You are on page 1of 11

REPÚBLICA BOLIVARIANA DE VENEZUELA

UNIVERSIDAD NACIONAL ABIERTA


CENTRO LOCAL ZULIA
DIRECCION DE INVESTIGACION Y POSTGRADO
MAESTRÍA: CIENCIAS DE LA EDUCACION MENCION:
ADMINISTRACION EDUCATIVA (907)
MATERIA: ÉTICA PROFESIONAL

ENSAYO I:

LA ÉTICA Y LA MORAL EN LA REALIDAD ACTUAL

Alumno: JOSE A OCHOA F


C.I: 5.848.040
Teléfono: 04246367623
Correo: josean2911@gmail.com

MARACAIBO JUNIO 2019


No es moral robar para alimentar a tus hijos, es ético. Es un error suponer que
moral y ética son sinónimos, no sólo porque no lo son, sino que al hacerlo,
caemos en la enorme pérdida de desconocer la diferencia entre lo colectivo y lo
individual, entre lo estático y lo dinámico.

Los valores de las sociedades y de las personas no son constantes, porque el ser
humano no es mediocre, y cambia constantemente, buscando siempre algo mejor
que lo que tiene. Esto se debe a que nos conformamos con la satisfacción que
algo nos da, pero en algún punto comprendemos que no es suficiente y buscamos
una mejor respuesta.

Este ha sido el motor del desarrollo de la humanidad, y por esto hoy vemos como
en Occidente, la igualdad de la mujer es ampliamente aceptada, después de haber
sido enormemente reprimida.

¿Cómo se pudo dar ese paso? Logrando que la ética superara a la moral, lo que
significa que las objeciones de conciencia de unos ya fueran masivas dejando ver
a la moral como una minoría insostenible.

Søren Kierkegaard dijo en el siglo 19 que “la ética es la reflexión filosófica de la


moral”, y para muchos paso desapercibido, pero esta corta afirmación puede ser
su más fuerte testamento.

La moral es el acervo de valores de una sociedad; los mínimos comunes en que


nos hemos puesto de acuerdo sobre la forma en que nos relacionamos, como el
respeto a la vida y a la propiedad (privada y pública), la libre expresión, la forma
de conformar los gobiernos y de cómo estos nos pueden y hasta donde deben
gobernarnos.

Por esto, la moral es listado de las ideas, ideales, valores y principios que unen a
las sociedades, y se ven reflejados en sus comportamientos, costumbres, hábitos,
normas, leyes e incluso en sus símbolos.
La ética es la reflexión que hace cada persona sobre esa moral o uno de sus
puntos en particular, bien sea de manera general o particular; como es el caso del
aborto, donde muchas sociedades lo consideran un delito, pero algunas personas
piensan que no debe ser así y buscan la forma de cambiar esa norma, por medio
de reflexiones en la sociedad que permitan un cambio colectivo de este
imaginario, para transformar la sociedad, y por ende, modificar la moral.

Mas, cuando una persona aborta en un entorno donde es prohibido sabe


claramente que está faltando a la moral y a la ley, pero en su reflexión considera
que es éticamente correcto lo que hace, pese a ser inmoral.

Así, la ética reflexiona, cuestiona, analiza y revisa continuamente la moral, porque


la segunda, se consolida en acuerdos tácitos que permiten el relacionamiento de
las personas, en el complejo mundo de los sistemas de creencias.

Las creencias son concepciones que tenemos de conceptos de la vida, la muerte,


lo correcto y lo incorrecto, que definen incluso la identidad de una persona: un
católico cree en la vida después de la muerte, en el derecho a la vida, a la
propiedad privada, al matrimonio como una institución fuerte y al respeto de sus
ceremonias. Es por esto, que cuando el estado, en un acto de transformación
social, define que una pareja que viva bajo el mismo techo por más de dos años,
se considera que es una unión de hecho, o que dos personas se pueden casar por
lo civil y no deben hacer el rito del matrimonio, se sienten afectadas, porque esos
permisos del estado van en contra de sus creencias, que al hacerlo, no solo
refutan sus definiciones de las cosas, sino que de una u otra manera, le dicen que
“es posible que su creencia no sea la correcta, o por lo menos la única”, poniendo
a esa persona en una crisis compleja, porque causa que su sistema de creencias
sea diferente al socialmente normado.

Esto pasa mucho en las personas mayores, que han sustentado sus acervos de
valores y creencias en lo que era la moral en sus primeros 20 años, y que al ir
cambiando estos acuerdos sociales, ellos no los aceptan porque los consideran
equivocados (lo cual es completamente normal) y algunos se dedican a defender
sus concepciones sobre las nuevas.

Estas tensiones han movido al mundo. Se han visto en la ciencia, cuando se


demuestra que una verdad generalizada estaba equivocada, y debe ser redefinida
como en el caso de la tierra plana, el centro del sistema solar, los átomos, los
microorganismos y obviamente, la evolución de la especies.

