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GERARDO LANDROVE DIAZ ‘Catedritieo de Derecho penal Universidad de Mureia EI “delito” de insur {Los piomeros de un mundo sn gucers son Jos jévenes que rechazan el servicio militar. EINSTEIN ‘Tengo la impresién de que ni los més optimistas pue- den sentise satisfechos con la situacién actual de la Justicia penal en Espafia, En efecto, no pocas crispaciones sociales tie nen su ongen en la vigencia de un Cédigo penal decimonsni- co, en una administracién de justicia lenta © ineficaz, en una politica c-iminal absurda en materia de tréfico de drogas, en ‘una insuficiente despenalizacién de la voluntaria interrupeién del embarazo, en la ausencia de una regulacién de la eutanasia respetuosa con las mas fntimas opciones personales, en la situacién tercermundista de nuestras prisiones, en la falta de atencién a las vietimas desamparadas de delitos violentos, en la extendida sospecha de que el terrorismo de Estado siempre «queda impune, en ef incumplimiento del imperativo constitu- ional de establecimiento del jurado, etc. En esta linea, la insumision y, més coneretamente, st relevancia juridico-penal es otro de los temas de trégica actua- Tidad en nuestro pais. La sociedad espaiiola asiste —con divi sién de opiniones, todo hay que decirlo— al ingreso de jove- -227- nes en prisién por negarse a cumplir el servicio militar 0 ta prestaci6n social sustitutoria del mismo, exigida por Ley de 26 de diciembre de 1984. Sobre todo en los paises con estructuras demoeriticas arraigadas, el reconocimiento legislativo —a veces con rango constitucional— de la objecidn de conciencia al servicio mili- tar se ha producido sin demasiados traumas. Se ha egado a hablar, incluso, de una cultura de ta objecién de concienci. ‘Como en su momento tendré oportunidad de poner de relieve, cen los paises con tradicién dictatorial el proceso result més traumatico, En el nuestro, especialmente conflictivo. En cualquier caso, y por lo menos en los paises de ruestro pretendido entomo cultural, goza de amplio reconoci~ miento la afirmacién de que la objecién de conciencia al ser vicio militar entiende de un modo diferente el servicio a ta patria: “un modo menos Hlamativo, carente del resplandor de Jas armas, sin divisas, grados ni estrellas, falto de la fascina- cién que puede ejercer el hombre armado; pero un modo pleno de humanidad, de solidaridad, de fuerza no violenta, de espiritu de servicio. Un modo distinto de concebir la viilidad yy de poner la propia fuerza al servicio de la colectividad’. Nos. fencontramos, sigue diciendo VENDITTI —Profesor de Dere- cho y procedimiento penal militar en la Universidad de Tori- no—, ante jévenes que deciden realizar Ia prestacién social sustitutoria “no por vileza o por comodidad, sino que encuen- tran serios motivos para oponerse a cualquier modalidad de violencia, en el firme convencimiento de que para construit un mundo nuevo y distinto es preciso cambiar la mentalidad ta- dicional, es necesario acabar con el viejo aforismo si vis si vis pacem, Ello sentado, hay que reconocer que actitudes tan com- prensivas pueden no alcanzar a Ja insumisi6n, es decir, a esa especie de objecién de conciencia reduplicada, también deno- rminada en ocasiones “objecién total” 228 u Evidentemente, Ja insumisién no supone més que el Glkimo paso en un largo proceso, muchas veces paraddjico, ‘que entronca con la vieja problemiética del derecho de resis- tencia, la desobediencia civil y —como ya se indieé— la objecién de conciencia. Nada més lejos de mi intencién, y de mis capacidades, que abordar una problemética tan compleja como la més arri- ba apuntada. Creo, sin embargo, que son obligadas unas mn mas reflexiones al respecto. Y siempre partiendo de la idea de que la desobediencia al derecho no puede, en modo alguno, ser objeto de idéntica valoracién en un sistema realmente democratico que en otro autoritario, Los conceptos de objecién de conciencia, desobedien- cia civil y otros afines, han propiciado el arrinconamiento del tradicional concepto de la resistencia como garantia extrajurt- dica, elaborado de forma especialmente sistematica por la escolistica. Por lo menos en su origen, la desobediencia civil y la objecién de conciencia ofreven muchos puntos de contac {o. Fundamentalmente, constituyen otros tantos supuestos de desobediencia al derecho por razones de tipo ético. En el imperativo de la disidencia se ha centrado su comin denomi- nador. Ambas nacen como oposicién a una decisién juridica- mente objetivada de Ia mayorfa, que cristaliza en una norma juridiea, y se manifiestan con el quebrantamiento de esta ‘norma por una motivacién ética. Nes encontramos, en definitiva, ante dos manifestacio: nes diferenciadas de un mismo fenémeno; ante dos cauces de Udevobediencia del ciudadano, en principio obligado a observar Jos deberes y obliguciones establecidas por el derecho, Ello no cobstante, existen entre ambas diferencias muy significativas puestas de relieve por los estudiosos de esta problemética, si bien no siempre con argumentaciones coincidentes. 9. En cualquier caso, parece razonable la —amplianente difundida— afirmacién de que la desobediencia civil reviste cardcter pablico al suponer una violacién manifiesta de la norma con el objetivo de influir en su modificacién, y —por el ccontrario— la objecién de conciencia constituye una manifesta cin reducible al mbito de la privacidad, ya que el objetor no busca primariamente fa consecuciGn de un fin exterior determi- nado, sino resolver la fatima antinomia de la conciencia perso- nal con Io establecido por las normas. En esta linea, puede hablarse de la finalidad politica que mueve al desobediente civil frente a los propésitos simplemente defensivos del objetor. Consecuentemente, la objecién supone un rechazo de Ia obligacién impuesta por la norma juridica fundamentedo en Ia intimidad de la conciencia individual, que se expres nor- malmente también de manera individual y cuyo objetivo es, igualmente, dnico y privado: evitar una confrontacién del individuo consigo mismo, con su propia conciencia. Bien «cierto que el objetor, como sujeto de esta experiencia per- sonal problemtica dentro de citcunstancias sociales adverss, normalmente aspiraré a influir en un cambio politico o legisla tivo y, por ello, participard en movimientos polit les de objecién que le aproximariin al Ambito de la desobe- diencia civil. Asf dos actitudes perfectamente diferenciables cn Ia esfera conceptual se vinculan vital y sociolégicamente. En efecto, no pocos objetores viven su conflictiva situacién de una forma estrictamente personal, sin sumarse a movimientos colectivos y agotan su actitud con ta desobediencia de normas que segtin su conciencia imponen obligaciones inadmisibles (caso, por ejemplo, de los objetores Testigos de Jehovay, pero tno es menos cierto que otros esgrimen su objecién como un instrumento més dentro de una estrategia colectiva, para con seguir Ia