precipiten en A, sino en puntos edetris» de A, mds atras cuanto mds lentos sean, porque permiten que la superficie receptora, ai tes de captarlos, gire un angulo mayor. De este modo los ditomos més lentos forman una linea en C, y los mas ripidos en B. Al cabo de un tiempo, se obtiene una franja ancha cuya sec- cin transversal se indica esquematicamente en la figura, Midiendo los distintos grosores y t nniendo en cuenta las dimensiones del aparato y su velocidad de rotacién, podemos determinar ka velocidad real de los atomos, y més concreta- mente el ntimero relativo de atomos que se des- plazan a distintas velocidades, lo que suele lla- marse distribucidn de velocidad. Queda por e plicar el despliegue en forma de abanico de las, trayectorias atémicas y la curvatura sefalada en la imagen, ambos en aparente contradiccion con, mi anterior afirmacién de que a los étomos que se desplazan no les afecta la rotacién del apa: rato: Me he tomado la libertad de trazar estas lineas a pesar de que no sean las «auténticas» 25 trayectorias de los tomes, pero representan lo que veria un observador que también rotara al mismo tiempo que el aparato (del mismo modo que nosotros rotamos con la tierra). Es fund mental que quede claro que esas «trayectorias relativas» no varian durante la rotaci6n. Por lo tanto, podemos prolongar la rotacién_ tanto como se quiera para que se produzca una de- posicion importante. Estos significativos experimentos. sirvieton para confirmar cuantitativamente, muchos aos después de su formulacidn, la teorta de Maxwell sobre gases. Actualmente esta clase de exper ‘mentos ha quedado eclipsada y relegada por in- vestigaciones mucho mas espectaculares. El efecto de una sola particula que se desplaza a gran velocidad puede observarse cuando ésta choca con una pantalla fluotescente, provo- cando un aébil destello luminoso, un centelleo (Si tienen un reloj de esfera luminosa y lo ob servan en la oscuridad con una lupa de cierta po- tencia, verdn los centelleos que causan los im- pactos dle los jones de He, las particulas a, como se las denomina en este fenémeno.) En una c4- mara de Wilson son visibles las trayectorias di- ferenciadas de las distintas particulas, particulas a, electrones, mesones, y estas trayectorias puc- den fotografiarse para determinar su curvatura sobre un campo magnético. Las particulas de: yos cosmicos que atraviesan una emulsién f ‘ogrifica producen en ella una desintegracién nuclear, y tanto las particulas primarias como las secundarias (si estan cargadas, como suele ser el caso) marcan sus trayectorias sobre la emulsiGn, de forma que éstas se hacen visibles al revelar la 26 placa segtin el procedimiento fotografico habi tual. Podria citar atin més ejemplos (aunque éste sea ya suficiente) sobre el directisimo sistema mediante el cual la antigua hipstesis acerca dle la estructura de la particula queda confirmada mucho més allé de las més brillantes previsiones, de los siglos anteriores. Pero es atin mas sorprendente el cambio que nuestras ideas sobre la naturaleza de todas estas, particulas han experimentado en el mismo pe- iodo de tiempo como consecuencia de otros ex- perimentos y consideraciones tedricas. Demécrito y los continuadores de su teor hasta finales del siglo XIX, aunque nunca regi traron el efecto de un dtomo individual (y pro- bablemente nunca pensaron que seria posible), estaban convencidos de que los atomos son pe- queiios corpisculos individuales, identificables, igual que los objetos palpables que nos rodean. rece incluso ridiculo que precisamente en los mismos arios 0 décadas en que fuimos capaces de icentiticar las particulas y los atomos simples, individualizados —y mediante distintos méto- dos—, nos hayamos visto obligados a abandonar la idea de que la particula es una entidad aut6- noma que en principio conserva para siempre st. «mismidad>. Muy por el contrario, ahora nos vyemos obligados a afirmar que los components, finales de la materia no poseen «mismidad> al- guna, Cuando observas una particula de un tipo determinado, pongamos por caso un electron, aqui y ahora, debes considerarlo, en principio, como un acontecimiento aislado, Incluso si ob- servas, muy poco tiempo después una particula similar en un punto muy proximo al primero, y a hasta si tienes toda la raz6n para encontrar una, relacién causal entre la primera y la Segunda ob- servacién, no tiene auténtico e inequivoco sen- tido afirmar que es la misma particula la que has observado en los dos casos. Puede que las cir cunstancias sean tales que aconsejen y hagan de- seable que te expreses de esa manera, pero no es sino una limitacion; debe tenerse en cuenta que en otros casos La «imismidad» pierde sentido por completo y que no hay una frontera precisa, luna distincién clara entre ambos; s6lo hay una transicién gradual