Si la ética hablará con la moral, le preguntaría: “¿estas segura que eso es lo


correcto, o fue correcto tiempo atrás?”

Esto no debe justificar el incumplimiento de las normas, pero si motivar su


reflexión y dinámica.

La moral se compone de verdades, y cuando estas cambian, ella también debe


hacerlo. Consideramos que lo que siempre se ha hecho de una manera es lo
correcto, olvidando (muy convenientemente) que toda costumbre algún día fue
una innovación, necesaria en su momento y casi siempre muy improvisada, y con
algún aire de ser temporal, pero termino siendo continua.

Leyendo a Marvin Harris, se puede apreciar el origen de algunas de las creencias


de las religiones, como conceptos prácticos que solucionaron enormes problemas
de las sociedades, y que se presentaron como normas religiosas, para asegurar
su cumplimiento; esto ya no ocurre, porque ante la secularización de los estados,
las religiones no tienen el poder en el colectivo de las personas, y son las leyes las
que causan las nuevas creencias, no con la figura de una designio divino, sino de
un acuerdo de las mayorías para el bien común.

Por algún motivo, siempre justificamos las nuevas normas como un mecanismo en
pos del bienestar de todos, pese a que en muchos casos, son para el particular,
como en el caso del aborto, de la libertad religiosa, los derechos para
homosexuales o la libertad de expresión incluso, donde muchas veces el tema no
es decir la verdad, sino como y cuando se debe decir.

En el mundo de hoy, donde las redes sociales han permitido que muchos tengan
voz, la amplificación de los puntos de vista individuales ha sido enorme, causando
que la velocidad del cambio de la moral sea mucho más rápido que lo que puede
ser absorbido, causando no una crisis de valores, sino la presencia de varias
morales al mismo tiempo, que como un “tótem tribal” que reúne a muchos
alrededor de un sistema de creencias, como lo puede ser el “pensamiento” de
derecha o de izquierda, que más allá de no estar claramente definidos, dejan ver
la tensión de la continuidad y el cambio, lo conservador y lo liberal, lo de siempre y
lo que vendrá.

¿Qué se debe conservar?, es quizá una de las preguntas más complejas en una
sociedad, porque los principios que han sido los ejes rectores de una civilización
no deberían estar en tela de juicio, como lo pueden ser la libertad, la justicia y la
autoridad, pero sus valores tienen a cambiar continuamente, pese a que estos
parecen como “innegociables”, como lo es el difícil tema del derecho a la vida,
donde la discusión sobre la pena de muerte y el aborto, entran a generar enormes
diferencias en los acervos de creencias de las personas de una misma sociedad.
Lo mismo pasa con la justicia, donde para unos esta debe ser dura y para otros
debe ser más flexible, como en el caso de los procesos de paz.

Es así, que desde mi parecer, primero vienen los principios, después los valores,
que desembocan en costumbres y finalización siendo normas, que deben soportar
la revisión ética del momento, y tener la humildad de transformarse cuando la
realidad del momento sea diferente; por esto la realidad no es la verdad revelada,
sino la verdad que comprendemos en cada momento de la sociedad, que es
dinámica en todo sentido.

Muchas veces nos encontramos diciendo “el día hoy es soleado”, pese a que
siempre en todos los días podemos ver el sol, o afirmando “Dios quiera”, pese a ya
no ser religiosos. Esto ocurre porque en nuestra mente están estas ideas desde
hace mucho tiempo y es muy difícil desarraigarlas, y debido a esto, continuamente
nos traicionamos con nuestro propio lenguaje.

Esto nos deja ver que nos es muy difícil cambiar, incluso cuando estamos
completamente convencidos del cambio, y si para aquel que está determinado a
cambiar, le cuesta hacerlo, para una sociedad, es un camino muy complicado.

Un ejemplo de esto es un cambio tecnológico; por ejemplo, el caso de la banca


digital, que permite que las personas puedan hacer todo desde su intimidad y no
deban acudir a las oficinas bancarias. A primera vista parece muy bueno, muy fácil
y fácilmente masificable, pero tiene un enorme reto: las personas que desean
seguir haciendo los procesos en las oficinas o que requieren del comprobante
físico del proceso. Claramente hay soluciones para esto, y “el bien común” diría
que se debe hacer lo que más personas hagan, que sería el tema virtual, pero
esto conllevaría a cerrar, cambiar y/o reducir las oficinas, porque el cambio
tecnológico da una mejor solución. Bajo esto, subyacen muchas problemáticas
obvias como el empleo de las personas en las oficinas, las costumbres de algunos
clientes, el impacto comercial de estas medidas e incluso el freno de la producción
de formularios, pero bajo estas obviedades, hay otros fenómenos más complejos:
las ciudades cambiaran, el uso del tiempo de las personas se redefine, las
interacciones sociales cambian y la percepción del dinero se modifica.