transformacién de la sociedad, el derecho o la politi- cca en una direccién determinada, Todo ello sentado, algunas matizaciones adicionzles se imponen en un terreno, obviamente, rico en matices. La deso- 230- bediencia civil no es, ni puede ser, un derecho; el ordenamien- to juridico no puede reconocer un derecho a la desobediencia civil porque ello supondria una autonegacién. Por el contrario, Ja objecién de conciencia puede, en algunos casos, ser recono- cida para oftecer alternativas que destruyan 1a incompatibili- dad inicial entre los imperativos legales y la conciencia indivi- dual; desde ese momento deja de ser desobediencia para convertirse en un derecho subjetivo 0 una inmunidad. Asi, suele argumentarse que el servicio civil sustitutorio es la alter nativa que permite al objetor al servicio militar respetar sus convicciones sin dejar, por ello, de dar satisfaccién a los obje- tivos que la norma juridica establece como servicio a la comu- nidad en tareas de defensa o de solidaridad social. Mas ain, se centiende que el establecimiento de esta alternativa se convierte en pariimetro de Ia autenticidad étia de la actitud objetora. Obviamente, no se puede hablar de un catélogo cerrado de supuestos de objecién de conciencia. La dindmica social y congruentemente, la evolucién del ordenamiento juridico deter- ‘nian que unos aparezcan y otros Sean eliminados. Por basarse en particulares conviceiones filosofica, religiosas, morales 0 hhumanitarias, puede la objecion incidir en smbitos bien dife- renciados: la violencia, el juramento, el pago de determinados mpuestos, el cumplimiento del ideario de un centro de ense- fianza, la venta de anticonceptivos, la colaboracidn en pricticas abortivas, el cumplimiento del servicio militar, ete, Sin embar- 20, esté muy extendida, y no s6lo entre nosotros, la inteligen- ia de que cuando se alude a os objetores de conciencia nos referimos a aquellos que por motives de conciencia rechazan el cumplimisnto del servicio militar obligatorio, -231- m Todo ello sentado, hay que reconocer que la objecién de conciencia al servicio militar no siempre se traduce en una misma actitud hacia las obligaciones legales rechazadas. Se trata, evidentemente, de un fendmeno complejo. Asi, suele distinguirse entre la objecion propia {obje- cci6n_ general al servicio militar) y la impropia (objecién a pa ticipar, como combatiente, en actividades bélicas). Respecto de la objecién propia y general, se diferencia centre la negativa a prestar un servicio militar con armas {obje- cién relativa) y Ia oposicién a cualquier tipo, armado 0 no, de servicio militar (objecién absoluta) Esta itima modalidad me interesa especialmente porque, cuando se rechaza también la prestaci6n de un servicio civil sustitutorio, nos encontramos ante la denominada objecién rotal, es decir, ante el fenémeno de la insumisién. Consecuentemente, y sin perjuicio de insstr més ad lante en esta problemitica, puede provisionalmente coaside- rarse insumiso al objetor de conciencia que rechaza, no sso el cumplimiento del servicio militar, sino también la prestacién social susttutoria. Asf, el insumiso no acepta la solucién dada por el ordenamiento jurdico al conflicto entre moral y de cho -entre la ley y la conciencia- porque esa solucién, a asi mila pacificamente al objeto, tiende a establecer un sistema de servicio militar obligatorio, de gastos militares y de blo- «ques antagénicos, de no desarme y, en definitiva, de mantener las condiciones que hacen inviable la paz en el mundo, Concretamente en Espafia, la insumisién se vincula all rechazo del cumplimiento de la prestacién social sustitatoria del servicio militar, contemplada en la Ley de 26 de diciembre de 1984, No es, sin embargo, un movimiento que nazca por ‘generacién espontinea, Es el resultado de un largo proceso en el que corfluyen factores bien diversos. Las simplificaciones ro son posibles al respecto. En cualquier caso,hacer Ia historia de este proceso supone abordar la erénica de una intransigen- cia, El salto cualitarive que convierte la objecién de concien- cia originaria en una radical insumisi6n s6lo puede explicarse si seguimos atentos la evolucién de determinados aconteci- rmientos en otros paises y, también, en el nuestro. Vv Prescindiendo de discutibles intentos de ofrecer una panorimica histérica de la evolucién de la objecién de con- ciencia al servicio militar desde los primeros tiempos del cris tianismo asta los mas recientes movimientos pacifistas, hay que reconocer que esta problemitica -social, politica y juridi- a- s6lo puede nacer en el marco del estado liberal y, més coneretamante, a principios del siglo XX. En efecto, los primeros reconocimientos de la objecién al servicio de las armas tienen lugar en Australia (1903), Gran Bretafia (1916), Estados Unidos de Norteamérica y Canada (1917), Suecia (1920), Finlandia (1922), Holanda (1923), ete En easi todos los casos se prevé que el objetor realice un ser- vicio militar sin armas (en intendencia o sanidad) 0 una pres- tacién civil sustitutoria (obras de utilidad publica y servicios sociales). La trdgica experiencia de la Primera Guerra Mundial impuls6 ta aparicién de un movimiento pacifista de dimensién ica y religiosa, incluso filos6fica, La aportacién de BER- RAN RUSSELL, por ejemplo, fue decisiva en este momento, Después de la Segunda Guerra Mundial y, sobre todo, en la décaa de los altos sesenta, se consolida un movimiento 233. ‘en el que inciden planteamientos de origen diverso pero que alimentan una actitud nueva ante la objecién de conciencia al servicio militar, Cabe aludir, sin afin de exhaustividad, al retroceso de la intolerancia y paralelo reconocimiento de las libertades individuales en los sistemas democriticos, e! com- promiso de algunas confesiones como los Testigos de Jehovs, Jos planteamientos libertarios, ejemplos tan significativos como los GANDHI, MARTIN LUTHER KING 0 EINSTEIN, la siniestra Guerra del Vietnam, Ia carrera nuclear, el renova dor Concilio Vaticano Il, la aparicién de grupos sociales y ‘movimientos construidos sobre solidaridades distintas a las de clase, ete. Todo ello, ha propiciado que desde Ia sociedad se reclame el reconocimiento expreso del derecho a la objecitin de conciencia al servicio militar como un derecho funcamen- tal, en cuanto que manifestacién de la libertad de conciencia ~ y no sélo de la religiosa- y que el Estado democritico de dere- ccho haya comenzado a dar respuestas, incluso con rango cconstitucional, a estas aspiraciones. Obviamente, los sistemas totalitarios ven con descon- fianza, cuando no con rechazo frontal, cualquier iniciaiva en este sentido. Como en su momento tendré oportunidad de poner de relieve, la torturada historia de Esparia puede expli- ‘car muchas de las tensiones recientes experimentadas en este Ambito. Paralelamente al proceso antes apuntado, los pronun- ciamientos de las instancias internacionales han resultado decisivos. Bien es cierto que, en