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ETNOGRAFÍA
¿cómo se puede llegar a esta conclusión sin haber comparado antes con otras
culturas para saber que nos referimos a una cultura única? Si hubiese culturas
únicas por completo, ¿cómo podríamos llegar a comprenderlas? Mantener
implacablemente una posición relativista debilitaría todo conocimiento científico.
Cualquier conocimiento, incluyendo el propio pensamiento relativista, concerniría
sólo a la cultura dentro de la cual se origina y desarrolla y tendríamos que admitir
que habría miles de conocimientos distintos y ninguno común. Estos excesos
hacen imposible la comparación y la investigación científica. Ni siquiera podríamos
clasificar y categorizar elementos dentro de una misma cultura, porque, en último
extremo, todos los elementos serían únicos sin aspectos comunes que los
pudieran relacionar. No podríamos agrupar fenómenos del mismo tipo ni
seleccionarlos por su mayor o menor significación. La cultura sería un todo
homogéneo e informe. Además de no poder establecer relaciones de afinidad
tampoco podríamos hacerlas de diferencia, por lo que el hallazgo principal
asignado al relativismo: enfatizar la diferencia, se convertiría en una falacia. Por
otra parte, el relativismo no presupone que no podamos hacer juicios de valor e
intentar cambiar comportamientos que se consideran nocivos, siempre que se
busque el necesario equilibrio entre el plano objetivo y el subjetivo, nos atengamos
a la verdad de los hechos, y situemos nuestras expectativas personales en el
plano que les corresponde (Turner, 1997). El relativismo extremo configura una
actitud de neutralidad cultural por la que, por ejemplo, la Alemania nazi se valora
tan asépticamente como la Grecia clásica, o se desafía el concepto de los
derechos humanos como ámbito de justicia y moralidad que va más allá y está por
encima de culturas particulares. - Con todo, el etnocentrismo no resulta evitable o
atenuable recurriendo únicamente a una posición relativista que incida en la
diversidad cultural, si ésta se concibe como una realidad esencial y sustancial, 76
delimitable por sí misma y ajena a todo proceso de transculturación e hibridación
dentro de la cultura de uno mismo y de la de los demás. De hecho bajo esta
noción de diversidad, el etnocentrismo y el relativismo no constituirían más que las
dos caras de una misma moneda, cada vez más inservible a medida que la
multiplicación de las relaciones interculturales con la globalización difumina las
fronteras culturales y de la identidad. En suma, la manera de entender la noción
de cultura no es independiente de la forma en que se construye la imagen del otro,
ya sea bajo posiciones etnocentristas o relativistas. 2. 2. 4. Ética - Las prácticas de
espionaje soterradas al amparo de trabajos de campo no son tan infrecuentes
como pudiera pensarse y constituyen una de las violaciones más condenables de
la ética de la etnografía. Ya, en 1919, F. Boas condenó los intentos del gobierno
de Estados Unidos de emplear antropólogos como espías en distintos países de
Centroamérica. Esta misma denuncia se reiteró en numerosas ocasiones
posteriores, al usar antropólogos para derrotar movimientos insurgentes en áreas
del Tercer Mundo, como ocurrió en 1963 con el Proyecto Camelot, financiado por
el ejército y el Departamento de Defensa de Estados Unidos, a fin de descubrir las
causas de la insurgencia y hallar los medios de prevenirla. También cabe citar en
1967 el Proyecto Ágil, que consistía en la contratación por ese Departamento de
Defensa de 150 antropólogos, ingenieros e informáticos para que efectuaran
estudios de contrainsurgencia en el norte de Tailandia; o en 1968 el Proyecto de
los países fronterizos del Himalaya, patrocinado por la Universidad de California.
La CIA colaboró en estos empeños con distintas universidades americanas,
incluso extrayendo de ellas fondos económicos que financiaran tales proyectos.