por encima de casos inter- medios. Quiero hacer hincapié en esto y les ruego que lo crean: no se trata de que seamos capaces de afirmar la identidad en algunos casos y de ser incapaces de hacerlo en otros. No cabe fa menor duda de que la cuestion de la «mis- midad>, de la identidad, carece realmente de sentido. Forma —no sustancia— el concepto fundamental La situaci6n es bastante desconcertante. Us- tedes se preguntaran: entonces, ;qué son esas partfculas, si no son individualidades? Y podran ademas senalar otro tipo de transicién gradual, concretamente, la que hay entre una particula final y un cuerpo palpable de entre los que nos rodean al que atribuimos «mismidad> indiv dual. Un tomo esta compuesto de varias par- ticulas. Varios tomos forman una molécula Hay moléculas de distintos tamanos, pequenias y grandes, pero sin limite alguno para determi iar qué es una molécula grande. En realidad, no 28, hay un limite méximo de tamaito molecular, ya que pueden integrarlo cientos de miles de to- mos. Puede ser un virus 0 un gene, visibles al microscopio. Finalmente, podemos observar que cualquier objeto palpable de nuestro ci torno esti compuesto de moléculas, formadas itomos que a su vez. estén compuestos de ulas finales... y, si éstas carecen de in Vidualicad, ;como, por ejemplo, adquiere in Vidualidiad’mi reloj de pulsera? {Donde esta el limite? Como se establece la individualidad de los objetos compuestos por no-individualidades? Conviene considerar con lupa esta cuestién, porque nos dard la clave de lo que realmente es tuna particula o un tomo, de lo que tiene de per- ‘manente a pesar de su falta de individualidad En mi escritorio tengo un pisapapeles de hierro, una estatuilla de un gran danes echado, con las patas cruzadas. Conozco esta figura hace m cchos arios porque la veia en el escritorio de mi padre cuando era pequeio y no alcanzaba a la mesa, Muchos afios después, a la muerte de mi padre, me quedé con la estatuilla porque me gustaba, y Ia utilizo. Me ha acompanado a mu- chos lugares y se qued6 en Graz cuando, en 1938, tuve que marcharme a toda prisa. Pero un amigo que Conocia mi querencia, la recogis y la guard6, y hace tres afios, cuando mi mujer hizo tn viaje a Austria, me la trajo, y aqui esta otra vez en mi escritorio, Estoy convencido de que es el mismo perro, cel que ¥i por primera vez hace mas de cincuenta afios en el escritorio de mi padre. Pero por qué estoy seguro de ello? Es elaramente la forma 0 la hechura (en aleman Gestalt) la que determina 29. su identidad sin lugar @ dudas, no el contenido material. Si el material hubiera sido fundido para darie forma de hombre, la identidad habria Sido mucho més dificil de determinar. ¥ lo que es mis: incluso si se estableciera sin lugar a du- das la identidad material, tendria muy poco in- terés. Probablemente no’me importaria mucho idemtidad de esa masa de hierro y diria que mi recuerdo ha sido destruido, Creo que ésta es una buena analogia, y quizé incluso més que una analogia, para séfalar lo que son realmente las particulas o los étomos, Pues, como en tantos otros, en este ejemplo ve- mos c6mo en los objetos palpables compuestos de muchos tomos, la identidad se establece a partir de la estructura de su composicién, a par= tir de la forma, hechura w organizacion, como la denominaremos en otros casos. La identidad del ‘material, si es que la hay, desempena un papel secundario. Esto se observa en particular en los casos en que se habla de «mismidad aunque el material haya cambiado totalmente. Un hombre tegresa al cabo de veinte afios a la easa de campo donde transcurri6 su ninez. Se siente prolun- damente impresionado al ver que el lugar no ha eambiado. El mismo arroyo que surea los mis- ‘mos prados, circundado de maizales, amapolas Y sauces que tantos recuerdos le traen; vaeas y patos igual que antes, y-un perro que acude a recibirle con amistosos ladridos y moviendo la cola. La forma y toda la organizacion del lugar siguen siendo las mismas, a pesar det entero «cambio de material» en casi todas las cosas que reconoce, jincluido, por supuesto, el propio ser corporal det viajero! Efectivamente, el euerpo 30 que tenia de nifio, en el sentido més literal, «se Io Ilev6 el viento». Se lo llev6 y no se lo ev6, porque, continuando mi deseripeion novelesea, €l viajero ahora se instalara, se casard y tend: su vez un nirio, que serd el ietrato de st padre, Como. demuestran as. afiejas fotografias. de cuando éste tenia la misma edad. Volvamos a nuestras particulas finales y a las diminutas organizaciones de particulas en forma de tomos © pequenas moléculas. La antigua idea sobre ellas radica en que su individualidad Se-basaba en fa identidad de la materia que las constituye. Esta es, al parecer, una coletilla gra- tuita y casi mistica que esta en claro contraste con 10 