un primer momento, en el mbito intemacional no se ha reconocido de forma expresa y directa el derecho a la objecién de conciencia al servicio mili tar. No figura en la Declaracion Universal de Derechos Huma- ‘nos (1948), ni en el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Politicos (1966), ni -en el émbito regional europeo- en el Con- venio para la Proteccidn de los Derechos Humanos y las Libertades Fundamentales (1950). Sobre todo, son razones politicas y de orden militar derivadas de Ia Segunda Guerra 234 Mundial y cistalizadas en la guerra fria las que impiden que se preste atercién a una problemética que, ademés, se considera todavia marginal y minoritaria, con relevancia en muy pocos paises. El militarismo imperante ignoré esta realidad, Sin embargo, ya en la década de los setenta, la Comi- sién de Derechos Humanos del Consejo Econémico y Social de las Naciones Unidas -sobre todo- se ha pronunciado inequi- vocamente al respecto. Ante dicha ComisiGn se present6 una ‘Comunicacién et 26 de febrero de 1974 por muy significativas organizaciones no gubernamentales, con motivo del debate sobre Ia declaracién de eliminacién de todas las formas de intolerancia religiosa, El documento preconizaba que se urgic~ se a todas las comunidades nacionales y a la comunidad inter- nacional “a respetar y reconocer la conciencia de quienes pre~ sentan objeci6n al servicio militar, no sin respetar al mismo tiempo la conciencia de quienes estiman un sagrado deber prestar dicho servicio y sin desconocer el inmenso sacrificio hecho por los soldados en defensa de sus respectivas patrias”. Ademés, se destacaba “la urgencia de reconocer la objecién de conciencia como un derecho humano y de que Ia comuni- dad internacional invitase a todos los estados a avanzar en el reconocimiento de ese derecho que no implica una denegacién de la Soberania nacional” Al margen de otras iniciativas de més limitado alcance, la Comisién de Derechos Humanos de las Naciones Unidas aprobé, el 8 de marzo de 1989, una Resolucién en la que recuerda y reitera las anteriores tecomendaciones y resolucio- nes, reconociendo el derecho de toda persona a tener objecio- nies de conciencia al servicio militar “como ejercicio legitimo del derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religion enunciado en el articulo 18 de la Declaracién Univer- sal de Derechos Humanos y en el articulo 18 del Pacto Inter- nacional ce Derechos Civiles y Politicos” Es, sin embargo, en el marco regional europeo donde ticnen lugar los mas relevantes pronunciamientos en la mate~ 5 tia de diferentes organismos internacionales, Ya en 1966 el Consejo de Europa -y a peticién de Amnesty Internarional- inici6 una serie de estudios y debates sobre la situacién jurfdi- cca de los objetores en los estados miembros. Todo ello crista: liz6 en la conocida Resolucién 337 de la Asamblea Consultiva del Consejo de Europa, de 1967: 1) Como principios de base, se declara que las perso- nas obligadas al servicio militar que, por motivos de concien- cia 0 por razén de una conviccién profunda de orden religio- 80, ético, moral, humanitario, filoséfico 0 de aréloga naturaleza, rehisen realizar el servicio con armas, deben tener tun derecho subjetivo a ser dispensados de tal servicio: se expresa, ademiis, que en los estados democraticos, furdados sobre el principio de ta preeminencia del derecho, se debe considerar que el derecho citado antes deriva Iogicamente de los derechos fundamentales del individuo, garantizados en el art. 9° del Convenio Europeo de Derechos Humanos. 2) En cuanto al procedimiento, se afirma -entre otras ccuestiones- la necesidad de que se informe de sus derechos a las personas obligadas al servicio militar inmediatameme des- pués del alistamiento o antes del Ilamamiento a filas, 3) Especial interés revisten las declaraciones en orden al servicio sustitutorio: éste deheri tener al menos la misma duracién que el servicio militar ordinario; objetores y solda- dos deberan tener los mismos derechos econdmicos y sociales; finalmente, los gobiernos afectados deben velar para que los objetores de conciencia sean empleados en tareas iiiles Ta sociedad o a la colectividad, sin olvidar las miltiples necesi- dades de los paises en vias de desarrollo, Por lo menos en sus lineas generales, y en el imbito europeo, la Resolucién 337, de 1967, ha inspirado la mayoria de los ordenamientos nacionales promulgados en la materia En consecuencia, se dio entonces un primer paso inspirade por la moderacidn 236. “Mas ambicioso que e! Consejo de Europa se ha mostra- do el Parlamento Buropeo en la persecucién y desarrollo del reconocimiento de este derecho fundamental a la objecién, como dimanante de la libertad de conciencia. Su Resolucién de 7 de febrero de 1983 ha legado a ser calificada como “la mis avanzada muestra de sensibilidad institucional” en la materi, Me interesa resaltar que, entre otras cuestiones de menor relevanci, se conta af que la proteccin dela liber tad de conciencia implica el derecho a ehusare servicio mili tar con armas y a separarse del mismo por razones de: con- ciencia que ningén trbunal o comision puede penetar ef Ia onciencia de una persona y que, portato, una declaracion mmotivada individualmente debe bastar en la. gran mayora de Tos casos para obtener estatuto de objetor de conciencias aque ol compliment de un servicio sustiutoo no puede con- siderarse como una sancién y que el mismo debe organizarse con respet la dignidad de la porsonaafectaday en interés de la comunidad; que Ia duracgn de tal servicio sustintorio, cuando terga logar en la adminisracign o en una organizacion Civil no deberdexceder del period del servicio militar ord nario, Mee permitido subrayar ls nds relevantes innovacio- nes introducidas en la Resolucién, a las que siguen las tradi- Cionales recomendaciones a 165 estados iniembros de ta Comunidad para que examinen sus respectivas legistaciones en este campo. ‘Ya en 1989, el 13 de octubre, adopté el Parlamento Europeo una nueva Resolucién insistiendo en los términos de la de 1983 y denunciando Ia falta de iniciativas de los estados miembros desde entonces. En cualquier caso, hay que reconocer que el proceso esquematicamente recogido en paginas anteriores supone la consolidacién a nivel intemacional -y sobre todo en os alt mos afios- de la objecién de conciencia al servicio militar ‘como un cerecho fundamental. 