Numerosos antropólogos, especialmente de Latinoamérica, han venido
denunciando las formas invasivas e incluso el etnocidio, que desencadenan los
gobiernos de Estados Unidos y otros países occidentales sobre determinados
pueblos concretos -mapuches, yanomamis-. Cabe citar también las intensas
protestas de los antropólogos durante la Guerra de Vietnam. - Estas prácticas y
otras conductas reprobables del trabajo profesional de los antropólogos
propiciaron que la Asociación Americana de Antropología adoptara en 1971 un
código ético, reiterado en 1997, cuyos principios generales continúan vigentes. -
Partiendo de ellos, cabe señalar, en primer lugar, que la principal responsabilidad
de los antropólogos es con quienes estudian, su respeto, derechos, dignidad,
seguridad, intereses y sensibilidades y, según lo deseen, su anonimato o
reconocimiento expreso. Por ello desde el comienzo de toda investigación se
comunicará a los informantes de la forma más clara y completa posibles los
objetivos que se buscan, así como los procedimientos que se habrán de emplear
y, posteriormente, las conclusiones extraídas. Esta comunicación ha de obtener el
consentimiento de tales sujetos, de modo que, si se produjera la circunstancia de
que éste fuera denegado, no se podría iniciar la investigación. Asimismo, en el
caso de que se estudie animales u objetos, su respeto tiene que ser un objetivo
ético fundamental. - En segundo término, los antropólogos son responsables ante
el público, al que difunden sus investigaciones, tanto por la veracidad, honestidad
y legitimidad del contenido de lo difundido como por el deber de divulgar lo
conocido, contribuyendo así a la conformación de la conciencia crítica de los
individuos. No se trata sólo, por consiguiente, de que las investigaciones sean
verosímiles y coherentes, sino de que sobre todo resulten veraces. Tal
responsabilidad se amplía a los conocimientos impartidos a los alumnos o
discípulos, lo que incluye facilitarles el progreso en sus estudios, no mantener
actitudes discriminatorias, formarles en los principios éticos de toda investigación
antropológica y reconocer sus aportaciones. Asimismo los antropólogos no
pueden obviar las implicaciones sociales y políticas de su trabajo, por lo que han
de intentar asegurarse de que éste es entendido, contextualizado adecuadamente
y usado de manera responsable. Pueden incluso ir más allá de ello, adoptando
una posición de defensa de los intereses de sus informantes, aunque esta
conducta constituya más una decisión individual que una responsabilidad ética. En
relación con tales responsabilidades frente a los actores sociales conviene incidir,
no obstante, en algo que no suele tenerse en cuenta apenas: que los
antropólogos, tanto individualmente como en grupo, deberían ser responsables de
contribuir a una definición adecuada de determinadas realidades sociales, que
fundamentara la opinión pública y las decisiones colectivas. 77 Cabría agregar a
esto la necesidad de denunciar los plagios constatados, una práctica muy poco
común en los países donde más se cometen dichos delitos, como sucede en
España. Aún debería sumarse a todo ello la reprobación de los daños que se
derivan de la creación de tópicos o mitos, manifiestamente perversos, en los
trabajos antropológicos. En esta construcción suele haber una gran ignorancia de
los hechos y situaciones que se explican, con grave desprecio de la necesidad de
informarse y documentarse. Igualmente estos tópicos suelen esconder una
impostura tanto en lo que se refiere a la posición adoptada por uno mismo como
en lo relativo a lo que supuestamente se conoce y a la ideología que lo sustenta. Y
además, siendo ello lo más grave, con ellos se suele buscar complicidades en los
sujetos de estudio, algo ya en sí mismo sumamente censurable, pero que se
magnifica, si los actores sociales están fuertemente implicados en una situación,
no ya de desencuentro, sino de conflicto. Es muy frecuente que, cuando
manejamos tópicos o estereotipos, los miembros del grupo actúen como se
supone que deben hacerlo e interpreten muchos comportamientos individuales
como evidencia del estereotipo, confirmándolo. Las diferencias se exageran con
mucha frecuencia y se busca la oposición y el contraste. El problema es que a
veces se busca el contraste donde no lo hay. - En tercer lugar, los antropólogos
son responsables del buen nombre de la disciplina, de su mundo académico y de
su ciencia, por lo que no cabe la realización de investigaciones secretas, fabricar
evidencias o falsearlas, así como tampoco obstruir la investigación de otros,
encubrir las conclusiones obtenidas o no informar de malas prácticas
profesionales. A menudo los comportamientos contrarios a la ética suelen impedir
o dificultar las posibilidades de hacer trabajo de campo en un mismo lugar por
otros investigadores. - Por último, los antropólogos habrán de ser honestos ante
sus patrocinadores en lo relativo a su capacitación y objetivos, así como no
deberán aceptar condiciones contrarias a la ética profesional, ocupándose de
conocer las fuentes de financiación y los fines de los proyectos. - Estos principios
éticos, además de tratar de evitar daños a otros, consciente e inconscientemente,
se basan en que no hay separación entre las responsabilidades morales y
científicas de los antropólogos (Spradley, 1996). Aunque se estima con frecuencia
que el alcance de las responsabilidades del antropólogo está muy determinado por
la concepción de la naturaleza, los fines y las funciones de su actividad, el
conocimiento es un acto social del que somos responsables como de cualquier
otro acto social (Bourdieu, 1989). El hecho de conocer no puede quedar
circunscrito a cuestiones epistemológicas y metodológicas, es un acto moral, ya
que el pensamiento es conducta y debe ser juzgado moralmente como tal. -
Parece que se ha desmitificado la etnografía de etnias o culturas alejadas, en las
que los individuos y los grupos analizados y el público lector estaban distanciados
y desvinculados. Los primeros tenían que ser estudiados, pero no consultados, y
los segundos informados, pero no implicados. Sin embargo, cabría plantearse
quiénes son los destinatarios de la verosimilitud y la persuasión que comportan los
textos antropológicos. Pudiera parecer que la respuesta se inclina más hacia la
comunidad de estudiosos de la antropología que hacia los actores sociales que
protagonizan esos textos.
TRABAJO DE CAMPO