que, segiin acabamos de ver, constituye la individuatidad de los cuerpos macrosespicos, bastante independiente de tan burda hipotesis materialista y no necesita su soporte. La nueva idea es que lo que es permanente en esas par- ticulas finales 0 en esos pequenos agregados es su forma y su organizacion. El habito del len- Buaje cotidiano nos decepeiona y parece exigi que, cuando quiera que oigamos pronunciar 1a palabra «hechura» o «forma, ésta deba refe- rirse ala forma o hechura de algo, que haya un sustrato material para dar forma. Cientifica- mente este habito Se remonta a Aristoteles, su causa materialis y causa formalis. Pero, ante las particulas finales que constituyen la materia, pa~ rece quedar exclutda la posibilidad de concebir- las como formadas por algin material. Son, como lo fueron, pura forma, nada sino forma; 10 que vuelve una y otra vez'en sucesivas obser- Vaciones es su forma, no una pizca individual de materia. La naturaleza de nuestros emodelos» En este caso, tenemos, naturalmente, que considerar la forma (0 Gestalt) en un sentido mucho mas amplio que la forma geométrica. De hecho, no hay observacién alguna relativa a la forma geomérrica de una particula ni de un ‘tomo, Es cierto que, al reffexionar sobre el tomo, al elaborar teorias que se ajusten a los hechos observados, solemos trazar figuras geo- métricas en la pizarra 0 sobre el papel, 0 muchas veces tan s6lo mentalmente, para exponer los pormenores de la representacién mediante una formula matemética mucho mais precisa y mucho ‘més manejable que la que se logra con fa pluma © el lapiz, Cierto. Pero las formas geometricas Propuestas en esos esquemas no son direct mente observables en los détomos reales, Estas representaciones son un simple apoyo mental, un instrumento de reflexiGn, unos medios pro- visionales a partir de los cuales deducimos, se- atin los resultados de experimentos anteriores, las expectativas ldgicas de los resultados de los nuevos experimentos proyectados. Los planea- mos con el propdsito de ver si confirman estas expectativas, verificando asi si éstas eran real- ‘mente razonables y si las representaciones 0 los modelos de que nos valemos son los adecuados. Observardn que optamos por decir adecuuados en lugar de verdaderos, porque, para que una des- cripcién sea capaz de ser verdadera, tiene que ser capaz de adn na comparacién directa Y no suele suceder asteon nuestros modelos. Pero recurrimos a ellos, como digo, para de- 32 ducir de ellos caracteristicas observables. Son. éstas las que constituyen la forma permanente de organizacién del objeto material, y general- mente nada tienen que ver con «pequenias par- ticulas de material que constituyen el objeto». Pongamos por caso el tomo de hierro. Parte de su organizacion, muy interesante y compleja, puede exponerse una y otra vez, siempre que se quiera y con permanencia inaiterable, del si- guiente modo. Colocamos una pequefia canti- dad de hierro (de una sal de hierro) en un arco eléctrico y hacemos una fotografia del espectro producido por una potente red éptica. Se ven marcadas decenas de miles de lineas espectrales, es decir, decenas de miles de longitudes de onda contenidas en la luz que emite un tomo de hie- Fro a tan elevadas’ temperaturas. Siempre las mismas, con enorme exactitud, a tal punto que, segiin es.bien sabido, por el espectro de una es trella pueden determinarse los elementos qu micos que la componen. Aunque nada podamos saber de la forma geométrica de un tomo —aun con el microscopio mas potente—, podemos descubrir In organizacién minima permanente registrada en el espectro a distancias de miles dle aios luz. Objetaran ustedes que el espectro lineal de un elemento como el hierto es una propiedad macroscépica, una propiedad del vapor emitido, que nada tiene que ver con su «estructura de grano grueso» (que estd compuesta de étomos individuales) y que nadie ha observado atin la luz emitida por un solo étomo realmente ai lado. Es cierto. Pero, desde luego, debo recor- darles que Ia teoria de la materia, tal como se EE vrs 33 ci Puan admite actualmente, atribuye la emisién de toda a variedad de rayos monoeromaticos de luz all ‘tomo simple, y que se considera la constitucién goométrico-mecinica-cléctrica del tomo res- ponsable de cada una de las longitudes de onda que se observan en el vapor que emana. Para contirmarlo, los fisicos insisten sobre el hecho de que esas lineas de los espectros sélo se observan en el estado gascoso rarificado en el que los ito- 105 estiin tan alejados entre si que no se inter- fieren. EI hierro incandescente s6lido © liquid emite un espectro muy parecido al de cualquier otro sdlido 0 liquido a igual temperatura, y las lineas definidas han desaparecido completa- mente —o, mejor dicho, estin totalmente bo. rrosas— debido a la mutua interferencia de