237. v En el Ambito del Derectio comparado, y por razones que se me ofrecen obvias, come muy distinta suerte el recono- cimiento de la objecién de conciencia al servicio militar. Por Jo menos en determinadas ‘reas geogrificas, y bajo detenni- nados regimenes, parece impensable en la hora actual. En cualquier caso, son mayoria los, paises que no reconocen este derecho a sus stibditos, que no ciudadanos. En nuestro conti- nente, y al margen de las posibles limitaciones de algun nor- ‘mativa, la situacidn es otra, merced -como ya se indic6- a las declaraciones y recomendaciones de diversos organismos internacionales europeos. Pero incluso en aquellos paises que se han mostrado receptivos con esta problemiitica, en su més moderna formula cidn, las soluciones nacionales no se caracterizan precisimen- te por su homogeneidad. Las diferencias son con frecxencia rumerosas y, en ocasiones, muy significativas Debe, sin embargo, subrayarse una clara tendencia al progresivo reconocimiento en esta esfera de las convicciones, personales frente al Estado. Fn algunos paises se reconoce el derecho a la otjecién ‘en una norma de rango constitucional (por ejemplo, Alemania, Holanda, Austria, Portugal y Espafta). Son mas numerosos, por el contrario, los que han recurride a una ley orcinaria (Francia, Htaia, Suecia, Belgica, Dinamares, ete) En algunos casos el reconocimiento de la objecién de conciencia es absoluto y supone para el objetor la posibilidad de cumplir un servicio sustitutorio civil, independiente de las estructuras militares (Alemania, Noruega, Austria o Dinamar- ca). En ottos ordenamientos el reconocimiento es relativ, por admitir —sinicamente— el rechazo a las armas y obligar al Ccumplimiento de un servicio militar no armado, pero siempre dentro del ejérito (es el caso de Grecia y de 1a desaperecida Repiiblica Democritica Alemana, por ejemplo) 238. Un paradigma de reconocimiento especialmente res- trictivo se encuentra en Israel: con discutible galanteria, se limita este derecho a la mujer, para la que se prevé un servicio civil de sustitucién a desarrollar en actividades agricolas u hospitalarias y de igual duracién que el servicio militar. En algunos ordenamientos 1a posibilidad de objetar se reconoce, lan sélo, en tiempo de paz (Finlandia); en otros, se admite ine'uso en tiempo de guerra (Austria 0 Bélgica), En 0 pocos paises, se acepta expresamente la posibili- dad legal de una objecién sobrevenida (Alemania, Austria, Holanda o Bélgicay; por el contrario, en otros no se admite el ejercicio de Ia objecién de conciencia después de la incorpora- cin a filas (Dinamarca o Italia) El erucial problema de la duracién del servicio sustiu- torio ofrece, también, diferentes soluciones en el Ambito com- paratista, Existen ordenamientos en los que es idéntica a la prevista pera el servicio militar ordinario (Portugal o Austria); no faltan, sin embargo, otras opciones positivas que, por lo ‘menos en cierta medida, penalizan a los objetores y actian como instrumento disuasorio al otorgarle una mayor duracién (Noruega, Holanda o Finlandia). En Dinamarea la duracién de este servicio sustitutorio és variable, en funcidn del tipo de actividad que se realice por el objetor, pudiendo abarcar desde ‘ocho a veinticuatro meses, cuando la duracién det servicio militar es de nueve meses. En Francia supone el doble de tiempo que el servicio militar ordinario. En Mafia también se hha establesido una mayor duracién del servicio civil frente al militar (ocho meses més); sin embargo, Ia Corte Constitucio- nal de aquel pais, en Sentencia de 19 de julio de 1989, ha dcclarado la inconstitucionalidad de esta: norma y subrayado que asi concebida suponfa una sancién encubierta para los objetores, un sintoma de injustificable disparidad de trata- miento por razones de fe religiosa 0 de conviccién politica y, ademas, un freno a la libre manifestacién del pensamiento. -239- A tan variada gama de respuestas legislativas, cabe afiadir que existen en el momento actual una serie de paises {que no tienen ejéreito (Islandia, Liechtenstein, Andorra o San Marino) y otros que, ain teniéndolo, no imponen el servicio militar obligatorio (Gran Bretafia, Estados Unidos, Canadé, Australia 0 Luxemburgo). En ambos casos, la cuestién apare- ce zanjada de la forma més pacifica. Radicalmente en el pri- mer supuesto y, en el segundo, con el reconocimiento de la objecién de conciencia sobrevenida, que permite al ebjetor alcanzar su baja en las fuerzas armadas, como férmul més cextendida, vi ‘Mientras en 1a inmensa mayoria de los paises de nues- {to pretendido entorno cultural se consolidaba el proceso de reconocimiento legislativo de la objecién de conciencia al ser- vicio militar, inspirado —como ya tuve oportunidad de poner de relieve— en declaraciones y recomendaciones de diversos organismos internacionales, en Espatia la situacién era bien difereme. Después de 1a Guerra Civil espafiola era inimaginable cualquier apertura en este sentido, y en tantos otros. EI milita- rismo imperante era consustancial al régimen fascista, que tenia su origen —precisamente— en un delito de rebelién militar contra la legalidad republicana. No voy a insist: en la descripcién de uno de los pasajes més siniestros de nuestra historia, Lo que sf me interesa subrayar es que a finales de la década de los aflos cincuenta, y principios de ta siguiente, nacen los primeros movimientos en la materia que son repri mids con ta diureza habitual del frag 240. En efecto, la legalidad entonces vigente puede resumir- se en los siguientes términos: el art. 7 del Fuero de los Espa- fioles establecfa que “constituye titulo de honor para los espa- oles servir a la patria con las armas. Todos los espafoles estén obligados a prestar este servicio cuando sean lamados con arreglo a la Ley”; ademds, el art. 108 de la Ley General del Servicio Militar, de 27 de julio de 1968, incapacitaba para ejercer derechos politicos, ostentar cargos, funciones publicas ¥ para establecer relaciones laborales y contractuales de todo ‘orden con entidades pablicas a quienes estando obligados a prestar el servicio militar no lo cumplieren; finalmente, los objetores de conciencia eran considerados.reos del delito de desobediencia tipificado en el art. 328 del Cédigo de Justicia Militar, de 17 de julio de 1945, y sancionados con penas que coscilaban entre los seis alos de prisién militar a veinte de reclusién militar, 0 entre seis meses y un dfa a seis aflos de prisiGn militar, segiin se tratase 0 no de Grdenes relativas al servicio de las armas. Ademés, una vez cumplida la condena los objetores no quedaban exentos del servicio militar y eran Ilamados de nuevo a filas; en caso de nueva negativa, se les volvia a pro- cesar por el mismo delito y una nueva condena —agravada por la reiteracién— cafda sobre ellos. Condenas en cadena que sélo finalizaban cuando el objetor cumplia los treinta y ‘ocho alos, fecha en que terminaba la edad militar con la licencia absolut, sla situacién se vefa agravada por la negativa de los tribunales militares a aplicar en estos casos de sucesién de desobediencia la doctrina del delito continuado, que —al menos— hubiese servido para suavizar los rigores de la nor- ‘mativa entonces vigente, El caso de Alberto Contijoch, objetor de conciencia y Testigo de Jehova, es frecuentemente citado por los estudiosos del tema como paradigma de la ceguera represiva de aquel ‘momento: en 1959, se le condené a tres afios y un dfa de pri- -241- sién por un Consejo de Guerra: en 1961, a cuatro afos y