En “La Sociedad Contemporánea”, el italiano Paolo Macry, deja ver como la


arquitectura ha cambiado conforme la humidad lo ha hecho; sus materiales, los
servicios que debe tener una vivienda y obviamente su tamaño, que no solo tiene
que ver con la cantidad de personas por familia, sino por al escases de espacio en
las ciudades y en particular, con el tiempo que pasamos entre esas paredes.

En muchas ciudades (sino en todas), existe un enorme debate sobre que


patrimonio arquitectónico se debe conservar, y más si en ese terreno existe una
oportunidad de inversión (muy egoísta y rentable), o una oportunidad de desarrollo
(colectiva y necesaria): ¿se debe tumbar un edificio considerado de patrimonio
para hacer un parque en una ciudad?, lo que causa un enorme debate entre los
puristas del patrimonio arquitecnico y los ambientalistas, donde las preguntas van
desde “¿Por qué quieres borrar tu pasado, así sea doloroso, eliminando el arte
mismo?”, hasta, “¿Qué estuvo primero, el parque o el edificio?”.

El debate sobre el cambio siempre ha estado y estará; es necesario y sano,


siempre y cuando se de en el marco de las ideas y no de las pasiones, porque
como seres humanos, somos más pasionales que racionales, y cuando nuestras
decisiones son movidas por el ímpetu, el riesgo de cometer errores es mal alto,
pero es lo más común y natural; es decir, que de una u otra manera, un debate
ético tiene mucho de antinatural, porque tiende a darse desde la razón y no desde
la emoción.

Más, en los últimos tiempos, parece ser lo contrario: los que no quieren el cambio
y aquellos que lo piden, no argumentan casi nada, y dejan que sean las
emociones las que brillen en el “debate”, donde el que grite más duro cree que le
da la razón, lo que en redes sociales es una anarquía sin sentido ni coherencia.

Hemos confundido la libertad de expresión, con el derecho de expresarnos. Toda


persona puede decir lo que piensa, considera y cree, pero no tiene el derecho de
imponerle esa “verdad” a los demás, y ha olvidado que el derecho a expresarse,
conlleva inevitablemente el deber de ser responsable de sus consecuencias;
anteriormente (lo que cada vez está más diluido), existían procesos editoriales,
donde una firma era acompañada de un proceso editorial que la avalaba,
buscando que las ideas que se publicaban tuvieran un sentido de responsabilidad
más fuerte.

Hoy todos escribimos en redes lo que pensamos, y ahora estamos gobernados


por un estado de opinión enormemente peligroso, porque como lectores tenemos
la concepción que lo que está escrito es “verdad” y más aún si se presenta en una
letra trabajada o con una imagen impresionante, y si encontramos un argumento
“inteligente” en un meme, posteado por alguien que respetamos o admiramos, lo
convertimos en una verdad, más aún si estamos de acuerdo con el estamento.
Es aquí donde las verdades a medias, los sofismas, las frases grandilocuentes
toman fuerza, y validan la proclama de Göbbels, “una mentira dicha mil veces, se
convierte en una verdad”.

Los memes, no son otra cosa que ideas representadas en textos o imágenes, que
se contagian a gran velocidad, modificando el imaginario de las personas, y en
este entorno digital, es sencillo llegarle a muchas personas que consideren que
esa idea es correcta; más, pese a que muchas de esas ideas son sofismas para
defender puntos de vista e intereses políticos, algunos de ellos son reflexiones
éticas fundamentales para la masificación de las ideas que deben ser revisadas.

Un ejemplo cercano es el uso del “todas y todos”, que está en debate hoy en día;
la RAE afirma que no es necesario y los “puristas” dicen que siempre se ha usado
así, y que no tiene un sentido “machista”, sino que en el español es común el uso
del masculino como un genérico de especie, lo cual es cierto; más, la idea de
visibilizar que somos dos sexos diferentes y que esa diferencia es fundamental y
enriquece, tiene mucho sentido. Espero que esto llegue a un buen punto medio, o
de lo contrario la escritura se convertirá en tediosa para el lector, y
desafortunadamente muchas obras literarias, serán vistas como segregantes por
su lenguaje, porque si llegamos al punto que acordamos que debemos hablar de
“todas y todos”, los que nazcan bajo esta premisa y la consideren lo
completamente correcto y común, leerán un poema de un hombre a una mujer, y
lo podrían calificar de insensible, homofóbico e incluso de machista.

El cambio es una constante, que debe poder respetar el pasado, transformar el


presente y permitir un futuro.