los. ‘itomos contiguos. Entonees, diran ustedes, ghay que considerar las lineas espectrales observadas (que, en tér- ‘minos generales, se ajustan a la teoria) como parte de la evidencia circunstancial de que los tomos de hierro de nuestra deseripeion teérica existen realmente y constituyen el vapor, segin lo sostenido por la teoria de gases —pequenas. particulas de materia (de una constitucis ticular que las hace emitir lineas espectrales)—, pequefas particulas de algo, muy separadas, ro deadas por la nada, que vuelan de aqui para alla, chocando a veces contra las paredes, ete.? {Es ésta la verdadera imagen del vapor del hierro in- candescente? Me aatengo a lo que dije anteriormente en un contexto mas amplio: es sin duda una imagen adecuada, pero, en lo que respecta a si es ver- dadera, la pregunta que debe plantearse no es si 4 es verdadera © no, sino si es capaz. de ser ver- dadera 0 falsa, Probablemente no lo es. Proba- blemente tengamos que contentarnos con imé- genes adecuadas capaces de sintetizar de manera comprensible los hechos observados que nos den. una expectativa razonable de los hechos nuevos que buscamos. Durante todo el siglo XIX y a principios del actual, fisicos muy competentes afirmaron ya este tipo de enunciados. No ignoraban que el de- seo de disponer de una imagen clara induce irr mediablemente a atiborrarla de detalles injus ficados. Digamos que cs «infinitamente impro- bable» que estas adiciones gratuitas resulten, afortunadamente, «correctas». L. Boltzmann in: sistia constantemente en ello: deseo ser muy preciso, habria dicho, de una precision pueril, en lo que al modelo atafie, incluso sabiendo que no puedo adivinar, a partir de la inevitable evi- dencia circunstancial de los experimentos, el ca~ récter verdadero de la naturaleza. Pero sin un modelo absolutamente exacto, el pensamiento, adolece de precision y las consecuencias a de- ducir del modelo se vuelven ambiguas. ‘A pesar de ello, la actitud en aquella época —a excepeién quiza de algunas mentes filoséfi- cas destacadas— era distinta a la actual, era to- davia algo ingenua. Aunque se afirmaba que cualquier modelo que podamos concebir es ine vitablemente deficiente y requiere tarde 0 tem- prano una modificacién, atin se abrigaba la idea de que existia un modelo verdadero —existe, por asi decirlo, en el reino platénico de las ideas— al que os aproximabamos progresiva- 35 mente, aunque nunca lo alcanzéramos debido a las imperfecciones humanas. Esta actitud ha quedado arrinconada. Los fra- casos experimentadlos no se deben ya a los de~ talles; son de cardeter més general. Nos hemos percatado perfectamente de una situacién que puede quizé resumirse como sigue. Conforme nuestra visién mental penetra en distancias cada ‘vez menores y en tiempos cada vez mas cortos, comprobamos que la naturaleza se comporta de modo muy distinto al que observamos en. los cuerpos visibles y palpables de nuestro entorno, y que ningiin modelo conformado segin nuestra experiencia a gran escala puede ser «verda- dero>. Un modelo de este tipo totalmente satis- factorio no solo es précticamente inaccesible, sino dlificilmente imaginable. O, para ser exac. tos, podemos, claro esti, pensarlo; pero, aun- que lo pensemos, esta equivocado, tal vez no tanto como un «circulo triangular», pero si algo asi como un «leén con alas» Deseripcién continua y causalidad ‘Trataré de actarar un poco las cosas. A partir de nuestras experiencias a gran escala, de nues- tra nocidn de geometria y de mecanica —la de los cuerpos celestes, en particular—, los fisicos han formulado el tajante criterio de que una des- cripcién completa y realmente clara de cualquier hecho fisico debe cumplir con el siguiente re- quisito: informar con precisién de lo que sucede en cualquier punto del espacio en cualquier ins- tante del tiempo, dentro, naturalmente, del dim- 36 bito espacial y en el periodo de tiempo que abar- quen los acontecimientos fisicos que se desee describir. Podemos denominar este requisito postulado de continuidad de la descripcién. ;Pos- tulado de continuidad que, precisamente, pa- rece inviable! Hay, al parecer, lagunas en el es- ‘Misto va estrechamente vinculado a lo que an tes denominaba la falta de individualidad de una particula, ¢ incluso de un stomo. Si aqui y ahora observo una particula y un momento después observo otra similar en un lugar cereano al de la primera, no s6lo no puedo estar seguro de que sea «la misma», sino que no tendria sentido afir- marlo. Esto parece absurdo, porque estamos acostumbrados 2 pensar que en todo momento centre las dos observaciones la primera particula ha estado en alguna parte y que tiene que haber seguido una trayectoria, conocida 0 descono- cida, De igual modo, la Segunda particula tiene Figura 37

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