un dig; en 1965, a seis aos y un dia; trasladado al Aaivn, una titima condena, también a seis aflos y un dia de prisién mili tar, Cuando fue indultado, en 1970, habia pasado once ios privado de libertad Tal situacién chocaba frontalmente con ta nueva sensi bilidad internacional respecto de los objetores, ya esquemati- zaba en péginas anteriores. Incluso, el 22 de enero de 1971, el Consejo de aprob6 una resolucién en la que se denunciaba la severidad e intransigencia de nuestro derecho en la materia y se instaba al gobierno espafiol para que modificase la situacién, habilitando los cauces legales oportunos para que los objetores pudiesen cumplir un servicio civil sustitutorio del militar ordinaro, ‘Ademés, la evidencia de la multiplicacién de otjetores de conciencia catdlicas en este momento hist6rico otorgé una dimensién nueva a esta problemética, Efectivamente, en un estado formal y sustancialmente confesional tuvo especial eco la declaracién que el Coneilio Vaticano II habia hecho en su cconstitucién pastoral Gaudium et Spes. Parece raronabie —se decia allf— que las leyes “tengan en cuenta, con sentido hhumano, el caso de los que se niegan a tomar las armas por ‘motivos de conciencia, siempre que acepten al mismo tiempo servir a la comunidad humana de otra forma”. ‘Tan moderado reconocimiento de la objecién de con: ciencia al servicio militar puesta en contacto con el texto de la Ley de Principios del Movimiento Nacional, de 17 de mayo de 1958, engendraba una profunda contradiccién. Como es sabido, entre aquellos principios se establecta Titeralmente que “la naci6n espaffola considera como timbre de honor el acata- miento a la Ley de Dios, segdn la doctrina de la Santa Iglesia Catslica, Apostélica y Romana, tinica verdadera y fe insupera- ble de la conciencia nacional, que inspirard su legislacisn” Una vez més, Ia tajante declaracién de confesionalidad produ- 242. fa desarmonias entre la doctrina oficial de la iglesia catslica y el nacionalcatolicismo espafiol. Ante esta situacién, y quizé convencido de que la doc- trina vaticana no era mas que un ejemplo de desviacionismo, el gobierno espafiol elabors, sin demasiada conviceién, dos restrictivos proyectos de ley en 1970 y 1971— reguladores de la objecién de conciencia, que se circunseribfa a la motiva- cién religiosa y creaba un servicio militar no armado, que deberia prestarse en unidades 0 servicios especiales por un periodo de tres aiios (en el primer caso) 0 de duracién no infe~ rior al doble del tiempo fijado para el servicio militar ordina- rio (en el segundo). Naturalmente, ninguno de estos proyectos cristaliz6 en derecho positivo. El franguismo, como en tantos otros aspectos de Ia realidad social, se resistia al reconoci- ‘miento de las libertades ciudadanas. Sin embargo, la presién internacional, la actitud de la iglesia catSlica, lo desorbitado de alguna de las condenas pro- rnunciadas, las manifestaciones callejeras, el apoyo a los obje- {ores en el Ambito universitario o de los colegios profesionales yy el némero creciente de j6venes que todos los afios se nega- ban a vest el uniforme militar, fueron otros tantos factores que forzaron, ya en 1973, un paso adelante —aungue m{ni- ‘mo— en este dmbito, Mediante Ley de 19 de diciembre de 1973, se afiadi6 al Cédigo de Justicia Militar el art. 383 bis, tipificador del nuevo delito de negativa a la prestacién del servicio militar. Es sinto- ‘miético que la ley reformadora ni siquiera mencionaba expre samente a los objetores, a pesar de que habia nacido para san- cionar la conducta de éstos. El art, 383 bis estaba concebido en términos de extra- cordinaria dureza: sancionaba la negativa a prestar el servicio militar, en tiempo de paz, con una pena de prisién de tres afios y un dia a ocho afios. Ademés, se aiadia la inhabilitacion del condenado para ejercer derechos politicos, ostentar cargos ¥ -243- funciones publicas, establecer relaciones laborales y contrac~ tuales de todo orden con entidades estatales y locales, asf como para la docencia y la obtencién del permiso de texencia y uso de armas, Una vez cumplida la condena, el objetor quedaba excluido del servicio militar, excepto en caso de movilizacién por causa de guerra, La rehabilitacién solo podia obtenerse mediante el cumplimiento de las obligaciones militares, sin posibilidad alguna de reduccién, El nico aspecto positive de esta normativa radica en que los objetores ya no podia ser —como ocurria con la lega- lidad anterior— objeto de sucesivas ¢ indefinidas condenas. CCumplidas las penas previstas en el art. 383 bis los condena- dos quedaban exentos del servicio militar. Obviamente, se suaviz6 asf la respuesta penal a la negativa reiterada al cumplimiento del servicio militar, pero en modo alguno podia considerarse resuelto el problema de Ia objecién de conciencia, que seguia sin reconocerse en ruestro derecho. Por ello, entre 1974 y 1976 se suceden tas sentencias condenatorias conforme al nuevo art. 383 bis del Cédigo de Justicia Militar, Paralelamente se produce un recrudecimiento de los movimientos a favor del reconocimiento de la atjecién de conciencia. En noviembre de 1976, el recién creado Movimiento de Objetores de Conciencia hace llegar al gobierno un Proyec~ to de Estatuto en el que se prevefa el derecho a la objecisn, por simple manifestacién del objetor, incluso después de la incorporacién a filas, y a realizar un servicio civil sustitutorio dd idéntica duracién al militar, Ademés, se pretendia que los objetores dependiesen, exclusivamente, de la administracién civil y quedasen sujetos 244. vit En cualquier caso, nos encontramos ya en un contexto politico por Io menos formalmente diferenciado del anterior. Producido, en noviembre de 1975, el “hecho sucesorio” — para respetar la ret6rica oficial de entonces— se abre camino Ja transicién hacia Ta democracia, Con la cautela caracterfstica de este peculiar momento cde nuestra historia, se dan los primeros pasos hacia el recono- cimiento —por vez primera— de la objecién de conciencia al servicio militar En primer lugar, se ejerce el derecho de gracia, El Real Decreto-L2y de 30 de julio de 1976 concedié amnistta a todos los que por objecién de conciencia se hubiesen negado a pres- {ar el servicio militar en los téminos previstos en el art. 383 bis del Cédigo castrense, antes mencionado, En segundo término, se promula el Real Decreo de 23 de diciembre de 1976, sobre prorrogas de incorporacin a filas por objecisn de conciencia de cardoter religioso, para resolver, con carécter de urgencia, os problemas concretos susctados en la materia EI mecanismo introducido por el Real Decreto suponia Ia concesign a los abjetores de tres prérrogas consecutivas, que solo podfan ser solicitadas por razones religiosas, durante cuya vigencia realizarfan una prestacién personal en puestos de interés civico, de tres afios de duracién y siempre fuera de la regi6n militar de origen. La prestacién de este servicio, con certificados