Idealmente todo debería ser permitido y darle la libertad a las personas de actuar
según sus propias convicciones, pero como sociedad, nuestros principios
fundamentales no permiten que esto ocurra, y hay cosas que no vamos a
negociar, como que un mayor de edad tenga sexo con un menor de edad, porque
consideramos que una persona que no ha logrado una madurez mínima en su
vida, no tiene aún la capacidad de tomar decisiones que tienen enormes
implicaciones y responsabilidades; esto sin duda tiene enormes connotaciones
hipócritas, porque hace pocos siglos, era muy común y bendecido por la iglesia
católica inclusive, pero hoy lo vemos como algo malo, por múltiples razones, que
son más emocionales que reales.

Entonces, estas reflexiones éticas individuales y colectivas, y la defensa de la


moral, la tradición y las costumbres, han dado pie a que la indignación sea el
motor del debate. Aquel que se indigna por algo, se siente con la altura moral de
criticar y condenar lo ocurrido, sin conocer lo que paso ni mucho menos el
contexto. Por eso nos indignamos cuando leemos que alguien murió asesinado, y
si los medios lo presentan como un “líder social”, inmediatamente se condena a
alguien por el hecho, sin pensar si quiera que es posible que ese gran líder social,
haya sido asesinado por otra razón; con esto no quiero justificar nada, solo tocar
una fibra sensible, para dejar ver la magnitud del problema. Son miles de líderes
sociales que hemos asesinado en el mundo, por sus labores en esos campos,
porque exigen cambios y control a quienes con poder y temor quieren mantener el
status quo.

La moral esta en cambio, pero no tiene la capacidad de cambiar rápido, porque se


parece a una prenda de ropa, viste a las personas por muchos años, y lograr que
desde mañana todos la cambien es casi imposible, porque es decirle a muchos
que lo que vestían ayer ya no sirve y que han estado equivocados.

El cambio cultural es de revoluciones silenciosas como lo expresa Inglehart, entre


más lentas y calladas sean es mejor, porque no generan crisis sino adaptaciones;
las ideas, las creencias, las ideologías y las “religiones”, viven un proceso de
evolución igual que el de los animales, donde no sobrevive la más fuerte, sino la
que mejor se adapta, y esto casi siempre implica que crece, porque adopta cosas
del pasado y del presente, y se prepara para las que vendrán.

Así, hoy tenemos una moral en occidente en función de la libertad, el capitalismo y


el libre albedrio religioso, y sobre esta, hemos construido miles de morales
relativas según diversos sistemas de creencias, que tienen que ver con los
procesos históricos de cada sociedad, sus carencias e insatisfacciones, donde el
rol del pensamiento político y religioso, en muchos casos supera al humanismo y
la ilustración: defendemos más ideologías y creencias, que la necesidad de ser
compasivos y generoso, y que la búsqueda del conocimiento.

Esto llega al punto que el debate sobre el homosexualismo usa a la ciencia para
demostrar si existe o no como una condición natural del ser humano, permitiendo
que haya dos evidencias diferentes de un mismo fenómeno.

Más allá que el homosexualismo sea natural o no, es una decisión individual, que
debe ser permitida por la sociedad, bajo la premisa que debe asumir las
consecuencias que conlleva, que en este caso son casi inertes, a diferencia del
cigarrillo o el licor, que son regulados, porque si causan externalidades claras,
donde el derecho individual afecta el derecho colectivo, cosa que no ocurre en la
homosexualidad.

Desafortunadamente los pensamientos políticos se han convertido en sistemas de


creencias por los que muchos están dispuestos a matar, pese a que las creencias
políticas, deben ser reflejos de las propuestas sociales con las que queremos
transformar la sociedad.

Algunos defienden con armas en muchos casos sus derechos adquiridos, y otros
están dispuestos a atacarlos para quitárselos e imponer su sistema de derechos.
Se supone que la democracia es el camino para que estos cambios se den en
occidente, donde un presidente puede ser de izquierda, pero debe concertar con
el legislativo que normas que quiere cambiar según lo que él considera es lo mejor
para todos, y las cortes defenderán la constitución, como un ente mucho menos
dinámico.

El cambio no puede ser simple, ni rápido, porque de lo contrario supone quitarles


derechos a unos para dárselos a otros, y eso desde el punto de vista de los
primeros es una injusticia, pero para los segundos, es injusto que los tengan.
¿Puede una minoría ser una mayoría?, si y es más común de lo que se cree, como
en el caso de los pobres, que por años fueron mayoría, siendo una minoría en el
poder, o las mujeres, que siempre han sido mayoría, pero que también son una
minoría en poder y sus derechos.

Veremos como la humanidad, en un proceso de cambio tan desordenado y


anárquico, logra establecer las mayorías para continuar el cambio, en un entorno
donde cada vez son más las minorías que dicen tener la razón. Es posible que
estemos ante el fin de las mayorías, y la imperiosidad necesidad de repensar la
democracia.

You might also like