favorables de comportamiento, permitirfa a los ohjetores obtener la exencién dafinitiva del servicio militar activo, pasando a la reserva. Creo innecesario subrayar el carécter marcadamente testrictivo de esta normativa: seguia sin reconocerse la obje- cién como un derecho ciudadano, configurindose como una -245- simple exencién; no se regulaba un auténtico servicic civil sustitutorio; s6lo tenfa cabida la objeci6n de naturaleza religio- sai; la duracién del servicio efvico era de tres afios (el doble det servicio militar); no se regulaba la objecién sobrevenida, etc. ‘Ademds, quienes fuera de los casos allf previstos se negaren a prestar el servicio militar ordinario suftirfan e! rigor —ya denunciado— del art. 383 bis del Cédigo de Justicia Militar. Por todo ello, a primeros de 1977 el Movimiento de Objetores de Conciencia hizo ptblico un manifiesto rechazan- do la formula ofrecida por el Real Decreto de 1976, De todas formas, y aunque Ia normativa de 1976 no se derogé formalmente hasta 1984 —con la promulgacién de la ley reguladora de Ia objecién de conciencia—, Ia misma no fue aplicada, Los objetores, cualquiera que fuese el motivo alegado, quedaban autométicamente en situacién de incorpo- racién aplazada o disfrutando una licencia temporal. Se trata- ba, simplemente, de ganar tiempo hasta la publicacién de ta Constitucién, Incluso, y para zanjar provisionalmente algunos problemas concretos, la Ley de amnistia de 15 de octubre de 1977 beneficié no s6lo a los objetores de conciencia al servi cio militar por motivos religiosos, sino también éticos. Conse- ‘cuencia de ello fue la inmediata puesta en libertad de mis de doscientos jévenes. En definitiva, el imparable proceso constituyente se enfrentaba con Ia tarea de abordar en este émbito soluciones ampliamente asumidas por la sociedad espaftola, vu Como es sabido, Ia Constitucién espafiola de 1978 es fruto mas del consenso que de conviceiones realmente asumi- das. De abt, precisamente, su ambigiledad ¢ indfinicién en 246. ‘muchos terrenos. El examinado no escapa a estas limitaciones, sobre todo en funcién de las muchas veces atormentadas rela- clones entre nuestra clase politica y el poder fictico tepresen- tado por el estamento militar. En cualquier caso, y después de muy ilustratives deba- les constituyentes sobre la objecisn de conciencia, accede ésta a laConstitucién (art. 30.2) en los siguientes términos: “La ley fijard las obligaciones militares de los espaftoles y regularé, ccon las debidas garantias, la objecién de conciencia, asi como Tas demas causas de exencién del servicio militar obligatorio, pudiendo imponer, en su caso, una prestacidn social sustituto- ria”, Con cierto triunfalismo, s€ ha destacado en ocasiones ‘que Espata se incorpora asf al grupo de paises europeos —Ios ‘menos— que reconocen la objecién de conciencia a nivel cconstitucional. Una minima, pero expresiva, matizacién al res- pecto: nuestra ley de leyes ni siquiera llega a calificaria expre- samente como derecho eiudadano; se configura, junto a otras, como una causa de exencién al servicio militar. Por ejemplo, Ja Constitucién portuguesa declara, con mayor decisién, que “se garantiza el derecho a la objecién de conciencia’ Sin embargo, en nuestra Constitueién no aparece expresamente calificada como derecho fundamental la obje- cin de conciencia, aunque sf protegida como si 10 fuese. Su art, 53.2 afirma que el recurso de amparo seré aplicable a la objecién reconocida en el art. 30; se concede, pues, un nivel de proteceién semejante al que disfrutan los derechos y liber- tades funcamentale. Por otro lado, conviene recordar que la Constitucién de 1978 impaso al legislador la obligacién de regular mediante ley el régimen juridico de la objecién de e: militar. A la incuria de nuestros legisladores —y, quiz, a razones menos confesables— hay que atribuir la evidencia de que la previsién constitucional no se cumplié hasta seis afios después. Menos fortuna ha tenido el desarrollo —tantas veces jencia al servicio 247. aplazado~ del art. 125 de la Constitucién que abre el carsino a Ja participacién de los ciudadanos en la administracién de jus- ticia “en la forma y con respecto a aquellos procesos penales que la ley determine”, No obstante, ta tardanza del legislador ha permitido al ‘Tribunal Constitucional —precisamente, al resolver diversos recursos de amparo— ir configurando el perfil de la objecién de conciencia en nuestro sistema. Expecialmente expresiva resulta la Sentencia del Tribu- nal Constitucional de 23 de abril de 1982, Me limitaré a des- tacar alguna de sus afirmaciones fundamentales: 1) Puesto que Ia libertad de conciencia es una conere- cidn de la libertad ideolégica, reconocida en el art, 16 de la Constituci6n, “puede afirmarse que la objecién de conciencia es un derecho reconocido explicita e implicitamente en Ia cordenaci6n constitucional espafiola, sin que contra la argu- ‘mentaci6n expuesta tenga valor alguno el hecho de que el arti- culo 30.2 emplee la expresién la ley regulard, la cual no sig- nifica otra cosa que la necesidad de la interpositio legisiatoris no pata reconocer, sino, como las propias palabras indican, para regular el derecho en términos que permitan su plena aplicabilidad y eficacia Como se ha subrayado por la doctrina especializada, este reconocimiento de Ia objecién de conciencia como mani- festaciGn de la libertad ideolégica, suponia la aceptacion de ‘otros motivos distintos de los religiosos para poder objetar, superdindose ast la indefinicién del art. 30.2 y el eardeter res- trictivo de la nica norma preconstitucional existente enton- ces, el ya aludido Real Decreto de 23 de diciembre de 1976. 2) Técnicamente, el derecho a la objecién de concien- cia reconocido en la Constitucién “no es el derecho a no pres- tar el servicio militar, sino el derecho a ser declarado exento del deber general de prestarlo y a ser sometido, en su caso, a una prestacién social sustitutoria’ 248. ‘Tan jesuitica afirmacién fue muy pronto contestada por aquellos cue entendian que a objecién de conciencia no supo- ne la exencidn de un deber, sino la exencién de una determi nada forma de prestar ese deber, forma que reviste carécter general u ordinario, pero que en ningsin caso es tinica 3) Finalmente, se insiste en que la objecién de conci cia “exige para su realizacién la delimitacién de su contenido y la existencia de un procedimiento regulado por el legislador €n los térninos que prescribe el articulo 30.2 de Ia Constitu- cin, con las debidas garantias, ya que s6lo si existe tal regu- lacién puede producirse la declaracién en la que el derecho a la objeciéa de conciencia encuentra su plenitud”. La dilacién cen el cumplimiento del deber que Ia Constitucién impone al legislador “no puede lesionar el derecho reconocido en ella’ Consecuentemente, el Tribunal Constitucional recono- cid el derecho del recurrente a aplazar su incorporacién a filas hhasta que se dictase la ley que habrfa de permitir la plena apli- cabilidad y eficacia del derecho a la objecién de conciencia por él alegada. 1x La legislacién vigente en la materia ests contenida, fundamentalmente, en la Ley ordinaria 48, de 26 de diciembre de 1984, reguladora de la objecién de conciencia y de la restacién social sustitutoria, y en Ia Ley Orgénica 8, de la misma fecha, por la que se regula el régimen de recursos en caso de objecin de conciencia y su régimen penal. Esta ilti- mod/ficada parcialmente por Ley Orgénica de 9 de diciembre de 1985, Enel predmbulo de Ia ley ordinaria de 1984, se decla- ran objetives de la misma el cumplimiento del “mandato cons- 249. titucional, regular legislativamente la objecién de conciencia y articular, por tanto, los mecanismos que permitan a los ciuda danos comportarse de conformidad con sus convicciones” Se afiade que los principios que inspiran el texto son fundamentalmente cuatro: “En primer lugar, la regulacién de la objecisn de conciencia con la maxima amplitud en cuanto a sus causas, con la minima formalidad posible en el procedi- nfo y con Ia mayor garantia de imparcialidad en cuanto a su declaracién. En segundo lugar, 1a eliminacién de toda dis criminacién en cualquier sentido, entre quienes cumplen el servicio militar y los objetores de conciencia, En tercer lugar, In previsiGn de garantias suficientes para asegurar que la obje- cién de conciencia no ser utilizada, en fraude a la Constitu- cién, como una via de evasion del cumplimiento de tos debe- res constitucionales. Por tiltimo, la consecucién de que el ccumplimiento de la prestacién social sustitutoria redunde en beneficio de la sociedad y del propio objetor”. El evidente tono defensivo de esta exposicién de moti- vos se evidencia, sobre todo, cuando el legislador trata de jus- tificar la mayor duracién de 1a prestacién social sustitutoria respecto del servicio militar ordinario: “es, desde luego, una garantfa de las que la Constitucién exige para que la objeci¢n de conciencia no constituya una via de fraude a la Ley a tre vvés de Ia evasi6n del servicio militar; pero es, tambi necesidad para evitar discriminaciones, pues no pueden tratar~ se por igual situaciones desiguales y discriminatorio seria que la prestacién social y'el servicio militar, cuyos costes persona les ¢ incluso fisicos son notablemente diferentes, tuviesen la misma duraci6 ‘A margen de otras cuestiones —creacién del Consejo Nacional de Objecién de Conciencia 0 régimen disciplinario de los objetores— me interesa especialmente destacar que la Ley, en su art. I establece que los espafioles sujetos a obliga- ciones militares que, por motivos de conciencia en razén de una conviecién de orden religioso. ético. moral. humaritario. -250- filosofico u otros de Ia misma naturaleza, sean reconocidos como objetores de conciencia, quedarin exentos del servicio militar, debiendo realizar en su lugar una prestacién social sustitutoria; el derecho a la objecién podré ejercerse hasta el ‘momento en que se produzca la incorporacién al servicio mili- lar en fils y, una vez finalizado éste, mientras se permanezca en Ia situacién de reserva; no podra prevalecer entre los ciuda- danos discriminacién alguna basada en el cumplimiento del servicio militar 0 de la prestacién social sustitutoria, En cualquier caso, esta normativa (tanto Ia que regula la objecién de conciencia como su régimen penal) fue metes. ricamente contestada por un. amplio sector de la poblacién espaftola, acusada de inconstitucionalidad y propiciada desde el Movimiento de Objetores de Conciencia la desobediencia civil a la misma. Sobre tox, se discrepa por ta no admisién de la obje- cin sobrevenida, determinados aspectos del procedimiento, la mayor duracién de la prestaci6n sustitutoria —que otorga un \ratamiento desfavorable al objetor respecto del soldado— y el régimen penal y disciplinatio. E128 de marzo de 1985, el Defensor del Pueblo inter- puso recurso de inconstitucionalidad contra esta normativa, haciéndose eco de numerosas iniciativas de origen bien diver- so: Parlamento Vasco, Movimiento de Objetores de Concien- cia, Cristianos por la Paz, Asociacién Pro Derechos Humanos, Comisién General de Justicia y Paz, Club de Amigos de la UNESCO, Asociacién para las Naciones Unidas en Espaiia, etc. También planted diversas cuestiones de inconstitucionali- dad la Sevcién Primera de la Sala de lo Contencioso-Adminis- trativo de la Audiencia Nacional. Las Sentencias 100 y 161 del Tribunal Constituctonal, ambas de 27 de octubre de 1987, cristalizaron en otros tantos fallos desestimatorios de los motivos de inconstitucionalidad alegados. Me referiré tan s6lo a las cuestiones més lamativas de entre todas las planteadas. -251- Segiin el Tribunal Constitucional, la mayor duracién de la prestacién social sustitutoria del servicio militar no es ant constitucional porque ambos supuestos “no son similares, ni ccabe equiparar la penosidad de uno y otto”. También es per- misible desde la perspectiva constitucional —se afirma—" remisidn al Gobiemo para fijar la duracién del servicio... ya ue se trata de una potestad organizativa que exige una discre- cionalidad en atencién a los medios y necesidades comtingen- tes que puedan surgir segin las circunstancias, campo propio de la potestad reglamentaria”, EI Alto Tribunal afirma, también, que no puede ser tachada de inconstitucionalidad la normativa que rechaza la objecién sobrevenida ¢ insiste en que ¢l derecho a la objecién puede ejercerse, solamente, hasta el momento en que se pro- duzea Ia incorporacién al servicio militar. Aceptarlo con pos terioridad se considera perturbador para la seguridad interna de las fuerzas armadas. Estas y otras argumentaciones contenidas en embas sentencias han causado —al menos— perplejidad entre no pocos constitucionalistas en Fspaia e, incluso, han sido tajan temente rechazadas en diversos votos particulares formulados por magistrados del propio Tribunal Constitucional EI Movimiento de Objetores de Conciencia reaccions con especial dureza, con sorpresa de casi nadie; acus6 al Tri- bbunal Constitucional de haberse alineado con la politica repre- siva del ejéreito y los militares, € hizo un lamamiento a la desobediencia civil que habria de exteriorizarse en la negativa al cumplimiento de la prestacién social sustitutoria. La intran- sigencia, I6gicamente, no engendré més que intransigencia En otro orden de cosas, hay que reconocer que no menos proceloso que el reconocimiento de la objecién de con- ciencia result6 su desarrollo legal y reglamentario, Sin afan de cexhaustividad cabe mencionar, por ejemplo, el Real Decreto, de 24 de abril de 1985, por el que se aprueba el Reglamento 282. del Conse{o Nacional de Objecién de Conciencia y el procedi- ‘miento para el reconocimiento de ta condicién de objetor, el Real Decreto de 21 de marzo de 1986, por el que se aprucba cl Reglamento de la Ley del Servicio Militar (que dedica los arts. 130 4 135 a la objecién) y, sobre todo, el Real Decreto, de 15 de enero de 1988, que aprucba el Reglamento de la Prestacién Social de los Objetores de Conciencia, casi cuatro alos después de la promulgacién de la Ley de objecién de EI Real Decreto de 15 de enero de 1988 fij6 la dura- cién de la prestacién social sustitutoria en dieciocho meses (art, 2); es decir, con una “penalizacién’” de seis meses respec to del servicio militar Por si ello fuera poco, el reglamento que se aprueba ogr6 radivalizar todavfa més los encrespados énimos de los objetores al establecer unos esquemas de organizacién mimé- ticos de los militares y basados en Ia jerarquia, disciplina y obediencia Consecuentemente, es este el momento en que se pro duce un significado salto cualitarivo en las reivindicaciones de los diversas grupos objetores y que es expresién de la tension Idxima entre éstos y el estado: nace la insumisién, es decir un combative movimiento -con creciente presencia en los medios de comunicacién social- engrosado por el continuo incremento de los objetores sobrevenidos y reforzado por la postura personal de alguno de los insumisos encarcelados, que egan a ser comparados con los primeros objetores del fran- quismo. No se trata ya de una simple contestacién de la norma- tiva sobre la objeciéin de conciencia. Es algo més profundo: se rechaza tajantemente no solo el cumplimiento del servicio militar, sino también de cualquier otra forma de servicio que se presente como alternativa de éste. -253- x La insumisién es un fenémeno nuevo, relativanente reciente, en el que confluyen actitudes de origen bien diverso {que se alfan para resultar operativas. Ademés, es un fenémeno ‘que adquiere especial relevancia en nuestro pais, quizé como reflejo de un explicable movimiento pendular de antimiltaris- mo después de tantos afios de forzado militarismo en nuestra sociedad. Por otro lado, es un fenémeno que encaja mal no ‘encaja en absoluto en los esquemas tradicionales, en la “doc trina” existente sobre desobediencia civil y objeciin de con- ciencia, Y no tiene porque encajar. La realidad, la dindmica de la vida no esté obligada a respetar los esquemas académicos. De abt la perplejidad de sesudos fil6sofos y juristas que asisten a la evolucién de un fenémeno que no respeta las eti- quetas tradicionales La insumisign no es exactamente desobediencia civil; tampoco -sin més- una modalidad de objecién de conciencia, Es todo eso y algo més. Quiz porque Ia marginacién y 1a represidn tienden a unir a sus vietimas de una forma esponté- nea. Cabe recordar, por ejemplo, el antifranguismo como cle- mento aglutinador de opciones politicas bien diferencialas en nuestro pats. Se explica asf la existencia, en ocasiones, de extraflos compaeros de viaje. La insumisién ofrece muchos matices: es un movi- miento colectivo, no s6lo individual; pacifico, pero no siem- pre; supone una desobediencia al derecho de largo alearce, ya que pretende modificar aspectos sustanciales del colectivo social; supera el mbito de privacidad que suele atribuirse a la simple objecisn de conciencia; es beligeramte y no simplemen te pasivo; busca la publicidad, incluso el encarcelamiento de los insumisos, con lo que rebasa el dmbito tradicional de la desobediencia civil; ademés, los insumisos se oponen a toda 254. rnormativa sobre el servicio militar, invocando razones de tipo antimilitarista; se niegan a comunicar a las autoridades su objecién y a presentar la solicitud para su reconocimiento; rechazan tanto el servicio militar como la prestacién sustituto- ria; emprenden acciones puiblicas reivindicativas, persiguiendo con ello determinados cambios socio-politicos y juridicos; se niegan tajantemente a ser considerados militares y reafirman su condicién de civiles; hacen “objecién fiscal” para no con- tribuir ala financiacién de los gastos militares, etc. {Objecién de conciencia o desobediencia civil? Desde ‘mi punto de vista: simplemente insumisién, xl Apuntadas en paginas anteriores las caracteristicas esenciales de la insumisién, cabe plantearse Ia relevancia penal de la misma en nuestro derecho y, sobre todo, Ia valora- ci6n polfiico-criminal que merece. Problemética que, obvia- mente, aparece Tigada a la trascendencia penal del incumpli- miento de la prestacién sustitutoria por parte del objetor. 1) Respecto de los insumisos, el marco punitive viene integrado por los nuevos arts. 135 bis h) y 135 bis i) del Codi- 20 penal comtin (introducidos por Ley Orgdnica del Servicio Militar, de 20 de diciembre de 1991) y por el art. 120 del Cédigo Penal Militar, de 9 de diciembre de 1985, En efecto, la nueva Seccién tercera del Capitulo II bis del Titulo 1 del Libro I del Cédigo penal comiin describe y sanciona los delitos “contra el deber de prestacién del servicio militar" Precisa el art. 135 bis h) que el que citado reglamenta- riamente para el cumplimiento del servicio militar u otras -255- obligaciones militares no efectuare, sin causa legal, su incor- poracién a las fuerzas armadas en el plazo fijado para ello, serd castigado con Ta pena de arresto mayor en su grado maxi- mo a prisién menor en su grado mfnimo. En tiempo de guerra se impondré la pena de prisi6n menor, en sus grados medio 0 méximo, o la de prisién mayor cen su grado minimo, Por su parte, el art. 135 bis i) establece que el que cita- do reglamentariamente para el cumplimiento del servicio mili- tar u otras obligaciones militares y sin haberse incorporado a las fuerzas armadas rehusare, sin causa legal, este cumpli- miento sera castigado con la pena de prisién menor en su ‘grado medio o maximo y la inhabilitacién absoluta durante ef tiempo de la condena, En tiempo de guerra se impondré la pena de prisién mayor 0 la de reclusiGn menor en su grado mfnimo. Ura vez ‘cumplida la pena impuesta, el penado quedars exento del ser: vicio militar, excepto en caso de movilizacién por causa de ‘guerra La tpicidad del art. 135 bis i) representa la mais genui- na forma de insumisién. Como es sabido, los insumisos adop- tan una radical postura de inobservancia de la normativa regu: ladora del servicio militar obligatorio y de la objecisn de conciencia -que ni siquiera alegan- por lo que, hasta la rfor- ma de 1991, se vefan abocados a sentarse en el banquillo como reos de delitos militares; lo que evidentemente vulnera- ba el principio constitucional del juez natural, ya que ni fos sujetos activos eran militares ni se exigia en los tpos que Ia cconducta fuese realizada en tiempo de guerra Erectivamente, las tipicidades antes aludidas proceden del Cédigo Penal Miltary, antes de la reforma, se content en sus arts. 124 y 127, hoy sin contenido. Por ello, su enjui- ciamiento era competencia de los tibunales militares. 6. La,nueva ubicacién de los tipos da satisfaccién, al menos, a una vieja reivindicacién de amplios sectores de Ia jjuventud espaitola que insistian en su condicién de civiles y rechazaban, congruentemente, el enjuiciamiento de estas con-

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